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Esa mañana a las cuatro treinta, como todos los días sonó el reloj despertador que
Miguel tenía sobre la mesa de noche. El ruido lo sobresaltó. Dormía muy
profundamente, pues estaba muy cansado últimamente. Se desperezó y se levantó muy
despacio para no despertar a Blanca. Se puso unos pantalones gastados por el uso, unas
zapatillas viejas, se abrigó porque hacía mucho frío y fue hacia la cocina. Encendió el
fuego, abrió la puerta para salir afuera a buscar agua y vio que estaba lloviendo. «Pronto
le haría a Blanca una cocina mejor con agua y pileta para que no tenga que salir a tomar
frío y con un calefón, para que no tenga que andar calentando las ollas en el fuego para
bañar a los chicos»
Se lavó un poco, tomó unos mates con pan y manteca. Después, Comenzó a apurarse
porque no quería perder el tren de las seis. Entró a la pieza a buscar la campera, miró a
Blanca. «Mi pobre Blanca, cuánto trabaja con los chicos y las casas de familia»
-Miguel. Me hubieras despertado así por lo menos tomábamos unos mates juntos y yo te
los cebaba, que siempre te los tenés que cebar vos solo todos los días.
-Seguí durmiendo mujer, que está lloviendo y hace mucho frío. Abrigá bien a los chicos
para ir al colegio.
-Sí, andá tranquilo y llevá el paraguas.
-No. Mejor que lo lleven ellos.
-Miguel. ¡Que mal estamos! Cuando pienso en la diferencia entre la vida que
llevábamos antes y en la miseria por la que estamos pasando ahora, a veces siento que
voy a volverme loca. Pobres los chicos, les hacen falta tantas cosas. Anoche no podía
dormir pensando en todos los problemas que tenemos. Y vos, necesitás una campera y
unas zapatillas nuevas.
-Bueno ya mujer, yo también estoy preocupado, pero vamos a salir adelante, tenemos
que salir de esto. Por los chicos, por vos. Ya no puedo verte trabajar como sirvienta y
todo por ese hijo de puta… Bueno, que si seguimos hablando, voy a perder el colectivo
de las cinco y media y el tren de las seis. –Le dio un beso en la mejilla, la arropó mejor
y salió hacia la calle. Caminó dos cuadras bajo la lluvia, mirando hacia todos lados con
el miedo acostumbrado de todas las mañanas a que de cualquier lado aparezca algún
drogado y le saque las pocas monedas que llevaba para viajar. Llegó a la parada y por
suerte vio que venía el colectivo. Subió, y como era normal, no había ningún asiento
vacío. Se encontró con las mismas caras cansadas, tristes, apesadumbradas, cargadas de
problemas como todos los días y se preguntó si no serían también su propio espejo. Sólo
que alguna vez, él supo lo que era la ilusión, la alegría. La tranquilidad de estar bien
económicamente. De pronto se dio cuenta que había llegado a la estación y que venía el
tren. Bajó corriendo del colectivo, cruzó las vías sin mirar y pudo subir aunque colgado
como siempre, pero eso ya era una cosa normal en su viaje desde Morón hasta Once.
Con el ruido acompasado del tren y sin importarle que se estuviera mojando, se quedó
como dormido recordando el pasado tan lejano pero tan presente.
Capítulo 2
Pasó un tiempo. Blanca y Miguel estaban cenando junto a Federico de ocho, Romina de
seis y Marcelo de cuatro años, sus hijos.
-Blanca. Estuve pensando en algo que no sé si te parece bien. Se trata de la casa de mis
viejos. Víctor me contó que cerca de donde vive, se vende una casa grande y muy linda.
-Pero eso es en la Capital.
-Sí, es una idea un poco loca pero es un barrio tranquilo y estaríamos cerca de todo.
Además hay muchos colegios para ustedes y podríamos salir a pasear, no como acá que
ya a las seis de la tarde no hay nadie por la calle y tenemos que andar con cuidado.
Acordate Blanca cuando estabas en el mercadito y entraron a robar. Allá la casa está
sobre una avenida donde pasan muchos colectivos y a pocas cuadras pasa el subte.
-¿En serio papi?
-Sí Fede. Es un lindo barrio.
-¿Por dónde es Miguel?
-Es en Boedo.
-Vos fuiste a conocer la casa. A mí no podés engañarme.
-Es verdad, ya la conozco y también al dueño. Es un hombre muy importante. La que
vive allí es su madre que es muy mayor para estar sola en una casa tan grande, entonces
la lleva a un lugar más cómodo, no sé bien qué dijo porque yo estaba tan encantado con
la casa, que no le prestaba atención.
-¿Es linda pa?
-Es hermosa Romi. Parece una mansión. Tiene unas arañas enormes y la del comedor,
es preciosa. Además un hogar, unos espejos y una cocina grandísima. También tiene
garaje para guardar el auto.
-Cuando Osvaldo te lo deje.
