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Louis Bouyer Tomas Moro Humanista y martir encueni TO] ediciones Tivulo original Sir Thomas More humaniste et martyr © 1984 Editions C.L.D Chambray-les-Tours © 1986 para la edicion espafiola Ediciones Encuentro, Madrid Primera edici6n espafiola noviembre 1986 Traduccién yaDuncio Roariguer, O.S.B. Queda rigurosamente prohibida, sin la autoriza- ci6n escrita de los titulares del «Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduc- cién total o parcial de esta obra por cualquier medio 0 procedimiento, incluidos la reprografia y el tratamiento informético, y la distribucién de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo plblicos. ara cualquier informacion sobre las obras publicadas o en programa Y para propuestas de nuevas publicaciones, diigirse a: Redacci6n de Ediciones Encuentro Cedaceros, 3-2° - 28014 Madrid - Tel. 91 532 26 07 A Philippe y France Jouslin de Noray. asf como a Isabelle. Renaud. Majlis y Sibylle, entre los que Sir Thomas Moro se habria encontrado como en familia Capitulo primero UN CUADRO PERDIDO DE HOLBEIN Todavia hoy, cuando los rascacielos se alzan por doquier, tanto en Londres o Parfs como en Man- hattan, la capital inglesa reserva —méds que la huestra*— numerosas sorpresas. Al doblar una callejuela, a dos pasos de una ruidosa arteria, desembocamos en alguna increible supervivencia de esa época bendita en que la campifia nacfa en plena ciudad, En el pasado, geran las ciudades aldeas ensanchadas y las grandes urbes simples conjuntos de aldeas? El contorno de Paris permanecié asi, por increible que parezca, hasta después de la ultima guerra. En cambio, un barrio londinense como el de Chelsea continta siendo actualmente, en algunas partes, un damero de jardines y parques, donde las casas parece como si quisieran hacerse olvidar. O més bien, se diria que han permanecido insepa- * El autor, francés, se refiere aqui a la ciudad de Paris rables de los hermosos Arboles centenarios y de los impecables cuadros de cesped que los rodean. ;No abundan alli las flores desde el comienzo de la primavera hasta los tltimos dias de oofio, de suerte que, no contentas con serpentear libremente por el verde, escalan los viejos muros de ladrillo rojo de hermosos tonos apagados o los entramados de madera mas antiguos? Pero, en aquel comienzo de otofio de 1528, Chelsea no era todavia mas que una aldea medieval en extremo agradable, cual una mata de flores campestres nacidas junto a las aguas del lento y sinuoso Tamesis. Y, en la otra orilla del rio, gqué era en aquel tiempo Battersea sino un descampado en el bosque? Sin embargo, ya habian comenzado a construir en ella. ;Grandes burgueses londinenses que huian ya del tumulto y de las prisas de la ciudad! Pero estos «cockneys» ! sabian demasiado bien lo que les habia atraido a este lugar agreste como para arriesgarse a destruir o mermar su encanto. Tal era el caso de un eminente jurista, hasta poco antes viceministro del Tesoro y a la vez Speaker de la Cémara de los Comunes. Habiéndose dejado conquistar por la autoridad real,, después de haber defendido con éxito contra sus aduaneros a un navio de los Estados de la Iglesia confiscado por algiin oscuro ¢tréfico (parece que no se esperé a que existieran las Pie Opere di Religione para acusar ya a la Santa Sede), este ilustre y mas que ilustre hombre de leyes, introducido en el Consejo Privado y hecho cabi © Londinenses auténticos, nacidos dentro de ta ciudad, 8 Nero, no habia tardado en ser nombrado Canciller del Ducado de Lancaster. Dicho en términos mas claros, a él estaba confiada ahora la gerencia de los bienes mas sustanciosos de la corona. Y se rumo- reaba que muy pronto podria, no auparse, porque, lejos de buscar puestos més elevados, habia apar- tado de si lo mas posible las promociones, sino verse instalado, a gusto a disgusto, en la cima de la magistratura britanica: ser nombrado Lord Canci- ller, que es la emanacién directa del soberano. Sin embargo, este dignatario, que habia llevado consigo a esa zona verde a toda una familia en la que los yernos constituian con él el principal elemento masculino (al no tener mas que un hijo varén, no cesaba de gastar bromas al trio de hijas con las que se decia castigado, si bien ellas estaban totalmente convencidas de la realidad, 0 mas bien irrealidad de su misoginia), habia escogido para retirarse a esta campafia suburbana precisamente el momento en que parecia caminar hacia la gloria Mas atin, después de haber cambiado su vieja mansién de Blucklersbury, en plena ciudad, por una casa no menos antigua, pero perdida al fondo de un jardin, acababa de hacerse construir, al extremo opuesto de éste, una soledad cuasi mondstica, con biblioteca y capilla, a ia que poder huir incluso de sus parientes, para -ledicarse al estudio o a la oracién, generalmente a ambas cosas. Los jardines de aquel tiempo, sobre todo en Inglaterra, conocian ya el arte de aparentar salvajes dentro de su refinamiento. Y éste era precisamente el caso de aquel en que, esa hermosa tarde de septiembre, toda una simpatica familia se hallaba 9 dispersa, esperando la vuelta del duefio de estos lugares. En ese ofofio ya avanzado, todavia se mezclaban en él las flores del mas variado colorido con las plantas mas 0 menos aromaticas que desde siempre tuvieron las preferencias de los médicos y de los cocineros en una Edad Media todavia vigente. La uvayema, adherida a los muros del viejo edificio con miltiples ventanas de pequefios guijarros, iba adquiriendo ya un tono cobrizo. Pero los Arboles, olmos en su mayorfa, con algunas de esas moreras que son siempre las favoritas en los jardines de las casas parroquiales al otro lado del canal de la Mancha, no se sentian afectados todavia por las tonalidades del otofio. Dos pavos reales ponian, sin embargo, una nueva nota de colorido. Graves como los centinelas del castillo de Windsor y mejor ataviados que ellos, iban y venian por el muro que separaba el jardin del camino de sirga. Entre paréntesis: el macho se llamaba Argos y la hembra Juno, primer signo revelador de las inclinaciones intelectuales de toda esta familia, y también de cémo tales inclinaciones no eran incompatibles con el sentido del humor. Estos coruscantes volatiles no eran, por lo demés, los inicos animales que alegraban aquel jardin. Al contrario: aparte los habituales perros y gatos, habia alli, ademas, conejos domesticados y, cosa increible, hasta una liebre a la que, segtin parece, habia domesticado Cecilia al criarla ella misma, sto nos leva a hablar del personal, predomi- nantemente femenino, de esta casa, a la que nos imaginamos que su propietario calificarfa de buena gana como pajarera. Cecilia era la mas pequefia, por 10 lo menos entre las hijas, porque iba a cumplir veintitin afios. Sin embargo, estaba ya casada con un tal Giles Heron, joven y distinguido jurista, Se habian desposado hacia dos afios, el dia de San Miguel, dia en que su hermana Isabel, sdlo un afio mayor que ella, se casaba con William Dauncey (otto jurista y, ademas, heredero de una gran familia). Isabel esperaba su primer hijo. Se veia a si misma adulta, pero més se lo parecia su hermana mayor, a quien todos adoraban: Margarita (Meg naturalmente para toda la familia). Habéa nacido el afio mismo del matrimonio de su padre con la fragil y timida Jane Colt, lo que no impedia que atin no hubiera doblado el cabo de sus veinticuatro aiios. Por supuesto, esta muchacha, preferida por su padre y por todos, habia sido la primera en tomar por esposo a otro hombre de leyes, William Roper, entonces discipulo de Sir Thomas. Roper, a decir verdad, era demasiado impulsivo ¢ inconstante para hacer nunca una carrera tan brillante como la de sus cufiados y menos atin como la de su suegro. Pero, afios mas tarde, compensaria esta inferioridad, si es que la hubo, convirtiéndose en el primero y ciertamente el mejor historidgrafo del gran hom- bre, todavia ausente esa tarde. Digamos simplemente que Cecilia era la més imaginativa del trio, Isabel la mds bella y mas misteriosa y Margarita tan sabia que a sus doce afios escribia (jy en latin, fijaos bien!) al gran Erasmo. Y éste no sdlo la respondia largamente, sino que no la escatimaba los elogios. Pero estad tranquilos, sin embargo: no tenia nada de sabionda. El humor de su padre y la guasa de sus hermanas habrian sido ll mis que suficientes para evitar este peligro, caso de que hubiese existido. Al demorarme en estas tres gracias, me estaba olvidando del dnico varén: el casi demasiado guapo, demasiado fino John, de diec nueve afios: John junior, porque el nombre perte- necia primero a un viejo abuelo. Me explico: a uno de esos jueces que aterran con su sola presencia, a los que sdlo les ven en su tribunal, pero que, después de una paternidad severa, aunque buena, se habia convertido en un abuelo quizd no menos tierno que enternecedor. El pequefio John, a pesar de su juventud, estaba ya prometido a una ver- dadera nifia, evidencemente la preferida de toda la familia: Ana Cresacre, que sdlo contaba dieciséis abriles. Como si esto no bastase, habia que afiadir a la cuadrilla a Margarita Giggs, una huérfana adoptada, contemporinea rigurosa y primera com- pafiera de estudios de la otra Margarita ~ Sélo faltaba alli la dulce y joven mama que habia traido al mundo a las tres hijas puntualmente, afio tras afio, pero a quien el pequefio Juan habia enviado a 1a cumba con su trabajosa entrada en este mundo, donde, en compensacién, encontraria esas tres hermanas para mimarle e incordiarle. El padre, dindose perfecta cuenta de su incapacidad para educar a toda esta gente menuda, habia encontrado pronto y se habia casado, para que le ayudase (pero quizd esto es un eufemismo), con dofia Alicia, una viuda siete afios mayor que él y que, ademas, tenia ya una hijita de diez afios, Parece que, efecti- vamente, era toda una mujer y que no se dejaba engafiar, Pero el carifio que le profesaban los chicos basta para desmentir la suposicién de no pocos 12 historiadores de que habia sido una arpia. Y todas las palabras burlonas de su esposo en este senido no prueban més que una ausencia de humor en esos historiadores tan grande como su omnipresencia en él. También se enconcraba alli, y podemos estar seguros de que no se dejaba olvidar, Henry Patterson, el bufén del duefio de la casa. Un bufén que, hay que decirlo, debia ingenidrselas para no parecer menos gracioso que su amo, y que se bandeaba bastante bien. A la hermosa luz de aquella tarde, todos charlaban, reian o cantaban, acom- pafiando con la guitarra a una u otra de las chicas, sin preocuparse del mondtono didlogo de la pareja de pavos, cuyo macho no se cansaba de desplegar el arco iris de sus plumas ante un piiblico despreo- cupado 0 aburrido. Pero he aqui que un pequefio mono se deja caer de la morera donde se habia atiborrado de fruta, provocando inmediatamente los ladridos de los perros y los maullidos de los gatos. A todos los va tirando de la cola al pasar, pero sin interrumpir por eso su carrera hacia la portezuela que da direc- tamente al rio, Margarita, con su hermoso vestido extendido sobre el banco, desde donde contempla a su familia con regocijo maternal mis que fraterno, no duda de esta sefial. Con un tono de voz entre divertido y enfadado pone fin al guirigay, diciendo: «{Calléos! {Calléos todos! Estoy segura que llega papas. Efectivamente, en el silencio momentaneamente restablecido, se oye ya el batit de los remeros que tratan de remontar la corriente. Acuden todos y 13 pueden ver como la larga embarcacién se aproxima al vecino embarcadero, encuadrado por dos de los mas bellos olmos que la corriente de las aguas inclina hacia ella. Las aclamaciones gozosas aumentan cuando ad- vierten que el canciller, envuelto en su capa de piel sobre la cual la rosa de los Tudor une las rejillas de Lancaster, brillando con su gran collar, lleva sentado a su derecha, enfundado en su traje rojo de Juez del Consejo Privado del Rey, al viejo «gaffer» ?, como se le llama no sin respeto. Evidentemente, la barca que conduce a su hijo desde London Bridge, donde se levantan todavia hoy los edificios oficiales del Ducado, le ha recogido a su paso por West- minster. El anciano, no obstante su aspecto mas adusto, no parece menos complacido por esta tumultuosa acogida que el joven quincuagenario al que acom- pafia. Momentos més tarde, se hallan todos reu- nidos en el jardin. Dofia Alicia, adoprando con evidente buen humor una actitud seria, consciente de que es la dinica que puede hacerlo asi en esta casa: «{Vaya, por fin estais todos reunidos!» dice, después de saludar a su suegro y a su esposo. «Para una vez que se 0s tiene a:todos juntos, el bueno de Holbein va a poder avanzar un poco en su cuadro. {Ha sido una bonita idea la de prometérselo a Erasmo para la proxima Navidad, pero seria necesario que ade- lantara; de lo contrario, el pobre va a tener que’ esperar hasta la siguiente!» Charlando y riendo més que nunca alrededor del 2 Empleado familiarmente por avicjon, especialmente «abuelo». 