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LAS HUELLAS DE LA NAO

DE LA CHINA EN MÉXICO
(La herencia del Galeón de Manila)

CLARA MARTÍN RAMOS


Las expediciones españolas del s. XVI hacia tierras y mares
desconocidos estuvieron motivadas por la ambición de fama, propósitos
evangelizadores y un fuerte interés económico. La actividad comercial
que se derivó de estas expediciones alcanzó su máximo exponente en el
tráfico marítimo que se generó entre Asia, Nueva España y Europa por
medio de los galeones. Este movimiento, del que el puerto de Acapulco
se convirtió en centro (tanto del eje Manila-Sevilla como del eje
Californias-virreinato del Perú), dejó honda huella en todos los aspectos
de la vida cotidiana de la Nueva España de entonces y del México
actual. La influencia recibida de China y Filipinas, mediada a través de
la Nao de la China, fue tal que, después de 200 años de la desaparición
de aquella relación comercial, sigue patente en aspectos del patrimonio,
la economía, la artesanía, la población, la arquitectura, la gastronomía,
el folclore y las manifestaciones religiosas mexicanas. Hoy se pretende
analizar estas huellas para, sobre las mismas, reencontrar el camino que
une el mundo hispano con las regiones del Pacífico occidental
1. Introducción. La ruta de Urdaneta y la Nao de la China

El propósito de hallar un camino por Occidente que condujera a las riquezas asiáticas
(especias, sedas, pólvora, marfiles, entre otros productos) hizo que Colón descubriera América
y que, en años sucesivos, se multiplicasen las expediciones. En el año 1521 tuvieron lugar dos
sucesos que – según C. Romero Giordano- hicieron posible la anhelada ruta entre España y
Asia: la expedición de Magallanes-Elcano descubrió el archipiélago filipino y Hernán Cortés
terminó de conquistar el imperio azteca (que pasó a llamarse Nueva España).
Pocos años más tarde, la búsqueda de esa ruta comercial se realizaba desde Nueva España, con
“armadas para descubrir territorios en la Mar del Sur”. Estas fueron las expediciones de Álvaro de
Saavedra (1527) y Hernando de Grijalba (1536-1538), patrocinadas por Hernán Cortés, o la
encomendada por el virrey Antonio de Mendoza a Ruy López de Villalobos (1541-1543), que
terminó alcanzando las islas de Samar y Leyte, a las que llamó Islas Filipinas.
En Septiembre de 1559, Felipe II encargó a don Luís de Velasco, segundo virrey de Nueva
España, armar otra flota para conquistar estas islas. Tras varios años de tarea en la
construcción de cuatro naves en el astillero de Barra de Navidad, la expedición fue confiada a
Miguel López de Legazpi. Éste viajaba con su nieto Felipe de Salcedo y con su tío, el fraile,
piloto y cosmógrafo Andrés de Urdaneta (Fig. 1), recomendado por el rey. Los expedicionarios
partieron de Barra de Navidad el 21 de noviembre de 1564 y hacia mediados de febrero de
1565 llegaron a las Filipinas, donde fundaron la villa de San Miguel en Cebú el 27 de abril. El
tornaviaje se inició el viernes 1 de julio de 1565 según un itinerario preparado por Urdaneta para
alejarse de las zonas de tormentas (navegando primeramente hacia el noreste, virando luego a
sureste, bajando a la mitad del océano y desde ahí retomando el rumbo al noreste). El 26 de
septiembre se avistó California, pero la peste de mar hizo estragos en la tripulación y la llegada a
Acapulco del galeón San Pedro no se produjo hasta el 8 de octubre. Con este viaje clave, la ruta
de Urdaneta quedaba establecida. Curiosamente, una nave separada de la expedición, el
patache San Lucas, mandado por Alonso de Arellano, después de rodear parte de la costa de
China se lanzó en pos del continente Americano llegando a recalar en el puerto de Navidad
dos meses antes que el propio Urdaneta (9 de agosto de 1565), si bien “a punta de milagros” (A.
Landín Carrasco). A los seis años de estos hechos, en 1571, Manila era fundada como la
cabecera de las Islas.
Seguidamente, con los nombres de Galeón de Manila, Nao de la China, Naves de la Seda y Galeón de
Acapulco, comenzó el comercio de las mercancías que, procedentes de diferentes regiones de

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Asia, eran concentradas en Manila y tenían como destino al puerto de Acapulco (Fig. 2), o bien
las que reunidas en este puerto, procedentes tanto de España como del territorio novohispano,
se distribuían por todo Oriente, principalmente China, que era abastecida desde la capital de la
gubernatura filipina (C. Romero Giordano).
Así, la Nueva España (Fig. 3) sirvió de puente comercial entre Europa y Asia durante los años
del período colonial. Entre dos y cuatro veces al año, las naves españolas zarpaban de
Veracruz a Sevilla con la mercancía oriental procedente de Acapulco. El sueño comercial de
España resultaba cumplido.

Descriptiva de la Nao de la China. La Nao de Manila era, en realidad, un galeón (alguna vez
fueron dos: almiranta y capitana), tipo de barco caracterizado por tener castillos bajos
(especialmente el de proa) y líneas más finas que las carracas. Su tamaño (50 m de largo y mástil
de 30 m de alto) era impresionante en relación con otros barcos (Figs. 4 y 5). Pesaba entre 250
y 500 toneladas y era capaz de cargar hasta 40 cañones. Así, algunas Naos de la China
alcanzaron las 1.500 toneladas (Figura 6). Estos barcos salían caros (según C. Bonfil, entre
60.000 y 150.000 pesos-plata) pero eran rentables debido al alto valor de la mercancía (de
300.000 a 3.000.000 pesos) y los beneficios que de ella obtenían los comerciantes. Esta riqueza
suscitó la ambición de los piratas y, así, en 1587, el Santa Ana fue asaltado por Thomas
Cavendish y en 1743, el Covadonga fue capturado por Lord Anson.
Al mando del galeón iba un comandante con una dotación de soldados. Entre los restantes
tripulantes había comerciantes, frailes y carpinteros. En total, eran de 300 a 500 personas.
El número de galeones que realizaron los 108 viajes Manila-Acapulco fue tan solo de 50, pues
la mayor parte repitieron viaje (C. Quirino). De esos 50 galeones, 15 fueron construidos en los
astilleros mexicanos de Zihuatanejo, Salahua, Barra de Navidad, Acapulco y Autlán, que
monopolizaron su producción durante los primeros años de la andadura del Pacífico Los
restantes galeones fueron montados en las Filipinas (Bagatao o Sorsogón, Luzón, Lampón y
Cavite) a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Las naves eran construidas por carpinteros
chinos, dirigidos por técnicos europeos, con maderas duras (para el armazón del barco) y
maderas flexibles (para el casco) que conseguían en los bosques de las islas. Las velas se hacían
en Filipinas y las partes de metal, como los herrajes, anclas, clavos y cadenas eran fundidos en
Japón, China y la India.

Las rutas de ida y vuelta. La salida de Acapulco se realizaba en el mes de abril, poniendo
rumbo al sur y navegando entre los paralelos 10 y 11 para aprovechar la corriente ecuatoriana.
La Nao subía luego hacia el oeste y seguía entre los 13 y 14 hasta las Marianas; después, era

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abastecida de comida y agua en Guam y seguía su viaje hasta Cavite, en el archipiélago Filipino.
En total, cubría 2.200 leguas a lo largo de 50-60 días. La llegada era con el monzón de invierno
El problema era regresar. Desde que en 1565 Andrés de Urdaneta y Felipe de Salcedo
encontraron las corrientes marítimas (Kuro Shivo) que permitían el retorno al continente
americano, el tornaviaje se hacía rumbo a Japón (Fig. 7). No obstante, en el año 1596 los
japoneses capturaron el galeón San Felipe y se hizo necesario un cambio de itinerario. (Este
cambio estaba previsto desde que el mapa de la ruta cayó en manos de Drake en 1579). Según
Moliné Escalona, la modificación consistió, entonces, en partir hacia sureste hasta los 11
grados, subir luego a los 22 y de allí a los 17. Se arribaba a América a la altura de cabo
Mendocino, desde donde se bajaba costeando hasta Acapulco (Fig. 9)
El tornaviaje debía aprovechar el monzón de verano. Así pues, la salida de Manila había de
realizarse en julio o la primera quincena de agosto, siendo imposible realizar la travesía más
tarde. El viaje duraba 5-6 meses (Fig. 8) y por ello el arribo a Acapulco se efectuaba en enero.