-Blanca, sabés que Osvaldo además de ser mi socio es mi amigo y si no traigo el auto
acá, es porque si me lo roban sería tremendo, las dos familias vivimos del taxi.
-¿Y voy a poder jugar a la pelota?
-¡Claro que sí Marce! Hay una terraza muy grande y dos patios. Creo que va a haber
suficiente espacio para todos.
Blanca que habló muy poco y escuchó con mucha atención a Miguel, se levantó de la
mesa, acostó a los chicos, los calmó pues estaban muy excitados por todo lo que su
padre había contado de la casa de Boedo. Después, levantó los platos, los llevó a la
cocina y luego de dejar todo limpio, preparó café y lo llevó al living donde Miguel
estaba mirando televisión.
-Apagá que quiero que hablemos pero en serio, sin entusiasmos locos Miguel.
-No son locuras, Blanquita. Yo ya lo tengo todo pensado.
-¿Y cómo sería?
-Mirá. Vendemos las dos casas, compramos la de Boedo y encima nos sobra plata.
-¿Vender esta casa? ¿Nuestra casa?
-Yo sé que vos la querés mucho, pero la otra es mucho más grande y además gorda,
estoy cansado de viajar como ganado todos los días.
-A mí me va a dar mucha tristeza irme de aquí. Haedo siempre fue mi lugar y el de tus
padres. Pero si es lo mejor para vos y la casa es tan linda como contaste; intentémoslo.
¿Creés que será fácil vender las dos casas tan pronto como para poder comprar la otra?
-El dueño es un hombre muy bueno, hasta se ofreció a ayudarnos y asesorarnos para
que no nos quieran estafar. Es muy buena persona y eso que vive en barrio norte.
¿Cómo se llama?
-Luis Mansilla.
-¿Y por qué es tan importante?
-Tiene un amigo que es el que se ocupa de mostrar la casa y me contó que Mansilla
trabaja en la Bolsa de Comercio.
Capítulo 3
No fue fácil vender las dos casas. El “doctor” Mansilla mientras tanto, solucionaba
algunos problemas que tenía con la sucesión y algunos conflictos familiares, para que
todo quede en orden y poder vender esa casa que tantos inconvenientes le traía. Así que
no le preocupaba demasiado la demora de Miguel.
Entre tanto, Blanca y los chicos fueron a conocer la famosa casa de Boedo. En realidad,
les pareció hermosa. Y mucho más, con las arañas antiguas y con unos muebles que la
hacían ver mucho más importante.
-Mami, yo quiero que mi habitación sea la de la biblioteca pegada en la pared. -Dijo
Federico.
-Y yo, quiero que la mía sea la que tiene la araña más bonita. –Dijo Romina.
-¿Van a dejar la biblioteca? –Preguntó Blanca.
-Sí, está empotrada y además, ellos no necesitan nada de todo esto. –Dijo Ricardo, el
amigo de Luis Mansilla.
-¿Entonces, no se van a llevar las arañas? –Preguntó Romina.
-No creo chiquita. Yo le voy a decir que te gusta la de la habitación que elegiste y te la
va a dejar. –respondió Ricardo y a la nena se le iluminaron los ojos.
Capítulo 4
Y sí comenzaba una nueva vida para Miguel y su familia. Una vida realmente
inesperada.
Se acercaban las fiestas y el comienzo del año dos mil. Blanca y los chicos armaron el
pesebre y el árbol de navidad y lo pusieron en el comedor, junto a un gran ventanal que
daba a la calle y estaban contentos porque todos lo miraban cuando de noche abrían las
cortinas y se veían las luces encendidas de ese, que era para los chicos; el árbol mas
maravilloso del mundo.
Y así pasaron los días, las celebraciones, los reyes magos, los regalos para los chicos,
las vacaciones en el mar. No había más que alegría y tranquilidad. Luego vino la etapa
escolar y todo era más que perfecto para Blanca y Miguel con los colegios elegidos para
sus hijos. No podían creer los cambios que habían surgido en tan corto tiempo. Ese año
fue maravilloso, sobre todo para Blanca que llevaba a los chicos al cine, al teatro, a los
grandes hipermercados y podían tener todo lo que querían sin privarse de nada.
Miguel se sentía feliz, porque su familia también lo era. Estaba tranquilo porque si algo
pasaba materialmente, no debía preocuparse porque era muy importante para él, saber
que tenía suficiente dinero ahorrado como para solucionar cualquier inconveniente.
Tener un respaldo económico para asegurar a su familia un bien estar, era fundamental.
Hasta podía ayudar a Osvaldo y dejar que trabaje más el taxi. Ese año quería vivir un
poco mejor y disfrutar de su familia y de su casa. Y para las fiestas poder cumplir el
sueño con el regalo más grande e inesperado que les hizo a sus hijos. La computadora.
En el dos mil uno, las cosas cambiaron mucho, sobre todo en la política y la economía
del país.
