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Introducción
En el otoño de 1732 se encontraba el poeta Voltaire inmerso en la preparación de los
Elementos de la filosofía de Newton1, la primera y más decisiva obra de difusión
generalizada de la metafísica y la física newtoniana en el continente. La gravedad del
compromiso de quien, siendo ante todo un humanista, no disponía en principio de la
formación científica necesaria para llevar a término este proyecto se cimentaba en su
profunda admiración por la personalidad, el pensamiento y la obra de Newton.
En sus Cartas filosóficas2, nos refiere Voltaire la impresión que le causó haber
asistido a los funerales de Newton en la abadía de Westminster en marzo de 1727: «Este
famoso Newton, este destructor del sistema cartesiano [...], ha vivido honrado por sus
compatriotas y ha sido enterrado como un rey que hubiera hecho el bien a sus súbditos».
Si la divinización de Newton le ofreció a Voltaire el aliciente para acometer su
empresa, ésta sólo pudo concretarse en un largo y exigente proceso de autoeducación
científica. Su correspondencia con el físico Pierre-Louis Moreau de Maupertuis revela los
múltiples avatares que se le presentaron al proponerse esclarecer los principios de las
teorías de la gravitación, de la luz y de los colores.
Por ejemplo, la famosa ficción de Newton y la manzana propagada por Voltaire
para explicar de forma anecdótico la genealogía de la idea de gravitación no bastaba para
comprender el célebre test de la Luna de los Principia3. El 30 de octubre de 1732 Voltaire
manifiesta a Maupertuis las «terribles dudas» que se le presentaron con respecto a la
validez del principio de atracción, pues no acertaba a explicarse el procedimiento en
virtud del cual Newton comparó la distancia de la caída de la Luna en un minuto desde
su órbita hacia el centro de la Tierra, con la caída en el mismo tiempo de un cuerpo sobre
la superficie de nuestro planeta. Esta prueba crucial permitía derivar la magnitud de la
1
fuerza centrípeta que mantiene la Luna en su órbita, como la proporción inversa del
cuadrado de la distancia al centro.
Cuando en el desarrollo de la correspondencia Maupertuis ofrece a Voltaire la
explicación satisfactoria, éste le responde: «Heme aquí newtoniano a vuestra manera. Soy
prosélito y hago mi profesión de fe bajo vuestra orientación [...]. No es posible abstenerse
de creer en la gravitación newtoniana; es necesario proscribir la quimera de los
torbellinos». Luego reitera sus agradecimientos a quien considera «apóstol del dios del
que os hablo». Al explicar más tarde a sus lectores tales cuestiones, específicamente las
irregularidades en la órbita de la Luna como consecuencia de la atracción del Sol,
Voltaire no encontró nada más adecuado para trasmitir la admiración que le embargaba
que citar el versículo siguiente de la «Oda a Isaac Newton» del astrónomo Edmund
Halley: «Nec propius fas est mortali attingere Divos»4.
Hemos querido introducir la presente exposición sobre el papel de Mutis en la
difusión de Newton en Nueva Granada con el antecedente histórico de la preparación de
los Elementos de Voltaire, porque este capítulo poco conocido de la institucionalización de
la nueva ciencia en Europa guarda, como veremos, notables similitudes con el caso
americano. Destaquemos para empezar el espíritu de apostolado con el cual un erudito de
la Ilustración, en este caso Voltaire, asumió la empresa de consagrarse a difundir la fe
newtoniana en un medio intelectual hostil.
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acercar al público al cual estaba dirigida a los principios de la filosofía de Newton, como
por su función polémica con respecto a la cultura entonces dominante en los medios
intelectuales, esta disertación anticipa el estilo cognitivo característico de las actividades
de estudio y difusión de la física y la astronomía modernas que desarrolló Mutis en el
virreinato. El interés central del gaditano es aclararse a sí mismo y a los demás la
manera como la filosofía newtoniana abandona la jerga metafísica de los antiguos y las
concepciones vacías sobre la sustancia y sus contenidos y rompe al mismo tiempo con los
pretendidos saberes totalizantes del sistema peripatético y la filosofía mecanicista
cartesiana.
