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CUESTIONES TUSCULANAS. LIBRO PRIMERO Del desprecio de la muerte, Apenas me encontré, si no totalmente, 4 lo menos en gran parte, desembarazado de los trabajos forenses y de los Oficios senatoriales, me dediqué (mevido principalmente por exhortaciones tuyas, ob Bruto) 4 aquellos estudios que siempre amé, pero que habia tenido que suspender por largo intervalo. Y como el {undamenté-de todas las artes que se encaminan al perfecto mode de vivir consiste en el estudio de la filosofia,-ésfa es la qe me propuse ilustrar en lengua latina. No porque la filosofia no pudiera aprenderse por medio de las letras y preceptores griegos, sino porque foé siempre opinién mia que los nuestros, 6 lo habian in- ventado todo por si m4s sabiamente que los Griegos, 6 en las artes que recibieron de ellos habian mejorado cuanto ereyeron digno de sus trabajos. En cuanto 4 las costum- bres y habitos de la vida y 4 los negocios domésticos y familiares, es cierlo que nosotros los administramos y conservamos mejor que’ elles; y por lo que hace 4 la Re- publica, es evidente que nuestros‘ mayores la gobernaron con mejores instituciones y leyes que las suyas. ¥ para Towo ve 4 CUESTIONES TUSCULANAS. 3 esa gloriosa el pintar, no hubiesen florecido entre nos~ otros muchos Polycletos y Parrhasios? El honor alimenta Jasartes, y con él se encienden todos en ansia de gloria; y, por el contrario, decaen todos los estudios que son deses~ timados. Los Griegos hacian consistir gran parte de su cultura en el canto yen la musica. Por eso se dice que Epaminondas, que fué, 4 mi juicio, el hombre mas ilustre de Grecia, tocaba admirablemente la flauta. Y algunos afios antes, Temistocles pasé por rudo é indocto porque en un convile rehusé tocar la lira. En Grecia, pues, flore~ cia la musica, y todos la aprendian, y no pasaba por varén ilustrado quien la ignorase. También estaba en sumo ho- nor entre los Griegos la geometria, y nadie habia mas ilustre que los mateméticos. Pero nosotros hemos reducido estas ciencias al arte de medir y al arte de calcular. Por el contrario, oradores los tuvimos pronto, y aun- que al principio no eran eruditos, tenfan facilidad para hablar; con el tiempo no les falté tampoco erudicién. Sa- bemos que Galba, Scipién el Africano y Lelio fueron doctos; sabemos que fué muy estudioso Catén, que era més viejo que ellos, y en tiempos posteriores Lépido, Car- bén, los Graces, y después otros varones ilustres, hasta nuestra edad, en términos que nada 6 muy poco nos dejaron que envidiar 4 los Griegos. Pero la filosofia yacié abandonada hasta nuestra edad, sin recibir luz alguna de las letras latinas. Por eso yo me he propuesto elevarla y despertarla, para que sien la vida publica fuimos de algin provecho 4 nuestres conciudadanos, les seamos también tiles en el ocio. Y en esto hemos de trabajar tanto mas, cuanto que se dice que existen ya muchos libros latinos compuestos por varones excelentes, pero no muy erudi- tos. Bien puede suceder que pensando bien no se acierle 4 expresar con elegancia y cultura lo que se piensa. Pero el entregar cualquiera 4 la escritura sus pensamientos, sin saber disponerlos ni ilustrarlos, ni atraer con ningun 4 MARCO TULIO CicERéN. género de deleite 4 los leetores, es propio de hombres que abusan destempladamente de la ociosidad y de !as letras. Asi es qué tales libros adlo los leen los auteres entre sus amigos, y nadie se atreve 4 hojearlos, fuera de aquellos que quieren que se les permita igual licencia en el escribir. Por lo cual, si nuestra elocuencia ha traido alguna utilidad 4 la oratoria, con tanto 6 mayor estudio abriremos y mos- traremos la fuente de la fitosofia, de donde toda aquella doctrina civil emanaba. Pero asi como Aristételes, varén de sumo ingenio, cien- cia y abundancia en el decir, movido por la fama del orador Is6crates, empez6 4 exhertar 4 los jévenes 4 que uniesen Ja filosofia con la elocuencia, asi yo no quiero abandonar aquel anliguo amor mio 4 la palabra, al mismo tiempo que me ejercito en esta ciencia mayor y més compleja. Siem- pre estimé que el perfecto filésofo era el que podfa tratar con abundancia y ornato las mas altas cuestiones. Y con tanto ahinco me he ejercitado en esto, que he liegado 4 tener escuela al modo de los Griegos, y asf lo‘ intenté en e] Tusculano, después de tu partida, estando alli muchos amigos mios. Pues asi como he solido declamar en las causas, lo cual nadie hacia antes que yo, asi me oeupo ahora en esta especie de declamacién senil. Acostumbraba, pues, poner alguna cuestién y disputar sobre ella, sentado 6 andando. ‘ Las controversias, 6 escuelas como los Griegos dicen, Jas reduje 4 otros tantos libros. Sucede también que, des- pués de haber expuesto alguien gu parecer, yo defiendo el parecer contrarid. Este es, como sabes, el antiguo método socratico, de disputar contra la opinién de otro. Sécrates creia que este era el modo més facil y breve de encontrar lo verosimil. Pero para que se entienda mejor nuestra disputa, la expondeé en accidn y no en nafracién. Comen- aremos por el exordio. Ovante.—Me parece que la muerte es un mal. GORSTIONES TUSCULANAS. 8 Marco.—jUn mal para los muertos, 6 para los que han de morir? Oventz.—Para unos y otros. Manco.—Ser4 una desdicha, puesto que es un mal. Oventz.—Ciertamente. Marco.—Por tanto, los que han muerto ya y los que han de morir son desdichados. Ovawte.—Ast lo creo. Manco.—jNinguno, pues, deja de ser desdichado? Ovents.—Ninguno, en verdad. Manco.—Si quieres ser consecuente, tendrés que decir que todos los nacidos no sélo son desdichados, sinc que han d@serlo siempre. Si sélo lamaras desdichados 4 los que han de morir, no exceptuarias 4 ninguno de los vivos, puesto que todos han de morir, y el fin de su mi- seria sdlo se encontrarfa en la muerte. Pero siendo tam- bién infelices los muertos, es claro que nacemos conde~ nados 4 miseria sempiterna. Necesario es, pues, que se2n infelices todos los que han muerto durante cien mil afiosy 6 més bien todos los que han nacido. Ovente.—Ast lo creo. Manco.—Dime, acaso te llenan de terror esas fabulas que se cuentan del Cerbero de tres cabezas que esta 4 las puertas del infierno, del estruendo del Cocito, de la tra- vesia del Aqueronte, de Tantalo sediento y sin poder acercar el agua 4 la boca? jPor ventura te causa espanto aquel pefiasco que Sfsifo esta empujaado siempre con sudor y sin arribar 4 Ja cumbre? zTemes quiz4 4 los inexo- rables jueces Minos y Radamanto, contra los cuales no te podrégefender ni Lucio Craso, ni Marco Antonio, ni el mis- mo Deméstenes, sino que tendrés ti mismo que defenderte en un foro amplisimo? Sin duda temes todas estas esta3 cosas, y por eso has dicho quejla muerte es un mal eterno. Ovenrs.—Tan delirante me juzgas, que crea yo todas esas fabulast 6 MARCO TULIO CICEROR. Manco.—gNo las crees? Ovente.—No, absolutamente. Marco.—Haces mal en decirlo. Ovente.—Y gpor qué? Marco.—Porque podria yo mostrar elocuencia gomba- tiendo esas fabulas. Oyente.—Y jquién no ha de ser elocuente en tal asun- to, 6 qué necesidad hay de demostrar que son falsas las invenciones de los poetas y de los pintores? Marco.—Llenos estdn los libros de los filésofos de di~ sertaciones contra esas fabulas. Oyente.—Necedad grande me parece impugnarlas, ¢Pues quién es tan insengato que se deje persuadir semejantes cuentos? Manco.—Si en los infiernos no hay desdichas, no habra na:lie en los infiernos. Oyente.—Asi lo creo. Manco.— ;Dénde estan, pues, los que llamas infelices, o qué lugar babitan, porque, si existen, en alguna parte kan de estar? Ovsnre.—Yo creo que no estan en ninguna parte. Manco.—Por consiguiente no existiran. Ovents.—Ciertamente que no existen; y sin embargo, son infelices por lo mismo que no existen. Marco.—Mas quisiera yo que temieses al Cerbero que no que dijeses cosas tan inconsideradas. Ovente.—Y gpor qué? Marco.— gTe parece jcco absurdo decir 4 un mismo empo que un sér existe y no existe? {Donde esta tu agu- deza? Al llamarle desdichado, confiesas que existe el mismo cuya existencia niegas. iy Ovents.—No soy tan necio que diga semejante cosa. Marco.—jQué quieres decir, pues? Ovente.—Que 6s infeliz, por ejemplo, Marco Craso, que perdié toda su fortuna con su muerte; infeliz Cueo Pom- CUESTIONES TUSCULANAS. 7 peyo, que se vid privado de tanta dignidad y tanta gloria como tenfa; infelices, finalmente, todos los que carecen de la luz de esta vida. Marco —Siempre vuelves 4lo mismo. Pero ti negabas have un momento que existiesen de ningin modo los que habian muerto. Sino existen, nada pucden ser, y por con- siguiente tampoco pueden ser infelices Ovente.—No me explico acaso con bastante claridad. Yo tengo por la felicidad suprema el dejar de existir des- pués de haber existido. Manco.—zY qué cosa més infeliz que no haber exis- tido nunca? Por consiguiente, los que no han nacido son ya infelices porque no existen, y nosotros mismos, si después de la muerte hemos de ser infelices, desdichados fuimos antes que nacidos. Pero yo no me acuerdo de haber sido infeliz antes de haber nacido. Quisiera que me dijeses tu site acuerdas algo de esto, puesto que tienes mejor me- moria. Ovente.—Te burlas de mi, como si yo hubiera dicho que eran infelices los que no han nacido. Yo afirmaba que | eran tos muertos, 4 quien por lo mismo que existieron y no existen ya, los tengo por infelices. Marco.— {No ves que dices coses contradictorias? ;Y cual puede serlo més que el aplicar el calificativo de des- dichado & otro cualquiera al que no existe? ,Acaso cuando sales por la puerta Capena y ves los sepuicros de Calatino, de los Scipiones, de los Servilios, de los Metelos, los tie- nes por infolices? Ovenre.—Ya que tanto me apuras, no te diré de aqui en adelante que soz infelices, sino que me contentaré con Mamarlos asi. por lo mismo que no existen. Marco.—No dirds, pues, infeliz 4 Marco Craso, sino que diras: Marco Craso tn feliz. Ovente.—Asi es. Marco.—Como gi no fuese necesario el verbo ser, ora a MARCO TUILIO CICERON. lo pronuncies, ora lo omitas. ;Acaso no has aprendido la dialéctica? Uno de sus primeros preceptos es que todo axioma envuelve una declaracién de verdad 6 de falsedad. Cuando dices, pues, sinfeliz Marco Crasol & quieres decir Marco Craso es infeliz, para que podamos juzgar si esta proposicién es verdadera 6 falsa, 6 no quieres decir abso- lutamente nada. Oyente —Bueno: te concede que uo son infelices los que han muerto, ya que me has obligado 4 confesar que Jos que no existen no pueden ser ni siquiera infelices. Pero 490 somos desdichados los que vivimos sabiendo que he- mos de morir? ,Qué alegria puede haber en la vida cuando tenemos que pensar de dia y de noche en la muerte? Manco.—No comprendes qué mal has quitado de la con- dicién humana. Oventz.—gDe qué modo? Marco.—Porque si morir fuese una desdicha para los muertos, tendriamos un infinito y sempiterno mal en la vida. Oyente.—Ahora ya veo el puerto, y cusndo lleguemos 4 él, nada puede infundirnes ya temor. Marco.—Paréceme que sigues la sentencia de Epicarmo, hombre agudo y donoso como buea siciliano. Ovente.— {Qué opinién es esa? Masco.—Te la diré en latin, si puedo. Porque ya sabes que yo no suelo usar palabras latinas cuando hablo en griego, ni palabras griegas cuando hablo en latin. Ovente.—Y haces bien en eso. Pero jcual es esa opi- aién de Epicarmo? Manco.—Dice asi: «No quieras moric, pero no estimes en nada Ja muerte.» Ovente.—Ya comprendo Jo que-dir4 en griego. Pero puesto que me kas obligado 4 conceder que los muertos no son infelices, veamos si me pruebas que la muerte misma no es una infelicidad. CUESTIONES TUSCULANAS. 9 Marco.—No me eostzra mucho trabajo eso. Pero ahora quiero esclarecer antes otra cuestién mas importante. Ovente.—zY cual puede serlo mas? Marco.—La siguiente: Si después de la muerte no hay mal alguno, la muerte misma no es tampoco un mi), puesto que es{a cercana 4 un tiempo en que t4 mismo concedes que no se da mal alguno. Tendremos, pues, auc confesar que no es un mal. Ovente.—Quisiera que me lo explicases mas, porque esto es m4s espinoso, y antes me obligaras 4 confeserlo que 4 asentir 4 ello. gCudles son las cosas de mas impor- tancia de que ti hablabas? Marco.—Quiero probarte no sélo que la muerte no ¢3 un mal, sino que es un bien. Ovente.