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Se encontraba un sujeto sobre otro, en aquella tarde de marzo que pasaba por el universo. El
hombre que estaba arriba llevaba en su muñeca un bello reloj plateado que marcaba las 2:00 p.m. El
cuarto era totalmente blanco, con un par de camas entre las cuales los sujetos yacían casi inmóviles. En
el reloj colgado en la pared se leían las 2:01 p.m., y un bello haz de luz se reflejaba en él hasta la cara
En el piso blanco, los ojos del hombre se ahogaban en lágrimas y solo un exhausto llanto
brotaba de su boca; ambos hombres se miraban fijamente, aquel que se encontraba en la frialdad del
azulejo tenía la cara envuelta en las sombras de un roble que desde fuera de la ventana los veía. Cuando
los ojos titubeantes del hombre de abajo empezaron a derramar lágrimas, las yemas de las manos del
otro, que besaban el cuello del de abajo, empezaron a cerrarle la garganta. El hombre de arriba no
paraba de decir el nombre de aquel al que ahorcaba: -Te mataré y me la llevaré Samuel- . Samuel no
tardó en ver lento aquel cuadro, los ojos endemoniados de Tom de los cuales caían lágrimas hasta su
faz.
Todo empezó a nublársele, ya poco podía ver a Tom y al techo que nada hacía por él. Dentro de
sí, veía todo obscuro, lo cual le aterraba, así que gritaba con todas sus fuerzas aunque nadie le
escuchara. Poco a poco dejaba de pensar, solo sentía. La sensación de el peso de aquel hombre sobre él
le enfurecía, y sus manos sobre su cuello le daban asco. De pronto otro sentimiento cayó, pero éste era
uno más físico, era como algo resbaladizo que corría por sus labios. Luego un sonido, era un grito que
le hizo estremecerse; cuando notó que el grito no cesaba, entró en un pánico gigante y empezó a gritar
también. Su mente terminó fatigándose y decidió callar. Cuando el grito era aún más fuerte que
reventaba sus oídos, el recorrer de la brisa que se reintrodujo en su cuerpo le hizo volver a ver.
Al momento de abrir de nuevo sus ojos, su primer movimiento fue tocar su rostro y cuando lo
hizo, el sonido cesó y su mente cambió de pronto a otro color. Era un color que jamás había visto, pues
su sensación era negra, pero también roja. Cuando retomó conciencia, vio su mano y lo reconoció. Lo
que hace un buen rato para él había recorrido su rostro era sangre. De nuevo gritó hasta que su cabeza
dejó de retorcerse. Se levantó a ver que sucedía. Lo que en realidad eran unos metros, para él eran
kilómetros y por allá a lo lejos, vio a Tom golpeando su espalda contra la pared que su tono a rojo
decidió cambiar. Un cuchillo mordía el hombro de Tom y al parecer no pensaba en dejar a su presa.
Una mano descendió sobre su cara y la otra tomó con fuerza su hombro y apretó.
Su amante Karla era la que le ayudó a sostenerse de pie. Recorrieron por entre las camas
siguiendo un rastro de sangre hasta Tom, donde en un ataque de furia, Samuel tomó el cuchillo de el
agonizante Tom, lo volvió a dirigir hacia él. Tom gritó, y el tiempo de Samuel volvió a detenerse.
Una mujer entró por la puerta, se acercó a Samuel y sonrió, él no la tomó en cuenta y sólo
gozaba el momento. El cuchillo se movía lentamente hacia la nuca de Tom. Escuchó una carcajada de
aquella mujer y le gustó; la mano de la bellísima mujer que estaba en una túnica blanca ayudó a
impulsar aún con más fuerza la mano de Samuel. Un pequeño sonido entró a la cabeza de Samuel. Era
el sonido de el cuchillo cortando la piel hasta topar con un cráneo que se pulverizó en ese mismo
instante. El pequeño sonido retumbó varias veces en sus emociones, las cuales estaban riéndose junto
con la mujer que plasmada aún en su cara tenía esa sonrisa. Karla tocó la espalda de Samuel quien al
sentirla le aventó un golpe con su codo, lo cual la hizo caer al suelo y golpear su cabeza con la pared.
