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ENCUENTRO CON EL MAR

SALVADOR PLIEGO

1
Copyright © 2008
COPYRIGHT by Salvador Pliego. All rights reserved.
Houston, Tx. USA

Todos los derechos reservados. Este libro no puede ser parcial o totalmente copiado
o reproducido de cualquier forma sin autorización del autor.
Derechos reservados por el autor y debidamente registrado.

2
Murmura el mar

Murmura el mar…
Eco y resonancia de una gota cristalina.

Murmura el mar…
Y me hinco entonces en su arena.
¿Me entiendes? -Le platico.
Te hablo de ella…
Bajo tu azul mirada sus ojos cristalinos reverberan.

Te hablo de ella…
En la profundidad su boca.
En la distancia su silueta inquieta.
Y el horizonte que se acerca cuando siento que me toca.
¿Me entiendes si te digo que mi boca saborea?

Mar, ¡qué hermosa es ella!


Pálida, en tu cuesta, una ostra
de coral se viste, se descubre y se recuesta,
y a lo lejos, con la bruma,
su aperlada orilla a mí me mira…
¿Qué dirá de mí?
En la arena, de hinojos, platicándote de ella…

¿Tú me entiendes que su rostro


es vitral de tu marea?
¿Que sus ojos son tu lejanía
y se dibujan resguardándose
en tu abultada cabellera?

Mar, ¡qué linda es ella!


Hay gotas que en la orilla,
tan sólo por sentirlas,
volatizan y sonrojan
y en sus labios se extasían.

Te platico que sus besos…


Mar, ¡hay besos como ella!

¿Tú me entiendes?

Murmura el mar…
Y me hinco ante su arena.

3
Poesía

¿Qué quieres?
Sobre el azul del mar despiertan las palabras
y el piélago cae como arena en su rostro.

¿Qué quieres?
Y ella dijo:
Que me leas…

Y al abrir sus ojos, de sus iris, le leí un poema:


“Tras los restos infinitos de la aurora…”
Y al cerrar sus ojos, me cubrí con ella.

¿De dónde el verso?


¿En qué tinta la arena crispa y graba?
Y el canto que se prende como un grito del cincel pulido.
Allá, en la noche, el aplomo del ave se persigna
y canta con su llanto sin que nadie le intimide.
Hay recuento de pájaros y alas.
Hay vestigios de tardes y de auroras.

¡Oh, poeta!
Cristal del fuego y del vacío.
Cueva desigual de la vela y del marino.
Fue el verso su boca humedecida.
Fueron sus manos el roce y las teclas
donde el bardo sus escritos de sonido acumulaba.
El altar del poeta: su musa y su marea.

¿De dónde el verso?


¿De dónde el canto?
Si sólo ella.

¿Qué quieres?

Y al abrir sus ojos, de sus iris, la poesía…

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche…”*

*Verso de Pablo Neruda.


20 poemas de amor y una canción desesperada.
Poema 20.

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Miradas

Vuelve a surgir ese torrente de acuarelas al tocarte.


De tu vientre las naves surcan el precipicio del espacio.
Barcarolas que emergen cuando fluyen los latidos.

Vuelvo a sentir el pincel de los amores:


un río de bengalas saturado,
ese delirio por tus ojos de un negro iluminado.

Gacela sigilosa del monte y de mis versos:


pintura de mis manos que se encienden al palparte.

Vuelve a tocarme con tus dedos de colores,


del cordel de lunas y el tinte de la suave noche.
Déjalos callados un momento
y que me hablen ellos su lenguaje:
lo que sientes al mirarme, lo que siento al mirarte.
Déjame tocarlos en el satín de tus encantos.

Vuelve a resurgir ese torrente que arrebata,


que desborda y que apasiona,
que me deja acariciarte
hasta encontrarme en tu camino.

Vuélvete el instante de una noche.


Espárcete sobre su manto hasta que cante el alba.
Riégate como la luna de la escarcha y madrugada.
Descúbrete como la gota
y deja que te sienta como el pecho de mi alma.

Pasión de ti

En la cúspide del viento te describo.


¡Oh, apasionado!
Hilarante, nocturna, inquieta, destellada.
Y el límite del alba se escapa y agasaja
con la noche que respiro.
Bajo tu cuerpo el alma tienta su sonrisa pura
y el mar se crece divagando su propósito de oleaje.

Como una ola o quizá como el estiaje


te vas deshilvanando hasta tocarte,
y tu cuerpo se compone de ese azul que brama por la noche.

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Se ha escondido el mar bajo tus ojos
y yo inquieto por sentirte.
¡Oh, apasionado!
Mis manos tiemblan como bruma inacabable.
Mi boca busca lo que el mar al caer la tarde.
En el sabor del agua se resguardan tus medidas
y de nuevo en mí despiertan las ansias y deseos.

Frenético marino de aspa rota y remo abierto.


Miro el mar… y tus ojos cristalinos me desvisten.
La sal te cubre de belleza inagotable.
Tú: hilarante, graciosa, encendida, azuzada.
¡Oh, apasionado!
Toco brisa con el grito de tu lengua.
Beso el mar en la figura de tus labios.
En ti describo océanos circundando tu vertiente.
Hilarante. Siempre hilarante.
¡Oh, apasionado!
En ti navego.

Maravillas

Sobre tu cintura adornada


se crecen las maravillas.
Cascadas de aroma y alba
se prenden cual ensenada:
unas se tejen de madrugada;
otras, de iris a tus pupilas.

Granates en dijes de oro


relumbran sobre tu cuello,
y la luna medio escondida
se merma por aludida.

Belleza atezada de un ojo negro


que baña la playa como un espejo,
las cejas lindas le adornan
y pintan las chapas de fucsia y grana.

¡Ay de mis sueños del ave!


¡Ay de los lirios en los agaves!
Si tenerla pudiera en breve
y sentir su cintura que abre
lo que detenta belleza de gema y jade.

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¡Preciosa!: así las flores tu nombre escriben.
El dulce eco que arrulla y gime
de blancas rosas habla y emerge
y ante el rocío toca tu frente.

Guardián, el viento,
en ti esculpe y adora en canto,
fulgura tenue junto a tu mano.
Cuentan los sueños que fuiste aurora,
y en mi ventana, muy de mañana,
del viento te desprendiste.

De tus caderas
se cuelgan las maravillas:
nardos de espuma, sutiles rimas,
rosas de aurora que lidian
con el semblante de las orquídeas;
Versos primaverales que en el otoño
buscaron nidos bajo tu hombro.

Si yo pudiera, si yo pudiera
llenar mis manos de maravillas:
como tus ojos, como tus sueños,
como un destello de golondrinas.

Si yo pudiese besarla toda


y llenar mis labios de maravillas…

Soñando en tus brazos

Hoy que despiertas


y beso tu boca
y muerdes mis labios
para revivirme,
camino en la calle
sintiendo tus ojos,
y tocas mi dorso
cuando doy un paso
para darlo firme,
entonces me aferro a tu mano
y me siento seguro
bajo tu cobijo.

Me alienta y seduce tu aroma


de sólo pensarte.

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Mi mente imagina tu rostro
y le llamo y le mimo
como al aire sonriente
que al sentirse tocado
se cubre apenado
y sopla agitado.

Y voy por la calle


sintiéndome gente
porque sé que tus labios
me pintan la frente.

Hoy que regreso de noche


y me abres tu cuerpo
y me dejas tu aliento,
me acerco en silencio
y haciendo un murmullo
te digo al oído:
¡Que estar en tus brazos
es lo más hermoso
que siempre he soñado!

Mirando arriba

Miro hacia arriba.


Me recuesto en esa aurora que un día nació bajo mis manos.
Y soy esa galaxia sembrada al infinito,
constelada con el tiempo,
cósmica y callada.
No brotaron de mis ojos más estrellas
que aquellas que miraron.
Y hubo polvo, ¡no sé cuánto!,
gravitando y forjándose en mis manos.

Ruge el mar: un vientre azul, distante,


y una mano recostada en tu pecho.

Ruge el mar: nébula astral y gravitada.


Y voy soñando como nave
que conoce sólo un camino:
que se entierra en besos,
que se esconde en paladares
suaves y aclamados por los vientos.

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Y soy yo:
esa galaxia de calandrias,
ese azul de codornices
embebido y naufragado;
cielo rítmico de versos que se explaya
por ponerlos en tu boca.
Soy yo:
soñando levaduras,
rascacielos matutinos,
tus labios y tus besos,
tus ojos y tus senos.

Me acurruco nuevamente…
Y sólo quedan los suspiros.
Y sólo queda tu belleza boca arriba
y mi mano en tu cuerpo, respirando,
soñando, suspirando,
durmiéndose en tu vientre,
soñando que hay azules.

Voy a sacar la primavera de tus ojos.

La misma siempre

Se me hizo raro sentir la misma boca,


los mismos nardos,
la misma nota de un violín que no se cansa,
la misma lluvia en el mismo rostro,
y decir de nuevo
que sigo amando
la misma boca,
la misma nota,
el mismo rostro que no se agota.

Tantos diluvios que han pasado


y sólo tu rostro
persiste y dura
tocando siempre la misma nota,
la misma cuerda,
la misma boca.

Y sólo tú,
y nadie más,
tiene un recuerdo
en esta boca,

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que sabe a beso,
como tu boca,
como las cuerdas
que me trastocan.

Y digo que amo lo que refleja,


lo que es intacto,
lo que preserva sabor a nuevo
y se renueva bajo tu boca,
lo que incitando se crece a diario
y nunca muere como tu boca.

Siempre la misma.
La misma siempre.
Me sabe a todo.
Me excita todo.
Sólo tu boca como tu boca.
Siempre tu boca. Tu eterna boca.

Hay una mujer

Hay una mujer,


has de saber…
Hay una mujer
que me nubla de placer…

¿Qué haré si ella me toca?


¡Ay! ¿Qué haré si a mí me toca?
Hay una mujer de tisú y delicado proceder
que se enreda como seda
y pernocta en aguamiel.

¿Qué haré si ella me roza?


¡Ay! ¿Qué haré si a mí me roza?
Hay una mujer que se desprende
de su cuerpo al mezclarse en mi querer.

Es como un sueño el rozarse con su piel:


seduce, hechiza y me enardece de placer

¡Ay! ¿Qué haré si a mí me besa?....


¿Qué haré si a mí me besa?...
Si tan sólo un roce me vuelca de placer.

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Todo nace de ti

Mana el jugo de tu vientre como profecía del encanto:


el extracto del sonido en los cristales puros de la noche.

Es tu vientre aquel destino que se abre, anuncia y manifiesta.


¡Ah! Aquella sedienta tez de besos que lo transfigura todo.

Todo nace de ti: en el pecado de los mares,


en la profundidad volátil de los pájaros callados.

Como un hijo me recuesto donde nadie ha nacido


y nazco nuevamente de tu vientre.

Todo nace de ti: la fulgurante sencillez del desafío,


la provocación por las estrellas,
la aglomerada noche y su tácita escultura.

En un compendio en que lo abarca todo,


mi sed por ti no cesa, mi amor por ti no acaba.

Manan de tu vientre los caprichos del verano


y los beso todos, en un fugaz destello que me atrapa.

¡Todo nace de ti!


Hasta el verano avasallante.
Hasta la más recóndita palabra de tu vientre.
¡Todo nace de ti!

Y me abarca.
Infinitamente a mí me atrapa.
¡Ah! Sedienta tez de besos.
¡Todo nace de ti! ¡Todo!
…Y me atrapas.

Aún suceden cosas

I
En tu ausencia,
aún suceden cosas:
Hay pájaros serpientes devorando colosales piedras.
Árboles de gubia que se talan a sí mismos.
Andrómedas que bajan a la tierra
y escupen fuego de la cornisa de sus alas.
Mil ciempiés de lunas y de agave saturando

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resquicios de una historia que fuera de batalla.
Olímpicos diablillos que son como arbustos
picoteando cuanto objeto pasa por sus manos.
Todo pasa
mientras yo me escondo y mi piel se vuelve colorada.
Estoy, y sin quererlo me desprendo de mi espacio…
A fin de cuentas mis raíces se expanden en el suelo
buscando líquidos vitales.

En tu ausencia,
aún suceden cosas.
¿Lo ves? ¿Lo notas?

Y regresas y todo vuelve a estar en calma.


Entonces me acurruco en tus brazos
a seguir soñando mil batallas.

II
En tu ausencia,
has de notarlo,
aún suceden cosas.

Y el soñarte es vital cuando te ausentas.


El decirte que tus rasgos aún de noche no terminan
y se expanden como luces por mi mente.

Yo lo noto,
has de saberlo,
que me llueven las sonrisas
y cada una se exalta si la miras.

Aún sucede que tu voz me arrima.


¡Yo lo sé!… Y que me aviva.

Y que tus ojos me abren los espacios,


me cierran más miradas,
me nutren de campanas,
me hierven en las manos.

Aún sucede que te llevas mis caricias


y son devueltas de tus brazos más crecidas.

¡Yo lo sé!… ¡Lo he notado!...


Aún suceden cosas cuando digo que te amo.

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III
Aún sucede
que detrás de ti
te llevas estos ojos para cultivarlos.

Me pinta tu silueta el iris de avellanas.


Me siembra de montañas las curvas de tus faldas.
Me satura de equinoccios tu forma sin tocarla.
Me llevas por los fresnos cultivando tus meneos.

Aún sucede, tras de ti,


que me llevas de la boca
y no encuentro forma de cerrarla.

IV
Y el amor tiene esa picardía de tu lengua:
fresca, aromática y con fermento de existencia.

Aún suceden cosas,


¿lo sabías?...
que tu lengua a mí me sabe a alegría.

V
Y entre alas,
aún suceden cosas.

Me haces parecerme al álamo en la altura:


acogerme de sus copas, colgarme cual bellota,
sacudirme entre las hojas, rociarme entre sus ramas.

Y tienes ese roce de las plumas que entusiasman.


Esa suavidad de ala que me atrapa.
¡Y me vuelas!… ¡Y me vuelas!…

VI
Y el decirte amada
es como transformar el día:
llevarte en la camisa, en la bolsa, en la chaqueta,
donde haya espacio y alegría.

Aún sucede,
que de siempre
va tu boca con mi boca,
van tus labios como el día,
y se escapan de repente
deleitándose en mi cuello.

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Aún sucede,
¿lo sabias?...
que es una delicia tu caricia.

VII
Y sucede que te digo que te amo,
que eres la estación del viento,
la transparencia de mis ojos,
el versículo en mi lengua,
la inagotable embriagues del canto.

Y resulta que lo digo y lo declaro:


que hasta lágrimas de encanto
por mi rostro he derramado.
¿Lo sabías?

Aún sucede que te amo.

VIII
El color de la mañana se sonroja
en la palidez de una sonrisa.

¡Ay mi niña, mi niña blanca!


Dibújame una aurora
que me embarque y me levite
a donde el sol que brille.

¡Que me lleve y pinte!


¡Que me lleve y bese de tu rojo tinte!

De tus besos

Te amo, ¿qué más?


Y se encierran en tu boca mis palabras
y una a una al pronunciarlas las disfruto.

Sólo tu rostro permanece.


Aquí, en lo alto, no hay vocablos.
Y no es que esconda el nuevo día
pero hay horizontes en que sólo tú te escuchas.

¿Habrá otro canto que te nombre


y que suave, como un verso,
en un rocío a ti te llame?

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Te amo, ¿qué más?
Y me encierro entre las notas de tu boca a escucharte,
donde broten esos labios,
donde canten estos besos.

Y aún vibran las campanas sin sonido.


Se percatan de tus labios y difunden como ecos de extravío.
A lo lejos, sí, a lo lejos, aún se expanden sus sonidos.

Te amo… y no dejo de decirlo.


Alejados, como niños, van los besos de la mano.
Sonrojados quizá, sin mirarse, sin quejarse,
van tocándose cual ciclos de cariño.

Y me preguntan: ¿Qué cantan nuestros besos?


¡No lo sé!… Pero me llevan a tu boca, a tu lengua,
y es ahí donde escucho melodías contagiosas.

Una flauta dulce, un violín en llamas


va sonando hasta morirse, va dejando cauda
como aves de alas grises y transforma los espacios
en raudal de querubines.

Te amo, ¿qué más?


Y eres tú la nota que converge aquí en mi día:
ese canto de besos que no expira;
Profundidad de labios que se tocan
y al callarse emiten sinfonías.

Y el tocar tus labios… ¡No sé!...


Es como amarte y transformarse en brisa.
¿Qué más?...
Si es el besarte en la boca mi alegría.

Susurro

Dijo el poeta:
“Cristales de joya, turquesas airosas,
luceros hermosos cimbrando tus ojos.”

¡Ah!, silenciosa.
Deja extraer de tus ojos la brisa:
murmullo de cima y respuesta de viento.

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Préndeme.
Arrópame.
Descríbeme tu pupila de nieve.
Callada poesía de un solo chasquido.

¿Y qué hace el poeta cuando en tus ojos se inspira?

La noche fulgura como un canto herido.


Acerca tu boca para que yo la sienta.

¡Ah!, silenciosa.
Deja al verano espigar tu mirada.
Deja la fruta caer en semilla.
Deja al poeta cantarte su estrofa.

Me dijo el poeta: murmúrale un verso al oído.

Y leyendo al poeta extraje mi pecho.


Un simple susurro se fue por el viento…

No sabes aún lo que siento.


Como mi pecho lo grita al silencio.
Y las vocales se esconden resguardando mi aliento.
¡No soy callado! Tan sólo la noche me escucha exhalando.

Un simple susurro se va por el viento…


Y de mi pecho emerge cuando asoma tu cuerpo.
No soy callado…
Tan sólo murmuro y repito un vocablo:
¡Te amo!
¿Me entiendes entonces cuando así te llamo?
¿Despiertas las noches en que yo te aclamo?
¿Respondes, amada, al susurro amado?

Te amo…
Tan sólo un murmullo que vuela a tu lado.
Mi boca te advierte y devela su canto.
¿Me entiendes entonces cuando así te hablo?

Después de un beso

Crecen como vergeles tus ojos bajo la noche.


Entonces tú, sombra y destello,
te has crucificado en esa estrella.

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¿Y qué se siente una caricia?
¿La tocaste? ¿La viste? ¿La palpaste?
Como una ostra el viento se acurruca.

Oh puerto de mis brazos.


Timón revestido de acuarelas y bengalas.
Era yo ese plumífero de arrullo.
Esa ala de mimbre rozándote la espalda.
El cestero del estambre durmiéndose en tu vientre.

¿Me sentiste? ¿Me advertiste?

Y en la noche triste en que dormías


yo seguí besando como un rayo de aquel astro.

¿Me sentiste?

Después de un beso… ¿Hay algo más?


¿Hay algo más que un beso?

Crepúsculo

Hija del mar,


la tarde roja abrió sus brazos
y un alumbrado faro su estela blanca de lis forjaba.

Platícame lo que es el viento...

Tu cabello suelto regaló la espuma


y el mar rugiente acuñó su ola.

Hija del mar, dique abierto, vela airosa, nube roja,


platícame si al tocar el agua rocé tu boca.

Dime que lleva el viento


y si la tarde airosa gimiendo devuelve un beso.
Aquí sentado, entre las rocas,
mirando lejos tu labio espero.

Hija del mar, preciosa vela de mar abierto.


Naciste ola y meció tu cuerpo.
Náyade y viento,
palpo tu estela de donde sale a la luz el cielo.

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Radiante y fresca.
Hija del mar: puerto y marino, estuario y fiordo,
aquí sentado te admiro y hablo.
La tarde roja tu rostro entinta
y se refleja en tus negras cejas que me encandilan.

Desde las rocas


tus iris brillan y aluzan de grana pura chapados rayos.
Yo los observo, quieto y callado,
desde una roca,
y se recubren de bello encanto.

¡Cómo te admiro en tus ojos claros!


Bella y suntuosa, de añil te aclamo.
Hija del mar, cautiva hermosa,
crepúsculo dulce sobre tu frente.
Dime: ¿Por qué es que siempre te quiero tanto?

Hija del mar, joya cautiva,


dulce y risueña,
aquí me hinco en el arenal.
¡Cómo te admiro besando el mar!

Entre sombras

Heme aquí, entre sombras recostado.


Me paro y escabullo en la penumbra.
Mil cuerpos se amalgaman en la imagen
de un rostro desprovisto.

Heme aquí, en las bisagras del silencio


invocando lo que no ha nacido.
En un acto suicida en que la mente
se perfora o se destruye.

Te llamo… ¡A ti te llamo!
Como el abstracto ser ignoto aún no descubierto
que al nombrarle me exalta e inquieta.
Y al llamarle y verme descubierto me escondo
en la inmateria de la forma.

Entonces, como una flama saturada de sus ojos


que arde en los avernos de mi mente,
reprendo al ansia con el fuego
y le hablo a ella,

18
sólo a ella,
con la timidez de una palabra,
y le insinúo que la amo.

De ahí despierta en un latido,


y su forma de mujer cobra un gemido.

Su aliento

Entre pecho y pecho aquí nací.


Os digo: ¡Aquí nací!

Bastó el aliento de su boca.

Lo admito, y el rocío al descubierto es testigo:


Soy adicto a una tregua que renace día a día;
A una caricia campesina que por surco hace nido;
A unos iris que desnudan y recubren cuando anidan.
Soy adicto al paladar que lleva un beso
y lo pone tibio en el manjar del sentimiento.

A ella, que presume a veces


que mis sueños le despiertan al soñarle a ella.