Enclaves comerciales. Las escalas de los barcos a lo largo del litoral mexicano dejaban
algunas mercancías en Puerto de San Bernabé (San José del Cabo), Bahía de Banderas (Puerto
Vallarta) y Santiago (Puerto de Manzanillo), pero prácticamente toda la mercancía terminaba
en Acapulco. Una parte de esos productos viajaban a Veracruz para su embarque hacia
España, con paradas en los mercados de Puebla y de Jalapa, pero otras remesas se distribuían
tierra adentro, hacia los centros mineros y las ciudades importantes del Bajío u Oaxaca (S.
Rueda Smithers). En territorio americano, la feria de Acapulco y, desde principios del siglo
XVIII, el Parián de la Plaza Mayor de la ciudad de México eran los puntos de comercio. En
Filipinas, durante el siglo XVI, el puerto de comercio fue Santiago de Lampón pero en los
siglos XVII y XVIII pasó a serlo el Parián de los Sangleyes de Manila. Parián es un término
filipino para designar al mercado y sangleyes, otro para designar a los artesanos chinos.

El fin de la Nao. Puede decirse que comenzó en 1802, cuando los galeones Casualidad,
Montañés y Rey Carlos volvieron a Manila con el cargamento sin vender o cuando, años antes, en
1785, se anuló el monopolio que representaba el Galeón con la creación de la Compañía Real
de Filipinas, que animaba el comercio directo entre España y las Islas. Para mayores males,
México declaró su independencia en 1810 y al año siguiente el San Carlos no pudo acceder a
Acapulco porque el puerto estaba sitiado por José María Morelos, siendo preciso dirigirse al
puerto de San Blas, donde su cargamento fue vendido lentamente. Las autoridades de
Filipinas, que ignoraban estos sucesos, enviaron en 1811 otro galeón, el Magallanes, a Acapulco,
donde quedó retenido 4 años. Su vuelta a Manila, en 1815, dio fin a una de las más
extraordinarias aventuras marítimas de todos los tiempos.

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2. Las huellas de los viajes de la Nao de la China en el Patrimonio histórico: el fuerte
de San Diego en Acapulco, San Blas y el puerto de San Bernabé

La construcción de las primeras Naos de la China y la provisión de infraestructuras, tanto para


su salida como para su arribada tras el tornaviaje, dieron lugar a la edificación de astilleros,
puertos, fuertes y aduanas a lo largo de la costa mexicana del Pacífico. Algunas de esas
construcciones, como el fuerte de Acapulco y la contaduría de San Blas, han llegado hasta
nuestros días bien conservadas y son consideradas una huella en piedra de la actividad de las
Naos. Otras, como los antiguos puertos de Salahua, Navidad y San Bernabé, o el fuerte de
Mazatlán, esperan labores de recuperación.
La importancia de Acapulco (a 350 km de la ciudad de México) surgió en 1565, tras la llegada a
su puerto del galeón San Pedro desde las Filipinas y la recomendación de Andrés de Urdaneta
de que fuera el punto de salida y destino de sucesivos viajes. Así, cuando las Filipinas pasaron a
ser un territorio dependiente del virreinato novohispano, el puerto de Acapulco se convirtió en
la llave de tal comunicación: las mercancías de Asia, concentradas en Manila, eran traídas por la
Nao hasta Acapulco y enviadas luego a los mercados de Europa y del Perú.

El fuerte de San Diego. Debido a la importancia económica adquirida por Acapulco, el


virrey Diego Fernández de Córdoba encargó al ingeniero Adrian Boot que construyera la
defensa del codiciado puerto, al que los piratas mantenían en acoso permanente. El 15 de abril
de 1617, el castillo fue puesto en servicio con el nombre de San Diego en honor del virrey. El
fuerte resistió el cañoneo de los piratas pero no el terremoto de 1776, que obligó a su
reconstrucción desde los cimientos.
La nueva fortificación, construida con forma de pentágono regular (Figs. 10 a 12), quedó
concluida en 1783 y se rebautizó con el nombre de San Carlos en honor del rey Carlos IV,
pero debido a la impopularidad del monarca, se le siguió llamando por su antiguo nombre.

San Blas. Después de Acapulco, San Blas fue durante la época colonial el puerto más
importante del Pacífico Norte. Su elección estuvo motivada por su situación estratégica (se
trata de una bahía protegida por montañas) y porque en la región existían bosques para la
fabricación de embarcaciones. Su importancia fue creciendo a lo largo del s. XVIII hasta
constituirse en astillero (octubre de 1767) y base de buques de guerra. Las principales
edificaciones (Figuras 13 y 14) se hicieron en el Cerro de Basilio, donde están los restos del
Fuerte de la Contaduría (1760) y el Templo de la Virgen del Rosario, La Marinera (1769-1788).
El puerto fue inaugurado el 22 de febrero de 1768 y, con ello, se dio impulso a la exportación
de oro, maderas finas y sal. La actividad comercial del puerto se potenció al establecerse la
primera aduana del virreinato de cara al Océano Pacífico (Fig. 15).
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La relación de San Blas con la Nao fue, la mayor parte de las veces, circunstancial (cuando
camino de Acapulco el estado del mar aconsejaba su entrada por el estero El Pozo) y solo fue
vinculativa en época tardía: entre 1811 y 1812. Al prohibirse el comercio con Filipinas por
Acapulco, en San Blas tuvo lugar un intenso mercado negro, hasta que el virrey Félix María
Calleja ordenó cerrarlo (I. García Kauffman).
En el Fuerte de la Contaduría se llevaban los asuntos fiscales, aunque también sirvió como
almacén de mercancías y polvorín. Posee gruesos muros de piedra con grandes ventanas
rectangulares de arcos rebajados y un patio central con algunos cañones. La defensa del lugar
se completaba con sendas baterías en los cerros Del Vigía y El Borrego (A. Arciniega Ávila).

San Bernabé. La última etapa del viaje del galeón comprendía el viaje desde cabo Mendocino
hasta cabo San Lucas (costa mal conocida) y desde aquí a Acapulco. La necesidad de demarcar
con precisión la parte alta y menos conocida de la California y buscar un lugar de abrigo para la
Nao de la China, llevó al virrey Gaspar Zúñiga a encargar al capitán Sebastián Vizcaíno y a los
cosmógrafos Gerónimo Martín Palacios y Antonio de la Ascensión esta labor. Fruto de la
misma fue el cartografiado de la costa y la fundación en 1603 del Puerto de San Bernabé.
Este puerto alcanzó gran importancia por tener un manantial de agua dulce que ofrecía abasto
a las naves procedentes de Asia (Fig. 16), que le llamaban Aguada Segura. El 8 de abril de 1730
cerca de la playa, el jesuita Nicolás Tamaral fundó la misión de San José del Cabo y el lugar
cambió a este nombre.

3. Las huellas en la Economía: el peso mexicano, la feria de Acapulco, el situado y el


tráfico ilegal

La Nao de la China, en cada regreso a Asia, llevaba gran cantidad de plata mexicana que,
conforme a la costumbre de esa época, “se pesaba” según el precio de la mercancía (de ahí
quedó el nombre de “peso” a la unidad sobre la que se determinaban las compras).
Realmente, el éxito del Galeón de Manila fue la plata mexicana que, debido a su escasez en
Asia, tenía un precio muy alto en relación al oro. Los comerciantes podían comprar con plata
casi todos los artículos suntuosos fabricados en Asia a un precio muy barato y venderlos luego
en Europa y América con un margen de ganancia muy alto (fácilmente superior al 300%).
Gran parte de la circulación monetaria tenía lugar en barras de plata sin acuñar. Las monedas de
uso más importante fueron las famosas piezas de ocho o dólares mexicanos (8 reales, 272
maravedíes), que los comerciantes y banqueros chinos contramarcaban, para evitar así la
circulación de moneda falsa (Fig. 17).

