El sol agobiaba ms que de costumbre. A pesar de ello, no dej que me intimidara, y sal como todos los domingos a pasear por la hermosa costanera del Malecn. La caminata comenz a paso lento, mas conforme transcurrieron los minutos la afianc dando largas zancadas. Mi mente estaba en blanco, al menos eso crea. Contemplaba feliz a las familias que paseaban a mi lado. Las risas estridentes de los nios que corran de un lado a otro me reconfortaban el alma. Alc la vista al cielo sin detener mi marcha. Estaba celeste, como pintado con acuarelas. El mar continuaba el hermoso lienzo serpenteando unas pocas olas. Estaba calmo, pero a pesar de ello despeda una bruma intensa que comenz a agobiarme el alma. Me sent confusa por un instante. Decid frenarme y contemplar el horizonte. Sera solo por un momento. Percib que el mar haba ocultado algo que haba extraviado en alguna parte y estaba dispuesta a encontrarlo. Comenc a reflexionar en silencio. Sin darme cuenta, fui capaz de abrir el infranqueable portn de mis emociones y alarmarme al tomar conciencia que mi alma me estaba reclamando con una voz entristecida. Sin dudarlo, le pregunt eufricamente qu le pasaba sin pronunciar ni una sola palabra. Su respuesta me alivi y me dio una certeza tan infinita como misteriosa. Haba llegado el momento. Deba animarme. De ninguna forma podra negarme a no seguir lo que dictaminaba mi galopante corazn. No tena derecho alguno de postergar mi felicidad, ni mucho menos de no arriesgarme en su maravillosa bsqueda. Estremecida, y an sin inmutarme, derram alguna lgrima, la cual sentenciaba un camino, una decisin, mi propia vida. Quise atesorarla pero se perdi entre mis dedos. Al recordarla, tan frgil como sabia, revivo nuevamente ese mgico instante en el que tom la decisin. Deba hacer lo imposible para no perderlo y as lo hara. Sucedi en aquella maana de verano.