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El vicio del robo

El vicio del robo se aprende en casa, que es la unidad mínima de un país, y


en la escuela. Las vitrinas del comercio, llenas de manzanas jugosas de Adán que
a todos se nos antojan, han existido siempre. No están allí el caldo del cultivo,
sino en el mal ejemplo de quienes nos guían y orientan. En Guatemala han robado
los presidentes, y los peores se pavonean por el mundo dando el mal ejemplo. La
vergüenza no existe, se curte con billetes, viajes, tragos finos y comodidades
que son en la actualidad los nuevos valores y el motivo de todas las ambiciones.
Pero los políticos no son sino la expresión del pueblo al que representan. La
enseñanza parte de los padres que roban o compran cosas robadas, y se sientes
satisfechos de sus hazañas. ¿Qué ejemplo dan a sus hijos los múltiples
compradores que vemos en los mercados de cosas robadas? Tan ratero es el que le
arrebata el teléfono o la cadena a una mujer indefensa en la calle, como el que
va y lo compra. La manera de justificarse es preciosa: fui a recuperar lo que me
robaron. Hay padres que llevan a los hijos para que aprendan, haciéndose los
machos, a comprar platos robados para el auto, o un DVD. Platicando en educativa
sobremesa, un padre se refiere despectivamente a un político que llegó a la
aduana y que sigue tan pobre como cuando empezó. Es un bruto, dice. Y los hijos
entienden que lo importante es acumular plata, porque no hacer lo indebido
implica pasar por bestia.
En las empresas hay ejecutivos que incluyen en sus gastos facturas que
simulan gastos mayores. Están robando. Hay madres que defendiendo a los rateros
del FRG, dicen l que no hay que ser, que piensen que cualquier de nosotros haría
lo mismo si llegáramos al poder. Momento, pienso yo, porque usted no habla por
todos. Pero no me meto a defender lo indefendible, porque aquí se dice que quien
llega al poder fue, es o será un ratero.
Los colegios son un manzanillo, donde los patojos aprenden algo de letras y
múltiples artimañas para practicar el hurto. Los estudiantes tienen que poner su
nombre con marcador indeleble en los suéteres, los zapatos, los libros, porque al
menor descuido se quedan sin nada. Pobre aquel infeliz que lleve un Nintendo o un
teléfono celular, y que lo preste o se distraiga. En algunos casos se produce el
escándalo, no dejan salir a nadie, registran, buscan en los escritorios y
mochilas, piden que confiese el culpable, llaman a los padres y van los sermones
y sermones. Una criatura está llorando, y el director muy serio, con una camisa
pasada de moda y la corbata brillante, les explica con fina voz que no hay que
ser tan lagartos. Que el día que roben será mejor que lo hagan en grande, para
que sea por algo que valga la pena. Ese es el ejemplo.

Adolfo Méndez Vides


Sección “Opinión” de elPeriódico
[Guatemala, 2007)

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