Vous êtes sur la page 1sur 2

Idea: Omar, un joven soldado campesino, recuerda los sucesos de su infancia que lo conducen

irremisiblemente a un fatídico destino.

Story-Line: Omar, un joven soldado campesino, marcha conjuntamente con el pelotón, y ensimismado,
recuerda un episodio de su infancia, cuando con su primo se robaron un pavo del vecino y lo repartieron
entre sus amigos. Posteriormente, patrullando hay un conato de emboscada y de ve obligado a esconderse
en un riachuelo, donde recuerda una de las golpizas que le daba su padrastro. De nuevo en la marcha,
emboscan a la tropa y accidentalmente Omar se encuentra indefenso ante un subversivo que resulta ser su
primo. En la noche, hablando con Gutiérrez, le cuenta su terrible experiencia en la ciudad, donde es
humillado y ultrajado como nunca antes. Finalmente, Omar bajo licencia consigue una motocicleta robada
en Popayán, en la que se estrella intencionadamente.

Sinopsis: Omar, un joven soldado de origen evidentemente campesino (por sus rasgos físicos) se
encuentra patrullando con el pelotón, cuando de repente su compañero o “lanza” se derrumba desmayado.
Es realmente un fastidio la debilidad de este individuo, pero le obligan a cargarlo, pues no lo pueden dejar
ahí, y en el fondo, es una buena persona. Ensimismado y meditabundo en su marcha, Omar recuerda uno
de los pasajes de su infancia. En el campo, las labores diarias de toda su familia en la madrugada (su
madre cocinando, su hermano labrando la tierra, su primo cortando leña, y él cargándola hacia la cocina)
confluyen en el encuentro del desayuno, donde su padrastro habla del robo de un pavo de don Alonso, del
que Omar y su primo se saben culpables; Omar lo recuerda: fue una simple casualidad, la piedra solo dejo
un rastro de plumas en el aire y una inocente víctima de la picardía tendida en el suelo. Se alcanzaron a
escuchar a lo lejos los gritos iracundos y las clarísimas groserías vociferadas a todo pulmón por don
Alonso, acompañadas del tronar escandaloso de una escopeta. Inmediatamente, los indistinguibles
criminales se lanzan en una carrera entre la espesura del pinar cuya agilidad cae cuando los alientos no
dan más y el peso de animal se vuelve insoportable, y que se vuelve acelerar en el incentivo repentino y
amenazante de la escopeta. Lo hecho, hecho estaba y le sacarían el mejor provecho posible, pelándolo,
cocinándolo y repartiéndolo entre sus compinches, como efectivamente lo hicieron cuando estuvieron
fuera de peligro y en un lugar despejado.
De nuevo en la realidad, los soldados avanzan desganados por una planicie enmontada que es partida en
dos por una cañada turbia. Ante la súbita orden del capitán, todos corren a esconderse en donde mejor
pueden por lo que pareciera una emboscada. Omar se sumerge en un borde enlodado del riachuelo donde
el silencio y el agua le recuerdan otro funesto pasaje de su infancia: se encontraba en la misma posición,
imbuido en las aguas transparentes de una de las muchas chorreras de los bosques tropicales aledaños a su
casa, relajado y adormecido bajo el efecto de la marihuana. De un momento a otro, se incorpora
rápidamente y sale del agua, con intención de dirigirse nuevamente al taller de su padrastro. En el camino,
divisa la sombra de un jorobado jinete en el filo de una de las lomas que se disponía a atravesar. Ya lo
intuye, es su padrastro; y también intuye lo que una de sus manos sostiene y balancea como un péndulo
fatídico, hecho de una perversa combinación de cuero y cables. Sabe perfectamente la golpiza que le
espera, pero no se detiene, en parte por una absurda valentía en la que ha sido educado, y en parte por que
se sabe débil e imposibilitado a hacer otra cosa. Algo sí a aprendido de su padrastro: actuar sin
explicación, arbitrariamente; nunca hubo una razón comprensible ni para la golpiza, ni para la
humillación, pero ahí estaban casi tan habituales como para lograr insensibilizarlo, aunque cuando todo
había acabado y se hallaba bajo la solitaria compañía del crepúsculo no podía evitar la caída de un par de
lágrimas saladas por semejante destino tan aciago. Ahora lo llamaban a lo lejos, en unos gritos que no
acababan de tomar forma y que se perdían en un eco indescifrable.
-¡Ortiz!, ¡Ortiz!, ¡salga de allá doble h.p., o quiere que baje y lo saque yo maricón!. ¡¡Pero muévalo h.p.!!.
Todo continuó bajo una relativa normalidad durante un buen rato, hasta que se escucharon unos disparos;
esta vez sí era en serio. Mientras Gutiérrez se desplomaba nuevamente (del miedo, no de ningún balazo)
todos los soldados corrieron por donde mejor pudieron para posicionarse ante el ataque. Omar, ve la
oportunidad de desplazarse sigiloso por una suerte de sendero que lo conduciría a un punto estratégico