—No te pido esto, pero me alegraré de oirlo. Por mucho que hagas, no probards que Ja muerte no sea un mal. Pero no te interrumpiré; prefiero que hables en un razonamiento seguido. Marco.—Y qué, si te pregunto alguna cosa, gno me res= ponderds? Ovents.—Esto seria indicio de soberbia, pero te suplico que no me preguates mas de lo que sea necesario. Marco.—Procuraré complacerte y te responderé 4 lo quo me preguntes lo mejor que yo pueda. Pero no hablard. como el oraculo Pitio, ni te diré las cosas como ciertas y evidentes, sino como probables conjeturas que expone un hombre semejante 4 tantos y tantos otros. No tengo fun- damento ni razones para pasar mas alla de lo veros{mil. La certeza sdlo la hallaran aquellos que dicen conocer la esencia de las cosas y que se arrogan el nombre de sa- bios. Ovente.—Di lo que quieras; estoy dispuesto 4 escu- charte. Marco.—Lo primero que hemos de considerar es en qué consiste la muerte, la cual 4 primera vista parece una cosa 40 MARCO TULIO crcBRON. tan conocida. Hay algunos que creen que la muerte es la separaci6n del alma y del cuerpo. Otros opinan que no hay separacién alguna, sino que mueren juntas el alma y el cuerpo y que el] alma se extingue en el cuerpo. De los que creen que el alma se retira, unos opinan que se disipa, otros que permanece largo tiempo, otros que dura siempre. Hay luego gran divisién sobre el alma misma, sobre su ori- gen y sobre el lugar que ocupa. Unos cenfunden el alma con el corazén, y de abi las palabras excordes, vecordes, concordes, etc., y por eso Scipién Nasica, que fué des ve- ces consul, llamnaba 4 Elio Sexto: «Byregie cordatus homo.» Empedocles crefa que el alma era inseparable de la sangre Otres han creido que algunas partes del cerebro eran @ asiento de las principales facultades del a'ma. A otros no les parece bien que ni el corazén ni una parte del cerebro sean el alma misma; pero unos colocan en el corazén y otros en el cerebro el asiento propio y lugar del alma. Al- gunos creen que el alma y el aliento vital son la misma cosa. Zenén estoico confundié el alma con el fuego. Es- tas opiniones que he dicho de coraz6n, del cerebro, de la respiracién y del fuego, son las vulgares. Hay otras opi- niones- singu'ares, profesadas por muchos fildsofes anti- guos. En tiempos no muy remotos Aristoxene, misico y fildsofo, ensefié que habia en la naturaleza y disposicién del cuerpo cierto movimiento arménico, como el de los 80- nidos en el canto y en la musica. Casi todo lo que él dijo habfa sido explanado mucho tiempo antes por Platén. Xenécrates negé que el alma tuviera figura semejante al cuerpo, y la consideré como un verdadero numero, cuyo poder era grande en la naturaleza, cumo ya antes habia advertido Pilagoras. Su maestro Plat6n fingid un alma tri- ple, cuyo principado, es decir, la raz6n, puso en la cabeza como en su alcdzar, y separé de ella otras dos partes: la ira y el apetito, alojando la ira en ei pecho y el apetito bajo las entrafias. Dicearco, em aquei razonamiento que CUESTIONES TUSCULANAS. et tizo en Corinto y que desarrollé en tres didlogos, intro- duce en el primer libro 4 un cierto Pherecrates, anciano de Phtia, 4 quien supone descendiente de Deucalién, el eusl sostiene que el alma no existe y que es un nombre total- mente vaefo, lo mismo que el de animal y animado, y que men el hombre ni en la bestia bay alma, y que la fuerza, por medio de la cual nos movemos y sentimos, obra con igual energia en todos los cuerpos vivos, y no se separa del cuerpo, como que por si misma no es nada, ni existe otra cosa que el cuerpo uno y simple, dispuesto de tal modo que vegeta y siente obedeciendo 4 la fuerza de la natu- raleza, Aristételes, muy superior 4 todos los otros, exceptuando 4 Platén, en ingenio y elocuencia, después de haber sefia- lado aquellos cuatro prineipios de las cosas naturales tan conocidos de todo el mundo, pone por quinto principio cierto género de naturaleza de la cual procede el alma. El pensar, el prever, el aprender, el ensefiar, el inventar algo, y también el acerdarse, el amar, el aborrecer, el desear, el temer, el angustiarse, el alegrarse: estas y otras cosas semejantes no las deriva de ninguno de los euatro princi- pios que primero establece. Afiade un quinto principio sin nombre, aunque alguna vez le llama endelechia, como si quisiera decir movimiento continuo y verenne. Sino me engafio, estas son las principales opiniones acerca del alma. Omitiré las de Demécrito, varén ilustre ciertamente, pero que supuso formada el alma por el con- curse de leves y rotundos dtomos. No hay cosa alguna que los Epicdreos no expliquen por medio de los atomos. ;Cval de estas opiniones es la verdadera? Sélo un Dios podrd decirlo. gCual es la mas verosimil? Puede disputarse mu- cho. Qué quieres mas, que sentenciemos entre ellas 6 que volvamos 4 nuestro propésito? Oventé. — Desearia, ciertamente, entrambas cosas s) fuese posible; pero me parece dificil que no nos confun- 42 MARCO TULIO cicERén. dames. Lo esencial seria librarsos del miedo de la muerte, si pudiéramos. Pero sino hay otro medio que dilucidar antes esta cuestién del alma, tratémosia ahora si te parece. Marco.—Para mi sera siempre lo mds cémodo lo que th prefieras. No importa que sea verdadera una & otra de es- tas opiniones. La razén probardé que la muerte no es un mal, 6, por mejor decir, que es un bien. Si el alma es el coraz6n, 6 la sangre, 6 el cerebro, como es cuerpo morira con el resto del cuerpo; si es espiritu, quizA se disiparé; si es fuego, se apagaré; si es la armonia de Aristoxeno, se disolvera. ;Qué diras de Dicearco, que negaba absoluta- mente la existencia del alma? Segtin todos estos pareceres, nada puede temerse des- pués de la muerte, puesto que juntamente con la vida se pierde el sentido. Y el no sentir no es cosa alguna. Las opiniones de los demas, si acaso las prefieres, nos dan la esperanza de que puede el alma, cuando se sepata del cuerpo, subir al cielo, como 4 domicilio suyo. Ovenre.—En verdad que las prefiero: en primer lugar, porque asi es la verdad, y después porque, aun no sién- dolo, quisiera persuadirme de ella. Manco.—gPara qué me necesitas? ;Puedo yo vencer en elocuencia 4 Plat6n? Registra con cuidado su libro sobre el alma, y nada te quedara que desear. Ovents.—Ciertamente que le he recorrido muchas ve- ces, pero no sé lo que me pasa: mientras le leo me con- venzo; pero cuando dejo el libro y empiezo 4 pensar en mi interior sobre la inmortalidad del alma, todo este asen- 80 se destruye y desaparece. Manco.—zQué quieres decir con eso? ;Concedes que el alma dura después de muerta, 6 que perece con la misma muerte? Ovente.—Lo primero. Maaco.—Y zqué sucederé gi el alma persiste? Ovxnte.—Seré feliz. CUESTIONES TUSCULANAS. B Manco.—,Y si perece? Ovents.—No sera feliz, porque no existiré. Ya me obli- gaste antes 4 conceder esto. Manco.—jQué razén te mueve 4 considerar la muerte como un mal, puesto que la muerte nos hace felices si el alma persiste, 6 no nos hace infelices si carecemos de sentido? Ovents. — Expénme, si no te es molesto, en primer lugar si el alma puede vivir después de la muerte: en se- gundo lugar, y si no consigues esto, porque es dificil, pruébame, 4 lo menos, que la muerte esta exenta de do- lor. Yo temo mucho que sea un mal, no el carecer de sen- tido, sino el haber de carecer. ‘ Manco.—Ciertamente que para comprobar esta opinién puedo valerme de los mejores autores, lo cual en todos los casos debe y suele influir mucho. Y primeramente, puedo invecar el testimonio de toda !a antigiedad, que cuanto mas se acercaba 4 su origen y divina progenie, tanto me- jor conocia lo que era verdadero. Y asi, la opinién de todos aquellos antiguos, que Ennio llama Cascos, era que en la muerte cabe sentido, y que al salir de la vida no desapa- rece totalmente el hombre. ¥ esto puede colegirse, entra otras muchas cosas, del derecho pontificio y de las cere- monias de los sepulcros, que no hubiesen sido tan respe- tades por varones de tan preclaro ingenio, ni hubiesen és- tos castigado con tan inexplicable rigor su violacién, si hubiesen dudado, ni por un momento, que la muerte era una aniquilacién que lo destruye y borra todo, y no més bien una especie de emigracién y cambio de vida, el cual sirve para guiar al cielo 4 los ilustres varones y mujeres, y para retener 4 los demas en la tierra, sin que desaparez- can del todo. Por eso, segia la epinidn de los nuestres, Rémulo vive con los dioses en el cielo, segdn dijo Ennio, siguiendo Ja fama; y entre los Griegos, que nos comunica- ton este culto, y hasta ios dltimos Mmites del Océano, Hér- 4 MARCO TULIO CICERON. cules @3 venerado siempre como presente y como dios. La misma gloria obtuvieron el dios Baco, hijo de Semele, y los dos hermanos Tindéridas, de quienes se dice que no sdlo ayudaron en la batalla al pueblo romano, sino que también fueron nuncios de su victoria. Y qué, 4 Ino, hija de Cadmo, jno Ja llamaion los Griegos Leucothea, y Jos nuestros Matuta? Y qué mas: todo el cielo gno esta hen- chido por el g:nero humano? Y si quieres escudrifiar los escritos de los antiguos, y principalmente de los Griegos, tendrés que confesar que aquellos mismos dioses que se llaman majorwm gentium, pasaron desde la tierra al cielo. Pregunta por los sepul- eros suyos.que hay en Grecia; acuérdate de las historias en que has sido iniciado; consulta la tradicién universal. Los que todavia no alcanzaban ninguna noticia de 1a fisica, que sdlo muchos afios después empezé 4 ensefiarse, no Negaban 4 persuadirse sino de aquello que la naturaleza les indicaba; no comprendian las causas y razones de los dioses, y se dejaban guiar principalmente por las visiones nocturnas que les indicaban que aun vivian los que habfan pasado de esta vida. Yes raz6n muy firme para creer que existen dioses el que no hay ningiin pueblo tan salvaje ni tan barbaro en cuyo entendimiento no haya penetrado esta opinién de los dioses. Muchos tienen de ellos falsas y viciosas ideas, y - ssuele ser vicioso el culto que se les tributa; pero todos confiesan que hay una fuerza y naturaleza divina. Y esta ereencia no es nacida de la sociedad de los hombres 6 del consentimiento comin. No ha sido confirmada por las instituciones ni por las leyes, y eso, que en todo caso vale mucho el consentimiento universal y se debe tener por ley de la naturaleza. ,Quién es el que no llora la muerte de los suyos, porque los cree privados de las comodidades de esta vida? Quita esta opinién y quitards el luto. Nadie se entristece por su calamidad propia; y cuando nos delemos CUESTIONRS TUSCULANAS. chy y angustiamos, aquella lgubre lamentacién y aquel llanto procede de que creemos que los amigos queridos yacen privados de las comodidades de la vida y que lo sienten. Y este sentimiento nos le inspira la naturaleza, sin ciencia ni doctrina alguna. Grande argumento es también de la inmortalidad del alma el que la naturaleza nos da tacitamente por el cuidado que todos tienen de las cosas que han de suceder después de su muerte. Los que siembran Arboles que sdélo en otro: siglo han de florecer, como dice Stacio en sus Syxephebos, jcémo habfan de hacerlo si no creyeran que también los siglos futuros les pertenecen? gCémo habia de sembrar ar- boles el diligente labrador que no habia de ver de ellos flor ni fruto alguno? g¢émo habia de sembrar el gran ciu-. dadano leyes ni instituciones en la reptblica? ,Qué signifi- can la procreacién de los hijos, la propagacién del nombre, la adopcidn, los testamentos, los mismos monumentos se- pulerales y los elogios, sino que es natural en nosotros el pensamiento de lo futuro? Dudas acaso que la muestra y el dechado y ejemplo de la naturaleza humana debe to- marse de las naturalezas mas excelentes? Y jcudl hallards mejor entre los hombres que la de aquellos que se creen nacidos para ayudar, defender y conservar 4 sus semejan- tes? Hércules entré en el numero de los dioses. Nunca hu- biera legado si no se hubiese abierto é1 mismo el camino mientras vivia entre los hombres. Todo esto es ya antiguo y cunsagrado por la religién universal. ¥ en esta nuestra reptiblica, qué es lo que pensaron -antos y tan excelentes varones como se sacrificaron por ella? gImaginaron acaso que su nombre se encerraba en los mismos términos que su vida? Nadie, jamas, sin grande esperanza de la inmortalidad, se ofrecerta 4 la