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EL PAÍS, viernes 9 de octubre de 2009 31

LA CUARTA PÁGINA OPINIÓN

Hypatia, la otra gran alejandrina


La película de Alejandro Amenábar ‘Ágora’ provoca un alud de publicaciones sobre la gran erudita y aviva la
controversia en torno a su figura. La astrónoma y filósofa vivió una época crucial marcada por la intolerancia
Por JACINTO ANTÓN

E
ntre Cleopatra y Justine, la antigua suales corpiños de fantasía faraónica de la chica colaboró con su padre, a cuyo lado estaban en decadencia y sus monumentos
reina y el personaje moderno de película de Stephen Sommers. aprendió astronomía, matemáticas y otros —la gran Biblioteca, el Faro, la tumba de
Lawrence Durrell, está Hypatia, la Hypatia nació alrededor de 355 en Ale- saberes, inclinándose, al parecer, especial- Alejandro— desaparecidos o en ruinas. Sa-
otra gran alejandrina. Juntas, las tres mu- jandría, en plena élite académica de la ciu- mente por la filosofía. Encontramos su bemos que montó su propia escuela, don-
jeres representan perfectamente el alma dad, pues era hija de Theon, el último gran nombre por primera vez en los comenta- de impartió enseñanzas de ciencias pero
de Alejandría, la capital de los Ptolomeos nombre que puede asociarse con el céle- rios de Theon al Almagesto de Ptolomeo asimismo de ética, ontología y filosofía (las
—con los inigualables Biblioteca y Museo, bre Museo, una de las grandes señas de en los que consta —y podemos vislumbrar enseñanzas de Pitágoras, de Platón y el
el alto Faro y el Soma, la resplandeciente identidad intelectual de la metrópoli. La el orgullo del sabio progenitor a través de neoplatonismo de Amonio Sacas —ex esti-
tumba del fundador, Alejandro Magno— bador, lo que hay que ver, de los muelles
pero también la ciudad arruinada de innu- alejandrinos— y Plotino), en un clima que
merables calles en las que se arremolina nos la muestra también como algo cerca-
el polvo de la historia, la ciudad de las no a lo que hoy denominaríamos un maes-
rencillas religiosas, la decrépita y melancó- tro de vida o incluso un gurú. Entre sus
lica del Viejo (Kavafis), la ciudad recreada alumnos, muchos de ellos aristócratas y
por E. M. Forster, la ciudad, en fin, “de las gente influyente, estuvo Sinesio de Cirene
cinco razas, cinco lenguas, una docena de —que llegó a ser obispo en la Cirenaica—,
religiones, el reflejo de cinco flotas en el del que se conservan 156 cartas en las que
agua grasienta, más allá de la escollera, habla de la vida en la ciudad y que son la
pero con más de cinco sexos”, como la des- mejor fuente de lo poco que se conoce so-
cribió Durrell en su Cuarteto. Alejandría... bre Hypatia. En una de ellas, explica entu-
con Atenas y Roma la gran partera de siasmado: “Hemos visto con nuestros ojos,
nuestra civilización y el crisol de tantos hemos escuchado con nuestros oídos a la
sueños, amores y maravillas. señora que legítimamente preside los mis-
Si Cleopatra representa la gran Alejan- terios de la filosofía”.
dría de la antigüedad clásica y el momento Durante años se quiso ver a Hypatia
emblemático en el que la historia se adhie- como la última pagana, irreductible, en-
re al mito para no dejar de reencarnar frentada al cristianismo hirsuto represen-
hasta Hollywood con esfinges, senos y áspi- tado por héroes como San Antonio que
des, la ficticia Justine simboliza la metró- consideraba bañarse pecaminoso y en con-
poli de devastados romanticismo y literatu- secuencia era llevado a través de los cana-
ra, la que huele a podredumbre y a Jamais les del Delta por un ángel. El brutal asesi-
de la vie —el perfume del personaje— y que nato de la erudita a manos de una turba de
no se atalaya desde ningún lugar mejor fanáticos en marzo del 415 habría sido un
que desde la terraza del Cecil Hotel, abier- martirio y la manifestación de la victoria
ta a los viejos puertos donde duermen su- definitiva de una religión sobre otra, un
mergidas las ruinas de palacios y templos. hecho similar a la precedente destrucción
A distancia de una y de otra, de Cleopatra del Serapeum y de la estatua de Serapis —y
y de Justine, tan diferente de ambas, Hypa- de los fondos supervivientes de la Bibliote-
tia, científica, filósofa, unos dicen que vir- ca que allí se guardaban—, que marcó el
gen (otros que promiscua), es el arquetipo fin del paganismo. Forster abonaba esta
de una tercera Alejandría, la que, suspen- teoría que en realidad no se sostiene, pues
dida en el fiel de la historia, envuelta en un Hypatia siguió en activo tras la radical
