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GESTO SUSPENDIDO

Pinturas de Daniel Callori, Juan Giribaldi y Gilda Picabea

Trazos que remiten a la historia de la pintura pero que se han tamizado, se han
detenido como experimentos mentales. Gestos que parecen ser transferidos a otro
código, sosteniendo vibraciones de color extrañas, lumínicas y un despliegue formal
de una espontaneidad engañosa, sutil, suspendida.

Las obras de Juan Giribaldi dejan entrever una huella rasgada de óleo barrido detrás
de unas inquietantes figuras flotantes. Estas formas son variaciones o
descomposiciones del cubo. Entre esos rastros desenfocados y la nitidez de las
figuras pareciera existir un vacío, una especie de limbo que hace tensionar esos dos
campos. Esta geometría con sus composiciones y encastres podría pensarse como
una grafía o código que intenta (a través de la forma y su negativo y la precisión de
sus colores) traducir ese espacio intermedio.

Manchas de pintura sobre pequeños vidrios, luego se proyectan en una tela y se


redibujan. Ese es parte del proceso que realiza Daniel Callori en algunas de sus obras.
Un gesto que luego se reproduce meticulosamente sobre la tela, un gesto que se
despoja, se hace límpido, desglosando cada capa superpuesta de pintura. También
realiza en papel una serie de obras donde el trazo y las formas resumen una especie
de quintaesencia de la mancha, traslada bocetos e imágenes a sus papeles, hasta
llegar a unos mínimos rasgos, una forma y otra superpuesta, un trazo, una paleta
ajustada. La pulcritud de la superficie, lo opaco como un terciopelo, la intensidad en la
elección de apenas uno o dos colores vibrantes sumado al blanco del papel o a la luz
que puede irradiar éste detrás de un tono.
Estas composiciones tienen un tiempo de lectura que no admite miradas rápidas, hay
un detenimiento en el proceso de la obra que reclama un ralentar de la mirada. Como
si la intensión original mantuviera en suspenso las formas y sus tonalidades. Se ha
detenido el gesto, se ha pulido y con él nuestro ojo.

Gilda Picabea trabaja a partir de la acción de ovillar. Una acción tan simple como
poética. En su pintura “450120408” compuesta de cuatro telas formando un político,
esta acción se transfiere a trazos y líneas entrecruzadas que parecen continuarse por
fuera de la obra, es decir que estamos viendo un primerísimo plano de un ovillo
gigante. Nos hace interiorizarnos en una trama de colores cristalizados, traslúcidos, de
líneas que forman una inmensa red, donde la mayor intensidad del color está en las
intersecciones que producen las líneas, en esos intermedios del tejido. En cambio lo
que parece ser el hilo tiende a hacerse frágil, transparente. Un ovillo que se hace red
etérea para capturar la luz, el color y la mirada.

Lucas Marín
Agosto de 2009

del 21 de agosto al 26 de setiembre en mapa líquido


Las Casas 4100 (Boedo) viernes y sábados de 18 a 22 hs www.mapaliquido.com.ar
*sobre la obra de Gilda Picabea

Fueron otros días


pero viven
en algún lugar
de la memoria
Hugo Gola

La pintura dejó de ser una parodia al repetirse en la historia, simplemente, porque después de sus
innumerables muertes el único parentesco que le queda con el pasado es exclusivamente formal. La
lectura que puede hacerse de una aparente repetición de estilo, o mejor dicho de “movimiento”, ya no es
univoca a su supuesto referente.

Cuando el artista reposa sobre su propio lenguaje pasa de una obra derivativa a una personal, única y de
características propias, y cualquier intento de “turismo historicista” se disuelve para constituir, como en las
telas de Gilda, una obra de plena originalidad.

De cualquier modo la artista no rechaza ni ignora cualquier relación con el pasado que puedan hacerle,
pero queda ésta subordinada a un sentido íntimo e inmediato, donde leyes particulares en la construcción
de sus trabajos definen su identidad. Pongo por caso mi experiencia frente a sus pinturas, que aún siendo
subjetiva, avala el concepto que éstas transmiten.

Lo primero fue sentir perceptible ecos de viejas vanguardias: Futurismo, Goncharova con su rayonismo, la
sensibilidad de la materia de Sonia Delaunay o el estudio refinado de color de Josef Albers. Pero a
medida que las vamos viendo empiezan a definirse formas o movimientos que sugieren una relación
corporal entre el dibujo y la artista. Así imaginamos su brazo extendido para ir de una parte a otra de l a
tela o el recorrido continuo de una curva acompañada de sus pasos alrededor del cuadro. Entonces una
obra acotada e íntima se vuelve expansiva, móvil.