muerte por su patria. sPudo estar ocioso Temistocles, pudo Epaminon- das, pude yo mismo, para no ir 4 buscar ejemplos anti- guos y extrafios? Pero no s6 de qué suerte vive siempre en 48 MARCO TULIO cicrRON. el alma una especie de agiero 6 presagio de los siglos faturos; y esta sed de inmortalidad existe y aparece mas ea los grandes ingenios y en las almas elevadas. Y si qui- tas esto, ;quién ha de ser tan loco que viva siempre en trabajos y peligros? Hablamos ahora de los grandes ciudadanos; pero jqué piensas de los pvetas? jNo crees ti que después de la muerte desean ennoblecerse? {Qué es lo que inspird aquel epitafio? Mirad la imagen del antiguo Ennio, Que los hechos canté de vuestros padres. Ped{a premio de gloria 4 aquellos cuyos padres habla celebrado. Y e! mismo Ennio afiade: Nadie riegue con Hanto mi sepulcro, Que vivo siempre en boca de los hombres. Pero gpara qué hablar de los poetas? También los art{i- ces quieren ennoblecerse después de la muerte. gPor qué puso Fidias su imagen en el escudo de Minerva, donde no era licito escribir? g¥ qué haeen nuestros fildsofos? jPor ventura no escriben su nombre en esos mismos libros que componen sobre el desprecio de la gloria? Por tanto, si el consentimiento universal es voz-de la naturaleza y todos los hombres. que en cualquiera parte existen eonvienen que hay algo que puede importar 4 los que ya han salido de esta vida, claro es que nosotros de- demos creer lo mismo. Y si juzgamos que aquellos hombres que se aventajan en ingenio 6 en valor, como que son de condicién mas exce- lente, conocen mejor las fuerzas de la naturaleza, vero- simil es que siendo los mejores los que mas atienden al cuidado de la postéridad, debe haber algo que ellos puedan sentir después de la muerte. ¥ asi como naturalmente opi- namos que existen los dioses y conocemos por razén cuales CURSTIONRS FUSCULANAB. M1 sean, asf afirmamos, por el consentimiento universal Ja todas las naciones, que el alma subsiste, aunque s6lo la 1a 260 puede decirnos en qué morada habita 6 endl es su para- dero después de Ja muerte. La ignorancia de esto produjo Ja invencién de Jos infiernos, y aquellos terreres que ti pareces despreciar, no sin causa. Crefan los antiguos que cuando el cuerpo cafa en la tierra y era cubierto por ella 6 inhumado, pasaba bajo tierra el resto de la vida de los muertos. De esta opinidn nacieron grandes errores, que luego acrecentaron los poetas. Siempre hace grande efecto en el teatro, en cuyo auditorio abundan las muje- res y los nifios, aquellos tan resonantes versos: ‘Vengo det Aqueronte, por camino Aspero y duro, por horrendas grutas, De peiias escarpadas y pendientes, Do oculta densa noche los inflernos. Y¥ tanto prevalecié este error que ya me parece deste~ rrado, que sabiendo que los cuerpos se quemaban, fingie- ron, sin embargo, que ocupaban lugar en el infierno, lo cual‘no puede entenderse si suprimimes el cuerpo. No podian comprender que el alma viviera por si misma; buscaban siempre alguna forma 6 figura. De aqui nacieron las evocaciones finebres que Homero lama veawa, aquelia © ciencia nigromantica que mi amigo ‘Apio ejercitaba, ia fama que en estas cercanias alcanzé el lago Averno, Donde en las puertas de Aqueronte abiertas, Andan las almas en oscura sombra, Con falsa sangre y engaiiosa imagen Y suponen que estas imagenes hablan, lv cual es impo- sible sin lengua, sin paladary sin fuerza y figura de las fauces y de los pulmones. ° Les primeros hombres no podfan entender cosa alguna espiritual: todo lo referian 4 los ojos. Indicio es de grande entendimiento apartar la mente de los sentidos 7 el-pen- Tomo 16 MARCO TULIO ciceRdn. samiento de la costumbre. Creo ciertamente que en tantos siglos, otros muchos disputarfan sobre el alma; pero de lo que yo he lefdo resulta que Pherecides Sirio faé el primero que dijo que las almas de los hombres eran sempiternas; porque florecié reinando mi antepasado Numa. Acredit6 esta opinién entre sus discipulos Pitégoras, el eual vino 4 Italia reinando Tarquino el Soberbio, y admi- nistré la magna Grecia, con grande honor, autoridad y disciplina, floreciendo luego por muchos siglos el nombre de los pitagéricos, de tal modo, que ninguno parecia mas docto que ellos, Pero vuelvo 4 los antiguos. No soltan dar raz6n alguna de su opinién, sino que Ja explicaban por medio de néme- ros 6 figuras. Cuentan que Platén vino 4 Italia para cono- cer 4 los pitagéricos, y que en ella tralé, entre otros mu- chos, 4 Architas y 4 Timeo, y que aprendi6 todos los dog- mas de Pilégoras, vy que no sdlo creyé lo mismo que él acerca de la inmortalidad del alma, sino que fué el primero en dar Ja razén, la cual omitiremos, si no se te ocurre algo més, y dejaremos tcda esta esperanza de la inmortalidad, Ovente.—jY ahora me abangonas, después de haberme dado tan grandes esperarzas! Prefiero equivocarme con Platén, 4 quien yo sé cuanto estimas y 4 quien por causa tuya admiro tanto, mas bien que seguir lo verdadero coa todos esos que me has nombrado. Manco.—Ten valor. También yo me resignatfa 4 equivo- garme con Platén. Aunque en esto creo que no me equi- voco, poryue los matematicos nosepersuaden que situada la tierra en media del mundo, es como el punto céntrico de todo el cielo, y que es tal la naturaleza de los cuatro elementos engendradores de todos los cuerpos, que Io te- rreno y lo humano por su propio peso se dirige en 4ngulo - recto 4 la tierra y al mar; las otras dos partes son: la pri- mera ignea, y la otra animal; y asi como aquellos dos ele- mentos superiores se inclinaban por su gravedad y por su CUESTIONRS THSCULANAS. 49 peso él centro del mundo, asf estos otros dos asctenden por linea recta al cielo, ora sea que por su naturaleza ape- tecen lo superior, ora que una fuerza natural repela lo ve de lo leve. Siendo esto averiguado, se deduce que elalma, cuando sale del cuerpo, ora sea un espiritu ani- mal, ora respirable, ora fgneo, tiende hacia lo alto. Y si e} alma es un numero (opinién més sutil que clara), 6 bien aquells quinta naturaleza de tan pocos entendida, y que no tiene nombre, tanto mayor sera su integridad y pureza, y tanto mas se alejara de la tierra. El alma es, pues, alguna de estas cosas, porque un entendimienta tan enérgico no puede yacer sumergido en el corazén, en el cerebro 6 en Ja sangre, como pretendia Empedocles. Omitamos la opinién de Dicearco y de su condiseipulo Aristoxeno, hombres doctos, sin duda, de los cuales el uno ni siquiera parece haberse lamentado de no tener alma, segin su opinidn, y el otro de tal manera se des leita con su canto, que quiere referirlo todo 4 la misica. Podemos conocer la armonia por el intervalo de los soni- dos, cuya varia composicién produce un efecto arménico; pero no sé cémo la posicién de los miembros y Ia figura del cuerpo inanimado puede producir ningin género de armonfa. Pero Aristoxeno, aunque sea erudito, como lo es, tiene que conceder la palma en esta materia de la filosoffa 4 su maestro Aristételes. En cuante 4 él, debe limitarse 4 ensefiarla masica. Bien dice el preverbio de los Griegos:. «&jercitese cada cual en aquella arte que conoce.» Lo que debemos rechazar totalmente es el concurso for= tuito de los 4tomes leves y redondos que Demécrito, sin embargo, supuso dotados de calor y de respiracién, y por consiguiente, animados. Este espiritu animado, que ha de pertenecer 4 alguno de los cuatro elementos Ge quienes todas las cosas proceden, es necesario que comprenda to- das las cosas superiores, como le parecié 4 Panecio. Ni el fuego ni el aire tienen inclinacién alguna hacia lo inferior, 20 MARCO TULIO CICERON. yal econtrario, tienden siempre hacia arriba. Por eso, si se disipan, pasa esto lejos de la tierra, y si permanecen y con- servan su modo de ser, e8 necesario que se dirijan al cielo yque rompan y dividan esta atmdsfera gruesa y pesada proxima 4 la tierra. Es mucho mis cdlida y mas ardiente el alma que este aire que he llamado craso y espeso. Y asi puede entenderse cOmo nuestro cuerpo, formado de ele- mentos terrenos, se calienta con el ardor del alma. Para que el alma mas facilmente traspase y rompa este aire que ilamo craso, hemos de tener en cuenta que nada es més veloz que el alma y que no hay rapidez alguna que pueda compararse con la suya. Y si el alma permanece iaco- rrupta é idéntica 4 si misma, es necesario que penetre y divida todo este cielo en que se congregan las nubes, Jas lavias y los vientos, el cual es hamedo y caliginoso por las exhalaciones de la tierra. Y cuando el alma ha tras- pasado esta regidn y ha alcanzado y conocido una natura- leza semejante 41a suya, jintase con un espiritu tenue y templado por el ardor del sol, domina el fuego y cumple su fin, elevandose todavia mas. Cuando ha alcanzado una ligereza y un calor semejante al suyo, se ercuentra come cn baianza y no se mueve ni 4 una parte ni 4 otra. Enton- ces es su natural asiento cuando penetra en una atmésfera semejante 4 la suya, en la cual, no careciendo de cosa al- guna, ge alimentaré’ y se sustentar4 con los mismos ele- mentos con que se nutren y sustentan las almas, XY asi como el ardor del cuerpo suele inflamarnos para touo género de apetitos y nos mueve 4 emu'acién contra los que poseen las cosas que nosotros deseamos, asi nuestra felicidad sera completa cuando, abandonando el cuerpo, nos veamos libres de estos apetitos y deseos, y lo que ahora alguna vez hacemos cuando estamos libres de cuidados, es decir, 6) dedicarnos 4 la contemplacién, en- tonces lo podremos hacer mucho més libremente, y pon- dremos todo nuestro empeio en examinar y penetrar de CURSTIONES TUSCULANAS. 2 cerca todas las cosas, ya que por naturaleza hay en nues- tros entendimientos un insaciable amor 4 la verdad; y los mismos lugares 4 donde llegaremos, al darnos més facil el conocimiento de las cosas celestiales, tanta mayor codi- cia nos infundiran de conocerlas. Esta misma hermosura hizo nacer en la tierra aquella filosofia patria y antigua de que habla Teofrasto, encendida por el, amor del conoci- miento. Y principalmente gozaron de ella los que, aun cuando habitaban esta tierra, cercados como estaban de opacas nieblas, sin embargo deseaban por alteza de en- tendimiento abandonar y despreciar lo terreno. Por lo cual, si ahora juzgan baber conseguido algo los que vieron las bocas del Ponto y aquellos estrechos por donde penetré la nave que llamaron Argos, porque cm- barcados en ella los varones escogidos de Argos, buscaron Ja dorada piel del Vellocino; 6 los que han visto aquel es- trecho del Océano, donde la onda rapaz divide 4 Europa de Ja Libia, yqué espectéculo sera el nuestro cuando podamos contemplar toda la tierra y su situacién, forma y limites, y las regiones habitables y las que earecen de toda cultura, por exceso del calor 6 del frio? Nosotros ahora ni siquiera vemos con los ojos lo que tenemos delante de ellos. Porque el cuerpo mismo no tie- ne sentido, y como nos ensefian no sélo los fisicos, sino también los médicos, que ven todos los érganos msnifics- wos y patentes, hay ciertos caminos que, perforadus desde el cerebro 6 asiento del alma, van 4 dar 4 los ojos, 4 los oidos, 4 la narices. Por eso cuando el pensamiento 6 al- guna enfermedad nos lo impiden, aunque tengamos abier- tos é {ntegros los ojos y los ofdos, ni vemos ni oimos; per donde facimente puede entenderse que es el alma la quo ve y la que oye, y no aquellos érganos que son come las ventanas del alma, por las cuales, sin embargo, nada pue- de Hegar al entendimiento, si el entendimiento mismo no asiste 4 su obra, 7 MARCO TULIO CICERON. Y mo vemos que con el mismo eatendimiento compren- demos cosas tan desemejantes como el color, el sabor, el calor, el olor, el sonido, que el alma ao podria conocer por intermedio de los cinco sentidos, si todo ello no se re- fieriese 4 la conciencia, que es el unico juez de todas las sensaciones? Y estas cosas se verdn mas puras y claras cuando, libre cl alma, llegue 4 donde la naturaleza la gufa. Pues shora, aunque la naturaleza haya fabricado con su- tilfsimo artificio aquellas ventanas del cuerpo hacia el alma, sin embargo estan en cierto modo interceptadas por cuer- Pos terrenios y espesos. Pero cuando nada quede sino el alma,no habra ningdn objeto que la impida pereibir las Cosas tales como son en si, Si el asunto lo reclamase, facil nos serfa