14 padre y del abuelo, van entrando todos en la gran sala, cuyas ventanas se abren al jardin. El mono, teas haber sido recompensado con un terron de azucar por su amo, que no puede hacerlo ya con sus hijos por ser demasiado grandes para eso, es cogido fuertemente en brazos por la sefiora. Sabe muy bien que el animalito no debe agarrarse y hacer algunas de sus travesuras durante el breve rato en que van a estar posando para el pintor. Holbein no exigita, efectivamente, mucho mis: habiendo hecho con toda tranquilidad el reeraro de cada uno, por separado, s6lo se preocupa de colocar al grupo en su puesto definitivo, de acuerdo con el esquema que tiene en la mano. A peticién de la sefiora Moro, que se ve como muy vieja sin el grupo, esta tratando de corregir el esbozo en el que, al principio, la habia puesto sola, de rodillas en un reclinatorio, y colocarla en medio de toda esa juventud, sentada sencillamente detras de Cecilia y Margarita, echadas con naturalidad en el suelo. Pero se compensa de esa concesisn dibujando enérgi- camente las graciosas travesuras del mono, que arruga la ropa de la buena dama sin que ésta se dé cuenta. Con anterioridad, el pintor habia reproducido ya en su tela el hermoso reloj colgado en el muro del fondo, entre las dos puertas precedidas de canceles macizos para impedir que penetraran las eventuales heladas en casa tan alegre y confortable. Obser- vando el gracioso desorden de esta tarde, afiade ahora un manojo de flores aqui, un latid 0 unos silbatos més alld, sin olvidar los libros esparcidos un poco por todas partes 15 El pintor se divertir, ademés, trazando a gran- des rasgos los pliegues del traje carmesi del anciano juez, que ofrece un excelente contraste con el terciopelo oscuro y la capa del magistrado mas joven, Pero su mirada se ve consténtemente atraida por esa figura central del cuadro. Captada ya muchas veces por él en una de sus fugaces expresiones, el gran retrato de gala la ha reprodu- cido curiosamente en una expresion a mitad de camino entre una sonrisa que curva levemente los finos labios y Ia lucidez tan sensible de los ojos. Se dice interiormente que jams ha visto expresiones en que la alegria franca, y no exactamente la tristeza, sino una compasién sin ilusiones sobre la debilidad y medioctidad humanas alternen como lo hacen en este rostro. Decididamente, Sir Tomis, el hombre més ajeno a cualquier simulacién, no ¢s alguien a quien uno de los observadores mas penetrantes del siglo legue a comprender fé- cilmente! Un poco mis tarde, cuando los modelos, libe- rados por Holbein, se han reunido en torno a la mesa del comedor, gqué decir de la conversacién que se reanuda, después de haber escuchado el capitulo de la Escritura leido por la voz extraor- dinariamente fresca de Cecilia? Si, al principio, esta juventud respetuosa dejaba dialogar al padre y al abuelo, después, fa jovialidad en el intercambio de las ideas, més mordaz quizds en el viejo juez, mas finamente maliciosa en su hijo, exigia o despertaba las intervenciones de los jévenes, ¥ podemos estar seguros de que no faltarian. Se habia recordado a Erasmo, siempre fiel corresponsal de la familia, 16 pero que no habia vuelto a la isla, de la que conservaba algunos malos recuerdos, desde hacia diez afios. El retrato colectivo, una vez recibido, zno le haria cambiar de opinidn? Sir Tomas, guinandole un ojo con intencién a su esposa, hace una obser- vacién ambigua sobre la calurosa hospitalidad que su amigo sabia que podia esperar alli; lo que provoca algunas risas reprimidas (o suprimidas, como se dice en inglés). La sefiora Moro no se deja engafiar y suelta entre bromas y veras: «Por supuesto! Me divierto tanto oyéndoos reir cons- tantemente con bromas en latin de las que no en- tiendo ni palabra» —«Oh, mami, dice gentilmente Margaret, no me querras decir que no has entendido nada de su Elogio de la Locura...» —«Si», admite la pseudomadrastra, bonachona después de todo: «lo que td me has traducido y sin duda glosado, es0 si...» —«Y papa», afiade Isabel, «habria no digo termi- nado, pero ni siquiera comenzado a escribir su Utopia. por mucho que se parezca a las fabulas que nos contaba para dormirnos cuando éramos peque- fias, si Erasmo no le hubiera impulsado a hacerlo con su Locura?...». «Que por algo se la ha dedicado», termina Cecilia, llena ain su hermosa boca con un buen trozo de pierna de cordero a la menta que acaba de servirse. Todo el mundo rie, incluida la sefiora Moro. Holbein, con su seriedad un poco pesada de buen suizo y, ademés, de Basilea, se dice para sus adentros que estos ingleses podrian pasar por franceses, ya que charlan mucho en la mesa, y todos a la vez. Y sobre todo, gcomo hacen para pasar en un instante no sdlo de un tema a otro, sino de Jas bromas mas 7 distendidas a las afirmaciones filosdficas 0 religio- sas de una profundidad més inesperada ain que su manera de formularlas? ;Decididamente, aquel padre de familia no les habia puesto en tan buena escuela sin fruto! Pero, sobre todo, lo que no acierta a comprender el estudioso germano es que este desconcertante aunque tan simpatico anfitrién, cuya sonrisa apenas abandona sus labios, pueda, como habia hecho notar delante de él alguno de los muchachos, dejar caer sus observaciones mas joco- sas en el momento preciso en que su rostro parece asumir finalmente toda la gravedad juridica que se puede esperar de él. Aunque, ciertamente, se dice, pensindolo bien, tales observaciones podrian pa- recer de una singular amargura si no las envolviese con bromas. Por su parte, William Roper, el unico yerno que pone nervioso a veces, incluso con frecuencia, a su suegro, quien conociendo su honestidad y su profundo candor, no le profesa menor afecto, escucha con admiracién un tanto embobada a Sir Tomés, que se dispone a obsequiar a su auditorio con una de esas historias picantes que gustan a los magistrados mas atin quizds que a los médicos. Lo que hay de un poco puritano en el buen Will no se escandaliza, ya que hace tiempo ha comprendido que si el padre de su maravillosa Meg no se preocupaba de que sus hijas no tuvieran nada de pu- dibundas 0 gazmofias, tampoco habria tolerado nada que turbase su transparencia. Pero esta total falta de seriedad aparente en un hombre cuya gran- deza le confunde parece finalmente a su propia sen- cillez la marca del genio, y quizé de algo ms que eso. 18 Apenas han dado gracias y se han levantado de la mesa, se encuentra ya al lado de su suegro, contemplando ambos el jardin y el rio sobre los que tiende el poniente su velo de purpura. Will no puede contenerse, es mas fuerte que él, y da rienda suelta a una reflexién largo tiempo contenida. «Ab, Sir», exclama, «no puedo volver a ver este jardin a la luz de este hermoso atardecer, sin pensar en esa otra tarde, muy reciente, en que veiamos a su Majestad al Rey venir inopinadamente a invitarse a cenar en casa de su consejero preferido, pasearse luego durante largo rato.con vos, con la mano en vuestro hombro y rodedndoos con su brazo como s6lo un amigo puede hacerlo con el amigo més querido!.... ¢Qué mas podriais esperar de su fa- vor?..» Ante la sorpresa del yerno, desconcertado una vez mis, Sir Tomds no responde a este comentario hecho con acento casi de devocién més que con unas grandes carcajadas. —«Mi querido Will, puedes estar bien seguro de que, si haciendo rodar mi cabeza de los hombros, pudiera el Rey, mi sefior, obtener la rendicién de una sola de las fortalezas de Francia, no me libraria!» Entre canto, el pequefio John, después de mirar al reloj, coge una campanilla y la hace sonar. A esta sefial, toda la familia se redine en la capilla, incluidos los criados, pero cuidadosamente separados ambos sexos, y la tarde comtin termina con la recitacin de jgunos salmos y de Ja letania gregoriana ¢Quién habria pensado, en fecto, que Sir Tomas Moro, tan proximo a la suprema Magistratura, no se iba a ver separado del martirio mds que por su breve ejercicio de ésta? El mismo, ciertamente, 19 preveia ya la posibilidad, si no la probabilidad, de que pronto quedara truncada una carrera hasta ahora tan brillante. Pero si se le hubiese dicho que por este camino terminaria cambiando el woolsack * de Lord Canciller de Inglaterra por una hornacina entre los santos canonizados por la Iglesia catlica, habria pensado sin duda que sus mejores bromas no eran més que rapé para estornudar en comparacién con las bromas del Todopoderoso. , En todo caso, es una verdadera listima que el retrato que Holbein termind aquella tarde haya sido extraviado por los herederos de Erasmo de suerte que aun no se haya logrado encontrar. A conti- nuacién se verd que, hasta ahora, no ha sido mucho més facil recuperar el verdadero sentido de la personalidad de Moro y no digamos nada de la de Erasmo. 5 El asaco de lana» sobre el que se sienta el Canciller, al pie del crono, para presidir en nombre del rey la Camara de los Lores. 20 Capitulo segundo UNA FORMACION HUMANISTA ENTRE CARTUJA E INNS OF COURT Harspfield, segundo bidgrafo de Moro, nos dice que éste nacié dentro de la misma ciudad, exac- tamente en Milk Street, el 6 0 el 7 de febrero de 1477 6 78. Era hijo, por consiguiente, de John Moro, ya en esa época célebre hombre de leyes, «Knighted»! y duefio de una casa de campo en el Hertfordshire. Se casaria, no dos veces como su hijo, sino tres (jalgunos historiadores afirman incluso que cuatro!). Tomés que, pese a su propen- sién a las bromas, se mostré muy sensible a los carifios femeninos, sera doblemente desafortunado a este respecto: como perdié después de sdlo seis afios de matrimonio a la esposa de su juventud, asi se vid privado de su madre en su primera infancia. Se ha hecho notar acertadamente que sélo en su amor de padre pudo encontrar respuesta perfecta y » Nombrado caballero (Knight). 21 duradera a su profunda ternura, sobre todo, esti clarisimo, con Ia incomparable Meg, Pero la Grammar school? de Saint-Antony (en Threadneedle Street) parece que consiguié que se encusiasmara por el estudio sin menoscabo de su buen humor. Descubriendo en su hijo una capacidad excepcional, «su padre, que tenia muy buenas amistades, las utilizé para conseguir que fuera admitido entre los pajes del futuro cardenal Morton (a quien Roper califica no sélo de reverendisimo, sino también de prudente y docto). Era primado de inglaterra (es decir, arzobispo de Cantorbery) y al mismo tiempo Lord Canciller del reino. Roper nos asegura que en casa de este prelado Moro se distinguid, entre otras cosas, por la manera como conseguia introducirse entre los actores que en Navidad representaban piezas propias de estos dias ¢ improvisar con un brio igual a su desenvoleura un papel tan bien logrado que eclipsaba a los profe- sionales. Hemos de creer que el excelente prelado encontré en el muchacho cualidades ms consis- tentes, ya que, por iniciativa suya, fue enviado, a sus catorce afios, a Oxford, Podemos pensar que se alojé en el Cantorbery College, mis tarde incor- porado a la gran fundacidn del cardenal Wolsey: el prestigioso Cardinal College, que finalmente se Mamara Christ Church, Alli rermind la retérica, habiendo tenido la ventaja, rara todavia en su tiempo, no sdlo de perfeccionarse en el latin, sino de ser iniciado en el estudio de la lengua griega, cuya ensefianza habia sido introducida en dicho Equivalian, mis © menos, a nuestros Ins itutos de hoy. 22 colegio unos cuarenta afios antes por el benedictino William Selling. Su padre estaba alerta y, habiéndose dado cuenta del interés demasiado vivo de su hijo por la literatura, no dejé que se durmiera en las riberas demasiado poéticas del Isis y del Cherwell. Apenas habia cumplido dieciséis o diecisiete afios, le llamé de nuevo a Londres para seguir las etapas mas remunerativas de las Inns of Court, es decir, escuelas de derecho. Pasando sucesivamente por New Inn y luego por Lincoln's Inn, Tomas se convierte pronto, no sdlo en barrister (aboga- do diriamos nosotros), sino también en bancher, 0 sea miembro del consejo de este cuerpo. Con sdlo veinticuatro aitos sera reader. o profesor de de- recho. Cualquiera que sea el interés, ciertamente no mediocre, de sus obras literarias: Odas y epigramas, traducciones del griego al latin de la Antologia palatina y de Luciano, tratados de controversia teoldgica en lengua vulgar y escritos espirituales, sin hablar de una correspondencia abundante, su padre no perjudicé a su genio al lanzarle por el camino en que él mismo habia brillado. Es indu- dable que su humanidad profunda y concreta, pro- digiosamente divertida, pero siempre tan cordial, encontré su alimento apropiado en el estudio y ensefianza del derecho, y mas ain en el ejercicio de la abogacia primero y después de la judicatura, Ahi encontré un ardor y un sabor que ni la erudicién ni las bellas letras por si solas le hubieran procurado, aunque sin duda contribuyeron también. Muy pronto se convirtié en el consejero sagaz y 23 abogado prestigioso de los mercaderes y sobre todo de los pafieros londinenses, y, ademas, en amigo de la parte mas escogida de aquel ambiente burgués, con frecuencia bastante culto. Su éxito en este sector esta confirmado por su eleccién para la Camara de los Comunes en 1504 y por un primer viaje al extranjero, encargado para discutir con los comer- ciantes de Brujas problemas de concurrencia, Sin embargo, la anchura y profundidad de sus intereses queda confirmada por su asiduidad en’ otros dos ambientes. En primer lugar, el de los humanistas, esos redescubridores de la literatura y del pensamiento antiguos —griegos més atin que latinos—, que Oxford le habia dado ya a conocer Con la ayuda de William Lely, un amigo londinense diez afios mayor que él, que acababa de regresar de Rodas, donde los caballeros de San Juan le habfan ensefiado el griego, Tomas se perfécciona en esta lengua. Pero no se limita a los poetas y fildsofos, sino que, como los primeros humanistas florenti- nos, simultanea su lectura con la del Nuevo Testamento, cuando Erasmo la ha hecho accesible, y, anteriormente, de los Padres griegos, 0 sea de los primeros grandes tedlogos cristianos. En este mismo campo, pronto aprovecharé la amistad reanudada de un condiscipulo de Oxford, Grocyn, quien nombrado parroco de Saint-Lawrence-Jewry, a dos pasos de Guildhall (Ayuntamiento de la Ciudad), da en la catedral de San Pablo unas conferencias sobre el genial conciliador de la filo- sofia neo-platénica y de la mistica cristiana que fue el Pseudo-Dionisio. Grocyn es, ademés, uno de los primeros criticos que sostienen que Dionisio no fue 24 un discipulo contempordneo de San Pablo, sino uno de los Padres griegos mas importantes. Después de Grocyn, es Linacre, sacerdote y médico, que acaba de llegar de Florencia, quien le inicia en la lectura del texto de la Physica de Aristételes. En 1504, Moro habia hecho, en colaboracién con Lely, la traduccion latina de epigramas escogidos de la Antologia griega. Pero ya en 1499, habia conocido a Erasmo, cuando éste estuvo por primera vez en Inglaterra, en casa del padre de su discipulo Lord Mountjoy. Desde el principio se sintieron tan estrechamente unidos que, en su segunda estancia, en 1505, sera huesped de Moro en su nueva casa de Bucklersbury, en la ciudad. En esta ocasién, acome- terdn juntos la traduccién de los didlogos de Luciano, brillantisimas satiras de todo cuanto sean falsas apariencias. Cuando Erasmo vuelva al conti- nente, este periodo de vida en comin con Tomas Moro le habrd impresionado de tal suerte que, no obstante ser diez afios mayor, dir que ha encon- trado en Moro un hermano y un hermano gemelo. De hecho se ha podido decir que la influencia de Moro no fue menos determinante que la de Colet, futuro decano de San Pablo, a quien Erasmo habia conocido en Oxford en la época de su primer descubrimiento de Inglaterra, en Ja orientacién definitiva de este espiritu curioso por todo, pero inconstante, hacia una renovacion del cristianismo apoyada en lo que se llamaré mis tarde el «retorno a las fuentes». Entendemos por esto un conoci- miento de primera mano de los textos del cristia- nismo primitivo, de os més antiguos e importantes tedlogos y a la vez escritores espirituales cris- 25 tianos; conocimiento que renueva por si mismo el uso prudente de la filologia ¢ historia criticas. Pero, paraddjicamente, mientras Erasmo, can6- nigo regular y sacerdote, no penetra sino poco a poco en