Era invierno y el gobierno del presidente Fernando de la Rúa, no estaba pasando por un
buen momento. Hubo cambios de ministros de economía y cada uno tenía una nueva
receta que hacía que el país se hundiera cada vez más. Miguel temía por sus ahorros
depositados en el banco, pues entre las cosas que se decían, una era la imposibilidad de
extraer el dinero de los plazos fijos por un término de tres meses, cosa que luego
sucedió.
Una tarde estaban tomando la merienda en la cocina y suena el teléfono. Atiende
Miguel.
-Hola.
-Hola, ¿mamita?
-¿Con quién quiere hablar, señor?
-¡Ay, disculpe! No me acostumbro al cambio de casa de mi mamá. Soy el doctor
Mansilla. ¿Cómo le va?
-¡Ah, doctor Mansilla! ¿Cómo está?
-Y aquí me ve, un poco desubicado. Ya no sé ni el número que marco. Pero es que
con las cosas que están pasando en el gobierno, estoy muy atareado asesorando a todo el
mundo que viene a preguntarme qué hacer, o qué va a pasar con el dinero que tiene en
los bancos.
-¿Usted qué función cumple en la Bolsa de Comercio?
-Yo soy asesor desde hace muchos años. No soy yo quien debe decirlo, pero creo que
tengo cierto prestigio dentro y fuera de esa institución. Por eso lamentablemente, todos
vienen a consultarme a mí. Y yo no puedo negarme.
-Doctor. Necesitaría hablar con usted personalmente. Yo también estoy un poco
desorientado y tengo miedo. Bueno, no quiero hablar por teléfono de esto.
-¡Cómo no! Si no tiene inconveniente, cuando quiera paso por su casa y charlamos
tranquilos.
-Le agradezco doctor. Lo espero cuando quiera.
-El martes al medio día tengo que andar por allá. ¿Le parece bien a las doce más o
menos?
-Sí, le agradezco muchísimo. Ya no puedo dormir por todo esto.
-No se preocupe, que vamos a encontrar una solución. Tengo algunas ideas que pueden
resultar muy favorables para usted. Pero el martes hablamos. Ahora tengo que ir a una
reunión importante así que no puedo seguir hablando.
-Por favor doctor. No pierda tiempo por mí. Hasta el martes.
-Adiós adiós, reciba un abrazo.
Miguel cortó la comunicación y volvió a sentarse. Blanca le alcanzó un mate, él lo
tomó en silencio.
-¿Qué le pasa a ese hombre?
¿No se acuerda que la madre se mudó?
-Pobre. Está muy mal con todo lo que está pasando con los bancos. Dice que toda la
gente lo consulta a él sobre qué tiene que hacer y lo vuelven loco.
-¿Y por qué a él?
-Porque es un hombre muy importante. Dice que tiene muchos años trabajando en la
Bolsa de Comercio y parece que tiene mucho prestigio ahí.
-¿Prestigio? ¡Qué palabra! ¿Cómo sabés?
-Me lo contó él recién.
-¿Vos pensás que puede solucionarnos el problema de la plata en el banco y decirnos si
hay peligro de que no podamos sacarla?
-Ay mujer. No vamos a perder la plata. Te dije que por cualquier cosa, voy la saco y ya
está.
-Es mucha Miguel. ¿Y si te siguen cuando salís del banco? Sabés como están robando.
Haber si te pasa algo y después…
-No creas que no lo pensé. Además, tener en la casa tanta cantidad, es mucho riesgo.
Esas malditas salideras y esos chorros hijos de puta, no quiero que me pase lo de ese
hombre que también sacó lo que tenía en el plazo fijo y le entraron a la casa. Mi miedo
es cuando llego a la noche y entro el auto en el garaje. No por mí, sino por vos y por los
chicos.
-Y lo peor, es que se sabe quienes son.
-Acá, ya no podés creer en nadie. El auto tiene todos los papeles en regla. Cuando me
para la cana, siempre le encuentra algo. La otra mañana tenía veinticinco pesos y doblo
por una calle en Flores, creo que era Pergamino. Me paran y me dicen que ahí no se
podía doblar. Les digo que sí y justo dobla un ochenta i seis. Entonces uno me dice, que
doblé en infracción y me empieza a hacer la boleta. Para terminar, me llevaron todo lo
que había recaudado. Y siempre es igual.
-¿Vos creés que Mansilla podrá ayudarnos?
-Si no sabe él, que es doctor en ciencias económicas…
-¿Doctor o licenciado? Esperemos que no sea como el que está ahora.
-Tengamos un poco de fe gorda. Vas a ver que Mansilla nos va a decir lo que tenemos
que hacer.
-Esperemos que sí, porque ya no podemos seguir con esta preocupación. No puedo verte
dando vueltas en la cama sin poder dormir.
-Todo va a salir bien negrita. Después de tanto sacrificio, ahora que tenemos esa plata y
estamos tan bien, no podemos perderla.
Capítulo 5
Eran las doce treinta del martes en que Mansilla vendría a la casa de Miguel. Blanca
preparó café para esperarlo. Miguel, aunque no le gustaba trabajar de noche, cambió el
turno con Osvaldo, valía la pena, con tal de solucionar ese problema.