Samuel se volvió y la vio. Se hincó y su llanto revivió. La mujer que de pronto frente a él estaba, rió a
carcajadas hasta que Samuel perturbado gritó de nuevo llevándose las manos a la cabeza. La mujer
levantó el rostro de Samuel y al ver sus ojos cafés brillar con gran fulgor, lo besó en la mejilla y
desapareció de sus ojos. Se levantó asustado porque jamás había visto a esa mujer. La buscó en todo el
cuarto dando vueltas en sí mismo, hasta que de pronto sus miradas se volvieron a cruzar, pero esta vez,
no eran solo ellos dos. Tom gritaba aterrorizado porque la mujer le tomaba la mano y al parecer no
podía safarce. Ella abrió sus labios y dijo en voz baja: - Espero llevarte conmigo algún día, eres muy
lindo. Nos vemos cuando tu hora llegue. - y volvieron a desaparecer ante sus ojos. No tardó ni un
segundo en regresar al lado de Karla y tomarla en sus brazos. Antes de salir del cuarto se detuvo y
pensó en regresar a ver si Tom aún estaba ahí. Tuvo miedo y sus pies se movieron solos hacia afuera.
Fuera del cuarto observó un pasillo por el cual corrió sin fijarse en los bellos adornos que
decoraban las paredes. En el fondo tropezó con una mesa de cristal que se desmoronó en pedazos tras
el golpe. Karla cayó al suelo y él tocó su pierna sólo para darse cuenta que la mesa le había trozado ese
pantalón oscuro que llevaba hiriendo su pierna profundamente. Sin pensarlo se levantó como pudo y
arrastró a Karla hasta la puerta de madera que estaba cubierta en polvo. Cuando salieron, la luz le cegó
por un momento, también reveló que era un hombre de estatura media, de cabello castaño oscuro
aunque manchado en sangre y que Karla tenía el cabello negro y era poco más baja que Samuel. Así en
su parcial ceguera corrió hasta un auto rojo que se encontraba estacionado fuera del porche. Subió
como pudo a Karla en el asiento trasero y azotó la puerta de golpe. Cuando alcanzó el asiento del
conductor, se recostó por unos momentos para aclarar su mente, encendió la marcha que rugió en penas
hasta que se convirtió en un sonido casi uniforme, el motor acelerando del auto hacia que Samuel
sintiera náuseas.
Un sonido repentino le hizo voltear a ver el asiento trasero. La mirada de Karla lo tomó por
sorpresa y cuando estaba a punto de pronunciar unas palabras, todo se derrumbó de nuevo. Esta vez,
sentía que caía, caía tan rápido que cuando tocó suelo el aire de su cuerpo salió todo disparado de él.
Rato después abrió los ojos y vio todo a su alrededor. Era un bosque. Levantó la mitad de su cuerpo y
vio todos esos árboles. Sus ojos continuaban cayendo por el vacío. Los árboles se le abalanzaban
encima, estaban muertos todos. Tomó control sobre sus manos y las llevó a su cabeza. Sentía un gran
dolor, un dolor en las entrañas que parecía quemar, todo su ser se quemaba. Se tumbó al suelo y vio los
árboles arder. El fuego caía desde el Sol y quemaba todo. Su cuerpo se quedaba sin vida, podía sentirlo.