ese sentido tan profundamente religioso y tan hondamente tradicional, aunque innovador 0 mis bien renovador, que caracterizaré luego a toda su obra, Moro, seglar y destinado a serlo siempre, parece haber conseguido inmediatamente esa ins- piracién para toda su vida en un ambiente monés tico, con una autenticidad ciertamente muy rara en esa época. Durante los cuatro afios que precedieron a su matrimonio, cuando comenzaba su ensefianza (primeramente en Furniwall's Inn), habia vivido, efectivamente, mitad como huésped, mitad como postulante, en la Cartuja de Londres. Cierto que al final decidiré que est’ hecho no para la vida mondstica, sino para el matrimonio y la paternidad (Como dira Erasmo, prefirié ser un marido casto antes que un sacerdote relajado). Sin embargo, esto no impedird, como hemos visto, que se reserve al final de su finca de Chelsea un «desierto» cuasi- monastico, en el que pasar, siempre que pueda, los viernes. Y poco antes de morir, en una carta a Meg, saludara a su encarcelamiento en la Torre como el cumplimiento de un deseo hasta entonces no reali- zado y aparentemente irrealizable de soledad y des- prendimiento. : Basandose sobre todo en su Didlogo sobre la: realidades iltimas, esbozado sin duda en su juven- tud semi-monastica, se ha afirmado que su piedad €s, en contraste con su humanismo, la de un medieval. Y es cierto, realmente, que este enemigo 26 de toda ruptura con la tradicién viva, alimentado por otra parte en esa tradicién tan orgénicamente continuada de la Common Law inglesa, no pretende nunca hacer tabla rasa de nada, lo que le pone en radical oposicién con los reformadores protestan- tes. Pero no es menos cierto que su manera de utilizar la Biblia es la de los Padres, tal como la habia recuperado lo mejor del humanismo cris- tiano. Y ésta es la razén por la que, directamente inspirado por los primeros humanistas florentinos, seri no sélo el mejor discipulo de Erasmo, sino también y sobre todo, su inspirador, 0, en todo caso, quien de manera especial le animard a progresar incesantemente por ese camino en el que quizas no se hubiera adentrado definitivamente si no hubiese conocido bastante pronto al joven Moro. Resulta reveladora, a este respecto, la traduccin més 0 menos parafraseada y comentada de la Vida de Pico de la Mirdndola, escrita por su sobrino, que Moro publicd en 1504, en visperas de su matri- monio y de su colaboracién con Erasmo. Podemos pensar que no fue por simple casuali- dad por lo que Moro se lanzé a ello, cuando acababa de comentar, en la iglesia de su amigo Grocyn, la Cindad de Dios de San Agustin (una serie de confe- rencias de las que nos ha llegado solo el titulo, pero bien expresivo de sus preocupaciones del mo- mento). En esta Vida de Pico, adaptada por Moro, comprobamos realmente el entusiasmo que le comunicé esta figura, la de un cristiano fascinado por el atractivo de un conocimiento universal, en el que todas las cosas, asi como todos los espiritus de este mundo encontrarian el secreto de su recon- 27 ciliacién en una visién armoniosa de toda la realidad creada. En ésta, el hombre, con tal que permanezca o vuelva a ser fiel a la visidn divina en la que fue creado, aparece como el lugar predes- tinado y el agente consciente de esta reconciliacion; pero para esto es necesario, ademés, que en Cristo, Palabra y Sabiduria de Dios encarnada, el hombre se halle reconciliado con su autor, mediante el reconocimiento adorante del amor infinito que le ha creado y salvado, y que es la vida misma de aquel que le ha hecho. Sin embargo, no es menos claro, leyendo a Moro, que, para él, el intelectualismo invasor, 0 tota- lizante, en el que Pico habia comenzado por buscar el secreto de Ia reconciliacién universal no es més que un hermoso suefio. Al romperse éste en su contacto con la realidad, Pico, deslumbrado por el fervor de Savonarola, se vio obligado a renunciar a él, en una conmocidn total de su espiritu y de todo su ser. Leyendo las reflexiones que Moro intercala en su traduccién, aparece claro que, mucho mas sensible que Pico a la ineluctable necesidad de la Cruz, evita consiguientemente tanto el optimismo ingenuo como el pesimismo descorazonado. Para él, el conocimiento que debe admitir, salvar y restaurar todo, comenzando por el mismo hom- bre, es en primer lugar el conocimiento vital de su situacién en el mundo, donde la inteligencia espe- culativa no podria ser sustituida por la inteligencia de la vida. Sobre esta base concreta, ciertamente, el conocimiento de Dios en Cristo Jess debe aduefiarse de todo lo que llamamos cultura, pero de una cultura del ser humano en su totalidad. Ese 28 conocimiento la transfigurar4, sin embargo, desde el momento en que el hombre se preste, en la escuela de Cristo, a la reforma, dolorosa y al mismo tiempo supremamente gozosa, de todo su ser recon- quistado por Dios en sus profundidades Esta visién aflora por doquier cuando se lee esta vida de Pico de la Mirandola, meditada criticamente al mismo tiempo que traducida. Pero podemos decir que se desborda en una serie de poemas escritos por ese mismo tiempo. En ellos vemos al amor divino simbolizado en el amor humano mas puro en cuanto es mas generoso. Reciprocamente, este amor humano se halla iluminado, transportado a la propia generosidad de Dios reconocido en Jesu- cristo. Es significativo que Moro elaborara el primero de estos escritos al salir de su retiro temporal en la Cartuja, y el segundo poco antes de su matrimonio. Y esto aclara también lo que los bidgrafos nos dicen acerca de las circunstancias de este matri- monio, desconcertante para no pocos modernos. El mismo Moro no oculté que, al principio, fue la mas pequefia de las hermanas Colt Ja que le atrajo con sus encantos. Pero, al final, se volvié hacia la mayor, porque, decia, no podia soportar hacerla esa ofensa de preferit a su hermana més pequefia. Se dir que iqué poco roméntico era este Tomas Moro! Desde Iuego, no con ese romanticismo facil en el que cuenta, si no el atractivo fisico, si al menos aquello que no va mas alla del sentimentalismo. Al contrario, diria yo, lo que Moro revela es la profundidad de una sensibilidad cristiana (natural- mente, recurriendo a una humorada de las suyas), al 29 descubrir en la pena, y sobre todo en la pena no expresada de Jane, la delicadeza de un corazon amante que no se cree correspondido, y, en el suyo propio en esta ocasidn, que, incluso a nivel de simple amor humano, pude haber mayor dicha en dar que en recibir. ..Que haya amado tiernamente, si no romanti- camente, a la que lamaba su «uxorcula», su «mujercita», lo confirman no s6lo los hijos que tuvieron y en los que podemos creer que sigui amandola incluso después de su muerte, sino también en esa manera sencilla, Hlena de pidica ternura, con que habla de ella Esto quiz4 permita bastante bien una compara- cidn, ciertamente no demasiado superficial, entre la humanidad que se da en su humanismo y en el de Erasmo; humanidad que no es igual, aunque aqui se perciba mds claramente que en otras partes el influjo de Moro en su «hermano» mayor. Erasmo sabia muy bien lo que decia al bromear consigo mismo y con Moro como si hubiesen sido realmente gemelos. Las semejanza con él es, efec- tivamente, grande en ese humanismo que Erasmo fomentd cada vez mas con sus estudios y con la reflexién religiosa que no dejé de desarrollarse en él; pero quizd no habria llegado hasta ese extremo de no haberse encontrado con Moro en los afios més decisivos para ambos. La prueba es que podemos preguntarnos si Erasmo mismo ha expre- sado Sus tendencias profundas tan clara y plena- mente como lo hizo Moro en su carta al tedlogo Dorp; una carta tan hermosa que logré disipar los prejuicios que dicho tedlogo abrigaba contra Eras- 30 mo, cosa que no habia logrado el mismo Erasmo. Para decirlo todo con las menos palabras posi- bles, lo que después de todo mas les acercé y lo que les unié para siempre, no obstante las muchas diferencias, fue no solamente su curiosidad, sino cambién su simpatia, su amor tan auténtico por lo que hay en el hombre, y en el Evangelio, en el que el hombre, al volver a encontrar a Dios, vuelve a encontrarse a si mismo, con mayor verdad, toral- mente humano. Pero Erasmo, aunque sacerdote, y mucho mas sacerdote de lo que a primera vista pueda parecer, es fundamentalmente un intelectual. No es que su inteligencia se detenga en la mera intelec- tualidad; ha visto, con horror, cémo los escolisticos decadentes la ponian en practica. Pero es siempre a través del pensamiento 0, mas bien, de la reflexién como él descubre la humanidad en si y en los otros. Lo mas caracteristico (y felizmente caracteris- tico) sin duda en este trabajador infatigable es el comprobar que, como lo certifican todos los testi- monios, estaba siempre pronto para recibir a los desconocidos, para escucharles, para conversar con ellos. De él se hubiera podido decir, y seguramente se lo decia él a si mismo, como de ese sacerdote anglicano descrito por Charles Morgan en una de sus mejores paginas: que no se sabia bien si era la caridad sacerdotal o simplemente una curiosidad insaciable de la naturaleza humana la que le hacia tan acogedor a todos. Pero, en realidad, no existe una curiosidad que legue hasta el final si en ella no se introduce la caridad, y esa caridad, justamente, que se espera del sacerdote, es decir, que no conoce exclusivismos. 31 Lo mismo se puede decir de Moro, simple seglar, pero con esta diferencia que, por muy inteligente, incluso intelectual que sea también, no aborda a los hombres primero por sus ideas y por la discucién de las mismas, ni por ellas llega a conocerlos, con esa simpatia critica que, lejos de excluir la caridad, fa supone y la exige para que pueda darse. Es sencillamente en su vida, en sus reacciones de cada dia. De ahi la infatigable disponibilidad del juez, que no se cansaba de escuchar, de tratar de comprender a los acusados y a los demandantes Hevados ante su tribunal; de ahi también la atencidn benévoia, comprensiva, mas no por eso menos critica, del padre para con sus hijos, sin olvidar su acogida universal, incluso a gentes que, a primera vista, nada tenian en comin con él, desde su bufén hasta su verdugo. Quizas resulte especialmente reveladora, a pesar 0, més bien, a través de su locuacidad picante, la simpatia por las mujeres de este hombre plena- mente viril; y no sélo su comprensién, sino incluso, dirfa yo, su humildad con respecto a elas. Es, en efecto, uno de los poquisimos hombres modernos que han comprendido que una humanidad en la que las mujeres, esposas, madres hijas no tienen su lugar, y el lugar propio e irremplazable que las corresponde, deja de ser humanidad. De ahi que ser uno de los primeros en querer impartirlés (y eventualmente imponerles) una educacién, no cal- cada en la de los hombres, sino igual a la de ellos, aunque sin perjudicar por eso a la verdadera feminidad ENo es éste el descubrimiento por excelencia que 32 Erasmo no hubiera hecho sin Moro? jEste Erasmo, sacerdote fuera de serie, este religioso a su pesar, mas no por eso menos clerical! Podemos llegar incluso a preguntarnos si no fue por ese descubrimiento por lo que tavo Moro tanta influencia sobre él. En todo caso, no fue antes de haber vivido no sélo con Moro, sino también con su familia cuando Erasmo parece haberse despren- dido no de su clericatura, sino de su clericalismo Asi se nos presentan ambos en el momento de entrar en los afios mas decisivos de su carrera. No podemos pasar de los afios de formacién de Moro a aquellos en que se va a revelar primero como hombre de estado y luego como testigo de la verdad que trasciende todo lo que ¢s de este mundo, sin decir al menos una palabra de la obra quizd mis sobresaliente de los afios de su juventud: Historia de Ricardo M1, compuesta hacia 1513, cuando ain no era mas que uno de los Undersherifs (lo equi- valente a uno de nuestros magistrados del tribunal correccional). Uno se queda sorprendido al observar tan precozmente, en el andlisis de los acontecimientos del mundo politico, una lucidez que ni Maquiavelo logrd superar y, al mismo tiempo, una no menor rectitud de juicio humano y cristiano, Este Ricardo, que se asegura el trono simplemente matando a los hijos de su hermano Eduardo —jde los que habia sido nombrado «Protector»!— ofrecia el modelo ideal para un estudio sobre la manera como uno se convierte en tirano, Pero es necesario subrayarlo: la doblez, la total ausencia de escripulos, la pasion de dominar aparecen en esta historia tan vivamente 33 estigmatizadas, en el jorobado real, como la versa- tilidad, la inconstancia y la simple inconsciencia tanto de la turba de privilegiados de un régimen como de la masa del pueblo. El hombre, el magistrado de los grandes ojos abiertos que, tan tempranamente, habia escrito asi la historia, estaba pronto para desempefiar el papel del politico integro, generoso, desprendido de toda ilusién, preludiando el del mértir mas ajeno a todo énfasis y 2 todo iluminismo que se vio jamés. Capitulo tercero LA UTOPIA: ;PROGRAMA O PARABOLA? En la vida como en la obra de Erasmo y de Moro, el paso de los afios de formacién a la actividad madura va preparado por un libro que tuvo gran éxito, pero que continéa siendo un enigma: el Elogio de la Locura del primero y la Utopia del segundo. Ambas obras estan estrechamente ligadas. Sdlo descubriendo lo que tienen en comtin y lo que las distingue se puede llegar a comprenderlas bien y a poder disipar los equivocos ain no resueltos, ni mucho menos, que ocultan el misterio dltimo de estos dos personajes tan célebres como mal com- prendidos. El Elogio de la Locura es la Gnica obra de Erasmo de la que se puede decir que se ha hecho popular, propiamente hablando, al menos después de haber sido traducida del latin a la lengua vulgar. Esto le valid a su autor la reputacién de escéptico, de un Voltaire anticipado. Hay en ello un contrasentido 35 total, pero de tan larga duracién que todavia sigue influyendo actualmente en doctos estudios de su vida y de su obra, como los de Agustin Renaudet. La Utopia, una vez traducida también a la lengua vulgar, ha engafiado mas adn, si cabe, a la mayor parte de sus lectores. No se ha Hegado, efecti- vamente, fundandose en una lectura atenta, pero miope a saludar en su autor a un Carlos Marx anticipado? Sin ir tan lejos zno se pone corriente- mente en contradiccién la apertura ilimitada de sus Utopianos con el rechazo de una Reforma anarqui- ca en que se inspiraré Lord Canciller y también con la fidelidad que hard de él el martir por antono- masia de una Iglesia catélica renegada por todos y en primer lugar por sus propios obispos? EI contrasentido del Elogio de la Locura, que Erasmo pudo al