En sus escritos y en las evidencias que hemos encontrado sobre su lectura de los
Principia, se advierte a un Mutis que demuestra haber captado correctamente el sentido
de la crítica newtoniana a los presupuestos ontológicos de la filosofía mecanicista, como
condición para fundamentar la mecánica racional. Como veremos más adelante, en
algunos apartes de su traducción de los Principia, Mutis se mostró contrario a la
pretensión de los cartesianos de sustentar la explicación del mundo en las categorías
irreductibles de materia y movimiento. Comprendió acertadamente que al explicar el
concepto de fuerza de atracción y de repulsión como propiedad de la materia, o al aceptar
sólo las simples fuerzas de contacto, el sistema cartesiano caracterizaba el movimiento
mediante mecanismos invisibles y contrarios a la experiencia. En la medida que el
estudio de todo tipo de obras secundarias y primarias le condujo a estimar la complejidad
de la física y la metafísica de Newton, su papel de vulgarizador de estas materias le llevó
a tratar de transformar el medio cultural local para crear un cuadro intelectual diferente
que le permitiera cumplir efectivamente su proyecto difusor.
La enseñanza de la cátedra fue el espacio académico para la consulta por parte de
Mutis y de sus alumnos más aventajados, de algunas de las fuentes primarias de la
entonces naciente mecánica racional. Aparte de Newton, se tienen evidencias de que
nuestros eruditos santafereños, orientados por Mutis, frecuentaron la lectura de Bosco-
vich, Maupertuis, Leseur y Jacquier, Madame de Châtelet, Lacaille, Euler, D'Alembert,
Lalande y el Jorge Juan de las Observaciones astronómicas. Los discursos y corres-
pondencias publicados y los manuscritos del Fondo Mutis conservados en el Real Jardín
Botánico de Madrid contienen referencias a diferentes libros de los mencionados autores
en numerosas cuestiones puntuales. Pero, con todo, el resultado más significativo de este
género de lecturas fue el estudio de los Principia de Newton, adelantado por Mutis y
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algunos miembros de su entorno intelectual alrededor de los años 1770, a través de un
ejemplar de la edición comentada de los padres mínimos Thomas Leseur y François
Jacquier. Aparentemente se trata de la primera traducción de los Principia7 al castellano,
en la cual esta delicada labor se limitó solamente a los libros primero y tercero, al menos
de acuerdo con el manuscrito inédito que hemos localizado y clasificado en el Real Jardín
Botánico de Madrid8.
Como consecuencia de siete años de enseñanza de la cátedra de Matemáticas, en
1770 existía en Bogotá una opinión favorable a la física moderna que impulsó a Mutis a
ir al fondo del estudio de la mecánica racional y del sistema del mundo de Newton.
También influyó en tal determinación el conflicto que enfrentaba al reducido grupo de
defensores de la nueva filosofía comandado por Mutis con la reacción que las
comunidades religiosas, particularmente los dominicos, ejercían en contra de la
enseñanza pública de lo que en aquel entonces se continuaba llamando la «hipótesis
copernicana». La combinación de las resistencias del medio intelectual a la
institucionalización de una opinión favorable a la nueva filosofía en el marco de la
reforma de la enseñanza y la necesidad sentida de dar bases sólidas a su cultura
científica, según los estándares de la comunidad internacional, favorecieron la
determinación de Mutis de hacer un estudio cuidadoso de la que ya se sabía era la obra
paradigmática de la revolución científica.
