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Abreacción
Activo-pasivo
Acto fallido
Afecto
Agorafobia
Aislamiento
Alianza fraterna
Aloplástica, conducta
Es la que resulta adecuada a fines, la que a su vez se
empeña en modificar la realidad*, sin desmentirla (véase:
desmentida), en un trabajo sobre el mundo exterior que
produce cambios en él. Dentro de ella podemos incluir
todos los tipos de acción específica*, o sea acciones que
descarguen la fuente de la pulsión*, en la forma más
completa posible. Incluimos en ellas, por ejemplo, la
producción o captura de alimentos, la posesión del objeto*
sexual, y todas las sublimaciones*, generadoras de y
generadas, por la cultura*. La aloplástica es un tipo de
conducta que conduce a la descarga pulsional. Por el hecho
de funcionar dentro del principio de realidad*, produciendo
cambios en el mundo exterior, como por ejemplo los hechos
de la cultura misma, podemos emparentarla con el
concepto de salud. Cuando son desexualizadas, fruto de
identificaciones* con atributos de seres que antes tuvieron
investidura de objeto, constituyen las sublimaciones. Éstas
son aquellas que justamente pierden su capacidad de
realizar los paranoicos al resexualizárseles los vínculos
homosexuales con los objetos, generando el yo* la defensa*
paranoica contra éstos. La libido* homosexual
desexualizada es aquella de la que están compuestos los
vínculos sociales.
Alteración del yo
Alteración interna
Amnesia infantil
Amor
Amor de transferencia
Situación por la que pueden pasar algunos tratamientos
psicoanalíticos. Consiste, según el ejemplo freudiano, en el
enamoramiento básicamente sensual de la paciente mujer
por su terapeuta hombre. Cabe que pueda enamorarse un
paciente hombre de su terapeuta mujer aunque Freud, por
alguna causa que no podemos adjudicar simplemente a
machismo, no la menciona. También puede darse,
obviamente, cuando paciente y terapeuta pertenecen al
mismo sexo, pero en esos casos tendríamos que pensar
más detenidamente si entran dentro de la categorización
específica del fenómeno descrito, dada la libido* narcisista
puesta en juego en ellos. En el caso de que el enamo-
ramiento provenga desde el terapeuta se trata de un
fenómeno de la contratransferencia*. El fenómeno descrito
es considerado, desde luego, un obstáculo para el análisis,
parte de la “transferencia* negativa” y como tal expresión
de la resistencia* del yo* del paciente con serios riesgos
para la continuidad del tratamiento. Si bien en última
instancia todo amor* es transferencial, en estas ocasiones
lo que suele estar en juego es más la transferencia
inconsciente que el amor. Cada caso tendrá su
especificidad y cada terapeuta deberá recurrir a su
creatividad para salvar la situación, pero básicamente la
actitud debería ser la de siempre, la actitud analítica, no
rechazando al paciente ni aceptándole sus propuestas.
Simplemente a éstas se las tomará como un emergente
más del inconsciente* que se está repitiendo en la transfe-
rencia en forma vívida, por lo que el correcto análisis y
construcción* de los hechos que se repiten permitirán
avanzar más profundamente en el conocimiento del yo.
Cierto grado de “enamoramiento” del terapeuta hay en
cualquier análisis, y como cualquier otro implica el
fenómeno de la idealización*, la que se va desvaneciendo
con el progreso del tratamiento, pero este
“enamoramiento” por lo general es deserotizado y por lo
tanto más manejable, menos compulsivo, incluso puede
tener momentos o cierto grado no desexualizado y
participar de la transferencia positiva por “amor al
terapeuta” como otrora lo fuera con los padres de la
infancia. En ese caso las “mejorías” serán por amor a él. De
todas maneras si no se debelara durante el curso del
tratamiento no se generarían cambios en el yo, habría
simples repeticiones, nada más. El tratamiento
psicoanalítico busca conocer la verdad histórica* del yo y
de la historia pulsional del paciente y en esa tarea el
analista debe encontrarse con situaciones que ponen a
prueba su propio yo, sus propios afectos*. De este y otros
tipos de situaciones nació la necesidad de la
institucionalización del análisis didáctico en las instituciones
psicoanalíticas.
Anna O.