clima de catástrofe y fanatismo, se aferra clausura del templo, congregaba entre sus
un último momento a su evanescente alumnos tanto a paganos como a cristia-
grandeza intentando reinventarse a sí mis- nos, predicaba la moderación y se mante-
ma para precipitarse luego en el caos, la nía al margen de los peligrosos conflictos
oscuridad y la sinrazón, las sombras y la doctrinarios. Su muerte, a los 60 años (y
decadencia que serán ya para siempre, no cuarentona), fue más bien producto de
también, su herencia. envidias políticas en el seno de una lucha
Ahora, la nueva película de Alejandro por el poder.
Amenábar, Ágora, ofrece para un público La gran influencia de Hypatia en la vi-
amplio por primera vez (si exceptuamos da alejandrina —el prefecto Orestes, cris-
aquella serie televisiva de Carl Sagan, Cos- tiano, asistía a sus clases— molestaba al
mos, que dio a conocer a mucha gente en ambicioso nuevo obispo de la ciudad, Ciri-
los años setenta el nombre de la pensado- lo, elegido en el 412 y que ya había provoca-
ra y científica) la figura de Hypatia. Es un do disturbios soltando a los monjes de la
propósito noble que de entrada sólo cabe Tebaida en la ciudad contra los judíos y las
alabar y que ha provocado un estimable y autoridades. Parece que fue él el que difun-
curioso fenómeno de hypatismo que se tra- dió la especie de que la astrónoma practi-
duce en un asombroso brote de publicacio- caba la magia negra y la brujería (sabía
nes sobre la astrónoma, especialmente en usar un astrolabio, lo que nos puede pare-
el género de la novela histórica —también eva vázquez cer raro hasta a nosotros) y el que incitó a
interesantes biografías como la de Dziels- la caterva de parabolanos —auténticos tali-
ka en Siruela o la reivindicativa monogra- la niebla de los siglos— la anotación: “Edi- banes cristianos— a que detuvieran su ca-
fía a cargo de un grupo de jóvenes científi- Congregaba entre sus ción revisada por mi hija Hypatia la Filóso- rro aquel funesto día cerca del viejo Cesa-
cas españolas (editorial Hipatia, 2009)—. fa”. No ha sobrevivido ninguna de las reum, le arrancaran la ropa, la arrastra-
Ágora, hay que recordarlo, es una ficción alumnos tanto a paganos obras originales de Hypatia pero una fuen- ran hasta el edificio convertido en iglesia y
cinematográfica, sujeta a las convencio- como a cristianos y te nos dice que “era por naturaleza más la desollaran con afilados fragmentos de
nes del género (el filme se centra en un refinada y talentosa que su padre”. Vaya cerámica. Desgraciadamente no hubo, co-
personaje imaginario, el esclavo Davo, ena- predicaba la moderación usted a saber. Fue una matemática brillan- mo en el filme, un fiel Davo que le diera
morado de la protagonista), pero ya ha te, que escribió comentarios a, por ejem- una muerte misericordiosa. Los despojos
creado controversia entre los que creen plo, la Arithmetica, la compleja obra del de la filósofa fueron llevados al Kinaron,
que se trivializa, adultera y falsifica la vida Su muerte brutal inventor del álgebra, Diofanto de Alejan- fuera de las murallas y quemados.
y la obra de Hypatia. fue más fruto de envidias dría (el sabio en cuyo epitafio figura un No cabe sino recibir el regreso de Hypa-
tia, y su ejemplo, con alegría. Un persona-
En realidad, no tiene sentido ponerse simpático problema matemático para dilu-
muy estupendos sobre el particular, por- políticas que cidar su edad). No hay evidencia de que je femenino extraordinario, libre, que des-
que no es mucho lo que sabemos a ciencia de causas religiosas Hypatia fuera miembro del Museo ni “la tacó en un tiempo en el que la mujer tenía
cierta de esa extraordinaria mujer a la última bibliotecaria”, y ya ni digamos una poco o ningún acceso al conocimiento y a
que, para turbación de los amantes de belleza, como algunos la han considerado. la fama. La primera científica conocida.
Egipto, encarna en Ágora Rachel Weisz, la La astrónoma vivió en un momento en La postrera llama de la sabiduría y la tole-
misma actriz que hizo de princesa Neferti- que las grandes instituciones de la ciudad, rancia en un mundo embrutecido que se
ti (sic) en The Mummy returns, aunque que había sufrido los avatares de la histo- despeñaba en la barbarie. Un faro en fin
aquí está mucho más serena, más filósofa, ria (como el odio de Caracalla) y, en 365, de la ciudad que, esplendorosa en su rui-
claro, y viste el adusto tribon y no los sen- un gran terremoto seguido de un tsunami, na, continúa iluminándonos.

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