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LOS SABIOS DE ISRAEL

Autor
Prudencio García Pérez
LOS SABIOS DE ISRAEL
Acercamiento a la literatura sapiencial

Durante mucho tiempo los libros del Pentateuco, los históricos y los
proféticos centraron casi toda la investigación bíblica. Los libros sapienciales
y poéticos eran sólo los “hermanos pobres” del AT, quizás porque se pensaba
que trataban temas demasiado humanos y existenciales, sin aparente
apertura a lo divino y sobrenatural. ¡Nada más lejos de la realidad! En este
breve estudio, me propongo mostrar la profundidad de este movimiento
sapiencial y la importancia de estos “sabios” dentro del pueblo de Israel.

1. ¿QUIÉN ES UN SABIO?

Nuestra definición actual de “sabio” no corresponde en absoluto con la


idea del antiguo pueblo de Israel. Para ellos, los sabios no son personas
despistadas que viven en la luna, abstraídos por su ciencia, alejadas de las
realidades del mundo y de las preocupaciones diarias, profundos conocedores
de una especialidad o materia, pero totalmente nulos en otras materias y
temas prácticos. Esta caricatura del sabio, que a menudo vemos en las
películas, no vale ni siquiera para los sabios de hoy día.

Los sabios de Israel son un grupo de personajes bastante distintos.


Entre ellos hay educadores, filósofos, teólogos, maestros de príncipes y
reyes, consejeros de la corte, etc. Éstos viven en un ambiente intelectual y
social muy elevado, y por tanto sus reflexiones están condicionadas por dicho
ambiente. Junto a éstos, también convive la sabiduría popular, cuya mayor
preocupación es observar y reflexionar sobre la realidad y la vida, a partir de
la experiencia personal y de los años.

Los sabios desarrollan un abanico de temas muy amplio. Unas veces


analizan temas muy teóricos y misteriosos, como por ejemplo: el origen y la
naturaleza de la sabiduría, el problema del mal, del sufrimiento, de la muerte,
el sentido de la existencia y de la actividad humana. Otras veces se centran
en asuntos más sencillos que se experimentan a diario en la vida: la amistad,
el orgullo, la educación de los hijos, las formas de gobierno, el dominio de sí,

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el buen uso del dinero, la limosna, la mujer, la familia, los banquetes, el uso de
la lengua, etc.

La finalidad de su reflexión, donde el mundo humano en sus distintas


formas es el punto de partida y de llegada, es doble:

• Conocer y dominar las reglas o normas que gobiernan la


realidad y la vida, para llevar una existencia armoniosa y
equilibrada, tener éxito.
• Sacar de ellas los valores que pongan orden y den significado
a la existencia del hombre, formulados en proverbios,
poemas y tesis.

La respuesta a todos estos problemas, teóricos y prácticos, que


plantea la vida humana, no la busca en las bibliotecas o en los archivos, como
el historiador; tampoco en un contacto directo con la palabra de Dios, como
los profetas. El sabio busca la respuesta en la experiencia humana en
general, en muchos casos iluminada por la fe: son la experiencia del padre y
de la madre, de los antepasados, de los pensadores, de los maestros, de los
años, los que enseñan y trasmiten esa sabiduría. El sabio nunca dice “Oráculo
del Señor”, como el profeta. Su postura es más modesta y humilde: “Hijo mío,
presta atención a mi sabiduría, aplica tu oído a mi prudencia, para que
guardes tú la reflexión y tus labios conserven la ciencia” (Pr 5,1); “Hijo mío,
guarda el mandato de tu padre y no desprecies la enseñanza de tu madre” (Pr
6,20). Su sabiduría no es una ciencia infusa o una palabra divina que viene
sobre ellos, como en el caso de los profetas, sino fruto del esfuerzo
constante en la observación, en la reflexión y en los años de experiencia o
madurez humana.

La experiencia de muchos siglos y la reflexión personal se funden en la


persona y en la tarea del sabio. Pero, el sabio no es un personaje aislado en su
época, cultura o nación. Está abierto, interesado y entusiasmado por la
cultura y la problemática de los pueblos vecinos (los pueblos más cultos en
aquella época eran Egipto, Babilonia y Grecia, entre otros). Así pues, el sabio
es también un turista o aventurero intelectual que viaja por los países
extranjeros para incrementar su experiencia y conocimiento.

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Después de siglos de reflexión más o menos mundana, los sabios
llegaron a la conclusión de que “toda sabiduría viene del Señor” (Si 1,1). La
sabiduría que hizo famoso a Salomón procedía de Dios. De él procede todo
conocimiento. Por eso, el sabio de Israel, en una época muy tardía, es un
hombre profundamente religioso que hace oración con asiduidad y está
absolutamente convencido de que sólo Dios puede llenarlo de espíritu de
inteligencia (Si 39,5-6).

Si leemos detenidamente el texto de Si 39,1-11 podremos asistir a la


fusión de todos estos elementos dispares: aportación del pasado y esfuerzo
del presente, preocupación por la ley divina e interés por los enigmas y
proverbios, apego a lo típico de Israel y apertura internacional, estudio y
oración, análisis minucioso y petición de perdón. De aquí nace la sabiduría
divina, los consejos prudentes y los misterios de la vida.

Lo dicho hasta el momento sirve para todos los libros sapienciales,


pero después cada libro nos descubre autores diversos con sus respectivas
peculiaridades. Desde el anciano sensato y modesto en su enseñanza hasta el
anciano desencantado de la vida (Qohelet); Optimistas y pesimistas; serenos
y apasionados; hombres de cultura refinada y otros de escasa cultura. Para
captar más en profundidad esta diversidad de personajes y de actitudes ante
la vida, vamos ha ofrecer una visión panorámica de la sabiduría.

