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Graciela Montes
Que diga si la literatura sirve, eso me piden. Trato entonces de levantar
algunos hilos de una tela vieja y de tejido muy apretado. Me serva a m? Y por
qu? Cules eran los aspectos del intercambio con la literatura que siempre me
parecieron infaltables?
En primer lugar la ilusin. La ficcin, cuyas reglas yo aceptaba. No s
exactamente de qu manera me fui entrenando a aceptarla, tal vez como
prolongacin de los juegos de imaginacin en que me embarcaba siempre, los
muecos, los disfraces. Me deslumbraba entonces, y me sigue deslumbrando
ahora, el simple hecho de la ficcin, que se pudiera construir ese artificio erigindolo
en universo.
Que se pudieran usar las palabras que usbamos para nombrar lo cotidiano
con otros fines, para construir otro tipo de cosa. De acuerdo con otro tipo de plan.
Yo aceptaba ese plan, aceptaba participar de la ilusin plenamente.
Me agradaba, adems, la gratuidad de la excursin al imaginario. El hecho de
que los cuentos estuvieran vinculados con mi tiempo libre, que nadie me pidiera
cuentas ni tuviera que justificar yo el por qu del viaje. Elegir la lectura, indicar que
quera este cuento y no este otro, me pareca parte de esa gratuidad. Me acuerdo
de manosear mis libritos, de ordenarlos en fila, por colores, en forma de naipes, y
despus elegir el que leera o me leeran. Disfrutaba ejerciendo cierto podero en
ese terreno.
Otra sensacin muy intensa era la del tiempo. Como si el acontecer de la
narracin o de la lectura fuera de otra categora, tiempo ms denso o ms lento o
ms hondo. Esa tensin, entre los dos tiempos, el externo, donde suceda la lectura
o la narracin, y e! tiempo interno de lo narrado -que era el que yo elega
libremente- siempre estaba presente, pero se fue volviendo ms aguda con el correr
de los aos, sobre todo cuando empec a leer novelas.
Tener que abandonar el libro para cumplir con alguna funcin del otro tiempo
(comer, baarme, ir a la escuela, dormirme) me produca una irritacin muy grande,
creo que semejante a la que me produca, en la primera infancia, que me
interrumpieran un juego. Y, a la inversa, era muchas veces un blanco en el
acontecer diario, una especie de alto o de suspensin en el tiempo cotidiano (la hora
de la siesta, por ejemplo, que me pareca especialmente quieta, algn vaco, incluso
cierto aburrimiento), el que permita o facilitaba el ingreso a ese otro tiempo.