El medio más directo, pero al mismo tiempo el que menos se prestaba para
descifrar el entramado hermético del discurso de los Principia era una traducción en
lengua natural. Se trataba de hacer reflejar en ella, con toda fidelidad, los matices y
complejidades del «verdadero método de filosofar». En efecto, si para desempeñar la
función divulgadora de la filosofía natural que había asumido prácticamente desde su
llegada a Santafé se sirvió Mutis sobre todo de fuentes secundarias, la lectura-traducción
de los Principia vendría a aclarar, confirmar e incluso corregir su comprensión del
auténtico núcleo de la nueva racionalidad; aquello en que se soportaba el «verdadero
método». Sólo entonces pudo aprehender en su profundo significado dos claves de esta
racionalidad: en primer lugar, la eficacia explicativa de la matematización newtoniana de
los fenómenos naturales (estructura causal simple y universal) y, en segundo lugar, el
proceso de construcción de la teoría basada en la experiencia.
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La traducción en el contexto de la querella sobre Copérnico
Ahora bien, habiendo tomado, desde su inicio, esta difusión del newtonianismo las
características de una oposición radical a la antigua filosofía -la sistemática, la
peripatética, la cartesiana-, al indagar sobre sus fundamentos Mutis estaba predispuesto
a reconocer mejor que un lector corriente el tejido sutil de argumentación anticartesiana
de los Principia. Ello le permitió continuar librando su lucha por legitimar el sistema de
Copérnico y Newton, haciendo honor a su rol de gran apóstol en América hispánica. En
virtud de una fuerte tensión originada en el contexto de la época, el objetivo didáctico-
polémico condicionó la lectura científica de la obra canónica, lo que produjo efectos de
conocimiento que fueron más allá de su propósito normal de descifrar la estructura
causal de explicación del discurso.
En el caso de Nueva Granada, se constata la presencia de algunas de las
características esenciales a los procesos de difusión y de traducción de esta misma obra
en contextos metropolitanos. El paralelismo es más claro con las actividades pioneras de
Voltaire y de la Marquesa de Châtelet en la difusión de Newton en la Francia de los años
1730. Obrando como intermediarios de la transición entre una etapa inicial de difusión
generalizada de la filosofía natural a través de la Óptica de Newton y las obras de los
experimentalistas y otra etapa más avanzada de difusión restringida (los Principia y sus
extensiones en la literatura newtoniana especializada), la pareja de Cirey (Voltaire y
Madame de Châtelet) consagró penosos esfuerzos a domesticar el texto sagrado,
animados naturalmente por un afán de autoeducación e ilustración, pero también por el
anhelo de contribuir así a derruir los bastiones de cartesianismo prevalecientes en las
instituciones y medios intelectuales franceses. De un esfuerzo de tan vastas proporciones
no podrían haber estado ausentes las motivaciones personales. Voltaire y la Marquesa de
Châtelet aspiraban a obtener por este medio la confirmación de su fe newtoniana. En
primer lugar, por parte del círculo reducido de newtonianos de primera línea que los
guiaron en esta empresa (Clairaut, Maupertuis, De Mairan, Leseur y Jacquier, entre
otros). Asimismo por los medios intelectuales conformados por geómetras, naturalistas,
experimentalistas y curiosos de todo tipo que se acercaban cada vez más a las fuentes de
la filosofía nueva9.
Con gran probabilidad debió existir todo un conjunto de circunstancias colaterales,
como la ausencia de una masa crítica de lectores con capacidad para apreciar el contenido
de la traducción, el carácter fragmentario del trabajo y las limitaciones técnicas y de
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infraestructura que impedían publicar este tipo de trabajos en Santafé, y que no
permitían asignar a este documento otro destino que el de circular como manuscrito entre
algunas pocas manos. No obstante, aún en este estado, el manuscrito fue vector de
difusión restringida del newtonianismo. Como sus colegas europeos, Mutis y sus
discípulos consiguieron por esta vía: solidez en su formación científica, reconocimiento
mayor de su medio en tanto que difusores legítimos de la nueva filosofía y capacidad de
negociación que les permitiría imponer poco a poco la aceptación de las teorías
heliocéntricas y ampliar el consenso de la élite criolla alrededor del sistema newtoniano.