2. VISIÓN PANORÁMICA DEL MOVIMIENTO SAPIENCIAL

a) La sabiduría es un fenómeno universal

Antes de que Israel existiese como pueblo organizado, muchas


civilizaciones del Antiguo Oriente, como Egipto (2800 a. C.), Mesopotamia
(2500 a. C.), Siria y Grecia (800 a. C), habían desarrollado un grado de
sabiduría increíble. La sabiduría de estos pueblos se traduce en numerosos
proverbios, fábulas y poemas que reflexionan sobre las grandes cuestiones
humanas, temas universales e intemporales: el sufrimiento y la muerte, la
vida y el amor, las relaciones con Dios y con los hombres, la vida social, etc. El
objetivo de estos sabios extra-bíblicos es mostrar el arte del buen vivir, de
escribir bien, de la buena educación y del buen gobierno. También aparece un
matiz sobre la problemática religiosa en ciertas ocasiones. Los destinatarios
de estos escritos son la clase alta y poderosa: príncipes, nobles, reyes...

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El pueblo de Israel estuvo en contacto con esta sabiduría universal e
incluyó algunos testimonios extranjeros en la Biblia. En el libro de los
Proverbios, capítulo 30, encontramos unas “Palabras de Agur, hijo de Yaqué,
el masaíta”. Y, el capítulo 31,1-9, se presentan las “Palabras de Lemuel, rey
de Masá, que le enseñó su madre”.

Pero, la originalidad de la sabiduría bíblica está en el hecho de que


toda reflexión está fundada sobre la fe en el Dios único. La fuente y el
origen de la sabiduría es Dios. Y la única manera de adquirirla es tener una
estrecha relación y llena de respeto con ese Dios, que es lo que la Biblia llama
el temor de Yahvé.

b) La sabiduría israelita desde los orígenes hasta el siglo VI

La sabiduría oriental influyó en Israel desde tiempos muy antiguos.


Dentro de las familias y clanes fueron surgiendo poco a poco enseñanzas
sencillas sobre temas básicos: amistad, educación de los hijos, hospitalidad y
otros...

Dentro de esta misma época, el gran exponente de la sabiduría


israelita es Salomón, por su contacto con la cultura egipcia y por su afición
personal a ella. La tradición bíblica lo presenta como el sabio por excelencia,
mucho más que los sabios de oriente, incluido Egipto (1 Re 5,10). Según 1
Reyes, dos datos resultan interesantes:

• La sabiduría es un don que se le pide a Dios y que él concede


libremente (1 Re 3,1-14; 5,9).
• Esta sabiduría abarca campos muy distintos: el gobierno del
pueblo, la administración de la justicia, la capacidad de tomar
decisiones acertadas (la construcción del templo) y el saber
de los libros.

Otro aspecto importante de esta sabiduría inicial es la comprensión de


que “la historia es maestra de la vida”. Se intenta inculcar una serie de
principios de conducta a través de personajes históricos o ficticios que
responden ejemplarmente en situaciones complicadas o difíciles. Modelos de
este tipo son Abraham, José, Moisés, David, etc.

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Lo dicho anteriormente nos lleva a afirmar lo siguiente: la literatura
sapiencial de Israel no está contenida sólo en los cinco libros llamados
sapienciales, sino que también hay rastros en los libros narrativos y
proféticos, y en los Salmos.

Dentro de los libros considerados sapienciales no hay mucho material


de esta primera época. Sólo algunas partes del libro de los Proverbios
(principalmente cc. 10-29) y algo del libro del Eclesiástico o Sirácida reflejan
una sabiduría propia de la era monárquica o inspirada en ella. En este primer
momento, las líneas generales de la sabiduría están marcadas por el
optimismo en las diversas situaciones de la vida, pero carecen de profundidad
filosófica y teológica. Sus formas más típicas son los proverbios o los
refranes. Se interesan por temas como la prudencia, la honradez, la
modestia, el trabajo, la confianza en Dios, el amor. Y, negativamente, por la
charlatanería, la pereza, el orgullo, la soberbia, la violencia, etc.

c) La sabiduría bíblica entre los siglos V y III

Pertenecen a esta época las obras más impresionantes del movimiento


sapiencial de Israel: el libro de Job y el del Eclesiastés (Qohelet). Estos
libros ponen en duda la validez de ciertas creencias o ideas del pasado y el
optimismo se transforma en un velado pesimismo. Intentan profundizar en los
contenidos de las cuestiones más graves de la existencia humana, quieren
penetrar el misterio y luchan por encontrar la verdad.

La sabiduría optimista tradicional afirmaba: “la casa del malvado será


destruida, la tienda de los justos florecerá” (Pr 14,11); “la casa del justo
abunda en riquezas, las posesiones del malvado se disipan” (Pr 15,6). Ver
también Pr 10,3.9.16.24.25; 12,2.12ss; 13,25; 14,11, 15,6... Sin embargo, la
experiencia actual, gran maestra de la sabiduría, demuestra que estas ideas
no son ciertas.

Job es el primero en rebelarse contra estas creencias tradicionales.


Formula irónicamente la misma pregunta que ya se hizo el profeta Jeremías:
“¿Por qué siguen vivos los malvados y cuando envejecen crecen sus riquezas?”
(Jb 21,7ss; Jr 12,1). Su respuesta constituye una de las páginas más amargas
y realistas del AT: los malvados disfrutan de un maravilloso bienestar a pesar
de rebelarse contra Dios. Job es el modelo de hombre bueno y temeroso de

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Dios que sufre la desgracia en su propia carne: pierde a sus hijos, sus bienes
y sufre una grave enfermedad. Pero no se cierra en sí mismo, pues desde su
angustia contempla el sufrimiento del mundo entero, el absurdo de la vida y la
actitud incomprensible de un Dios que disfruta haciendo el mal. Job no duda
del poder y de la sabiduría de Dios, pero afirma que él pone estas cualidades
al servicio de la destrucción, humillación y muerte (Jb 12,14-25).