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La acuñación de estas piezas se realizó en la Casa de la Moneda de Nueva España, constituida
en mayo de 1535 por el virrey Alonso de Mendoza, en una ubicación próxima a la fundición
creada por Hernán Cortés en 1521 y que fue pionera, como casa de moneda, en todo el
continente americano.
A partir de abril de 1536 todas las monedas acuñadas en la ceca de México se caracterizaron
por llevar grabada la marca "M" con un círculo encima. En 1569 se cambió el domicilio de la
Casa de Moneda al Palacio de Moctezuma, en un lateral de la Plaza de Armas y más tarde, en
1847, fue trasladada a la calle de Apartado donde siguió funcionando hasta 1956, fecha en que
se construyó la actual Casa de Moneda en Av. Legaría.
En la etapa 1945-1955 produjo enormes cantidades de monedas tanto para satisfacer la
demanda interna como la procedente de países como El Salvador, Ecuador, China, Arabia
Saudita, Siria, Panamá, Chile, Portugal, Vietnam, Coreas, Turquía, Escocia y Barbados.
México considera un orgullo que sus monedas, nacidas para el tráfico con la Nao, tengan una
tradición en orfebrería de más de 4 siglos.

La feria de Acapulco. El puerto de Acapulco vivió su tiempo de gloria, en la llamada Feria de


Acapulco, mercado idóneo para las operaciones de compraventa (Figura 18) y que el ilustre
historiador Humboldt consideró la más grande en su tiempo. Se reglamentó en 1579 y duraba
por lo regular un mes. En ella se vendían los géneros orientales y se cargaba cacao, vainilla,
tintes, zarzaparrilla, cueros y, sobre todo, la plata mexicana que hacía posible todo aquel
milagro comercial.
Los galeones que cubrían la ruta Manila-Acapulco acostumbraban suministrar a Nueva España
“...cera, estoraque, tibores, porcelanas chinas (Fig. 19), marfiles labrados (con figuras religiosas) y piedras
preciosas hindúes, nácar, conchas de madreperla y enconchados, especias (pimienta, sándalo de Timor, clavo de
las Molucas, canela de Ceilán, alcanfor de Borneo, jengibre de Malabar), marquetería, escritorios, ropa
(chalecos, medias, mantones), manteles, cortinas, colchas (cerca del 90% de las importaciones eran textiles de
algodón de la India), madejas de seda, damascos, abanicos, arcones, cofres y joyeros lacados, tapices y perfumes”.
Otros productos que proveía Oriente a través de la Nao de Manila eran: alfombras persas de
Medio Oriente, lana de camello, bejucos para cestas, peines y cascabeles, biombos, jade, ámbar,
madera y corcho, hierro, estaño, pólvora y frutas.
De especial interés fueron las telas nipiz (llamadas desde el siglo XVI el tejido del paraíso)
procedentes de la isla filipina de Iloilo, de gran aceptación en la Europa del s. XVIII. Estaban
tejidas con fibras extraídas del tallo de la palma de plátano y de las hojas del maguey de piña,
con apoyo de una seda filipina (el jusi). Las nipiz se utilizaron en la confección de camisas,
pañuelos, telas para los altares y artículos de ornamento (Fig. 20).

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También de alto interés fue la importación de marfiles, de los que hoy existen en México
grandes colecciones, como la que se guarda en el Museo Nacional del Virreinato en la ciudad
de Tepotzotlán (Fig. 21). Los marfiles fueron solicitados para formar parte de altares en
templos, conventos o casas particulares.

Los precios, en pesos. A través de los feriantes se podía conseguir, por ejemplo, una media vajilla
de porcelana azul y blanca de 324 piezas por 56 pesos; enaguas confeccionadas en Manila, 3
reales; una arroba de cera filipina, 1 peso con 7 reales; una colcha de raso bordada, 13 pesos (y
si incluía oro y plata, 25 pesos); una alfombra persa, 35 pesos; un baúl de maque, 9 pesos; 1000
botones de cobre, 3 pesos; y 100 botones de cristal, 1 peso con 7 reales. Estos eran los precios
oficiales pero en algunos mercados de fayuca (como el actual de Tepito), escondidos en las
callejas del puerto, se podían conseguir, de contrabando, los mismos artículos a precios
inferiores. El contrabando era un delito que cometían todos los pasajeros del Galeón quienes
siempre arribaban con abultados ropajes.

Los envíos. De las exportaciones de México a Filipinas destaca en primer lugar la plata, acuñada
o en lingotes, empleada –como se ha dicho anteriormente- para pagar a los comerciantes
chinos y portugueses que llevaban productos a Manila o en concepto de ayuda financiera para
mantener la administración de Filipinas (el situado).
En cuanto a mercancías, desde Méjico se enviaron caballos, vacunos, pavos, gansos, carneros y
patos. Entre las especies vegetales se enviaron maíz, garbanzo, camote, casava, papaya, tomate,
cebolla, sincamás, maní o cacahuete, camachile, avocado, calabaza, sandía, sayote, frijoles, ube,
alubias, habichuelas, caimito, mongo, lanca, chico, guayaba, ciruela, dátiles, ciertas especias del
banano, trigo, manzanas, ate, atemoya, toronja, la naranjita, cacao de Chiapas, chocolate, café,
camote, tabaco, vid e higueras de la Nueva España. Igualmente, se exportaron árboles y flores
como el calachuchi, la acacia, las mil flores, la cadena de amor, el achuete, las rosas de Castilla, las
adelfas y las sampagas. Asimismo, se enviaba grana de Oaxaca, cochinilla para tintes, jabón,
mantas de Saltillo, sombreros de paño de Puebla, hilo de Campeche, barricas de vino de
Castilla para ceremonias religiosas, aceite de oliva y artículos de herrería.

El situado. Como corolario del comercio del galeón, se desarrolló el situado o ayuda
financiera a Filipinas desde México (para pagar soldados, salarios de los burócratas, hospitales,
pensiones de viudas y otros gastos de administración) con fondos del almojarifazgo, recogidos
en Acapulco, desde 1616. Hasta 1687, el situado anual no fue fijado, y dependía de la cantidad
exacta de déficit de las islas para un año dado y la disponibilidad de fondos del Virreinato.
Durante la última década del s. XVII la suma anual total del situado se elevó a 250.000 pesos.

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El tráfico ilegal entre los Virreinatos. La mercancía introducida en América por el Galeón
de Manila terminó con la producción mexicana de seda y estuvo a punto de alterar el circuito
comercial del Pacífico. La refinadísima sociedad peruana demandó pronto las sedas, perfumes
y porcelanas chinas, ofreciendo comprarlas con plata potosina y los comerciantes limeños
decidieron librar una batalla para hacerse con el negocio. A partir de 1581 enviaron
directamente buques hacia Filipinas. Se alarmaron entonces los comerciantes sevillanos, que
temieron una fuga de plata peruana al Oriente y en 1587 la Corona prohibió esta relación
comercial directa con Asia. Quedó entonces el recurso de hacerla a través de Acapulco, pero
también esto se frustró, pues los negociantes sevillanos lograron en 1591 que la Corona
prohibiera el comercio entre ambos virreinatos. Naturalmente, los circuitos comerciales no se
destruyen a base de prohibiciones y el negocio siguió, pero por vía ilícita. A fines del siglo
XVI, México y Perú intercambiaban casi tres millones de pesos anuales y a principios del siglo
XVII el Cabildo de la capital mexicana calculaba que salían de Acapulco para Filipinas casi
cinco millones de pesos, parte de los cuales venían del Perú. Esto volvió a poner en guardia a
los defensores del monopolio sevillano, que lograron imponer restricciones al comercio con
Filipinas. A partir de entonces se estipuló que las importaciones chinas no excediesen los
250.000 pesos anuales y que los pagos en plata efectuados en Manila fuesen inferiores a medio
millón de pesos por año.
Todo esto fueron incentivos para el contrabando, que siguió en aumento. En 1631 y 1634 se
reiteró la prohibición de 1591 de traficar entre México y Perú, y hubo entonces que recurrir a
los puertos intermedios del litoral Pacífico, como los centro-americanos de Acajutia y Realejo
(Tabla 1), para encubrir el tráfico ilegal entre los dos virreinatos. Pretextos: surtir de cacao de
Soconusco a Acapulco, de brea al Perú y de mulas (de la Cholulteca hondureña), zarzaparrilla,
añil, vainilla y tintes a Panamá.