menos prever como proximo, le dejaria consternado. El segundo contrasentido, si Moro hubiese podido preverle, habria suscitado ciertamente su hilaridad, pero no sin un transfondo de melancolia. Si, por nuestra parte, no queremos desorientarnos tampoco con respecto a estas dos obras, debemos comenzar por tener ideas claras sobre la cronologia, primero de su composicidn y luego de sus primeras ediciones. Fue en 1509, a su regreso de Italia, donde habia recibido, finalmente, en Turin, el diploma de doctor en teologia, cuando Erasmo traz6, durante el camino, un primer esbozo del Elogio de la Locura.: la de los tedlogos en particular y la de los eclesidsticos en general, en la que no olvidé incluir a los romanos Pero, al componer esta satira, tenia presente a Moro y a su profunda sabidurfa cristiana. Junto a él 36 terminard de redactarla. Publicada por primera vez en 1511, sélo en 1516 saldré de la imprenta de Froben, en Basilea, la edicién que puede conside- rarse como definitiva y que Holbein ilustrard ese mismo afio, con dibujos a pluma. El 21 de octubre, envid Moro, desde Brujas, su carta a Dorp, para informarle directamente sobre las verdaderas in- tenciones de Erasmo tanto al lanzar esta invectiva como en sus obras mis serias. Sin embargo, por esas mismas fechas, Moro, que se preparaba desde hacia mucho tiempo para completarla con algun Elogio de la Sabiduria, hecho a su manera, se vio obligado a prolongar su estancia en Flandes, donde intervenia en negociaciones en beneficio de la industria y comercio britanicos, como ha demostrado recientemente el sacerdote André Prévost. Alli no sélo rermind la descripcién, peparada desde mucho antes, del pais de Nusquama (ninguna parte), que seré como el micleo de la futura Utopia', sino que comenzé a ponerla en forma de diélogo, en el que aparece en escena él mismo y su interlocutor y amigo flamenco, Pedro Gilles, para situar y enriquecer con sus propias observaciones los maravillosos relatos de un su- puesto viajero a quien Ilamaré Rafael Hythlodeo. En esa republica feliz, que evidentemente no se encuentra mds que en el pais ideal de «Ninguna parte», los problemas més espinosos de la ciudad humana deben resolverse con ese buen sentido del que pronto dira Descartes que es la cosa mejor Cayo nombre, griego y no latino, tiene igualmente el mismo sentido. 37 repartida del mundo, pero que, aparentemente, no ha sido puesta rigurosamente en practica mas que en ese pais de Jauja. De regreso ya en Londres, hacia comienzos de 1516, recibira por segunda (y tltima) vez a Erasmo entre los meses de julio y agosto, Pero, nacural- mente, habiendo encontrado a su vuelta gran cantidad de asuntos, no habia podido terminar esa especie de continuacién de la Locura, que Erasmo estaba impaciente, mas que Moro si cabe, por ver confiada a la imprenta. Ni que decir tiene que hablaron ininterrumpidamente de ella (jlo que no parece haberle agradado mucho a Lady Moro!). A finales de agosto, Moro hace una dltima visita de despedida a Erasmo, en casa del obispo Fisher, en Rochester, antes de que su amigo se embarque pata Calais. Pero hasta el 3 de septiembre no podré enviarle el manuscrito definitivamente terminado. El 3 de octubre, Erasmo acusa recibo, desde Amberes, y el 17 encarga a Pedro Gilles, «secreta- rio» de la municipalidad de Brujas, que habia de tomar parte en el didlogo, que prepare la edicién con una carta-dedicatoria a un patron inatacable, que ser4 Busleiden, eclesidstico de Brujas especial- mente respetable y respetado, Gilles se muestra inmediatamente entusiasmado con el texto, y esto tranquiliza a Moro, inquieto, al parecer, por la acogida que habria podido encontrar entre sus amigos «Me alegro, escribiré el 31 del mismo mes, de que nuestro Nusquama guste a Gilles, pero ¢qué piensan de él Tunstal, Busleiden, etc?». Tunstal era un experto en derecho canénico y en 38 derecho civil que le habia acompafiado en su embajada a los Paises Bajos y que, nombrado obispo de Londres, le impulsara un poco més tarde a tomar parte en la polémica contra los protestantes. Al saber que Gilles dirige su prélogo-dedicatoria a Busleiden, Moro le envia personalmente su texto. La carta de Gilles sera enviada a su destinatario el 1 de noviembre-y, ya el dia 9, responde Busleiden, a través de Erasmo, en los términos mas encomiis- ticos. El 4 de diciembre escribe Moro a Erasmo, agradeciéndole que haya provocado una reaccién tan favorable por parte de Tunstal. El 15 de ese mismo mes le enviard una nueva carta, en espera de la publicacién ya inminente. Pronto el éxito seré tal que, en 1518, cuando Froben saque una nueva y de las més lujosas ediciones, Erasmo, no temiendo ya comprometer a Moro con una intervencidn publica, la pone a su vez un prologo. Hay que hacer notar que, efectiva- mente, una segunda edicidn, aparecida entre tanto, habia sido prologada por un personaje tan ilustre como el humanista parisiense Guillermo Budé. Todo esto confirma el cruce de influencias reciprocas entre Erasmo y Moro, que ¢s la clave principal de estas dos obras. Cabe pensar que el encuentro de un espiritu tan continental como el de Erasmo con uno tan insular como el de Moro tiene no poco que ver en la ambigiiedad engafiosa de estas dos obras tan intima y a la vez tan sutilmente emparentadas. No tendriamos inconveniente en afirmar que en ellas se dan dos ejemplos casi tinicos de mezcla entre la ironfa germana y latina y el humor anglosajén. Pensemos aqui, por una parte, 39 en lo que los roménticos alemanes, influenciados por el latin y el griego, han podido afirmar acerca de la primera. Y por otra, recordemos que un August Wilhelm Schlegel, por muy enamorado que estuviera del humor, sobre todo shakespeariano, no logré a fin de cuentas explicarlo mejor a sus compatriotas teutones 0 a Madame de Stael —que, con una osadia capaz de dejar estupefacto al gran Goethe—, se propuso aclarar a los franceses no s6lo el espiritu de los anglosajones, sino también el de los germanos. Simplificando un poco, se ha podido decir que la ironia consiste en expresar cémicamente cosas en el fondo muy serias, y el humor en soltar las mayores sandeces con seriedad impavida, El sacerdote André Prévost nos ha dado un anilisis canto de las fuentes como de las etapas de redaccidn y composicién de la Utopia, que resultara dificil superar. El mismo es plenamente consciente del humor de Moro y no deja de apreciarlo. Sdlo se le podria reprochar que, habiendo estudiado su obra con tal seriedad, quizds haya olvidado a veces la sonrisa disimulada con que, a la postre, la ofrece Moro al lector. Por nuestra parte diriamos que la mayor dificul- tad que hay para comprender bien el Elogio de la Locura de Erasmo consiste en que éste, influenciado por su compadre del otro lado del canal de la Mancha, ha cubierto con un velo de humor brité- nico su ironia de batavo, que no obstante se trans- parenta en todas sus paginas, de modo que resuleard doblemente desconcertante, ya que pone fin a su sétira de fa locura de los hombres exaltando la locura de la Cruz. Por el contrario, el humor de la 40 descripcién que Moro hace de Nusquema, el pais de ninguna parte, en la Utopia, terminada ante los ojos de Erasmo, se verd totalmente impregnado de una ironia muy erasmiana. Una vez atravesada asi la corteza de respetabilidad postiza de las institucio- nes supuestamente cristianas de la propia Ingla- terra, el humor siempre perceptible en el futuro Lord Canciller y hasta en el eventual mértir, tiene en ella la ultima palabra... haciendo derivar hacia la farsa las pretendidas reformas definitivas, sin excluir las del sorprendente Hithlodeo. Después de todo, hemos de reconocer que estos dos inseparables, Erasmo y Moro, lo son a la manera de los dos gemelos de Lewis Caroll, es decir, enantiomorfos?: parecides en todo, pero a la inversa. Cada uno, por su parte, comprendié tan bien al otro como el otro le comprendié a él, pero, por esto mismo, se han hecho igualmente incom- prensibles tanto para el continental medio como para el insular tipico, quienes no tienen en comin mas que su simétrica fidelidad al estribillo de los Pirates of Pezance *: «Never go to the sea!, es decir: iNo os hagdis nunca a la mar!s. Erasmo, cuando extrema la broma casi hasta el sacrilegio en el Elogio de la Locura, se muestra desesperadamente serio. Moro, por el contrario, cuando parece que se ha tomado finalmente en serio su Utopéa, no hace sino una ultima chanza del mismo estilo que su tltima frase al verdugo. 2 Enantiomorfos: que esté formado por partes iguales dis- puestas en orden inverso, de modo que es idéntico sin ser superponible, v.gr. la mano izquierda y la mano derecha * Opereta cémica de William Scwenck Gilbert (1836-1911). Al Con el fin de abreviar y decir no obstance lo esencial, Erasmo muestra la inestirpable locura que se exhibe bajo las multiples formas de la sabiduria de este mundo para justificar finalmente la tnica sabiduria, la de Dios, que aparece como una locura a los ojos del mundo. Moro, por su parte, no trata de persuadirnos de que hagamos tabla rasa de la sociedad cristiana existente y la reconstruyamos ab ovo, de modo puramente racional. Cuenta con la evidencia de lo absurdo que resulta semejante proyecto, para disua- dirnos de ello. Mas no por eso deja de utilizarla para demostrarnos que un poco ms de razén, lejos de perjudicar a la tradicién, que justamente aprecia- mos, podrfa renovarla purificindola. Terminaremos con la comparacién que se impo- ne, afirmando que son de esos auténticos (iy rarisimos!) hombres de didlogo... a quienes, por desgracia (lo vemos mejor hoy que en el siglo XVI), nadie se preocupa de escuchar, jcuando todo el mundo monologa a cual mds y mejor... sobre el didlogo! Ese estilo de doble sentido como también de doble pendiente, si bien invertida la una respecto de la otra, se halla ya, no obstante, anunciado en el titulo de Erasmo: Encominm Moriae, que puede traducirse indiferentemente, ya nos lo habia adver- tido, por Elogio de la Locura y pot Elogio de Moro, 0 sea del hombre que, no aparentando ser sabio, lo es en realidad. Para atenernos a la Utopia de Moro, hagamos notar que, como practicamente todas sus obras mayores, esta en forma de didlogo, y de un didlogo chispeante, como los de Luciano, mas no por eso 42 menos serio que los didlogos de Platon. Esto supone que nada de lo que diga cualquier personaje tomado aisladamente, o incluso el mismo Moro, cuando entra en escena, expresa su ultima palabra sobre los problemas... porque es esencial a los problemas politicos, tal como él, cristiano perspicaz, los ve, el no tener, a ese nivel de politica mundana, una solucién que pudiera ser definitiva. No se trata, por consiguiente, de cambiar el mundo tal como va, para sustituirle por otro recreado por el hombre, cosa de la que éste se declara incapaz. Todo consiste en procurar que en este mundo en que estamos, transitorio por naturaleza, los cristianos hagan al menos todo lo que esta de su parte para que una salvacién definiciva, que sélo puede ser sobrena- tural, se haga 0 permanezca accesible a todos los hombres, preparando asi dicha salvacién al mismo tiempo que se preparan ellos lo mejor posible. A eso tenderé el didlogo, por aproximaciones progre- sivas, evitando el abandonarse a una politica del perro exhausto que se deja arrastrar por la corriente de agua, pero sin pretender por eso realizar literalmente una perfeccién que s6lo podria existir en «ninguna parte». Esto no impide que, aun tratandose de un suefio, sea un suefio estimulante. La Utopia, por su misma designacién, no ha de tomarse como un ejemplo de sociedad perfecta, que no podria darse en el plano de la historia actual. Pero, imaginando lo que los seres «primitivos», mas no irracionales, podrian hacer con el simple buen sentido, por oposicién a las mezquinas realizaciones de cristianos que profesan un cristia- nismo si no de mera fachada, al menos de segunda 4B mano, se tratara de descubrir de qué mejoras seria susceptible una sociedad que quiere ser cristiana si se esforzara por serlo con mayor verdad. Sucede aqui, en suma, como en algunas pardbolas evangélicas, especialmente en la del mayordomo infiel: que no hay que buscar en ella una alegoria, transportable detalle por detalle, sino una forma grafica de razonamiento « fortiori. Si un uso prudente de recursos dudosos, incluso francamente deficientes, puede tener buenos efectos, jqué no conseguiré una aplicacién mas concienzuda de otros mejores! Los habitantes de Utopia, en efecto, son solo gentes que caminan hacia la verdad, que se saben lejos de haberla alcanzado, pero que se esfuerzan honradamente, aunque a tientas, por sacar el mejor partido de sus luces imperfectas. Si estan dibujados con tal abundancia de palabras, es s6lo para avergonzar a los que se glorian de poseer esa verdad, pero que no se esfuerzan realmente gran cosa por aplicarla, ni siquiera por mirarla de cerca. No se nos oculta que los Utopianos desconocen la gracia, el perdén y la caridad cristianos. Pero la simple atencién a su interés general bien compren- dido les leva a una reparticién entre ellos de los bienes de consumo menos Ilamativa que lo que se observa en nuestras sociedades de cristianos incon- secuentes. Con mayor motivo, evitan entrar en conflictos con sus vecinos, ya que un poco de buen sentido basta para demostrarles que, aun suponien- do salieran vencedores, no obtendrian después de todo ninguna ventaja real. Ellos y su mundo no se hallan totalmente exentos de lo que podemos 44 considerar como absurdos patentes. Pero si son absurdos en algunos puntos no lo son necesaria- mente en todos. ;Es demasiado pedir que los cristianos hagan por lo menos otro tanto? La irrealidad, pero irrealidad estimulante, una vez mas, de la Utopia esta compensada, por otra parte, con el realismo del didlogo y de toda la fabulacién en que se inserta. Hythlodeo, el marino trotamundos, fanfarrén, pero no necio, esté en todo conforme con el modelo contempordneo del con- quistador, sin duda poco imaginativo, pero que al menos no vive encerrado en si mismo. Entre el continental Pedro Gilles, que parte del punto de vista burgués, o imperial, y el insular Tomas Moro, que representa el punto de vista londinense y de la nacién inglesa, este forastero Hega en el momento oportuno para ejercer como posible conciliador. Al revelar que lo que es evidente para uno o para otro no lo es necesariamente para quien viene de fuera —jaunque sea de «ninguna parte»!