Aquí nací…
Y nadie fue testigo.
Y sólo un labio se prendió del mío.
Bastó su aliento… y mi boca fue testigo.

Amor, tú espigas

Amor, tú espigas con cristales el verano


en la onda bocanada de sus ramos,
y cómo me pegaría a tus labios
para beber el cántaro de miel que se ha llenado
y besarlos como nadie, ¡como nadie!,
para cernirte en la urna del deseo
y amarte simplemente,
y adherir mi pecho donde habites.

Amor, si hoy derraman de tus labios


los elixires que deseosos se han forjado,
sé de ellos: de tus besos por la tarde.
¡Jamás me llames!

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Iré yo solo a besarte como nadie.
¡Y más!… ¡Y más!…
Donde pueda encubrirte entre rosales
y amarte como nadie… ¡Nunca nadie!

Tengo ganas

Hoy tengo en las manos sed de viento,


una marea que no baja,
el estrépito de los corsarios
restregando garfios platinados.
Tengo ganas de arañarte
o sacudirte,
aventarte una luna si pudiera
o abanicarte en el rostro
con la estrella más lejana.

Tengo ganas, pues,


de que estés aquí y de mirarte;
De que hay veces
que se vuelve imprescindible el escucharte.

Pudiera quizá un árbol enterrarlo


y escarbar de nuevo
por el fruto no deseado,
o arrancarle a la llovizna su paraguas
y mofarme de ella
si mojada golpease en mi cabeza.

Tengo ganas, ya ves, de tantas cosas:


como el tocar las yemas de tus ojos,
o sacudir las bellotas de tus rizos,
o interpretar las luciérnagas de tus oídos.

También tengo ganas de abrazarte


y quedito, al oído, como siempre,
decirte lo que nace aquí en el alma.
Juguetear con las palomas
y escuchar chasquidos brotando de tu boca.
Y que escuches, de repente,
no sé, que es por ti
por quien se crecen éstas ganas.

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La excusa

La excusa es despertarme entre tus labios,


profanarlos y tatuarlos,
delinquir como el esclavo
extrayendo mil alientos.

La excusa es que de pronto


y al buscarme no me mires.
Quizá hurgando un poco
es que me vuelque
y es en ti que ya me encuentre.

La excusa, como todo,


es simple y sin jadeos,
y es que al voltearte
ya me halle devorándote los labios.

La excusa es cada día,


en que coincides y coincido,
donde vuelves y rastreas
esperando tú a mi lado,
donde escapa esa sonrisa
esperando yo a tu lado.

Como siempre y como todo,


es sencillo para mí,
que se incline el horizonte
y que se abra para ti.

Y después y que camines


regodeándome en tus codos,
la excusa es siempre simple:
que me lleves de la mano
y al voltearte ya te encuentres
recostada junto a mí,
boca a boca y frente a frente
como nardos en abril.

Gourmet de amores

Con un centro de floral belleza


en un atril en que adornando un mantel de seda baja,
dos copas de azulgrana entretejidas
con perfume de la cava nuestras manos las cruzaron.

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Y el plato de la noche que al paladar mostraba,
como una escalinata que al posar los pasos
fue subiéndose a la altura de la dicha.
Antes de probar bocado alguno.
Antes de catar aperitivo y degustarlo,
mi boca precisó ordenar los mil aromas.
Me acerqué a tus labios… Y emprendí el encanto del sabor.
En un beso la exquisita sabrosura de un gourmet.
¡Mon amour!... ¡Uh la la!…
Me quedó el aroma consagrado.
Ventilaron los sabores deificados.
Endulzaron rozagantes y embriagados.
¡Uh la la!… Si hay en tu labio tal delicia…
Bajé mi copa… y bebí tu boca.

Hoy la noche

Todo abrupto, aún hay fuego:


en esos escarpados besos,
en esas manos que alzadas se blandieron,
en esos labios que de abrojos se vistieron.

Mi cuerpo aún tiembla


bajo el temporal de los inciensos.
Te resguarda mi pupila en un rojo enceguecido:
desapareciste como niebla,
te esfumaste entre la noche
y así prendida fulguraste cual destello inalcanzable.

Todo abrupto. Todo ciego.


Aún laten las semillas de tu cuerpo
y mi sed avanza sobre ti como la tarde.

Te veo entre mis brazos


donde arden los silencios con sus gestos.
Aún hay fuego… Y la noche se entretiene por tus besos.

En el recuento de las horas persisten los latidos


y mis brazos se abren
esperando a que me invites.
Hoy la noche se entretiene con tus besos.

22
Desprendida y en tu boca

Del tiempo y tiempo, infinita era la bruma


y el sino que desnuda a un alba en madrugada
con sus chapas encarnadas,
con sus nubes tul y rosa.

Y digo: Para nacer yo quiero


el sentimiento o la hondura de tu boca.

Y digo: derretíanse, cobijábanse y esculpíanse


y… ¡ah!... tan sólo con tu boca,
se abra y repose,
roce y acomode,
acose y mitigue,
apriete y apacigüe.
Y… ¡Ah!... ¿Qué quiero con tu boca?
Si ella sabe que respiro cuando pasa por mi boca.

¿Desprenderla como aroma?


Y… ¡Ah!... ¿Qué quiero con tu boca?
Si llevarla a que levante la corola que me asombra.
Si sembrarla y protegerla a que la mar muestre su ola.
Si dejarla en la arena a que la brisa la recoja.

Y el levante es una muestra de recóndita armonía


que dibuja tras la noche su figura amanecida.
¿Qué quiero con tu boca?
Luz de nieve, luz llameante,
baja estrella de horizonte.
¿Y qué quiero con tu boca?
Suave greda que adormece.
Dulce coro entre las hojas.
Blanca espuma que hace pompa.
Y es tu boca el sube y baja de una fuente desprendida,
cada lluvia y cada gota que regala de su cauda,
cada noche y cada rito que amanece en rebeldía.

Y… ¡Ah!... ¿Qué quiero con tu boca?


Si ella sabe que la llevo permanente con mi boca
y se conocen palmo a palmo cuando frotan y devoran,
que se buscan y se entienden,
que se observan y se esconden,
que se anidan y se duermen.

23
¿Y qué quiero con tu boca?
Abril y mayo como meses de tu flora.
Castigar al viento que te toca y que te adora.
Resguardar tu lengua y degustarla a cualquier hora.
Y… ¡Ah!... Tan sólo conquistarla y acercarla con mi boca.
Abrir el tiempo y sepultarme.
Sosegar al cosmos con su aurora.
Liquidar minutos que me apremien
y dejar tan sólo que tus labios se me acerquen.
Que me toquen…
¡Que revienten y me dejen, simplemente, a que te bese!
¡Ah!... ¡Tan sólo que se acerquen!
¡Tan sólo que se acerquen!
¡Tan sólo que se acerquen!

Gotitas del rocío


(Lady Di)

Caen las semblanzas del rocío…


y no se esquivan.
Ellas saben son rocío.
Caen gotas cual cristales y se adornan
cual si fuesen mil sonajas de membrillo.
Van cayendo entre las ramas,
gota a gota como lirios,
y resguardan sus latidos de la tarde si hace frío.
Van cayendo y hacen trino.
Van durmiéndose abrazadas compartiendo sus delirios,
y se tocan como espuma,
y se palpan como bruma.
Se expanden cual crisálidas abriéndose en las puntas,
y se ríen y se miran
al sentirse protegidas.
Van cayendo como el cieno
retozando y suspirando,
y son gotitas que se besan
con la niebla del rocío,
que se abrazan a encontrarse
y se miman y acarician.
Dulces gotas que resbalan
de las hojas de los nidos.
Bellas chispas que se encienden
en la intimidad de los benditos,
y exhalan una a otra su humedad en su delirio.

24
Lindas gotas entre nubes del sereno
que besándose atrapan resplandores de los mirlos.
Ellas saben que al mirarse
se extasían, se acurrucan, se enamoran
y resguardan, cual alondras cortejadas
que respiran sus chasquidos.
Son gotitas transparentes del amor y del rocío.
Son los ecos que descubren las caricias,
la ternura que deslumbra de alborada,
el sabor de la mañana entre algodones y te quieros.
Van cayendo, van cayendo
las gotitas del rocío,
van besándose, abrazándose, frotándose y cayendo…

(Había una vez en un castillo una hermosa Princesita,


cuyos ojos cristalinos
eran dos azules gotas del rocío…)

Van cayendo y van cayendo


como lirios en el río,
las gotitas azulitas, las gotitas del rocío.

Paisaje

Hoy invito a la cigarra a platicar conmigo:


del arte, de alcobas, de un ruiseñor que se ha dormido,
del paisaje de montañas.
Y me siento en las laderas de los verdes Alpes,
de sus verdes riscos,
a la orilla de la piedra, en la esquina de la loma,
a sacudir bellotas y enramajes,
a doblar las copas y las ramas.

Hay cientos de azafranes picoteando cual zorzales.


Hay cintos de palomas transformándose en orugas.

Hoy te invito…
De tus ojos nacen crisantemos enraizando las pendientes.
De tus parpados descuelgan los declives.
Eres el paisaje azul y fresco del levante:
Hoja roja que se pinta y decolora;
Luz en blanco y horizonte;
Galería de acacias y arrozales.

25
Me descubro ante ti como el poeta de tus ojos.
¡Y arranco esos paisajes…!

Hay espacio para el aire entre tus labios.


Hay rocío que deslava entre tus cejas.
Hay llovizna que se duerme en tu espalda.
Hay taludes que hacen niebla entre tu vientre.

Hoy te invito a que seas el paisaje de mis ojos


y te invito a danzar cual girasoles
que se abrazan uno al otro,
que se besan de amarillo,
que se tocan entre rayos
y agazapan todos verdes,
que se tientan con sus hojas,
que se duermen con sus ramas,
que despiertan amarillos y se tornan girasoles.

Hoy te invito a que te sientes y a que mires el paisaje,


y que al verte yo te mire,
siempre,
eternamente,
invariablemente,
como parte misma y siendo un todo en el follaje.

El último suspiro
(Evocación a Romeo y Julieta)

Galopan los últimos alces.


Perdida en la nada
una flauta retoca sus lánguidas notas
y lejos, distante, como un horizonte,
se pierde llorando en sus ecos.

No hay rostro en que no te llame.


Remoto es tu nombre, como un simple jadeo.
Testigo de lluvias jamás olvidadas.
Vestigios de lunas si alguna hizo bruma.

Aún te busco en el frecuente respiro.


Mis manos se agolpan y luego declinan.
Hay vientos que besan como el humo encendido
y luego se esfuman perdiéndose
sin que alguien les hubiese sentido.

26
Aún lloran besos que libres
se prenden, se escuchan inquietos,
sin labios, falleciendo en un solo recuerdo.
Me cubro en tus manos
y emerges de nuevo en la efigie en que vivo.
¡Hay tantos suspiros!

Escucho el galope… Lejano… Distante…


Su golpe retumba en el muro en que habito.
Descargan su arrojo y descansan dolidos.
Escucho el galope… Y luego te miro.
Aún amo tus ojos por demás encendidos.
Aún tus caricias resbalan las mías.
Tus labios se sienten perturbando la brisa.
Hay canto que brota y luego palpita.
Después el silencio…
Y no escucho nada… Perdido en la nada…
No escucho ya nada…

Hay girasoles que han muerto en tus ojos.


La lóbrega estatua es muestra de un hombre caído.
Tus labios: aquellos bosquejos que nunca prendieron.
Hay crisantemos como un párpado tuyo.
¿Dónde te lloro que escuches mi rezo?
¿Adónde te llamo que no muera el recuerdo?
Mi llanto se apaga y la noche una rosa reclama.
¿Dónde la lágrima que busque resguardo?...

Evoco tu nombre para verte en mi alma.


Callado recojo el sonido de flauta,
tu flora en guirnaldas,
la suave palabra en la estrofa adorada.
Escucho el galope… Y mi sombra se apaga.
Afligido preservo tu boca, mi dulce y amada.
Lejana… Distante… Callada… Te miro en la nada…

El nacimiento del mar

Transformábanse los elementos:


El fuego fue primero;
La riqueza del carbón, la hulla roja y el diamante.
Ni la furia de Vulcano o los ojos de Medusa
contuvieron sus hazañas.
Bajóse del Cáucaso y al hombre, como una dádiva de Dioses,
la llama le entregó.

27
Una tarde, a orillas del Éfeso,
Prometeo a los manantiales se acercó
y la espuma, cual cristal de maravillas,
tan sólo le rozó.

Prometeo extrajo en secreto su mirada


y llevándola a la arena del aire la extendió.

De ahí siguió la luna… Después el horizonte…


Y de la espuma, Afrodita se formó.

¡Cuánto mar hay en tus besos!


¡Cuánto mar hay en tu boca!

Brota la exuberante exquisitez de tus mareas.

¡Ah, noche turbia que se duerme entre mis brazos!


Obra inmaculada ante mis ojos.
Tu desnudez me aviva y me descubre.

Y el secreto guardas en mi boca


que el día en que mis labios a tus senos se pegaran,
¡todo mar, toda agua,
todo océano como un cántaro su azul se derramara!

Aquella niña

Aquellas bellas callejuelas empedradas


y bañadas con jardines que colgaban
flores blancas como estelas fulgurantes,
sus ventanas de alquitranes,
sus floreros relucientes cual sedales
y los arcos que bajaban en relieves
como gotas que regaban las laderas,
una niña, había una niña
al que su lindo rostro de un balcón
se le observaba,
de la escuela la hora yo esperaba,
y corría y corría y corría
hasta mirarla, que sus rizos
se peinaba y de una mano
una horquilla como el cielo le alumbraba,
¡qué preciosa!, repetía,

28
y me quedaba abajo a que la luna
me alumbrara,
y corría y corría y corría
a besarla sin que ella lo notara.
y ya de noche a la casa me volvía,
¿qué te has hecho que tan tarde has vuelto?
mi madre reprendía,
y corría y corría y corría
a mi cuarto que un florero de granate me esperaba
y una flor de lirio de la tierra se asomaba,
¡así es ella!, me decía,
y corría y corría y corría
de la escuela sin zapatos por mirarla
y hubo un día, sin quererlo,
que bajó su vista hacia la mía
y su rostro sonrió en mi alegría,
y corría y corría y corría
por la plaza que se abría,
¡era mía!, me decía, ¡era mía!

El amor es todo

Déjame callarme ahora


y escuchar tan sólo el encierro de tus ojos,
muriendo como mueren los silencios de la tarde,
naciendo como pueden las estelas en los mares,
creciendo entre tus brazos ávidos de amores.

¡Oh boca desprendida de tu boca!


Hilarante noche intacta y sumergida.
En ti como ninguna encontré los labios y su acorralada flora,
el destilar del tiempo y el jugo seductor que hay en tu boca.
Aquí sentí el parpadeo caer como chubasco.
Aquí sentí el manjar de miel sobre tus cejas.
Y grité… ¡Sí!… Grité como en tu boca:
inmaterial y mía,
incorpórea y distintiva...
Acábame como el salitre.
Devórame. Instígame en tus senos.
Despréndeme en tus muslos.
Atrápame cual fino polvo
que se nutre de la levadura de tus soplos.
Revuélcame en la espesura de tus dedos.
Agítame en la solera de tus poros.
Entiérrame en el vientre de tus manos.

29
Recuéstame en el sol rojo de tus hombros.
Déjame latir pidiendo a gritos tu morada.

Ven a mí
callando todo,
muriendo todo,
que sólo el grito se escuche entre tus labios.
Aquí el amor nació ante tus ojos.
Aquí el latido se acogió y armó de brío.
Aquí los besos se arrullaron
a sentir lo que el gemido había acogido.

No… No puedo silenciarlo…


¡No puedo ocultarlo!
Hay en tu boca un desenfreno.
Hay en tus labios la inmoral tentación de los suspiros,
la lujuria de mi boca hecha pedazos.

¡Oh puerto incalculable!


¡Oh marea atizada tras los vientos!
Ven a mí callando todo:
en el silencio de sus labios,
en la frontera de sus iris,
en la inigualable altitud de sus chasquidos.
Ven a mí como una noria
desprendiendo aguaceros.
Ven a mí como sus besos…

¡Puerto abierto el de tus ojos!


¡Puerto inmenso el de tus manos!
¡Oh!, marino: aquí tus labios… aquí tus besos.
El amor me ciega…
¡Ven a mí como tus besos!

Esos besos

No duermas, que aún la noche aguarda por besarte.


Mientras el ave se acurruca
hay labios que se juntan,
hay trasnoches que se acuerpan.
¿El amor nació con qué mirada?
¿Ya había la misma madrugada?
¿Ya los campos se agitaban con sus nobles caracolas?

30
No duermas, que aún hay besos hasta el alba.
Y se repiten los sonidos guarnecidos
y se encaminan desvistiéndose como fieles juramentos:
Yo tus besos… Tú mis besos…

No te duermas… que hay placeres


que en tu boca se sorprenden de tu boca,
y todos ellos son tus besos… son tus besos:
que me inquietan, que me animan;
son tus besos suaves que acarician,
son tus besos frescos de ambrosía,
esos besos ronroneantes que preguntan,
esos besos que responden como el nervio que se crispa,
esos besos juguetones que a las horas las olvida,
esos besos incontables, infinitos, rozagantes.

No te duermas, que aún la noche hoy te espera.


Aún hay tiempo a que desprendan tus vocales:
besos simples que recuestan y hacen coba.

No te duermas…
voy sintiendo la ternura.
Aún hay tiempo… Aún hay tiempo…
Yo tus besos… Tú mis besos…
Voy palpando la alegría aquí en mi cuerpo.

Y en la fresca existencia en que dormías


me dejaste tú tus besos,
me cazaste y claudicaste,
me prendiste de mañana,
me volviste la ventana que se abría,
el corredor de aquella luz que me acogía.
¡Ah!... Yo tus besos… Tú mis besos…
El placer estrenándose en el día.

No te duermas…No reposes…
Que aún el día se desprende en alegrías.

31
Desde el tiempo

Éste soy yo:


cargado de tierra, de libros, de fronteras,
de martillos y lanceras,
de verdes corazones,
del cristal de mar y sus vocales,
de arena fresca y poesía.

Enterrado en la cueva de espuma de los versos


donde se escuchó el canto por centurias.
Escondido bajo el ala asimétrica de la palabra.

Y alguien dijo: “Enterrad la pluma”.


Y fui a hurgar como una larva el jeroglífico desenterrado,
la historia inconclusa, el verso derramado
o el que se fue bajo la tinta en un papiro peregrino.

Fui… Lavé mi boca y la llené de mar copioso y zarzamoras.


Limpié mi frente entretejida y de besos.
Acicalé mis manos de pájaros, bellotas y duraznos
y salí a la arena a recoger los trinos
repletos de dulce, esporas y sonidos.

Es verdad que me soñé en la altura


donde había que gritar al ave que bajase
o donde miré aquel titán vistiéndose de música y floretes.

Es verdad de las fragatas soplando allá en los cielos:


los murmullos silenciosos de la acústica de un labio
que rozó otro labio hasta preñarlo.

Es verdad que un verso fueron esos ojos


donde se vertieron los últimos vestigios,
los últimos gemidos,
la cópula insaciable y el cuerpo redimido.

Ése soy yo.


Y me dijeron que era el risco profundo,
la partícula de arena del abismo insalvable.
Bajé hasta el fondo, y de las manos de alguien
que rozó mi rostro con su rostro,
arañé las plumas y las alas
despertando en su cuerpo como un ave.

32
Y el amor me trajo, no sé cómo,
no sé cuándo, a dormitar en sus besados brazos.

Ése soy yo: durmiendo en el paraje de las aves,


y en el bolsillo, con la mano adentro,
soñando que un amor soñó mis versos.

II

Vengo de lejos, de la torrencial montaña:


incrustado en la uva, adherido al follaje,
hecho hoja y hecho rama,
saturado de naturaleza y polvo,
híbrido entre las rocas,
contagioso del velamen.

Busco un corazón sutil que me desprenda.


Ese toque primaveral que me subsista.
La llama de unos ojos que brillaron a mi paso
y no sé donde, en que lugar me cautivaron.

¿Y quién dijo que a la mar había que buscarla?:


Las gotas de unos ojos negros
o el roce de sus párpados de arena bruma.

Vengo de lejos:
De la tempestad de un corazón que se bate por tocarla;
De la lejanía de una ola
que termina estrellándose o besándola en la orilla,
y aún besándola se inhibe y duerme en alegría.

Vengo desde entonces:


sembrando y preguntando.
Me dicen que devuelve el tiempo.
Me dicen que despierta el rojo en sus mareas.
Me dicen que soy yo y es ella en un sentido.

Y voy… Busco aquello que me cautivó


y dejó inmerso en los caudales de mis sueños.
A arrancarle una sorpresa al instante;
A desbocarme en el racimo de su boca;
A encontrar el amor que es una gruta
y tiene muslos, pecho y roce,
y tiene besos… como un dique de alta vela.
El amor que se enraizó en el goteo destilado:

33
pisado por los besos, fermentado con los labios,
enclaustrado entre los brazos, hecho uva y sacristía.

Voy hacia sus besos,


donde yo soy el principio y ella el racimo,
a catar de su buqué como una noche entre latidos,
a generar la Apocalipsis de un sediento amor que no fenece,
y a diluirme nuevamente, como helecho,
como una fantasía de la luna,
en el enramaje verde que se escapa de su aliento.