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(ecuación) del tiempo. Como sabemos, ésta consiste en la determinación de la diferencia,
variable cada día del año, entre el día solar irregular y un día solar ficticio. Así pues, un
algoritmo matemático le restituye al flujo del tiempo absoluto su real duración. Por su
intermedio, traduce Mutis, «esta duración se distingue con razón de sus medidas
sensibles», y subraya las palabras «distingue con razón», como para destacar su interés
en la problemática central del texto de la cual son reveladores tales términos: la crítica a
las filosofías del sentido común.
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poder comprender las leyes del sistema del mundo, «es necesario salir de este rincón de la
Tierra, que es un punto, y colocarnos mentalmente ya en el Sol, ya en alguno de los
planetas. De este modo, podremos conocer sus verdaderos movimientos y combinar
sucesivamente las leyes que observan y las causas de sus falsas apariencias»13.
Por lo demás, ¿por qué razón habría de reprochársele a la imaginación científica
que edifique su explicación de la realidad física con base a constructos mentales de
naturaleza matemática? Reivindicando el derecho de la ciencia a proceder de esta forma,
pregunta Mutis: «¿Y por qué se nos ha de negar a los filósofos una justa licencia tan
frecuentemente concedida a los poetas?». Su respuesta inmediata es una invitación
entusiasta a dar vuelo a la imaginación creadora: «Iuvat ire per alta astra: iuvat terris, et
inesti sede relictis. Nube vehi, validique humeris insistere Atlantis». Es decir, «Subamos
a las altas estrellas. ¡Subamos allí y dejemos la Tierra, que es una sede engañosa!
Dejémonos transportar por la nube, apoyémonos en los brazos del poderoso Atlante»14.
Este entusiasmo de Mutis no es simplemente producto de una libertad retórica. Su
experiencia de los años anteriores en la tarea de traducir los Principia le había ofrecido
múltiples ejemplos de cómo un artefacto mental proporciona en forma simple el
entendimiento de casi todos los fenómenos naturales. Bástenos por ahora examinar el
corolario primero a las leyes del movimiento, en el cual se presenta, tanto en el texto de
Newton como en los extensos comentarios de los editores, un estudio minucioso sobre la
eficacia interpretativa de la ley del paralelogramo en la mecánica. Mutis necesariamente
tuvo que concluir que si una técnica como ésta le había permitido a Newton, a través de
los innumerables casos en que es utilizada en su obra, considerar los principios del
movimiento físico en toda su generalidad, era porque los traducía en un modelo geométri-
co que le confería al movimiento un sentido enteramente matemático. En distintas
oportunidades, Leseur y Jacquier advierten al lector sobre el hecho notable de que el
movimiento físico es asimilado en los Principia a un movimiento estrictamente
geométrico, en virtud del cual el cuerpo que se desplaza sobre los lados y la diagonal se
reduce a un punto. De manera que, tal vez, el más importante efecto de entendimiento
logrado por Mutis en la traducción fue haber comprendido que en la nueva ciencia existía
una perfecta asimilación del lenguaje geométrico a las propiedades físicas del
movimiento.