Capítulo 6
Capítulo 7
Pasaron varios días. Miguel le entregó el resto del dinero que tenía en el banco a
Mansilla. Y una semana después recibió la renta enviada por su secretario, el señor
Rolmi. Miguel ya no tenía la sensación de desconfianza hacia Mansilla. Todo lo
acordado entre ellos marchaba más que bien.
Era sábado por la tarde y estaban tomando mate Blanca, Miguel, Osvaldo y su esposa
Elisa que estaban de visita con sus cuatro hijos (tres nenas y un varón).
- Me imagino que se quedan a cenar.- Dice Blanca
- No Blanca, por favor. Nos quedamos un rato, yo hablo algo con Miguel y nos vamos.
- Ni se te ocurra Osvaldo, los chicos están jugando muy entretenidos ¿por qué los vas a
hacer ir? Elisa y yo preparamos unas pizzas y no se hable más.
Después Blanca y Elisa se fueron a la cocina. Miguel y Osvaldo se quedaron en el
living.
-¿Qué te pasa Osvaldo? Hace días que te noto preocupado.
-Tengo un problema Miguel y muy serio.
-¿Qué pasa hermano?
- Como durante todo este tiempo vos estuviste con todo lo de tu casa y la muerte de tus
viejos, la mudanza, yo no quise preocuparte. Víctor y Raúl lo saben.
-¿Qué saben?
-Es Manu –se le llenan los ojos de lágrimas- parece que no le funciona un riñón. Le
hicieron muchos estudios y le dan muchos medicamentos pero no mejora, Miguel. No
mejora… y estoy desesperado.
-¿Vos me estás hablando de Manuel, tu hijo?
-Sí. Ya le empezaron a hacer diálisis y tiene nueve años Miguel. El problema es que no
puedo con todos los gastos. Lo que gano con el taxi no me alcanza para nada y vos
sabés como es todo en este país. Para que el nene tenga una buena atención hay que
pagar. Ahora me están hablando de un posible transplante, que a lo mejor alguien de la
familia puede ser compatible… que se yo. ¡Por qué no me pasó a mí! ¡Por qué a mi hijo,
que tiene toda una vida por delante!
- Tranquilizate Osvaldo.
- No puedo porque debo mucha plata, por la enfermedad de mi hijo y cada vez me estoy
enterrando más.
-¡Por qué no me lo dijiste antes!
-Vos tenías lo tuyo y no quería molestarte.
-Pero es que si me lo hubieras dicho antes habría podido ayudarte. Yo tenía bastante
dinero ahorrado en el banco y lo invertí por miedo a que después no lo pudiera sacar
como se rumorea.
-No, me entendiste mal Miguelito. Yo no te estoy pidiendo plata, te estoy contando que
las horas que trabajo no me alcanzan para solucionar el problema económico que tengo
y pagar los gastos del nene
-¡Por qué no me lo dijiste antes Osvaldo! La plata se la di a un tipo que me hizo invertir
en la Bolsa y eso me da una buena renta. Yo voy a trabajar menos el auto y parte de lo
que saque, te lo doy a vos.
-No puedo permitir que hagas eso. El taxi es tuyo también.
-Todo va a salir bien. Voy a hablar con este hombre y le voy a pedir la cantidad que
necesitás. Seguro me la da.
-¡Gracias Miguel! No sabés el peso que me sacás de encima. Siempre te portaste como
un hermano.
-¿Y qué somos? –Dice Miguel y se abrazan fuerte.
-Hola, doctor Mansilla soy Miguel Tolosa. Disculpe que lo moleste, pero necesito
hablar con usted.
-Por favor. No es ninguna molestia. Justamente voy a ver a mi madre que vive cerca de
allí y si quiere paso por su casa. Estoy en camino.
-Sí, lo espero y le agradezco doctor.
-No. Hasta luego, un abrazo.
Capítulo 8
Miguel compró su taxi nuevo y todo iba más que bien. Comenzó a pagar las cuotas con
lo que Mansilla le entregaba por mes y no necesitaba trabajar tanto, pues lo que
recaudaba era suficiente para los gastos de la casa y la familia.
Las cosas en el gobierno y en el país, iban cada vez peor. Domingo Caballo se
había hecho cargo del ministerio de economía y comenzó el llamado Corralón. Las
empresas se habían llevado todo el dinero de los bancos y según decían, lo trasladaban
en contenedores hasta el aeropuerto. La gente tenía restricciones para extraer sus
ahorros de los plazos fijos y luego en el corralito, hasta los salarios se pagaban en
cuotas, es decir según el límite de sueldo. Era todo un caos. La masacre del veinte de
diciembre, la renuncia de de la Rúa, el descontrol, los saqueos, luego las cortas e
ineficaces presidencias de Puerta y Rodríguez Saa, los cacerolazos, porque la gente no
podía recuperar su dinero depositado en los bancos, dinero para tratamientos por
enfermedades, intervenciones quirúrgicas, por cáncer. Se quedaron con el dinero que
tantas personas tardaron años de sacrificio en ahorrar. Pero los grandes ahorristas y
empresarios, no pasaron por lo mismo, pues la mayoría pudo escapar a tiempo del
corralito. Después, llegó el gobierno de Eduardo Duhalde y con él, la maldita
devaluación y la ley de pesificación, donde todo lo que era dólar se convertía en pesos.