III
(Sentimientos del pasado)

De mi mano escapa la brisa,


aquella que fue
o se quedó como mudo itinerario de un destino.
Es el reflejo, dicen, de la soledad del tiempo,
de la palabra innata de lo que terminó no amado
o fue visto simplemente en el crucifico del olvido.

Amo la tristeza desprendida de un recuerdo


o brotada de un rostro que dejó el amor en el olvido,
porque no fue otoñó
o porque en sus pasos se durmió el hastío.

Amo los recuerdos de un pasado:


la espuma de unos besos, quizá,
la sedante sal y un labio que dejara en su camino.

Amo aquello que se fue en la brisa:


cada gota triste,
el mirar de un rostro no olvidado,
la sonrisa azulada y su reflejo sin retorno.

De mi mano se escapa el mar…


Y soy esa ola que no encontró buzo o vela incrustada,
donde las ostras en arena se volvieron
y el dolor se vuelve todo sentimiento.

Soy ese mar…El mismo que revienta


para ser absorbido por las grutas de la arena.
Aquel que brama y solitario
menea en la brisa sus recuerdos.

34
Que no digan que no hubo tempestad
en la alta copa en que grité o alcé la voz .
Que no murmuren que no estrellé la ola
con la pasión de un buque viejo
y alcé su mástil hasta arriba
a donde sólo el viento la guardó en su seno.

Soy esa ola: intempestiva y fugitiva,


acorralada en la memoria,
en un recuerdo y la marea.
Soy ese mar… de tristeza y añoranza.

IV
(El poeta mira el mar)

Buzo ciego, el mar te mira.


Estela incandescente de vetas, nutrias y moluscos.
Puerto abierto en que la noche sucumbió
y la mano perforó aquel pozo negro
en que la joya brotó como su aliento.

Alguien que vino, en el mar picado, en la ola brava,


en la orilla de serpientes corredizas,
se acercó y dijo: “!Yo soy poeta!
¡Buzo ciego, el mar te mira!”
Y el mar miróle recostándose en la orilla.

No sé de donde vino o nació ese grito:


si en plena cordillera, latitud o simple brisa;
si en las aguas confrontadas
o en la vela rota que nunca perdonó al marino.

“¡Yo soy poeta!”


Y salí a gritar mi pedrería.
Salí a las olas a encontrarlas
y a rondar el agua oscurecida.
Era un nudo en la garganta.
Era la palabra de agua, el rincón del soplo,
la ciénega de algas, la planta bronquial de los escualos,
el viento que golpeaba mi cara adormecida.

Ven a mí, torrente de agua,


cristal de Urano,
joya de ave, pulcritud de espacio engrandecido.
“¡Yo soy poeta!”
Aquel que sucumbió en tu mar de brillo

35
y alzó el puño en frenético delirio.
Náufrago ciego, arrodillado y en la arena esculpido;
copa en mano y salpicando el verso en su bramido.

“!Yo soy poeta!”


Buzo ciego, el mar te mira.

V
(Nace el verso)

Era la lápida blanca:


rosa negra y fenecida, aquel augurio de combate,
la espada en la carne protegida.
Era también abrir el libro:
sus páginas de polvo, su gruesa pasta de sables y colmillos.

Cómo y cuándo…
La vela, el capitán perdido, los naufragios de viento y extravío,
la desértica mirada.
Y el hombre:
como una ráfaga de cíclopes vestidos,
como un relámpago de águilas sin nido.

¡Oh amor, amor!


¡De torre en torre y faro en faro que mar has convertido!
¡Qué estrella devoraste!
Y un grito boca arriba que nunca contemplaste.

Contadme: si fue el mar cuando fui en él a recostarme


o fue en la arena que el cuerpo entregaste.

Y el dolor cayó como sentina.


¡Oh viejo puente, viejo náufrago del mar dolido!
¡Oh las algas de los pies curtidos!
¡Oh las velas sin viento y en el mar hundidas!

Aquí grité, grité despavorido.


Y el mar se vino…
Cómo y cuándo… El mar se vino.

Nadie sucumbió. Decidme: ¡Nadie sucumbió!

Y los pájaros. Y los pájaros y nidos.


Despertadme, poetas. Llevadme a los bramidos.
Sentadme en la acuarela del matiz y del sonido.
Dibujadme el pétalo rojo del latido.

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Adjudicadme el ave como ala y respiro.
Entregadme al tiempo, al espacio, a su destino.
Hacedme agua, jaguar y vino.
Degustadme y tocadme como amigo.

Venid poetas.
Aquí grité,
aquí grité despavorido:
¡Amor, amor… de un verso el mar describo!

VI
(Silbando vientos)

Vuelvo del viento.


Pecho abierto, devuelvo la tarde.
Historia de juncos, de selvas, de mareas inconclusas,
de Ninfas arrulladas, de versos enclaustrados.
De alas… de alas... eternamente de alas.

¿Dónde fue que me invitaron?


Yo, que saturé de plumas mis caminos,
que abrí la ruta en aleteos,
que escarbé con picos y con garras,
¿dónde fue que me invitaron?

Y donde hubo todo y me bañé de todo:


de nubes, de cielo, de mar lejano, de sal de besos.
Vuelvo al viento:
a los rascacielos de tejidos y de alambres,
a la frontera eterna de los cielos,
a mi vuelo y a mis sueños.

Alegre, sí, alegre.


Que no digan nunca que no fui picaflor
o grulla o perdiz o ave multicolora de los bosques,
o simplemente aquel sonido de la tundra,
aquel gorjeo de los prados,
aquellos trinos de los sauces.

Oh, poeta, aquí devuelvo las plumas que me dieron.


La casta de los cantos, la magnimidad abierta del palomo.

Vuelvo al viento,
a la sagaz altura de las alas,
a la insospechada palabra de los picos,
al cucurrucú de los silbantes.

37
Dejadme un verso.
¡Poeta, dejadme un verso!
Me voy al viento…
Que circunden los plumíferos sus truenos.
Que desplieguen los cálamos sus cánticos airosos.
¡Alegre, sí, alegre!
Aquí me muero.

VII
(El poeta se enamora)

Del viento voy. Del viento vengo.


Yo, del subterráneo y de la noria, Juan sin nombre;
Del agricultor ciego en el olivo, Juan sin ojos;
De la aurora abierta de las campamochas, Juan sin frente;
Minero fresco del paisaje, Juan sin dedos:
Voy de campo en campo
degustando ese sabor a trigo,
de otoños silenciosos y migrantes,
de nidos cubiertos de alas y respiros.

Del viento vengo, al viento voy.


Ráfaga de plumas, codornices y gorriones.
Sin nombre. Así como el bosquejo de la lluvia:
una gota en una boca y un beso en la memoria.
Puerto fijo. Puerto errante.
Encallado en un aroma, en unos labios,
en el pórtico de aquella que extendió sus brazos.

¿De qué sombra? ¿De qué río?


Ella se acercó a mi rostro,
y en la más profunda y beata tarde del silencio
su boca acarició mi oído
y escuché su beso latiendo cual delirio.
Y con las lágrimas rodando,
en el más puro sentimiento,
me fui al mar a tocar su espuma,
le murmuré un “te quiero”,
y miré las olas en sus ojos golondrinos.

Me llamó “Poeta”…

Mar, en ti enjuago mis lágrimas de río.


¿De qué noche el azul tu frío?

38
¿En qué velada las estrellas en suspiros?
¿Cuántas veces un grito un soplido?
¡Ah!... Mar, perpetuo viejo amigo.
¡Si hay alguien como ella en mi suspiro!

¡Me llamó “Poeta”!…


Y mis lágrimas mojaron tu camino.

Acorralado por tu encanto


tus frescas gotas se crispan en mi oído.
Oh viejo mar, mi viejo amigo.
De su dulce boca escuché un sonido:
Me llamó “Poeta”…
Y guardé su mimo en mi verso clandestino.

VIII
(Éste es mi verso)

Inquieto como tú, mar,


tu azul me incita.

¡Alzad la espada, gladiadores!


Morid en tierra. Vivid en vela.
Dejad estelas en la marea.

¿Qué más me pides?


¿Qué más me invitas?
Alzad mesanas de lis y cala
y un espolón en tu frente ancha.

Velad corsarios fragatas y alas.


Cimbrad las olas con garfio y garra,
y si hay poetas clamando al alba
dejad que el viento los haga alas.

Nací corsario y me siento espada.


Batalón de hierro lleva mi alma.

¡Alzad la espada!
¡Volad fragatas!

Cargad poetas la pluma airada.


Id por los mares cantando estrofas.
Id recogiendo del viento ostras.
Salid corsarios por las mañanas.

39
Dejad vestidas de espuma rosas.
Naced de nuevo en las olas bravas.

¡Cantad, poetas!
Dejad estelas forjando amarras.

Éste es mi verso:
Izad los pechos de azul y plata.
Sangrad veletas con las correas.
Morid en tierra. Vivid en vela.
Dejad estelas en la marea.
Naced de nuevo.
¡Naced poetas!

IX
(Azul)

Ese día me paré a martillar la tierra.


De un cuadro de Picasso el trazo.
De Monet la espátula y la brocha.
Polvo. Era polvo sobre polvo.
Así nació ese punto.
Bajo cordillera, bajo puente, bajo arena.
Inmerso en la vastedad de todo.
Abarcando las trincheras.
Galopando tras molinos.
Levantando los clamores.

Tenía un marco. Un simple marco.


Y pinté el azul…
Lo pinté en mis ojos…

Era azul su labio. Era azul su rostro.


El beso que tornaba su mirada.
Los peces donde ella habitaba.
Como un azul de pálida sonrisa
respiraba y se meneaba.

La pinté en mis ojos…


Y sin quererlo, me besó los míos…. Y el azul nacía.

¿Por qué he besado tus mareas cuando me hablas?


¿Por qué el azul tiñó tus manos y tus labios?

40
La miré en mis ojos…

¡Oh mar, tu inquieto colorido vibra mi latido!


Sus ojos derramándose en la brisa.
Su silueta desvistiéndose y corriendo hacia la orilla.
El brazo que me abarca. Los besos que me miran.

Mi mano tiembla y la tienes en tu boca.


Mi cuerpo siente el color de tu alegría.
Mi pecho versa lo que en ella es poesía.

Así: bella, inmensa y majestuosa…. ¡Toda mía!

X
(Resquicio del viento)

Desembocadura y tierra firme.


Surco colmado de altura,
sólo escucho tu noble bramido.
¿Y dónde anduvo la cordillera y el páramo?
¿A quién el salitre, la cumbre y el agua?

Abre tus alas, hermano.


Desde la profundidad de tu cuerpo
hacia el indómito cielo.
Decidles, contadles aquello que viste.
Narradles del tiempo y aquello que oíste.
Detalladles tu mano, la rúbrica abierta,
el collar de cristales que habita en tu boca,
la muestra del viento y el solar de la punta.
Habladles y mostradles el pecho.
Decidles: la tierra no me detuvo.

Pájaro, como pájaro, y ave y sin plumas,


fuiste destilando las nubes:
tus alas, tu dulce garganta,
tu gruesa camisa de esporas y frutas,
aquella semilla de uva en la gruta,
el alma en la garra y un correr de batalla.

Pájaro a pájaro, ¿quién te detuvo?


Pájaro, siempre y eterno.
Pájaro amigo.
Tú fuiste el destino.
Aquel de la altura en el roble y encino.

41
Puntero de espumas, de olas y trinos.
Guarida del hombre y nunca cautivo.

Abre tus alas, amigo.


Alberto de cresta dorada.
Gilberto de los girasoles muertos.
María de las vestiduras frías.
Susana de las ataduras y amarras no vistas.
Campesino entre matorrales ocultos.
Obrero de los martillos raídos.
Poblador de los ojos llorosos.
Marino de los astilleros hundidos.
Venid y vestidme de gala sobre la montaña.
Llenadme de viento sobre las quebradas.
Cubridme de acero con sus picos vencidos.
Quitadme las palmas para que con sus alas
me nazcan de nuevo cernidas de harina
y el polvo me lleve hacia el cenit de la nada.
Descubridme como su sombra
o su llanto de siglos:
el correr de la herida,
naufragio de cueva dolida,
solera de pena cautiva.

Dejadme en la tierra mirando al camino…


El paisaje del pueblo,
la luna y rocío,
vuestros pechos planeando y titiritando en la altura,
las alas vestidas de infinita blancura.

Yo sabré mirarles desde este refugio.


Y con la mano en el viento
y el dominio vencido,
iré por las rutas gritando al camino.
Gritando su nombre y escuchando el quejido.
Gritándole a todos.
A vosotros: mis hermanos y amigos.

XI
(Ahora invito)

Fue el poeta el que me acogió en sus versos:


esa calandria amarilla y de plumaje terso;
esa bocanada de zorzales, de iguanas, de aspaviento herido.

42
Y en sus ojos de cristal humedecido
alcé mi copa: uva amarga de un marino,
muelle abierto y no cautivo,
para saborear a plenitud el río.

Decidme ahora: aquí degusté mi vino


y el dulce tacto como un suspiro,
y las manos suaves de limaduras y respiros,
y los besos. ¡ah!, y los besos como estuarios
gritando su gemido.

Y el mar me trajo y creció conmigo.


Un verso todo de sangre y vino.
Sudor de obrero y yunque erguido.
El mar me trajo y murió conmigo.

Decid, poetas: ¡Yo, sí, yo soy el vino!


Éste es mi verso, por el escribo.

Ahora invito…
Venid. Buscad mi casa.
El pórtico de alubias y racimos.
La puerta abierta de listón y ornato enverdecido.
La mano ajada o arañada
y el olor de uva reposada.
La loza roja de papas y fresnillos.

Poetas:
Aquí estoy.
¡Venid!
¡Abrid camino!
Ya somos vino.

43
Mazorca

Mazorca, me desgrano en tu cintura.


Mi raíz de siembra se cultiva en tu ladera
y un fruto cobrizado se despoja de la tierra.
De tu tronco mis brazos de semilla
dejan caer el polen hasta el surco.

Mazorca: hombre planta y loma desgajada.


Vida en tierra.
De ti vivo y vuelvo fruto.
Y en la simbiosis etérea de los ojos
contengo el cieno, el pico,
la yunta, al hombre y su cantera.

Murmuradme… Traigo el vientre de la tierra.


Platicadme… Paladeadme…

Mazorca, me desgrano hasta enterrarme.

Maestranza

No preguntéis. ¡Sacad los niños. Sacadlos todos!


Dadles fresnos, alubias, crisantemos y llevadlos de las manos.

¿Quién dirá que son ellos si no juegan en los llanos?


¡Ay!, si hubiese un niño, tan sólo uno,
cayendo en bruces en surco alguno,
si hubiese uno,
y de los juncos la espina brava sobre su pecho se le clavara,
¡ay!, ¿quién de nosotros el rostro alzara?

¡Sacad los niños. Sacadlos todos!


Cubrid los llanos de yuca fresca;
Sembrad los campos de alfalfa clara;
Pintad la tierra como alborada;
Teñid los riscos de azul y grana;
Regad los bosques de aroma y cala
y dejad jugando su alma llana.

No preguntéis.
¡Sacad los niños. Sacadlos todos!
Si hay un niño que ahí sonría, repita a coro vuestra alegría.

44
Mientras tanto: ¡Niños: corred al alba a extraer su gracia.
Untad franelas sobre su cara.
Dejad vestigios de su ternura corriendo por la llanura.
Mostrad las manos de la inocencia de holgura plena!

¡Niños, esparcid belleza sobre la tierra!


No preguntéis. Niños, no preguntéis.
¡Salid gritando vuestra alegría y
cubrid de afecto la tierra misma!

Correduras
A mi amigo Carlos Danoz
I
(España en el alma)

Correduras de olivas y hojuelas de plata


van tejiendo los ojos de la niña loada.
Faena de furia sobre su costado
la dejó dormida sobre el enrejado,
y han dicho que ha muerto, así recostada,
por tener la tierra sobre su mirada.

Torillo de espada, astado y en ruedo,


de un traje de luces que le fue al encuentro.
Mas era la niña, vestida de cielo,
que al verle invistiendo
retomó la tierra y sin capote dado
la dejó dormida sobre el enrejado.

España de mármol y gubia, Huelva y Granada,


faena de zarzas sobre tu morada.
Ya muerta la niña, decían llevaba
un puño de tierra que nunca dejaba.
Cargaba en el puño la tierra de España
a quien siempre cantaba sobre su Granada.

Mugía la tarde en castañuela brava


sobre el lecho ardiente en que la velaban.
Muleta y capote volaban la plaza
y el ole en la arena coreaba la masa.
Era la niña, la niña de gala
que llegó de nuevo a encender la plaza.

45
Rugía la España como batahola
sobre un puño erguido que creció cual ola:
la tierra del alma, la tierra de España
que nació en trincheras desde la cañada.
Y el ole en la plaza que cimbró a Granada
por la niña muerta que retuvo el alma.

II
(Apiádate de mí)

Yelmo de hierro sobre su costado,


ha muerto, dicen: ¡ha muerto!
Pálida sombra eriza su carda mirada.
Su joven figura va desparramada.

¿De quién es el muerto?


Gritaban a coro:
¿Por quién plañe el cuerpo?
Sables de odio brotaron del foro.

Y la tarde fría sólo le acogía.


Lívida estampa era la agonía.
Sus ojos no abiertos miraban atentos,
y a coro gritaban: ¿por quién es el muerto?

Era un niño y el Cristo sangraba.


La bala asomaba y el plasma manaba.
Yugo y destello sobre el cementerio:
era de un niño el féretro abierto.

¡Qué no digan que ha muerto!


¡Qué no! ¡Qué no entierren su aliento!
¡Ése no es el Cristo que nació del rezo!
Es sólo el madero retocado en lienzo.

Apiádate entonces de mi sufrimiento,


del que lleva el alma sin tener aliento.
Alguien, sobre la espalda, metralla mostraba,
y el alma de un niño, acallado, en su Cristo lloraba.

¿Por quién es el muerto?,


gritaban al viento.
Es sólo un madero sangrante y desierto.
Apiádate, hijo, de mi sufrimiento.

46
La ventana
A MC

He escuchado ese ruido lúgubre por la ventana.


Por más que la cerraba su tapia blanca deambulaba.
“¡Huye! ¡Vete! ¡Te imploro no la toques!”
Una silaba callada en el vidrio musitaba.

La corva de su cuerpo blanco como el alba.


“¿Y a qué vienes? ¿Y qué quieres?”
El sonido de su acero en el adobe retumbaba.
“Si es que acaso a ella la quieres…”
Con rabia, entre los dientes, a sus huesos le llamaba.

Hay hielo que tiñe azul mis manos


y su escarcha, como daga, retoca en seco mi garganta.
He escuchado ese sonido lúgubre de nuevo.
Tiembla como onda cuando se percibe su presencia.
“¡No la toques! ¡A mi niña no la toques!”
Y el vidrio se retrae al acercarme.
“¡No la toques! ¡Te lo pido. No la toques!”

La guadaña en su marco se asomaba,


con una risa de metales, como un hosco paso
que blandiendo todo entumecía.
Y no escuchaba… Tan sólo un paso frío denostaba.

Otra vez escucho el mismo ruido:


El andar ciego; El frío invierno;
La tosca vértebra alineada y descarnada;
La blanca alzada del deceso y su figura de letargo.
“¿No tuviste con los míos?”. – Le inquiero.
“¿A todos ellos que llevaste entre tus hombros?
¿Y qué dejaste? Sino acaso ese espacio que jamás pudo llenarse.”

Otra vez el mismo ruido. Ese óbito que huele a azufre


y se cuela en el resquicio de una simple limadura.
“¿Eres tú?
¿Nuevamente aquí en mi cuarto?”
Y el suplicio de un martillo
resguardando la hendidura de ese marco.
Clavo y clavo hasta cubrir la mínima rendija.
Golpe a golpe con el llanto en la manija.
“¡No la toques!” -Le retaba…
“¡No la toques!”
Empotrada y blanca la ventana le escudaba.

47
“ ¿Cómo entraste?”
Y el frío se filtraba entre ranuras
y más duro aún mi mano martillaba.
“¿No te basta con aquellos que llevaste?”
La ventana seca con sus grietas me miraba
y la muerte congelaba el manubrio que portaba.
“¡Es mi niña. Ella es mía!”
Mas la muerte como sombra se metía.
“¡No la toques!” - Le pedía.
“¡No la toques a mi niña!”

Negro

Negro, ¡y qué!...
Cosa de olvido, cucú pelado,
siempre castaño y azucarado.
Negro lampiño, arrebolado,
caña de olivo y desenfrenado.
Negro, mi negro,
jacarandoso y deshilvanado.
Ha dicho al prelado:
no soy más esclavo.

A mí se me denme,
se me denme las pie,
de tanto brincá, de tanto bailá,
de tanto mové la cintura al revé.

Negro bochinche,
se ha puesto triste la negra Mercé.
La jala el corsé, la aprieta el sostén,
le duele la panza del tamborilé.

Ponete a danzá. Ponete a bailá.


Vanmo mi negra hacete pa’cá.

A mí se me denme,
se me denme las pie,
de tanto brincá, de tanto bailá,
de tanto mové la cintura al revé.

48
Buscando Musa

Un día, digo, un día,


porque no hay otra batalla más que un día,
e igual se ciñe el estandarte de alegría
(por si acaso y que levante
el gladiador su vil florete).
Digo entonces, un día,
como es hoy o es mañana
y que la guerra haga tregua
sin cuartel a la alegría,
vestid con mi camisa, calzad con mis sandalias,
y besad las nubes como nunca en la sonrisa.