En definitiva, lo que pone de manifiesto es que la idea de Dios que


tenían sus antepasados ya no sirve para el mundo actual. Dios no es el “tapa-
agujeros” o el “explica lo todo” en quien creían sus antepasados. Job nos
propone una nueva imagen de Dios: el conocimiento de este nuevo Dios ayuda
a aceptar las experiencias negativas de la vida con humildad y alegría. Así, la
sabiduría ha dado un paso hacia delante a través de la lucha con el misterio y
con la blasfemia.

El libro del Eclesiastés también contribuye al avance y progreso de la


sabiduría, pero no a través del sufrimiento o el dolor, sino del hastío
(molestias, cansancio o aburrimiento). La experiencia de este autor le ha
llevado al máximo escepticismo, duda de todo: de la justicia, de la capacidad
de los gobernantes, del esfuerzo humano, de la enseñanza tradicional, del
recto orden del mundo, etc. Ha probado todo en este mundo, el placer y la
frivolidad, la alegría y el bienestar, pero no ha conseguido la felicidad. A
pesar de toda la sabiduría acumulada, no ha sido capaz de orientar
rectamente su vida y darle un sentido válido y permanente. Además, todo
concluye con la realidad de la muerte, a la que nadie puede escapar y que
anula la consistencia de cualquier trabajo. Esta idea de la muerte obsesiona
particularmente al Eclesiastés.

Pero, el Eclesiastés encuentra una salida al problema, eso sí más


profana y mundana que la de Job. El Dios del Eclesiastés es un Dios lejano,
distante e impenetrable, todo lo contrario que el de Job. Pero es un Dios
real, que se revela por medio de la entrega de sus dones a los hombres: la
alegría, la juventud, el vino, la amistad, el amor,... Podríamos pensar que esta
imagen de Dios es muy pobre y muy baja, pero al menos muestra una
honradez religiosa increíble. No hay lugar en este libro para la falsa
espiritualidad de los que presumen ver a Dios en todo, sino la espiritualidad
de un sabio modesto y desencantado que se contenta con seguir creyendo en
Dios a pesar de las desilusiones de la vida.

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Tanto el libro de Job como el del Eclesiastés son ejemplos admirables
de honradez intelectual y de interés por penetrar en el misterio de las
relaciones de Dios con el hombre y con el mundo que lo rodea.

d) La etapa conclusiva de la sabiduría de Israel

Esta última etapa está representada por dos libros que sólo los
católicos aceptamos como canónicos: El libro del Eclesiástico (o Sirácida) y el
de la Sabiduría. También se pueden incluir en este apartado los primeros
capítulos del libro de los Proverbios (cc. 1-9). Estos libros van a tener una
importancia capital desde tres puntos de vista distintos: la actitud ante la
cultura griega o helenista, la importancia creciente de la historia y la
personificación de la sabiduría.

1. La reacción ante la cultura griega. La cultura griega, desde el arte a


la filosofía, se había extendido por todo el oriente y su influjo llegó también
a Israel. Unos, sobre-valoraron la importancia de esta cultura, olvidándose de
la riqueza de la propia. Otros, se negaron a aceptar todo lo bueno que la
cultura helenista contenía. Sin embargo, todos los autores coinciden en
afirmar que la cultura griega fue un revulsivo o impulso para el movimiento
sapiencial de Israel. Veamos como reaccionaron los autores de los libros en
cuestión ante este problema:

• El autor del libro del Eclesiástico, Ben Sira, rechaza la


cultura griega con sus métodos y ataca a todos los que se
dejan atraer por esta corriente. Él busca la respuesta a los
problemas en el pasado, en la tradición bíblica: la sabiduría
sólo se encuentra en Israel y procede del temor de Dios. No
acepta el dualismo alma-cuerpo y, en cuanto a la retribución,
defiende que el bien procura la prosperidad y no hay premio
ni castigo en la otra vida.
• El autor del libro de la Sabiduría usa un lenguaje y unas
fórmulas nuevas, conoce la ciencia y la filosofía griega.
Acepta el dualismo alma-cuerpo y la idea de la retribución en
la otra vida, siendo uno de los temas principales (2,1-3,8; 4,7-
5,16).
2. La importancia creciente de la historia. La antigua sabiduría de
Israel, a pesar de estar enraizada en la vida y en la historia, nunca se

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preocupó de reflexionar sobre ella. Solamente en su etapa final, la historia
se convierte en motivo de alabanza y aprendizaje para las generaciones
presentes y futuras (leer Si 44-50 y Sb 11-19). Estos autores se detienen a
estudiar la historia de sus antepasados y a dar gracias a Dios por los
beneficios concedidos a su pueblo.

3. La personificación de la sabiduría (Pr 1-9; Si 24; 51,13-30; Sb 6-9).


Al leer estos textos nos descubrimos inmediatamente en un mundo
radicalmente nuevo. La sabiduría no es un conjunto de conocimientos o
maneras de actuar, es una persona concreta que llama, busca y enamora.
Además, esta persona existe desde antes de la creación. ¿Cómo se llegó a la
personificación de la sabiduría? Es una pregunta de difícil solución y los
mismos expertos no se ponen de acuerdo. Lo único que podemos afirmar con
seguridad es que forma parte del proceso evolutivo del pensamiento en el
mundo y está claramente influenciado por él. Esto tendrá una gran
repercusión en la teología del NT, que considerará a Jesús como la sabiduría
de Dios encarnada (1 Cor 1,24; Col 1,15s).