Cuentas bancarias, deudas, pagos. Claro que no siempre era respetada. Se manejaba de
acuerdo a las conveniencias de los acreedores, perjudicando a mucha gente. Entre ellos
a Miguel.
Capítulo 9
Un día, antes que todo esto sucediera, Miguel llegó de trabajar. Blanca lo estaba
esperando con la cena lista, ya los chicos estaban durmiendo.
-Llegaste tarde hoy.
-Sí. Cuando venía para acá, me paró un pasajero y lo llevé hasta Belgrano. ¿Y los
chicos?
-Duermen. Sentate que te sirvo la cena.
-¿Qué pasa gorda, estás enojada? Ya sé que es tarde, pero no pensé que me iban a llevar
tan lejos. Mañana vengo más temprano, te lo prometo.
-No es por eso Miguel.
-¿Entonces?, ¿por qué estás así?
-A los chicos se les rompió la computadora.
-¿Cómo fue? ¡Qué le hicieron!
-No grites y no los culpes, porque ellos no hicieron nada. Sabés muy bien como la
cuidan. Estaban haciendo un trabajo para el colegio y vino un golpe fuerte de tensión.
La computadora dejó de andar y se quemó todo. Estuvimos sin luz hasta hace un rato
porque explotó la cámara de la cuadra. A los otros negocios también se les apagaron las
computadoras, pero después volvieron a andar normalmente. La llevamos al muchacho
de la galería y dijo que no tiene solución porque se quemó. ¡No sabés cómo lloraban los
chicos pobrecitos!
-¿Y si les compramos otra?
-Yo estuve averiguando y lo que me dijo el muchacho es cierto. Son muy caras Miguel.
Porque ahora son más modernas y no son compatibles con el teclado que tenemos, ni
con la impresora, ni con el scanner porque, según me comentó el muchacho, los puertos
que tenía la nuestra eran anticuados y ahora las nuevas tienen otros puertos que no
coinciden para nada con los de las máquinas que tenemos nosotros. Esperá, por ahí te
estoy confundiendo. Los puertos son por ejemplo, fijate en la impresora, ¿viste el final
del cable? Donde se conecta al gabinete, la caja vertical que se quemó. Eso se llama
puerto. Y los nuestros son más grandes y no entran en una computadora moderna.
-¿Entonces hay que comprar todo nuevo? ¿Eso es lo que vos querés decir? ¿Todos los
aparatos nuevos? ¿Y ninguno puede servir?
-No. Ya te expliqué porque.
-Mirá gorda. La verdad que a mí me da mucha lástima por los chicos pero no vamos a
poder comprarles todo eso.
-Miguel. Yo sé que cuesta mucho, que no tenemos plata ahorrada pero los chicos
necesitan su computadora para el colegio. Entonces estuve pensando y creo que la única
solución es pedirle a Mansilla que nos de la plata. Después de todo es nuestra ¿no?
Miguel la miró desconcertado y sin saber qué decir.
-Está bien. Mañana lo llamo y le digo que quiero hablar con él.
-Buen día doctor, adelante. No se hubiera molestado en venir hasta acá. Mi esposo
podía haber ido a la Bolsa.
-No se preocupe señora. Para mí es un placer venir a esta casa. Además a ustedes los
estimo mucho y de todos modos, tenía que venir a ver a mi madre. ¿Su esposo?
-Lo espera en el comedor.
-¿Me va a convidar con ese cafecito tan rico que usted sabe hacer?
-Por supuesto. Ya está preparado.
-Buen día Tolosa.
-Buen día doctor Mansilla. Siéntese por favor.
-Acá traigo el café.
-Quedate Blanca. No te vayas.
-No pensaba irme Miguel. –Blanca sirve el café y se sienta.
-¿Cómo está el chiquito de su amigo que estaba enfermito?
-Mucho mejor. Ya lo trasplantaron y se está recuperando. –contestó Miguel.
-¡Qué suerte! ¿Encontró donante?
-Sí. Un donante anónimo. Por suerte todavía queda gente buena. –dijo Blanca.
-Doctor, nosotros queremos hablar con usted porque tenemos un problema. La
computadora de mis hijos se rompió y ellos la necesitan para el colegio. –dijo Miguel y
mientras hablaba, iba cambiando el rostro de Mansilla. La distensión del principio, se
transformó en un dureza y seriedad. –El dinero que tenía ahorrado, lo invertí en el taxi
nuevo, con la renta pago las cuotas y lo que gano me alcanza para vivir más o menos
bien y poder pagar el colegio de los chicos. Así es que doctor, ahora sí, voy a necesitar
un poco de el dinero que le di para poder comprar una computadora nueva.
