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Madre Amalia Martín de la Escalera

Si no somos llamados a practicar


grandes virtudes, no desperdiciemos
la ocasión de practicar aun las que
nos parecen más pequeñas.
Tan ingratos somos cuando con
falsa humildad negamos lo bueno
que de Dios hemos recibido,
como cuando, con necio orgullo
lo atribuimos a nosotras mismas.
Dame, Señor, virtudes que nadie vea,
y penas que nadie compadezca.
Como el granito de arena, así el
alma humilde es con facilidad
levantada de la tierra.
Señor, haz que te conozca y te
amaré; haz que me conozca y
seré humilde.
Gran virtud es saber hablar de
Dios, pero más grande virtud es
saber callar por amor a El.
Señor, quiero vender todo lo
que tengo: mi voluntad, mis
comodidades, mi salud, mi
vida y dársela a los pobres.
Si Dios está contento contigo,
¿qué importa que no lo estén los
hombres?
No lloremos nunca lágrimas de
despecho ni de desesperación, ni de
rabia; que nuestras lágrimas sean
siempre dignas de ofrecérselas a
Dios…
Tememos que nos engañen los
demás, y no tenemos engañarnos
a nosotros mismos.
En casi todas nuestras penas tienen
gran parte nuestros defectos.
No temo, Señor, que me falte
tu gracia, lo que temo es faltar
yo a ella.
Mejor es defecto con humildad
que virtudes con orgullo.
Líbrame Dios mío, de los pecados
ocultos, que cuando peque sea a
vista de todos, a fin de que lo que
pierda por la culpa, lo gane por la
humillación.
No es costoso al que cree
humillarse ante Dios, lo difícil,
lo costoso, es humillarse ante
los hombres por amor a Dios.
“Dame de beber”. Cristo tenía sed de
las lágrimas de contrición de la
Samaritana y la Samaritana lloró sus
pecados y a cambio del agua amarga
de sus lágrimas Jesús le dio a beber
el agua de su Gracia, manantial
Divino que salta hasta la vida eterna.
Señor, que mis propias miserias
me sirvan de medio para ser
humilde.
La verdadera humildad, es prueba
en las humillaciones. ¿Cómo
puedes decir que eres humilde si
huyes de ser humillado?
Señor, cuando me ves humillada y
humilde a la vista de mis miserias,
entonces acudes con tu misericordia
a levantarme e inundarme de tu
gozo, entonces, me haces sentir más
tu presencia.
Ser humillado no es ser humilde,
pero el verdadero humilde desea
ser humillado.
Al que es verdaderamente
humilde nada le hace daño, ni
las alabanzas le engríen ni las
humillaciones le amargan.

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