3. FORMAS LITERARIAS SAPIENCIALES

Los frutos de la reflexión, observación y meditación de los sabios se


traducían y sintetizaban en dichos o textos literarios para facilitar la
transmisión y la comunicación de la cultura de generación en generación.
Vamos a realizar un breve estudio de las formas literarias más típicas de tipo
sapiencial.

a) El proverbio (mashal)

Es la forma más frecuente de la literatura sapiencial. El término


“proverbio” puede definirse como un dicho, refrán o sentencia breve bien
construida, fácil de memorizar y donde se sintetiza o resume la experiencia o
la observación. Su significado, a veces, puede cambiar a partir de las
situaciones en las que se emplee. El proverbio también puede enseñar a
través de las bromas y del humor: “La puerta se abre y se cierra y el
perezoso en la cama”; “el perezoso hunde la mano en el plato, pero le cuesta
llevarla a la boca” (Pr 26,14-15).

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Los proverbios, a partir de su forma literaria, pueden ser divididos en
distintos tipos: proverbios populares, instrucciones, exhortaciones,
proverbios numéricos y comparaciones o símiles. Normalmente, los proverbios
están compuestos por una sentencia o frase dividida en dos versos paralelos
elaborados con mucha intención.

El proverbio popular es el resultado de la experiencia colectiva y


resume las observaciones de la vida cotidiana. Su función es educativa, es
decir, ayudar al hombre a controlar los fenómenos naturales y sociales, y a
obrar de consecuencia, sabiendo elegir la acción a realizar y el momento
oportuno para evitar el fracaso y la autodestrucción.

“Anillo de oro en la nariz de un cerdo


es la mujer hermosa pero sin gusto” (Pr 11,22)
“Mujer virtuosa, corona del marido,
mujer desvergonzada, enfermedad en los huesos” (Pr 12,4)

“Corazón alegre hace buena cara,


corazón en pena deprime el espíritu” (Pr 15,13)

“El corazón alegre mejora la salud,


el espíritu abatido seca los huesos” (Pr 17,22)

“El vigor es la belleza de los jóvenes,


las canas el ornato de los viejos” (Pr 20,29)

“El aceite y el perfume alegran el corazón,


la dulzura del amigo consuela el alma” (Pr 27,9)

La instrucción se introduce normalmente con el término “hijo”,


pretende enseñar al inexperto el camino recto en la vida y exponer las
consecuencias negativas que puede acarrear el incumplimiento de dicha
enseñanza. Leer Pr 1-9 (especialmente 1,8-19; 2,1-22; 3,1-12.21-26, etc.); Pr
22,17-24,22; también Sirácida o Eclesiástico 2,1-6; 3,17-24; 11,29-34).

“Hijo mío, si quieres servir al Señor,


prepara tu alma para la prueba.
Endereza tu corazón, manténte firme,

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y no te aceleres en la hora de la adversidad.
Adhiérete a él, no te separes,
para que seas exaltado al final de tu vida.
Todo lo que te sobrevenga, acéptalo,
y en los reveses de tu humillación sé paciente.
Porque en el fuego se purifica el oro,
los amados por Dios en el honor de la humillación.
Confíate a él, y él, a su vez, te cuidará,
endereza tus caminos y espera en él (Si 2,1-6).

La exhortación o advertencia trata de inculcar en el oyente un modo


de pensar y una conducta adecuada en la vida. Para ello, el sabio suele hacer
uso del mandato y la motivación del mismo.

“A los de corazón torcido aborrece Yahvé,


a los de camino intachable da su favor” (Pr 11,20)

“Quien habla sin tino, hiere como espada;


más la lengua de los sabios cura” (Pr 12,18)

“Si uno devuelve mal por bien


no se alejará la desdicha de su casa” (Pr 17,13)
“No ames el sueño, para no hacerte pobre;
ten abiertos los ojos y te hartarás de pan” (Pr 20,13)

“Quien cierra los oídos a las súplicas del débil,


clamará también él y no hallará respuesta” (Pr 21,13)

“Quien va tras la justicia y el amor


hallará vida, justicia y honor” (Pr 21,21)

El proverbio numérico tiene su origen en los enigmas y pretende


desarrollar la inteligencia del que escucha. Es como una adivinanza que hace
pensar en busca de la solución correcta. Leer Pr 30,15-33.

“Hay tres cosas insaciables


y cuatro que no dicen: ¡Basta!
El Sheol (infierno), el vientre estéril,

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la tierra que no se sacia de agua,
y el fuego que no dice: ¡Basta!” (Pr 30,15-16)

b) La comparación o símil

La comparación se propone resaltar la naturaleza superior de ciertos


tipos de conducta respecto a otros. Los símiles positivos normalmente siguen
este orden: “como... así...”. Son especialmente interesantes las comparaciones
de Pr 25-26. Los símiles negativos necesitan menos elaboración: “no...ni...”.
También se usa con frecuencia entre los sabios el proverbio comparativo
“más vale...que...” (Qo 4,6.9.13; 6,9; 7,1-3.5.8; 9,4; Si 10,27; 19,24;
20,2.18.25.31; 30,14.17; 41,15; 42,14).