—, un marinero elocuente, capaz de fanfarronadas, pero también de virtuosas indignaciones y, con ello, tengamoslo muy presente, bastante embustero, va a poner quiz4 en el camino de un entendimiento fructifero para todo el mundo a dos grandes burgueses, a dos sabios de este mundo venidos de horizontes diversos. Tal es y no otro el sentido de la Utopia: no un programa, sino una parabola, pero una parabola que nos invita a no oponer tradicién a racionalidad, pero tampoco, ciertamente, racionalidad a tradi- cién, y sobre todo a no reducir la tradicin cristiana a las tradiciones més 0 menos mezcladas de cristianos que lo son menos por conviccidn refle- 45 xionada que por una costumbre mas © menos vaga. Cuando se ha comprendido esto, se esté en disposicién de comprender a este Canciller de Inglaterra que orientard toda su politica, inspirada por un ideal de Renacimiento y de Reforma auténticamente cristiano y humano, contra la herejia ya galopante y contra el cisma ya mas que amenazador, asi como el martir que preferird, a costa de su vida, permanecer fiel a un solo punto de la fe, aunque se le considere oscuro, pero que com- prende que, renunciando a él, se renuncia a todo. Capitulo cuarto CANCILLER CRISTIANO DE UN MEGALOMANO «DEFENSOR DE LA FE» Al terminar la lecturs de la Utopia, algunos se extrafian ingenuamente de que Sir Tomas Moro, nombrado Canciller, no aplicara, y con mayor raz6n proclamara, esa politica un tanto original. En primer lugar, es no tener en cuenta lo que acabamos de decit acerca del sentido exacto de la Utopia. Pero, sobre todo, es confundir lo que era y podia un Canciller de Inglaterra en ese comienzo del siglo XVI con lo que podemos esperar actualmente de un Primer Ministro de su Majestad, llamado a ejercer su cargo después de unas elecciones. Hoy, por un extrafio cambio, cuando el mismo soberano pro- nuncia solemnemente, con la corona en la cabeza, el discurso del trono ante sus Lores y sus Comunes reunidos, no hace en realidad mis que exponer los puntos de vista del partido Ievado al poder por el suftagio universal. En los tiempos de Moro, por el contrario, el Canciller, al dirigirse al mismo Par- 47 lamento, no podia sino transmitir el querer de su sefior comin, Inglaterra, en efecto, se convirti6, sobre todo con Enrique VIII, en una monarquia absoluta y no dejara de serlo definitivamente hasta mucho des- pués de la restauracién fracasada y la caida de los Estuardo. Lo que quiere decir que un Canciller como Moro, lejos de parecerse a un Primer Ministro moderno que dirige su politica, o la de su partido, moderada tnicamente por las observaciones que pueda hacer el soberano, no era entonces, en el plano legislative, més que el portavoz de la voluntad real. Tipico es el incidente que se produjo cuando Moro hubo de comunicar al Parlamento las intenciones del Rey en el asunto de su divorcio aun pendiente, Uno de sus oyentes parlamentatios le pregunté en puiblico qué pensaba él en este asunto Moro no pudo ni podia responderle sino que el Rey lo sabia y que, sin la autorizacidn de éste, no le era licito revelar su opinién personal, cualquiera que fuese, a ningén otro ~ No siendo, pues, mas que un simple adminis- trador de una politica que no le correspondia determinar, lo mds que podia hacer el Canciller como primer juez de Inglaterra era interpretarla segin el espiritu fundamental de la Common Law. De hecho, tras su discurso de investidura, real- mente muy duro para con su predecesor, el cardenal Wolsey, que sin duda se habia preocupado de sacar adelante sus propios asuntos mucho més que los del rey y los de sus conciudadanos, Moro querré liquidar con la mayor rapidez posible y a la vez con suma diligencia un sinnimero de problemas, y especial- 48 mente los procesos relativos a asuntos de menor importancia, tenidos en suspenso por mas 0 menos tiempo. No olvidemos, sin embargo, que antes de su acceso a esta magistratura suprema, mas no por eso soberana, cuando todavia no era mas que un simple Speaker de los Comunes, Moro habia dicho ya a Enrique, con palabras cuya necesaria humildad no hacfa sino resalear su intrépida franqueza, que consideraba como el mayor servicio que podia prestar en ese puesto a su sefior el no ocultarle las reacciones, los deseos y las repugnancias que sus sabditos expresaran por boca de sus diputados Podemos estar seguros de que, con mayor raz6n, al convertirse en primer consejero del Rey no le escatimaria sus observaciones, sin perjuicio de adoptar, mientras se lo permitiera su conciencia, las decisiones tomadi Y él, que habia analizado tan friamente el cardcter de un Ricardo III, podemos tener la seguridad de que, al vivir diariamente a la sombra de Enrique, ya habia juzgado a su sefior mucho antes de esta su ultima elevacién. Las palabras dirigidas a Roper (y estan lejos de ser las inicas), lo indican claramente. Cabe pensar que ya la Oda laudatoria con que habia saludado su subida al crono, no aplaudia tanto las cualidades que veia en el rey, cuanto aquellas que habria deseado ver en él Todo el mundo creia entonces que éste daria por lo menos la promesa; pero es muy probable que ese espititu tan perspicaz viera en él a lo sumo una posibilidad que alentar antes de que fuese dema- siado tarde. Inteligente, sin duda, brillante, seductor 49 hasta donde queria serio, tal era el joven principe Pero podemos estar seguros de que este observador finisimo que tenia a su lado, no se habia equivocado mucho sobre la posible constancia de su sefior a no ser en la infatuacién. En los primeros afios de su reinado, como aspira a la dignidad de Emperador de Alemania (del sacro imperio romano germénico, como se decia), Enri- que se jacta de ser, en su reino y fuera de él, ef defensor por excelencia de la fe, incluso antes de que un papa como Ledn X, hombre mas culto que profundo, le haya alabado por ello. Es en esta ocasién cuando él mismo redacta, contra Lutero, su Afirmacién de los siete sacramentos. Su consejero, ya predilecto, aunque todavia no es su Canciller, ve desde ese momento clarisimamente la inestabilidad de un orgullo todavia menor que la vanidad que ciega a este autécrata, Es, pues, Moro —jironia de las cosas!— quien aconseja al regio tedlogo un tanto improvisado que no exalte tanto, en esa refutacin de Lutero, una autoridad pontificia con la que-no es tan seguro que intereses mas fuertes que los prin- cipios proclamados puedan estar siempre de acuerdo. Volviendo a Ia actividad juridica, a todo ese tiempo de su’ paso, relativamente breve, por la cancilleria, Moro sacara las consecuencias logicas de la posicién de fiel ortodoxia mantenida oficial- mente por su sefior, no sdlo porque sospecha con probabilidad que éste comienza a ser el primero en sentirse a disgusto, sino también, podemos creerlo, . por tratar, si todavia es tiempo, de hacerla irrevo- cable, Con este fin, extrema la paciencia y la bondad con los predicadores de una reforma religiosa 50 inspirada en el luceranismo alemén, pero ya mucho més exagerada en su ruptura con la tradicién catélica; mas cuando se da cuenta de que la per- suasién resulta insuficiente, no duda en aplicar los procedimientos exigidos por las leyes del reino, de las que ha sido constituido primer guardidn. En esto no hay ninguna contradiccién con la amplisima tolerancia de los Utopianos, ligada como esti explicicamente a la busqueda y a la espera de una posible revelacién que atin no se les ha dado a conocer. El caso, pensé Moro —gy cémo quitarle la razén?— es completamente discinto para un estado como Inglaterra en el que todas las instituciones, comenzando por la corona, descansan en la fe catélica del conjunto del pais. Su gran juez no podria obrar en conciencia de otra manera Pero, caso tinico en fa historia de su cargo, Moro no pone nunca en marcha los procedimientos en este terreno sin haber conversado, como de igual a igual, con los acusados conducides ante él, para hacerlos reflexionar. Y, con toda su campechania sonriente, se esfuerza por instruirlos, no tanto acerca de las consecuencias de su actitud cuanto sobre el cardcter inestable, con frecuencia contra- dictorio, de las posiciones que tienden a arruinar pura y simplemente la fe tradicional del cristiano. Sin embargo, cuando ya es evidente que la discusién pacifica no conduce a nada, no puede demorar la aplicacién de las leyes vigentes, de las que ha sido constituido principal responsable. Pero al mismo tiempo se da cuenta de que el rey siente la necesidad de un primado complaciente para la solucién de sus asuntos matrimoniales que Wolsey, SI cuando acumulaba las funciones de Legado de la Santa Sede y de Canciller de Inglaterra, no habia Hegado a arreglar. La eleccién para el arzobis- pado de Cantorbery de Cranmer, cuyo concubinato no es desconocide ni por el Canciller ni por el mismo Rey, como tampoco su ayuda bajo cuerda a ideas mas extremistas que las de! mismo Lutero (su matrimonio secreto con la hija de Osiander, amigo del reformador alemdn, es significativo) tiende ya a hacer indtil todo esfuerzo legal para combatir un desbarajuste religioso. El rey, naturalmente, no podria avalarle sin ponerse a si mismo en ridiculo, después de su posicién tan clara. Y, ademds, en el fondo de si mismo, la cosa continta y continuard repugnandole siempre Por otro lado, es necesario un arzobispo asi, ya que Roma no se pliega a su fantasias conyugales, aunque éstas vayan cubiertas con un pretexto dindstico. La Reina, Catalina de Aragén, en efecto, no le ha dado mas que una hija; pero todos saben muy bien, como dira Shakespeare, que-el_defecto principal de su matrimonio esta ahora en que la dama de honor de la reina, Ana Bolena, le parece més deseable... Moro que ve, pues, claramente que las barreras legales que est4 encargado de guardar se hallan minadas, en los afios sucesivos, se compromete cada vez més, paralelamente y como hombre privado, en la controversia Repitdmoslo: poco después de que Tunstal, su antiguo colega, fuese nombrado obispo de Londres, le habia encargado, en nombre de los obispos, esta misién, que ningiin prelado, salvo Fisher de Ro- chester, se sentia capaz de afrontar. Sus vigorosos 52 ataques y su caracter personal, sobre todo en lo que se refiere a Tyndale, primer reformador inglés que tiende abiertamente a la herejia y al cisma, no significa de ningim modo que reniegue de la concepcién que habia desarrollado, en comin con Erasmo, de una reforma religiosa realmente evan- gélica, en el verdadero sentido de la palabra, es decir, de un retorno a la Iglesia apostélica. Esa concepcién encarna bien el sentimiento que él alentara en Erasmo e incluso estimulard explicita- mente: que nada hay més a propésito para arruinar en la Iglesia una reforma de este tipo como confundirla con una destruccién de las bases tradicionales y por tanto auténticamente apostd- licas y evangélicas de esta misma Iglesia En todo esto hemos de reconocer que, a lo largo de esos afios, él supo combinar de manera excep- cional, nica incluso, sobre todo en lo que se refiere a Inglaterra, la lucidez y el valor al mismo tiempo que la prudencia sin debilidad y una moderacién que nada tiene que ver con la incertidumbre. No hubs, pues, en él cobardia como la de la masa, no sélo de los politicos, sino también de los eclesiés- ticos compatriotas y contemporaneos suyos en su casi totalidad, ni tampoco fanatismo, ni siquiera confusién entre politica religiosa y politica a secas, de lo que no se veia totalmente exento en aquel entonces ni siquiera el unico obispo valiente y fiel, el de Rochester, futuro cardenal én carcere, En una Iglesia y en un Estado en semejante desconcierto, jamés fueron tan inseparables en su persona el jurista incorruptible, al que no se puede engafiar, y el cristiano hicido en su vision y constante en su fe. 53 Con respecto a esto, su soberano, tan brillante como ha parecido hasta ahora a los ojos de todos, hace ya un triste papel, y podemos pensar que el desgraciado rey se da cuenta de ello, aunque confu- samente. Enrique, en efecto, no se ha convertido de Ja noche a la mafiana en el Barba Azul tan ridiculo como odioso de sus dltimos afios. Sus escripulos no son todavia mera pamema, y Moro es el primero en estar convencido de ello. Hasta cierto punto es sincero su propésito de salir honrosamente de las contradiciones inextricables en que su voluntad de poder realmente itrefrenable, sus reales preocupa- ciones dindsticas e incluso su pasién sensual le han hecho incurrir, con respecto a convicciones que, aun sirviendo de tapadera a lo que les es contrario, no han cesado, con todo, de sér mas auténticas de lo que uno pudiera figurarse/De ahi, en esos tltimos tiempos de las funciones de Moro, la no menor contradiccién en que el soberano incurre inequivo- camente con respecto a su Canciller. Sin duda, desde el momento en que le habia instalado en la magistracura suprema, habia tenido la idea de doblegarle a sus fines mediante un chantaje a la confianza y a la generosidad. Mas no por eso puede excluirse —jtan complicados son los hombres y los que aspiran a superhombres mas que los otros!— que esperase realmente convencerle de la pureza de sus intenciones profundas y hacer callar asi unos escripulos que ni en él mismo habian desaparecido. Puede decirse que Moro dimitiré cuando, por su parte, haya Ilegado a la plena conviccién sobre el cardcter inadmisible, tanto desde el punto de vista 54 de la equidad como del derecho, del divorcio real y mas atin de las consecuencias religiosas que se derivarin para el pais en las circunstancias en que va a tener lugar. Pero es que, ademas, mide su propia incapacidad paca llevar al megalémano real a ver claro en si mismo y a desembarazarse de las contradicciones en que esta incurriendo cada vez * mas En ese momento, ya no podemos dudar de que Moro se hallaba abrumado por el peso de las responsabilidades, pues se daba perfecta cuenta de que superaban sea las facultades constitucionales, sea la capacidad psicolégica de que disponia frente al monarca y frente a una opinién publica tan profundamente turbada Su dimisién por motivos de salud no sera, pues, un pretexto, como tampoco lo seré su esperanza abiertamente expresada, al volver a la vida privada, de poder trabajar con sosiego en su propia salvacién y en la de los suyos, renunciando a llevar la carga de una salvacién piblica cuyos medios estaba claro que no le pertenectan, En cuanto a la ruina de su carrera y, como consecuencia, al final de su éxito mundano y el de los suyos, podemos estar seguros que fue lo que menos le preocupé. Como ya advirtié a su familia, no era probable que con este golpe descendieran todos de su posicién mas que holgada a la miseria, pero si habria que esperar una caida que, aunque no fuera inmediatamente total, debia ser irremediable. El domingo siguiente a su dimisién, en la pequefia iglesia de Chelsea, tue él mismo, en lugar de su ex mayordomo, quien se acercé al banco de su 55 esposa para decile: «Sefiora, mi Lord ya se fue!» Riéndose en el fondo del enfado de su otra mitad, no hay duda de que, por su parte, no se sentia contrariado al verse, finalmente, libre de un peso que se le habia hecho insoportable. Sin embargo, no debia hacerse muchas ilusiones sobre las posibili- dades que tenia su retiro de prolongarse durante mucho tiempo in otio cum dignitate. De hecho, su primera preocupacidn sera prepa- rar a los suyos, como se preparaba a si mismo, para cualquier eventualidad, sin excluir las peores. 