Esta geometrización de la física no se reducía tan sólo a los métodos de los
antiguos geómetras. Particularmente en el «Escolio a las leyes del movimiento», la
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edición comentada de los Principia destaca el procedimiento empleado por Newton para
explicar el movimiento de descenso en una curva por medio de una sucesión creciente de
movimientos infinitesimales sobre planos inclinados. La poligonal formada por estos
planos es igual en el límite a la curva que la circunscribe. En varios apartes de los
Principia donde se emplea este tipo de razonamiento, Mutis tuvo que reconocer que, aun
cuando fundamental en la mecánica racional, el método de la geometría euclidiana tal
como aparecía expuesto en los Principia era subsidiario de una «geometría sublime» de
naturaleza distinta a la clásica: el cálculo de infinitesimales. Podemos suponer que la
traducción de estos apartes le permitió aclararse o al menos formarse una intuición más o
menos firme de la articulación de estos dos campos epistémicos diferentes en la geometri-
zación de la física. Desde el inicio de la traducción, en su trabajo con el bloque de las
ocho definiciones a las que se refiere el «Escolio», debió encontrar Mutis motivos
suficientes de reflexión sobre este problema de la matematización de la realidad física
para reconocer que, en efecto, éste era el asunto medular de la filosofía natural
newtoniana. Por ejemplo, al traducir el enunciado latino de la primera definición, Mutis
prefiere destacar que la medida de la masa está representada por el producto de la
densidad y el volumen, y no simplemente por su relación conjunta, como correspondería a
la versión literal. No es extraño que haya preferido subrayar así el sentido aritmético de
la relación funcional entre las variables, puesto que uno de los comentarios que incluyen
en este punto los editores Leseur et Jacquier está precisamente consagrado a analizar las
variantes de la ecuación DV = M (densidad x volumen = masa). Recordemos que uno de
los mitos en la emergencia histórica de la nueva racionalidad matemática en los siglos
XVI y XVII fue precisamente el establecimiento de relaciones de variación funcional entre
magnitudes de todo tipo.
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Igualmente se ha debido reforzar la conciencia antisistemática de Mutis en la
traducción de la definición ocho, al captar el fondo de la crítica newtoniana a las
explicaciones tradicionales del peso de los cuerpos por las propiedades de la materia sutil.
La definición del concepto de peso con base en la cantidad motriz de la fuerza centrípeta
permitió a Mutis validar la eficacia definitiva del método newtoniano de explicación, a
partir del establecimiento de relaciones matemáticas entre variables seleccionadas y
medidas a través de la experiencia. La versión castellana de uno de los comentarios de los
editores a esta definición dice que «si la fuerza aceleratriz se llama G, la masa M [y] la
fuerza motriz p; será p como MG» (P = MG).
Al final del primer párrafo de la mencionada definición, Newton señala que su
interés se centra en el análisis de las condiciones de variación de los factores involucrados
en tales relaciones. En absoluto en la indagación sobre sus posibles causas. Ilustra lo
característico de este enfoque mediante las variaciones del peso con respecto a las
variaciones de la gravedad: «[…] por toda la superficie de la Tierra en donde la gravedad
aceleratriz o la fuerza gravitante es la misma en todos los cuerpos, la gravedad motriz o
el peso es como el cuerpo [es decir la masa]: pero si se sube a otras regiones en que la
gravedad aceleratriz se disminuye, se disminuye también el peso, y este será siempre
como el cuerpo [masa] y la gravedad aceleratriz [tomadas conjuntamente]».
En un ambiente intelectual prenewtoniano, aguzado por las querellas en contra
del sistema heliocéntrico, la traducción de estas ideas seguramente permitió a Mutis
desvelar la ilusión de las concepciones cartesianas aún en boga sobre el peso como
proporcional al tamaño de los cuerpos. Crítico como era del ergotismo reinante en los
medios intelectuales de Santafé, no pudo dejar de captar el valor epistémico radicalmente
nuevo que tiene el párrafo final de la definición ocho, en el que Newton afirma utilizar sin
ningún propósito esencialista voces como "«atracción», «impulso» o «cualquier propensión
hacia el centro», con tal de que sean funcionales con el sentido matemático del concepto
de fuerza. En fin, en las mencionadas condiciones del contexto, Mutis no pudo escapar a
la siguiente interpelación del texto: «Nunca crea el lector que valiéndome de semejantes
voces pretendo en alguna parte definir la especie, o el modo de la acción, o su causa, o la
razón física».