Digo, por si acaso y no lleváis la propia puesta,


o quizá que rota la talega en el campo se quedase,
vamos, ¡usad la mía!
Contad mis dedos uno a uno
hasta que mil, de un sorbo,
en un grito la voz se carcajease.

Digo, decid un día,


como es hoy o es mañana
y se vienen correteando tras la brisa:
vestid casaca de abulones,
zapatillas de orejuelas,
pantalones de linaza
y si tela hubiese para el resto,
una burbuja transparente quedaría.

Vamos, que llevéis al día la alegría


como puesta vais con la almilla.
Y si un día, digo,
como digo cualquier día,
se rompiese aquella risa,
vestid la mía:
en las mangas lleva dedos
que os harán reír por las costillas
y diréis entonces:
¡Viejo diablo… qué alegría!

Y yo iré cosquilleando… A ratos regodeando…


Vamos, al oído cortejando…
Y a mi adentro, ¡viejo diablo!, damisela enamorando.

¡Qué alegría!

49
Apocalipsis

Matusalén, renace tu alma.


Jinetes negros, iracundos, os invocan.
Las siete lunas, los siete rayos,
se desprenden de la noche
y cabalgan cual gigantes en las arcas de la vida.

¡Tierra santa, el hombre a ti te invoca!


Tierra muerta, sepultura y mausoleo.
He aquí la sed de viento, de agua,
de llanto, de lamento.
Aquí el pecado sacudió su hierro.
Aquí la noche sometió al consuelo.
Y la garganta, y la garganta sorda y muda
hincándose en la llama.

Entonces… Entonces la luna…


Me despierto y a mi lado ella.
Aguacate verde y mascarilla, crema agria
que se escurre de su frente a la mejilla.
Plasta y barro y un perfume ocre que descubre la barbilla.
Despeinada, entubada, despintada, demacrada, descuidada…
¡Dios Santo, Apocalipsis en mi cama!

¡Ay, mi pecho!

A un corazón yo ruego que palpite en mis adentros.


Y vino el diablo y dijo: “Cochambroso”.
Y vino el cielo: “Destrampado”
Y del vulgo: “Arrimado”.
Y de la moza: “Descarado”.

Vaya suerte que a mi pecho le ha tocado,


si latiese otro poco y a una dama le flechase…
De mi padre: “Fea y magra”.
De mi madre: “Fría, obesa y descarriada”.
De mi hermana: “Ruda y tosca”.
De mi tía: “Arrabalera y casquivana”.

Pobre pecho que latiendo va escogiendo


a una bella que de suerte le arrullara…
Y del fraile: “¡Dios me libre, Lucifer se ha encarnado!”
Del lechero: “Turno llevo en un encuentro”.
Del cartero: “Si es posible, se la bajo en el trabajo”.
Del obispo: “Ni con oleos purifica su santuario”.

50
¡Ay, mi pecho que dolido va indagando
a una dama que por vida sea mi encanto!
Y el poeta: “Ni cubrirla con la tinta lograría describirla”.
Y el doctor: “¿Cirugía en la verruga?... ¡Así es ella!”.
Y el diseñador: “Ni un muestrario taparía lo torcido de ese rabo”.
Y el dentista: “Que no es diente lo que lleva, es un colmillo de elefante el que devela”.

¡Ay, mi pecho adolorido que prefiero yo quedarme


como pajarito, aquí en el árbol, solterito, sentadito y calladito!
Y vino el diablo: “¡Maricón!”
Y vino el cielo: “¿Acaso gay?”
Y vino el vulgo: “¡Huy, que chula!”…Carcajada y se esfumó.
¿Y de la moza?: “¡Vaya tipo, tan mañoso que salió!”

¡Ay!

Macondo
(Úrsula, cien años.)

Cien años, se van cien años,


de lagartijos en los cabellos.
Y el abanico, ¿quién abanica?
Úrsula harapos, Úrsula andrajos,
como ciruela descolorida,
de los Buendía,
de los Macondo,
de los arcaicos armarios desencajados.

Se abre la tierra, hormigas rojas tu trenza bordan,


y una receta de amor y seda
en descendencia se extinguiría.

Se va la vida, se van los años,


y el tren que silba sobre el armario.
Úrsula estambre, Úrsula hierba,
el tren se carga y el sol se apaga.

Tú prometiste, Úrsula enjambre,


que el tiempo se extinguiría.
Unas tortugas en sopa de algas
se esconden bajo tus canas
y aquel rabito del nietecito
aún prescribe en tu cuerpecito.

51
Se va la vida, se van los años,
y el tren que silba sobre el armario.
Úrsula cobre, Úrsula errante,
el tren departe la muerte en grande.

Un coronel sin solapa y calva


resguarda el atrio de calabaza.
Se va la vida, se van los años,
como Buendía en su agonía.
Departe el tren con su cofradía.

Aquel armario escondía uvas:


las manos grietas, los ojos rancios.
Ahora es humo del cementerio blanco.

Chichen-Itzá

Roca, mural de hombres,


estela de obsidiana
de un maya endurecido.

Como la arena talla al fuego,


como liebre o jaguar petrificado,
fui al río a abrir sus ojos,
al cenote repleto de doncellas y cuchillos.

Ahí descubrí sus pupilas subterráneas,


su cadera verde de algas enjoyadas,
su tristeza de agua
y el llanto dulce que del fondo le bañaba.

Como un pupilo de cervato en brama


le llamé…
y sólo el silencio, como llanto, de la ola retumbaba.

Oh viejo túnel del tiempo y de la aurora.


Oh corcel de piedras,
del hito hecho bandera.
Cúspide de sueños.
Maíz tejido en las laderas.
En cada piedra cien años escribió la historia.
En cada roca mil soldados sus penachos desplumaron.
Y la sangre como un paño que el templo resguardaba.

52
Le llamé…

Era el jade, los quetzales,


la brillante turquesa encapsulada,
la flauta en la nota olvidada,
el hombre hecho armadillo y hecho espada,
la mano atada al yugo y a la daga.
Y el agua… ¡oh, y el agua!…
esa serpiente que bajaba
de la tumba, de los vientos,
de la nube que soplaba.

Ahí se armó la tierra:


de sus aspas la piedra levantaba,
de sus ubres la pirámide forjaba.
¿Y el hombre?... !Otra vez!
¿Y el hombre?...
Como un hueso que las bases soportaba.

¿Quién llamó al mural?


Sus ojos intactos de obsidiana.
¿De dónde el pecho palpitaba?

Le llamé…

Y extendió su mano de la roca misma.


Era ella…
De la roca misma…

Me enterró sus brazos…


Y lloró conmigo.

¿De dónde roca?


¿De dónde vino?

Escudero

Vamos a ser escuderos, Sancho amigo:


tú la lanza, yo el cobijo,
de bandera un respiro
y por escudo el borrico.

53
Que me embarco, que me arraigo,
que me voy de marinero.
Que me embarco y de escudero
a luchar de bucanero.

De escudero, Sancho amigo,


si hay espacio en tu pollino.
Tras las huellas de un Hidalgo
y unas aspas por testigo.

De escudero, Caballero,
de escudero y marinero.
Que galopen las fragatas
junto al muelle y sin destino.

Que me embarco, que me arraigo,


que me voy de marinero.
Que me dejen transitares
de la mar y sus errares.

A galope, a todo trote,


a surcar aquel destino.
A enterrarse en el torrente
de la mar y su camino.

Que me embarco, que me arraigo,


que me voy de marinero.
Capitán de los andares
y el portento de un borrico.

Alta vela, alto estiaje,


navegante del velaje.
Con los vientos y en cantares,
Comandante de los mares.

Corceles

¡Arriba!
Corceles de estampa y bragada cargada
en casquillos de plata de doble moldura,
sobre el llano en la tierra su noble figura,
del jinete agreste que blandiera su espada.

54
Y viene el jinete dolido y bregado
en la montura que le fuese cargando,
y viene el jinete lastimero y llorando,
despertando a la tierra sobre su pasado.

Arriba jinete que encontraste la gloria


del corcel en brama sobre la montaña,
sacude del tiempo espada y guadaña
para mostrarnos siempre la mano y victoria.

Cabalga hacia al río con lancera nueva


llevando el alma agitada y fresca
y deja al viento, donde os parezca,
el galope entero que al valiente mueva.

Galopa con brío, galopa en delirio,


sobre la lanza del hombre que nació bravío,
y deja el estoque, el llanto y el tino,
a aquel que no pudo encontrar su destino.

Arriba jinete, triunfante en sonadas,


retumben las liras sobre tus jornadas,
me acerquen la cuerda en las manos ajadas
a que sienta el galope sobre las cañadas.

Corre que corre, galope a galope.


¡Arriba jinete sobre las montañas!
La mar será nuestra, como las campanas
que vibraron siempre por sentir el golpe.

¡Arriba corceles! ¡Arriba jinete!


Que la silla escurra trayendo la suerte.
A despertar las mareas sobre el horizonte.
A vencer molinos como Don Quijote.

Resuenen los cascos, resuenen los vados.


Galope que suene sobre los estrados.
¡Arriba jinete! ¡Arriba a galope!
Que sientan las olas la brisa y el trote.

Corre, que corre, que corre


y retumbe en el trote.
Corre, que corre, que corre
y desboque a galope.

¡Arriba jinete, que el mar para siempre su canto desborde!

55
Buenos días, flor de España

Buenos días, flor de España.


Frontera tórrida de alubias y de grana
en que sembraste los olivos en las palmas.

Flor de lis,
de correduras en capotes y novillos,
en las plazas donde el alba
se acostaba para hacerle una verónica
en faena dibujada.

Flor de tierra, del arte manifiesto,


de castillos y de hadas,
de las moras frescas
que bailaban con matracas
y que la realeza cortejara
con las faldas coloreadas.

Buenos días, bella España.


En la sangre llevas el sabor
a tierra enamorada,
del ojal y los holanes,
de la guapa cortesana.
Lentejuelas de flamenco
se acuñaban en la plata.

Buenos días, flor de España.


Que te llevo al mar
por mi ventana.

El niño y el poeta

Desprendíase el paisaje como un bosquejo dorado.


Su olor a mañana transpiraba begonias
y un sutil aire ventilaba de azules el lejano horizonte.

En la plaza, el marmolino kiosco tocaba unas ramas


seduciendo a los jardines de nutridos colores.

Entonces un niño acercóse a un hombre en una banca sentado,


y le dijo:
- Usted debe ser el Señor Poeta.

56
¿Me podría dibujar una estrella para mirarla?
- Por supuesto. Le respondió.
Y extrajo de su alforja unas notas con unos versos,
los leyó y la estrella en el firmamento se plasmó.
- ¿Podría poner ahora un nogal donde canten las aves?
Y el Poeta, de su bolsa, nuevamente sacó otras notas.
Las leyó apasionadamente y el árbol en una orilla de la plaza apareció.
- Pero, espera. Le dijo el Poeta.
¿A ti te gusta cantar?
- Si. Respondió el niño.
- ¿Prefieres un canario, un cenzontle, o un mirlo de cola roja,
o un guacamayo amarillo, o el plumaje abierto de un ave de paraíso?
- Me encantaría el ruiseñor.
- Perfecto. Te daré una sorpresa. Y volvió a leer más versos el poeta.
Entonces se empezaron a escuchar los trinos en la rama más alta.
Después de un rato, ya cansados de gorjear,
los dos abrieron sus alas y emprendieron el vuelo.

Declaración de amor

Yo ruego a mi corazón que se alce ante tus ojos:


vestimenta angelical de un paraíso,
pléyade del cielo que se nutre ante la vista,
sacramento de mi pecho que sustenta con suspiros.
Y pido que me mires con tus besos cristalinos,
de esos labios nacidos del sutil deseo,
de la noche en velo en que respiras el anhelo
en que tu cuerpo palpa crisantemos en sonidos…

Atónita e impactada,
una hormiga escuchaba desde abajo
a un hombre declarársele a su amada.
Después de un rato y aún estupefacta,
se dijo:
“¡Qué absurdo!
A mi me basta y sobra mi corazoncito
para amar con todo a mi hermosa hormiguita…”
Y se fue sonriendo por el campo, moviendo su colita.

Nana de luna

Está sangrando la luna,


doble y estoque en su cuna,
que llora latiendo mi niño
de un sueño que lleva herido.

57
Mece que mece el río
su arroyo sobre el rocío,
la almohada sobre su cama
le arrulla y le rinde calma.

Y va cantando mi niño:
“Sana, que sana la luna”.
Y el astro le mira alegre
besando su dulce frente.

Sobre el sinuoso y azul levante


se esconde mi dulce infante.
Va su sonrisa adelante
y la luna su acompañante.

Duerme que duerme nacido,


sube tus brazos al nido.
Sana, que sana a la luna y el sueño
despierte meciéndote en cuna.

La más bonita

¿Cincelar la estrella?... ¡De dónde!


¿Acaso el poeta, el escultor, el artista de las manos aceradas?
¿Renoir, Seurat, Van Gogh, Gauguin?…
¿Acaso el ceramista, el pintor o el orfebre?
Y de mis manos la sutileza pura:
en el pincel de carda fina,
en la letra altruista que miraba la paleta de oro,
en el cincel de fina utilería y enmarcado en viruta del rojizo cedro,
la más alta inspiración enseñoreaba,
la genuina exaltación del arte
en la exquisita y más perfecta de mis obras.

Plástica y maleable forjé la estrella entre mis dedos.


Como el preludio del sonido sus aristas deslumbraban.
Como un fino hilo descolgándose del centro su masa desbordaba.
Los Jardines Colgantes y el Templo de Artemisa vitoreaban y aplaudían.
Y el orgullo mío, como artista, del espacio se crecía.

La colgué en el muro de mi cuarto,


en la pared de frente hacia el paisaje
y salí a la calle a levantar la voz cual endiosado orfebre.
¿Cincelar la estrella?... ¡Ja! Es mi obra. Les decía.

58
Y volví a la casa entre palestras de agasajos.
¡Es mi obra! Les decía.
Mas al volver al cuarto ya no estaba
y en una esquina de la cama su escultura rota se miraba.
¿Qué ha pasado? ¿Qué ha ocurrido?
Como loco embravecido alce pedazos de su masa.
¿Qué ha pasado? Imprecaba.

Y desde el fondo de la cama,


con su rostro de querube, con su tres añitos vivos,
extendiendo sus manitas,
alzó su vista… y con la ternura de sus ojos me miró y me dijo:
“¡Fue un accidente...!”

Desarmado, sin vocablos, la subí a mis brazos, la tomé conmigo,


la subí hasta el cielo, la besé mil veces…
¡Ay, mi niña. Si eres tú la más preciosa de mis obras!
Y jugué con ella hasta dejarla adormecida…
Y jugué con ella como nunca en la vida…
Y la subí hasta el cielo como suben las estrellas…

¿Y la obra? Como siempre… la basura va en el cesto y a tirarse.

Luciano Pavarotti

I
Voz de templo.
Relámpago de estrellas calcinando.
El tono en que cantaste dibujó tu voz de arcano.

¡Oh los pies dolidos de las notas!


¡Oh la desincorporada geografía de las cuerdas!
En cada violín tu voz temblaba
y se enraizaba en las butacas
sedienta del hilarante clamor de las palomas.

¡Oh de aquellas perpetuas guitarras enlazadas


y el mirar del artesano en las lunetas!

¿Y en qué cuerda te quedaste?


¿En qué Fa dormiste la última opereta?
¿En qué Do alumbraste la última farola?

59
Como un desesperado errante los ecos reclaman tus vocales
y los cantos… ¡oh dolidos!… ¡oh llorados!...
permanecen enclaustrados bajo el santuario de tu encanto.

Voz de templo en la magistral silueta


y campanario de las aves.
El eco que retumba da la hora de los vuelos
y el bronce que lo forja
tiembla en la llanura su fontana:
esa voz de pájaro, de molde, de labriego,
de posesión del todo,
de infinita soledad y cumbre,
en la boca del palomo se ha quedado.

II
Y el canto era el roble:
la partitura de las alas y su andamio;
La caminata de los pájaros en verde vuelo;
La acústica sonora del trinar entre los álamos.

Oh los desenterrados gritos que aún perviven como loros camuflados:


los violines de colores, las tubas y las flautas.
Y el hombre simplemente absorto en tu cantata.

Los colibríes aún te aplauden el sonido.


Las garzas aún se desviven ante el foro.
El águila blanca la batuta con el pico la acaricia.

Y el palomo alza la voz con tu garganta:


ávida, voraz, insaciable, apasionada…
cortejando de reojo a la paloma.

Aprendizaje de las alas

Hoy, otra vez,


vuelvo a dormirme entre violines.
De los cardenales,
o los quetzales encendidos,
o los galácticos cotorros amarillos,
o las grullas de franela blanca
que se desenvuelven como espuma entre la arena,
o los tecolotes vigilantes del paisaje,
voy como simple compañero en osadía,
como simple arquero sin flecha y tras su huella.

60
Hoy devuelvo al viento mi linaje:
el sombrero de alquitrán y las mancuernas,
la solapa y el casimir de terciopelo,
el charol y la corbata almidonada.

Tórrido Perú de alta escuela, ¿en qué plumífero naciste?


México del canto y ahuichote, ¿qué vuelo redimiste?
Patria grande y Argentina de chingolos.
Chile austral entre martines encarnados.
Venezuela sempiterna del paují nocturno.
Crepuscular Colombia de los albatros que se anidan entre abrazos.
Rojo litoral, desde el centro del pantano al río Bravo
con sus verdes y militares guacamayos.
Singular frontera de volcanes:
de Ecuador, norte y sur hasta los valles,
pampa virgen de cenzontles.
No importa que tan lejos las alturas,
vuelvo a la escuela de las aves,
al viento de las plumas, al zigzagueo entre las ramas,
a la desprendida soledad de las montañas
y me escojo a mi mismo como el costillar de su aleteo.

Rrrrrrrrruuuuuuuuuuuuu…
Voy gorjeando el sonidos de las alas
como una ola blanca que retumba entre mis brazos.
He vuelto a dormirme entre violines,
en la cuerda sonora de las aves,
en el vibrante volcán de los chincholes,
y la inmortalidad del ave me dejó su pluma,
para mirar arriba
y aprender del águila y del cóndor
la maestría del aire y la letra de su pluma.

Y otra vez vuelvo a dormirme entre violines:


en el silbido infinito de la noche
y el espíritu del viento que nació de los jazmines.

61
Encuentro con el mar

Ayer volaba… hoy alegre y pajarero.


Bajo el cielo o una roca o bajo el mar:
azares de una ola y en el barco a navegar.

Tin tilín de noche bajo azul sembrar.


Tin tilín del alba de una barca al volar.
Tin tilín del alma que se fuera a surcar.

Capitan de espumas, de mareas y de sal.


Soñador de puertos, de gaviotas al pasar.
Huracán sin proa y viento del versar.

Tin tilín del sueño a quien se fuera a embarcar.


Tin tilín del fondo y de la bruma en ultramar.
Tin tilín de plumas en la orilla a encontrar.

Servidor de los paisajes, catador de agua y sal.


Pescador de arrecifes que se niegan a pescar.
Bucanero de aguaceros con diamantes de cristal.

Tin tilín de un beso del cetáceo en alta mar.


Tin tilín de aromas que me nacen del cantar.
Tin tilín de iris que se miran al amar.

Aquí llevo mi canto de la azúcar de la mar.


Aquí nace el estuario que en mi pecho va a bregar:
Peces de la pluma que el poeta va a forjar.

Como peces van mis versos, como algas de alquitrán,


como escualos sin aletas y a la arena a hilvanar.

Tin tilín del tiempo que me lleva hacia la mar.


Tin tilín del alma y del poeta al surcar.
Bucanero y marinero, bucanero hasta volar.
Bucanero soy del viento, y del viento hacia la mar.

Tin tilín del verso que me lleva a bracear.


Tin tilín de un beso que me encuentro en su espumar.
Tin tilín de trova de un corsario al naufragar.
Tin tilín de un sueño, que es un tono para amar.

Bucanero en alta vela, hasta el fondo así he de amar.


Bucanero y con la pluma, ala y brea lleva el mar.

62
Autobiografía inconclusa

“Confieso que he vivido”


Pablo Neruda

Una alta voz,


como una sombra entre mis venas,
como una descarga de cinceles que golpeaban,
como un remolino que en la carne palpitaba,
iba subiendo desde el sonido puro,
desde la garganta protegida,
en la levadura plenipotenciaria de las manos.

Libertad… y el hambre de mi vértigo y tú.


Las calcáreas lágrimas del campo y tú.
El destierro de los ojos en la noche y tú.
Entre vino y viento sólo un nombre y tú.

Oh mis dolidos huesos.


Eras tú mi página secreta,
el abecedario del poeta,
la rústica mirada de hortelano,
el recuerdo del tiempo y los amores,
ráfagas de frío que cantaron en mi boca.
Tú… mi verso,
y la palabra que de ti se ungía,
y el aroma que de ti nacía.

Vuelve desde la inmemorial tumba del profeta


a nacer bajo palabra y el lenguaje,
a nacer conmigo en las desenterradas floras,
a los volcanes de salitre y fumarolas,
a las serpientes de coral desenroscadas,
a las vocales del poeta humedecidas.

Déjame enterrado entre las pastas:


los gruesos libros de saetas,
los viejos textos empolvados,
las notas olvidadas y regadas,
los jeroglíficos del tiempo invadido,
la muecas de las letras cuneiformes.
Algún día que los abras
estaré esperando entre sus hojas,
y sacaré mis manos arrugadas,
y brotarán mis ojos taladrados,
y vestiré de nuevo nuevas hojas,

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cada una con tu nombre y apellido,
cada una con los brazos extendidos,
y cantarás conmigo, en un soneto,
las palabras que dejaste tú en mi boca.