56 Capitulo quinto EL MARTIRIO En marzo de 1532 Moro entregé los sellos, que habia recibido en octubre de 1529. Por tanto s6lo los habia guardado por espacio de dos afios y medio. Y no cabe duda de que mucho antes de deshacerse de ellos habia previsto ya las graves dificultades que se iban a presentar. Orra confidencia, hecha a su yerno Roper, ademas de la ya citada, muestra claramente que las amenazas todavia vagas que intuy6 al principio, no habian tardado en hacerse més precisas: «jOjalé quisiera el Sefior, querido Roper, que me metieran en un saco y me arrojasen inmediatamente al Tamesis, con tal de que queda- ran bien establecidas tres cosas en la cristian- dadi... La primera es que la mayoria de los principes cristianos, que se hallan en guerras mortales, tuvieran paz universal entre si. La segunda, que la Iglesia de Cristo, que se halla de momento mortal- mente afligida con errores y herejias, estuviera 57 sosegada y en perfecta unidad de religion. ¥ la tercera, que el asunto del matrimonio del rey, que constituye ahora un problema, se concluyese feliz~ mente para gloria de Dios y tranquilidad de las partes interesadas » Algo. mas tarde, previendo claramente que el asunto del divorcio del rey y las tendencias al cisma y a la herejia iban fatalmente a mecclarse y endurecerse, fue atin mas explicito: «Quiera Dios, hijo mio, que estos asuntos no tengan que confir- marse pronto con juramentos». Lo que habia temido mucho antes y habia visto tomar forma poco a poco, Moro lo pudo prever como inminente cuando, el 15 de mayo de 1532, las Convocaciones (es decir, los sinodos provinciales-de Cantorbery y de York) reconocieron al rey como Cabeza suprema de la Iglesia en Inglacerra, si bien con esta reserva puramente formal: «en cuanto lo permite la ley de Cristo». Al dia siguiente, y esto es muy significative, aunque no fuese mas que la conclusién de largas deliberaciones, devolvia los sellos a su soberano, quien, en esta ocasidn, no le dio ninguna muestra de agradecimiento y de benevolencia. Y, desde entonces, no contento con reducir su tren de vida y el de los suyos, que la pér- dida de su dignidad y de los ingresos correspon- dientes hacian ya imposible, se aplicaré a prepa- rarles poco a poco para las pruebas cuya inminen- te gravedad era el unico en prever claramente. De hecho, todo se pondri en movimiento visiblemente unos dos afios més tarde, cuando, el 31 de mayo de 1534, las Convocaciones rechacen toda jurisdiccién del Papa sobre el reino. 58 Ya el primero de junio se habia notado la ausencia de Moro en la coronacién de Ana Bolena. De la. misma manera que, poco antes, habia rehusado una cuantiosa suma que los obispos sus amigos le habfan presentado en nombre del clero, por su defensa con la pluma de los principios catélicos, defensa proseguida con mayor intensidad en los tiempos libres de su retiro, asi también ahora se habia sustraido a los ruegos de esos mismos prelados, que querian evitar que con su ausencia suscitara las iras de la nueva reina. Cuando fueron a verle, se burlé de ellos contandoles una de sus historias, en la que se demostraba que ellos aceptaban ser desflorados antes que decapitados, mientras que él, por su parte, preferia perder la cabeza antes que la virtud. Su perspicacia se vio confirmada cuando inten- taron primero involucrarle (inttilmente, desde luego) en el asunto de una monja de Kent, culpable de haber profetizado la doble infidelidad del rey, a su fe y a su legitima esposa. Pero el golpe decisivo se lo asestaron cuando, el 13 de abril siguiente, Namado a Lambeth para prestar juramento al acta de sucesién que hacia de los eventuales hijos nacidos de la nueva unién real, herederos legitimos del trono, él se neg. No obstante, precisé ante la Comisién, que no era la legitimidad de esta sucesién lo que constituia el objeto de su negativa, sino la manera como el texto la ligaba al rechazo de Ja jurisdiccién papal y al reconocimiento del rey como inico jefe de la Iglesia en Inglaterra En efecto, un mes antes, Cranmer (nuevo arzobispo de Canterbury), Audley (que habia suce- 59 dido a Moro en Ia Cancilleria) y Toms Cromwell (que sera el principal ejecutor de las medidas contra los monasterios y que, después de haberse llenado bien los bolsillos, serfa a su vez decapitado), después de incerrogarle sobre el asunto de la monja de Kent, habjan llegado al convencimiento de que era inutil perseguirle en este punto. Pero habian prolongado la entrevista, tratando de persuadirle de que diera su adhesin publica a todas las disposicio- nes nuevas ratificadas tanto por el clero como por el Parlamento «A lo que, dice el excelente Roper, Sit Tomas respondié con dulzura como sigue: —Nadie, sefio- res mios, haria de mejor gana que yo la voluntad del Rey, en la necesidad en que me encuentro de reconocer sus numerosos favores y las grandes bondades con que tan generosamente me ha colmado. Sin embargo, crei con toda verdad que nunca volveria a oft mada sobre este asunto, con- siderando que, desde un principio y en diversas ocasiones, he expresado clara y sinceramente mi parecer a su Majestad, quien como muy gracioso soberano, parecié aceptarlo siempre muy bien, no queriendo, solfa decirme, molestarme demasiado a este respecto. Desde ese momento, no he descu- bierto nada nuevo que pudiera hacerme cambiar de parecer; si hubiera sido posible, nadie en el mundo se hubiese sentido mas feliz que yo». Entonces pasaron a las amenazas: la acusacién de haber «impulsado perversamente al rey a poner por si mismo en manos del Papa una espada para combatirle» (alusién evidente a su Assertio septem sacramentorum adversus Martinum Lutherum). 60 Esta solemne tonteria, suscité inmediatamente una réplica por parte de Sir Tomds, cuyo sabor tan particular podré apreciarse: —«Sefiores mios: esos terrores son buenos argumentos para chiquillos, no para mi. Sin embar- go, para responder al punto principal de vuestra acusacién, pienso que el Rey, por su honor, no me recriminara nunca y que nadie puede disculparme mejor que él, puesto que sabe muy bien que ni le he incitado ni aconsejado en esto; sino que, una vez acabada la obra, por indicacién suya y con el beneplacito de quienes en ella habfan trabajado, me limité a distribuir las principales materias que en ella se contenfan. Observando que se ponia la autoridad del Papa tan en primer plano y que se defendia exageradamente con argumentos tan fuer- tes, le dije al rey: —Una cosa debo recordar a su Majestad y es la siguiente: El Papa, como sabe su Majestad, es también principe, y entra en liga con los demés principes cristianos, Bien pudiera suceder mds adelante que surgieran diferencias entre ély su Majestad acerca de algunos puntos de la liga. Y entonces se romperia la amistad y estallaria la guerra entre ambos. Creo mejor, por tanto, retocar este punto y que se insista menos en la autoridad del Papa. —No, respondié su Majestad, no se hard asi. Estamos tan obligados a la Santa Sede que todo el honor que le hagamos seré poco. Entonces le recordé el estatuto del Praemunire merced al cual habia quedado reducida en buena parte la autoridad papal. A lo que respondié su Majestad: —Pese a todo, exaltaremos lo mas posible esta autoridad, puesto que de esta Sede hemos recibido nuestra 61 corona imperial; esto yo nunca lo habia oido decir antes de que lo escuchara de los propios labios de su Majestad. Por eso estoy seguro de que el rey, una vez que esté informado veridicamente de esto y recuerde gentilmente mi papel en este asunto, no hablaré mas de él y me absolvera plenamente» «Después de lo cual, concluye el buen Roper, se marcharon malhumorados». ;Y se comprende fa- cilmente! Pero afiade: «Sir Tomés regresé en barca a su casa de Chelsea. Estuvo muy alegre durante todo el trayecto, y por ello yo también, esperando que hubiera logrado que le dispensaran de la ley del Parlamento. Apenas desembarcamos y Hegamos a casa, nos pusimos enseguida a pasear por el jardin, y yo, deseoso de saber cémo le habia ido, le pregunté: —¢debo deducir, Sefior, que todo va bien, puesto que estdis can contento? Gracias a Dios, si, querido Roper, me respondié—. ¢Estdis, por consi- guiente, dispensado de la ley del Parlamento? le pregunté. Por mi fe, querido Roper, me respondid, ini siquiera he pensado en eso! ,No habéis pensado mds en eso?,exclamé yo. ¢Habéis olvidado algo que 0s toca tan de cerca y, de rechazo, a todos nosotros? Esto me deja desolado, porque, al veros de tan buen humor, habia creido realmente que todo habia ido bien—. ;Quieres saber, Roper, hijo mio, por qué estoy tan alegre? ;Claro que si, Sir!—. Me alegro, hijo, y no sin fundamento, de haber dado un buen revolcén al diablo y de haber ido tan lejos al contestar a esos sefiores que ya no podré volverme atrés sin gran vergiienza mia». De hecho, los tres compinches habian quedado 62 sumamente impresionados tanto por la consumada habilidad del jurista como por su honestidad intransigence, Lograron, pues, no sin dificultad, convencer al rey de que un proceso en coda regia a Moro por el asunto de la monja de Kent no podia sino redundar en confusién de los jueces... ;Sin hablar de su sedior! Pero, desde ese momento, y en esto no se engafiaba Moro, no pudiendo ni enredar- le ni condenarle con falsos pretextos, harfan lo posible por hundirle, aprovechando, como él habia previsto, la magnifica ocasién que les brindaba el juramento. Es lo que se decidié en el nuevo y fatal encuentro con esos tres mismos ejecutores de los siniesccos designios reales, el 11 de mayo. Ese dia, se convocaba de nuevo en Lambeth a todo el clero de la Ciudad y de Westminster, para prestar el juramento antes aludido, que mezclaba la causa de la sucesién con 1a aceptacién formal del cisma, implicando ya la herejia. Con ellos habia sido citado un Gnico seglar: Moro. Este, que se habia confesado y habia asistido a misa por la mafiana, prohibid, contra su costumbre, que su mujer y sus hijos le acompafiaran hasta la barca, evidentemente porque temia que no iba a poder dominar su emocién al separarse de ellos. Pero cuando ya se vio solo con Roper y los remeros, tras un breve silencio, parecié serenarse y le dijo «querido Roper, doy gracias a Dios porque la batalla esté ganada». Roper, que no habia com- prendido bien el sentido de aquellas palabras, le contesté vagamente: «Sir, me alegro de ello» Pero, al narrar los acontecimientos, afiadird: 63 «Como pude conjeturar mas tarde, lo que él queria decir en realidad era que el amor que tenfa a Dios acababa de obrar en él con tanta eficacia que habia triunfado totalmente de sus afectos terrenos» Llegado a Lambeth, se hallé de nuevo frente a los mismos jueces infernales que el mes anterior. Le pidieron formalmente que suscribiese el juramento que hacia del rey, en lugar del Papa, la tinica cabeza suprema reconocida por la Iglesia de Inglaterra. Moro, después de haberle leido pausadamente, declaré que no podia suscribir un texto asi con- cebido. Sus jueces le rogaron que se fuese a otra sala del palacio y que reflexionara, mientras ellos proporcionaban el juramento a cuantos debian prestarlo. Asi pudo ver desde una ventana el especticulo de la clerecia londinense que rivalizaba en servilismo. sperando, aunque equivocadamente, que este edificante espectéculo habria podido cambiar sus disposiciones, Ie amaron de nuevo Minos, Eaco y Radamanto. Al comprobar que se mantenfa en los mismos sentimientos, le confiaron a la custodia del abad de Westminster, mientras iban a informar a su sefior. Parece que Roper estaba en lo cierto al creer que aconsejaron que se limitara a la aceptacién de la sucesidn por parte de Moro, sin obligarle a firmar la formula a que se resistia, con tal de que mantuviese en secreto su dispensa; y a ello debié inclinarse en un principio el rey. Pero Ana Bolena, que no habia digerido Ia ofensa que la habia hecho al negarse a asistir a su coronacién, puso en marcha toda su influencia para que no fuera asi Se decidid, pues, meterle formalmente en prisién 64 y se le condujo a la Torre de Londres. Al entrar por la puerta de la Torre, el portero, segin costumbre admitida, le pidid como gaje la prenda de encima Con una de sus caracteristicas bromas, Sir Tomas fingié creer que deseaba su vieja gorra, y se la entregé diciendo; «Siento que no sea mas bonita...» El buen hombre hubo de insistir para obtener su capa, y sin duda, con ella, el ex-canciller le dejé la cadena de oro que no habia querido enviar a su familia, a pesar de los consejos bien intencionados. De hecho, los comienzos de su prisién fueron relativamente benignos. El lugarteniente de la Torre, ciertamente advertido de lo que se esperaba de él en las altas esferas, le permitié lamar a su criado, Juan Wood, a quien el jurista, que no olvidaba nada de su profesién aunque estuviese desposeido de su cargo, hizo jurar que revelaria al lugarteniente todo cuanto, legado el caso, pudiera decir 0 escribir en su presencia contra el rey, el consejo y el reino. Es evidente que tanto su citcunspeccién como su firmeza ponian en aprietos a todo el mundo y que se esperaba que una cautividad lo mas benigna posible Iegaria quizés a hacerle aceptar, rolens nolens lo que se esperaba de él mas que de nadie Probablemente con este mismo fin el astuto Cromwell, que no ignoraba lo mucho que queria a Meg, concedié a ésta, un mes después, permiso para visitarle. Una carta un tanto ambigua que ella habia dirigido a su padre, y que se habian apresurado a entregarle, naturalmente después de haberla inter- ceptado, zno le habia turbado profundamente, dandole la impresién de que su hija desaprobaba su 65 conducta? El la habia contestado en estos términos, sin duda mas deleitosos para sus perseguidores: «Queridisima hija: Si durante largo tiempo no me hubiese mantenido firme y constante, pues tengo fe en la gran misericordia de Dios, tu lamentable carta me habria avergonzado més que otras cosas terri- bles que en diversas ocasiones he oido contra mi...» Se envid, pues, a la joven a su infortunado padre, sin sospechar aparentemente que eso era en realidad lo que con su astucia femenina esperaba de Cromwell. Pensando en él y no en Moro, la picara muchacha habia empleado ese estilo de doble sentido. Pero, cuando fue introducida en la