Comienzo a sospechar que esta paradoja se da a partir de un estado de conciencia de la artista que
guarda algún secreto, una tarea, u obsesión que se traduce gradualmente en el movimiento. Y en efecto,
descubriendo sus palabras me entero que una ancestral acción como la de tejer tiene que ver con sus
inquietudes, aun más, con su historia.
La artista dice: “Tejer es una actividad heredara por la humanidad en general y por mí en particular. Yo
retomo esa acción y la intento llevar a la pintura”. Para ese intento Gilda recurre a una acción puntual del
tejido “el ovillado”. Su consecuencia en sus telas son esas extensas diagonales y curvas, que en una
especie de enmarañado va formando espacios geométricos puros (triángulos, cuadrados, rectángulos)
que posteriormente seleccionará para llenarlos con colores. Y es aquí donde, a fuerza de sensibilidad, la
pintura embiste la superficie y las formas comienzan a albergar colores de una paleta tan sutil como
exquisita.

La materia impone sus tiempos, transparencias, empastes, acrílicos y estocadas con óleo se suman para
que nuestra mirada se hunda, se disuelva o se demore sobre la superficie. Entonces, desde ahí, desde lo
mínimo, percibimos la totalidad, redescubriendo a la composición general como un fragmento de algo más
amplio que excede los límites del cuadro.
Una vez más cito a la artista, cuando se pregunta: “¿Hacia dónde continúa la imagen? ¿Hasta dónde? O
a la inversa, si me adentro con un zoom en una pintura ¿qué puedo descubrir? ¿La pintura continúa
dentro de sí misma? ¿Hasta dónde?”.

Así, en ese ir y venir sobre la superficie y quizás sin saberlo, Gilda tam bién se pregunta sobre un
concepto temporal, análogo a un estado de memoria., agregando a estas obras una capa más a la que
cada uno pueda seguir descubriendo.

Fabián Burgos
Buenos Aires. Agosto de 2009.

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SALA PICABEA

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*sobre la obra de Daniel Callori y Juan Giribaldi

LA PROFUNDIDAD DE UNA SUPERFICIE


(o el estoico y el astronauta)

La pintura es una piel, una superficie. Y el problema del pintor fue siempre como
organizar esa superficie, no tanto en su extensión, sino en su profundidad. Cómo
construir esa membrana, cómo crear un procedimiento que revele un pensamiento.
Cómo dar ilusión.
Y al contrario de la extensión, que tiene puntos cardinales, la profundidad tiene un solo
sentido. Lo lejano y lo cercano.
No me estoy refiriendo a conceptos tales como fondo y figura, adelante y atrás, como
superposición o yuxtaposición. Este planteo de distancia es a la vez perceptual y
conceptual, ya que termina configurando tanto la imagen como la evidencia de su
manera de existir.

Cada pintor tiene una manera de sentir esa distancia. En ella manifiesta su paradigma
y nos guía en la ausencia de toda geografía. Es a su vez objeto y percepción, relato
material y voluntad. Es su one man´s land.

Para Callori, casi todo es presente. La profundidad sólo aparece en la aparente


superposición de entidades de tiempo. Todo esta cerca y esa mirada que presenta
tanta actualidad maneja una distancia brutal. La que trae todo al mismo instante y
jerarquía. Es difícil contemplar ese segundo, entender que todo lo que ocurre se
concentra en un solo acontecer. Ahí esta lo brutal y parecería esa la única manera de
ser de las cosas. Mas allá de ese único plano, está el vacío. Lo que vemos en la
formas todo lo contiene. Ellas mismas se enlazan en un heroico gesto de
supervivencia.

Giribaldi, en cambio, habita la distancia. Lo desfocado o lo inmensamente blanco son


su lejanía. Tiene cerca la seguridad de un refugio improbable. Como si lo cercano
fuera incompleto y lo lejano, inalcanzable. Esto también resulta en drama, pero existe
la posibilidad de un epílogo de coincidencia, una esperanza. Lo lejano, que se intuye
esencial, fue en un antes y un después, parte de lo próximo. Lo que sentimos cerca es
una esquirla del completo infinito. Como yendo hacia atrás, llegamos al presente
desde el futuro. Esperando la fe que la mueva, cada pieza detenida y en foco, nos
mira.

Por eso en estos dos pintores encontramos la pintura. La superficie aquella que nos
sirve para pensar en la distancia.

Carlos Baragli
Agosto de 2009

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