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LIBRO II

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Eres mar:
bocanada de arrecife,
acantilado y beso dulce.
¿Cuántas veces te he dicho que recorres
con tus aguas mi oceánico cariño?

Eres mar… Mi gota pura y sentimiento triste.


La copiosa naturaleza de tu rostro que en mi verso se evapora.
La cuantiosa estadía de tus labios que perduran
y que mis ojos con su llanto purifican.

Eres mar… Y brotas de mi alma como esos horizontes que te miran,


como esas turmalinas reflejadas en la hiriente lejanía.
A veces eres tú, y es todo.
A veces sólo el mar, y es todo.
Tus manos yo las siento. Tu rostro es mi reflejo.
Hay veces que es el mar y yo te siento.
Y emerges de mis ojos en lágrimas de viento.
A veces eres tú desde aquel fondo en que el azul hace recodo:
en la profundidad del pecho, en mi silente aliento.
A veces eres tú cuando en mis besos brisa llevo.

Eres mar… Y un beso escrito por el viento.


Dibujas el amor sobre la arena con aspas, delicia y sentimiento.
Absorbes las mareas si te digo voy adentro
y la regresas hechas olas, cargadas de más besos.
Te escurres como el agua hasta mi pecho
y me salpicas todo entero sin saber qué llevo dentro.
Me salan tus mejillas, me endulzan tus caricias,
me mojan cual estero por verte mar adentro.
Y sólo tú lo sabes, y sólo tú lo sientes:
Eres mar… A veces tú, y sólo eso.

Lo que amo en ti

Créceme de ti como las aguas en cascadas.


Alguna vez le hablé a la mar y tú escuchabas.
Brocado en ti, como un suspiro,
desde el fondo vuelves, desde el tiempo te presentas.

Amo tus ojos aperlados:


maizal y vaina que las olas desgranaron;
las estrellas arrastrándose: más que luces, más que peces;

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tu transparencia desbordándose en la orilla.

Alguna vez le hablé a la mar y tú escuchabas.


Frente al acoso de las aves palpitan los marinos sus vocales.
Y tú escuchabas…
¡Le dije tantas cosas!:
Amo tu tristeza de bruma y de corales;
Amo tu osadía acuosa y salpicada;
Amo tu mirada regada por la arena;
Amo tu silencio contenido en la alborada.

¡Le dije tantas cosas!...


Como si me mirara y luego contestara.
A la esponja que flotaba,
el faro, con guiños, su luz lejana reflejaba.
¡Y ella tan bonita!

Alguna vez al mar le hablaba…

Amo tu rostro: mar abierto y mar de mi alma;


un horizonte que nace en mí y en ti se acaba;
una raíz que en mí se exhibe y en ti su brote planta.
Amo la bondad que de tus manos en abrazos me contagia.

Alguna vez al mar… y siempre a ti te hablaba.

¡Le dije tantas cosas!...

Estrella en lejanía

¿Quién a la joya muda,


en su fragosa batalla hacia la cima,
como un zafiro ya le hallara?
Eran las alas… y los pájaros ausentes.
Eran las raíces… y los árboles aún perdidos.
Eran las arias en las mudas vocales de la tarde.

De tanto en tanto la muerte enseñoreaba.


La muerte y sólo ella.
¿En qué vestigio, en qué territorio, en qué metálica azucena?
La soledad y sólo ella…

Más allá de ti, era tu boca y el amor en que ofrecí mis labios.
¡Oh callada!
Desde tu boca ardida tu sed me desvestía y me arropaba como leva.

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Era el sacrificio de las penas, la inmortalidad de los amantes,
los besos insaciables y dementes.
Pájaro a pájaro nos contuvimos y encerramos.
Bajo el ropaje de tus alas mi tormenta amanecía.
En las sílabas del labio los segundos infinitos se perdían.
Todo fue besos en tu cuerpo. Todo fue ansias en tus besos.
Aferrado a ti como la noche. Atada a mí como el que embebe.
Eras el sabor de fruta y los huertos con sus mieles,
las nacidas yemas que brotaban por los roces,
la dulzura del amor en los trigales verdes.

¡Ah sedienta, sedienta de mi boca!


¿Dónde fui a volar para explayarme?
Y yo sediento por igual. ¡Todo fue morir de besos!
Y el sepulcro en que batí mis labios. Y las gotas de agua que faltaron.
Y el zumbido en que nos ahogamos por bebernos tanto.
¡Todo fue morir de besos!
En la migración del ave me acogí a su vuelo,
a su aleteo, y tú me abriste el cielo.
En la noche silenciosa escondiste mi lengua para amarla
y yo tomé de ti el viento,
y los picoteados brazos, y los picoteados senos,
las semillas de tus labios,
los rocíos que a veces desangraban en tus ojos,
el ámbar que goteaba entre tus hombros.
¡Ah callada! ¡Todo fue morir de besos!

Era el rumor de pájaros en el silencio entonces


y la soledad del día que migraba y se escondía.
Era la joya no pulida
y la tierra que en sus cuevas la escondía.

Allá, cubierto, un lucero tan lejano amanecía.


Tan distante. Tan perdido.
¡Oh callada!

Al mirar la noche, a veces, una estrella centellea.


Al mirar la noche… ¡Oh silenciosa!

Te quiero

Hoy, bueno, tal vez el viento,


tal vez la nada adornada de un “te quiero”,
quizá fue el despertar cargado de ti en mi perchero,
los remolinos que encontré en mi cabello,

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una taza de azúcar con sabor a cielo,
como sea y siempre las miles de veces
que te he dicho que te quiero
y el esperar sentado mirando rascacielos.

Pero hoy, bueno, tal vez el viento,


¿alguna vez te dije lo indispensable que te has vuelto?,
¿que me cala, como a nadie, ese silencio al despertarme
si tu nombre no amanece en mi bolsillo y se aparece?,
¿que me encienden las cobijas por sólo no atraparte?

Y bueno, hoy, tal vez el viento.


Esa necesidad de agua y no de un vaso, ni de lluvia,
sino de un labio que se arrima.
Esa terquedad de aire que exhala y es a ti a quien respira.
Ese bombear de sangre de tu pecho que me anima.
Esa testarudez de mi alma que te envidia.

Pero, bueno,
¿te dije hoy lo indispensable que te has vuelto?
Tal vez el viento… Y un mucho de un te quiero.

Verdad que sí

¿Verdad que sí?


¿Que hay un espacio para mí cuando sonríes?,
¿que llevas ese amor que siempre vive?,
¿que tú eres quien se alegra y yo el que desvive?,
¿que hay un amor que cuadra y de hinojos
al palparlo se derrite?

¿Verdad que es cierto? Si te miro tú te ríes


y mis labios se reflejan si les dices
que se cargan de alegría, y son felices.

¿Verdad que es cierto que lo nuestro


fue volarse en un te quiero
y que de ojo y de reojo
donde sea encontramos la razón para seguirle?

¿Verdad que sí?

¿Verdad que llevas y te llevo como sombra de la mano


y no despego ni mi aliento pues tu boca llevo adentro?
¿Verdad que es cierto que respondo

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y que respondes con los labios si te llamo
y no ceso de llamarte por tan sólo aquí mirarte?
Que todo es tan sencillo cuando palpo en mi costado
algo de ti, y no es tu mano,
y que llevo esa alegría perdurando todo el año.

¿Verdad que siento que el amor va cosechando


y de tus pasos, estos pasos van andando?
Que todo es tan bonito,
que en tu cuerpo va mi espacio;
que en tu risa, mi sonrisa,
y lo demás va caminando.

Nací para quererte

Prométeme una sonrisa franca, abierta,


necesaria y tácita al vivirla;
unos ojos que al abrirlos
me repitan que soy miembro permanente
de un rostro que cautiva.

Prométeme que afuera,


cuando vayas por las calles,
irás diciendo a todos
que somos ya pareja,
que no importan latitudes,
mucho menos geografías,
si en el pecho se reflejan
nuestras férreas voluntades.

Más allá de ti
o en ti misma es que lo capto,
aunque nada es perfecto y todo es perfectible,
será que siempre entiendo
las razones de tu encanto,
será que todo es forma
o parte que te aclamo,
y hay veces que hasta sombras
las confundo y las venero
presintiendo que hubo algo
que dejaste a tu paso.

Prométeme que hay algo,


como sea que lo nombres,
que es algo contagioso,

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a veces algo dulce,
a veces sorpresivo;
total que siempre hay algo
descubriéndose a tu lado.
Y por más que lo deduzca,
por más que lo descifre,
es algo siempre nuevo
que me lleva y me mantiene
asombrado y atrapado
y no sé si respondo adjetivándolo correcto.
Pero sé que sí le llamo
con tu nombre saboreando
y sé que a mí me sabe
a delicias disfrutando.

Prométeme que un día,


con la yema de tus dedos,
tocarás el sol de lleno
y con la llama ya prendida
guardarás este secreto:
que al mirarnos mutuamente
hasta los rayos se encendían
y bastaba que tus labios
como chispas se flamearan,
lo demás eran hervores que la luna no entendía.

Prométeme bajarte del cielo al mediodía,


sentarte aquí en mi mesa
y sentirte melodía.
Pescarte o pillarte aluzando por la noche.
Que invadan esos iris de lleno el horizonte.
Hallarte regodeando de verde entre las flores.
Sentirte escarlata, mirarte bella y grana,
pintarte de posada y entrar por tu cintura;
dejar crepúsculo y fragancia horadando en tu ventana;
armar rompecabezas de lila asombrada;
quedarme de aspaviento y de tus pómulos sediento.

Prométeme que siempre serás mi fantasía.


Como sea que imagines,
como sea que pronuncies,
basta que me llames o insinúes que me tienes.
Entonces yo te nombro
y somos ya esa causa,
el motivo incontrolable
donde nace la alegría.

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Prometo así llamarte
la causa de mi dicha,
razón impostergable que vuelca y vaticina
tenerte de sonrisa,
amarte en la caricia,
y de vez y a ratos
asomarme por tu boca,
y que aprendas que es en ella
donde invoco yo a la vida
y confluye, diariamente,
mi tremenda algarabía.

Besos de sol

Besos de sol, bravos y rojos:


¿qué hiciste en el mar tus ojos?,
¿cuándo en las aguas mutaron solos?
La espuma frunce y la arena embiste para buscarlos,
para vestirlos muy colorados.

Bravos, bravos,
corceles bravos desde tus ojos,
como de rayos, como de estruendo.
¿Y qué hiciste en el mar tus ojos?
¿Qué hiciste para dejarlos?

Lindos tus iris, maravillosos:


vagan, brincan,
soplan, pintan,
para tus ojos…
para tus ojos…
Recubren perlas de niña,
perlas bronceadas, tapiz marina,
como tus ojos…
como tus ojos…
Alardean, reman, forjan, rebosan
desde tus ojos…
desde tus ojos…

¿Y qué hiciste en el mar tus ojos?


Iris preciosos,
para mis ojos…
para mis ojos…
Se prendan solos.

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¡Solos se prendan!
Para llevarlos
junto a mis ojos…
junto a mis ojos…
como un río
junto a mis ojos…
bajando velas
desde tus ojos…
cayendo rojos
para mis ojos.

Ella es así

Mírame a mí, mira que sí,


te doy abril y un alhelí.

Diente de perla, carmín y estela,


vulva de rosa, satín preciosa,
frondosa pulpa de velo hermosa.

¡Y ella es así!

Te prometí, te descubrí,
nubes de avena de piel jazmín.
Quiéreme a mí. ¡Dime que sí!
Luces y espejos en tu perfil.
De tu color, a tu clamor,
pera y pitaya a bella flor.

Dime que sí. ¡Dame tu sí!


Fuente de labios del carmesí.
Quiéreme a mí. ¡Bésame a mí!
Besos de pluma del colibrí.

¡Y ella es así!

Bajen los labios al sol de añil


para prenderlos de azul candil.
Coplas de hojuelas, perfume y velas,
gladiolas blancas para encenderlas.
Quiéreme a mí. ¡Bésame a mí!
Besos de arepa y ajonjolí.

Mírame a mí, mira que sí.


Tintes y crestas, mi amor de abril.

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¡Y ella es así!

Promesa de tu boca

Meciéndome,
me van volando las redes de tu boca.
Esas que son tan mías y tan llenas de locuras.
Esas que son presagio de algo venidero,
de algo en ti que va a mi lado.
Volándose respiran cual gráciles orquídeas
y van dejando rastros y delicias.
Vistiéndose de lunas, tan mías como tuyas.
Cubriéndose de rayos, de luz ámbar lejano.
Colgándose y alzándose de un brazo acantilado.

Tan llenos de locuras los labios de tu boca.


Tan llenos de ti misma.
Tan llenos de tu boca,
y tan tuya como mía.

Volándome los ojos, quebrándome en la altura,


de un rostro, vida mía,
tan lleno de ataduras.

Corríanse los velos, cubríanse de ornato;


hilábanse delirios del aire hecho consuelo.
Tan lleno de locuras.
Tan lleno de tus labios.
De un beso que fluía,
de un canto en agonía.

Rompíanse los tiempos.


Jaspeábanse amarantos.
Valíanse de tanto
saberse de tu encanto.
Tan lleno de ti misma.
Tan lleno de locuras.
Tan lleno de tu boca,
de un beso aquí en mi boca.

Tan lleno, como siempre, de un labio que me toca.


Tan lleno de locuras.
Tan lleno de espesura.
Tan lleno por quererte y buscándote en mi boca.

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El beso

Cuerpo del amor, la más sutil y tierna de las envolturas de los labios.
¿Qué amor no habló por ti su espesa noche
para dejarte esa dulzura, ese morir a besos?
¿Qué deseo no sació la carne y la dejó prendida
en la cumbre en que el temblor arriaba su consuelo?
Y el éxtasis frenético de la cópula,
o el soplido que fue parte del silencio contenido,
o las manos agitadas relamiendo mansamente su apetito.

¡Ah!... Dicen que el amor sopló su acantilado eco


y en la cresta, solitario, dejó a la mar moverse con su beso.
¡Déjame morir a besos!,
donde un te quiero de infinitas noches,
como un lucero, en tus ojos se prendiera.

¡No!... ¡No!... ¡No puedo amarte sin tus besos!


No sé qué tierra abre la mar y deja solo el camino, sin esteros.
El púlpito de mi alma evoca ese sonido para verlo.
Y te busco.
Aquí entre mis brazos hablo del amor y del capricho,
del ansia inigualable de esos besos,
del afán entre las bocas por tenerlos.
Y es que la tarde se navega en el cariño.

Quizá el amor, no sé, era ese labio arrepentido,


era esa boca esperando algún sonido.
¡No puedo dejarte sin mis besos!
Se quiebra el alma en el quejido.
Me llora el cuerpo buscando ese silbido.
¿Qué bajel de espuma dejaste anclado en mi deseo?
¿Qué abrupta ladera en la cuesta dejó morir su nido?
¡Ah!... Y el ansia del amor fueron sus alas,
la trémula marea buscando sus canteras.

El mar se abre en el acantilado eterno,


y como un suspiro quieto, delicado y suave,
deja un beso en su sentimental meneo.

¡Yo quiero de ese beso!…

¡Yo quiero
de ese beso!…

75
¡Yo
quiero
de
ese
beso!…

Concierto de amor

Vamos a armarnos así:


yo me armo de ti,
y tú de los dos.

Vamos a armarnos los dos:


Que nadie lastime del otro su amor;
Que cuelguen los aires aroma y candor;
Que escriban las lianas lo que es una flor.

Vamos a armarnos de besos y amor.


Que esas ganas se vuelquen queriéndose dos.
¡Vamos, que estamos creciendo y ganando al amor!
Que somos pareja que tiene su voz
y hay esas luces de gran resplandor.
¡Vamos!
Que somos unidos y suma de dos.

¡Vamos a armarnos de besos de hoy!


¡Vamos queriendo ganarle al amor!
Yo con tus besos,
y tú con los dos.

Carita linda

Agüita de manantial risueña,


estampa dulce, jazmín que humea,
aroma desmadejando la tierra
que brota como gladiola y baña.

Carita tierna cristalizada en agua.


Espejo que ondula como acuarela
y entinta corneas con su mirada.
Bermejo tono de tul y fondo
que en el venaje se escurre
con su risita de enamorada.

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¡Ay! Y así preciosa te mire y vea:
de rizo y trino por tu llamada;
de aliño y gala por más besada;
de tinte y crema de enamorada.

Te encuentro bella, mi luna y alma.


Te canto dulce, carita y ala,
por más querida, por más amada.
Cosita linda, que te llamaras.
Cosita hermosa, te designaras.
Llenas tu cara de agüita y risa
de manantiales, desde tu falda,
que baila y a mí me habla.

¡Ay! Y así te vea. ¡Así te vea!


Gotita fresca de luz y estela.
Así te vea:
cosita linda,
cosita hermosa,
la más preciosa que yo mirara.
La noche abriera y a ti te viera.
Carita pura,
cosita linda: lo que más quieras,
que de mis besos yo te adornara,
que de mis labios ya te encantaras.
Y que besaras.
Y que besaras.
Y que besaras.
La luna mía, tú me soñaras.
Carita linda de mis mañanas.
¡Ay! Cosita linda, ya te besara.

Eres única

Abierta la marea cae en ti la ruta.


Como un cielo claro y limpio, y dulce, y fresco,
las velas rompen, con tus brazos, el amor más puro.

¡Ah!... Benjamín del viento, tus labios me atraparon.


Dejaron poseída la tarde a tus denuedos,
a aquellos pedazos de silencio.
Yo fui el alevín de tu alma y tú el consuelo.

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Al mirar la tarde va cayendo el cielo, va cayendo,
y se dibuja de nuevo en entresueños.
En ti vi corceles blancos extendiéndose en los campos,
crisálidas forjándose de flora y seda,
nubes limpias que del agua su espuma sostenían,
firmamentos profundos que mis dedos atizaban.
Y la ternura eras tú entre ellos:
el corazón dulce y el amor que me veía,
el delicado sentir que en mí vivía.

¡Oh vastedad de lo infinito!


¡Oh desosegado respiro aquí en mi pecho!
¡Qué grande es el amor y luego el cielo!
Y luego tú… ¡Qué más pedir al cielo!
Era el nido abierto y frágil,
y el celestial camino hacia tus besos.
Era la morada perdida entre los brazos.
A ti te encontraron mis labios.
En ti las noches eran una a una hasta agotarse.
Y los labios más besados.
Y las palabras de cariño que tocamos.
¡Qué más pedir al cielo!
Emerge todo, como el consuelo, hacia tus besos.
Describiste mar y estero. Escondiste la naval barca
en tu oceánico cuerpo de velero.
El destino eras tú, abriendo viento.
¡Qué más pedir al cielo!

La noche escapa y del cielo brota


lo que en cada encuentro cae.
¡Ah!, tú, como ninguna:
sigilosa, atrapada y misteriosa.
Así, como ninguna.
En la dulce tentación que lleva el alma
mis besos caen en ti como a ninguna.

En tu claridad desvivo

Decantada, polícroma y azulada:


de cristal tejida, de sílice cernida,
tu cadera baila en el ágata encendida
y se forma de espinela ya bruñida.

Llevas la silueta pulida y engastada


en la dureza de la piedra fina.

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Tan dulce y clara. Tan frontal y bella.
Emerges de la tierra brava cual turmalina oscura
y en la sintética expresión de un beso
tu corte brilla en la curvatura del topacio.

Vísteme tú con tu expresión de ángel:


allá en las tardes cuando brillas,
en la rinconada donde el viento tu cadera mece.
Enciéndeme tus tardes cuando el muelle sus mareas vuelve tristes.
Enjóyate desnuda hasta alcanzar la brisa.
Deja que mi mano, en una ola extinta, acicale tu figura.
Déjame vivir en ella como tierra, como arcilla o piedra,
en la gruta misma en que brotó el diamante.

Ensortijada con la luna, tu cadera bruñe y brilla,


y desviste sus secretos cuando mece en lejanía…
Empecinado y absorto, desnudo el alma persiguiendo su destello,
y se recubre, entonces, de opalinos sentimientos.

Tu cadera enuncia mis sueños de marino


y la joya que en el mar se hizo bramido:
ola inmensa, cimarrón al vendaval sujeto,
de la arena el tesoro sumergido.
Ahí, amarrado a tu corazón y al mío,
me desnudo con tu brillo,
y tu versallesco dije de la mar desvive.

Empedernido y sobrio,
dejo al mar tu cuerpo y soplo…

Quiero amarte

Un día invoqué a la poesía


y no tenía ni la métrica o el acento que debía.
Tal vez tu rostro aún no nacía.
Quizá entonces de un soneto brotarías:
en la palabra muda, en el endecasílabo de amor que escogerías,
en la Sixtina que un labio endulzaría.

Yo escribía:
“Y arderán las uvas en la altura por tus ojos;
Y caerán los jugos como acacias por tus lados;
Y prenderán claveles, bien amada, en las etéreas madrugadas;
Y bailaré contigo ramilletes sobre el eje de tu cuerpo.
¿Qué vendrá contigo en tu cadera intacta?

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¿Qué me dejarán tus ojos cuando ya los abras?