4. Las huellas en la plástica mexicana: lacas, enconchados y la Talavera poblana

Con el éxito obtenido a partir del retorno a Acapulco de la nave comandada por Urdaneta,
Europa y el Extremo Oriente resultaron enlazados comercialmente por Acapulco y Manila:
"Ambos puertos reunían una serie de características que los transformaron, sin dudarlo, en los puntos
comerciales donde circulaban las mercancías más valiosas de su tiempo" (C. Romero Giordano).
Objetos valiosos de las más diversas materias primas y cuya procedencia incluía India, Ceilán,
Camboya, Las Molucas, China y Japón, eran concentrados en Filipinas con destino, en
principio, al mercado europeo. Sin embargo, la enorme capacidad económica que alcanzaron

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con el tiempo los dos virreinatos, Nueva España y Perú, hizo que absorbieran las primicias
desembarcadas en Acapulco, en detrimento de los compradores del Viejo Mundo.
Con el tiempo, muchos de estos objetos, fundamentalmente muebles, fueron contrahechos o
copiados por los artesanos de la Nueva España y sobre todo, por los de Michoacán. De hecho,
la sede de la Real Aduana estaba en Pátzcuaro y era allí donde se revisaban los cargamentos.
Los artesanos de esta ciudad (algunos formados por Vasco de Quiroga) tuvieron acceso
privilegiado a observar los objetos importados y pronto desarrollaron la industria de la
reproducción. También realizaron trabajos conjuntos con los artesanos de ultramar, siendo los
encargos mutuos muy frecuentes: el cobre esmaltado de Cantón se hacía sobre estructuras
europeas; el púlpito de San Miguel en Tlaxcala, está hecho con un biombo japonés del siglo
XVI en laca dorada y policromada; y las rejas de la catedral de México fueron hechas en Macao
por artesanos japoneses según diseño mexicano.

Las lacas de la China. Aunque la técnica de la laca o maque es oriunda de México y está
demostrado que la laca ocupaba un lugar importante en el México precolombino, resultó muy
enriquecida con las aportaciones del Lejano Oriente. Como consecuencia del contacto
comercial que la colonia novohispana mantuvo con Oriente por medio de la Nao y del
desarrollo del gusto por las chinoiseries, las lacas de la china obtuvieron un desarrollo espectacular
en Pátzcuaro, dando lugar al centro artístico y productor artesano de lacas más importante de
México durante el siglo XVIII. Desde Pátzcuaro se extendió a toda la región de Michoacán,
creándose una artesanía floreciente, ayudada por el conocimiento previo de los indígenas.
Desde entonces se fabrican muebles y objetos lacados como escritorios, arquetas, baúles,
bateas, atriles, bufetillos y oratorios de viaje, entre una larga relación (Fig. 22).
De características técnicas diferentes a la oriental, el maque mexicano está formado por la unión
de una grasa animal extraída del insecto aje (Coccus axin), un aceite vegetal procedente de la
semilla chía (Salvia chian), una mezcla de tierras cuyo componente principal es óxido de calcio
(teputzuta) y pigmentos varios de origen vegetal, animal o mineral. Cada capa es pulida, para
sacarle brillo. Se forma así una superficie tersa de color, integrada completamente a la base de
madera (A. Caballero).
Después del maque, la técnica decorativa más importante de México colonial fue, en la región
de Puebla, la aplicación de placas de carey imitando el estilo japonés Namban-jin (que utiliza la
técnica maki-e-raden, o sea, madera lacada, dorada y con incrustaciones de nácar). Se cree que
esta técnica dio lugar a que muchos de los muebles lacados presenten incrustaciones de nácar.

Los enconchados. Entre 1650 y 1750 se produjo en Nueva España un género de obras
pictóricas conocido con el nombre de enconchados que no guarda relación con la pintura

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novohispana ni con la europea, ya que la influencia oriental se da más allá del simple uso de la
concha.
Dicha manufactura tiene su origen en la influencia de los numerosos muebles lacados así
decorados que procedían de China y Japón, tal como se ha comentado en el epígrafe anterior.
El impacto de esta artesanía marcó a artistas y pintores mexicanos de la época que, inspirados
en los modelos orientales, decidieron utilizar la madreperla en sus obras. Las láminas de nácar,
finas e irregulares, se reservaban a los motivos más decorativos de las pinturas: los ropajes y
ciertos elementos de las arquitecturas y paisajes siguiendo “un trazo previo que se hacía para marcar
el lugar en donde debían, o podían, colocarse los trozos de nácar, ya que éstos no están puestos al azar, sino
estratégicamente para dar mayor lucimiento a la obra” (E. Vargaslugo). Se adherían por medio de una
cola sobre la madera, a veces entelada, previamente preparada con una base cuyo componente
principal era el yeso, que recibía el recubrimiento de pintura (óleo o colorantes naturales
desleídos en barniz), también extendida sobre la madreperla. Por último, una capa de barniz
daba el aspecto brillante y acharolado buscado para conseguir cierta semejanza con las lacas
orientales.
Los temas recogidos en estas tablas son: ciertas series con el relato de «La conquista de
México», desde el desembarco de Hernán Cortés en San Juan de Ulúa (1519) hasta la caída de
Tenochtitlán, la capital azteca, y la prisión del último emperador indígena, Cuauhtémoc en
1521 (Figura 23); escenas del Antiguo y Nuevo Testamento; Vírgenes Guadalupanas; un
amplio santoral (A. Rubial) y personajes mitológicos. En la parte posterior de las tablas se
muestran diversas vistas de la ciudad virreinal, (con edificaciones, calzadas y canoas surcando
los canales) y a la población reunida, mezclándose dignatarios con comerciantes, criollos,
mestizos e indios y mulatos, todos en una grata convivencia.
La mayoría de los enconchados son anónimos pero las investigaciones realizadas por Manuel
Toussaint, Concepción García Saiz, Antonio Bonet Correa y Marta Dujovne han podido
precisar los nombres de ocho de sus autores: Tomás González de Villaverde, Miguel
González, Juan González de Mier, Antonio de Santander, Nicolás Correa, Agustín del Pino,
Pedro López Calderón y Rudolpho.

La cerámica de Talavera de Puebla. Otro ejemplo de mestizaje artístico en México es la


conocida como cerámica de Talavera de Puebla. En ella convergen influencias de los indígenas
americanos, España y China, estas últimas llegadas con la Nao de Manila. Esta legendaria clase
de loza es una copia fiel (contrahecha) de la fabricada en el siglo XVI en Talavera de la Reina
(loza caracterizada por su engobe color crema y decoración en azul cobalto) pero con
aportaciones particulares de los artesanos de Puebla (Fig. 24).

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La Talavera de Puebla es una cerámica de baja temperatura, hecha con barro rojo y pintada
con esmaltes estanníferos que se ha venido fabricando hasta el presente de una forma artesanal
y respetuosa con las formas tradicionales. La alfarería de Talavera es un arte ligado
históricamente a ciertos espacios: la cocina, la iglesia y el convento, la fachada de la casa y su
interior. Hoy, los productos básicos son las vajillas, los tibores y pies de lámparas, y los
azulejos. Uno de los talleres más antiguos fue el de La Trinidad, y más recientemente el de
Uriarte, con fabricación en serie.

5. Las huellas en la población mexicana: los inmigrantes filipinos de Colima,


Acapulco, San Blas, Coyuca y Salina Cruz.