celda y hubieron orado juntos, como tenian por coscumbre, la dijo: «Creo, Meg, que los que me han metido aqui piensan haberme hecho gran dafio. Pero te aseguro por mi fe, mi buena y querida hija, que si no hubiera sido por mi esposa y por vosotros mis hijos, a quienes considero parte principal de mi carga, hace mucho tiempo que me habria encerrado en una habitacién tan estrecha como ésta y mas estrecha aun». Es decir, que desde el momento en que ingresé en la prisién no quiso ya ver en ella més que un sustituto providencial del claustro, al que habia renunciado, para prepararse finalmente por entero a «esas tiltimas cosas» cuya suprema importancia parece haber impreso tan fuertemente en él, desde el comienzo de su edad adulta, su estancia en la Cartuja, Sabido es cémo habia redactado su didlogo sobre este tema en forma de conversacién con Margaret. Y no es ciertamente excesivo afirmar 66 que, desde el momento de su precario retiro de los negocios, se habfa situado de nuevo en esta perspectiva. El Didlogo del consuelo en la tribula- cién, que ocupaba sus ultimos ocios en la Torre, es evidentemente fruto de muchas reflexiones del pe- rfodo intermedio en que no habia cesado de dis- ponerse, al preparar a los suyos para lo que se ave- cinaba. En él encontramos, con una resonancia mas explicita que nunca, el rasgo absolutamente decisive del humanismo de Moro. En el sentido de que, como en el De Consolatione Philosophiae de Boecio, con el que estaba familiarizado desde mucho tiempo atrés, Moro comienza por demostrar en él cémo una sabiduria atin puramente filosdfica, meramente humana, debe llevar a ver en la vida presente, en su totalidad, una preparacién para la muerte. Sin embargo, las perspectivas de la muerte cristiana abren la puerta a la Gnica entrada posible en lo que san Pablo llama vida verdadera. Aqui conviene recordar las circunstancias que acompafiaron a una visita que el Duque de Norfolk le habia hecho, todavia en Chelsea, poco antes de su detencién. Pero, para gustar mejor todo su sabor, sera bueno confrontarlo con otra visita anterior de este mismo noble. Esta primera vez, al encontrarle en la iglesia, con sobrepelliz entre los cantores y cantando con ellos las alabanzas del Altisimo con todo su corazén (aunque desafinaba enormemente, segin parece), el duque habia exclamado: «;Por el Cuerpo de Cristo, Lord Canciller, por el Cuerpo de Cristo! Sacristan de parroquia! Estdis deshonrando al rey y a vuestro oficio. Y Moro habia respondido: 67 —No. Vuestra excelencia no puede pensar que el rey, sedior vuestro y mio, vaya a ofenderse por ello, 0 considerar que he deshonrado su oficio por servir a Dios, que es su Sefior» Esta primera experiencia hubiera debido prepa- rar al mismo Duque, al decirle en la segunda visit «jPor la santa misa, Master Moro! Es grave riesgo enfrentarse con los principes, y me alegraria que accediérais a los deseos del rey. ;Por el Cuerpo de Cristo!, Master Moro, Indignatio principis mors est. —;Es eso todo, sefior? le replicé Moro. Entonces es verdad que la tinica diferencia que hay entre vuestra sefioria y yo es que yo moriré hoy y vos mafiana» En una segunda visita de Meg, después de haberse informado sobre su familia, le preguntd cémo estaba la reina Ana: «;Por mi fe, papi, mejor que nunca! —¢Mejor que nunca, Meg?, exclamé; jay!, me da pena pensar en qué miseria va a caer pronto la pobrecita». En ese momento les interrumpié el lugarteniente de la Torre que venia a asegurarle a Moro, en presencia de su hija, que, por su parte, hubiera deseado darle mejor trato, pero que no podia hacerlo sin incurrir evidentemente en el enojo del rey, «Sefior Lugarteniente, respondié Moro:... No os preocupéis de mi, que no me disgusta el trato que se me da; y si alguna vez me desagradare, haced-el favor de echarme a la calle» Se procuré después que otra visita de la pobre Meg coincidiera con la partida para el martirio de los Cartujos que, no sélo habian sido encarcelados con Sir Tomés, sino que se les enviaba al mas atroz 68 de los suplicios después de haber sido barbaramente torturados. Moro lo sabia muy bien, pues su pequefia e intrépida nuera, Ana Cresacre, habia conseguido visitarlos y curarlos en sus calabozos. Es evidence que se contaba con este especticulo, asociando a él a Meg, para vencer la resistencia del ex-canciller. ;Vana ilusién! Porque lo tinico que esa Siniestra procesién inspir6 al padre de Meg fueron estas palabras: «jAy!, Meg zno ves con. cuanta alegria van ahora esos benditos padres a la muerte como novios al matrimonio? Con ello puedes hacerte idea, mi buena y querida hija, de la diferencia enorme que hay entre los que han pasado religiosamente sus dias en una vida disciplinada, aspera, penirente y dolorosa, y los que, como ta padre, han malgastado el tiempo en esta tierra como pobrecitos mundanos, en el placer y de manera licenciosa. Porque Dios, considerando su larga vida pasada en dura y Aspera penitencia, no quiere ya que permanezcan por mds tiempo en este valle de miseria e iniquidad, sino que los quiere llevar consigo a toda prisa a disfrutar de su eterna deidad. Mientras al necio de tu padre, Meg, que ha pasado toda su vida inmerso en el pecado, como el mayor de los miserables, Dios le considera todavia indigno de alcanzar tan pronto esa felicidad eterna y le deja atin en este mundo para ser visitado y atormentado por la desgracia» Estas palabras, como tantas otras de su corres- pondencia o de sus oraciones en la prisién, son un testimonio de la profunda humildad de Moro. Digdmoslo claramente: esto es lo que explica que él, no juzgindose digno de aspirar al martirio, recu- 69 rriera a todas las armas del derecho antes de liberar publicamente su conciencia como lo harfa admira- blemente al término de su proceso, 0 mejor, del simulacro de proceso. Tras esto, vieron que era necesario adoptar medidas extremas. Por dos veces, el mismo canci- ller, Cromwell, el Duque de Norfolk y el de Suffolk vinieron juntos, tratando de obtener o bien una confesion de la Supremacia Real en materia ecle- sidstica, que permitiera librarle, 0 una negativa formal que pudiese fundamentar una condena en la debida forma. Pero todos sus esfuerzos aunados no pudieron obtener nada: rehusaba jurar contra su conciencia, pero mantuvo hasta el fin su postura de que en los puntos en litigio no habfa ocultado nunca lo que pensaba al soberano, sino que éste le habia asegurado en diversas ocasiones que respetaria siempre su conciencia, con tal que no revelase a los demas sus sentimientos intimos. Notemos que estas tiltimas insistencias colectivas eran continua- cién de otras dos visitas individuales, cuyo cotejo seria de lo mas cémico sino fuera siniestro. Cromwell, decidida ¢ inquebrantablemente conven- cido todavia de los benéficos efectos de la ducha escocesa, habia venido, presumiblemente en nom- bre del rey,.. para asegurarle que este bueno y gracioso sefior no intentaria de alli en adelante turbar su conciencia en materias en que sintiera escripulos. Si Cromwell se imaginaba seriamente que, después de esto, Sir Tomis le iba a abrir su coraz6n, estaba perdiendo el tiempo. Moro le dejara partir tinicamente con su cortés agradecimiento. 70 Pero apenas se habia cerrado la puerta tras el zorro burlado, cuando Moro, con un trozo de carbén, escribié estos versos que parecen ser los tiltimos esctitos por él: «Fortuna de dulce semblante, por hermosa que seas, por agradablemente que sorias como si quisieras mi ruina, no creas engattarme durante el resto de mi vida. Espero, con la ayuda de Dios, entrar pronto en su celeste puerto sereno, seguro. Pero, tras las bonanzas, espero la tempestad». Cromwell tuvo entonces una tltima y maravillosa idea: una escena de una esposa desabrida, ;no conseguiria lo que hasta entonces nadie habia podido lograr? Chambers, excelente historiador moderno de nuestro héroe,- ha hecho notar con exactitud que Roper, si es imposible que cite siempre palabra por palabra los discursos que reproduce después de tanto tiempo, tenia en todo caso una notable capacidad de imitacién. Hay que reconocer que en este caso, con el mimero que hace representar a su suegra, se ha superado a si mismo. «Buenos dias, Master Moro. Me sorprende que, habiendo pasado hasta hoy por hombre prudence, cometdis ahora la locura de permanecer en esta angosta y sdrdida prisién, y que quizd os conside- réis feliz conviviendo con ratas y ratones, cuando podiais estar libre gozando del favor y benevolencia del rey y de todo su consejo, haciendo simplemente lo que todos los obispos y hombres més doctos de este reino han hecho. Y cuando pienso que en 7 Chelsea tenéis una hermosa casa, biblioteca, galeria, jardin y huerta y tantas comodidades al alcance de la mano, donde podriais vivir feliz en compatiia de vuestra esposa, de vuestros hijos y de vuestros criados, me pregunto, en nombre de Dios, qué es lo que tenéis en la cabeza que os hace languidecer aqui.» Después de haberla escuchado tranguilamente durante algin tiempo, Moro la respondié en rono alegre: —«Por favor, mi buena sefiora Alicia, dime una cosa —A ver, equé?, pregunté la dama. —¢No se halla esta casa tan cerca del cielo como la mia? A lo que ella, que no gustaba mucho de este tipo de discursos, replicd en su estilo familiar: {Tararata! iVaya una cancién! —;Por qué eso? ¢No es realmente asi, sefiora Moro? A lo que ella replicé: ;Bone Deus, Bone Deus!, querido esposo mio. ;No desistiréis nunca de esta decision?» Después de haber agotado todos estos argumen- tos, iy qué argumentos! estaba demasiado claro que i no daria nunca marcha atras, No contentos con privarle definitivamente de toda posibilidad de escribir, de sus mismos libros y, en general, de cuanto hubiera podido hacer mas llevadera su cautividad, le enviaron tres individuos con el pretexto de quitar de su celda todo cuanto podia tener relacién con eso. Dos de ellos, como luego se veria, eran al menos honestos, si bien no excesiva- mente valientes: Sir Richard Southwell y un criado 72 de Cromwell llamado Parker. Pero el tercero era lo que los modernos servicios de espionaje Haman un topo: Master Rich, a quien acababan de nombrar (sin duda por eso) Attorney General’. Este, mientras embalaban los libros, entablé una melosa conversacién con Moro: —«Master Moro, todo el mundo sabe que sois hombre discreto y muy versado tanto en las leyes del reino como en otras materias. Perdonad, pues, Sir, mi atrevimiento al proponeros sin malicia ninguna el caso siguiente: Suponed que un acta del Parlamento me hiciera rey. ;No me tendriais por tal, Master Moro? —Si, Sir, respondié Sir Tomas Moro, asi lo haria. —Llevo el caso mis lejos, replicé Master Rich. Suponed que un acta del Parlamento mandara que todo el reino me tuviera por Papa, zno me tendriais por Papa, Master Moro? —Para contestar a vuestro primer caso, Master Rich, respondié Sir Tomas Moro, os diré que el Parlamento puede muy bien intervenir en el status de los principes temporales; pero, para responder al segundo, os pondré yo este caso: Suponed que el Parlamento diera una ley estableciendo que Dios no era Dios. ¢Dirfais por eso, Master Rich, que Dios no es Dios? —No, Sir, no lo dirfa, puesto que ningin parlamento puede dar semejante ley. —Pues bien, respondié Sir Tomas Moro, si, segiin vuestro punto de vista, Master Rich, no © Minisero de Justicia 73 puede hacer eso el Parlamento, tampoco podra hacer del rey el jefe supremo de la Iglesia» Y concluye Roper: «Basdndose tnicamente en este informe, se acus a Sit Tomés de alta traicién en contra de la constitucién, por haber negado que el rey fuera el jefe supremo de la Iglesia, y en el acta de acusacién fueron introducidas estas palabras odiosas: maliciosamente, traidoramente y diabéli- camente» EI primero de julio le condujeron a Westminster, al tribunal del Consejo del rey, presidido por Audley, y se le juzgé a base de esta acusacién. El se declard no culpable. Después que Rich hubo testificado bajo juramento en el sentido que se esperaba de él, Tomas Moro se limité a declarar al tribunal: «Sefiores, si yo fuese hombre que no cuidase mis juramentos, todo el mundo sabe que no estaria aqui como acusado. Y si es verdad lo que jurais, Master Rich, que jamas vea yo el rostro de Dios. Y no diria esto si no fuera asi, aunque me diesen el mundo entero». Acto seguido, refirié la veridica conversacién que entre si habian mantenido, y puso de manifiesto que la supuesta conclusién era pura invencién de Rich. Luego se volvié hacia el miserable y le anonadé en estos términos: —«De verdad, Master Rich, me causa mayor pesadumbre vuestro perjurio que mi propio riesgo, y quiero que sepais que ni yo ni nadie que yo conozca os considerara nunca persona tan digna de crédito como para confiaros un asunto importante. Como sabéis, hace no poco tiempo que mantene- mos trato y conversacién, pues os conozco desde 74 que érais muchacho. Durante mucho tiempo vivi en la misma parroquia que vos, y en ella, vos mismo lo podéis contar, y siento que me obliguéis a manifestarlo, se os consideraba como muy ligero de lengua, gran amante del juego de los dados y nada recomendable. Y esta misma opinién se tenia de vos en la residencia del Temple, donde recibisteis lo esencial de vuestra educacién». Seguidamente, dirigiéndose a sus jueces, con- cluyé: —«2Os parece verosimil, honorables sefiores, que en materia tan grave me lanzara imprudente- mente a confiar en Master Rich, teniéndole por can poco sincero como acaban de oir sus sefiorias, y a ponerle tan por encima de mi soberano sefior, el rey, como para abrirle los arcanos de mi conciencia en lo que atafie a la supremacia del rey, que,es el punto concreto y el principal objetivo que desde hace tanto tiempo se viene persiguiendo en mi?. 2Os parece, sefiores, que hay en todo esto alguna apariencia de verdad? » A continuaciéa, Rich traté inttilmente de apo- yarse en el testimonio de sus dos compafieros. Parker se limité a declarar que habia estado tan ocupado en meter en un saco los libros de Sir Tomas Moro que no habia prestado atencién a sus palabras. Sir Richard Southwell, por su parte, sostuvo que, habiendo sido encargado especial- mente de vigilar el transporte de los libros, no habia hecho caso de los coloquios de esos sefiores Pese a esta evidente carencia de todo testimonio vilido y sin tener ninguna cuenta de la defensa hecha por Moro (que, aunque hubiese hecho a Rich 75 la confidencia que éste, gratuitamente, le imputaba, esto no habria podido constituir una ofensa malig- na, traidora y diabdlica contra el estatuto), un jurado cuidadosamente escogido y, ademés, aterro- rizado por Cromwell y sus satélies, redacté un veredicto de culpabilidad. Audley estaba tan visiblemente turbado que se sintié