Se creyó muerto durante días, hasta que su cuerpo se acostumbró al dolor. Se levantó, aún
ardiendo en llamas todo había cambiado. Los árboles habían desaparecido, solo sus cenizas volaban
entre las llamas. A lo lejos oía llantos y gritos que le daban un sabor a muerte al paisaje. En sus pies, se
sostenía un camino, un camino que parecía no tener fin. Detrás de sí, el mundo se acababa, pues sólo se
veía esa obscuridad. Pensó que si regresaba por ahí, caminaría hasta llegar de nuevo a su mente y así
podría regresar a la realidad, pero no fue así. Cuando intentó avanzar por ahí, todo era denso y
sofocante. Caminó y caminó durante horas. Al ver de nuevo la luz, se sentó y no dijo nada. Lloró y
lloró durante días porque todas esas horas de sofocante oscuridad y todos esos días de arder lo traían a
El tiempo ya era algo insignificante para él, había desaparecido. Durante las noches moría de
frío y en las mañanas resucitaba para que las llamas le consumieran. De su cielo caían pequeños trozos
de sol que la tierra absorbía. Se preguntaba cuanto tiempo llevaba allí tumbado. Pensó durante semanas
y de lo único que se acordaba de sí mismo era que amaba a Karla y de la última mirada que cruzó con
ella. Un tiempo después, el sol se disolvió en el aire y la noche jamás llegó. El cielo durante toda esa
semana había sido gris. En su alrededor no había colores, ni árboles, ni polvo, ni nadie, solo tierra firme
que no soltaba polvo. Semanas después, observó como el pasto empezaba a brotar y como las sombras
de algo rondaban a su alrededor. Estaba seguro que había muerto. Un día, de pronto, aquella mujer de
la túnica apareció delante de él. No se movió ni hizo ningún ruido, pues ya no sabía pensar. La risa a
carcajadas de la mujer le hicieron brotar lágrimas que jamás pensó en volver a encontrar. La mujer se
quitó la capucha que le cubría el rostro y reveló a una hermosa dama con un cabello dorado y rizado.
Los labios de ella danzaron en el aire durante unos momentos. Ella notó que él no se movía ni
razonaba, sólo observaba cómo todo cambia y cómo nada permanece igual, aunque todo ocurra en una
calma impresionante. Ella lo besó de nuevo, sólo que esta vez fue en sus labios. De pronto, todos sus
sentimientos empezaron a regresar, sus fuerzas, sus sentidos, los colores del mundo, pero no sus
recuerdos. La mujer pronunció en una voz que recorría todo ese vasto lugar que solo los albergaba a
ambos: -¿Qué pasa?, te dije que no te quería ver hasta que llegara tu hora. ¿Por cuánto tiempo has
estado aquí?. Debe de ser hace poco, pues tus ojos aún brillan.- Él logró levantarse, la miró y se volvió
a desmoronar en sus brazos. Ella lo levantó con calma y lo miró fijamente en los ojos. -¿Qué pasa, estás
noqueado todavía?- dijo ella. -¿estoy muerto?- Respondió Samuel. La mujer rió, esta vez no a
carcajadas y sólo por un corto tiempo. -Supongo, ¿por que otra razón estarías aquí?- -Pues, no lo sé, ni
siquiera se que es aquí-. -¿Eres lindo lo sabías?, pero tengo cosas que hacer, el otro mundo me llama,
Cuando veía la oscuridad, ésta parecía empezar a crecer y lo envolvía por doquier. Se volteó y
miró atentamente el camino durante otras horas antes de que se decidiera por avanzar. Sus pasos se
movían por él, pues parecía haber perdido su lado humano. Su rostro empezó a cambiar cuando las
preguntas empezaron de nuevo a llegar hacia él. Se preguntaba por su hambre, su sed, su dolor, su
felicidad, pues al parecer todas esas cosas terrenales habían desaparecido y él se había convertido en
sólo un objeto. Caminando durante días, fue cuando se dio cuenta que seguía siendo humano y que la
prueba más grande de ello eran sus dudas. No recordaba durante cuánto tiempo había estado en ese
lugar, podrían ser meses o incluso años. A su alrededor veía el pasto que crecía cada vez más y todo
aquello le asustaba. Caminaba y caminaba, hasta que de pronto observó que entre el pasto que ahora le
llegaba hasta su pecho, empezaban a brotar árboles. Miró al cielo y decidió correr. En el cielo
empezaba a montarse un escenario que no quería ver. Muchas luces salían de los suelos y se unían en
torbellinos que terminaban en un mismo lugar, el sol. Estaba decidido a salir de allí antes que el sol
regresase y se suicidara de nuevo sobre esa planicie y sobre él. No parecía cansarse, de hecho, no
parecía moverse. Llevaba corriendo tanto tiempo que los árboles le empezaron a dar sombra.