Los primeros inmigrantes filipinos a Nueva España fueron los seguidores de Magat Salamat,
hijos del jefe Lakandula de Tondo, deportados a México por el Gobernador Santiago de Vera
en 1588 después de que éste abortara la primera revuelta frente a la colonización española.
Estos inmigrantes fueron Gabriel Tuambacan, Francisco Aeta y Luís y su hijo Calao, cuyos
apellidos no han sido recordados (C. Quirino).
El segundo contingente que llegó a Nueva España arribó a Colima y en circunstancias socio-
políticas especiales. El hecho histórico de que Colima fuese una de las primeras fundaciones
españolas en la Nueva España (1523) permitió a los vecinos reclamar un derecho de sangre
por ser descendientes de conquistadores. Las expectativas que suscitaron sus puertos de
Salahua y de la Navidad parecían halagüeñas, pero se frustraron dada la mayor cercanía de
Acapulco respecto a la capital novohispana. Acuciados por la necesidad, los vecinos de Colima
se plantearon encontrar un producto a explotar que debería ser preferentemente único, de
poco volumen y gran valor. En 1569 Álvaro de Mendaña, al regreso de su viaje a las islas
Salomón, trajo la palma de coco y los pobladores de Colima vieron en su transformación
industrial la alternativa económica esperada.
Así, en sucesivos viajes de la Nao de la China, llegaron al Virreinato más de un millar de
filipinos para cultivar la palma de cocos. Las plantaciones se extendieron por la franja costera
del Pacífico, desde el puerto de la Navidad a Acapulco, pero no de modo homogéneo:
plantaciones e inmigrantes se concentraron en los valles de Caxitlán (en Colima) y Zacatula (en
los límites de Michoacán y Guerrero) y en las inmediaciones del puerto de Acapulco. Con el
tiempo, la cultura de la palma se centró en Colima mientras en las restantes regiones
desapareció. Por ejemplo, los cultivadores filipinos de Acapulco cambiaron esta actividad por
otras para las que tenían gran habilidad, como la navegación y la pesca. También

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desempeñaron oficios de barberos y vendedores de telas, velas y aguardiente. Los españoles les
llamaban indios chinos, les hacían pagar tributo como los indígenas y les aplicaban sus leyes.
Hoy, las colonias de filipinos más antiguas (las aportadas por el Galeón de Manila) se
encuentran en los municipios de Acapulco, San Blas y Coyuca, en el estado de Guerrero; y en
Salina Cruz, en el estado de Oaxaca (la más numerosa, residente en ciudad de México, es más
reciente y se ha formado en los siglos XIX y XX). Familias acapulqueñas con raíces filipinas
son las Bermúdez, Diego, Lobato, Batani, Funes, Liquidano y Tellechea. Familias coyuqueñas
con el mismo origen son las apellidadas Guinto, Balanzar y Zúñiga. En relación con los
pobladores de Oaxaca y según declaraciones del recientemente fallecido embajador de Filipinas
en México, Justo Orros Ortega, alrededor de 200 habitantes de Salina Cruz creen que sus
antepasados eran filipinos y tripulantes del galeón de Manila. Los inmigrantes que fundaron
esta ciudad lo hicieron sobre una antigua aldea de pescadores (Salina Viaá). Uno de ellos fue
Lorenzo Paulo (también conocido como el patrón Lorenzo) y sus herederos celebran
anualmente, con el resto de la colonia filipina, una fiesta titular: la Vela Paulo.
Volviendo a los inmigrantes de Colima, es preciso referir que, a raíz de su trabajo con la palma
de cocos para la obtención de bebidas alcohólicas, desplegaron otras habilidades de esa misma
cultura, entre ellas las constructivas, a las que seguidamente prestaremos atención.

6. La influencia filipina en la arquitectura del occidente mexicano: la palapa

El aporte filipino más significativo a la arquitectura y a la identidad de las regiones mexicanas


de la costa del Pacífico fue un sistema constructivo de cubierta de palma conocida como casa de
palapa o simplemente palapa (Fig. 25). La palapa tuvo su origen en la ciudad de Palapag, en la
isla filipina de Samar y llegó a México por Colima. Su presencia se debe a la comunidad de
filipinos que llegaron a trabajar en un producto que sería de gran consumo en el México
virreinal: el vino de cocos o tuba. Este licor, producido con la savia del tallo de la palma de coco,
compitió ventajosamente con los licores de Castilla, razón por la que en la segunda mitad del
siglo XVII fue severamente prohibida su producción y comercialización.
Los inmigrantes filipinos traídos en la Nao de la China para la explotación del cocotero se
encontraron con una situación que les permitió desarrollar la palapa como tecnología
arquitectónica. La situación era fruto de dos circunstancias: una, que los permisos para la
explotación del cocotero se extendían por periodos no mayores de diez años y que no ofrecían
seguridad acerca de la actividad; y otra, que los orgullosos propietarios españoles, al no residir
en las haciendas y huertas, no imprimieron su propio sello ni a las viviendas de los trabajadores
(que hubiesen sido de adobe y teja como en las haciendas de otras provincias) ni a las
12
destilerías. En estas circunstancias, los empleados importados desarrollaron un proceso
constructivo –la palapa- con el mismo material con que trabajaban a diario. Así, “con recursos
mínimos podían producir los espacios que requerían en sus actividades cotidianas con construcciones que
duraban justo los periodos de 8 a 10 años que amparaban las licencias para producir y comercializar el vino de
cocos” (A. Gómez Amador).
La principal característica de la palapa y su paralelo mexicano, la casa de tijera y zacate, es su
techumbre a manera de sombrilla. Mientras las construcciones de origen europeo se apoyan en
elementos que descargan el peso, de unos en otros, en una sola dirección, el sistema filipino
consiste en una armadura tridimensional que trabaja en todas las direcciones, como un
paraguas (Fig. 26).
La palapa puede, pues, definirse como una tecnología asiática adaptada por los propios
inmigrantes filipinos y adoptada por los naturales (que habían desarrollado alguna artesanía
con la palma de cayaco). La complejidad del proceso constructivo, que demanda una labor
colectiva sincronizada de 6 personas, requirió la participación de otras etnias de trabajadores de
las huertas de cocos, principalmente negros e indígenas. Gracias al trabajo colectivo en la
edificación de las cubiertas, como todavía se realiza en Filipinas y en México, se difundió el
conocimiento de esta tecnología.
La palapa arraigó en el s. XVII y cuando el mandato de 1612 que ordenaba eliminar las palmas
se hizo efectivo en 1671 (fecha en que se decretó la “Prohibición absoluta de bebidas
nacionales de la Nueva España”), la aportación de los indios chinos ya estaba realizada. La palapa
se había convertido en producto local (casas de jacal y palma) y durante el siglo XVIII se fue
extendiendo por Jalisco, Nayarit y el resto del estado de Michoacán. Paralelamente, desde su
otra procedencia, la de Guerrero, se extendió a algunas regiones más al sur. Al finalizar el siglo
XVIII, los rasgos de identidad importados de oriente ya eran mexicanos. La tecnología de la
palapa para esta época ya formaba parte del repertorio arquitectónico de cualquier habitante
colimense. Al desvanecerse la presencia de los chinos en Colima todo poblador nativo era
dueño de un conocimiento que le permitía construir su propia casa de palapa.

7. Las huellas en la gastronomía mexicana: el relleno, el macán, la tuba, el guinatán, la


pulpa de tamarindo, el cilantro, el caimito y el mango

Los viajes de la Nao de la China dejaron su huella en la gastronomía de las poblaciones


costeras del Pacífico, con aportaciones tan curiosas como el relleno en Costa Grande o el macán
en Costa Chica.