Analogía
Angustia
Angustia, teoría de la
Angustia automática
Angustia de castración
Angustia de muerte
Tipo de angustia realista* preconsciente*, que resulta una
forma de elaboración secundaria* de la angustia ante el
superyó* inconsciente* (por ejemplo: como angustia* ante
el destino), y en ocasiones la angustia de castración*,
también inconsciente (por ejemplo: angustia ante los
accidentes, enfermedades venéreas, etcétera). No hay
representación-cosa* inconsciente de la muerte propia,
pues no pudo haber vivencia de ella. Las representaciones*
surgen de las vivencias, son huellas de éstas en última
instancia. Para tener una noción de la muerte propia e
incluso de la ajena, hay que poseer representación-palabra*
que permita pensarlas preconsciente o conscientemente. A
partir de ahí, entonces, se vinculan la muerte ajena con la
propia, pero apenas si se tienen teorías, fantasías y
representaciones exteriores básicamente creadas merced a
las palabras (“el frío de los sepulcros”) hablando de la
muerte y no una representación cabal o vívida de lo que es.
Por lo tanto, la angustia de muerte resulta una elaboración
preconsciente de la angustia. La angustia señal* se produce
ante el peligro. El peligro real durante el complejo de Edipo*
es la--- castración; antes lo había sido la pérdida del objeto,
y después el castigo del superyó, todos a su vez niveles de
mediación ante la indefensión o desvalimiento* frente a la
cantidad de excitación* o tensión de necesidad, cuyo
prototipo es el trauma* del nacimiento.
Angustia neurótica
Angustia señal
Anulación de lo acontecido
Añoranza, investidura de
Aparato psíquico
A posteriori
Apuntalamiento o apoyo
Arte
Asco
Asistente ajeno
Asociación
Ataque histérico
Atención
Autoerotismo
Autoplástica, conducta
Banquete totémico
Belle indifférence
Cantidad de excitación
Carácter
Carta 52 (a Fliess)
Castigo, necesidad de
Catarsis
Cäcilie m.
[psicoan.] Se trata de una paciente histérica mencionada
muchas veces en Estudios sobre la histeria (1893-95).
Freud dice haberla conocido más a fondo que a las otras,
pero que razones personales le impiden comunicar con
detalle su historial clínico. En una nota al pie sobre los
enlaces falsos pone el ejemplo de Cäcilie M., en aquella dice
que “[...] el talante perteneciente a una vivencia, así como
su contenido, pueden entrar con toda regularidad en una
referencia desviante con la conciencia primaria” (1893, A.
E. 11:90). Aparentemente esta apreciación está dirigida a
las racionalizaciones como una forma de enlaces falsos,
pero al hablar del talante y la representación como el
pasaje de una escena a otra, no deja de referirse al
problema de la transferencia y al fenómeno de la represión.
Dice que aparecían reminiscencias, como si se repitieran
escenas que eran precedidas por el talante
correspondiente. La paciente se volvía irritable, angustiada,
desesperada, sin vislumbrar en ningún caso que ese estado
de ánimo no pertenecía al presente, sino al estado que
estaba por aquejarla. En ese período de transición
establecía un “enlace falso”. En otra nota al pie, trae
ejemplos de comunicaciones del paciente que recuerda en
determinado momento un síntoma ya superado tiempo
atrás y éste reaparece al ser recordado, como si fuera esto
una especie de vislumbre o presentimiento, cosa
relativamente común en Cäcilie. “Era siempre una
vislumbre de lo que ya estaba listo y formado en lo
inconsciente, y la conciencia "oficial" (para emplear la
designación de Charcot), sin sospechar nada, procesaba la
representación que afloraba como repentina ocurrencia
dándole la forma de una exteriorización de satisfacción, que
en cada caso, con harta rapidez y puntualidad, recibía su
mentís” (1893, A. E. 2:96). Luego: “[...] uno sólo se gloria de
la dicha cuando ya la desdicha acecha” (1893). Este tema
de los presentimientos o vislumbres, lo va a retomar, según
mi entender, mucho más adelante en la teoría, en una nota
al pie del artículo La negación (1925), sin embargo, es
traducido ahí por Etcheverry como invocación. Por último
Cäcilie M. es usada como ejemplo de formación simbólica
de síntoma. La paciente posee una violentísima neuralgia
facial que emerge de repente dos o tres veces por año.
Cuando Freud intentó convocar la escena traumática, “[...]
la enferma se vio trasladada a una época de gran
susceptibilidad anímica hacía su marido; contó sobre una
plática que tuvo con él, sobre una observación que él le
hizo y que ella concibió como grave afrenta (mortificación),
luego se tomó de pronto la mejilla, gritó de dolor y dijo:
"Para mí eso fue como una bofetada"“ (A. E. 2:190-191).