Un día decidió dejar todo a un lado y se sentó a observar de nuevo a la sombra de un árbol.
Mientras estaba sentado, las sombras que veía a su alrededor empezaron a acercarse. Se acercaban más
y más, desde lo lejos. Mientras más se acercaban, tomaban una forma más siniestra que la que tenían.
Empezaron a verse como huesos, luego la carne y músculos se empezó a formar, se podía observar con
claridad toda la sangre que goteaban, hasta que se formó su piel, que estaba quemada. Todos esos
hombres, mujeres y niños que se formaron lo empezaron a rodear. Cuando ya sólo podía verlos a ellos
y al árbol en el que estaba, todos empezaron a gritar. Tener a cientos de personas que parecen muertas
no le incomodaba, pues sus miedos aún no regresaban por completo. En vez que eso, sentía tristeza.
Veía en los ojos de todos ellos los momentos de sus muertes, por lo cual dedujo que no eran más que
almas vagando en pena. Los brazos de los niños empezaron a tomarlo y a desgarrarle la ropa, cuando
una mano lo tocaba, ésta le quemaba la piel y dejaba cicatrices como las que ellos tenían. Una mujer se
aproximó a él y le dijo -¡Corre Samuel, Karla te espera!-. Entonces todos aquellos que estaban
demacrados empezaron a verse borrosos y a unirse en uno de los que estaba en la multitud.
Cuando su cara empezó a verse forme, de inmediato la reconoció y por primera vez desde hace
mucho tiempo, sintió miedo. Eran esos ojos que Tom tenía antes de que muriera. Pensó unos instantes
antes de que empezara a correr de nuevo. Esta vez, el camino parecía moverse y él se sentía vivo de
nuevo, pues podía gritar y podía llorar. Corrió hasta que lo dejó de ver. Cuando se detuvo a mirar de
Esta vez no era que él no avanzara, sino que la oscuridad le había alcanzado de nuevo. Tembló y
cuando se dio vuelta, ahí estaban, tan cerca de él como la última vez que los vio, los ojos de Tom. Un
grito de ira chocó contra el rostro de Samuel. El grito era tan fuerte que pasaron varios segundos antes
de que pudiera comprenderlo, el grito decía: -¡Te odio!, ¡Te odio!, ¡Te odio!-. Samuel podía sentir la
respiración de Tom en su frente. Tom era más alto que él y un poco más robusto. -Yo en verdad la
amaba y tú solo eres un tonto. Merece estar conmigo y no contigo.- Dijo Tom. -Yo también la amo y
creo que ella me ama a mí, por eso nos vamos a casar- respondió Samuel. Una fuerza grande tomó a
Samuel por sorpresa y lo tumbó al suelo. De ahí todo a su alrededor empezó a girar. Todo avanzaba
rápido, su piel ardía, de nuevo sus entrañas se carbonizaban y sus ojos solo miraban. Alrededor, se
veían cientos de paisajes, todos en llamas, había ciudades destruidas, bosques calcinados, montes sin
árboles, barrancos gigantes y sobre todo, almas en pena, cientos de ellas que le miraban sin moverse,
todas calcinadas por el radiante sol que de nuevo estaba cayendo desde sus alturas. Tom lo tomó por el
cuello y le dijo: -Tienes suerte de que a la muerte le agrades, pues es muy bella y nosotros también
tenemos suerte de que le agrades, pues a menos que alguien superior le mande lo contrario, ella te
regresará a este lugar tarde o temprano, con nosotros para que estés con ella. No le puedes ganar a
En el centro del camino en el que quedó tendido, la muerte le estaba esperando sentada en el
suelo. Samuel tuvo miedo de acercarsele, pero antes de que lo pudiera notar, él estaba sentado junto
con ella. Otra sonrisa macabra le tomó por sorpresa y otra carcajada le perturbó. De nuevo la muerte lo
levantó con suavidad y ya de pie le pregunto: -¿Deseas ver nuestro mundo?- El camino al que miraban
empezó a moverse hacia ellos. El camino se movió durante años. Visitaron como tantos lugares pueda
existir, todos en llamas. Llegaron a una ciudad en ruinas. Los edificios parecían estar todos
evaporándose. Desde las afueras de ese lugar todo se veía majestuoso, hasta que se acercaron y
subieron el edificio más alto. Desde ese punto, toda la ciudad estaba llena de cadáveres y de almas
comiéndose unas entre otras. Al verlas, todas sus historias, todos sus recuerdos y todo su sufrimiento
entraron en Samuel. Ver todas estas historias y todos estos pecados tardó sólo unos pocos instantes,
pero fue tanto lo que vio que permaneció de rodillas mucho más tiempo de lo que llevaba en su viaje.