“Como el perro vuelve a su vómito,


así el necio insiste en su estupidez” (26,11)

“Como barniz aplicado a una vasija de barro,


así son los labios dulces con corazón perverso (26,23)

“Como el humo y el vapor anuncian el fuego,


así las injurias anuncian sangre” (Si 22,24)

“No es bueno comer mucha miel,


ni buscar gloria tras gloria” (Pr 25,27)

“Ni la nieve al verano, ni la lluvia a la siega,


ni la gloria al necio le sientan bien” (Pr 26,1)

“Más vale hombre sencillo que tiene un esclavo,


que hombre glorioso a quien le falta el pan” (Pr 12,9)

“Más vale un plato de legumbres, con cariño,


que un buey cebado, con odio” (Pr 15,17)

“Mejor es habitar en el desierto


que vivir con mujer litigiosa y triste” (Pr 21,19)

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c) Otras formas literarias

En la literatura sapiencial se usan con menos frecuencia otra serie de


formas literarias que sólo vamos a mencionar a título de ejemplo: los enigmas
(Pr 26,4-5), las fábulas, las alegorías, los himnos (Jb 5,9-16; 9,5-12; 12,13-
25; 26,5-14; Si 23,19-20; Sb 11,21-26), los poemas didácticos (Pr 24,30-34;
Si 1,1-20; 39,16-35), los diálogos (especialmente en el libro de Job), poemas
autobiográficos (Pr 4,3-9; Qo 1,12-2,26; Si 33,16-18; 51,13-22), etc.

4. ¿CUÁL ES EL ESCENARIO DE LA ACTUACIÓN DEL


SABIO?

El movimiento sapiencial, como hemos dicho, fue evolucionando poco a


poco, de unos orígenes muy humildes se fue transformando en algo deseado
por todos en Israel, especialmente por los más poderosos e influyentes. El
escenario donde actúa el sabio incluye dos ámbitos bien definidos: 1) El
privado: la familia y la tribu; 2) El público: la corte real, el templo y la
escuela.

a) La familia y la tribu

En los orígenes de la sabiduría, el sabio formaba parte de una familia y


de una tribu, donde se transmitían, usaban y conservaban los conocimientos
de los antepasados. Al mismo tiempo, esos sabios tribales descubrían, con su
reflexión y observación de la realidad, nuevas tradiciones y dichos. Es lo que
conocemos con el nombre de “sabiduría popular”. En Proverbios y Eclesiástico
encontramos muchas instrucciones que comienzan con la fórmula “Hijo mío” o
“Escucha, hijo,” (Pr 1,8; 2,1; 3,1.21; 4,1.10.20; 5,1; 6,1; etc.; Si 1,28; 2,1; 3,1.17;
4,1.20; 6,18; etc.). Esta fórmula, usada con frecuencia por los “maestros”
para dirigirse a sus discípulos, viene a decirnos también que el padre, en el
ámbito familiar, desempeñaba tareas educativas. Una de las obligaciones de
los padres era la formación de sus hijos, tanto en las tradiciones religiosas
cuanto en la convivencia con los demás miembros de la tribu. Así, en el ámbito
familiar se transmitía la sabiduría de padres a hijos (Pr 4,3ss.).

En este ambiente, no puede excluirse la figura de la madre y sus


funciones de “sabia”. En las sentencias o dichos israelitas es frecuente que
aparezco junto a la figura del padre (Pr 1,8; 6,20; 10,1; 31,1; Si 3,3-7). En el

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antiguo Oriente, las mujeres eran las que mantenían unida a la familia,
además de ella dependía el crecimiento, adaptación y socialización de sus
hijos. Pero la educación de los hijos era confiada a los hombres de la familia.
También había excepciones de mujeres educadoras.

b) La corte real

En Israel, la sabiduría era un atributo que los reyes debían tener (el
ejemplo de Salomón es claro). De hecho, el rey mesiánico escatológico
recibirá del Señor unos dones especiales (Is 11,2): “espíritu de sabiduría y
entendimiento” (hokmah y binah). A pesar de esto, en el AT sólo se habla de
la sabiduría de David y Salomón.

Esto puede explicarse por la cercanía del “consejo” con la “sabiduría”.


El consejo era imprescindible en la esfera política, por eso los monarcas se
rodeaban de consejeros políticos y militares. De ellos dependía en gran
medida el buen gobierno de la nación y el éxito o fracaso en tiempos de
guerra. Al lado de éstos, aparecen también los consejos de los adivinos y
hechiceros, profesionales vinculados al ámbito sapiencial que tenían gran
influencia sobre los reyes y cortesanos.

En la corte, junto con el consejero, son mencionados también “el amigo


del rey” y el escriba. Los amigos del rey utilizan su sabiduría para salvar a los
reyes de situaciones comprometidas, son personas en las que puede confiar
ciegamente. El oficio del escriba consistía en ejercer una función de
secretario y cronista del rey, poniendo por escrito todo lo que se le
encargaba: copiar las tradiciones nacionales, los poemas y sentencias de la
sabiduría popular, las actas de la guerra y de las victorias, junto con otras
actividades.

c) El templo

Las cortes y los templos israelitas, como en todos los países del
Oriente Próximo, fueron centros de cultivo de las diferentes ciencias y
artes. Los santuarios, con su cuerpo de sacerdotes y sus propios escribas, se
convirtieron en focos de una gran actividad cultural, más relacionada sin duda
con la conservación y transmisión de las tradiciones religiosas. Podríamos
afirmar sin problemas que los distintos tipos de literatura de la época

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monárquica se deben a la pluma de escribas cortesanos o sacerdotales:
anales, relatos históricos, leyes, normas para el culto, salmos y, sin duda,
material sapiencial. Gran parte de estos materiales se conservan en el AT;
otros, sin embargo, se han perdido por desgracia.

d) La escuela

No tenemos datos objetivos en el AT sobre la sabiduría escolar, pero


podemos afirmar que existían escuelas en el antiguo Israel. La única mención
explícita la presenta Si 51,23: “Acercaos a mí, ignorantes, y habitad en mi
escuela”. De aquí deducimos no sólo la existencia de escuelas, sino también un
dato sobre su naturaleza: los alumnos podían vivir en ella. De Qohelet se dice:
“Qohelet, además de ser un sabio, enseño su doctrina al pueblo” (Qo 12,9). La
personalidad del sabio está en relación con la enseñanza, y ésta exige un
lugar de transmisión de conocimientos. Hoy día, sabemos con toda seguridad
que a partir del siglo III a. C. existieron escuelas en Israel.