Mansilla permaneció unos minutos en silencio mientras tomaba su café. Luego
comenzó a hablar.
-Mire tolosa. Yo siento mucho lo que les pasó, pero todos tenemos problemas. Quiero
decir, el país está pasando por un momento de intranquilidad y las empresas a las que
nosotros les prestamos el dinero también están preocupadas porque el gobierno con las
medidas que está tomando no les brinda mucha seguridad. Ya me pasó con otra persona
que necesitaba dinero y lamentablemente tuve que decirle lo mismo que a ustedes. Por
el momento es imposible, por lo menos hasta que las cosas se calmen un poco y este
hombre haga algo para tranquilizar a la gente. La única forma sería disminuir un poco la
renta y así sí, poder darle el dinero para la computadora. Pero no sería conveniente para
usted Tolosa.
-¿Quiere decir que mi dinero corre peligro? ¿Qué podemos perderlo?
En absoluto. Es que no hay movimiento de dinero por ahora. No se preocupe que su
capital está seguro. Además yo respondo por usted. No se olvide que tiene un cheque
por la cantidad que me dio. Y está a mi nombre y el de mi señora.
-¿Y si llega a pasar algo?
Se tendrá que responder aunque sea con una vivienda por el valor que usted invirtió.
-Entonces no puede darnos ninguna solución y no podemos disponer ni siquiera de lo
que es nuestro para cuando lo necesitamos. No es la primera vez que nos hace esto
doctor Mansilla, por eso yo tengo cierta desconfianza en todo lo que usted le dice a mi
marido sobre lo que hace con nuestro dinero y dónde está realmente.
-Lo siento señora. Yo no puedo hacer nada para que usted confíe en mí, pero lo que le
dije a su esposo es la verdad.
-Permítame dudarlo.
Capítulo 10
Vinieron momentos difíciles para Miguel y su familia. Blanca vendió un antiguo reloj
de pared que era de su madre para poder comprarles la computadora a sus hijos. Llegó
la devaluación y todo se convirtió en problemas que ciertamente transformaban a la
gente en animales resignados, encerrados en un corral sin salida.
Mansilla ya no iba a la casa de Miguel, así que tenía que ir a la Bolsa para cobrar la
renta. Entonces mientras esperaba que viniera Mansilla, se dio cuenta de que allí había
muchos como él y también se vio reflejado en muchos otros que discutían reclamando
lo que era suyo inútilmente. Mansilla dijo que la deuda se convertía de dólares a pesos y
la renta sería de ciento cincuenta dólares. También dijo que de acuerdo a sus cálculos
basándose en la tabla del coeficiente de estabilización de referencia (cer), el total de la
deuda podría cancelarse en marzo del dos mil cinco e hizo un documento mal redactado
y con muy pocas garantías de poder ser ejecutado en caso de no cumplimiento.
En la financiera le dijeron a Miguel que las cuotas del auto se mantenían en dólares y
Mansilla no cumplía con los pagos de la renta.
-Blanca, ya no puedo seguir pagando el taxi y sacando para los gastos de la casa.
-Miguel, yo también estuve haciendo cuentas y con lo que me das no podremos seguir
pagando los colegios de los chicos. Este mes tuve que pagar algunos servicios con
recargo.
-Si vendo el taxi me lo pagan en pesos y después, ¿de qué vivimos?
-Llamó Mansilla y dijo que desde la semana que viene podrá cumplir con la renta
regularmente como antes y preguntó cómo estábamos. Me dieron unas ganas de
insultarlo.
-No gorda. A mí muchas veces me dieron ganas de reventarlo a trompadas, pero él
tiene nuestra plata y tengo miedo que se quede con todo y no nos devuelva nada.
-¿Y vos creés que nos va a devolver algo?
-No sé. Quiero creer que sí. La renta es una ayuda pero de todos modos, la plata no
alcanza gorda. Algo vamos a tener que hacer porque ya debo dos cuotas del auto.
-¿Y por qué no me lo dijiste?
-Para qué preocuparte más.
-Voy a hablar con los chicos y explicarles que ya no podrán seguir yendo a colegios
privados. Van a tener que entender, no son malos nuestros hijos Miguel.
-Maldita la hora en que decidimos hipotecar la casa para terminar de pagar el taxi
porque las cuotas de la financiera eran más bajas. Si no pago perdemos la casa. ¡Cómo
pude cometer semejante locura!
-No te pongas así. Nadie pensaba en ese momento que iba a pasar esto con el país.
Mansilla seguía pagando la renta y lo extraño era que el dinero lo iba a buscar al banco
de la Bolsa de Comercio. Una de las veces que fue Miguel, encontró a Mansilla reunido
alrededor de una mesa convenciendo a un grupo de personas del interior de cómo
podían invertir su dinero. Se acerca un hombre que trabajaba allí y conocía a Miguel.