Quiero amarte en la desnudez de un labio,


en la arena deshojada, en tu ondulante cabellera,
en la costa húmeda brotando de tu boca,
y recostarte, piel divina, primavera fresca,
en la fontana interminable de mis brazos.
Ser tu boca cuando la abres. Diluirme piel adentro.
Pero tú, inquieta y fulgurante, aroma que flotara,
espiga en la marea,
me haces morir en la lisura de una ojeada.

Quiero amarte toda entera y no una parte.


Pido un beso que de rojo, una tarde,
me acaricie y se recueste aquí en mi pecho,
y te bendiga atrapándote en mi beso.

Quiero amarte cuando el sol su rayo acoge el mediodía,


invocarte con el canto desde un sueño
y esconderme mar adentro,
en el sonido del naufragio, en tu cuerpo irradiando.
Y en la herida de mis labios
ser testigo del amor fugándose, devorándose, derritiéndose,
sumándose en la hoguera de tus manos,
hasta vivir la muerte misma, implorándote tus labios.”

Un día escribí de tu pupila…


Un verso, un canto se me abría
y una imagen a mi pluma se acogía.

Tal vez tus ojos… ¡No sabía!

Tal vez la imagen que veía…

Un día, así de pronto, tu pupila.

Un día escribí poesía…

Mar de amores

Mar de amores, tus pupilas, crisantemo y poesía.


De tu alma, los crisoles. De tus ojos, luz de amores.
A tus brazos los gladiolos, besos puros y apiñados.
Donde nace poesía: maravilla, flor y viña.
Verso y sueño de laureles, de geranios accedida.
Poesía consentida, ¡qué más verso en tu pupila!

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De los versos, girasoles. De tus iris, requerida.
Donde nace esta lira, van tus labios, vida mía.
Y los besos que se inspiran, de ellos tus pupilas.
Donde naces consentida: mar de amores y alegría.
Tu pupila, niña linda, la pupila preferida.
Tu pupila, poesía. Tu pupila, flor divina.
Que al encanto de la vida todo emerge en tus pupilas.
Mar de amores, la elegida. Mar de amores y acogida.
Que al encanto de la vida se desviva siendo mía.

Bailando bajo la luz de un faro

Satín y gloria, perfume fresco, arrebol e incienso.


De punta el baile y tu cintura endeble.
El amor a un paso: fugado, besado y arrebatado.
Serpentina de aire, bocanada y soplo
que en los brazos fluyen y vibran exhalando allá en lo alto.
Tremolina que me envuelve al colgarme de tu cuello
y el resuello de tu boca en mi boca hecho jadeo.
Tras tus encarnados labios doblo el cuerpo en zapateado vuelo.

Y ese faro que te mira…


Silenciado ante el redoble paso,
al paso de tu aliento en que me baila el alma
y me salpica la melancolía.
Rubor de gaita y perla fina,
¡tan sólo a un paso de tu boca!

Y tu sonrisa peca en mí como abstraída.


Y mi arrebato sufre en ti desesperado.
¡Que se fuga el beso!
¡Que se esfuma el viento!
¡Que se pierde el día!
El amor a un paso…
¡Ah!… Acallado y ciego, despojado y mudo,
seducido y tierno.
Y tú, entre las sombras… a la luz de un faro.

En la más fugada e intermitente estrella,


la noche te habla y tu corazón palpita.
El amor se prende como el faro viejo que en tinieblas duerme.
Y yo, a sólo un paso de tu boca,
bailo un sueño en el mínimo espacio de tus brazos,
al compás del viejo faro,
al compás de tus albricias,

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suspirando melodías.

En la vastedad de mi alma emerge tu sonrisa… y bailo.

En el ombligo de Venus

Simiente de pájaros, en mi costado hierves y te nutres.


Eres un altar de trigos,
la parte más blanca de tu cuerpo
y a la vez la más profunda y bella.

Pozo abierto y dulce:


entrar en ti era hurgar un cañaveral verde,
el grano en postre, la semilla rica en albumen,
el racimo cortado en ramillete.
En ti encallaban más de mil muelles sin tocarse.
Yo mismo naufragaba y ahí mismo navegaba.

¡Ah, hermosa, hermosa!,


de tu cavidad veía la tierra:
lejana y sorprendente, perdida como el cielo,
volada como el alma, atajada por el tiempo.
¡Cuántos cisnes en tu vientre vi volando!
Y la sabiduría se encarnaba en tu dulzura:
Era la aventura y el deseo;
Era traficar con besos en secreto.
De ahí partían los buques al estero.
De ahí la flor se abría en el invierno
y el calor que profería humedecía mis labios a su encuentro.

¡Cuántas cuevas y aventuras!


Los pólipos abiertos y las mareas sosegadas.
Eran aguas turbulentas las que te bañaban.
Y la calma precedida era el cardumen reagrupándose
para abrirse de nuevo en estampida.
Todo, todo se centraba en ti como una red de plumas,
como un escaparate abierto de cristal obscuro.

¡Cuánta belleza y cuánta forma!


Era empalagarse y ceñirse a tus encantos,
y en mi boca, saturada de sabores,
partir del centro a tu belleza.
Eres hermosa…
¡Radiantemente hermosa!
¡Aterradoramente hermosa!

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Y ahí mismo naufragaba…

Tú que la miras

Tú que la miras, dile que es mía.


Fragancia su cuerpo, reviste de vida,
la alcoba en que abre su boca y respira.

Luna, tú que la miras.


Las cuerdas de mimbre divagan henchidas.
Sus notas describen sonoras sus rimas
y caen dormidas sobre sus mejillas.

Tú que la miras de grana y olivas,


sus dulces encantos, de rosas prendida,
y cuentan los aires que es bruma esparcida
o que lleva tu halo en que a veces la esquivas.

Tú que la miras haciéndola mía,


dile que es ella la que siempre me aviva.
Dile que es ella del fuego encendida,
la mar que me incita, el azul que me invita,
la vela que sopla y luego delira.
Dile que es ella, cuando ella te mira.

Dile tan sólo que es ella mía,


y la quiero aluzando la noche prendida.

¡Baja tu vista para hacerla mía!


¡Qué escurra la noche sus ojos de lira!
¡Qué siembren sus manos cual ramas en viña!
¡Qué griten los cielos hasta verla dormida!
¡Y el llanto que emerja sea el que sólo la mira!
Dile tan sólo que la quiero mía,
y la quiero aluzando la noche encendida.

Musa

Yo, poeta mundano, sin otro oficio que la claridad del agua
y la belleza de la brisa,
radicado en la metálica fortaleza de la aurora,
aprendiz por igual de la transparencia de la tarde
que de la milimétrica claridad de la floresta,
me invito a mi mismo a tu belleza,

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al retrato en flora de tu rostro,
a la inigualable y delineada hermosura de tus ojos,
a la crisálida estampa de tus líneas,
a beberte como bebo en sorbos a tus iris.

Ven a mí
y dibújate, incorpórate, sáciate, inscríbete,
aduéñate, embalsámate, descífrate, descúbrete.
Hazme artífice y fundador de tus miradas.
Cuélgame de tus bellezas como un zafiro acicalado.
Préndeme de tus caderas que menean el arte de mis letras.
Inscríbeme en tus senos para hablar de las praderas.
Enciérrame en tus manos para acariciar los cielos.

Yo escribiré en tu boca las palabras del poeta.


Por ejemplo,
tus labios: su ternura, su suave y fina contextura,
su dulce regodeo de avellanas,
su tácita y portentosa forma de racimos,
el sueño que por ellos me extasía.

Vendrán mis cantos como palomares


y dejaré el sonido abierto a que te toque.
Y ahí, contigo,
crearé mi mundo,
del amor que emana de tus ojos.

Petición de vuelo

Hablo entonces:
La jornada augusta y su imperial belleza,
la vida que decanta el sacrificio.
Hablo entonces, y así me entrego:
En el planeo y en la altura, en los riscos y en las copas,
en el infinito espacio de las alas y las aves,
en la indómita superficie de la nada.
Y así duermo: inmutable, callado, acurrucado,
en el más alto vuelo del gemido,
abrazándome contigo, en tu boca y en tu nido,
sorteando precipicios.

84
Hoy amanecí cargado de tu ausencia

Hoy amanecí cargado de tu ausencia.


Distante de esos besos… muerto un poco y sin aliento.
Me duele a ratos la mañana que aún crece de paisajes.
La siento como herida y falta de follajes.
¿Será que ya las flores dejaron de ser flores
y están distantes, yertas, sin aromas ni colores?
¿Será si acaso la mañana
que ya es otra, y ya no abraza y es opaca?
¿Será la ausencia misma que cobija mi ventana?

¡Y cómo duele respirarla sin tu almohada!


¡Cómo diablos le reclamo una mirada!
¿Será que ya las flores se cansaron de mirarla?

Hoy amanecí de nuevo y algo falta.


¿Será la ausencia misma que llevo de corbata,
los besos que aún callan, los lirios a que se abran?
Cargado de tristeza y larga es la mañana.

¡ Y cómo diablos este corazón te late!


Cargado de tu boca y ya sin tu presencia.
Mi alma siente el muro roto que taladra.
Mi pecho esconde un beso que no entiende.
Cargado de tu aroma y todo es que me falta.
¡Qué diablos sin tenerte!

Callada es la mañana…
Hoy amanecí en la nada, muerto un poco,
sin luz en la ventana.
Las flores, apagadas, reclaman la alborada.

El espejo

Afuera: la oscuridad… Te contemplo.


Donde nadie ocupa nada, un paisaje… y mi silencio.
Afuera: la neblina en el espejo y el murmullo del silencio.
Te contemplo… Sólo a ti…
Bajo un espejo o la mirada amilanada.
A veces algo: el silencio... Y sólo eso.
Te contemplo. Nuevamente a ti.
El espejismo que me aterra… Y sólo eso.
Afuera: empalmadas las ojeras y las noches de tristeza.
Y sólo eso…

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Y aquellos actos de batalla,
aquellos actos de lujuria,
de cruz y de agonía,
de sexo y de perfidia,
es sólo eso, su reflejo… Y sólo eso.

Te contemplo… La máscara en el rostro… Y sólo eso.


Como aquellas obcecadas penas
que en el alma enraízan sus lamentos
y laceran sin piedad los afligidos ojos.

Este rostro y el silencio…


Y el agobio que interroga cuando crispa la mirada.
El reflejo en el pasado y los cristales
que se trizan en el alma en desconsuelo.

Y sólo es eso: un reflejo…


¡Y cómo duele!…

A veces algo…El silencio... Y sólo eso.

Las plumas de gala

Un pájaro a un plumero le preguntaba,


si las plumas mostradas eran de un ala tomadas.
¡Ay, qué lágrimas le resbalaban!
Y abrazando al plumero las plumas besaba.

Rompe la noche el color del paisaje


y un gorrioncito, expectante, desde la luna le canta.
¡Ay, llora y llora por sus plumitas de plata!,
las plumas de gala que le diera su amada.

Que nadie le calma por querer abrazarla


y la noche se pierde buscándole el ala.
A lo lejos, su trino, en el río se acalla
y deja un vacío despertando en el alba.

!Ay, cómo llora su pena por sus plumitas de plata!


Aquellas plumitas que le diera su amada
un día de invierno para que la desposara,
el día de su santo para que la besara.

Hay sueños que vuelan y sosiegan el alma


y hay trinos que cantan y dolidos se apagan.

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¡Ay, qué lágrimas resbalaban!
Y al ver al plumero tan sólo lloraba.

El pastorcito

Horizonte de noche Mixteca,


sierra de bronce y del Lerma rodeada.
Talud de la tierra su verdes montañas;
Ladera de ocote su abierto paisaje.
El pastor a su flauta le sopla
y le llama a su oveja en el monte extraviada.
Olor de quejido de un flautín afligido,
el pastor va de gritos rastreando al ovino.

Cobre que nace del cieno,


cascabel que suena y que repta:
raíces de un niño dolido,
del llamado que no responde el balido.

Pastor: ¡Deja a la Virgen salir de la luna;


Deja que salga y te duerma en su cuna!
Flautín de tierra morena, pesar del alma que lleva.
Pastor que toca la flauta
y siente el pitido que ya no le suena.

Correas que son de cuero, del cuero del vertedero,


donde se quedan mirando los ojos ya sin consuelo.
Y aunque la luna sea blanca, no brilla ya sin la charca.

Pastor que su pena sopla, que llora su flauta de hoja;


huipil salido del valle con lágrimas tejedoras;
hilaza de caña fresca zurciendo tristeza en el alma.

Pastor: ¡Deja a la Virgen salir de la luna;


Deja que salga y te duerma en su cuna!
Dolor que llevas y embriaga,
llovizna de fuego que horada y no sana.

Pastor:
¡Deja a la Virgen que te abra,
que te abra la bruma
y te lleve a su cuna!

87
Pasión del poeta

Entre cristales resonantes cual copas de sortijas,


bebíanse del vaso las delicias de un racimo.
Ahí sentados, como dioses,
pluma en mano, atavío fino y guante raso,
los poetas deleitaban con sus versos la verbena.
Alzó la mano Pablo, Neruda por renombre,
y mirando a un retrato, dijo:
“Confieso que he vivido.”
Y clamó sus versos de amor y sentimiento.

Le siguió Darío. Rubén Darío por respeto he de decirlo.


Insigne y magno en su apariencia,
quien alzando gallardamente el brazo, exclamó:
“Padre nuestro, que estás en los cielos…”
Y recitó los versos celestiales del Hermano Asís.

Tras un minuto de silencio le siguió en su asiento,


sin pararse o inmutarse, Baudelaire.
Seco, arisco, sin mueca alguna,
miró hacia el techo y contemplando el tejado, enunció:
“Mi pobre musa, ¡ay! ¿qué tienes este día?”.
Y con un gélido acento, recitó La metamorfosis del vampiro.

Callaron los poetas, y observando al cuarto asiento,


del lugar un individuo levantóse y dijo:
Yo no soy poeta, señores. Lo admito y reconozco.
Jamás he escrito un verso.
Tras un silencio corto fijó su vista hacia la nada y exclamó:
¿Ven lo que yo veo?
Distante, la noche acoge lo que el mar asombra.
En el rito de las olas duermen las corolas
como ávidos pájaros y se enseñorean en sus caudas.
¡Yo los veo, los siento, los palpito!
¿Qué es la poesía?, me preguntan.
¡Ah, noche mía, noche mía!
¿En qué ruta te escondiste hacia la vida?
¿En qué piélago fuiste devorada?
¿Dónde el fruto se acogió del ave?
Oh mi pasión desenfrenada.
Como un relámpago me ató la vida hacia los labios.
Como un trueno entregó mi carne hacia el deseo.
Ella, sus ojos: yo, su canto.
Me vestí de arroyo tras su cauce.
Arremetí la cumbre por su nombre.

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Acogí la flora por sus labios.
Desmembré los sauces por sus manos.
Y conté uno a uno sus besos de la tarde.
Uno a uno, poetas. Y con sólo una mirada
aprendí del trino, de las rocas, de los picos, de las noches.
Yo nunca he escrito, señores.
Pero sé de ella… de sus besos.
Y he mirado el mar al abrir ella sus ojos.

Calló el poeta y murió la tarde.


El mar rugía efervescente.
Y la noche musitaba una caricia.

Noche abierta

Abre el cielo su espacio y brilla:


cada ojo una estrella, cada párpado su luz infinita.
En su eternidad de lago rozan mil fronteras.
En sus garras de candiles sus noches se escapan y titilan.

Oh vástago del tiempo: tu luz viajera,


tu llama de materia, tu espacio indescriptible.
Vaga en mí la oscuridad como una sombra,
y a lo lejos, simplemente, su galáctica odisea me hipnotiza.

Bésame a mí
en tu callada noche,
en tu himen de mujer labrado,
en tu constelada armonía.
Allá Neptuno acoge sus corceles bravos
y los devora cada uno en las entrañas del vacío.
Cada estrella se consuela a sí misma
y la luna, como un mástil blanco y sin pegazos,
desnuda al viento con sus pies delgados.

Oh polvo en polvo en polvo,


la luz me toca con sus brazos.
Alucino maravillas:
ventosas frágiles de nieve,
aceros corroídos por los celos,
multialámbricos serafines y amuletos,
crujientes arañas de barbas blancas,
solitarias peras del quejido y del berrido,
árboles tridimensionales de universales coloridos.
Alucino todo sólo por mirarte,

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y me quedo en tus racimos absorto y cautivado.

Abre mi mirada,
mi mirada fija, mi silueta artera que dominas,
mi sangre excitada en que te escondes.
Yo siento tu latitud, tu cuerpo entre mis manos,
tu corazón de cielo sembrado en mi pecho.
Déjame sentirte en mis desvelos,
déjame tocarte con mis ojos.
Entonces sentiré tus huesos,
y las caudas que en mis iris se llenaron de luceros.

Me dejarás la noche…
y el brillo sobre ella.

¡Bésame en la boca!

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(Cumpliendo con la vida)

Tierra húmeda de halagos,


cada año tus veranos mi sangre humedecían.
Aquel recitar del viento, aquel horizonte vespertino,
cuevas que en mí latieron de buques y de letras,
mareas que en mis ojos cangrejos arrojaron,
estelares campanas que en corales resonaron…
Hoy: ¡cincuenta!... Vivo y clamo en vuestras manos.

Dejadme todos vuestro corazón de greda:


aquí en mi pecho, en vuestro campo,
en esta amplia avenida de cereales,
en cada palma en que la hora se arrimó a tocarla,
donde estuve y donde anduve,
donde vuelvo con ustedes.

Voy y vengo hacia la vida ufano de tenerlos:


a vos, a cada uno, a cada hermano,
a cada triste y solitario,
a todo alegre y campechano,
al de ojos acallados, al de iris solariegos,
por aquel que estuvo riendo en aguaceros.

Venid acompasados con mis manos,


en medio de mis ojos donde os habéis incorporado,

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en mis párpados de fruta y uva por su estancia,
en mis pies aciagos que sus piernas sostuvieron,
en mi tronco de geranio que regaron con sus labios.

Dejadme vuestro corazón de hermano:


sus propios ojos y sus inigualables pertenencias,
y un lápiz para derramar mis versos.
A cada uno entregaré constancia
de los girasoles nuestros,
de las madrugadas nuestras,
de las manos juntas en que nos abrazamos todos.
Y guardaré el verso en la talega de mi pecho
para acariciarlo a diario,
en la memoria de los años.

¡Hoy tengo la voz cargada de poesía!


Y canto sólo por cantarla.
Porque lleva sangre de la vida.
Porque es tierra y alegría.

Acercadse todos y dadme vuestras manos.


¡Miradme a los ojos!
¡Dejadme vuestro corazón y vuestra estrofa!
Encendedme el canto en la palabra.
Sacudidme con las letras de su alma.
Agitadme a que prenda la sonata.
Mi pecho cantará como una alondra.
Surcará la mar para sonarla
y dejará la estela inacabada,
y el vestigio de una voz enamorada.

¡Hoy tengo la voz cargada de poesía!

Federico García Lorca

Aquellos muertos, como los muertos, del mar embisten.


¿Habéis hablado, Miguel Hernández?
No. No hay espolones, sino marinos de azufre y fuelle.
¡Habladme fuerte… Por las vocales, Miguel Hernández!
Donde revienten como saetas las olas verdes.
Entre los riscos, donde las aguas su cuerpo de espuma estallen.
Desde las nubes, donde la sal su rostro de lino cuajen.

¿Entonces, lo visteis nacer de nuevo, Miguel Hernández?


Con su capote de ola y la cornamenta brava,

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en la estampida de algas, bajo el torrente de agua.
Él las meneaba haciéndolas suyas esas faenas
y el mar doblaba como verónicas para tenerlas en las mareas.

¿Lo visteis luego, Miguel Hernández?


Marino y toro rasgando el fondo.
Eran vocales de lidia y grana como el encierro de aquel venero.
Eran serpientes azul marinas, cetáceos grises,
angulas con rayos de oro que vitoreaban garrocha en mano junto a los pajes.
¡No!, no hay espolones donde los fuelles,
sólo su estela de arrojo y fuego,
y toda el agua lo vio moverse con sus faenas y sus capotes.
¿Miguel, así lo visteis salir del fondo?
¿Así lo visteis nacer de nuevo?

¿Me habéis hablado, García Lorca, de aquellas Nanas


y las cebollas de encierro y hambre?

Entonces era un niño

¡Qué lejos hoy tus besos!


¡Qué lejos los recuerdos!
Las lámparas brillaban…
Yo: niño sin corbata.
Tú: niña en crinolina blanca.
Tan sólo de las manos
y el mundo ya volaba.
Oh ciénega callada,
el mundo yo volaba.
Aún tu boca era sagrada.
Tu mano me excitaba,
y el alma de los niños
se iba en algazara.
¡Qué lindos los recuerdos!
Las lámparas brillaban…
Aún guardo en mi jarro
los tréboles de cuatro
y las hojas de amaranto
que brotaron de tus manos.
Aún llevo en el alma
tus ojos y el halago.
¡Qué lejos hoy aquellos!
Entonces era un niño
y las lámparas brillaban…

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¡Qué bellas las bellotas
cayendo por el vado!:
racimos que colgaban,
paisajes que sembraban,
los cántaros repletos
de juegos y de encanto,
las blancas azucenas
colgando en las verbenas,
suspiros que vagaban,
caricias que flotaban,
los sueños degustando
encuentros y alcaparras.
Y tan sólo de las manos,
tan sólo te tocaba…
Tu boca era sagrada.
¡Qué lindos los recuerdos
y estar enamorados!
Entonces era un niño
y las lámparas brillaban…

¡Qué bellas las campanas


que en tu falda se meneaban!
Así yo las sentía
al verlas que sonaban.
A mí me coqueteaban,
al alba le besaban.
¡Qué linda ibas de rosa
prendiendo las mañanas!
Entonces era un niño
y sonaban las campanas,
vagaban por mis ojos
y luego se ocultaban.
Entonces eran bellas,
tan bellas las veredas:
las flores se enfilaban,
las lilas se juntaban,
y volcándose a tu rostro
tu peineta ataviaban.
Entonces era un niño
y las lámparas brillaban…

¡Qué lejos los recuerdos!