Así no paró de llorar hasta que frente a él apareció un rostro. Era un rostro que se le hizo conocido. Lo
observó hasta que en su memoria recordó algo similar. Se parecía a esa mirada que Karla le dio en ese
momento en el que el coche corría a toda velocidad por el mundo real. Lo diferente era que éste estaba
más triste. Poco a poco desapareció como casi todo en ese lugar.
De nuevo estaba sólo, con los árboles muertos y ese camino que le había tomado tanto tiempo
recorrer. El cielo empezó a arder, los árboles regresaron a ser cenizas y él volvió a caer al suelo.
Pasaron unos pocos segundos antes de que la muerte regresara a verle. Ella flotaba por encima de
Samuel y le suspiró al oído: -Tu hora esta cerca, pero no tanto, nos vemos luego.- La muerte le regresó
el beso que le había robado y Samuel sintió en su pecho fresco. Vio como la oscuridad le rodeó y
volvió a caer. Cayó durante meses hasta que quedó todo en quietud.
Hacía frío y había dejado de pensar. Su mente estaba en blanco y así continuó otra semana.
Sintió algo en su frente, sintió su boca y sus pies. Así, una por una de sus partes del cuerpo regresaron
del olvido y se enfrió aún más. Por su cuerpo corría el fresco más hermoso que había experimentado en
años. De pronto un gran estruendo lo sacudió. Nunca supo que fue, pero un año más tarde, otro igual
sucedió. Cada año uno venía pero nunca se preguntó qué era. Samuel todo este tiempo nunca intentó
moverse ni pensar, solo sentía la serenidad de esas sombras que le rodeaban y acobijaban. Con el paso
del tiempo, los estruendos se hacían más comunes y las sombras a su alrededor se blanqueaban.
Cuando pudo ver su cuerpo suspendido en un blanco enorme, se sentó y empezó a oler. Algo olía tan
bien y sabía que lo había olido antes pero no recordaba que era. El estruendo ahora se sentía cada
semana. Cuando por fin los estruendos eran cada día, empezó a oír a alguien. Era una voz lenta, cuyas
palabras tardaban días en acabar y era fácil perder el sentido de ellas por lo lentas que eran sus letras.
Llegó un momento en que cada segundo sentía dos estruendos. Cuando esto sucedió, por fin vio
colores. Abrió los ojos y su mirada caminaba hacia una ventana en la cual otro roble parecido al del
Todo era tan tranquilo. Miró a su derecha y un hombre le daba la espalda. Intentó hablar, pero
como hacía tanto tiempo que no lo realizaba, su voz paró en su garganta y no avanzó más. Lo vio
durante cinco segundos y la persona se movió. Cuando le dio el frente, se percató que era un doctor.
-¡Hola!, ¿cómo se siente?. Tal vez no lo recuerde bien, pero sufrió un accidente de tráfico y quedó tres
horas inconsciente. El golpe fue bastante fuerte y su corazón se paró por dos minutos pero lo logramos
sacar. Ahora está mejor-. Samuel respiró profundamente y lloró. El doctor salió de la sala.
Samuel lloró pero esta vez sus lágrimas se agotaron y sintió sueño. Tras su sueño de unas horas,
algo le hizo despertar. Miró a su derecha y recordó esa mirada. Era Karla y su mirada era exactamente
la misma que la que tenía en aquel momento sobre aquel rascacielos. Karla soltó el llanto y abrazó a
Samuel. Samuel hizo su mejor esfuerzo y dijo: -Me dieron tiempo de estar contigo, es muy pronto para
cancelar la boda-.