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¿SALVACIÓN FUERA DE LA IGLESIA CATÓLICA?

¿Se pueden salvar los que no pertenecen a la Iglesia Católica? Respecto de la Salvación, qué implica
estar en comunión con Dios, qué pasa con nuestros hermanos de otras religiones, sectas y demás; como
ser musulmanes, judíos, budistas, hinduistas, evangélicos, testigos de Jehová, etc. ¿Podrán estar en
comunión con Él y compartir la vida eterna? ¿Quien se va a condenar? Los que no conocen a Dios o
nunca les predicaron; ¿se condenan? ¿no hay salvación para ellos?

Son preguntas que se han dado a raíz del documento del IV concilio de Letrán (1215 d.C.) que dice:
'existe una sola Iglesia, la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie (nullus
omnino) se salva' (Dz 430). Y del concilio Vaticano II que lo reafirma diciendo: 'que esta Iglesia
peregrinante es necesaria para la salvación. En efecto, sólo Cristo es mediador y camino de salvación,
y se hace presente a todos nosotros en su cuerpo que es la Iglesia' (L. Gent., 14).

Sin embargo, la afirmación de que no hay salvación fuera de la Iglesia no se refiere a los que, sin culpa
suya no conocen a Cristo y a la Iglesia por Él fundada. Y, citando al Concilio Vaticano II, nos dice el
Catecismo de la Iglesia Católica que si éstos “buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida,
con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su
conciencia, pueden conseguir la salvación eterna (Vat.II, LG 16)”. (Ver Catecismo de la Iglesia
Católica #847).

El mismo concilio Vaticano II nos dice: “Esto (la salvación, resurrección) vale no solamente para los
cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de
modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es
decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de
que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (Vat.II, GS 22).

Sin embargo el documento más reciente y más amplio que ha emitido la Iglesia Católica sobre este
tema es la Declaración “Dominus Iesus” del año 2000. He aquí lo que dice al respecto:

“Ante todo debe ser firmemente creído que la ‘Iglesia peregrinante es necesaria para la
salvación, pues Cristo es el único Mediador y el camino de salvación presente a nosotros en su
Cuerpo, que es la Iglesia’ (Vat.II, LG #14). Esta doctrina no se contrapone a la voluntad
salvífica universal de Dios; por tanto, ‘es necesario mantener unidas estas dos verdades, o sea,
la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia
en orden a esta misma salvación’ (RM #9)”.

“Para aquéllos que no son formal y visiblemente miembros de la Iglesia, ‘la salvación de Cristo
es accesible en virtud de la gracia, que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no
les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada en su situación
interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrifico y es comunicada por
el Espíritu Santo’ (RM #10).”

“Sobre el modo en que la gracia salvífica de Dios llega a los individuos no cristianos, el
Concilio Vaticano II se limitó a afirmar que Dios la dona ‘por caminos que El sabe’ (Vat. II, Ad
gentes #7)”. La teología está tratando de profundizar este argumento. Sin embargo, queda claro

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que sería contrario a la fe católica considerar que la Iglesia Católica sería un camino más de
salvación que vendría a ser complementado por otras religiones”.

Luego de ver algunas notas de los documentos oficiales de la Iglesia Católica analicemos el tema en
cuestión. El Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo enviado por el Padre, actúa en modo salvífico
tanto en los cristianos como en los no-cristianos y lo hace de manera misteriosa. Pero sabemos que todo
aquél que se salva, se salva por los méritos y por la gracia de Cristo, no por sus propios medios, ya que
la voluntad de Dios de que todos los hombres se salven, se nos ofrece y de hecho se cumple, por la
encarnación de Dios en la persona de Jesucristo y por los méritos de su pasión, muerte y resurrección.

Sabemos que Cristo dejó bien especificada la necesidad de la fe y el bautismo para la salvación: “El
que crea y se bautice se salvará. El que se resista a creer se condenará” (Mc 16,16) y “Respondió
Jesús: En verdad, en verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el
reino de los cielos.” Juan 3,5. Además, instituyó su Iglesia como instrumento de salvación, en la que
entramos a formar parte desde el momento de nuestro Bautismo (ver el tema del Bautismo).

Pero hasta el buen ateo participa de Dios precisamente en la medida en que es bueno. Si alguien no cree
en Dios, pero participa en alguna medida del amor y la bondad, vive en Dios sin saberlo. Esto no quiere
decir, entonces, que no hay por qué creer en Dios; es más bien que no debemos creer en Dios porque
nos sea útil, o porque nos permita llevar una vida moral, sino, sobre todo, porque creemos que
realmente existe.

Pero de igual manera no es que uno puede estar en cualquier religión (ver el tema “¿Jesús no es
religión?” ya que la salvación también depende de tu rectitud, pues podrías estar en el error de modo
culpable o voluntario. Si una persona se fabricara una religión propia, a su medida, porque le resulta
más cómodo; o hiciera una interpretación acomodada de su religión, para rebajar así sus exigencias
morales; o no se preocupara de recibir la necesaria formación religiosa adecuada a su edad y
circunstancias, u otras causas semejantes; sería culpable de no reflexionar suficientemente para llegar al
conocimiento de la fe verdadera y de sus exigencias, y así consecuentemente quedaría en manos de
Dios el juzgarlo conforme a su grado de culpabilidad y voluntariedad.

Con seguridad sabemos que Dios no niega la gracia al hombre que obra lo mejor que puede. O estas
personas no hacen lo que juzgan ser mejor, y Dios lo ve y nosotros no. Sólo sabemos que Dios es
misericordioso, y nunca injusto.

San Pedro dijo: "Porque no hay bajo el cielo otro nombre (que Jesús) dado a los hombres por el que
nosotros debamos salvarnos.” Hch 4,12. Como otras enseñanzas, esta debe ser entendida a la luz de
toda la Sagrada Escritura y de la sabiduría que el Espíritu Santo da a su Iglesia a través de los siglos.
Así San Pablo en 1 Tim 2,4 dice: “(Dios) que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad.” ¿Cómo se reconcilia este deseo de Dios con lo dicho arriba por
Pedro y el hecho de que tanta gente muere sin conocer a Jesús?

No podemos negar que el Espíritu Santo puede influir y dar su gracia a todo hombre de buena voluntad
que esté en una religión no-católica, como lo dice el Concilio Vaticano II en LG16 y que a la vez nos
dice: “La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en otras religiones hay de santo y verdadero.
Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, aunque
discrepan en muchos puntos de lo que ella profecía y enseña, no pocas veces reflejan un destello de
aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (NA 2).

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En conclusión:

Los que sin culpa de su parte no conocen el Evangelio ni la Iglesia, pero buscan a Dios con sincero
corazón e intentan en su vida hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su
conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.

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