No estamos hablando de escuelas en el sentido moderno del término,


pues los sabios no están necesariamente asociados a centros educativos, pues
la familia y la tutoría privada pudieron coincidir en el tiempo de las escuelas.
Lo importante aquí es la relación maestro-discípulo. El lugar de la enseñanza
incluye varias sedes posibles: desde la propia casa del maestro hasta los
lugares públicos concurridos (Pr 1,20-21; 8,1-3).

En el período monárquico probablemente ya había escuelas, por varias


razones:

• Las instituciones educativas servían para garantizar la


preparación de escribas y otros funcionarios públicos, de los
cuales dependía la administración y buen funcionamiento del
país.
• La gran actividad literaria y cultural del siglo VI sólo se
puede explicar con la existencia de centros educativos.
• El mismo AT habla en numerosas ocasiones, sin especificar,
de las escuelas de los sabios (1 Re 12,8; 2 Re 10,1.5s; 6,1;
12,3; Is 8,16.

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No todas las escuelas eran del mismo tipo. La mayor parte de ellas
eran “escuelas elementales”, donde unos pocos alumnos en torno a un maestro
se ejercitaban en la lectura, escritura y matemáticas. Pero, en las ciudades
importantes el nivel de enseñanza era más alto y los destinatarios eran los
hijos de la nobleza, las familias ricas y los grandes comerciantes. Allí se
aprendían lenguas, literatura hebrea, la historia de Israel, geografía de la
zona y la legislación nacional e internacional. Estos alumnos recibían algún tipo
de instrucción sapiencial.

Antes del exilio en Babilonia, no tenemos ningún nombre de maestro de


sabiduría. Pero, el maestro era llamado habitualmente “padre” y los alumnos
“hijos”.

5. ¿CUÁLES SON LAS CARACTERÍSTICAS DE LA


SABIDURÍA?

Es difícil, si no imposible, definir el término “sabiduría” (hokmah) sin


ser demasiado impreciso. Pues bien, nosotros vamos a desarrollar
brevemente las características más importantes de esta sabiduría bíblica.

a) La sabiduría es internacional. Los textos sapienciales no los


encontramos sólo en Israel, mucho antes eran ya famosos en el Medio
Oriente, especialmente en Egipto y Babilonia. Era una cultura dinámica,
comunicativa, que pasaba fácilmente las fronteras. En muchos proverbios
israelitas se puede apreciar una influencia y dependencia de la sabiduría de
otros países (Pr 22,17-24). De hecho, en la literatura sapiencial de Israel no
aparecen a menudo los temas dominantes de su tradición religiosa: éxodo,
alianza, culto, leyes mosaicas, relatos patriarcales, etc. Es otro tipo de
literatura que refleja otro mundo.

Algunos textos sapienciales no israelitas hacen referencia a sabios


extranjeros: Agur y Lemuel. El mismo Job no es israelita. Por tanto, podemos
afirmar que la sabiduría tiene una dimensión internacional. Pero con el paso
del tiempo, en Israel adquiere un estilo particular al ponerla en relación con
la fe en Dios.

b) La sabiduría se interesa de la humanidad concreta (hombres y


mujeres). Se preocupa de los individuos, de sus problemas y del ambiente en

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que viven. Éstos deben aprender a razonar, a encontrar reglas que den
sentido a su vida, a ver, a oír y a actuar. No son reglas morales, sino reglas
para llevar una vida equilibrada y para tener éxito en sus empresas. No tiene
motivaciones de tipo religioso, pues las reglas de conducta son racionales,
lógicas y deben ser comprendidas por todos.

A partir de este punto de vista, surgen dos tipos distintos de


sabiduría: la humana o profana y la religiosa.

1. La sabiduría humana o profana

Es el tipo de sabiduría más antiguo de Israel y su función es


fundamentalmente pedagógica. No se fija en el mundo en sentido religioso,
sino profano. Esta sabiduría se centra en la realidad y ofrece una visión del
mundo, lo cual implica una búsqueda para vivir en armonía consigo mismo y con
el mundo.

Para alcanzar esa sabiduría, el sabio, además de saber vivir y ser


justo, necesita una serie de virtudes o dotes:

• Una conciencia crítica que proviene de la reflexión y


observación profunda, en contra de la banalidad y
superficialidad: el necio y el estúpido se hacen daño y hacen
daño a los demás. Es necesario ser muy disciplinado y tener
capacidad de verificar lo aprendido.
• Una búsqueda de la globalidad, es decir, una visión siempre
más completa y amplia de la realidad, capaz de hallar las
contradicciones, las ambigüedades y las posibilidades.
• Descubrir las reglas del comportamiento humano. Buscar la
mejor manera para que las relaciones humanas sean buenas,
en la solidaridad y en la búsqueda del bien común. Integrarse
en la comunidad y favorecer su desarrollo en todos los
campos.
• La utopía y el realismo. Capacidad para hacer proyectos
gradualmente, valorando todas las posibilidades. Se necesita
paciencia para progresar de forma humilde y apasionada a
través del misterio.