Mutis había sostenido argumentaciones de este tipo en sus lecciones públicas
anteriores a 1770, destinadas a divulgar en la capital el método de la filosofía natural y a
introducir en el virreinato la polémica internacional de la primera mitad del siglo entre
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cartesianos y newtonianos. Particularmente en los Elementos de 1764 expone las
ventajas de una mecánica en la cual lo que cuenta es la interpretación matemática de los
fenómenos físicos, y no la vacua pretensión de «razonar sobre la esencia y las primeras
causas de todas las cosas»15. Reprocha asimismo a los cartesianos su insistencia en
explicar el universo mediante especulaciones puramente abstractas. Fijan la causa
primera, dice en los Elementos, y de ella supuestamente deducen todo el encadenamiento
del universo, y así forman un sistema completo.
El conocimiento de las causas, por el contrario, se adquiere en el examen
minucioso de sus efectos. Señalando el fracaso irremediable del sistema cartesiano («casi
todos los franceses son ya newtonianos»)16, Mutis alerta a su público contra el intento de
reconducción del newtonianismo mediante el expediente de «hermosear las ideas
cartesianas y aumentar el número de sus seguidores».
Resume así el doble objetivo del programa de difusión de la nueva filosofía en
Santafé: «Parece muy oportuno a favor de la verdad que, al paso que vayamos
descubriendo el verdadero método de filosofar, vayamos también haciendo conocer las
ilusiones cartesianas».
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filosofía sobre los misterios del mundo natural, inclusive diferente a la de los modernos
cartesianos. Sin embargo, en la mayoría de los casos no se pensó tal diferencia como una
oposición o un conflicto, ya que se adquirió la costumbre de tratar tales técnicas y saberes
nuevos en su dimensión operativa, inscribiéndolos sin escrúpulos ontológicos en las
cosmovisiones peripatética y cartesiana.
La actitud inicial de Mutis frente a esta tradición local, como se desprende de
nuestra exposición anterior, fue enseñar que la diferencia entre Newton y Copérnico, y
Aristóteles y Descartes, era epistemológica y filosóficamente irreconciliable. Con Mutis
empezó a quedar claro que la nueva física no se podía sumergir ni adaptar a las antiguas
metafísicas, puesto que ella se fundamentaba en una filosofía natural propia. Poco a poco,
el doble empeño de despejar las ilusiones cartesianas y de captar la esencia del
«verdadero método de filosofar», le condujeron a penetrar el entramado del discurso de los
Principia mediante la empresa de la traducción. Uno y otro empeño eran imposibles de
satisfacer con el solo estudio de las obras divulgativas de la mecánica, el sistema del
mundo y la metafísica de Newton (literatura secundaria en la que, por lo demás, Mutis
estaba bien versado). Había que ir a beber en la fuente misma de los principios
matemáticos de la física.
Al final de esta tarea, reconfortado en su fe newtoniana, Mutis sale a dar pruebas
visibles de su apostolado. En la «Sustentación del sistema heliocéntrico de Copérnico» de
finales de 1773, aparentemente el primer texto de corte newtoniano suyo posterior a la
traducción, Mutis afina la argumentación en contra de los cartesianos y peripatéticos. La
lleva del terreno declarativo de las primeras defensas al de la argumentación positiva, y
enfrenta tesis contra tesis. Baste mencionar alguno de aquellos apartes del «Escolio»
alusivos a la doctrina de los torbellinos que Mutis aprovecha oportunamente en la
«Sustentación». Comprendiendo que en esta doctrina los movimientos no son producidos
por la acción de fuerzas, sino por la translación del fluido envolvente, Mutis aprovecha el
sentido crítico de la siguiente idea del «Escolio»: «el movimiento verdadero se muda
siempre por las fuerzas impresas sobre el cuerpo movido; pero el movimiento relativo no
se muda necesariamente por estas fuerzas».