aeclarar copio- samente cudntos, cudn varios y cudles espectaculos ha de disfrutar ef alma en las regiones celestiales. Pensando en esto, suelo admirarme mucho de la jactancia de algunos fildsofos que tanto se extasian con el conocimiento de la naturaleza, y 4su inventor y principe le veneran tanto, que legan 4 considerarle como dios, puesto que se dicen libertados por él de dos pesadisimos tiranos: un terror sempiteroo, y un miedo continuo de noche y de dia. jDe qué terror y de qué miedo? ,Qué vieja bay tan delirante . que tema estas cosas que vosotros mismos temerfais sino hubieseis aprendido fisica: los templos del Aqueronte, las profundidades del Orco, la palida muerte y las mansiones caliginosas y cercadas do eterna niebla? No es vergiienza para un fildsofo gloriarse de que no teme estas cosas y de que ha conocido que son falsas? De donde puede inferirse cuén sagaces son por naluraleza jos que creen estas cosas sin doctrina. No pienso que sea gran descubrimiento el haber aprendido que cuande el tiempo de la muerte llega, el hombre ha de perecer totalmente. Y aun cuando esto sea verdad, lo cual no afirmo ni tam- poco niego, gqué hay en ello de alegre ni de gloriogo? Asi CUESTIONES TUSCULANAS. Ss que yo no veo raz6n alguna que pruebe ser falsa la senten- cia de Pitagoras y de Platén. Y aunque Platén no alegara razda alguna, su misma avtoridad, que yo respeto tanto, me bara mucha fuerza. Pero tantas razones da, que me parece que desea persuadir 4 los. demas de aquello de que él nose pabia persuadido con certeza. Muchos Jo combaten, 6 imponen al alma pena capital; y no tienen otra raz6n para que les parezca increible la eternidad del alma, sino la de no poder explicar cémo el alma, privada del cuerpo, puede entender y pensar. Como si supieran lo que es el mismo cuerpo, y cual es su forma, su magnitud y el lugar que ocupa; como si pudie- ran en un hombre verse todos los érganos que ahora estan ocultos, 6 como si fuese tal su delicadeza que escapase del andlisis. . En buen hora crean esto los que niegan que el alma, sin el cnerpo, pueda conocerse 4 sf misma. Ellos verén cémo la conciben obrando dentro del mismo cuerpo. A mi, cuan- do considero la naturaleza del alma, mucho mas dificil y mucho mas oscura me purece la consideraciéa de eémo el alma puede existir en el cuerpo, mansién tan ajena de ella, que el pensar cémo ha de existir cuando salga del cuerpo y vuele al libre cielo como 4 su propia casa. Si no podemos entender cémo es lo que nunca vimos, cierta- mente que no podremos abrazar con el pensamiento al mismo Dios y al alma divina libertada del cuerpo. Dicear- co y Aristoxeno, por serles dificil de entender la esencia 6 la cualidad del alma, declararon que absolutamente no existia. : Gran cosa es, sin duda, contemplar el alma con el alma misma; y esta fuerza tiene el precepto de Apole, que nos exhorta 4 que cada cual se conozca 4sf mismo. No nos manda, segiin creo, que conozcamos nuestros miembros, estatura 6 figura, ni nosotros somos cuerpos; y cuando yo te hablo a U, no hablo a w cuerpo, Cuando se nos dice, pues, 24 MARCO TOLIO cICERdN. condécete 4 tf mismo, lo que se quiere decir es: conoce 4 tu alma. Porque el cuerpo es como un vaso 6 receptaculo del alma. Lo que tu alma hace, aquello haces tu. Este co- nocimiento si no fuese divino no seria precepto de alti- sima sabidurfa, de tal manera que pudiera atribuirse 4 un dios. Gran cosa es conocerse 4 sf mismo. Pero si el alma mis- ma ignora lo que el alma es, dime, te lo rnego: gui siquiera sabra que existe, pi siquiera sabra que se mueve? De aqui nacié aquella razén platénica que Sécrates explica en el Fedro, y que yo he puesto en el libro vi De Reptiblica: «Lo que siempre se mueve es eterno. Lo que imprime movimiento 4 otra cosa y lo que se mueve por si mismo cuando este movimiento acaba, es nécesario que tenga un fin de vida. Por consiguiente, sélo lo que se mueve 4 sf mismo, como nunca estd abandonado por si mismo, nunca deja tampoco de moverse, y es fuente y principio de mo- vimiento para todas las demas cosas que se mueven. El principio no tiene origen alguno, pcrque del principio nace todo; pero 61 mismo no puede nacer de otra cosa, porque no seria principio si se engendrase de otra parte. Si no nace nunca, tampoco puede morir jamas. Extinguido el principio, no puede renacer de otro, ni crear de si propio otro principio, siendonasi que es necesario que del princi- pio nazca tedo. De aqui se infiere que es principio del me- vimiento porque se mueve 4 si mismo. No puede nacer ni morir, 6 sera necesario que todo el cielo se pare 6 que se detenga el curso de la naturaleza, sin que obtenga fuerza ulguna para moverse como antes. Siendo evidente que es eterno lo que ce mueve 4 si mismo, gquién habré que deje de conceder esta naturaleza 4 las almas? Inanimado es todo lo que se agita por impulso exterior. Lo que es ani- inal se mueve por movimiento interior y propio suye, por- que esta es la fuerza y naturaleza propia del alma. ¥ si hay uno entre todos los seres que se mueva siempre 4 sf CUESTIONES TUSCULANAS. s mismo, 00 kay que dudar que jamds ha nacido y que es eterno.» Aunque se nos opongan todos los filésofos plebeyos (Ila- mo asi y asi debe ser llamado el que se separa de Platén, da Sécrates y de su escuela), nunca podran explicar con tanta elocuencia la razén ni entender siquiera la sutileza de esta conclusién. Siente el alma que se mueve, y cuando lo siente, siente al mismo tiempo que se mueve por fuerza propia y no ajena, y no puede suceder que el alma se ubandone 4 si misma. De aqui nace la eternidad, si esta conclusién no te parece violenta. Ovente.—A mi, en verdad, no se me ocurre cosa nin- guna en centra, y asi, me inclino de toda voluntad & tu raz5n. Marnco.—Y 4 qué viene eso? gCrees ti que son de menos fuerza las opiniones que declaran que hay en el‘alma del hombre una inteligencia divina? Y si yo pudiese ver cOmo - nace, podria declarar también cémo muere. Me parece qué puedo decir cémo se han formado la sangre, 1a bilis, la pituita, los huesos, los nervios, las venas y toda la dispo- sicida y figura de los miembros y de todo el cuerpo. En cuanto al alma misma, si ninguna otra cualidad tuviese sino el que vivimos por ella, creeria yo que tan posible era ala naturaleza sustentar la vidadel hombre camo la de la vid 6 la del arbol, de los cuales también decimos que viven. Y si ninguna otra cualidad tuviese el alma de) hombre sino la de apetecer 6 rechazar, también ésta le seria comin con Jas bestias. Pero, en primer lugar, el hom- bre tiene memoria infinita de innumerables cosas; la cual Platén tiene por reminiscencia de una vida anterior. En el didlogo que Mama Afendn, introduce 4 Sécrates pregun- tando 4 un muchacho sobre la dimensién geométrica de un evadrado. Le responde como nifio que es, pero tan fa- ciles son las interrogaciones, que respondiende gradual- mente llega al mismo resultado que si hubiese aprendido 8 MARCO TOLIO ciceRén. Ja geometria. De donde quiere inferir Sécrates que et aprender no es otra cosa sino recordar. Y esto lo explica mucho mejor en aguel razonamiento que tuvo el mismo dia que salié de esta vidaepues en él ensefia que cualquier hombre que no sea del todo rudo y responda 4 quien le in- terrogue bien, declarara que no aprende entonces las cosas, sino que las conoce por reminiscencia, y ne podria suce- der en modo alguno que los nifios adquiriesen tantas no- ciones si e] alma, antes de entrar en el cuerpo, no hubiese aleanzado algin conocimiento eo otra existencia. Y no siendo el cuerpo nada, como en muchos lugares ensefia Plat6n, puesto que 61 no considera como verdadero sér al que nace y.muere, ni admite otra existencia que la de la dea 6 especie que permanece siempre idéntica 4.sf misma, no puede el alma, encerrada en el cuerpo, conocer estas cogus: conocidas las trajo, y asi se destierra 1a admiracién de tal conocimiento. Y todo esto no lo ve el alma cuando de repente emigra 4 un domicitic tan insdlito y tan pertur- bado, sino que lo reconoce y recuerda cuando se recoge dentvo de &. Bi aprender, pues, 00 e8 cosa distinta del re- cordar. + Pero yo admire tocevia més ia thémoria. Qué imstinto os este con el cual nos acordamos, 6 qué fuerza tiene, 6 de dénde ha nacido? No hablo de aquella memoria asom- brosa que. tuvo Siménides, 6 Theodectes, 6 aquel Cineas que fué enviado por Pirro de embajador al Senado, 6 Carneades, 6 Scepsio Metrodoro, que murié hace poco, 61a que tiene abora nuestro Hortensio; hablo de la memo- ria compn de todos, y principalmente de le de aquélios que se ejercitan en algin estudio y arte, cuya memoria es tan honda que es dificil determinar hasta dénde llega. 4A donde va 4 parar este razonamiento? Facil me parece declarar qué fuerza es esa y de dénde viene. No es cierta- mente del coraz6n, ni de la sangre, ni del cerebro, ni de las dtomos. No 36 gi el alma es aire 6 fuego, y no me aver CUESTIONES TUSCULANAS. bf glienzo como esos filésofos de confesar que lo ignoro. Pero si pudiese afirmar alguna cosa en negocio tan oscuro, jurarfa que el alma es divina, ya la consideremos como aire, ya como fuego. Y qué opinas ta, que el poder maravilloso de la memo- ria ha sido engendrado, 6 nacido en la tierra, 6 en ese ne- buloso y caliginoso cielo? Aunque no conozcas su esencia, ves sus efectos. Y si no puedes juzgar de la cualidad, 4 lo menos juzgaras de la cantidad. yHemos de creer que hay en ouestra alma una capacidad efi la cual se derraman como en un vaso las cosas que son objeto de la memoria? Absurdo me parece esto, porque ;cémo eutiendes ese fondo, 6 esa figura del alma, 6 esa capacidad? ;Crees que en el alma se imprime como en cera, y que la memoria guarda las huellas de los casos pasados en la mente? .Qué buellas pueden dejar las palabras en las cosas mismas? Y ad6nde tan inmenso numero de objetos ha de dejar tan inmenso nimero de huellas? Y yqué diremos de aque- las facultades que investigan lo oculto y que llamamos invencién y cogétacidn? ;Te parecen de naturaleza terre- na, mortal y caduca? ;Qué te parece del primero que impuso nombres 4 todas las cosas, lo cual 4 Pitégoras le parecia el término de la sabidurfa, 6 del primero que con- gregé en sociedad 4 los hombres dispersos, 6 del que re- dujo 4 pocas letras los sonidos de la voz, que parecian in- finitos, 6 del que .oté el curso y la progresién de las errantes estrellas? Todos estus fueron grandes hombres, y todavia mayores los que inventaron el arte de cultivar los campos, los vestidos, las edificaciones de las casas, la cultura de la vida, la defensa contra las fieras, los que amansaron y civilizaron la especie humana, llevandola desde las artes necesarias hasta las artes mas agradables. Entonces se invent6 el arte de agradar 4 los ofdos por la naturaleza de los sonidos y su arménica variedad, y el conocimiento de los asiros, ya de los que permanecen 28 MARCO TULIO cacERON. fijos, ya de los que llamamos errantes, aunque no lo sean. El que pudo entender sus conversiones y sus movimien- tos, bien claro probé que su alma era semejante 4 la de aquel que habia fabricado el mismo cielo. Cuando Arqui- medes aprisioné en suesfera el movimiento de la Luna, del Sol y de tos cinco planetas, hizo le mismo que aquel dios de Platén en el Zémeo, al crear el mundo y regir por una misma ley de tardanza y de celeridad movimieatos tan desemejantes. Y asi como este mundo no hubiera podido hacerse sin intervencién de un dios, asi Arquimedes no hubiera podido imitar aquel movimiento en fa esfera sin su ingenio divino. Ni aun las cosas mas conocidas y sencillas me parecen posibles sin esta fuerza divina; y asi, yo no concibo el canto grave y numeroso del poeta, sin algtin celeste ar- dor de su mente, ni entiendo que la elocuencia pueda sin. este divino impulso correr abundante en palabras y co- piosa en sentencias. La filosofia misma, madre de todas las artes, yqué es, segtin el parecer de Platén, sino un don, 6 por mejor decir, una invencién de los dioses? Esta nos en- sefié primero 4 venerarlos, y nos educé después en el de- recho humano, base del vinculo social, y en la modestia y magnanimidad, y disipd les tinieblas del alma, como las de los ojos, para que conociésemos todo lo creado, lo su- perior y lo inferior, lo primero, lo dltimo y lo medio. Ciertamente me parece divina esta fuerza