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Pamela Domínguez Caballero

13-Marzo-2002

Metodología

“Gotas de agua”

La complejidad del universo nos asfixia. Es algo tan vasto, tan infinito, tan
incomprensible... una idea tan extensa que no cabe en nuestra cabeza. Y esto, en
ocasiones, nos sume en una inmensa confusión. Parecemos tan insignificantes,
tan insulsos, tan inútiles, que nos es difícil creer que formamos parte y somos
responsables, en gran medida, de la existencia de las cosas que nos rodean.
Pensando las cosas de esa manera, pareciera ridículo que nosotros somos
creadores del universo.
¿Creadores? Bueno, quizás la palabra no es la adecuada. “Responsables
de su desarrollo” es un término más apropiado. A fin de cuentas, no somos más
que gotas en el agua....
“Cada uno de nosotros tiene dentro de sí la capacidad para dar forma a su
propio destino. Hasta ahí, todos lo entendemos. Pero hay algo más importante:
cada cual tiene también la capacidad para dar forma al destino del universo. ¡Ah!,
eso resulta mucho más difícil de creer. Pero os aseguro que es así. [...] En la
inmensidad del océano, ¿alguna gota de agua es más grande que otra? ‘No’
diréis. [...] Pero yo digo que basta con que caiga una gota en el océano para que
cree pequeñas ondas”, ondas que, para bien o para mal, definen el curso del
destino.
Si. Así es. Cada uno de nosotros somos como pequeñas arañas tejiendo
esa red. Uno hace una puntada por aquí, otra por allá, una más ahí adelante, y
cuando menos se da cuenta ya está uno hecho un tremendo lío que se enreda con
tantos otros hilos. De pronto abrimos los ojos, parpadeamos un par de veces en
nuestro estado de estupor, y nos contemplamos las alas. ¡Oh, oh! Si. Somos
mariposas atrapadas en esos delgados hilos....
Y basta con que la mariposa derrame una lágrima que caiga en un hilo para
que éste se mueva... resuene... y atrape a un nuevo insecto. Otro más que ha de
enredarse en los hilos invisibles del destino.
En realidad no sabemos en qué momento ni de qué modo nos vamos
enredando en ellos. Solo sabemos que un día giramos la mirada, le sonreímos a
alguien, damos tres pasos hacia la escuela, contemplamos un atardecer, nos
acostamos en el pasto para observar estrellas, tomamos a alguien de la mano,
saludamos, y de pronto... pasamos de ser arañas tejiendo el destino para
convertirnos en mariposas. Seres diminutos con alas de colores que se agitan,
desesperadamente, para abrirse paso por la vida....
Y con esos aleteos llamamos la atención de otros que, como nosotros, se
han enredado en el mismo hilo... seres atrapados en su propia red...
Alguien me dijo una vez que las grandes cosas están hechas de cosas
pequeñas. Quizás ésta sea la razón de que algunos estudiosos crean en la teoría
del caos. Si. En China una mariposa agita las alas y en Nueva York tiembla. ¿Qué
tiene que ver una cosa con la otra, se preguntarán? ¡Ah! Pues aquí está la parte
interesante de todo el asunto.
La mariposa que agitó las alas en China hizo que se movieran los dos hilos
del destino que se conectaban a sus alas; hilos que, a su vez, estaban conectados
con otros dos hilos cada uno, y éstos, a su vez, con otros dos. Al momento en que
alcanzan los hilos que llevan hasta Nueva York, hay miles, millones, de hilos que
se agitan.
Uno puede pensar que los hilos que nos atan tienen cierto alcance. Si,
claro. Quizás solo toquen a aquellos que están más cerca de nosotros. El
compañero de al lado que se asombra cuando comienzas a cantar, la madre que
no se da cuenta en qué momento su hija dejó de ser una niña para convertirse en
una mujer, la amiga que descubre que en definitiva eres un desastre, pero tienes
cierta simpatía, el amigo que se admira con todos los logros que tienes y de los
que tú apenas te percatas. Quizás porque es algo propio de tu vida diaria.
En fin. Si. Uno sacude los hilos de la gente que nos rodea y nos quiere. La
gente que nos ve. Pero uno nunca sabe. No falta el amigo que te presenta a su
amigo, y al que deslumbras con tu voz. Ese primer encuentro se convierte en una
invitación a cantar en un grupo, y finalmente resultas ser vocalista. Al final, alguien
termina escuchando a tu grupo cantar. Bien. Agradable. Los contrata.
Comienzan en pequeños establecimientos, con poca gente. ¡Y de repente
pega! Se empiezan a crear fama. “Si. Ese grupo toca muy bien.” Se reúne la
gente. Llegan más y más personas a verlos, y de pronto... aparece una oferta para
tocar en televisión. ¿Y todo porqué? Porque el amigo del vecino del tío del sobrino
de no se quién se fijó en ti. Y tú solamente moviste tus alas un instante para que tu
amigo supiera que cantaban de manera aceptable.
Si. Las cosas grandes empiezan con cosas chiquitas. Se forman de ellas.
¿Cuál es el punto de todo esto?
Que no importa cuán insignificante sea tu lágrima, tu gota de agua. De
acuerdo, es cierto. Eres una insignificante y poco brillante gota de agua en un
vasto y profundo océano. Hay miles, millones, billones de gotas exactamente
iguales a ti. Si. Pero nunca sabes si tu gota puede crear una onda que se
expanda... más... y más... y más... hasta tocar a otras gotas. Y de pronto, tu onda
de agua se transforma en una ola que conmociona el mundo.
¿Chiquita? ¿Insignificante? Ja. En fin. Si. Lo acepto. Soy una gota de agua,
nada más que la ínfima lágrima de una atrapada mariposa.
Y sin embargo... uno nunca sabe. La lágrima puede crear un terremoto en
Nueva York. ¿O no?

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