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La proteccin intil Lo s muy bien, soy de una timidez enfermiza, estar en el mundo me es hierro, me es guijarro.

Hasta el agua, casi siempre mi aliada, resbala seca y hostil contra estos labios que la quisieran almendra y encaje; al atardecer, bajo la luz ambigua que todava me permite errar por la ciudad, el perfil de las nubes, ese perfil suavsimo, lacera brutalmente mi piel y me obliga a huir gritando, a refugiarme bajo los portales. Me aconsejan que viaje en subterrneo para mayor seguridad, o que me compre un sombrero con alas flotantes. De nada vale que me hablen con el tono que suscitan los nios, yo miro hacia lo lejos donde sin embargo hay un golondrina esperando para afilar sus tijeras en mi cuello. Los consejeros municipales han llegado a votar crditos para mi proteccin, la gente se preocupa por m. Gracias, seoras y seores, me gustara retribuir tanta gentileza con ternura y civilidad; desgraciadamente ustedes estarn siempre all y eso es acantilado a pique, mquina para moler la sombra, insoportable exageracin de una bondad armada de garras de coral. Cada vez me parece ms penoso complicar la existencia ajena, pero no queda ninguna isla desierta, ninguna arboleda de mala fama, ni siquiera un corralito para encerrarme en l y, desde all, mirar a los dems bajo la luz de la alianza. Tengo yo la culpa, oh tierra poblada de espinas, de ser un unicornio?

Julio Cortzar

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