que preduce tantos y tan excelentes resultados. gQué es la memoria de las cosas y de las palabras? Qué es la invencién? Sin duda es cosa tan excelente, que ni siquiera en Dios la po- demos imaginar mayor. Yo creo que los dioses no, se ale- gran ni con la ambrosfa, ni con el néctar, ni con la Ju- ventud que les administra la copa. Ni hago caso de Ho- mero el cual refiere que Ganimedes por su extraordina- ria hermosura fué arrebatado por los dioses para servir 4 Jove el néctar. No me parece bastante causa esta para CURSTIONES TUSCULANAS. a9 que se hiciese 4 Laomedonte tal injuria. Tales eran las ficciones de Homero, trasMidando lo humano 4 lo divino. Mas valia que lo divino se trasladase 4 nosotros. Y gqué entendemos por cosas divinas? Vivir, saber, inventar, acordarse. Por consiguiente, el alma esdivina, y Euripides ge atreve 4 llamarla Dios; y si Dios es espiritu, 6 fuego, también lo es el alma del hombre, Pues asi como la na- turaleza celeste carece de tierra y de agua, asf también elalma. Pero si hay uoa quinta naturaleza, introducida por Aristételes, es comun 4 les dioses y al alma. Siguiendo nosotros este parecer, hemos dicho lo mismo en nuestra Consolaciém: «No podemos encontrar en la tierra el origen del alma.» Porque nada hay en el alma mixto ni conereto, ni que parezca formado y nacido de la tierra; nada himedo, estable 6 igneo. Nada hay en la na- turaleza que tenga 1a facultad de la memoria, de la razén del pensamiento; nada que conserve lo pasado y prevea lo faluro y pueda abrazar lo presente; todo lo cual es obra divina. Nadie encontrard jamas el origen de estas cosas, si no las referimos 4 un dios. Es, pues, singular !a naturaleza y facultades del alma, muy distintas de esas otras naturalezas conocidas y vul- gares. Cualquiera que sea este priacipio, que siente, que sabe, que quiere, que vive, necesariamente es celestial y divino, y asf es precise que sea eterno. Ni el dios mismo que nesotros entendemos puede ser concebido de otro modo que como un entendimiento separado y li- bre, segregado de toda concrecién mortal, sintiéndolo todo y dotado de un movimiento sempiterno. Esto en ge- neral; y de la misma naturaleza es el entendimiento hu- mano. Dénde reside, pues, 6 como es este entendimiento gpuedes decirlo tG? Si no tengo para entender todos los instrumentos que yo quisiera, no me sera licito usar de los que tengo. No tiene tanta fuerza el alma que pueda contem- Plarse 4 si misma; pero él alma, lo mismo que los 0)03, 20 30 MARCO TULIO CiceRON. se ve 4 sf misma y ve otras cosas distintes. Me dirds qué no ve su forma, lo cual importa poco. Quiza sea verdad, aunque yo creo que también la ve; pero conoce su fuerza, su sagacidad, su memoria, su movimiento, su rapidez. Grandes, divinas, sempiternas son estas cosas. Qué rostro tiene 6 dénde babita, no es punto que debe preocuparnos. Pero cuando vemos el azul del cielo; la rapidez de su conversién, que es mayor que cuanto nosotros podemos _imaginar; la sucesién de los dias y de las noches; las cua tro estaciones, tan admirablemente ordenadas para la ma- durez de los frutos y para la templanza de los cuerpos; el Sol, que es guia y moderador de todos estos movimien- tos; y la Luna, con el crecimiento y decrecimiento de su luz, como notando y significando la sucesién de tos dias; y el movimiento arreglado y constante de los cinco planetas del zodiaco, dividido en doce partes, pero teniendo cada cual de los planetas movimientos tan diversos entre sf; y las nocturnas apsrienciss del cielo, ornado por donde quiera de estrellas; y el globo de Ja tierra, dominando el mar y fijo en medio del universo, habitable y cultivado en dos zonas, voa de las cuales, la que nosotros habitamos, esta puesta bajo el eje y dominada por las siete estre- llas, de donde el horrible aquilén congela con estruendo sus hielos y sus nieves, y la otra, la regién austral, desco- nocida para nosotros, la que los Griegos llaman anticthona; y las demés partes incultas por el exceso de (rio 6 de ca- lor, y vemos que en esta tierra donde habitamos jamas deja en su debido tiempo de brillar el cielo, de florecer los Arboles, de vegetar la vid, alegre con el peso de los pam- panos, de encorvarse las ramas de los Arboles cargadas de fruto, de derramarse abundantemente las nieves, de flo- recer todas las cosas, de correr las fuentes, de cubrirse de hierba los prados (como dijo Ennio), y vemos luego la multitzd de bestias dtiles, unas para el alimento, otras para el cultivo de los campos, otras para tirar del carro, CORSTIONES TUSCULANAS. at otras para vestir los cuerpos; y, finalmente, consideramos ‘ai hombre mismo contemplador del cielo y de los dioses y venerador de ellos, y tendemos la vista 4 los campos y 4 jos mares, que obedecen todos 41a utilidad del hombrc* cuando vemos todas estas y otras innumerables cosas, spo- demos dudar que preside 4 ellas algin artifice supremo, hacedor y moderador, ora hayan tenido las cosas principio, como Platén juzg6, ora hayan sido eternas, como opina Aristételes? Asi al entendimiento humano, aunque no lo ves en si mismo, como no ves 4 Dios, sin embargo le conoces como Dios; y asf, por la memoria de las cosas, por la in- vencién, por Ja celeridad det movimiento y por la hermo- sura de Ja virtud, tienes que reconocer la fuerza divina del . entendimiento. S 4£n qué lugar reside el alma? Cree que en la cabeza, y puedo dar razones para ello; pero de esto mas adelante trataremos. Abora sdlo debo decir que donde quiera que esté el alma, ciertamente esté en ti. Y zeudl es su natura- teza? La propia y peculiar suya. Aunque la supongas ignes, aunque la supongas aérea, nada tiene que ver esto con lo que tratamos. Ahora s6lo debes considerar que asi como conoces 4 Dios, aunque ignores el lugar que ocupa y su forma, asi debes conocer elalma, aunque ignores su forma y su lugar. Y en el conocimiento del alma no podemos du- dar, 4 no ser que seamos totalmente rudos en Ia fisica, que nada hay en el alma mezclado, nada concreto, nada com- puesto, nada aglomerado, nada doble. Siendo esto asf, es evidente que el alma no puede separarse, ni dividirse, ni disgregrarse, ni morir por consiguiente. Porque la muerte es como una divisién y separacién de aquellas partes que antes de ella tenfan entre si alguna unidn. Movido por esia y semejantes razones, Sdcrates ni bused abogado para su juicio capital ni suplicé 4 los jueces, sino que, al contrario, mostré libre contumacia, nacida de mag- Ranimidad y no de soberbia, y en el ultimo dia de su vida $3 WaRCO TuLtO cicendn. diserté largamente sobre estas mismas cosas; y pocos dias antes de morir, pudiendo facilmente haberse escapado de la cércel, no quiso, y teniendo ya en la mano la copa mor- (ifera, hablé de tal manera que no parecié que caminaba hacia‘la muerte, sino que queria subir al cielo. Crefa, pues, y ensefié que hay dos caminos para el alma cuando sale del cuerpo. Los que se han contaminado con los vicios humanos y se han entregado de todo punto 4 la liviandad, encenagdndose en los vicios demésticos y en las afrentas, 6 los que han cometido fraudes inexpia- bles contra su republica, siguen un camino torcido y que Jos lleva mas lejos del concilio de los dioses. Pero los que 6e han mantenido fntegros y castos, y los que no han te- ido contagio alguno con el cuerpo, y los que se han apar- tado siempre de ellos y ban imitado en los cuerpes huma- nos la vida de Dioses, tienen facil la vuelta 4 aquel punto de donde han procedido. Y asf, advierte que todos les buenos y los doctos deben hacer lo mismo que los cis- hes, que no sin causa son dedicados 4 Apolo, ya porque parece que han recibido de 61 el don de Ja adivinacién, ya. porque, previendo el bien que van 4 recibir con la muerte, mueren entre cantos y alegrias. ¥-de esto no podria dudar nadie si no nos acenteciese, cuando pensamos con mucho ahinco sobre el alma, lo mismo que suele suceder 4 los q26 fijan sus ojos en el sol moribundo, perdiendo 4 veces {totalmente la vista. Asf la vista del alma, que se contem- ¥la 4 si misma, se fatiga 4 veces, y por esta causa perde- mos la diligencia de la contemplacién. ¥ asi nuestro razo- namiento, dudando, mirando hacia una parte y otra, vaci- Jando, considerando las razones en pro y en contra, fluctia tomo una nave en medio del inmenso Océano. Pero todos estos ejemplos sen antiguos y tomados de los Griegos. Catén salié de esta vida de tal modo que se ale- gtaba de haber alcanzado justa causa de morir. £1 Dios yue domina en nosotros nes prohibe salir de e:?3 CUESTIONES TUSCULANAS. st vida sin voluntad suya. Pero cuando este Dios nos ha dada causa justa, como se la dié entonces 4 Sdcrates, y ahora 4 Catén, y después 4 otros muchos, ciertamente que el varén sabio saldr4 alegre desde estas tinieblas 4 la luz. No rom- pera las cadenas de su cércel, porque las leyes se lo prohi- ben; pero saldré llamado por el Dios, como si algan mazis- trado 6 potestad legitima le Hamase. «Toda la vida de los fildsofos, dice Gi mismo, es una preparacién para la muerte.» : iY qué otra cosa hacemos cuando apartamos aouestra alma del deleite corporal, 6 del cuidado de la hacienda, que es ministra del cuerpo, 6 de la reptiblica, 6 de todo negocio y ocupaciée? ,Qué hacemos cuando llamamos al aima 4 si misma y la obligamos a estar consigo y la apar- tamcs del cuerpo? Separar el alma del cuerpo no es otra cosa que aprender 4 morir. Acordémenos, pues, de esto, amigo mfo, y separémonos del cuerpo, y acostumbrémo- nos ala idea de la muerte. Este modo de vivir mientras estamos en la lierra, sera semejante 4 la vida celestial, y cuando hayamos roto estas cadenas, menos se retardara el curso de nuestra alma. Los que han estado mucho tiempo en grillos, hasta cuando los sueltan, caminan con tardio paso. Cuando Ilegamos 4 soltarlos del todo, entonces se puede decir que vivimos, Esta misma vida que hoy vivi- mos es verdadera muerte y digna de lamentar-e. Ovente.—Bastante la has lamentado en tu Consolacién, Cuando la leo, nada deseo tsnto come aband -nar el mundo; y ahora, después de oirte, lo deseo muchisi- mo mas 7 Manco.—Tiempo vendré, y muy pronto, en que lo desees de veras, 6 en que te arrepientas de haberlo deseado. EL tiempo vuela. Tan lejos esté de ser la muerte un mal, como antes te parecia, que yo temo que no haya ningdn otro bien para el hombre, si es cierto que hemos de ser dioses 6 hemos de vivir con los dioses. Tono v. 3 34 MARCO TULIO crcenN. Ovenre.—Y qué importa! no falta quien dey do © aprobor cstas opiniones. Manco.—Pero yo no dejaré este razonamiento sia in haberle probsdo que de ningia modo puede ser Ja muerte un mal. Ovente.—Y jcémo puedo creerlo ya después de haberte ofdo? Maaco.—jCémo puedes! gy me lo preguntas? Hay legio- nes de fildsofos que sostienen.lo contrario; y no s6!o los Epictireos, 4 quienes yo no desprecio, pero 4 quienes no sé por qué razén casi todos ios doctos estiman poco, sino que también mi amigo Dicearco diserté vigorosani nte cou- tra la inmortalidad, eseribiendo tres libros, que ilamé los Lesbiacos, porque pasa la escena en Mitylene, en los cua- Jes quiere probar que el alma es mortal. Los Sstoicos nos conceden el use de la vida como 4 las cornejas: afirman que el alma permanecer4 largo tiempo, pero niegan que dure siempre, aQuieres que te pruebe que, aunque esto sea asi, Ja muerte no debe considerarse como un mal? Ovente.—Asi me parece; pero nadie puede convencerme de que no es-verdadera'la inmortalidad. Marco.—Te alabo este propdsito, aungue no conviene confiar demasiado. Siempre persuade alguna conclusién aguda: vacilamos y mudamos de parecer aun en las cosas mas claras, porque aun en ellas cabe oscuridad. Debemcs, pues, estar preparados para todo evento. Ovente.—Asi es; pero yo procuro que tal defensa no sea necesaria. Manco.—{Por qué hemos de abandonar 4 nuestros ami- gos los Estoicos, los cuales conceden que el alma vive después de haberse separado del cuerpo, pero que no vive elernamente? Conceden lo més dificil, esto es, que cl alma puede vivir separada del cuerpo, y no conceden que sea inmortal, lo cual es mucho mas facil de creer y es couse - cuenc-a forzosa de la que couceden. ‘CUESTIONES TUSCULANAS. i Oventz.—Biea haces en reprenderios; pero do este modo van las cosas. Manco.