Con ello tocaron a su fin el dolor y el ataque. Esa neuralgia
había pasado a ser, por el habitual camino de la conversión,
“[...] el signo distintivo de una determinada excitación
psíquica; pero en lo sucesivo pudo ser despertada por eco
asociativo desde la vida de los pensamientos, por
conversión simbolizadora” (id.). El síntoma, en este caso, se
forma originalmente por asociación por simultaneidad,
merced al conflicto y defensa, y luego se lo evoca por
simbolización principalmente de palabra, o sea por analogía
de la expresión lingüística. En otra ocasión atormentaba a
Cäcilie M. un violento dolor en el talón derecho, punzadas a
cada paso, que le impedían caminar. En el análisis se evocó
una oportunidad de una internación clínica en la que le
había expresado al médico el miedo de “no andar derecha”
en esa reunión de personas que le eran extrañas. Freud
dice que en ninguna otra paciente ha podido hallar un
empleo tan generoso de la simbolización, pero que ésta se
debe extender a la histeria en general y que el síntoma
conversivo no hace más que animar las sensaciones a que
la expresión lingüística debe su justificación. Así por
ejemplo, las frases: “[...] me dejó clavada una espina en el
corazón”, o el “tragarse algo” (id.192), son metáforas de
hechos concretos corporales que pueden expresar el dolor
o cierto sometimiento. En estos casos en vez de ser
expresados como metáforas verbales vuelven a ser
“sentidos”, o realizados, en la histeria. Estas sensaciones o
acciones corporales a su vez “simbolizan” a aquellas
metáforas verbales, sin que la consciencia, así, tome nota
del significado. La representación-palabra en la normalidad
puede expresar en forma metafórica, como en esos
ejemplos, los afectos correspondientes a representaciones
de deseo. En la histeria, al ser estas representaciones-
palabra desinvestidas por la represión, no le queda al deseo
Inc. más que la posibilidad de expresar la misma frase
metafórica pero en forma corporal, utilizando el cuerpo en
un sentido simbólico de lo que alguna vez fue concreto,
para poder saltear la represión, y retornar así lo reprimido.
Se apoya en que para Darwin la “expresión de las
emociones” consiste en operaciones que en su origen
estaban provistas de sentido y eran acordes a un fin, por
más que hoy se encuentren en la mayoría de los casos
debilitadas a punto tal que su expresión lingüística nos
parezca una transferencia figural. Es harto probable que
todo eso se entendiera antaño literalmente, y la histeria
acierta cuando restablece para sus inervaciones más
intensas el sentido originario de la palabra.
Celos
Censura
Ceremonial obsesivo
Chiste
Cloaca
Cómico
Complejo de Edipo
Complejo materno
Complejo paterno
Comprensión
Compulsión
Compulsión a la repetición
Conciencia
Conciencia moral
Condensación
Conflicto psíquico
Construcción
Contigüidad
Contrainvestidura
Contratransferencia
Conversión
Cualidad
Culpa, conciencia de
Culpa primordial
Culpa, sentimiento de
Defensa
Defensa, mecanismos de
Delirio
Fenomenológicamente y en términos generales, trastorno
del contenido del pensamiento* que aparta al sujeto de la
realidad*. Para ello el yo* debe estar severamente alienado
o con una alteración muy profunda. Freud extiende el
término a algunas ideas y actos obsesivos -algunos
ceremoniales*, locura de duda- incluso a productos de la
omnipotencia del pensamiento* (la magia* y la superstición
del obsesivo, etcétera), quizá para remarcar el alejamiento
de la realidad al que son sometidos los neuróticos
obsesivos* por sus síntomas* y en algunos casos por el
carácter* del yo, pero en los que de todas maneras nunca
la alteración del yo* es tan significativa. Hay varios tipos de
delirios en diferente tipo de afecciones. Freud describe un
delirio histérico apropósito de Norbert Hanold, el personaje
de la «Gradiva» de Jensen (El delirio y los sueños en la
"Gradiva" de W. Jensen, 1906-07). En los delirios de Hanold
-realizaciones de deseos diurnas, a la manera de los
sueños* y con mayor creencia que en las fantasías* o
ensoñaciones diurnas- se mezclan sus recuerdos* infantiles
reactivados por el presente merced a sus sublimaciones*:
cree ver un personaje vinculado con sus estudios de
arqueología en una jovencita, con la que había tenido un
vínculo afectivo en su niñez, reactivado en el presente. La
represión* aparece en el enmascaramiento del personaje
amoroso (que alude a su sexualidad infantil*) a través de
una alucinación* a la que se le da creencia* y que
transporta al sujeto en su arrobamiento a la época
correspondiente a sus estudios de arqueología, lo que es
ayudado por el lugar en que transcurre la acción, las ruinas
de Pompeya. Freud describe otro delirio, propio de la
confusión alucinatoria aguda o amencia de Meynert*. En
ella la pérdida de un objeto* amado en la realidad, resulta
tan insoportable para el yo del sujeto que la desmiente*.