¡Qué lejos hoy tus besos!
Entonces era un niño
y las lámparas brillaban…

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Niña de la primavera

Niña de un rosario que sus cuentas no ha contado,


que cabes con la lluvia en una cucharita en bronce,
en un granito del azúcar diluida,
descálzate y camina de puntitas por el corredizo del rocío.
Perfúmate de gotas que las hojas sudan por el frío
y resguárdate en las caracolas asomándote al sonido.

Niña de la primavera que la flor bañó tus ojos,


¡cuántas flores se crecieron por tocarte en el otoño!
Y las nubes esponjadas se formaron en tus rizos
coloreando el horizonte en una línea de crisoles.

Niña del silencio que volabas con los aires


y las alas te atrapaban con tus plumas desplegadas,
tú silbabas a la orilla de montañas
y sus nieves te copaban para amarte intacta y blanca.

Nina fresca que meciste a la rivera


y que en oruga en las mañanas despertabas,
te besaban mariposas esas alas
que extendías cuando el alba las llamaba.

Te escapaste alguna tarde en la marea,


en una ola que brotó desde tu boca.
Caracolas se acurrucan en la almohada
y una ostra, de oro y plata, en una perla te atrapaba.

Caballito de madera

Cuando relinchaba, cuando relinchaba


era el corcel de trapo y de madera blanda,
era la luna llena la que le miraba,
cuando relinchaba,
y Juanito arriba, sin que se quebrara.
Era el caballo de madera y trapo,
el sereno al vuelo y la mirada a lo alto,
cuando relinchaba…
Cuando relinchaba su cordel llevaba
sobre un llano abrupto que al cruzar calaba.
Su cintura puesta y la madera alzaba,
arremetía al cieno si se le cruzaba.
Él lo galopaba cuando relinchaba,
cuando relinchaba sobre la alborada:

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persiguiendo sombras, confrontando dunas,
correteando arenas sin contar sus penas.
Galopando un día galopó a la nada…
Caballito de ocre del harapo pardo,
el madero solo se quedó esperando
cuando relinchaba para oír su canto.
Cuando relinchaba, relinchaba en llanto.

Don Teófilo y la foto del recuerdo

Pocos meses ha.


Aquella foto, un instante, un momento.
Don Teófilo sentado en una esquina,
apenado y mirando hacia abajo.
Un recuerdo que aún pinta con rubor aquellos muros.

Don Teófilo, un anciano, casi 80:


Elegante y respetuoso, gentil y honorable,
probo en la mirada, justo en la palabra.
Sin embargo, un poco fantasioso
cuando el juicio bromas le jugaba.

Presentóse una tarde a saludar a Don Rufino,


caballero ya maduro, de buen modal y buena escuela,
y a su esposa Doña Elvira, algo beata y candorosa.
Una vez servido y degustando una copa
fue y sentóse a mirar la artesanía que adornaba en la sala.
Don Rufino y Doña Elvira se encontraban
en la mesa levantando la vajilla.
Y de repente, un grito a más sórdido y temido:
¡El diablo! ¡Es el diablo!
Gritaba Don Teófilo sumamente demacrado.
Al escuchar aquel sonido, Don Rufino recordóse de inmediato
aquella plática que tuvo con su hermano:
La bestia viviente más feroz, más iracunda, era el diablo de Tasmania.
Frente al grito, salió despavorido Don Rufino a cargar su carabina
y darle muerte a la amenaza.
Jamás pasó por su mente que el susodicho
animal sólo habitaba en Australia y no en su rancho.
Regresó con el arma bien cargada y gritando:
¡¿Dónde estás?, demonio condenado! ¡¿Dónde estás?!
Y comenzó pateando sillas y todo lo que a su paso se encontraba.

La reacción de Doña Elvira fue distinta,


volteó y vio tan demacrado a Don Teófilo

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que de su pecho brotó un profundo grito, y tan agudo,
que jamás antes se había escuchado en la comarca.
Un minuto… dos minutos… tres minutos… y seguía todavía el alarido.
Una vez que exhaló un respiro se le vino a la cabeza aquella historia
que le había dicho su comadre: “Ten cuidado con el diablo.
He escuchado por ahí que al tener contacto con la gente
se transforma el cuerpo y hasta rabos se han formado.”
De inmediato sacó el rosario y, ¡bendita Ave María!,
comenzó su letanía:
¡Ave María, purísima: Sin pecado concebida!
¡Ave María, purísima: No nos dejes caer en la tentación!
¡Ave María, purísima…!
Jamás permitiría que el diablo se acercara y de paso hasta rabo le donara.
¡Ave María purísima: Sin pecado concebida!
¡Ave María purísima…!
Repetía y repetía…

Don Teófilo, sin juicio alguno y demacrado,


apuntaba con su mano hacia una esquina de la sala:
¡Es el diablo! ¡Es el diablo!
Casi afónico cambió su retahíla:
¡¿Dónde están mis gafas? ¿Dónde están mis gafas?!
Y el barullo continuaba:
¡Sal de ahí, animal del demonio!
Entre objetos aventados y pateados: ¡Sal de ahí!
¡Ave María, purísima! ¡Ave María, purísima!
¿Dónde están mis gafas?
Volaban triques, sillas, adornos, servilletas…
¡Ave María, purísima!
¿Dónde están mis gafas?
¡Sal de ahí…!
De repente, puso Don Teófilo su mano en el bolsillo
y notó que ahí estaban sus anteojos. Con mano temblorosa
los sacó y se los puso. ¡Todo le temblaba!
Empezó a dar pasos cortos hacia la esquina que señalaba con su mano extendida.
Mas el barullo continuaba:
¿Dónde estás, demonio? ¿Dónde estás?
¡Ave María purísima: No dejes que yo caiga!
Estando ya en la esquina, Don Teófilo notó que la sombra
se debía a que él había prendido una lámpara
y se proyectaba el reflejo de un gato de cristal sobre el muro de la sala.
Al darse cuenta del equívoco, bajó la cabeza y el rubor le subió como a ninguno,
y se fue a sentar en una silla dándole la cara a la pared.
El barullo persistió por un momento más,
hasta que notaron en la esquina al viejo amigo apenado y cabizbajo.

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Y a la vergüenza le siguió la risa…
¡Bendita la sonrisa que a la histeria la suaviza!

Con el tiempo, la foto en el muro revive los recuerdos.


El gato aún adorna con fineza aquella mesa y, por si acaso,
un rosario en el cuello se descuelga de amuleto.

De cualquier manera, Doña Elvira, por rutina diaria,


todas las mañanas se mira de reojo en el espejo
para constatar que no hay rabo alguno que la exhiba.

Don Rufino es otra historia, con su atlas en la mano,


aún arguye que Australia es parte del subsuelo y su terraza.

La reunión

En solemne sesión y acuerpadas por el mismo sentimiento,


un grupo de orugas se reunía para debatir sobre la vida y la muerte.
El enemigo: aquella voraz y temible araña
que saciaba su apetito con la crueldad propia de su instinto
y mermaba día a día al grupo en su innata fragilidad de especie.
Más la selva escucha, late y vive, y a los oídos de la araña
llegóse la información de tal encuentro.
En el mayor de los sigilos, y antes de iniciado el evento,
tejió su telaraña metros arriba donde las orugas harían presencia.
La cubrió con hojas de sauce, pino y abetos. Y esperó paciente.

Reunidas las orugas en buen número, inicióse el debate en torno


a la defensa propia de su clase.
Hubo argumentos, debate al más alto nivel,
razonamientos y premisas que fluyeron sobre el aire.
Y la araña inició su descenso.
Al ver al enemigo sobre ellas, amedrentadas y acobardadas,
no pudieron tan siquiera mover una de sus patas, y estáticas quedaron.
Y la araña siguió su descenso hacia la tierra…
Repentinamente, de una rama, salieron dos patas largas apresando a la araña.
Una mantis le clavó sus garras y, enseguida, sus mandíbulas
hicieron jugo degustando entre bocados el manjar que había atrapado.
Terminado el suculento ayuno, lamió sus patas delanteras
y limpió sus antenas largas que atizaban como velas el contorno del paisaje.
Entonces se percató de la presencia de las orugas,
y acercándose a una de ellas, dijo:
“Perdone usted, ¿me perdí de algo importante?
¿De qué están hablando?”

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Cabalgando

Del lado oscuro, del vientre amargo, del ojo seco,


venía cayendo casi un ardor de pecho,
como una tala de abeto y fresno,
como un rodante suspiro en fuego.
En el fulgor del alma alguien que vino
-hijo de roca -
oyó en la cueva su mueca dulce.

-Dejar entrar a la sudorosa cuesta que da un latido,


desde el barranco, en la intemperie del precipicio,
y así desnudos, sin otra muerte,
vivir eternos la misma noche,
y en un Atila de sombra y hierro
la vida llegue como talante en su permanente-.

La tierra tiemble y la vida damos


en el sainete en que la enfrentamos.
Toda de roca, toda desnuda,
hilando suena y la respiramos.
Y cabalgamos, y cabalgamos,
la muerte misma la cabalgamos.
La resistencia: fortín y fuerza,
la vida emplace para volcarnos.
Blandir machetes por todos lados,
izar banderas por los costados,
fundir torretas cual atalayas
y las amarras, sin saña brava,
sobre mareas abran florestas.

Y cabalgamos, y cabalgamos,
la vida entera la cabalgamos,
la cabalgamos para acoplarnos
y respirando nos encontramos,
nos levantamos y cabalgando
sobre los aires que navegamos.

Argentina

Niños… ¡Corred!
¿A qué queréis la luna si tenés la pampa y la carreta,
y lleváis la tierra con la plata,
y las tartas frescas cargando en las talegas?

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¿A qué guardáis la estampa
si lleváis la fineza del gaucho en la silueta?

Niños… ¡Vení, vení!


Llevad hasta los mares la corrida de la vincha;
el tango dibujado entre los pies como una uña;
los hinchas y los cueros de los fans que hacen sus olas;
la garganta de Gardel en cada copla haciendo auroras;
la espada y San Martín en la corona
en que los ojos abrieron su frontera.

¡Niños! … ¡Niños!
Subid la geografía de las calles al extremo de los mares;
traed los lirios de Chaqueña a sembrarlos en la cordillera y en los Andes;
abrid la tierra de los fuegos y ¡corred!, ¡corred!, ¡corred!,
en esta patria de relieves, en esta tierra de los aires,
en estos surcos permanentes,
en estas huertas repletas de canteros.
Jugad, dejad su canto, hablad su letra,
bordad su pluma, firmad su estela,
y dejad la historia engarzada con la gloria.

¿A qué queréis la luna?


¿A qué queréis la espada?
Niños … ¡Niños!... ¡Corred!

Ludwig Van Beethoven

Provinciana ala, melodiosa y fértil,


todo el páramo se agrupa:
En los verdes bosques los cervatos se acercan al barullo.
Las mínimas cigarras en sus sillas se aposentan.
Mandrágoras se adornan de joyas y guante blanco
y muestran esmeraldas a los grillos que se acercan.
Se ha abierto la tierra de anfiteatro
y las luces alumbran las cortinas de oro y plata.
Es la hora del sonido.

El ruido afina su instrumental verbena:


Luciérnaga de oboe, codorniz de tecla,
emperatriz de flauta, cisne en cuerda,
cimarrón de cerda, Himalaya en chelo,
contrabajo en cuervo, clarinete petirrojo,
garza de la trompeta endurecida,
gaviota hortelana del trombón dolido,

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un coro de avestruces, un ciento de cenzontles.
La orquesta se prepara
y el himno de la tarde anuncia la cantata.

El maestro hace presencia:


Se adorna el cóndor su plumaje vellocino.
Sacude la batuta en la palestra y abre partitura:
Allegro assai vivace… Andante maestuoso…

Luna: retoca la tambora del viento embravecido.


La híbrida epopeya del cóndor ha nacido.
Se abren los plumajes
y mil corolas cantan al unísono del aire:
Los agudos de amarillas, los graves a las rojas,
semifusas las azules, barítonos los verdes,
corcheas las violetas, negras a las rosas.
La lila guarda calma y en grito abierto se desboca:
¡El Nobel al Maestro!
Y el coro de guirnaldas con gargantas de soprano
se levantan de la silla a retomar el coro:
¡El Nobel al Maestro!
Un coro de aleluyas retiemblan en las gradas.
¡Las notas han volado! ¡Las cuerdas han sonado!
¡Vítores y palmas las gargantas han forjado!
Sinfónica tertulia de pájaros y cuerdas.
¡El cóndor ha volado!… ¡Y el Nobel se ha ganado!

Volando

Cresta sinuosa de azul tonadilla


en la brisa que toca y luego acaricia,
derrama el paisaje y ¡ay!,
desliza sus besos con tanta delicia.
Flotan curiosas sus bellas flotillas:
las nubes de mimbre, las aves cantoras,
frondosas guirnaldas y del viento sus rosas.
Se van como velas, se llenan de aromas
y a veces risueñas hacen sus cabriolas.

Pintadas sus gamas, amadas sus caudas,


sembradas de aires sobre las montañas,
cargando sus plumas de claras fragancias,
llenando las copas de gotas preñadas.

Se van sobre picos sonrisas

100
que emanan galantes sus alas:
copiosas y abiertas, de lunas tatuadas,
tocando suspiros que brillan cual hojas
por cada lucero que irrumpe en mañanas.

¡Ay!
Volando destellan, volando se escapan,
los sueños del alma que nunca se acaban.
Volando cual blancas, cual blancas gaviotas,
que alumbran las rutas por siempre deseadas,
como un par de novios que nunca se agotan.

Volando los sueños, volando las almas,


se llenan de amores y nunca se acaban.
Y un día que se tocan,
¡ay!,
se juntan las alas para enamorarlas.

Morena

Y rezo:
Mujer de estambre y ardiente
su vista mire de frente
y al roce a mí me reviente
de fibra y bambú sedicente.

Toque el tambor y no cese,


agite y agite su vientre.
¡Morena!, me asombre su cuello y escote,
cadera de anís atrayente.

Golpe a tambora, ¡y qué golpe!


Muslos que tiemblan al toque,
se muevan ondeando y deleiten
las palmas como al creyente.

Y canto:
Mueva y menea su falda
morena de aceite que abraza,
morena que baila su danza.
¿Y a mí?… ¡A mí que me baile y reviente!

Y silbo:
Que nunca tambora se apague,
que nunca el sonido se calle.

101
¡Morena!, que mueva cadera y su talle.
¡Que sienta la danza y embriague!
¿Y a mí? ¡A mí que me baile y reviente!

Menea, menea su vientre,


cocoa y zamba estridente.
Menea y menea y no cese
y al vaso le sirva aguardiente.
La mire morena y la goce,
la mire y la tenga de frente.
Morena, morena la roce,
que, ¡upa!,
¡así de candente la goce!

Toque y que toque, tambora le toque,


le toque y retoque, la enagua le flote.
Se acerque el cachete, se agite el machete,
¡ea!, y ahí con candela retoce y retoce.

Zumba que zumba, y zumba y retumba,


la rumba le abrace y sienta la bruma.
¿Y a mí?...
¡A mí que me baile y el sol que reviente!
¡Upa, morena!
¡Que el sol me reviente!

Letras del pueblo

Entre guitarra y sonido se alistan olivos,


corceles genuinos, nacidos bravíos.
Que empuñen las letras para no ser vencidos.
Que suenen cantares sobre los caminos.

Se enciendan de nuevo chispeantes cenizas.


Levanten las manos sobre las cornisas.
Revienten los puños y prendan altivas
por aquellas voces que bregaron unidas.

Tiemblan que tiemblan, retiemblan las letras:


Del mar, correduras; del viento, ataduras.
Las letras del pueblo sobre las llanuras.

Por cada caballo resuene armadura.


Por cada jinete, viva vestidura.
Repliquen eternas como mil campanas

102
las voces del pueblo con todas sus ganas.

Voz que levanta enciende la ruta,


puño que arde con toda bravura,
las letras del pueblo por donde se escucha,
del mar y los vientos, su cabalgadura.

Tiemblan que tiemblan, retiemblan las letras:


Del mar, correduras; del viento, ataduras.
Las letras del pueblo sobre las llanuras.

A doble retoque y retoque,


retoque que vibre del monte en su trote.
Del río se acoge. Del viento, su golpe.
Vocales del pueblo a todo galope.

Tiemblan que tiemblan, retiemblan las letras:


Del mar, correduras; del viento, ataduras.
Las letras del pueblo sobre las llanuras.

Vestido de luna

¡Toro!
Crin en la corva y torva mirada.
Crispada las fauces, lamida la trompa,
escurriendo el mugido como en abrevadero.
¡Toro!
Y el toro corría por el aserradero:
retando las trancas, pateando las cercas,
cortando las lianas sobre las arenas,
marcando linderos y pisando terrenos.
¡Toro!
Azuzaba la hierba y bramaba su porte
como ungido de furia, como fiera bravía
que en su pecho latía.
Embestía y retrocedía.
Embestía de nuevo
y empitonaba
con más valentía.
¡Toro! ¡Toro!
Se oía el grito desde la lejanía.
¡Toro! ¡Toro!
Y el toro mugía de nuevo su furia.
¡Toro!

103
Y el grito lejano, distante, en la tumba,
de quien le saliera al frente
vestido de luna.

Mar abierto

Surco tus ojos desde el puerto abierto.


En la vela ciño el brazo a tu cintura y vivo.
Del mástil tu cadera… mar abierto…
Desde el muelle describo cómo el viento
de tu vientre ha surgido.

Evidenciado como el rojo cielo


voy al vaivén de tus sentidos:
Tú, a quien llamé marea,
a quien escondí de la infinita arena
para seducirla cual escualo en celo
y bramar sobre sus hombros
como una torreta de sonidos ciegos,
como una sirena de altamar y fuegos,
como un farol en la asadura viva,
y vestirme de horizontes,
y cubrirme de miradas que brotaban de las playas,
me llamaste a la profundidad de tus entrañas.

Ruges tú en el paisaje bravo de las olas:


la inmortal marea,
la eterna y diáfana predicción de los dominios,
los verdugos inmutables que se esconden tras las aguas,
las redes colosales de nómadas y acuarios.

Mi vestimenta de mundano la saqué de tus oleajes,


y conté vértebras de buques
para vestirme de corales.

Sube en mí tu gloriosa pertenencia:


a que me bañe del sonido y los rugidos,
a que me cubra entre ostras y colmillos,
a que me pinte con aletas y delfines.
Y déjame abrazarte el día entero,
la noche entera, el tiempo entero,
los siglos todos,
y ser marino y torrencial velero.

104
Al libertador

Puerta del mar sedienta y brava:


un águila tu frente, un rito tu camino.
Corcel de oro y jade en que nació tu sable.
¡Oh las marmóreas cadenas del árbol que en las hojas se perdían!
¡Oh los claustros de batalla y la pólvora mojada!
¡Oh los gritos desde el sauce y la muda cimitarra ya quebrada!
La patria nueva y liberada. El grito obrero en la tromba libertaria.
Salid del surco: espada, soga, tierra, hoyo diluviano,
aprisionador de los esclavos, tapiz blanco de las penas,
muerte impura de los olvidados, barniz oscuro de los insepultos,
lágrimas de yeso que no encontraron ojos yermos:
Dejadme ver de nuevo el estandarte entre las rocas;
La piedra seca en que labrasteis la epopeya;
El grito de victoria en las gargantas;
La mirada firme como un aro de campanas.
Decid de nuevo: He aquí los yunques barrenados;
he aquí los golpes atronados;
el yunque flácido como un soldado amilanado.
Levantad la espada con los nudos y los pechos
para que puedan enterradme sus dedos en el vientre,
y castigadme de lágrimas hasta encontrarles.
Decidme cuándo la semilla y cuándo la cosecha.
Recordadme dónde anduve y de quién fueron los frutos.
Asidme de las manos y amarradme a la yunta y al arado.
Levantad la pluma como escudo y banderola.
Sacad de nuevo las letras al obrero del salitre,
y escribid largas historias, largas páginas de acero,
infinitas correduras con la tinta,
siglos de oro en los cuadernos,
y alzad la voz con el temple de los llanos
donde nadie más alzó la vista que el poeta.
Sed aire y siega de la tarde,
sed marea y sombrero de la noche,
acudid al tiempo y al minero,
socorred los frágiles dedos carpinteros,
atadse a las llagas del herrero,
sucumbid ante los ojos jornaleros
y descifrad el mundo con los versos.

Guiadme a la pluma del ausente


y de hinojos dejadme hablarle hasta agotarme,
hasta dejar la última palabra inconsciente,
hasta derramar los labios con la sangre:
¡Háblame en silencio por amarte!

105
¡Hostígame en tu grito por buscarte!
¡Condéname a tu ofrenda al indagarte!
¡Libérame en el verso al encontrarte!
¡Libérame de nuevo hasta enterrarme!

Cáncer

I
Toca un violín su sonata.
La cuerda que toca es la cuerda inmediata
y la toca ya rota sin que vibre su nota.

