Vous êtes sur la page 1sur 1

A Leopoldo Lugones

Los rumores de la plaza quedan atrs y entro en la Biblioteca. De una manera casi fsica siento la gravitacin de los libros, el mbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mgicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lcido sueo, se perfilan los rostros momentneos de los lectores, a la luz de las lmparas estudiosas, como en la hiplage de Milton. Recuerdo haber recordado ya esa figura, en este lugar, y despues aquel otro epteto que tambin define por el contorno, el "rido camello" del Lunario, y despus aquel hexmetro de la Eneida, que maneja y supera el mismo artificio: Ibant obscuri sola sub nocte per umbram Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engao, usted no me malquera, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algn trabajo mo. Ello no ocurri nunca, pero esta vez usted vuelve las pginas y lee con aprobacin algn verso, acaso porque en l ha reconocido su propia voz, acaso porque la prctica deficiente le importa menos que la sana teora. En este punto se deshace mi sueo, como el agua en el agua. La vasta Biblioteca que me rodea est en la calle Mxico, no en la calle Rodrguez Pea, y usted, Lugones, se mat a principios del 38. Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. As ser (me digo) pero maana yo tambin habr muerto y se confundirn nuestros tiempos y la cronologa se perder en un orbe de smbolos y de algn modo ser justo afirmar que yo le he trado este libro y que usted lo ha aceptado. J.L.B. Buenos Aires, 9 de agosto de 1960.

Vous aimerez peut-être aussi