Cree ver al objeto, o presiente que vuelve, o está en el
cuarto contiguo, etcétera. Se produce en este caso una
desinvestidura* del sistema percepción consciencia (PCc.).
Al quedar bloqueada la percepción* de la realidad el
sistema PCc. puede ser rellenado con la reactivación, por
regresión* tópica, de la percepción del objeto deseado en
su estado bruto, igual que en el sueño. Se percibe,
entonces, la alucinación, se le da creencia y sobre ella se
elabora el delirio de la existencia del objeto perdido. El yo
esquiva el examen de realidad* y a veces hasta se vale de
elementos de la misma para probar la existencia de lo
deseado, que es consciente y no reprimido. En la amencia
probablemente la «alteración del yo» sea mayor que en la
psicosis* histérica, pero en ambas porfía el deseo del
objeto. Quizá eso ayude a que sean cuadros clínicos
agudos, aunque en ocasiones den paso a otros trastornos
duraderos, más alteradores del yo. Examinemos ahora los
principales tipos de delirio crónico, el delirio por
antonomasia, el paranoico y el correspondiente a la
esquizofrenia* paranoide. Éstos también son de diferentes
tipos y se tramitan, en general, de la siguiente manera:
primero la investidura* Inc. se retira de la representación*
de objeto y por lo tanto del objeto mismo; luego la libido*
se retrae al yo, de manera que la libido objetal deviene
narcisista y desde el inconsciente* desaparece el mundo
objetal. Al quedar desinvestidas las representaciones-cosa*
o representaciones-objeto desinvestidas, la libido también
en parte deviene pura cantidad de excitación* sin
representación. Esto último implica invasión de cantidad en
el aparato psíquico, lo que provoca angustia automática*,
fruto del desajuste económico en virtud de la
desinvestidura de la ` representación-cosa. A todo este
complejo que sucede al desinvestir la representación-cosa,
con lo que desaparece el deseo inconsciente del objeto,
más la angustia automática concomitante, se lo denomina
«vivencia de fin de mundo» *. Decíamos que la otra parte
de la libido objetal deviene narcisista al ser retraída al yo, lo
que clínicamente se expresa como delirio de grandeza.
Cuando se retrae hacia el cuerpo lleva el nombre de
«hipocondría» *. Con las investiduras que quedan en el
aparato psíquico, en las representaciones-palabra* (Prec.)
se intentará reconstruir el mundo objetal. Estas palabras,
ahora, no significan a las cosas o a las representaciones de
ellas: es como si las representaciones desinvestidas no
existieran. Entonces las representaciones-palabra pasan a
ser las representaciones-cosa y a ser tratadas como tal.
Funcionarán en gran parte con proceso primario* usando
asociaciones* por contigüidad*, analogía* u oposición*,
incluso los símbolos universales*, para formar
condensaciones* y desplazamientos*, que con una buena
elaboración secundaria* podrán tomar cierta apariencia
lógica. Así se armará el delirio paranoide, compuesto de
libido homosexual, libido no reconocedora de la diferencia
de sexos, a horcajadas entre la libido narcisista y la objeta].