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El relleno filipino, que forma parte desde el s. XVI de la gastronomía de la Costa Grande y
particularmente de Acapulco, consiste en un lechón longano que las mujeres de Tecpan se
encargan de rellenar con papas, plátano y piña. Cuenta el cronista Rubén H. Luz que su tía
abuela, trajo la receta de aquella población y sus descendientes continúan cocinándolo en Pozo
de la Nación. En cuanto a la Costa Chica, la bebida preferida es el macán, preparada a base de
piña y arroz (dejado en remojo 12 horas).
Otra bebida traída con los Galeones, hoy ampliamente consumida por los mestizos de las
costas occidentales de México (estados de Guerrero y Colima), es la tuba o vino de palma
obtenido por la fermentación de la savia del tallo de la palma de coco. La savia recién obtenida
es de color pardo; pero en cuanto comienzan a crecer los microorganismos se clarifica,
adquiriendo un color blanco. La bebida es dulce, algo viscosa, muy efervescente y ligeramente
alcohólica, por lo que es utilizada como bebida refrescante. Después de la fermentación sirve
para hacer vinagre o aguardiente.
También de procedencia filipina es el guinatán, un delicioso manjar de pescado
(preferentemente, cuatete o sierra) cocinado en leche de coco con un chile guajillo, orégano y sal
(A. Rebolledo Ayerdi). Se aconseja que en la preparación de este plato no esté presente una
mujer embarazada, pues en este caso se corta.
El tamarindo, cuya pulpa enchilada y endulzada constituye, junto con el dulce de coco, la otra
industria más poderosa de Acapulco, llegó, asimismo, con la Nao de la China. También esos
navíos trajeron el cilantro, cuyo olor se identifica hoy con México; y el caimito, una fruta
acapulqueña de color morado con cierto sabor a coco. En cuanto al mango, la simiente
acapulqueña procedió de la isla de Luzón.

8. Las huellas del Galeón en los entretenimientos mexicanos: las peleas de gallos y las
piñatas

Las peleas de gallos. Esta diversión ha constituido, a lo largo del tiempo, el entretenimiento
nacional mexicano por excelencia. Es posible que los primeros gallos de pelea traídos a México
procedieran de criaderos castellanos (gallo español o de balanza) pero se sabe que el gusto
popular por las peleas de gallos se generalizó a raíz de la importación de gallos asil malayos
venidos con los primeros viajes del galeón de Manila. Los asil dejaron en la gallada mexicana y
peruana su perfil asiático característico: gallo muy grande, golilla sedosa brillante, lomos
riñonudos, patas altas y cola abierta.
La promoción de los gallos de pelea como espectáculo se debió a los virreyes. El primer lugar
escogido para las peleas fue, en ciudad de México, una plaza llamada del Volador donde, en
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época prehispánica, se ejecutaban acrobacias como las que todavía realizan los Voladores de
Papantl. La elección del lugar (que también servía para corridas de toros) estaba justificada por
el hecho de que los balcones del palacio se convertían en palcos privilegiados para ver el
espectáculo.
Muchos años después, tanto el dictador Antonio López de Santa Anna como el revolucionario
Pancho Villa compartieron su predilección por los gallos asil y adquirieron fama de buenos
amarradores.

Las piñatas. Son ollas de barro cubierta con una figura de papel y cartón, que contienen
frutas de la temporada y que forman parte del folclore navideño. Algunos autores mantienen
que su origen es chino (de ahí el uso imprescindible del papel de china) y que fue importada
por la Nao de Manila, pero otros autores creen que es de origen árabe, que se introdujo en
España y Sicilia (donde se le dio el nombre de pignata) y luego pasó a México con los
españoles.
La piñata pende de una reata y es balanceada para que los niños pasen, uno por uno, con los
ojos vendados para romperla. Al ser rota, salen de su interior, además de las frutas, dulces,
confeti y regalos. Las piñatas son esculturas efímeras espectaculares por su forma y el colorido
de los papeles con que se forran: el de china y el metálico.
En el s. XVI se les dio una función catequética (la piñata representaba la lucha que sostiene el
hombre, valiéndose de la fe (el palo), para destruir maleficios) y por ello las formas más
tradicionales son las de estrella de siete picos, que simbolizan los siete pecados capitales. Con
el transcurso del tiempo, el modo de hacer las piñatas no ha cambiado pero sí las figuras:
ahora, las hay con forma de barcos, payasos, animales o personajes de moda.

9. Las huellas en la vestimenta mexicana: los paliacates, los sombreros calentanos, los
chales de la India y las guayaberas.

Los paliacates. Son una prenda utilizada por los mexicanos como pañuelo, monedero o
corbata. También se usa bajo el sombrero para dar sombra al cuello cuando se trabaja
inclinado y es parte esencial en muchos atuendos de danza. Llegó con la Nao de China desde
Kalicot, en la India. En Nueva España se le llamó palicot y más tarde, paliacate (C. Romero
Giordano, 2003).
Los paliacates tradicionales están hechos con tela de algodón y tienen una dimensión mayor
que las de un pañuelo normal. Suelen estar estampados en color rojo con diseños en amarillo y
negro (Fig. 27). Actualmente se producen paliacates de muchos colores con el diseño clásico.

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Los diseños de los paliacates tradicionales provienen de la India, donde se estampaban
manualmente. Los primeros llegaron a México por el Pacífico y se popularizaron en la costa.
Fueron comercializados principalmente por españoles y durante el s. XIX, por ingleses.

Los sombreros calentanos (de Tierra Caliente, región compartida por los actuales estados de
Michoacán, Guerrero y México) son sombreros de ala ancha fabricados en hoja de palma, cuyo
diseño original provino de Filipinas (Fig. 28). Desde el s. XVII están incluido entre los
sombreros tradicionales de los mariachis. Uno de los cantares, de los que es autor José Martí,
dice:
"Ya sé dónde ha de venir /Mi niña a la comunión /De blanco la he de vestir / Con un gran sombrero alón"

El rebozo mexicano. Es heredero de los chales de la India y del mantón de Manila. Los
chales de la India eran y son piezas de seda ricamente bordadas en vivos colores. Los primeros
que fueron importados por la Nao, a su llegada a España, no fueron suficientemente valorados
porque su vistosidad y colorido chocaban con la sobriedad de los Austrias. Sin embargo, en
México tuvieron muy buena aceptación. Lo mismo ocurrió con los mantones de Manila
bordados en Cantón y que se llamaban Primaveras de Cantón. Pronto surgió la versión
mexicana de ambos: el rebozo mexicano o chal bordado (Fig. 29) que se convirtió en prenda
indispensable en el atuendo tradicional de las mujeres del Virreinato de Nueva España y que
empezó a confeccionarse en seda con motivos enteramente nuevos. Desde entonces pertenece
al atuendo tradicional de la mujer mexicana.

Las guayaberas. Son chaquetillas de tela ligera, en lino o algodón, con bolsillos en la pechera
y en los faldones. Aunque es una prenda de vestir masculina, está adornada con alforzas y, a
veces, con bordados. Se considera que las guayaberas son herederas del barong tagalog filipino,
fabricado en las telas nipiz. Muy posiblemente, los indios chinos traídos a México para el cultivo
de la palma de coco divulgaron su uso en el medio rural. Hoy es de amplia utilización en
América latina.

10. Más huellas en el folclore: La china poblana y otras leyendas

La China Poblana (Catarina de San Juan). Entre las tradiciones mexicanas se distingue una,
la de la China Poblana, que, por su belleza y por haber hallado su máxima expresión en el
vestuario del pueblo, ha perdurado a través de los siglos, y todavía se la considera como una de
las más genuinas perlas que aportó la Nao de la China a los encantos de la historia de México