desde donde podría defenderse, y no la desaprovecha: corre con el fusil en mano tan rápido y agachado
como puede, pero no cuenta con la interferencia de una raíz que lo hace caerse de bruces y soltar
accidentalmente el fusil. Cuando intenta incorporarse, se da cuenta que no está solo… unas botas plásticas
de marca “Venus llanera”, una pañoleta amarrada de la mitad del rostro para abajo y un galil israelí le
hacen caer en cuenta lo indefenso y expuesto que se encuentra. Mira de reojo aquel sujeto que
amablemente le alcanza el fusil y lo reconoce: es su primo, compinche de infancia y ahora subversivo.
Leider le hace un gesto para que escape y Omar corre como aquella vez que juntos robaron el pavo de don
Alonso.
En la noche, ya dentro del cuartel, Omar entabla una conversación con Gutiérrez, donde le cuenta que ante
las imposibilidades y las frustraciones del campo, decidió trasladarse a la ciudad. Eran aproximadamente
las ocho de la mañana cuando emprendió su arriesgado viaje en bicicleta hacia Popayán, más
particularmente hacia la casa de su hermana, Carmen. Contaba con ochocientos pesos, una muda de ropa,
una puñaleta y un papelito donde había escrito con dificultad la dirección y el teléfono de Carmen, por
información que le había dado su mamá, la única que sabía de aquel éxodo semi-forzado. Con este
equipaje, aquel adolescente emprende su travesía a un mundo casi desconocido. Una vez en la ciudad, se
ve obligado a pagar por primera vez agua embolsada, pues requiere hidratar su cuerpo cansado después de
aquel largo viaje, pero necesita dejar algunas monedas para llamar a su hermana. Varios intentos estériles
preceden finalmente una extraña voz que habla de una línea cortada o un teléfono descolgado, o algo así.
El fracaso no opaca el ánimo de aquel joven que pregunta en un lenguaje muy inusual a varias personas,
sobre la ubicación de la casa de su hermana escrita en un código al que le es imposible acceder; por fin
llega a un tumulto de casas seguiditas, cuyas calles repletas de caca de perro y caballo albergan unos
ciudadanos que lo miran violentamente. Una de estas casas tiene un pequeño letrerito que coincide con los
números de su papel. Timbra. Nada sucede. Timbra de nuevo. El hambre ya empieza a marearlo y va muy
débil a una tienda y pide algo de comer, pero lo único que consigue es una humillación de la cual nunca
había sido víctima. Desganado, camina por el oscuro pasaje, adornado hermosamente por una motocicleta;
se acerca a verla pero es “ahuyentado” por su rudo e injurioso propietario. Se encuentra en un medio
hostil. Indefenso y sobretodo muy confundido, lo único que resuelve es quedarse al pié de la puerta,
esperando ansioso la aparición de su hermana, a la crueldad de la intemperie. Salta en forma de reflejo
cuando su hermana, casi al amanecer toca su helado hombro; entumecido por la dureza de los tubos de la
bicicleta, por fin entra a la casa, y después de un arroz con agua de panela, se dispone a dormir en esa
poltrona de costuras sueltas, resortes salidos y tapicería rota, que es en ese momento, el lugar más cómodo
del mundo.
Gutiérrez acongojado por tan triste historia, le confía a Omar que su madre se encuentra enferma en un
hospital de Popayán, y sus medicamentos son bastante costosos, por lo que le pide por favor entregarle un
dinero que tiene ahorrado a su padre, en vista que a él le han concedido una licencia para desplazarse a la
ciudad. Omar acepta acerle el favor y recibe aquel dinero.
Al día siguiente, sale muy temprano del cuartel junto con otros pocos afortunados. Una vez en la ciudad,
Omar busca a un tal “patacón”, de quien sabe vende motos robadas. Cuando lo encuentra, en un lugar
recóndito de uno de lo barrios marginales de Popayán, le muestra el dinero que le fue otorgado y después
de unos minutos de espera, es poseedor de una lujosa motocicleta. Muy emocionado, arranca en su
“nuevo” vehículo hacia su casa en Paispamba, fumando antes su sagrada dosis de marihuana. En el
camino, se agolpan en su mente las violentas imágenes de su infancia que lo hacen llorar y acelerar
progresivamente la velocidad. Ante una situación cada vez más tensionante, aparece inusitadamente un
camión pasando otro camión. Es demasiado tarde para cualquier reacción, pero no es su intención frenar
ni desviarse, como cuando sabía la inevitabilidad de la golpiza de su padrastro, avanza igualmente firme a
una muerte segura. Al choque sigue una quietud y un silencio característico de la cocina de su madre,
quien levanta la mirada, al mismo tiempo que lo hace su hermano en la huerta y su hermana en el cuarto,
como quien presiente que algo malo ha sucedido.

Vous aimerez peut-être aussi