Esta libido perderá su socialización, inhibición en su meta, o
sublimación, pues será libido homosexual erotizada. He
aquí un nuevo problema intolerable para el yo y del que se
va a defender, ya que por estar la libido erotizada no puede
sublimarla, relevará el amor* por odio -en especial en el
delirio persecutorio que está en la base de los otros, el
erotomaníaco, el de celos* y el de grandeza- y proyectará*
el deseo Inc. El paranoico sentirá que lo que era deseo
homosexual proviene ahora del inconsciente del objeto,
relevado por odio. 'De este modo se forma el delirio
persecutorio, que resulta así una manera de no aceptar el
deseo homosexual. Hay otros: los delirios de celos (véase:
celos), el delirio erotomaníaco y el ya mencionado delirio de
grandeza. Todos contradicen la frase «yo lo amo a él», en el
caso del varón, por supuesto. Una «reconstrucción del
mundo» muy penosa, por cierto, hasta que el delirio
consiga mediante el proceso primario un disfraz lo
suficiente mente aceptable para el yo y éste pueda tolerar,
merced a ello, el deseo homosexual; en el delirio de
Schreber éste llega a la conclusión de que es el elegido por
Dios para darle hijos. Se logra así una paz endeble pero
relativamente duradera, y hasta en algunos casos el yo,
gracias a sus partes no alteradas, logra un cierto
reacomodo con la realidad. Existen otros tipos de delirios
típicos de la paranoia` y la esquizofrenia paranoide como el
de ser observado, con alucinaciones auditivas que señalan
todos sus actos (sonorización del pensamiento) o sensación
de ser mirado, en ocasiones vinculado con persecución o
erotomanía. La alucinación auditiva autoobservadora se
produce por una regresión a la percepción. La observación
que en su infancia sus padres realizaban sobre él y que
luego devino en superyó* por identificación*, retorna ahora
por la regresión a la percepción, mostrando así sus orí-
genes. En el delirio de influencia, la regresión es mayor.
Todo el yo es proyectado al exterior, y el paciente siente
que hay máquinas (símbolo universal del cuerpo, lugar de
origen del yo) que influencian todos sus actos. El delirio,
entonces, en la esquizofrenia paranoide y la paranoia,
muestra la parte ruidosa de la enfermedad; pero en
realidad es el intento de curación que hace el paciente,
intento de reencontrar el mundo de los objetos. Que este
logro sea más o menos apacible, tendrá cierta relación con
cómo se haya tramitado el complejo paterno* previo. El
delirio hecho con palabras, siguiendo el proceso primario,
se funda en una verdad histórica* que está en el fondo de
todo delirio y que lo hace pasible de construcción* o
interpretación* a la manera de un sueño o un síntoma. Esto
lo practica en buena parte Freud en el estudio realizado
sobre la autobiografía de Schreber, también lo intenta con
algunas pacientes en los comienzos de su carrera, como se
puede ver, por ejemplo, en: Nuevas puntualizaciones sobre
las neuropsicosis de defensa (1896). En el momento agudo
de la enfermedad esto es imposible, pues la única
posibilidad de transferencia* es negativa o predo-
minantemente negativa, por lo menos en el delirio
persecutorio. Quizá el delirio erotomaníaco o celotípico se
presten mejor para intentar una reconstrucción del pasado
que se revive a través del delirio. En el «Hombre de las
ratas» habla también de cuna suerte de delirio o formación
delirante», en la que el niño sentía que sus padres conocían
sus pensamientos porque él los habría declarado sin oírlos
él mismo. «Declaro mis pensamientos sin oírlos. » Esto
Freud lo explica como una proyección del hecho de que él
tiene pensamientos que no conoce, una percepción
endopsíquica de lo reprimido. Freud también llama delirios
a cierto tipo de formaciones obsesivas, como las series de
pensamientos que ocupaban al paciente en el viaje de
regreso de las maniobras militares; o al disparatado
accionar descrito en el que trabajando hasta altas horas de
la noche, abría las puertas al «espectro» del padre, miraba
luego sus propios genitales en el espejo, y trataba de
rectificarse con la amonestación: « ¿Qué diría el padre si
realmente viviera todavía?». Esta fantasmagoría cesó
después de que la hubo puesto en la forma de una
«amenaza deliciosa». Si volvía a perpetrar ese desatino, al
padre le pasaría algo malo en el más allá. Este tipo de
«delirio obsesivo» se inscribe como formando parte de la
«omnipotencia del pensamiento» y sus consecutivas magia
y superstición, típicas de la neurosis obsesiva.
