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MUESTRAS DE RESEÑAS DE OBRAS LITERARIAS

Título: 2666
Autor: Roberto Bolaño
Editorial: Anagrama
Páginas: 1128
Precio: 20€
Hace tres años y dos meses, una calurosa mañana de julio, me decidí a coger de la estantería de
la biblioteca del pueblo donde vivía una novela enorme (me refiero, en este momento, a su
volumen físico) editada por Anagrama, de un escritor chileno del que no sabía nada y cuyo título
en forma de cifra me hacía evocar el Apocalipsis.
Había leído un par de reseñas de 2666, había visto un par de recomendaciones en la revista que
regalan en El Corte Inglés, recomendaciones de famosos del momento que se ven sometidos al
típico interrogatorio de libro-película-cd, etcétera. Pero lo que acabó de convencerme para que la
agarrara y la leyera fue la contraposición que hacía un tal Vila-Matas (que después supe mejor
quién era) entre la obra de Bolaño y la Rayuela de Cortázar. Es decir, tomé el libro para saber
quién era ese escritorzuelo que, según Vila-Matas, había dado un carpetazo definitivo a mi
Biblia. Es decir, mi ánimo contra el libro no podía ser peor. Tres días después ya era un
incondicional de Roberto Bolaño.
2666 supuso un orgasmo literario para mí. Con el tiempo, entendí que la alusión a Cortázar y
Rayuela no era más que mero marketing, pues ni Bolaño pretendía oponerse a Cortázar ni 2666
tiene que situarse frente a Rayuela. Son dos grandes obras, dos impresionantes milagros.
Las 1.119 páginas que componen la novela de Bolaño son un auténtico alegato a favor de la
literatura y de la vida, o de la vida y de la literatura, porque para él, como se encargó de
demostrar a través de toda su obra, son las dos caras de una misma moneda: el escritor.
Dividida en cinco partes (la Parte de los críticos, la Parte de Amalfitano, la Parte de Fate, la Parte
de los crímenes y la Parte de Archimboldi), la novela presenta un sumo protagonista común: la
violencia. Queramos o no, seguimos muy cerca de ese animal que fuimos, que seguimos siendo,
y que sólo con la provocación de un taxista paquistaní sale a la superficie de nuestro ser, aunque
seamos dos reputados filólogos, dos intelectuales.
Cada una de las partes presenta una forma de narrar distinta, un tono diferente. Se pueden leer
por separado (el crítico Ignacio Echevarría explica en una nota final que el propósito de Bolaño
antes de morir era editarla así, para que su venta fuera más sencilla), pero juntas, con ese
inquietante título en forma de cifra, forman un conjunto impresionante, espeluznante; porque
además, si se lee como un todo, se pueden descubrir múltiples permeabilidades que le dan
sentido y unidad al conjunto.
Maestro a la hora de crear personajes, contumaz contador de historias, 2666 hace un repaso por
la historia del siglo XX a través de un personaje, el escritor Hans Reiter, quien utiliza el
pseudónimo de Benno von Archimboldi, y a través de una ciudad, Santa Teresa, trasunto de la
mexicana ciudad fronteriza de Ciudad Juárez, famosa por los crímenes de mujeres que año tras
año, desde principios de los noventa, se vienen cometiendo allí y que siguen, en su gran mayoría,
sin resolverse.
Pero hay más, hay mucho más encerrado en cada uno de los párrafos de esta obra, párrafos que
como peces-globo se hinchan para cargarse de significados, y que con sus afiladas púas señalan,
no sólo al resto de la obra del chileno, sino al resto de la literatura que se ha escrito, esa literatura
que tanto amaba y que tan bien conocía, sin necesidad de haber asistido a una prestigiosa
universidad, porque su universidad fueron sus ojos, y sus aulas las páginas de las grandes obras
(y de las que no lo eran también) que tanto placer le otorgaron.
Murió Bolaño, nació su leyenda. 2666 supuso su colofón póstumo, su último regalo a los
hombres (me niego a catalogar El secreto del mal como algo más que un conjunto de
borradores). Les invito a adentrarse en un universo peligroso, fascinante, conmovedor. Corren el
peligro de no querer volver, pero el viaje merece la pena. Os lo aseguro.
Raúl Rubio Millares
Publicado en La biblioteca imaginaria, de Cristina Lucía Monteoliva García (ed.)
Recuperado el 27 de febrero de 2009 de
http://www.labibliotecaimaginaria.es/page10.php?category=5&postPage=3
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Mario Vargas Llosa


El paraíso en la otra esquina
Editorial Alfaguara

¿El ocaso de un grande?


En los últimos años no han sido pocos quienes han dictami-nado el ocaso literario de Mario
Vargas Llosa, señalando al implacable paso del tiempo como eje operador del natural desgaste en
sus facultades creativas. Ante ello, La fiesta del chivo (2000) apareció como una respuesta
contundente: el ambicioso Vargas Llosa de La casa verde y de Conversación en La Catedral
había vuelto. Ahora, tres años después, aparece El paraíso en la otra esquina, obra que ha
despertado nuevamente las dudas sobre la vigencia de la calidad literaria de su autor.
El libro tiene como protagonistas a dos personajes históricos del siglo XIX: la empedernida
luchadora social Flora Tristán, y su nieto, el pintor Paul Gaugin. A primera vista, los personajes
son casi simétricamente opuestos. Gaugin es una suerte de "demonio" individualista, mientras
que Flora Tristán es una "santa" preocupada por los oprimidos. Él utiliza a las mujeres para
renovar su energía creativa; ella quiere que las mujeres dejen de ser objetos. Pero a ambos los
une la obsesión por la pureza. Obsesión que les permite afrontar heroicamente las torturas de la
enfermedad. Aquejada por la disentería y con una bala en el pecho, Flora sigue transitando de
aquí para allá, luchando por una sociedad "justa". Cojo, casi ciego, carcomido por la sífilis, Paul
también sigue andando, pero en búsqueda de una sociedad "pura".
El paraíso en la otra esquina es un texto que está entre el ensayo y la novela. Pero si se le
considera novela, y se le juzga como tal, sus méritos son pocos. Sus técnicas narrativas no son
muy novedosas, el ritmo es muy lento, no existe la intriga o el suspenso que atraiga al lector. Así,
leído como novela, el texto puede arrancar bostezos. Sin embargo, terminamos de leer sus 485
páginas. ¿Por qué? Porque la información sobre las ideologías del siglo XIX es notable, porque
asimilamos diversos aspectos de la pintura, porque las reflexiones sociales y estéticas son
estimulantes. Es decir, este libro es valioso por su "fondo" más que por su "forma hechicera",
para utilizar un término vargasllosiano.
El paraíso debe ser entendido como la culminación de un proyecto largamente acariciado por su
autor. Sabemos que la fascinación del novelista por Flora Tristán data de mucho tiempo atrás. Sin
duda, Vargas Llosa ha disfrutado el escribir este libro. Culminado el proyecto, quedamos a la
espera de una nueva novela que ahuyente a los impacientes sepultureros literarios.
© Marlon Aquino
Publicado en revista El hablador, Perú, número 2, diciembre 2003.
Recuperado el 27 de febrero de 2009 de http://www.elhablador.com/resena9.htm

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