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2. La sabiduría religiosa

El aspecto teológico de la sabiduría es bastante tardío en Israel, e


intenta conjugar la sabiduría con la fe en Dios. Así emerge una nueva figura
del sabio, que aplica el método sapiencial a los datos de fe, nace el “escriba”
(soper). Las dotes del escriba;

• Busca a Dios y ama la sabiduría: establece con ella una


relación de amor y la consigue gradualmente a través de su
investigación sobre la realidad y sobre la tradición,
reflexionando sobre la Torah (la ley del Pentateuco) y sus
preceptos, sobre la oración, etc.
• Justifica intelectualmente los temas de la fe: su actividad
es consciente y crítica. Reflexiona sobre el “misterio” del
mundo y de Dios (ver Job, Qohelet y Eclesiástico).
• Se pregunta por el origen de la sabiduría: la considera una
revelación divina, un don especial de Dios al hombre para
conocer el mundo y las leyes que lo gobiernan, y, a través de
él, conocer a Dios.

A partir de este tipo de reflexión sapiencial, surgen nuevos aspectos


de la sabiduría:

• La sabiduría es un atributo de Dios: Dios es el único sabio.


Él crea y gobierna el mundo con sabiduría, se la regala al
hombre y la distribuye entre todas las criaturas.
• Personificación de la sabiduría: es la esposa del sabio, la
inspiradora de Dios en la creación y gobierno del mundo y de
la situación social. El hombre, fijándose en el mundo, puede
descubrir los signos de la sabiduría de Dios.
• La sabiduría y la Torah: la tradición religiosa de Israel es
auténtica sabiduría. Es su expresión más alta, pues
representa la misma sabiduría de Dios.

En el Nuevo Testamento, la sabiduría aparece personificada en la


persona de Jesús, la sabiduría encarnada de Dios. Esta divina sabiduría se
manifiesta en su persona, en sus obras, en sus palabras y en su ley.

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6. NOTAS SOBRE LOS LIBROS SAPIENCIALES

Los libros sapienciales son cinco: Proverbios, Job, Eclesiastés o


Qohelet, Eclesiástico o Sirácida y Sabiduría. Vamos a ver de qué tratan cada
uno de ellos.

a) El libro de los Proverbios

1. Sabiduría práctica. El libro de los proverbios puede ser definido


como un manual de sabiduría práctica. Se enseña al hombre el modo más
humano de superar las dificultades de la vida para llegar a una armonía
interior y a una integración social sin traumas; a una vida feliz y a una
existencia provechosa. Esta sabiduría práctica proporciona al aprendiz de
sabio, a través de sentencias, exhortaciones e instrucciones, una visión del
mundo y del hombre que le faciliten el camino del éxito o realización
personal, individual y social.

2. Sabiduría ética. El libro castiga duramente la conducta antisocial


de los hombres, porque destruye el orden establecido y acaba destruyendo a
su ejecutor, demostrando que desprecia el camino de la sabiduría. Así, en
muchos textos el que realiza una acción socialmente benéfica es considerado
como “sabio o justo”, mientras que el que obra negativamente es llamado
“necio, estúpido, malvado”.

3. Sabiduría teológica. En Pr 1-9 nos encontramos con la sabiduría


personificada, la “señora sabiduría”. Desde aquí, la sabiduría ya no es una
enseñanza práctica transmitida por un maestro. La propia sabiduría se dirige
al hombre para invitarle a caminar por el sendero de la vida. El hombre es
libre de escoger: quien se deja cortejar por ella recorrerá feliz el camino de
la vida (8,17-21.35; 9,4-6); quien la rechaza vive en un continuo peligro de
autodestrucción (8,36), es un muerto en vida (9,18). La contrafigura de la
sabiduría es la “señora necedad”.

Otro concepto básico para comprender la sabiduría teológica es “el


temor de Dios”. Este término no indica miedo o pavor, sino que expresa las
ideas de reverencia y respeto, la disposición interior de la criatura ante el
Creador, es decir, su actitud religiosa. En este contexto, el temor de Yahvé
es la condición indispensable para la adquisición de una sabiduría auténtica,

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un conocimiento genuino (10,27; 14,26; 15,16.33; 16,6; 19,23; 22,4; 22,17;
24,21; 31,30). No hay auténtica sabiduría sin una apertura clara a la
trascendencia de Dios. Ese temor de Dios es también práctico, pues conduce
al hombre a una vida plena y con éxito. Así, si una persona es temerosa de
Dios, su obrar producirá frutos positivos para su vida.

b) El libro de Job

El libro de Job lleva el nombre de su protagonista, figura


probablemente no histórica, que representa a todos los hombres, creyentes
en Dios, que buscan un sentido al problema del mal y del sufrimiento.

El prólogo (1,-2) y el epílogo (42,7-17) están en prosa, encuadrando el


cuerpo del relato. En él aparece Job como hombre que lo tiene todo y que es
despojado de todo; la privación no le desintegra, sino que sigue bendiciendo a
Dios. Este es el drama de todo creyente que sufre sin motivo. Job cree en
Dios, en un Dios justo y todopoderoso. Al encontrarse en medio del
sufrimiento hace un examen de conciencia sobre la propia conducta: sobre la
justicia y el amor al prójimo. Y se descubre inocente de toda culpa.

Sus amigos se encargan de presentarle las tesis tradicionales: “si


sufres, es que has pecado...; es que Dios te ama, pues castiga a los que ama...” .
Para Job todo eso es cuento. Y frente al silencio de Dios, Job grita, se
rebela, blasfema...

Finalmente, Dios habla, pero no para explicarse o para consolar a


sufridor, sino para hacerle ver la grandeza y esplendor de su creación y
proponerle una sola pregunta: “¿Con qué derecho me pides cuentas?”. Y Job
se postra en adoración y acepta la decisión de Dios.

Al final del libro no se sabe nada sobre el por qué del mal, pero era
bueno que un libro expresase de este modo nuestra rebeldía contra el mal.
Ahora sabemos que la rebeldía y la blasfemia pueden ser oración, que las
explicaciones piadosas no sirven para nada y que la única actitud posible para
el creyente es la de la confianza, a pesar del dolor y del sufrimiento. Es la
actitud de Cristo en la cruz.