Depresión
Deseo
Desesperación
Investidura de añoranza* a la que se agrega angustia de
pérdida de objeto* o viceversa; el afecto* correspondiente
al duelo* (la ya ocurrida pérdida del objeto*), más la
angustia* de la posibilidad de su pérdida. Es
probablemente, dice Freud, el afecto sentido por el lactante
(Inhibición, síntoma y angustia, 1925) al comenzar a notar
la ausencia de su madre, sin distinguir todavía si la
ausencia es transitoria o definitiva. En tanto transitoria se
corre el peligro de que no vuelva cuando uno sienta la
tensión de necesidad* (angustia). En tanto definitiva
produciría duelo, añoranza. La experiencia va separando el
dolor* de la angustia, aunque en determinadas
circunstancias (por ejemplo, cuando no se encuentra el
cuerpo de una persona desaparecida, de la que la realidad
muestra su ausencia definitiva) vuelven a juntarse y retorna
la desesperación, al unirse el duelo y su añoranza con la
angustia de pérdida de objeto.
Desestimación
Desexualización
Desmentida
Desplazamiento
Desvalimiento
Dinámica psíquica
Dolor
Domeñamiento pulsional
Duelo
Proceso doloroso normal que se produce ante la pérdida en
la realidad* de un objeto* deseado, amado, «o de una
abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad,
un ideal, etcétera» (Duelo y melancolía, 1915-17, A.E.
T.XIV, pág. 241). Se caracteriza por el talante dolido, la
pérdida del interés por el mundo exterior -a menos que
recuerde lo perdido-, la pérdida de la capacidad de amar,
de trabajar, etcétera. Esto muestra el esfuerzo que tiene
que hacer el yo* para realizar el proceso doloroso de
despegue del deseo* de la presencia del objeto amado, el
que la realidad muestra que ya no está. Es un proceso de la
libido* objetal que no encuentra salida, pues el objeto no
pertenece más a la realidad, lo que produce a su vez un
aumento de la añoranza* (perteneciente a la libido objetal )
de él. - Por lo tanto el duelo es un proceso más o menos
prolongado que necesita el yo esencialmente para poder
llegar a aceptar la pérdida definitiva en la realidad del
objeto. Debe despegar el deseo de él de cada uno de los
momentos que lo recuerdan, aquellos en los que dejó su
rastro. A veces este proceso afectivo es largo, casi
interminable. Pero por lo general con el tiempo el dolor se
va mitigando hasta casi desaparecer, dejando como
conmemoración un rasgo en el yo que pertenecía al objeto,
una identificación*, una regresión* a querer ser- el objeto,
ya que no se lo puede tener* más. Hay, al mismo tiempo,
una introversión libidinal*, un retiro de la libido de todo lo
que no corresponde al objeto perdido y los recuerdos con él
relacionados. En cada situación en la que el objeto tuvo una
sobrecarga de investidura*, se reproduce la situación de
dolor* psíquico, al comprobar la realidad la imposibilidad de
satisfacción de los deseos así reactivados. A medida que la
investidura se va desprendiendo de la representación- del
objeto perdido, va pasando a otro objeto que lo reemplace
junto a un proceso de identificación en el yo con atributos
del objeto perdido que facilita o posibilita la resignación del
objeto. «Quizás esta identificación sea en general la
condición bajo la cual el ello resigna sus objetos» (El yo y el
ello, 1923, A.E. T. XIX, pág. 31). La pérdida de un ser amado
puede desencadenar una neurosiso cualquier otro tipo de
patología, configurándose diferentes formas de duelos
patológicos. Una forma grave es la desmentida* psicótica
de la pérdida del ser querido, alucinando-1 su presencia,
como es el caso de la confusión alucinatoria aguda o
amencia de Meynert'k. Otra puede ser a través de las
diferentes formas de neurosis, éstas seguramente
permanecían latentes y asintomáticas, reapareciendo ahora
en los síntomas*, como histerias*, neurosis obsesivas*,
etcétera. El duelo debe ser diferenciado del dolor físico,
aunque éste, si es causado por la pérdida de una parte
corporal, secundariamente puede originar a su vez una
situación de duelo, duelo por la pérdida de una parte del yo,
duelo narcisista entonces. El dolor psíquico del duelo es
causado por una sobreinvestidura* de la añoranza del
objeto sumada a la imposibilidad de satisfacerla, lo que
genera el desvalimiento* característico del que está
pasando por este proceso. Es como si por el hecho de
tomar consciencia de que no se va a tener más al objeto, se
pretendiera recuperar todos los momentos placenteros
vividos con él, incluso los que se hubiera podido fantasear,
esto de una manera ideal regida por el principio de placer*;
por ello, entre otras cosas, de la persona fallecida sólo se
recuerdan las virtudes. Cuando la investidura de añoranza
se mitiga y el deseo objeta] logra reemplazar al objeto
perdido, el dolor psíquico disminuye. La melancolía* no es
necesariamente desencadenada por un proceso de duelo.