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Cuenta F. de la Maza que en el año 1609, nació en la ciudad de Indra Prastha una princesa
llamada Mirnha, de la estirpe de los mongoles de la India Oriental. Al huir de los turcos, la
familia llegó a la costa, donde arribaron los portugueses dedicados al tráfico de esclavos.
Mirnha era “de color más blanco que trigueño; el cabello más plateado que rubio; la frente espaciosa y los ojos
muy vivos, nariz bien delineada y garboso andar”. Un día que la princesa paseaba por la playa, en
compañía de un hermano menor, fue hecha prisionera y llevada a Cochín, para después ser
enviada a Manila.
El marqués de Gálvez, entonces virrey de México, encargó al gobernador de Manila la compra
"de esclavas de buen parecer y gracia para el ministerio de su palacio” y trato de adquirir a Mirnha. Sin
embargo el mercader no entregó la joven al virrey sino que la vendió como esclava al rico
capitán Miguel de Sosa, que vivía en Puebla de los Ángeles casado con Margarita de Chávez
por un precio 10 veces superior al ofrecido por el virrey.
Cuando Mirnha llegó al puerto de Acapulco, portaba una rara indumentaria, compuesta por
una camisa con ricos bordados, un zagalejo de brillantes colores, con lentejuelas, unas
chancletas de seda y largas trenzas. Era la primera vez que una mujer de rasgos orientales
llegaba a Acapulco y su vestimenta despertó la curiosidad de los concurrentes a la feria que se
celebraba a la llegada de la Nao. La gente se preguntaba cómo había llegado a México aquella
china, como la llamaron de inmediato; sin tomar en cuenta su origen hindú.
La recién llegada fue bautizada en la iglesia del Santo Ángel de Analco con el nombre de
Catarina de San Juan. Más tarde refería Catarina que ‘’cuando llegó a Puebla, en 1619 era tan niña,
que tenía su madre adoptiva que vestirla y peinarla”. Respecto a su educación, Catarina no consiguió
aprender a leer o a escribir en castellano pero, en cambio, salió diestra bordadora, duplicando
los diseños chinos que había visto en Oriente. Con sus padres adoptivos seguía luciendo sus
raros ropajes, que mezcló con los indígenas, dando lugar al traje típico de la China Poblana,
como dio en llamarle la gente.
Don Miguel Sosa murió en diciembre de 1624 y en su testamento dio la libertad a Catarina.
Ésta fue casada con un esclavo de origen chino, Domingo Suárez, al que rechazó para entrar
en Religión. La recogió el clérigo Pedro Suárez y vivió en la pobreza haciendo vida ascética.
Desde ese momento, comenzó a revelarse una nueva faceta de Catarina: visiones místicas en
las que jugaba con el niño Jesús o hablaba con una escultura de Jesús Nazareno. Pasó de ser
considerada loca a ser respetada por miles de personas entre los que se contaban el obispo de
Puebla y los jesuitas.
Catarina murió el 5 de enero de 1688. La muchedumbre que acudió al velatorio la besaba y
arrancaba pedazos de su mortaja para conservarlos como reliquia. Tal fue la veneración que
inspiró Catarina, que desde 1691 el tribunal de la Inquisición tuvo que prohibir la

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reproducción de sus retratos y la edición del relato de su vida por el P. Alonso Ramos, para no
entorpecer su beatificación (Fig. 30).
El sepulcro de Catarina de San Juan se conserva en la sacristía de la iglesia de la Compañía de
Jesús en Puebla, cerca de la puerta que comunica el presbiterio con la sacristía, bajo una lápida
de azulejos. En 1907, existía una calle llamada de las Chinitas, donde Mirnha vivió.
El arte popular ha combinado el atuendo femenino de la China Poblana con el masculino del
charro jalisciense para representar uno de los bailes más típicos de México, el jarabe tapatío,
presente en todas las celebraciones populares.
El atuendo tradicional de la China Poblana (Fig. 31) se compone esencialmente de rebozo, blusa
y zapatillas. El rebozo más apropiado es el de bolita en colores palomo y coyote. La blusa lleva
bordados de chaquira y es de manga corta. La falda, consta de dos piezas: la superior, es de
percal o seda verde, de igual matiz que la pretina; y la inferior está recamada de bordados en
lentejuela y chaquira formando flores, aves y mariposas multicolores. El peinado es a base de
dos trenzas, con raya en medio, rematado con moños de listón de los mismos colores del
ceñidor. En las orejas, se llevan arracadas o zarcillos; y en el cuello, gargantilla de corales. En
algunos casos se usa con sombrero jarano, adornado con barboquejo de gamuza o de cinta de
popotillo. Las zapatillas son forradas en seda verde o roja.

Cecilia la Saurina. Cecilia era una mulata que pasó a la historia de Acapulco por predecir la
suerte de un galeón de Manila, la capitana San Nicolás de Tolentino, cuya tardanza rebasaba todas
las predicciones. Después de la llegada en solitario de la nave acompañante, la almirantilla
Nuestra Señora del Rosario, todo Acapulco ubicaba el galeón en el fondo del mar o en manos de
piratas. Sin embargo, la mulata lo veía en apuros pero con derrotero seguro. “Llegará,
desarbolado y con la tripulación menguada, pero llegará”, anticipaba. Cuando el galeón llegó (el 4 de
abril de 1620, dos días después de lo esperado) y tras el contento general, la gente empezó a
preguntarse cómo Cecilia había conseguido la información que pregonaba. Alguien sugirió
tratos con el diablo y la situación se complicó. Afortunadamente, el buen juicio de un fraile,
Domingo Martínez, evitó la hoguera: en vez de entregar a Cecilia al Santo Oficio la puso a
disposición de las autoridades administrativas del puerto que, con un pequeño castigo, la
liberaron (A. Rebolledo Ayerdi). Sin embargo, el galeón tenía la suerte echada: en el siguiente
viaje de vuelta, el 8 de julio de 1620, se perdió en la ensenada de Borongán.

Gerónimo de Gálvez, piloto de galeón. Según R. Bernal, en el año 1689 llegaron a Acapulco
un hombre de mar llamado Gerónimo de Gálvez, acompañado de su mujer, la preciosa Solina.
Gerónimo se inscribió como piloto en el galeón Santa Rosa de Lima y al cabo de tres años, en
una de sus ausencias, un joven hidalgo, don Sebastián de la Plana, raptó y violó a su mujer.

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Esta murió a los pocos días del suceso (nadie supo si de tristeza o envenenada por su propia
mano) y don Sebastián de la Plana huyó a Manila en un galeón antes de que llegara Gerónimo.
Cuando Gálvez llegó a Acapulco y se enteró de su desgracia, juró vengarse y se embarcó
también rumbo a Manila en busca del asesino de su mujer. Tras seis años de búsqueda, uno de
los espías localizó a De la Plana en Macao, se hizo amigo de él y le convenció para regresar a
Cavite, diciéndole que se podría arreglar un buen negocio de contrabando con uno de los
oficiales que era amigo suyo y mandaba la guardia del Santa Rosa de Lima.
Así, el día señalado, salió don Sebastián y el espía en una canoa, rumbo a Cavite. Ya de noche
llegaron al galeón. En el barco solo estaba Gálvez (quién había enviado a la guardia a las
tabernas de Cavite) dispuesto a pelear. Don Sebastián corrió a refugiarse en la arboladura de la
nave pero se golpeó en una antena, cayó sobre cubierta y se rompió la columna vertebral.
Gálvez y el espía trasladaron en una barca el cuerpo inanimado de don Sebastián hasta Manila
y luego le arrastraron hasta un jacalón de la calle de la Rada. Cuando don Sebastián recobró el
conocimiento, vio a Gálvez frente a él manteniendo en la mano un medallón con una
miniatura de Solina. El dolor que sufría don Sebastián era atroz y también su sed pero cuando
se atrevió a pedir agua, Gálvez no contestó una palabra. El mismo silencio sirvió de respuesta
cuando pidió un cirujano y solicitó un confesor. Tres días duró esta escena, durante los cuales
Gálvez no ni hizo otra cosa que mostrar el retrato de Solina a su enemigo, hasta que murió.
Un mes después zarpó el Santa Rosa de Lima para Acapulco llevando como piloto a Gálvez.
Este era su último viaje y en Acapulco dejó para siempre la vida del mar. Luego se le vio
durante algún tiempo recorrer la Nueva España vestido de penitente, visitando santuarios y
regresando cada cuatro meses a Acapulco a visitar la tumba de Solina. Un amanecer los
pescadores lo encontraron muerto sobre esa tumba con la miniatura en las manos. Los frailes
de San Hipólito lo enterraron junto a la mujer amada.

