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ATRAPASUEÑOS.

Estaba muy cansado, me había levantado muy temprano esa mañana, llegue a mi
casa bien entrado el medio día y después de almorzar, me entregue placidamente
a los brazos de Morfeo quien, acto seguido, me guió a lo mas profundo de sus
dominios.
No se cuanto tiempo llevaba dormido cuando el estruendoso rugido del motor de un
camión me despertó.
Por la persiana baja, miro como se filtran finos y rectos rayos de luz solar que dejan
ver claramente pequeñas partículas de polvo bailando una danza aleatoria dentro
de ellos.
El silencio, ahora, es tal que se percibe como un zumbido.
Veo el aparador, a su izquierda el televisor apagado, mi ropa en el suelo las
zapatillas encima.
Intento despegar el torso de la cama para levantarme, no puedo.
Lo intento nuevamente, esta vez con mas fuerza, tampoco puedo.
Mi cuerpo no responde.
No siento miedo, la desesperación le gana la carrera y llega primera.
Intento inútilmente dar latigazos con mis piernas, quiero romper las sabanas.
Con toda la fuerza que soy capaz de juntar trato de girar mi cuerpo de un lado al
otro, hacia arriba y abajo.
Me siento como un animal salvaje atrapado en la apretada red de un cazador, la
diferencia sustancial es que la fiera puede retorcerse, mi cuerpo no.
La sensación que tengo es como la de recibir una anestesia con curare pero en un
total estado de conciencia con uno mismo y con lo que circunda.
Y es entonces, en un instante, cuando una ráfaga de comprensión irracional, me
hace percatar claramente que estoy dormido.
El ruido del camión no pudo despertarme, pero de alguna manera me volvió
conciente dentro de mi propio sueño.
En fracciones de segundo (si es que el tiempo existe en el estado onírico) recuerdo
las palabras que me dijo mi amigo Fernando, pero esta vez, a diferencia de la
primera, las tomo muy seriamente:
-Las manos, tienes que mirarte las manos cuando sueñas, es una forma de tomar
el control de tus sueños –
Sigo inmóvil acostado en mi cuarto, el silencio zumba. Veo mis manos, las giro, las
alejo y acerco se ven detalladamente físicas pero no las siento, no siento su peso,
ni su movimiento pero están ahí; mientras continuo mirándolas.
Me tengo que poner de pie –pienso- pero esta vez no trato de hacer esfuerzo físico.
Y así como así me encuentro caminando por la sala hacia la cocina, no parece un
sueño, las cosas están como deberían, las sillas, la mesa, los portarretratos, el
cuadro, todo.
El gato viene hacia mi, se para,- ¿me mira?-, maúlla y sigue su camino hacia mi
cuarto. Yo llego al lavadero, la reja que da al patio tiene puesto el candado.
Si esto es un sueño, tengo que pasar, -me digo- mientras clavo los ojos en mis
manos, entonces doy un paso adelante, el lavadero se desvanece, y como en un
salto quántico me encuentro parado sobre el césped en el centro del patio.
A mi derecha veo el Roble, tiene poco menos de veinte metros de altura, se que es
muy joven, apenas supera los trescientos años y tiene sed.
¿Tienen sed los árboles? No lo se, pero sin lugar a dudas y con toda certeza me
doy cuenta que necesita agua.
Justo frente a mi veo también el limonero y entiendo que usa sus hojas como
paneles solares para atrapar luz; transformarla en energía y transportarla en forma
de savia (sangre vegetal) desde sus hojas a sus ramas y de estas a sus raíces,
que a su vez funcionan como un órgano extractor de nutrientes y agua, aunando
todo ese esfuerzo, concentrándolo, con un único fin, su esencia, su razón de ser.
Producir su fruto. El Limón.
Recuerdo, entonces a los descendientes del Pueblo Inca, de cómo piden permiso a
las plantas antes de recoger sus frutos, y disculpas al espíritu de los animales que
cazan y crían para comer, y a la pacha mama que también nos contiene a todos. Y
comprendo por que lo hacen.
Tomo conciencia que el zumbido que percibo en el silencio no es tal. Es una
vibración, la vibración del planeta, y en el mismo instante que lo comprendo, bajo
mis pies, siento a La Tierra girar y desplazarse, arrastrándome con ella. Es una
sensación indescriptiblemente real.
Comprendo nuevamente:
La Tierra es como un organismo vivo que contiene vida, vida que la ayuda a vivir en
forma simbiótica.
Como mi cuerpo, formado por millones de células.
Era tan inconsciente de esto como mis células lo son de mí existencia.
Despierto muy descansado y de apoco.
Me lavo los dientes y la cara, abro el candado, conecto la manguera y le doy de
beber al Roble, me acerco al limonero pido permiso como los Coyas y elijo el mejor
de los limones, lo saco, esta vez, con mucho cuidado para no romper ¿o lastimar?,
la planta.
Mientras tomo un vaso de limonada helada experimento una sensación olvidada,
una sensación muy cercana al júbilo.
¡Puedo atrapar los sueños!...
Y esto recién comienza.
Vuelvo a comprender:
Soy como el homínido de Kubrik con el hueso en la mano.

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