Es más bien un problema de la libido narcisista entre el
superyó-ideal del yo* y el yo, que origina el sufrimíento del
yo. En tal lugar aparece la forma inconsciente del vínculo
de odio* con el objeto, pues este último está metido en el
yo y en general es un objeto perteneciente a la historia de
la sexualidad infantil*, que se introdujo de contrabando,
merced a la identificación. El talante de la melancolía en
general es fenomenológicamente similar al del duelo, pero
predornina en ella el auto rreproche'1 y no la añoranza del
objeto. El autorreproche es un reproche inconsciente al
objeto que, sin éste saberlo, está en el yo.
Economía psíquica
Elaboración secundaria
Elección de objeto
Ello
Emma
[psicoan.] En el “Proyecto de psicología” (1895-1950) dice
Freud que la compulsión histérica proviene de una forma de
desplazamiento de energía que es un proceso primario. La
fuerza que mueve este proceso es una defensa del yo, que
rebasa lo normal. Pone entonces el ejemplo de Emma,
quien no puede ir sola a una tienda. Emma fundamenta
esta actitud en un recuerdo de los doce años (poco después
del inicio de la pubertad). Había ido a una tienda a comprar
algo, vio a los dos empleados reírse entre ellos y salió
corriendo, presa de terror. Piensa que se reían de sus
vestidos y que uno de los empleados le había gustado
sexualmente. Freud encuentra esta explicación
incomprensible. Surge un segundo recuerdo: a los ocho
años había ido dos veces a la tienda de un pastelero y éste
le pellizcó los genitales a través del vestido. El pastelero
tenía una risa sardónica. Emma se reprocha haber ido por
segunda vez, como si de ese modo hubiera querido
provocar el atentado. Freud sostiene que al vincular una
escena con la otra se explica mejor el temor. La conexión
asociativa entre una y otra escena se hace por la risa (risa
de los empleados y del pastelero). Una escena evoca a la
otra, pero entretanto ella se ha hecho púber. El recuerdo de
la primera escena despierta un desprendimiento sexual que
se traspone en angustia. Es como si en la sensación
corporal actual se “comprendiera” la escena anterior,
surgiendo la angustia como defensa del yo. Muestra luego
Freud una cadena representacional en la que algunas
representaciones (las más inocentes) llegan a la cons-
ciencia y otras quedan inconscientes. Expone de una
manera clara y didáctica el proceso de la represión
patológica y el concepto del hecho traumático sexual “a
posteriori” que desplegará en el caso del “Hombre de los
lobos” (1917) muchos años después, con mayor
profundidad, y en el que incluye la ya descubierta
sexualidad infantil, pero sin variar en demasía, salvo en su
mayor nivel de complejidad, las ideas básicas expuestas en
este caso.
Emmy von N.
[psicoan.] Primer paciente al que Freud aplicó el método de
hipnosis catártica de Breuer. Emmy tenía cuarenta años,
era vivida y madre de dos hijas adolescentes. El cuadro
clínico es el de una neurosis mixta con síntomas de
neurosis de angustia, de fobias y de histeria, entre los que
predominan los estados agudos de delirio, con
alucinaciones, que no son recordados después por la
paciente, además de algunos síntomas permanentes como
tics y tartamudeos, con pocas conversiones. La
interpretación que hace Freud del material es bastante
superficial comparándola con las posteriores. Nos interesa
sobre todo para apreciar el proceso de descubrimiento que
va realizando Freud, ya que la evolución del tratamiento se
describe día a día. Además de aplicar la hipnosis catártica
Freud analizaba el síntoma durante la hipnosis, hasta llegar
a la conclusión de que la mejoría es más franca y duradera
con este segundo sistema. Explica en esta ocasión los tics y
tartamudeos como resultado de representaciones
contrastantes, expresión de una voluntad contraria. El
tratamiento de Emmy tuvo dos períodos y consiguió
suprimir los síntomas de la paciente, aunque sin producir
los cambios estructurales que le hubieran dado a ésta las
armas necesarias para no necesitar enfermar ante nuevos
sucesos traumáticos.
Energía indiferente
Energía ligada
Katharina
Lucy R
Mathilde H.
Rosalía H.