—jCreeremos, pues, 4 Panecio, que disiente de su maestro Platén, 4 quien en todas partes llama divino, sapientisimo, santisimo, Homero de los fildsofos, pero en el cual reprueba s6lo su opinién acerca de la inmortalidad de} alma? Sostiene lo que nadie niega: que todo sér nacido mere. Es asi que el alma nace, como lo declara la seme- jauza de Ja procreaci6n, 1a cual es no sdlo de los cuerpos, sino del cntendimiento; luego el alma no es inmortal. Ota raz6n da, es 4 saber: que no hay dolor alguno que no suponga alguna enfermedad. Es asi que todo el que padece alguna enfermedad ha de morir; luego el alma, que tiene dolor, ha de morir forzosamente. Todo esto puede refutarse. Es una ignorancia, cuando s6 habla de la eternidad del alma, no entenderla del enten- dimiento, que est& libre de todo movimiento desordenado, sino de aquellas partes que estan sujetas dla enferme- dad, 4 la ira y al apetito, las cuales el mismo’ filésofo con- tea quien disputamos supone separadas y distintas del alma. Y esta semejanza se ve todavia mas en las bestias, que carecen de raz6p. 7 La semejanza de ios hombres consiste principalmente en su figura corporal, é importa mucho, para conocer el alma misma, saber en qué cuerpo esta colocada. Mucho contri- buye el cuerpo 4 aguzar e] entendimiento; mucho éentor- — pecerle. Aristételes dice que todos los ingeniosos son me+ lancélicos, y asi no me descontenta el ser rudo. Después de enumerar muchos ejemplos, quiere dar la razén de esta fendmeno. Y si tanta fuerza para el habito mental tienen Jas facultades corporales, nada prueba esta semejanza para que creamos que el alma ha nacido. Dejo aparte muchos ejemplos. Quisiera dirigir una pre~ gunta 4 Panecio, que vivid con Scipidn el Africano. Yo le preguntaria 4 eval de los suyos se parcvié el nielo de Sci- 38 NARCO TULIO “ICEROX. pidn el Africano: en el rostro 4 su padre; en la vida 4 to- dos los perdidos, de tal modo que podia pasar por el peor de todos ellos. ;A quién se parecié el sobrino de Pablio Craso, hombre sabio y elocuente, 6 los hijos y los nietos de muchos otros varones esclarecidos 4 quienes no es preciso nombrar ahora? Pero j4 qué hemos de tratar de esto! {Nes hemos olvidado de que nuestro propésito era, después de haber disertado bastante sobre la eternidad, probar que aunque el alma perezca, no hay mal alguoo en Ja muerte? Oventz.—Yo me acordaba de esto; pero facilmente con- santi que, tratando de la eternidad, te apartases algo de tu propésito. Manco.—Veo que-tus miras son altas, y que quieres re- Dentarte al cielo. Ovente.—Espero que asi nos sucederd 4 todos. Pero supongamos, como éstos quieren, que las almas no persis- ten después de la muerte. Si esto es asf, quedamos priva- dos de la esperanza de mejor vida. Hanco.—Pero jyvé mal buy ea esta opinién? Supén ta que el alma mucre juntamente con el cuerpo. ,Por ventura cabe-después de la muerte alga dolor 6 algia sentido en el cuerpo? Nadie se atreve 4 decirlo, y aunque Epicuro acusa 4 Demécrito, los discipulos de Demécrito lo niegan. Tampoco en el alma queda sentido alguno, puesto que las almas no existen en ninguna parte. jDéade estd, pues, el mal, ya que no hay una tercera sustanciaen la cual pueda recaer? Me dirés que la separacién misma del alma y del cuerpo no se verificasin dolor, Aunque yo lo crea asi, jcvén pequefio sera este dolor! Y aun creo que esto sea falso, porque la mayor parte de las veces se verifica sin sentido, y algunas hasta con deleite, y de todas maneras es cosa de poco momento, puesto que dura un instante solo. Ovenre.—Esto mismo me apgustia y atormenta, ¢) dejar todos los bienes de la vida. CURSTIONES TUSCULANAS. at tanco.—Y ;por qué no dices mejor el apartarte de todos Jos males? gCudntas razones hay para deplorar la vida bu- mana? Con verdad y justicia puedes hacerlo. Pero gqué ne- cesidad hay de hacer mis miserable la vida con el pensa- miento de que hemos de ser infelices después de la muer- te? Lo contrario hicimos en aquel libro en el cual me he consolado 4 mi mismo cuanto he podido. Si queremos apurar la verdad, es lo cierto que la muerte nos separa de los males, no de los bienes. Esto lo disputaba tan copiosa~ mente el Cirenaico Hegesias, que el rey Ptolomeo le probi- bié ensefiarlo en las escuelas, porque muchos, en oyéndo~ le, se daban 4 si propios la muerte. He leido tambiéa cierto epigrama de Calimaco contra Cleombroto de Ambracia, del cual dice que, sin otra rezén alguna que haber lefdo los jibros de Platén, se arrojé desde la muralla al mar. Del mismo Hegesias queda’ un libro llamado Anoxaptepav, en el cual un personaje que quiere morirse por hambre, res- ponde 4 sus amigos que quieren disuadirie, enumerando todos los inconvenientes de la vida humana. Quizd yo po- dria hacer lo mismo, aunque no extremaria las cosas tanto como é!, que absolutamente pretende que 4 nadic le con- viene vivir. Omito 4 otros. ¢Y por ventura la muerte no nos conviene 4 nosotros mismos, que privados de los negacios forenses y domésticos, si hubiésemos muerto antes, nos hubiéramos salvado con la muerte, de los males y no de los bienes? Supongamos uno que no tenga mal alguno, que no haya recibido ningun revés de la fortuna: sea; v. gr., aquel Me- telo tan honrado por sus cuatro hijos, 6 aquel Priamo que tuvo cineuenta, de ellos diez y siete legitimos. En uno y otro Luvo Ja fertuna igual poder, pero en uno y otro usé de sus derechos. A Metelo.le Nevaron 4 la hoguera muchos, hijos, bijas, nietos, nietas; 4 Priamo, privado de su nume- rosa progenie, le inmolé una mano enemiga cuando se re- fugiaba ante las aras. Si éste hubiese muerio cuaudo sus *8 BANCO TULIO cicendy. hijos vivfan y su reino estaba incélume e + tedo el esplendoe de su barbara opulencia, y cuando brillaban sus cincelados artesones, como dijo el poeta, jhubiera salido de los bi nes 6 de los males? Parece 4 primera vista que de los bie- nes. Pero es cierto que para él hubiera sido mejor que no se hubiera podido cantar tan tristemeate: «Vi 4 Troya in- famada; vi 4 Priamo rendir a vida al hierro enemigo; vi clara de Jove profanada con sangre.» Aun entonces tw 1. pado acontecer cosa mejor que esta muerte violenta. Si hubiera muerto antes, habria evitado tales desgracias; pero inuriendo perdié el sentido de los males. Mejor fué la suerte de nuestro familiar ~ mpeya, cuat.uo gstuvo gravemente enfermo en Napoles. Los Napolitancs coronados hacfan sacrificios para obtener su salud, y los ce Puzol rogativas en sus ciudades. Manifestaciones cierta- mente pueriles y griegas, pero en suma honrosas para él. Si entonces hubiera muerto, gpodeiamos decir de 61 que ha~ la dejaco en el mundo su felicidad é su desdicha? Cierta- mente su desdicha. No habria tenido que hacer la guerra su suegro; no habria tenido que tomar las armas cuando no estaba preparado; no se hubiera visto obligado 4 aban- donar su casa, ni 4 huir de Italia, m perdido su ejército y despojado de todo, hubiera caido bajo el hierro y las ma- nos de sus siervog, ni habria tenido que llorar la pérdida Je sus hijos, ni habrin dejado toda su fortuna en poder «* los vencedores. De haber muerto entonces, hubiera iaverto en el esplendor de su fortuna, y, por el contrario, con alargarsele la vida, jcudntas y cuén fncreibles calami. dades tuvo que devorar! Todo esto se evita con la muerte; pues aunque no haya sucedido todo ello, puede suceder, siquiera los hombres lo tengan siempre por imposible 6 por vemoto. Cada cual espera para sf la fortuna de Wetelo, como ci fuesen mas los afortunados que los infelices, 6 como ti ubjera algo seguro en las cosas humans, 6 como si el (sperar fuese mas prudente que el temer. Pero conceda- CURSTIONAS TUSCTLANAS, a9 tos que ki muerte priva 4 los hombres de todos los bienes de la vida. gPor ventura es esto una infelicidad? Lo que no cxiste ya, gpvede carecer de cosa alguna? Triste es la pa- jabra mista carecer, porque lleva consigo esta afirmacid: tuvo y ya no tiene; desea, busca, necesita. Estas son las incomodidades del que carece. La carencia de los ojos sc lama ceguera, la carencia de los hijos se llama orfandad, Esto sdlo puede aplicarse 4 los vivos: en cuanto 4 los muertos, no slo carecen de los bienes de la vida, sino de la vida misma. ,Quién diré que los hombres son infelices porque carecen de cuernos 6 de plumas? Ciertamente que no lo diré nadie. El no tener lo que no sirve para nada ni es propio de la naturaleza, no es carecer aun cuando se sienta no tenerlo. Todavia hemos de confirmar més y més este argumento, que es irrecusable para los que afirman que el alma es mortal. Quiero probar que si esto es asi, de tal manera se extingue todo con la muerte, que no queda ni el menor vislunibre de sentido. Si'esto es verdad innegable, sdlo nos resta determinar qué quiere decir la palabra care- cer, para que no quede ningun error en ei vocablo. Ca- recer, significa estar privado de alguna cosa que quisiera uno tener. En el carecer interviene siempre voluntad. También se llama impropiamente carecer el no tener al~ gua cosa y sentir no tenerla, aunque facilmente se tolere su ausencia. Nadie dice que carece de mal, ni nadie se la~ menta de esto. Se dice sdlo carecer del bien, y esto es un raal. Pero ni siquiera los vivos carecen del bien cuando no lo necesitan. Cuando se dice: carece del reino, uo pucde decirse con propiedad de ti: podia decirse de Tarquino cuando fué expulsado de su reico. A un muerto no puede aplicérseie sin evidente absurdo. El carecer es propio del que siente: en un muerto no hay sentido; luego el carecer no es propio de un muerto. Pero g4 qué conduce filosofar sobre esto cuando semejante verdad nara nada requiere e! 40 MARCO TULIO CICERO. asenso.de la filosofia? ;Cudntas veces, no sélo nuestros capitanes, sino ejércitos enteros han corrido 4 una muerte no dudosa? Si hubiesen temido la muerte, ni Lucio Bruto habria perecido en la batalla para evitar la vuelta de quel tirano 4quien 61 mismo habia desterrado, ni los tres Decios se hubiesen ofrecido al golpe de las armas enemigas, pe- leando el padre con los latinos, el hijo con los Etruscos, e) nieto con Pirro; ni en una sola guerra se hubiera visto perecer por la patria en Espafia 4 los dos Scipiones, en Cannas 4 Pauloy 4 Gémino, en Venusia 4 Marceld, en el Lacio 4 Alvino, en la Lucania 4 Graco. AQuién de éstos puede lamarse infeliz noy? Ni entonces siquiera, después de haber exhalado el ullimo aliento; por- que nadie puede ser infeliz después de la pérdida de !os sentidos. Me diras que esto mismo es odioso, el carecer de sentido. Lo seria si esto pudiera llamarse carecer. Pero siendo cosa evidente que ningén accidente puede reczer en un sujelo que no existe, gqué puede haber de odioso en un sér que ni carece ni siente? Sélo nos detiene el miedo de la muerte; pero el que haya visto mas claro que el sol que, después de consumida e: alma y el cuerpo y destruido todo el animal, aquel sér que antes existié se ha conver- tido en nada, comprender4 sin duda que no hay diferen- cia alguna entre ¢l Hippocentauro, que nunca existid, y el rey Agamenén, y que Marco Camilo no tiene hoy mis cui- uado de esta guerra civil que el que tendria yo de la con- quista de Roma por los Galos en su tiempo. 3°6mo habia de cuidarse Camilo de lo que no habia de suceder sino trescientos cincuenta afios después de 61, y por qué me he de lamentar yo de que cualquiera aacién extrafia se haya apolerado de nuestra ciudad? js tanto el amor de la patria, que no le midamos por nuestros sentidos, sino aten- diendo sélo 4 su salvacién? Y asi al sabio no 1@ aterra nunca la muerte, !a cual por la incertidumbre de los sucesos le amenaza siempre, y CUESTIONES TUSCULANAS, A por la bfevedad de Ja vida nunca puede estar muy lejana, y no le aparta esta consideracién de morir en todo tiempo por la repablica y por los suyos, y de mirar como cosa propia, 4 la posteridad que 6! no ha de conocer nunca. Por Jo cual, aurque el s'ma sea mortal, tiende 4 lo eterno y se mucve no por codicia de la gloria que no ha de sentir, sino por amor 4 la virtud, 4 la cual necesariamente ha du seguir la gleria. La naturaleza ha dispuesto las cosas do tal modo, que asi como el nacimiento es para nosotros el principio de todas las cosas, asila muerte es el términode todo; y asi como nada nos pertenece antes del nacimien- to, asi nada nos pertenecera después de la muerte. Yen esto zqué mal puede haber, cuando la muerte no dice rele« cidn ui 4 los vivos ni 4 10s muertos? Los unos no son nada, 4 Jos otros nada les alcanza. Bl que la hace més leve la supone muy parecida al suefio, como si nadie consintiera en vivir noventa aiios, viviendo dormido después de los sesenta. jos cerdos consentirfan en esto. Endimidn, si hemos de vreer 4 la fabula, no sé cudndo se quedé dormido en el monte Latmo de Caria, y todavia no se ha despertado. Y jerees U6 que le importan los besos que le da la Luna en sueiios después de haberle adormecido? 