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Si t, madre Espaa, de la tierra fueses segada, y las luces del sol te diesen la espalda, sobre mi corazn tu eterno lecho descansara. Y yo, plegado de rodillas, posado en tu bandera susurros entonara, izando mi brazo al horizonte lejano del mar... Si t, madre Espaa, de la tierra fueses segada, las almas de tus guerreros forjaran nueva leyenda, sobre las cenizas de tu tierra y la sangre de tus ros. Quisiera, madre, que volvieses a gritar victoria, bajos los rayos de un nuevo y fresco sol, izando tu legado ms all del mar...
La noche se apodera de Mhlberg, mientras los tercios amparan caricias al calor de las armas. Infantes y cabalgaduras ligeras imponen sueo eterno, huestes hispanas, a galope, perforan el Elba, arcabuces que silban al chasquido de guerra... Los rostros, sudorosos, observan el frente estoicos, desafiantes, impermeables ante la muerte. Lgrimas que derraman semillas cubren la tierra, gritos que se evaden en almas moribundas, picas que emanan sangre cual manantial virginal, arcabuces que susurran plvora al cobijo de la luna... Estandartes imperiales, algunos ya deshilados, avanzan ante el habla furiosa de los caones rebeldes, que farfullan ante las estrellas sus ltimas palabras. Los cuerpos, abatidos, cubren el paisaje en manto de muerte, mientras en el horizonte asoma, triunfante, la figura de un hombre, el emperador Carlos... ______________________________________________ *Batalla de Mhlberg, 24 de abril de 1547. Ejrcitos del emperador Carlos V frente los de la Liga de Smalkalda formada por los prncipes protestantes alemanes.
Sangre espaola:
Corren valerosos hacia la garra del invasor, balas que marchitan flores y encierran veneno, perforando a los guardianes de patria en rebelda. Navajas empalmadas se tien en llantos de coro, hombres y mujeres del pueblo herencia y tesoro... A las calles, pues la raz Espaa reclama, y si la muerte llega que sea este heroico da, pues la lgrima vertida tu hermano la vengar, encendiendo de su corazn la eterna llama... Siglos de historia baan sangre caliente, bajo un cielo hispano de sol ardiente. Murmura la voz del francs, rozando el miedo, al sentir el orgullo de raza digna en sus entraas. Su mirada cegada, tenebrosa, perdida en el parpadeo, percibiendo en el horizonte las tinieblas de la muerte. Entre heridas y cadveres el populacho se hace fuerte, cual viento altivo que en arma avive, exclamando a los dioses que esta nacin vive... En tu suelo sembrada la valenta, recuerdo de ondas de mares y cerradas montaas...