-¿Lo viste? Mirá como los está convenciendo y como lo escuchan. ¡Pobres incautos, no
saben con quién se están metiendo y dónde!
-Yo sí lo sé y estoy sufriendo las consecuencias.
-No tiene piedad de nadie. Acá viene un muchacho ciego que vaya a saber cuanto le
sacó y le hace como a todos llámeme mañana, venga el lunes, el lunes no puedo.
Nosotros atendemos los teléfonos y cuando escuchamos lo que le hace a ese pobre
hombre, no sabés la bronca que nos da. Pero acá no se apiadan de nadie.
Otro día en que Miguel fue a buscar la renta, esperó en otro salón y allí pudo ver y oír
más de cerca como operaban los hombres de Bolsa. Escuchó una conversación entre un
señor mayor que necesitaba dinero para mantener su campo y otro que le decía que de
acuerdo a las hectáreas que tenía era el préstamo que podían hacerle y que su escritura
quedaba como garantía. El mismo caso con una mujer que tenía un departamento tipo
casa y necesitaba el dinero para un familiar que no podía venir porque estaba enfermo y
en silla de ruedas. También necesitaba un préstamo. La mujer dijo que quien necesitaba
el dinero era jubilado y entonces el hombre de la Bolsa redijo que si no podía pagar
tendría que quedarse con su propiedad.
Miguel pensó si allí estaba su dinero. Mansilla siempre le decía que guarde rápido la
plata porque allí estaba prohibido manejar dinero. ¡Qué ironía!
Pasó el tiempo y por supuesto la tablita del Cer de Mansilla no se modificaba y por lo
tanto no aumentaba el capital de Miguel. Lo que sí se incrementaban eran sus deudas.
-Papá. ¡Qué suerte que llegaste!
-¿Qué pasa Romi?
-Llegó una carta y mamá está llorando en la cocina.
Cuando Miguel entra a la cocina, ve a Blanca sentada sollozando desconsoladamente, al
borde de una crisis de nervios.
-¡Blanca, negrita, calmate por favor y decime qué pasa! –Él la abraza fuerte y ella
quiere hablar y no puede.
-Miguel, llegó una intimación. Dice que si en un mes no nos ponemos al día con las
cuotas de la financiera, nos desalojan.
-¡Pero, no puede ser!
-Sí puede ser. La deuda es en dólares y es tanto lo que se acumuló entre el capital y los
intereses, que sería imposible pensar en poder saldarla. Ya vendimos todo Miguel.
Basta. No podemos más. –Los chicos, que escucharon lo que su madre decía,
comenzaron a llorar desesperados y Miguel, al ver así a su familia no pudo contener las
lágrimas lleno de impotencia e indignación.
-Voy a llamar a Mansilla. Él tiene que solucionar esto. –Llamó, pero le dijeron que
estaba enfermo y no podía atenderlo.
-Ese viejo hijo de puta hace rato que tenía que cancelar la deuda y me dice que tengo
que esperar que se pongan de acuerdo para decidir cuánto me van a dar porque pensar
que me van a devolver todo mi dinero, es imposible y además hace un tiempo que ya no
me paga la renta. Mañana voy a la Bolsa y si no me da la plata para la financiera, creo
que lo mato.
-Miguel llamó a Mansilla y ningún teléfono contestaba. Lo fue a buscar a su casa pero
el personal de vigilancia del edificio, le dijo que desde hacía unas semanas que no
estaba allí. Todo cuanto hizo para encontrarlo, fue inútil. La última vez que fue a la
Bolsa para ver si estaba, se encontró con el muchacho ciego del que le habían hablado
que también lo buscaba porque le había hecho lo mismo que a él. Miguel le dice:
-Hola, ¿vos también viniste a buscar a Mansilla?
-¿Quién es usted?
-No te asustes, me llamo Miguel Tolosa y también lo estoy buscando porque según me
dijeron acá, a vos también te estafó igual que a mí.
-Yo soy Omar Aguada. ¿A vos también te cagó?
-Sí. Pero es un viejo hijo de puta. Porque a un tipo que se burla y se aprovecha de
alguien como vos no se le puede decir otra cosa.
-Uh. Si supieras la forma en que me fue enredando.
-¿Qué te parece si vamos a tomar un café y me contás, así nos desahogamos juntos?
-Vamos.
-Mirá Miguel, yo estoy al frente de una institución que está cerca de Boedo.-Dijo Omar.
-Ah, por eso veo tantos no videntes por el barrio.
-Un día, hablando con un pariente de Mansilla, estábamos comentando el problema que
había con el dinero, los bancos y le decía que para mí era una responsabilidad, en ese
momento, tener que resolver sobre los fondos de la institución. Claro, yo hablaba como
un boludo y no sabía que había llegado Mansilla y estaba escuchando todo. Entonces
me pidió disculpas por haber oído sin querer la conversación, se abrazó con el familiar,
me dijo que lo conocía todo el barrio, que la madre vivía cerca, era asesor de la Bolsa de
Comercio y que si quería podíamos charlar sobre el tema porque él podría darme una
solución. También me dijo que era peligroso dejar el dinero en los bancos, que él podía
hacerme invertir para beneficio de la institución porque era el primer interesado en
hacer el bien y mucho más a personas como nosotros, los ciegos. Yo consulté con los
integrantes de la comisión, se los presenté y bien sabés la forma que tiene de convencer
a los incautos como nosotros. Quedaron encantados. Me acompañó a retirar el dinero
del banco.