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Si queréis tener una idea más profunda del tema, podríais leer los
siguientes relatos por lo menos:

• La desesperación de Job (3,6-7; 29-30: la ausencia y el


silencio de Dios);
• el poema sobre la sabiduría de la que sólo Dios tiene el
secreto (28);
• el examen de conciencia de Job (31);
• la respuesta de Dios (38).

c) El libro del Eclesiastés o Qohelet

El autor del libro se denomina “Qohelet”, se declara hijo de David, rey


de Jerusalén. La intención de identificarlo con Salomón es evidente; esa
paternidad le prestigia y le autoriza.

Es un libro extraño. Su autor hace una encuesta sapiencial sobre el


provecho que saca el hombre de lo que constituye su afán bajo el sol y que
generalmente se considera de valor. Su repuesta es totalmente negativa,
echando un jarro de agua fría sobre todas nuestras seguridades y certezas:
la bella y sabia naturaleza le parece aburrida y monótona; las generaciones
humanas, fugaces como un soplo; la sabiduría y los placeres, las grandes obras
y las riquezas, son perecederas y no mejores que sus contrarios; el tiempo
oportuno, una incógnita; el funcionamiento de la sociedad, torcido y
defectuoso; la retribución, insegura y equívoca; la sabiduría de Dios,
absolutamente insondable; la vida, pobre y efímera; el futuro, incierto.

¿Por qué tiene el autor una visión tan pesimista de la vida y sus
circunstancias? Porque al final, todas las conquistas del hombre se tienen que
enfrentar con la realidad de la muerte, haciéndolas inútiles. Todos los
hombres, inocentes y culpables, sabios y necios, tendrán la misma suerte: la
muerte. Esta muerte es un don gratuito de Dios, y el hecho de saber que hay
que morir basta para dar un poco de sentido a la vida. Por eso, propone al
hombre el disfrute máximo de la vida, pero sin tener grandes seguridades,
sin tomar las cosas demasiado en serio. También critica el evasivo optimismo
de la escuela sapiencial, que muchas veces es una retórica sin contenido,
vacía. Y nos enseña a saber subsistir con lo pequeño, con lo que
aparentemente no tiene valor.

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d) El libro del Eclesiástico o Sirácida

El Sirácida es un libro deutero-canónico, presente en el canon de la


iglesia, pero no en el judío. Quizás por eso se le llama Eclesiástico. El autor es
Jesús Ben Sira, un sabio que vivió a principios del siglo II a. C. y que nos dejó
su autorretrato en el libro.

El libro está estructurado en dos partes:

• La primera parte es una colección de enseñanzas sobre los


principales aspectos de la vida, relaciones, actitudes y
comportamiento, destinadas a asegurar el acierto o éxito al
que las siga a la letra (Si 1,1-42,14).
• La segunda celebra la presencia y acción de la sabiduría en la
naturaleza y en la historia (Si 42,15-50,29). Termina con una
oración y una confesión de su autor (Si 51).

El libro se parece al de los Proverbios, pero con la diferencia de que


desarrolla las sentencias hasta convertirlas en pequeños poemas. Según la
confesión de su autor, el libro es fruto de una larga y tendida meditación de
las tradiciones sagradas de los padres, de muchos viajes y experiencias y de
mucho vivir. Con sus escritos, intentó prevenir al joven judaísmo del peligro
de la cultura helenista. En su doctrina es muy conservador y se opone a la
aceptación de las nuevas corrientes doctrinales.

e) El libro de la sabiduría

La Sabiduría, cronológicamente, es el último libro de los sapienciales.


La obra es un buen exponente de la cultura judeo-helenística. Su propósito es
“enseñar a gobernar”, partiendo por saber gobernarse a sí mismo, actuando
con la debida rectitud ética y religiosa.

El libro se divide en tres partes: 1) El destino humano según Dios (Sb


1-5). ¿Cuál es el sentido de la vida? El autor, con gran agudeza psicológica,
indica dos tipos de actitudes. Para unos, hemos nacido del azar, por tanto la
vida es corta y después no hay nada... Y señala las consecuencias prácticas a
que esto puede conducir: gozar de la vida, aplastar a los demás para que
dejen sitio a otros... En realidad, son amigos de la muerte y se olvidan de que

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Dios ha hecho al hombre incorruptible, al ser imagen de su propia naturaleza.
Para otros, hay que confiar en el Señor y permanecer firmes en su amor; a
veces toca sufrir y ser perseguidos, pero cuando se hayan acabado las
tribulaciones, permanecerán al lado de Dios. 2) El elogio de la sabiduría (6,1-
11,3). El autor nos invita a buscar como él la sabiduría del Dios amigo de los
hombres, a hacer de ella la compañera de nuestra vida, a hacernos amantes
de su belleza... Después, recoge algunos momentos cruciales de la historia
sagrada de Israel para mostrar que era la sabiduría quien la dirigía, la que
formó a Adán, la que pilotó el arca de Noé, la que permitió a Abraham ser
más fuerte que el cariño a su hijo, la que condujo a Moisés por el desierto,...
3) Meditación sobre el éxodo (11,4-19,22). Al autor no le interesa esta
historia en sí misma, sino para mostrar la obra de la sabiduría en ella.
También incluye un paréntesis sobre la idolatría (13-15).

La doctrina del libro es la tradicional. Pero, por las influencias de la


cultura helenista (de Grecia), acoge el término “inmortalidad”, dándole la idea
que viene de la Biblia. Y afirma que: al que viva bajo el signo y en la esperanza
de la inmortalidad, ésta es ya algo real en el medio de su vida.

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