11. La huella en las manifestaciones religiosas: Felipe de Jesús y el Santo Niño de


Boca del Río

Para los mexicanos, la Nao de Manila tiene algo íntimamente ligado con el primer santo y
mártir mexicano: Felipe de Jesús. (Figura 32). Este santo nació en la Ciudad de México pero
se unió a los misioneros franciscanos de Manila, en cuyo convento de Nuestra Señora de la
Guía residió. En noviembre del 1596 se embarcó en el galeón San Felipe, rumbo a Acapulco,
para oficiar su primera misa ante sus padres. Sin embargo, el galeón embarrancó en Urando y
fray Felipe y otros franciscanos fueron capturados. El gobernador del lugar, conociendo las
riquezas del navío, dio orden de expropiación, y el rey de Meaco, para encubrir el robo,
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promulgó de nuevo el edicto de 1587, alegando que los frailes hacían un proselitismo ilegal y
que preparaban una invasión. En virtud de ese edicto, 6 franciscanos y 17 japoneses fueron
condenados a muerte. Después de ser mutilado y exhibido por varias ciudades japonesas
(Osaka, Sacay y Nagasaki), fray Felipe de Jesús fue crucificado. Refieren las crónicas que
apenas pudo expresarse porque una argolla le sujetaba el cuello. Solo logró gritar tres veces el
nombre de Jesús. Viéndole acabado, lo mataron al modo acostumbrado: dos lanzas
atravesaron sus costados, y cruzándose en el pecho, salieron por sus hombros (J. M. Iraburu).
En la colina de los mártires de Nagasaki, la iglesia que corona el conjunto de construcciones
está dedicada a San Felipe de Jesús. La Ciudad de México celebró su canonización y proclamó
como fiesta nacional el 5 de febrero de cada año por haber sido el 5 de febrero de 1598 (ó 1597)
la fecha de su martirio. También se dio su nombre a un municipio del estado de Sonora,
fundado en 1657 por el capitán Juan Munguía Villela.
Otra huella filipina en las manifestaciones religiosas de México es la veneración, en un paraje
de la Costa Chica llamada Boca del Río, de la imagen de un Santo Niño que es réplica o muy
parecida a la del Santo Niño de Cebú, venida con la Nao de la China (A. Rebolledo Ayerdi).
Esta veneración ha dado lugar a una de las celebraciones locales más espectaculares de México,
protagonizada fundamentalmente por colectivos indígenas y de raza negra.

12. Epílogo

La Nao de la China no sólo transportó obras de arte, joyas, víveres y especias (Figs. 33 y 34),
sino también indios chinos (Fig. 35) que se integraron en la sociedad mexicana aportando su
bagaje cultural y sus costumbres. Ese mestizaje de sangre y cultura se ve hoy materializado en
la presencia de comunidades mixtas en los barrios de Acapulco y Manila (ciudades
hermanadas) y en modos similares de vida a uno y otro lado del Pacífico. En las últimas
décadas, ese pasado histórico común ha sido invocado por Filipinas y México para restaurar las
relaciones diplomáticas y su cooperación en aspectos culturales y comerciales. Hoy, también
puede ser invocado para extender la relación filipino-mexicana a Oriente y Occidente con la
incorporación de China, por una parte y de España, por otra, y de este modo reconstruir la
vinculación entre los cuatro países establecida por las huellas de los galeones.
En este año 2007, que celebramos el Año de España en China, se nos presenta una ocasión
única para, siguiendo las huellas que dejó La Nao, y a través de una puerta llamada Filipinas,
reencontrar el camino desde México hasta China.

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Rueda Smithers, Salvador. La nao de China, riqueza a contracorriente, en: Arqueología mexicana,
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Sales Colín, Ostwald, El movimiento portuario de Acapulco: un intento de aproximación (1626-1654)


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Vega, José de Jesús. Lecciones de historia. Prensa hispana. Edición: 636. Phoenix, AZ, 2003.

22
Figura 1. Retrato de Andrés de Urdaneta y Zeraín
Figura 2. Plano del puerto de Acapulco, 1712
(Archivo General de Indias, Sevilla)

Figura 3. Mapa del Virreinato de Nueva España, por José Antonio


Alzate y Ramírez, 1767 (Museo Naval, Madrid)
Figura 4. Galeón de 1730 con 50 cañones.
por José González, piloto jefe y Almirante de la
carrera Manila - Acapulco, 1731 - 1734

Figura 5. Galeón de Manila del s. XVIII


Imagen tomada de la página de la Embajada
de la República de Filipinas en Argentina
www.buenosairespe.com.ar/phils/history.htm
Figura 6. Carga de una Nao de la China
Figura 7. Rutas de los galeones de Filipinas, 1573

Figura 8. Duración del tornaviaje (en días)


(Según Henry Días y Susana Bacon en: Manila
Galleon Voyages http://www.cdc.noaa.gov/spotlight)
Figura 9. Ruta de la Nao de la China (dibujado a mano, s. XVII)
(Según Henry Días y Susana Bacon en: Manila Galleon Voyages
http://www.cdc.noaa.gov/spotlight)
Figuras 10 y 11. Vista panorámica (izquierda) y entrada (derecha) del Fuerte de
San Diego, en Acapulco

Figura 12. Plano del castillo de San Diego en el puerto de Acapulco, 1772
(Archivo General de Simancas, Valladolid)
Figura 13. La Contaduría de San Blas, en Nayarit

Figuras 14 y 15. Plaza mayor e iglesia de La Marinera (izquierda) y


Pórtico de la aduana marítima (derecha). San Blas,
Nayarit
Figura 16. Vista de la Nao de la China desde San José del Cabo
Figura 17. Real de a ocho de Carlos IV, con resellos chinos
(Pieza nº 147 de la Colección SEACEX, Sociedad Estatal
para la Acción Cultural Exterior)

Sobre esta pieza pueden leerse resellos de seis tipos según su significado:
nombres propios (apellidos): CAI, MU, MI, DING, RI, SHANG, CHIE y BU;
marcas de calidad: ZHONG («fiel, justo»), HE («conforme»), DA («grande»;
puede ser también un apellido) y GONG («bien trabajado»); términos
relacionados con prosperidad y riqueza: YI («beneficio, provecho») y FU
(«rico, abundante»); puede ser también un apellido); números: SHI («diez»;
puede tratarse también de un apellido); nombres de lugar: XI («Occidente» y
abreviatura de «España», que en chino transcriben como Xi Pan Ya); símbolos
no ideográficos de sentido incierto: Yin-yang, sol (dos veces; probablemente se
trata del «resello quemadura de sol» de Siam), flor (quizá resello del sultanato
de Soumanap en la isla de Madura), aspa y dos diseños geométricos que
recuerdan a nuestras letras «Z» y «V».
Figura 18. Feria de Acapulco (por Robert McGinnis)

Figura 19. Formación coralina sobre cerámica de época


Ming, recuperada de un galeón de Manila
Figura 20. Tejido nipiz exhibido en la exposición “Arte
tradicional de Filipinas”.
Castillo de Chapultepec, Marzo, 2005

Figura 21. Marfiles de la colección del Museo Nacional


del Virreinato, en Tepotzotlán, México
Tabla 1. Movimiento portuario de Acapulco, 1626-1654 (según Sales Colín, 1996)
Figura 22. De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Arca eucarística; arca relicario
estilo Namban; enconchado con la imagen de San Francisco Javier; y
batea decorada con motivos amorosos
Figura 23. Colección de enconchados “Conquista de México”, depositados en el
Museo de América de Madrid. Obra de Miguel y Juan González, 1698.
Son óleos sobre tabla con incrustaciones de nácar.
Figura 24. Piezas de Talavera poblana
Figura 25. Palapa

Figura 26. Cubierta de una palapa


Figura 27. Paliacates

Figura 28. Sombrero de Michoacán-Guerrero

Figura 29. Rebozo de seda


Figura 30. Catarina de San Juan
Figura 31. Traje de China Poblana
Figura 32. San Felipe de Jesús
Anónimo, s. XVIII.
México, Museo Nacional del Virreinato
Figura 33. Joyas recuperadas del Nuestra Señora de la Concepción, galeón de
Manila que naufragó frente a las costas de Saipán (Islas Marianas)
el 20 de septiembre de 1638.
Figura 34. Nuez moscada, una de las especias
transportadas por la Nao de la China

Figura 35. Indios chinos


Aguada de Juan Ravenet, finales s. XVIII

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