Donde trepidan los vientos dejó su cantata


con una esperanza para que le sonara.
Del pecho la frota y suena a madera
y se oye que rasga su caja con fuerza.
Le duele la cuerda ya rota y sin tabla,
y no sabe que llora su nota fugada.

Se escucha a lo lejos al silencio que calla,


sus notas quebradas, sus cuerdas tronchadas,
su eco que cubre su oscura morada.

Toca el violín su sonata


y toca la cuerda que viene de su alma,
la que un arco nunca tocara,
la que el alma sólo guardara.

Desde un rezo su dulce madera


vibra en el aire como nunca lo hiciera
y se difunde en sus ojos el nombre
de la nota que la bendijera.
Y al aire se esparce el sonido
por la cuerda rota que ya nunca escuchara.

II
El violín toca su alma
y la mama le llora sin cuerpo y sin alma.
Alguien le pide que le amamantara…

¡Ay! Como duelen las cuerdas que ya nunca sonaran.


¡Quién viera a la mama llorándole al alma!
¡Quién viera al violín sangrándole el alma!

Y el violín tocaba y tocaba con su cuerda para apaciguarla.

106
III
Tocaba, ¡y tan bonito tocaba!,
con su cuerda guardada en el alma,
con su dulce madera bronceada,
y le tocaba en el pecho para alegrarla.

¡Que sus notas crecían el alma!


¡Que su cuerda en su cuerpo vibraba!

Y ella guardaba el sonido como una mama alegrándole el alma.

¿Por qué?

Y entonces, ¿por qué?


Los otros brazos, los perdidos, los cercenados,
o simplemente desmembrados.
Los otros brazos. Los de ellos.
Los infantiles y delgados dedos.
Los que no pudieron ya empuñarse
o aferrarse o dirigir el dedo hacia el culpable de eso.
¿Qué excusa había en ello?
¿Y qué excusa había de nuevo para hacerlo?
Porque no bastó un dedo, ni otro dedo,
ni una mano,
sino el cuerpo entero y muerto para hacerlo.
Y ese muerto no era uno, sino un ciento
o un milenio que querían con su fuego,
en cada silla y cada muro ensangrentado para verlos.
Y entonces, ¿por qué?
¿Por qué?
¿Qué excusa había para ello?
Si todos ellos,
los dedos,
los dedos secos,
los ya encorvados,
los dedos vivos y de rojo amurallados,
los mutilados y enterrados,
los del índice o el meñique acribillados,
los que tan sólo uñas develaron,
todos ellos,
¡todos
ellos!
y apuntándoles a aquellos,
preguntaban:

107
¿Por qué?
¿Por
qué?
¿Por qué a ellos?...
Señalándolos a aquellos.

Yo quiero

Yo quiero aquel caballo


de crin dorada y del abuelo
y correrlo por la arena
a que sienta la bruma desbocada.
Y quiero aquella rienda
de lino y bien atada
que adornaba la montura
con sus hilos sol y plata.
Quiero así subirme sin peto ni armadura,
ni espolines o acicates, e ir a rienda suelta
donde el mar su azul mostraba.
Y cuando crezca, mirar la luna
escudada y embistiendo el caudal de la marea.
Quiero así pintarla como una estela blanca
que en la espuma su eco reflejaba
y que siempre relinchaba en la cresta que golpeaba.
Quiero irme trotando en aquel caballo blanco,
tan blanco y del abuelo,
que la mar siempre miraba,
y le miraba y le soplaba a que el suelo retumbara.
Quiero aquella orilla de cristal y de argentita,
de arena tan finita que la mar siempre azulaba.
Y cuando crezca, mirar la estela blanca,
tan blanca y tan bonita,
con la que a veces de la crin yo galopaba.

Y quiero… quiero del abuelo


su gorra, su pipa y el ajuar de marinero,
sentarme en la proa y que caiga el aguacero;
humo blanco y gorra blanca
y que en la popa se sienta el ajetreo.
Y cuando crezca, mirar la estela blanca
que dejara el buque despintando en su crucero.

Pero yo no tengo abuelo,


ni pipa,
ni gorra blanca,

108
ni corcel o amarra blanca que de lino
le pusiera al cuello,
ni siquiera la montura que en la arena salpicara.

Pero cuando muera, quiero aquella cauda blanca


que la mar me diera como si trotara
y me entierre galopando
en el azul de su mirada.

Cantares de un marino

I
Cantaba la mesana del buque en travesía:
¡Olei! ¡Olei!, decía, y el mar olas movía.

Cananas y cartuchos, floretes y ganzúas,


con garra y lozanía la vela estremecían.

¡Olei!, ¡Olei!, cantaba, y el sable relucía.


¡Olei!, ¡Olei!, las voces, de plata y valentía.

Cantares y versares, cantares de los mares,


timones e imbornales que el marino protegía.

¡Olei!, ¡Olei!, decía, y la mar embravecía.


¡Olei!, ¡Olei!, cantaba, y el velero acometía.

Con sangre de alcaraos y plumas cormoranes,


aletas enganchadas y sables y machetes,
la mar su voz sonaba, la mar se evidenciaba.

¡Olei!, ¡Olei!, decía, y el puño enardecía.


¡Olei!, ¡Olei!, cantaba, y la ola se arrojaba.

Conquista de la tierra, cañones y puñales,


la pólvora mugía la lidia en la marea.

¡Olei!, ¡Olei!, marino, y con ira combatía.


¡Olei!, ¡Olei!, trovaba, y con hierro arremetía.

¡Olei!, ¡Olei!, cantaba, y en la mar se escabullía.


¡Olei!, ¡Olei!, bramaba, y la vela se escurría.

Torretas y campanas la proa estremecían,


y el garfio con la cuña la amarra endurecían.

109
¡Olei!, ¡Olei!, marino.
¡Olei!, ¡Olei!, cantaba.
¡Olei!, ¡Olei!, decía, y la mar embravecía.

¡Olei!, ¡Olei!, marino.


¡Olei!, ¡Olei!, se oía,
¡Olei!, ¡Olei!, el canto, y la pólvora encendía.

II
¡Ea!, se encienda la gaita,
resuenen cabriolas de pieza enjoyada.
Muchacha, muchacha,
redoble y solana te pinte la enagua.

Alero, alero, pitaya y muslero,


que viene bajando sobre el cerradero.

¡Ea!, muchacha de estampa,


lleve la saya para mi jarana
y abajo del alma
florero opalino para enamorarla.

Alero, alero, pitaya y muslero,


que viene silbando junto al marinero.

Muchacha soñada…
¡Ea!, baguala y matraca, hermosa zagala,
labios que brillan de tul y de grana,
preciosa muchacha de lis adulada.

Alero, alero, pitaya y muslero,


que viene de gusto silbando el velero.

III
Tras las rutas de El Callao
ya no quedan más navíos,
ya no quedan ni amoríos,
sólo el brío y el cantar de los marinos.

¡Uno!: los tesoros de Canarias.


¡Dos!: bergantines y cananas.
¡Tres!: los cañones que disparan,
las amarras que descargan
y cubiertas de oro y bala.

110
Marinero de alas bravas,
marinero que surcabas,
recordando la fondea
con trajines y mareas.

Los tesoros a cubierta:


Uno, en puerto;
Dos, en proa;
Y el tercero, sobornando a las gaviotas.

Un tesoro a enterrar,
con un garfio a escarbar.
Que la tierra sea morena,
que la tierra tenga sal,
que renazcan los corsarios
con la música del mar.

Color de mar

I
Mares de la América

Anudado como el deseo,


atado a la territorial y ciclónica desembocadura,
al hilo del vuelo y de la herida,
a las endurecidas aguas de roca, hielo y frío,
a su masa de concha: áspera y brillante;
a su destino inconcluso de vida y sombra;
yo mismo, yo mismo soy la ola y la tierra que circunda:
Viento de norte y agua brava;
Estatura y alfabeto humedecido;
Botánica del sur y del centro su diseminada silla;
La piel y uña que blandieron la muscular tarea
de levantar océanos en mi boca.
Yo mismo y todos juntos.
Como un solo camino, una sola estela levantada,
un haz de luz recién nacida.

Patria que me envolviste de norte a sur en aguas,


que me navegaste en la espina y las raíces,
y en los huesos las matrices del rocío,
y en la sed el temporal secreto de un coloso movimiento,
y en los ojos el paso al mundo y desvestido;

111
como una lanza penetraste y te quedaste
a dormir en esta humilde choza.
Y nos miramos, como capitanes ciegos,
como uvas del azúcar y la viña,
como testigos caudalosos de los pueblos.
Yo mismo y todos juntos.
¡Todos juntos!
En la grave voz del mar que respondía.
Y dijimos: “Sea ésta tu casa donde hoy vivimos.”
Y dejamos el vino listo y la puerta abierta al que viniera.
Todos juntos, para recibirlos.

II
La ola

Heme aquí,
en la geometría pura, en la dorsal del universo,
en el cartílago del tiempo:
agitando, bramando, revolcando, zarandeando y chapoteando.
Alineado a su curvatura y sometido a su esférica caída,
incorporado a ratos a su cauda,
tridimensionalmente investido a su humedad volátil.
¡Feliz! Tan feliz como un estero,
como un crustáceo salpicándose las yemas,
como una arena navegando y sin fronteras:
en la ola metálica,
en la ola de las aspas contenidas,
en la ola del silencio sometido,
en la ola del Titán y del Vesubio.
Navegando. Simple y llanamente, navegando.

Abrid el puerto a mi ajetreo.


Abrid las alas compañeros.
Corred el vino con el viento.
Salpicad la orilla con denuedo.
Sacudid los ojos como faros a que alumbren.
¡He aquí la vida navegando!
¡Sed felices marineros!
Id de ola en ola y platicando.
Id como gaviota respirando.
Asid las manos a que sople el vino sus estragos.
¡Sed felices como el viento!
¡Sed felices!
¡Sed felices marineros!

112
Poetas de la tierra

Picamaderos, hortelanos de la tinta, trajineros de las letras:


a través de todos los hijos desparramados de la tierra,
en cada boca protegida, en cada diseminada lengua;
más allá aún, en la altura de los cóndores,
en la tormenta visceral de los relámpagos,
o en la acústica nacida del estruendo de las noches;
desde las lápidas donde el corazón abrió
sus ojos para derramar en lágrimas los siglos;
desde ahí, flores del Mapimí, cordillera alta de los Andes,
selvas amazónicas de los jaguares verdes:
dejad volar los cinceles marmóreos y estelares,
dejad los campos húmedos creciendo
y las raíces escritas con el nombre del poeta.
Id de canto en canto a las mareas invisibles.
Devorad cada tarde como si fuese la última de ellas,
y apuntalad los dedos:
cada uno en el vértigo del tiempo,
cada uno en la palabra del profeta de los versos.
Desde la desincorporada geometría cantadme vuestras letras,
vuestras cátedras de lira, vuestros tonos contenidos,
vuestras únicas y metálicas mareas.
Asidme a la bravura de las hojas,
a la misma zona de combate donde habéis vencido,
a la yugular del latido donde un libro despertara.

Dejadme vuestro verso, tinta, pluma.

Vestidme de árbol, rama, zarza.

Derramadme el canto hasta encenderlo.

Escribid de mí con vuestra labia.

Sed mi cuerpo, mi apellido ciego, mi bregar de pueblo,


y dejadme en el tintero escuchando vuestro amor de obrero
y al poeta martillando los esteros.

El poeta se despide

Ésta es mi casa:
el territorio de todos y de todas,

113
el agua marina refrescando las gargantas,
la de ventanales abiertos y las noches aluzadas,
donde vuelan sin control las guacamayas
y el tejido es suave y es cortado en el telar de la amistad y sus bondades.
Tiene adobe, piedra, alubias, cantos,
inmensos sentimientos; saturada como nunca
de los más fecundos sueños;
repleta hasta arriba de hojas, musgo, colibríes, codornices.
Abierta, y siempre abierta de jazmines.

Ésta es mi mano:
la harina o el arroz que acompaña en la mesa,
el tatuaje de las flores donde el viento las recrea
o las atrapa como abejas para verlas,
o simplemente las deja en las muñecas y las besa.
Es de nogal y greda, aserrín y arena;
salpicada de llanuras, corriendo en las estepas,
brincando como liebre en las farolas.
Ésta es mi mano. ¡Sí! Arde en pájaros,
se escabulle en palomares,
se explaya platicando o bromeando con las flores.

No… ¡No!... ¡No toquéis!... ¡No!...


Venid conmigo al paisaje, a su enamorado verso,
a sus pupilas de camino, a su hervorosa solicitud de afecto.
Brindaos como el ciego que conoce su destino.
Desparramaos como el mar que en las rutas deja amigos.
Tomad, tomad mi mano y pasad conmigo.
Abrid la huerta y derramad su vino.
¡No toquéis!... ¡No!... ¡No toquéis!...
¡Ésta es su casa!

Odas de mar y tierra.


(Cantos vivenciales)

I
A una hoja seca y tirada

Desde la más elemental de las bocas me hablaste.


Ahí donde pies y callos se hacen mezcla
y se embadurnan de légamo copioso,
tu sombra, tu parte de cuerpo, tu adolorida estructura
amarilla y frágil dormitaba en la fosfórica sequedad del tiempo.
¿Y ahora quién o a quién pertenece el árbol?

114
¿Y las copas mismas que cayeron, y las ramas
perpendiculares extendidas como brazos
o la raíz pura que abrió el surco para verte?
Ya no tuviste boca entonces, pero aún me hablabas
en los frutos, en los cordones de la vida misma,
en el jugo existencial sin tiranía.
Cabrías tú en la esperanza,
en ese futuro abierto de alegría infinita
tan sólo por tu inmensidad de forma plena.
Eras hija de tierra, de corteza, del ámbar protegido,
de la luminiscencia radiante y la clorofila,
y te seguí saboreando con el dulce beso
de los néctares que un niño come.
Mi peral, mi manzano, mi manglar dolido:
esa parte tuya, ese esqueleto de abrojo y de frío,
lo llenamos de verde paraíso
y la dulzura dejó testigos en los labios de los niños.

II
Piedra

Piedra rodante, copiosa, porosa


o cigüeñal incrustado en el cálamo,
o aljibe que navega en la arena,
o parte litoral de la historia:
fuiste testigo y cómplice;
abanderaste las batallas en las hondas,
enterraste los cimientos y en paredes
construiste las pirámides de sol y fuego.
Eran dedos de nitrato tus protuberantes partes,
a veces de calcita, tantas otras un guijarro.
Aún las estrellas en su cegada noche te miraban
y les correspondías con dureza aletargada.
Y los grillos te pisaban en la greda suelta y verde
buscándote los ojos.

Poeta del sendero, de la vieja escuela,


de la más desposeída de las letras;
fui contando las piedras del camino,
una a una: besándolas, tocándolas,
sintiéndolas poemas y alabanzas,
acariciándolas de canto, virándolas
para cautivarme de su magistral encanto,
de su estabilidad y su firmeza,

115
de su impecable rigidez y consistencia.
Como un cofre viejo abrí mis manos y latidos.
Como una cuña fui guardando sus ramales
y dejé que el tiempo amasara su vestigio.
Y al correr la vida me fui por la vereda
y en un recodo, un día,
abrí mi cofre, y desde lo más profundo de mí mismo
le ofrecí la roca al primer hombre que mirara.
La tomó en su mano y la vi brillar como zafiro.
Y en la misma piedra yo bebí su vino
y aprendí en la letra
las vocales del camino y del amigo.

III
A un caracol vacío y en la arena

Quizá tu hueso hirsuto y prolongado que relamió las estructuras del océano,
o tu brillantez que a los pescadores cautivaba
eran suficientes para amarte.
Pero no: tu sonido, tu filarmónica marea,
tu oboe pletórico de canto y verso
eran la esencial música del aire engrandecido.

Puerta del mundo y dureza pétrea: tú.


Hendidura infinita que el dedo no alcanzara: tú.
Tarde de nidos pillando en las temperamentales olas: tú.
¿Qué cetáceo, en qué arpón, guardó el chillido
para dárselo en la acústica a un marino?
Allá en el fondo los ojos de agua y del sonido
y los jóvenes abriendo su sexo de sal y espuma en caracolas.

Sí. Yo fui niño de pájaros, de caballitos,


de caracolas abiertas, de burbujas oceánicas,
de arboledas alcanzadas, de carreras con almendros.
Mi corazón se quedó protegido con sonidos
en la resonancia de los sueños.

¡Oh melodía del mar, que bellas notas en mi oído!


¿Cuándo tus cristalinas aguas me alcanzaron?

Pájaro, ¡yo fui niño!:


en tu vastedad, en tu territorio, en tus brazos limpios.
Y mi corazón se quedó en la caracola:
encerrado y tibio, juguetón y alegre;
prendido en las burbujas, atado a sus violines,
amando las paredes que la arena restregaba.

116
¡Oh melodía del mar, tan dulce e imponente!
No me digas que la edad. No me hables de los años.
Aún corren las mareas en mis manos.
Aún suenan caracolas en mi corazón de sorgo.
Alguna vez fui niño. Alguna vez…
Y mi corazón se quedó prendido en el aire,
en la música del agua.

¡Cuéntame de aquel sonido que mi madre


me cantaba cuando niño!
Háblame en secreto de tu historia.

Alguna vez mi corazón jugaba.

Alguna vez…

IV
Plumas de nieve

Luces blancas, transparentes, olor a cielo,


plumaje y oro que va cayendo al suelo.
Cada partícula es como un querube en vuelo,
tocándose sus alas, descubriendo el viento,
abriéndose para recrear su aliento;
descolgándose sigilosas como algodones bailarines,
cuchicheando en el espacio sus secretos.
Cada una se esparce y van vistiendo los paisajes,
como novias puras y benditas del follaje.

Habitante del jardín y de las noches,


de la acuática marea,
de la travesía del agua y del bajel en ruta;
me quedé absorto entre la nieve,
abstraído y perdido hasta nublarme;
tocando su ligereza, respirando su sencillez,
mirando su ilimitada forma, abarcando su infinita manta,
señalando su nívea cabellera y su lechosa entrega.
Y como nadie, me sentí invitado a su cuerpo y su materia,
a su albina pulcritud de dama.

¡Ah!... Era el reventar de espacios y ajetreos,


la alegría pura, el danzar en la volatilidad de la materia,
el brincar entre la nada, el pintarme de su aureola,
y vestirme blanco, todo blanco…

117
Y una sonrisa cargada, a nieve y pluma me sabía.

(En atavío claro,


con arreglo fino y distinguido aliño,
yo escribí mi verso: un verso blanco,
así ligero y blanco,
que sirviera de regalo de lo que tengo y valgo,
y darle una sonrisa, de nieve y pluma,
a donde al alma, alegre, se explaye y diga:
Mi sonrisa: ¡a tu blanca bruma!)

¡Nieve, espuma, travesía y garbo al que mi mano toca!


¡Tócame de coral y esponja y que la brisa a ti te escoja!

V
A un capullo colgado de un álamo

Pedacito de mimbre llevado a la altura;


Bolsita de migajón de extática holgura;
Estelar costalito donde cabe la vida
y se transforma maniatando crepúsculos,
zurciendo lloviznas, espigando la claridad,
desencadenando procesos de fervor matutinos.

Te imagino bordando tu cuerpo:


Los puntos de cruz llenos de cálices y de lino,
de heráldicas emociones, de enjambres florales.
Hebra a hebra es tuya la humedad con que tejes,
la simetría del pájaro, la desnudez de las aguas,
la fosforescencia salada del corazón de los bosques,
el secreto de un reino de auroras.

Ahí colgado te miro, te observo,


y me tejo a mí mismo para acompañarte.
Sé que me dirás:
¡Feliz día, pajarero! ¡Feliz día!
Tendremos cobijo del campo
para bebernos las nubes
e iremos cantando al son de las luces.
Silbaremos tonadas de abrojos, cantos de sauces llorones,
melodías de mísperos gigantes y anaranjados,
valses de begonias cristalizadas,
y cantaremos las tardes enteras:

Tip tip tip tiritap tap tap


tiritip tiritip tiritip tap tap

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¡Feliz día!, me dirás.
Chiflando al azar, meneando al cantar,
desde las ramas moviendo al bregar.

Y de nuevo a silbar:

Verso de sol, canto de flor,


alas que brotan con ritmo y candor;
mantas que vuelan con pleno fulgor.

Me dirás:
¡Feliz día, mi buen corazón!
Y feliz seguiré tu tonada y cantar:

Tip tip tip


Tiritip tiritip tiritip tap tap…

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Del autor.

Salvador Pliego. Nacido en la ciudad de México. Con estudios en Antropología


Social y una Maestría en Sistemas de Computación. Como escritor inicia su
carrera a finales de 2005 y desde entonces ha publicado los siguientes libros:
“Flores y espinas”, “Claro de la luna”, “Encuentro con el mar”, “Bonita… Poemas
de amor”, “Libertad” y los cuentos “Los trinos de la alegría” y “Aquellas cartas
de amor”.
Fue premiado como segundo lugar en poesía por la ENSL en México y nominado
como finalista por el II Certamen Internacional de Poesía “San Jordi” en España,
2006.
A la fecha ha realizado lectura de su poética en Estados Unidos, México, Perú,
Chile, Colombia y Argentina.
Publica en revistas de Venezuela, Argentina, Chile, México y en diversos foros y
grupos vía Internet. Su poesía ha sido leída en innumerables ocasiones a través
de radiodifusoras en diferentes países de Latinoamérica.

2007 - 2008

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