También tuvo que haber reparado Mutis en su traducción el aparte en que Newton
hace más evidente su desacuerdo con «aquellos que quieren que nuestros cielos debajo de
los cielos de las estrellas fijas giren alrededor y lleven consigo a los planetas, y sin
embargo le niegan todo movimiento real a la Tierra y a los planetas». En efecto, en sus
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explicaciones de la «Sustentación» de 1773 sobre el movimiento relativo de la atmósfera y
del agua contenida en un recipiente en rotación alrededor de un eje, Mutis demuestra
haber captado perfectamente el sentido de aquella frase. En su argumentación sobre el
movimiento de la Tierra, en especial en la tesis cuarta, Mutis utiliza esta experiencia
para explicar las razones por las cuales la superficie del agua no se mueve, extendiendo
la explicación al caso de las aguas quietas en los estanques naturales, y al entendimiento
del fenómeno de las mareas como consecuencia de la atracción del Sol y de la Luna.
Finalmente, destaca el valor heurístico de esta experiencia en los siguientes términos: «Si
alguna razón entre los físicos parece persuade al movimiento de la Tierra, ninguna tanto
como ésta»18.
La responsabilidad que pesaba sobre sus hombros de representar las posiciones
newtonianas en el polémico ambiente de la época en la capital y en el virreinato condujo
muy probablemente a Mutis a comprender mejor que un lector más desprevenido las
críticas veladas que Newton dirige en el «Escolio» al sistema cartesiano. Referidas a
cuestiones de principio y a nociones claves de los fundamentos de su sistema, estas
críticas aparecían en textos estratégicamente ubicados para no pasar desapercibidas a un
lector cuidadoso. Mutis captó el mensaje de tales textos alusivos en el acto más exigente
de lectura, el de la traducción, y no de cualquier versión de la obra canónica, sino de la
edición comentada de Leseur y Jacquier, que, como se sabe, fue en su momento el vector
más poderoso de difusión restringida de los Principia en los medios científicos
internacionales.
La actividad de traducción fue, pues, al mismo tiempo, un proceso de
autoeducación científica en el cual Mutis aprovechó inteligentemente todos los medios
teóricos a su disposición, y un instrumento de acción sobre el medio intelectual
tradicionalista. La búsqueda de legitimidad oficial para el sistema de Newton y
Copérnico en Nueva Granada, objetivo último hacia donde apuntó este esfuerzo, fue
también búsqueda de legitimidad del erudito en soledad. A diferencia de sus pares de las
metrópolis, Mutis obró como newtoniano sin academia y sin el concurso de una élite
próxima de apóstoles confirmados. Pero, como ellos, enseñó públicamente los
fundamentos de la doctrina en todo momento, con la convicción, que la historia
efectivamente le ha reconocido, de estar allanando el camino a una nueva racionalidad.
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Notas
4. «Ningún mortal puede estar [salvo Newton] más cerca de los dioses», véase
Voltaire, Elementos de la filosofía de Newton, introducción, traducción y notas de
Antonio Lafuente y Luis Carlos Arboleda, op. cit., pp. lvi.lxiii, en donde se estudian
los aspectos históricos y epistemológicos del test de la Luna en Newton y Voltaire.
14
Periphery, Latin America and East Asia», Lieja, Bélgica, julio de 1997.
10. José Celestino Mutis, «Sustentación del sistema heliocéntrico de Copérnico [...]
1773», en G. Hernández de Alba, op. cit, 1982, pp. 69-91.
11.Ibídem, p. 80.
13. Ibídem, p. 72
17. Luis Carlos Arboleda y D. Soto, «Las teorías de Copérnico y Newton en los
estudios superiores del virreinato de la Nueva Granada y en la audiencia de
Caracas. Siglo XVIII», Quipu. Revista Latinoamericana de Historia de las Ciencias
y la Tecnología, 1991, 8, pp. 5-34. Versión revisada de los mismos autores: «The
theories of Copernicus and Newton in the Viceroyship of Nueva Granada and the
Audiencia de Caracas during the eighteenth century», en: Feingold, M. y V.
Navarro (eds.): Universities and science in the early modern period, Springer-
Verlag, Dordrecht, The Netherlands, 2005.
18. Mutis, “Sustentación del sistema heliocéntrico…”, op. cit., pp. 84-85.
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