- ¡Igual que a mí!
-Me dijo que iba a invertirlo en la Bolsa, que iba a darnos una renta muy beneficiosa y
que la institución iba a crecer notablemente. ¿Qué más puedo contarte? A mí también
me sacó todos los ahorros que tenía. Cada vez que le pedía dinero porque se necesitaba,
sobre todo después de la devaluación. Decía que era imposible, que no se podía en ese
momento y con mi dinero era exactamente igual. Para terminar la historia, la institución
y unos cuantos ciegos que le dimos nuestros ahorros, quedamos en la quiebra. Estoy
cansado de venirlo a buscar y que me quiere envolver con todos sus argumentos. Y en
definitiva, todo es inútil porque desapareció. ¿Sabés los cheques que me dio para cobrar
y cuando llegaba la fecha no había fondos en la cuenta? Este tipo no se apiada de nadie.
- Yo que iba a contarte lo que me hizo, me quedo sin palabras.
-Pero muchos en la Bolsa trabajan así, ¿sabés la cantidad de veces que escuché a gente
que venía a reclamar el dinero que había “invertido” como nosotros y les decían que no
se preocupen, que les daban un boleto de compra-venta para que tengan confianza hasta
que recuperaran su capital sino le pagaban con una propiedad? Y ¡Cómo convencían a
los que venían a pedir un préstamo!
-Si, Omar. Algo de eso escuché yo también. Pero si vos pudieras verles las caras… son
todos iguales. Viejos que vos los mirás y se visten y actúan de la misma manera. Con
una seguridad y una inteligencia para manejar y convencer a gente como nosotros que
parecen haber ido todos a la misma escuela caza incautos.
Omar y Miguel se separaron yéndose cada uno por su lado.
¿Cuántos Mansillas hay dentro de la Bolsa de Comercio, que utilizando el nombre de
esa institución atraen con mucha habilidad y se aprovechan de quienes por inocencia y
necesidad son estafados en acciones paralelas?
Capítulo 11
Cuando recordaba la tristeza que les causó tener que dejar la casa del barrio de Boedo y
vender el auto para poder comprar otra casa a medio terminar en una zona muy humilde
de Morón; el freno brusco del tren lo volvió a la realidad. Alguien se había arrojado a
las vías y el tren lo atropelló. El servicio quedó interrumpido. Miguel sentía sus piernas
pesadas y un cansancio que lo vencía y anulaba sus fuerzas. Entonces decidió regresar a
su casa. Tenía frío y estaba todo mojado por la lluvia, además deseaba estar con su
familia. Quería ver a Blanca y llegar antes de que los chicos fueran al colegio para
decirles que se queden en la cama y también para que ella no vaya a trabajar. Quería que
estén todos con él ese día.
-Miguel. ¿Qué pasó? ¿Por qué volviste?
-¿Y los chicos?
-Duermen. Me dio lástima levantarlos con este tiempo. Además, es peligroso que salgan
así, les puede pasar cualquier cosa y yo no estaría tranquila, sobre todo por la nena.
-Vos también quedate.
-¿Te sentís mal? Estás pálido. Acostate que te preparo unos mates. ¿Qué te pasó
negrito?
-El tren atropelló a una persona y te juro gorda, me hubiera gustado que fuera a mí.
-¡Por favor Miguel, no vuelvas a decir eso nunca más! ¿Y tus hijos, y yo? Estamos
juntos, eso es lo que importa. Los chicos siguen estudiando y son muy buenos nuestros
hijos. Ayer fui a la municipalidad y creo que me van a dar un plan de jefes y jefas,
también una beca para los estudios de los chicos.
-¿Cómo conseguiste eso?
-El marido de la vecina de al lado conoce a un concejal y fuimos a verlo. Por lo menos
son unos pesos más y van a ayudarnos un poco.
-Quién iba a decir que terminaríamos así.
-Somos pobres, pero vos tenés trabajo gracias a la bondad de Osvaldo que vino
enseguida y te obligó a ser socios del taxi como antes.
-Pero nosotros estábamos bien, teníamos dinero, vivíamos sin privaciones y todo por
ese viejo hijo de…
-Mirá Miguel. Nosotros de alguna manera vamos a salir adelante, pero yo te aseguro
que Mansilla nunca va a ser feliz. Las cosas se pagan en vida y ¿quién sabe cómo va a
terminar él la suya? Ahora tomá el mate y abrazame, que seguro, seguro; se te va a
pasar el frío.
FIN
Esta historia está basada en un hecho real aunque algunos nombres y circunstancias se
han modificado preservando su privacidad.