4Cémo se ha dv cu'dar de esto si no siente nada? Tienes el suefio por una imagen de la muerte, y cada dia te entregas 4 él. Y dudas que en la muerte no haya sentido alguno, siendo asi que en su simulacro no le encuentres. Abandonemos esas inepcias de viejas, como es el decir que la muerte antes de tiempo es una desgracis. gQué tiempo es ese? j£l de la naturaleza? La.nataraleza te did «1 usufructo de la vida como se da el del dinero, sin sefialar dia para el pago. gPor qué te quejas cuando te reclama lo que es suyo? Con esa condicién Jo habias recibido. Y esos mismos, si un nifio pequefio muere, lo llevan con paciencia, y si estd en la cuna, ni siquiera se lamentan de ello; y sin embargo, 4 éstos les exige la naturaleza con mucha mas 42 “MARCO TULIO CicrROY. erueldad el tribulo que la deben. Dicen que aun no habla gustado la suavidad de la vida. Y sin embargo, ya habla empezado 4 gozar de ella. De todas las cosas se tiene por mejor alcanzar alguna parte que ninguna; gpor qué no sucede asf en la vida? No dice mal Calimaco, que muchas més veces lloré Priamo que Troilo. Se alaba sin raz‘n la fortuna del que muere en edad avanzada. jPor qué? A nin- guno le parecerfa muy agradable la vida si fuese ms lar- ga. Nada hay tan dulce para el hombre como la prudencia, y ésta la trae consigo la vej-z, aunque quite otras cosas. Pero qué edad puede lamarse larga? i6 qué cosa es larga para et hombre? {No aleanza ia muerte en su rapida currera los niflos y 4 ios adolescentes, siguiéndolos por la es- palda y acometiéndolos de stbito? Pero como después ve este breve espacio nada mas tenemos, la consideramos larga. Todo esto se lama largo 6 breve segia la parte que ha tocado 4 cada uno. Dice Aristételes que en las ori- Has del rio Hipanis, que desemboca en el Ponto, nacen ciertas bestezuelas que viven un solo dia, Extre ellas, la que muere 4 las ocho horas es tenida por muy anciana; la que muere con el sol pasa por decrépita, y mucho mas si alcanza un dia completo. Compara tala vida humana eon Ja eternidad, y la encontrards tan breve como la i aque- llas bestezuelas. Despreciemos todas estas inepcias (ya que cosas tan le- ‘ves no merecen otro nembre), y hagamos consistir toda Ja fuerza del recto vivir en la fortaleza del alma, en el desprecio de las cosas humanas y en toda virtud. Pero abora nos afeminamos con molestisimos pensamientos, de tal manera que si la muerte llega antes de haber alcanzado lo que nos promete el astrélcgo caldeo, nos creemos des- pojados de algin bien muy grarde y engafiados y frustra- dos en nuestras esperanzas. Y si con estas esperanzas y deseos vivimos angustiados y atornientados, joh dioses inmortales, cuén agradable debe ser aquel camino tras CUESTIONES TUSCULANAS. a4 ge) cual no resta ni-cuida‘o ‘ni solicitud alguna! ;Cudnte mo delvita Theramenes; cudnta fué la elevacién de su Animo! Pues aunque llcramos cuando leemos su muerte, no murié miserablemente aquel vardn esclarecido, el cual, encerrado en la carcel por decreto de los treinta tiranos, después de haber bebido el veneno, arrojé de la copa tu que quedaba, haciéndolo resonar contra el pavimento, y dijo al mismo tiempo, ‘sonriéndose: «Ofrezco esta copa al hermoso Critias,» que habia sido el tas feroz con él. Es costumbre de los Griegos pronunciar en los convites e nombre de aquel 4 quien hacen pasar ta copa. Todavia jugaba ingeniosamente con las palabras aquel varén egre- gio, préximo 4 dar el ititimo aliento, cuando ya la muerte estaba apoderada de sus entrafias, y fatfdicamente asun- ciaba 4 quien le dié el veneno, la muerte que muy en breve Je alcanz. gQuiéo alabaria esta magoanimidad en la muer- ta, si juzgésemos la muerte misma un mal? Va 4 la misma cfrcel, y algunos afios después acerca sus labios 4 la mis- ia copa, Sécrates, condenado con igual iviquidad por sus Jueces que Theremenes por los tiranos. {Qué discurso es el que pone en sus labios Platén, cuando, después de conde- nado 4 muerte, se dirige 4 sus jueces? «Grandes esperanzas tengo, oh jueces, que ha de ser para mi un bien el caminar hacia la muerte. Necesario es que suceda una de dos cosas: 6 yue la muerte me quite todo sentido, 6 que me traslade de este mundo 4 otro. Siel sentido se extingue y la muerte es semejante 4 un suefio placentero y sin visiones, jqué ventaja es morir! ;Oh! ;cudn- tos dias se pueden contar que deban anteponerse 4 seme- ‘ jante noche, la cual ha de durar por toda una eternidad? ¢Quién mas feliz que yo? Si es verdad lo que se dice, que la muerte es una emigracién 4 los paises que hi bitan los que salieron de esta vida, es mucha mayor felici- dad para t{ abaudonar el tribunal de los que se llaman tug jueces y presentarte ante aquellos jueces verdaderos. Mi 44 MARCO TULIO CICEROR. nos, Radamanto, Eaco, Triptolemo, é ir 4 encontrar Jas almas de los que han vivido con justicia y buena fe. ,0s parece poco agradable esta peregrinaciéa? jEstimais en poco el hablar con Orfeo, con Museo, con Homero, con Hesiodo? Cien veces quisiera morir, si fuera posible, por ver todas estas cosas. ;Cudnto deleite seria para mf el ir dencontrar 4 Palamedes, 4 Ayax y 4 tantos otros inicua- mente sentenciados. Tentarfa la prudencia del sumo rey que llevé numerosos ejércitos contra Troya, y la de Ulises, y lade Sfsifo, y no me condenarfan capitalmente, como aqui en la tierra ha sucedido. Ni vosotros, jueces que me absolvisteis, temeriais alli la muerte. A ningdn bueno le puede suceder mal alguno, en vida ni en muerte, porque nunca Je olvidan Jos dioses inmorlales. Ni estas cosas han acontecido fortuitamente. No tengo razén alguna para es- tar enojado con los que me acusaron ni con los que me condenaron, aunque creyeron perderme.» Asi dijo, pero todavia es mejor el fin de su razonamiento: «Ya es tiempo de que salgamos de aqui: yo, para merir; vesotros, para vivir. gCual de las dos cosas es la mejor? Los dioses in- mortales lo saben, pero creo que todo hombre lo ignora.» Ciertamente que yo estimaria mucho més el valor de estos hombres que la fortuna de todos aquellos que le sentenciaron. Y aunque Sécrates niega que nadie sepa cudl es el mejor, sino los dioses, la verdad es que él lo sabfa; porque lo dijo antes; pero quiso conservar basta el término de su vida aquella costumbre suya de no afirmat nada resueltamente. Tengumos nosotros por cosa estable- cida que no es mala ninguna de las condiciones que la na- turaleza ha impuesto 4 toda vida humana, y entendamos que sila muerte es un mal, ha de tenerse por un mal eterno. Porque la muerte parece ser el fin de una vida mi- serable; pero si la muerte es una infelicidad, tiene que ser una infelicidad eterna. gPara qué he de recordar 4 Sécra- tes 64 Theramenes, varones excelentes cn virlud y sa- CUESTIONES TUSCULANAS. 3 pidurfa, cuando wn Lacedemonio, cuyo nombre ni siquiera consta, desprecié de tal manera la muerte, que cuando |e Nevaban 4 ella, per sentencia de los ephoros, iba con ros- tro alegre y contento, y diciéndole un enemigo suyo: «jDesprecias las leyes de Licurgo?» él le respondié: «Al contrario, le agradezco mucho el haberme castigado con esta pena, que puedo sufrir sin alteracién ni trastorno.» jOb var6n digno de Esparta! me parece que quien con lan gratide 4nimo iba al suplicio debfa ser inocente. Hombres semejantes los tuvo innumerables nuestra ciu- dad. Pero jpara qué he de nombrar 4 los jefes y 4 los capitanes, cuando Catén escribié que jas legiones iban muchas veces lenas de animosidad 4 un sitio de donde sabfan que no habjan de volver! Con igual valor murieron los Lacedemonios en las Termdépilas, y en honor suyo - canté Siménides: «Huésped, di 4 Esparta que nos has visto caer aqui, obe. deciendo las santas leyes de la patria.» Y gquésles dijo su capitan Leonidas? «Combatid con valor, oh Lacedemo- nios; quizés hoy iremos 4 cenar en los inflernos.» Fortt- sima fué esta gente mientras estuvieron en vigor las leyes de Licurgo. Gloriandose un Persa de que la multitud de las saetas de los suyos eran capaces de oscurecer el sol, le respondié un Espartano: «Entonces pelearemos 4 la som- bra.» Y no fueron slo los hombres. Acuérdate de aquella Espartana que, habiendo enviado su hijo 4 la pelea y sabe- dora de que en ella habia muerto, respondi6: «Para eso le habia engendrado, para que hubiese alguien que no dudara ep morir por su patria.» Me diras que era fuerte y dura la raza espartana y que tenia gran fuerza la disciplina de aquella repiblica. Pero qué, gno te admiras de Teodoro de Cirene, fildsofo nada oscuro, 4 quien el rey Lysimaco amenazé con la cruz, y le respondié: «Puedes amenazar con ese suplicio 4 tus cor- tesanos, cubiertos de purpura; en cuanto 4 Teodoro, nada AS MARCO TULIO’ CCERGN, iv importa pudrirse en la tierra 6 en ia horea». Esta obset- vaciéo me mueve 4 decir algo del entierro y de la sepul- 1 a, materia no dificil, en especial conocida la teoria que antes expuse sobre la falta de sentimiento después de la muerte. Lo que Sécrates pensé sobre esto, bien claro aparece del Fedén, del cual ya hemos hablado antes. Después de haber discurrido sobre la inmortalidad del alma, y cuando ya se acercaba el tiempo de la muerte, le pregunté Critén de qué manera quecfa ser enterrado, y él respondié: «Ami- g08, he perdido en balde mi trabajo, puesto que no he po- dido persuadir 4 nuestro Critén que yo voy 4 salir de este mundo y que nada mio va 4 quedar aqui. Critén, si puedes conservar algo de mf, como ti crees, septiltame. Pero sréeme, ninguno de vosotros me seguiré cuando salga'de aqui.» Admirable respuesta, porque consintié con la piedad de su amigo, y al mismo tiempo did 4 entender que no se cuidaba de esto. Mas duro anduvo Didgenes, como buen cinico,. aunque en el fondo sentia lo mismo, cuando prohi-. bid que se le enterrase. Dijéronle sus amigos: «jHemos de dejarte expuesto 4 las aves y 4 las fieras?—Nada de eso, respondié, poned cerca de mf un baculo para que Jas ahu- yente.—Y zeémo has de poder ahuyentarlas, le pregunta- ron, si no tendras sentido?—Y si no siento nada, respundid, {qué me importa que me devoren las fieras?» Mejor fué la respuesta de Anaxagoras; al cual, moribuado en Lampsaco, la preguntaron sus amigos si queria que llevasen su cuerpo 4 Clazomene, y é! respondid: «No es necesario; desde cual- quiera parte se puede viajar 4 las regiones infernales.» En suma, sobre la sepultura lo que debe pensarse es una cosa sola, 4 saber: que solamente el cuerpo puede ser ente- rrado, ora muera el alma con él, ora siga viviendo, porque es evidente que en el cuerpo, después de 1a separacién de! alma, no queda sentido alguno. Pero el mundo esta lleno de errores. Aqui'es arraslr6.4 CUESTIONRS THSCULANAS. at Aéctor atado 4 su carro, pensando sin duda que Héclor sentfa que destrozasen sus miembros. ;Sin duda le pare- efa que con esto se vengaba! Y Andrémaca con tristisimas voces se lamentaba asi: «Vi la cosa més horrenda de todas; vid Héctor arrastrado por la cuadriga.» ;Cé6mo habia de ver 4 Héctor, ni dénde estaba entonces Héctor? Mejor lo dijo Accio, cuando puso en boca de Aquiles, que entonces &lo menos tuvo buen sentido: «Maté 4 Héctor y entregué su cuerpo 4 Priamo.» No arrastraste, pues, 4 Héctor, sino cl cuerpo que habia sido de Héctor. Mira 4 otro personaje trigico levantarse de la tierra y no dejar dormir 4 su madre con esta querella: «A ti invoco, oh madre, que con el suefio suspendes los cuidados. ;Por qué no tienes piedai de mi? Levantate y sepulta 4 tu hijo.» Cuando estas pala- bras resuenan con aquel tono triste y lamentable que hace dercamar lagrimas 4 los espectadores de un teatro, es di- ficil que los hombres no tengan por infelices 4 los que cs- tan enterrados. Y cuando prosigue diciendo: «Enliérrame antes que las fleras y las aves me devoren,» es muy sin- gular que tema que sus miembros sean devorados, y 00 tenga reparo en que sean quemados. «jAy! las reliquias del Rey medio abrasadas, sus huesos desearnados, seran des- parramados y confundidos feamente por la tierra.» No en= tiendo cémo este héroe de tragedia se lamenta tanto, cuan- do al mismo tiempo pronuncia tan elegantes septenarios al son de Ia flauta. Digamos, pues, que no hay cuidado alguno después de la muerte, aunque hay enemigos que ni 4 los muertos perdonan. En elocuentes versos execra el Tyestes de Ennio 4 Atreo, deseandole que perezca en un naufragio, Duro es esto, porque semejante muerte va siempre acom- pafiada de grave dolor. Pero es cosa buena decir: «fil, suspendido de un escarpado pefiasco, desgarradas sus en- trafias, tiflendo las piedras con su negra sangre, y con los rotos pedazos de su carne.» No serian mas insensibles aquellos pefiasces que el hombre pendiente de ellos, 48 MARCO TULIO CICERSN. muerte ya, y cuyos tormentos se describen. Cuando no bay sentido, no eabe tormento alguno, por duro que sea. Y todavia es mayor vanidad el decir: «Ni tendra sepulcro que sirva de puerto 4 su cuerpo, donde descanse de los males de la vida humana.» Mira cudn grande es este error, Imagina el poeta que el sepulcro es el puerto del cuerpo, yque en él descansa ol que murié. Gran culpa es lade Pelops, que no instruyé 4 su hijo, ni le enseaié cudn poca cuenta habla de hacer de todas estas vanidades. Pero g4 qué he de referir opiniones singulares cuando tenemos 4 la vista los varios errores de cada naeién? Los Egipeios entierran 4 sus muertos y los guardan en su casa. Los Persas los rodean de cera para que duren rads; los Magos no acostumbran 4 enterrar los cuerpos de los suyos si no han sido antes destrozados por las fle- ras. Eo Hyrcania, la plebe alimenta perros publicos: los grandes y nobles perros domésticos. Ya sabes que en uquellas Gerras se da una de las mejores castas de perros. YY extos perros los crian, cada uno segtin sus facultades, para que después de la muerte los devoren, y creen que esta es la mejor sepultura. Otros muchos ejemplos recogié Crisipo, como curioso que era en todo género de historias. Pero algunos ejemplos son tan horribles que se resiste la palabra 3 referirlos. Todo este cuidado de la sepultura debemos abandonario en cuanto 4 nosotros mismos, pero no en cuanto 4 los nues- {ros, partiendo siempre del principio de que los cuerpos maertos nada sienten de lo que sentian cuando vivos. Cui- den los vivos de lo que se debe 4 la costumbre y 4 Ja fama, pero de tal modo que entiendan que nada de esto toca ni dice relaci6n 4 los muertos. Sélo se arrostra con valor la muerte cuando la vida, al caer, puede consolarse con su propia gloria. No se puede decir que vivid poco el que cumplié con el oficio de la virtud perfecta. Muchas ocasio- nes he tenido de morir; jojald hubiera podido sucumbir en CURSTIONES TUSCULANAS, 4g cualquiera de ellas! Nada tenia ya que ganar: cumplidos es- taban todos los deberes de mi vida: la fortuna sdlo podrfa traerme guerra. Si la razéa no puede persuadirnos 4 que despreciemos la muerte, 4 lo menos que la vida bien vi- vida haga que juzguemos haber vivido bastante. Pues aunque falte el sentido, no carecen por eso les muertos del justo galardén de la gloria y de las alabanzas. Y aun» que la gloria nada tenga de apetecible, sin embargo es como una sombra que sigue constantemente 4 la virtud. Con todo, mds debemos elogiar el juicio de la multitud cuando alaba 4 los buenos, que llamarlos 4 éstos felices por tal alabanza. Pero de cualquiera manera que lo entendamos, no puce do decir que Licurgo y Solén carecicran de la gloria de Jas leyes y de !a disciplina piblica, y Temistocles y Epa- minondas de la gioria de las armas y de la virtud bélica. Antes Neptuno sepultard la misma Salamina que la memo- ria del trofeo salaminio se borre, y antes desaparecera Leuctra del suelo de Beocia que la g'oria de la balalia de Leuctra. Mucho mis tardara la fama en abandonar 4 Curio» 4 Fabricio, 4 Calatino, 4 los dos Scipiones, alos dos Afri- canos, 4 Maximo, 4 Marcelo, 4 Pau‘o, 4 Catéa, 4 Lelio y 4 otros innumerables. Todos los que sigan su ejemplo, guian- dose no por ja fama-popular, sino por el verdadero crite~ rio de lo justo, iran 4 la muerte, si es preciso, cen fe, va- lor y constancia, y encoatrardo en ella el sumo bien, 6 00 eneontrardn mal alguno. Y en la cumbre de la mayor pros- peridad querran morir, porque nunca puede ser tan dulce Ja acumulacién de los bienes, como triste y molesta su pérdida. Esto parece que quiso siguificar aqueila voz de un Lace- demonio, que cuando Didgoras de Rodas vid en un dia 4 sus dos hijos vencedores en Olimpia, se acercéd al anciano, y dandole la enhorabuena, le dijo: «Puedes morir, oh Diagoraz, porque ya no bas de subir al cielo.» Gran cosa Towo Ye 4 50 MARCO TULIO cICEnés. era este triunfo segin la estimacién de los Griegos, 6 mis bien segéin la que tenian entonces; y el que dijo esto 4 Didgoras, estimando por la mayor gloria del mundo haber visto salir de una sola casa tres triunfadores en los juegos olimpicos, tenfa por cos indtil el «ue se dilatase mas su vida. Creo haber respondido en pocas palabras 4 todo lo que ‘me preguntabas. Ya me habias concedido que los muertos no estaban sujetos 4 mal alguno, pero he queride desarro- Har esta verdad, porque es el mayor consuelo en la pérdida de una persona querida. Nuestro dolor y el que otros su- fren por causa nuestra debemos tolerarle con resignacién, para que no parezca que nos amamos demasiadamente 4 nosotros mismos. Horrible dolor nos atormentara, si cree- mos que aquellos seres de quienes estamos privados con- servan algiin sentido de los que el vulgo !lama males. He querido arrancar de raiz esta opinién, y quizd me he dila- tado excesivamente en ello. Ovente.—jLargo ti? De ningdn modo. La primera parte de tu discurso me infundfa el deseo de la muerte. La se- gunda me obligaba unas veces 4 aceptorla, otras veces 4 no trabajar por ella. El resultado de todo el razonamiento €8 que no cuento la muerte en el nimero de los males. Marco.—zY no deseas el epilogo retérico, 6 es que has olvidado enteramente este arte? Ovente.—Té haces bien en no abandonar ese arte que has cultivade siempre y que ha sido tu gloria. Pero jqué epilogo es ese? Deseo oirlo, sea cual fuere. Marco.—Svelen citarse en las escuetas algunas senten- cias de los dioses inmortales acerca de la muerte, y no todas lingidas, sino fundadas en la autoridad de Herodoto y de otros, Cuéntace primero la historia de Cleobis y Bitén, hijos de la sacerdotisa Argia. Es una fabula bien conocida. Iba la sacerdotisa en carro, segin costumbre, 4 un solem- ne sacrificioen un templo bastante lejos de la ciudad: CUESTIONES TUSCULANAS, A detuviéronse jas bestias que le conducfan, y entonces los joveoes que antes nombré, deponiendo sus vestiduras> ungieron sus cuerpos con el dleo y se sujetaron at yugo. ¥ asi !a sacerdotisa, apenas llegé al templo en el carro tirado por sus hijos, rogé'4 1a diosa que les diese por su piedsd el premio mayor que pudiese dar 4 un hombre; y asf, des- pués que los adolescentes comieron con su madre, se en- tregaron al suefio, y por la mafiana los encontré muertos. La misma plegaria hicieron Trophonio y Agamedes, los cuales, habiende edificado un templo 4 Apolo Délfico, pi- dicron aj dios les concediese una merced no pequetia por su trabajo, y no le pidieron ninguna merced determinada, sino la que m4s conviniese al hombre. Apolo les prometié que se la concederia 4 los tres dias; y cuando el dia ter- cero amanecié, los dos aparecieron muertos. Juicio fué de un dios, y de un dios tal, que los demas te conceden 4 él solo el poder de la adivinacién. También se cuenta cierta fabula de Sileno, el cual, sor- prendido por el rey Midas, le concedié un gran favor para que le pusiese en libertad, y fué ensefiar el rey que para el hombre lo mejor de todo seria no nacer, y caso de na- cer, morir cuanto antes. Y en la misma opinién estaba Eu- ripides, puesto que nos dice en el Cresphonte que conviene én una casa festejar con Ianto 1a venida de un hombre 4 Ja vida, si consideramos los infinitos males de ella; y que, por el contrario, al que se habfa librado con la muerte de tan éspero dolor, debfan acompafiarle sus amigos con fes- tejos y alegrias. Algo semejante se lee en la Consolacidn de Crantor, pues cuenta que un cierio Tereneo Elysio, lamentando mucho Ja muerte de su hijo, fué 4 un evocador de espiritus pre- guntandole cual seria el remedio de su calamidad, y los espfritus le dieron por tnica respuesta estos tres versos escritos en una tabla: «Vano es el pensamiento de los hombres. Euthynoo ba 82 MARCO TULIO cIcsRON. alcanzado el don mas precioso de los hados, la muerte Para 6] y para tf fué una gran dicha el morir.» Con estas y otras autoridades se prueba que los dioses inmortales han sentenciado ya esta causa. Alcidamas, retérico antiguo y muy ilustre, escribié tam- bién un panegirico de la muerte, enumerando todos los males humanos. Faltéronle las exquisitas razones que los filésofos dan, pero no le falt6 sbundancia en el discurso. Les gloriosas muertes por la patria no suclen ensalzarlas Jos retéricos como gloriosas, sino también como feli:es. Recuerdan el ejemplo de Erecteo, cuyas bijas se arrojaron ‘tla muerte por la vida de sus conciudadanos; de Codro, que se lanzé en medio de sus enemigos, vestido con el traje da un siervo, para que no le pudieran conocer por sus vesti- duras reales, porque el ordculo habia dicho que si el Rey era muerto, los Atenienses serian vencedores. No omito 4 Meneceo, que ofda Ja sentencia del ordculo ofrecié 4 la pa- tria su sangre. Ifigenia’se ofrecié al sacriticio en Aulide, vor comprar con su propia sangre la de los enemigos. Y llegando 4 ejemplos mas cercanos, todo el mundo tie~ ne en la boca los nombres de Harmodio y Aristogitén, de Leonidas el Lacedemonio y del Tebano Epaminondas. Y no recuerdan 4 los nuestros, 4 los cuales serfa largo enu- imerar, porque son infinitos los que alcanzaron muerte en- vidiable y lena de gloria. Con ser esto asi, todavia hay que emplear grande elocuencia y hablar como desde una catedra, para que los hombres empiecen 4 desear Ja muer- e, 64 lo menos 4 no temerla. Porque si el ‘iltimo dfa tra- ese, no la extincién, sino un cambio de lugar, gqué cosa habria mds apetecible? Y si del todo destruye y aniquila, gqué cosa mejor puede haber que dormirse en medio de los trabajos de la vida, y sepultarse asi en un suefio sem- piterno? Si esto es asi, mejor es el parecer de Ennio que el de Soléa. Dijo nuestro Ennio: «Nadie acompaiie mi fu- neral con lagrimas.» Y dijo aquel sabio ateniense: «No ca- Guestiones tuscuLanas. 88 tezea mi muerte de lagrimas: dejemos 4 los amigos la tris- teza para que celebren mis funerales con gemides.» Nosotros, pues, cuando los dioses nos ordenen salir de esta vida, démosles las gracias con entera alegria, y pen- somos que vamos 4 salir de la c4rcel y 4 romper nuestras cadenas, emigrando @ una casa eterna, y que con todo rigor podemos llamar nuestra, donde careceremos de todo sentido y molestia. Y aunque los dioses no nos den nin= gin aviso ni prevencién anterior, estemos siempre en la persuasién de que aquel dia, horrible para otros, debe ser fausto y alegre para nosotros; y no contemos en-el namero de los males.nada que proceda de los dioses 6 de Ja natu- raleza, madre comtin. Porque no hemos sido nacidos ni engendrados por la casualidad, sino que hay cierta fuerza que vela por el género humano, y que no le hubiera en- gendrado, ni alimentado, ni hecho sufrir tantos trabajes, — para sepultarlo luego en los males sempiternos de la muerte. Considerémosla més |bien como un puerto y refu- gio preparado para nosotros, y jojal4 que nos sea licito Hegar 4 61 4 velas lenes! Pero si nos aparta de allf la fuerza de los |vientos, con todo eso sera necesario llegar, aunque tarde. Y lo que es necesario para todos, ghemos de considerarlo desgraciado para uno solo? Este es el epflogo, para que veas que nada hemos omi- tido ni olvidado. Oventg.—Ciertamente que este epilogo me ha dado més fortaleza. Manco.—Est4 muy bien, pero concedamos algo al des- canso. Mafiana y todos los dias que estemos en el Tusculano trataremos principalmente de las razones que pueden des- terrar el dolor, el temor y el apetito, lo cual es el fruto saludable de toda la filosofia.

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