en el deber de pronunciar inmediatamente la sentencia. Moro, en cambio, tranquilisimo y total- mente duefio de si, como si le hubiese correspon- dido a él presidir los debates, le interrumpid con socarrona cortesia: «My Lord, cuando yo era magis- trado, se acostumbraba preguntar al reo, antes de la sentencia, si tenia algo que alegar para impedir que aquélla fuese dictada» Audley, que ya no debia saber dénde mererse, tuvo que dejarle hablar. En ese momento, cuando ya todo estaba perdido, él se liber de cuanto llevaba dentro, con palabras que Roper referiré muchos afios mas tarde y de fas que un francés que asistia a los debates dio testimonio pocos dias después —«My Lord, desde el momento en que esa acusa- cién se basa en un acta del Parlamento que esta formalmente en contradiccida con las leyes de Dios y de su santa Iglesia, segin las cuales ningin principe temporal, mediante ninguna ley, puede arrogarse el gobierno supremo en ninguna parte de éste, puesto que pertenece legitimamente a la Sede de Roma, a causa de su preeminencia espiritual, concedida dnicamente a San Pedro y a sus sucesores, los obispos de dicha Sede, como prerrogativa espe- cial por boca de nuestro mismo Salvador cuando en persona se hallaba presence en la tierra, tal acta es 76 insuficiente en derecho entre cristianos para per- seguir a ningun cristiano» ‘Audley intenté responder que «desde el _mo- mento en que todos los obispos, todas las Universi- dades y los hombres mas doctos del reino habian suscrito tal acta, les asombraba enormemente el hecho de que, en contra de todos, se mostrase tan rigido en su rechazo y argumencase tan violenta- mente contra ella» ‘A lo que Moro dio esta definitiva respuesta: «Aunque el nimero de esos obispos y Universi- dades sea tan importante como su sefioria da a entender, poca razén veo, My Lord, para que esto haga variar mi conciencia. Porque no me cabe duda de que, en toda la cristiandad, si no en este reino, son muchos los que piensan igual que yo a este respecto. Y si hablase de los que ya estan muertos y muchos de los cuales ya son santos en el cielo, estoy segurisimo de que la inmensa mayorfa pensaron en vida de la misma manera que yo ahora. Por tanto, My Lord, no estoy obligado a conformar mi con- ciencia al concilio de un solo reino contra el concilio general de la cristiandad». Tras esto, facilmente se comprendera que Audley no se resolviese, como dice Roper, a asumir la responsabilidad de Hevar él solo el peso del juicio. Pidid, pues, en alta voz el consejo del segundo magistrado de Inglaterra, el guardasellos, Lord Fitzjames. Este picapleitos se limité a responder mediante un oraculo susceptible de rivalizar en cuanto a claridad con el de la Diva botella de Rabelais: —«jPor San Julian! efiores (siempre juraba asi), 77 he de confesaros que, siel acta del Parlamento no es ilegal, Ja acusacién, segin mi conciencia, no es insuficiente». A esto el Canciller s6lo supo afiadir: «jEscuchad, sefiores, escuchad! Habéis oido lo que ha dicho el Guardasellos», Y dict6, finalmente, la sentencia de condenacidn, que no podia ser otra que a muerte por traicion Todavia después de esto, se supone que con una cierta esperanza de que dijera algo que moviese al rey a mitigar la sentencia misma que habia deseado, se le ofrecid una altima oportunidad de pronunciat algunas palabras, He aqui la respuesta, no menos bella en su caridad serena que las palabras despo- jadas de toda ambigiiedad con las que evidente- mente habia hecho que su veredicto fuera sin apelacién posible: «Sefiores, no tengo nada que afiadir; sino que asi como el bienaventurado apéstol Pablo, segtin se lee en los Hechos de los Apéstoles, se hallé presente y consintié en la muerte de San Esteban al guardar la ropa de quienes le apedreaban y, sin embargo, se halla con él en el cielo, y juntos seguirén estando para siempre, asi también espero de verdad y rogaré fervientemente para que vuestras sefiorias, que han sido mis jueces y me han condenado en la tierra, se encuentren conmigo gozosamente en el cielo para nuestra salvacién eterna» Todavia tenemos que citar al excelente Roper sobre el regreso de Moro a la prisién después de su condena; «Cuando Sir Tomas Moro fue devuelto a la prisin de la Torre, su hija, mi mujer, deseosa de encontrarse con su padre, a quien temia no volver a 78 ver en este mundo, y también de recibir su tltima bendicién, esperaba, junto al desembarcadero, por donde sabia que tenia que pasar antes de entrar en la torre. Puesta al acecho, tan pronto como le vio, después de recibir respetuosamente su bendicién de rodillas, se lanzé hacia él, sin miramientos y sin preocuparse de si misma, a través del gentio y de la guardia que le rodeaba armada con hachas y alabardas; y alli, delante de todo el mundo, le estreché, le echd los brazos al cuello y le besd. El, conmovido ante estas naturales manifestaciones de tierno afecto filial, la dio su paternal bendicién y la conforté con muchas palabras _piadosas. Pero, después de haberse separado de él, no satisfecha y como olvidindose de haberle visto, arrebatada por su amor total a su querido padre, sin preocuparse de si ni de Ja gran multitud que se apifiaba a su alrededor, se volvid de pronto, corrié hacia él como. habia hecho poco antes, se ech en sus brazos y le abrazé repetidas veces con gran ternura; pero, finalmente, con el corazén Ileno de pena, se vio obligada a dejarle, ofreciendo a los presentes un especticulo tan conmovedor que muchos de ellos se enternecieron y comenzaron a Ilorar» Ocho dias transcurrieron todavia antes de la ejecucién de la sentencia. La vispera, escribid, con un trozo de carbén, esta ultima carta a su hija «Lamento molestarte canto, mi buena Margarita; pero més lamentaria tener que seguir asi después de mafiana, porque es la vispera de Santo Tomas y la octava de San Pedro. Yo espero irme mafiana a Dios. Es un dia muy apropiado y conveniente para mi. Nunca me gusté mas tu comportamiento que 79 cuando me besaste por tiltima vez, pues me encanta el amor filial y la caridad sincera, a los que nada les importan los cumplidos mundanos». El primero de julio, su amigo Sir Tomas Pope vino muy de mafiana, para anunciarle que seria cjecutado al dia siguience antes de las nueve. El rey habia ordenado finalmente que fuera decapitado y que no se le aplicaré el suplicio de los traidores, que consistia en ser ahorcado, desentrafiado y descuar- tizado. «Master Pope, le dijo Sir Tomas Moro, de todo corazén os agradezco vuestras buenas noticias Siempre estuve muy obligado a su Majestad por los benefcios y honores de que me ha colmado en repetidas ocasiones. Y més obligado ain por haberme traido a este lugar, donde he tenido tiempo y espacio para pensar en mi fin. Después de la proteccién divina, he de mostrar ante todo mi agradecimiento a su Majestad por haberse dignado librarme tan pronto de las miserias de este desventurado mundo, Por tanto, no dejaré de rezar con fervor por su Majestad, aqui y en el mundo que me espera...». Antes de partir para Tower-Hill, Moro mandé que enviaran un angelote de oro al verdugo. El, que no habia dejado nunca de tener ese miedo muy humano de desfallecer en los tiltimos momentos, y que habia usado consiguientemente de toda su ciencia de jurista, de toda su habilidad de abogado a fin de parar el golpe, si era posible, se arreglé para su muerte como en sus mejores dias. Al subir, apoyado en el brazo del lugartenience de la Torre, al endeble cadalso, le diré; «Por favor, aytideme usted 80 a subir seguro, que ya bajaré por mis propios medios». El rey habia temido y querido impedir que exhortase a la multitud. Pero él se limité a pedir a los asistentes que rezaran por él y a reafirmar que moria por la fe catélica. Finalmente, abrazé al verdugo y le dijo, segin Roper: «jAnimo amigo mio!, y no temas cumplir con tu oficio. Pero tengo el cuello muy corto y debes ir con tiento, para no golpearle de lado. {Te va en ello el honor!». Segun Harpsfield, habria afiadido: «jNo me cortes la barba (le habia crecido en la prisién), al menos ella no ha traicionado al rey!» En los afios en que vivid apartado de la vida publica habla compuesto un epitafio que puede leerse en la iglesia de Chelsea, sobre la tumba en la que nunca estuvo sepultado, pero en la que descansan sus dos esposas. En el texto se observard el parrafo que hace referencia a ellas, escrito, evidentemente, en un tono cortésmente irdnico. La fiel Margarita logrd recuperar su cabeza, expuesta en el London Bridge, € hizo enterrar su cuerpo en la iglesia de Saint-Dunstan, en Cantorbery (la parro- quia de Roper), donde descansa actualmente. El obispo Fisher, preso en la Torre al mismo tiempo que él, le seguirfa a la muerte poco tiempo después, Ya vimos cémo los Cartujos (y otro religioso) les habian precedido. De momento pudo parecer que serian éstos los tinicos martires que la fidelidad a la Iglesia catdlica encontraria en Ingla- terra, sin contar a la pobre monja mencionada anteriormente. Con Isabel, vendria la reaccién, y los sucesores de esos martires, hasta bien entrado el siglo XVII, seran numerosos. 81 Debemos recordar también que el miserable Rich, hecho noble muy pronto por su falso testimonio, fue, ademds, colmado de riquezas. Queremos creer que no gozaria de ellas sin algun remordimiento. En cuanto a la reina Ana Bolena y al mismo Cromwell, el més fiel ejecutor de los designios del rey, cerminaron en el mismo patibulo que su victima, después de haber caido en desgracia. Para terminar con el mismo sefior de todos ellos, como dice elegantemente un historiador anglicani- simo: «Los ultimos afios de este gran monarca se vieron, desgraciadamente, ensombrecidos por una sucesién de duelos conyugales». ;Ciertamente, es lo menos que se puede decir! 82 Conclusién EL LEGADO DE UN HUMANISTA MARTIR Como atestigua el drama mas 0 menos shakes- peariano titulado Enrique VILL no solo durante el breve retorno de Inglaterra al catolicismo con Maria Tudor, sino también en el reinado de Isabel y de sus sucesores, anglicanos y catdlicos considera- ron a Moro como dechado de jurista integérrimo, de juez incorruptible, de consejero real capaz de combinar, incluso con un Enrique VIII, la fidelidad més absoluta con la franqueza més intransigente. Los puritanos del siglo XVIL, y sobre todo Fox en su Libro de los martires, fueron los primeros que, por el contrario, describieron a Moro, en sus tiempos de Canciller, como torturador de los mas evangélicos pioneros del protestantismo en Ingla- terra. Desde entonces no faltaron respuestas raz0- nadas que obligaron al mismo Fox a suprimir, en las Gltimas ediciones de su libro, muchos hechos presentados inicialmente como ciertos. No obstan- 83 te, en el siglo XIX, los grandes historiadores liberales, desde el incrédulo Fruode hasta el catélico Lord Acton, volverian a renovar esa acusacién. La gran biografia de Chambers parecia haberla disi- pado, al dejar comprobada la exactitud de la afirmacién de Erasmo segin la cual nadie en Inglaterra habia sufrido realmente por la fe pro- testante durante el tiempo que Moro ocupé la cancilleria. En estos ultimos afios parecia que la canoniza- cién de Moro y de Fisher habia restablecido la unanimidad entre los ingleses. Los catélicos recono- cian en la persona de Moro a un sanco; los mismos protestantes a un héroe de la conciencia y de la fe, y los juristas y politicos, cualquiera que fue su creencia 0 increencia, a uno de los mayores representantes de las tradiciones tanto juridicas como politicas, de las que Inglaterra se siente orgullosa con todo derecho. Como testimonio de esa unanimidad se podria aducir el volumen en colabo- raci6n, editado por el vicario anglicano de la iglesia de Chelsea, que fue la parroquia de Moro, sobre este feligrés de talla evidentemente un tanto excepcio- nal. Mas aun, un escritor, perteneciente al protes- tantismo Ilamado no-conformista, le dedicaba hace poco una biografia popular no menos elogiosa. Sin embargo, una obra reciente ha tratado de denunciar este acuerdo, exaltando a Wolsey, como el hombre de Estado abierto al cambio, si lo hubo en esa época, rebajando a Moro al nivel de un simple fandtico empefiado en mantener a toda costa, adulando al soberano, una imposible supervivencia del catoli- cismo medieval. No habiendo dudado para conse- 84 guir eso en provocar una persecucién sangrienta, habria sido a su vez, en justa compensacidn, victima de una reaccién de buen sentido del principe, cuya politica. sanguinaria habia sido el primero en inspirar. Excelentes criticos, procedentes de los campos mis diversos, han hecho ya justicia de esta requisi- toria, mostrando los puntos débiles de su argumen- tacién. No obstante, el mismo critico de la Down- side Review’ se creyd en la obligacién de admitir efectivamente que «la cancilleria de Moro vio a numerosos herejes enviados a la hoguera». Es necesario, por consiguiente, que comencemos por esclarecer los hechos. Las investigaciones més recientes muestran que Chambers, lo mismo que Erasmo, al carecer atin de informaciones completas, habia simplificado las cosas en este punto. No que haya habido de hecho «numerosas» ejecuciones durante los dos afios y medio en que Moro fue canciller, sino que en total s6lo se conocen cuatro: la de Thomas Hitton, probablemente en febrero de 1530, y las de Thomas Bilney, Richard Bayfield y John Tewkesbury a finales de 1531, Se diré que son todavia dema siadas, y que es innegable que Moro, en sus obras de controversia, declaré repetidas veces, sin morderse la lengua, como era su costumbre, que apoyaba en principio las ejecuciones de este género cuando recaian sobre relapsos, es decir, sobre herejes que habian vuelto a propagar sus ideas tras haber renunciado a ellas y haberse visto perdonados. Ademés, es necesario considerar todos los datos contemporineos del problema. Ante todo, no se 85 pueden comprender esas declaraciones de Moro sobre este punto prescindiendo de su afirmacién complementaria: que él no veria inconveniente en que los mismos Turcos vinieran a predicar sus creencias a Inglaterra con estas dos unicas condicio- nes: que permitieran la ida a su pais de misioneros cristianos, y que por ambas partes se aceptase que esos predicadores no incitarian ni al derrocamiento por la fuerza de la constitucién actual de los estados, cristianos © no, ni, en general, a cualquier tipo de violencia. Esto demuestra que no es la herejia como tal la que puede y debe ser objeto de represidn, segin Moro, sino las consecuencias que de ahi sacan los propios herejes para la destruccién forzada de la Iglesia tradicional al mismo tiempo que del régi- men de cristiandad que descansa sobre su recono- cimiento por todos, asi soberanos como subdito: Por otra parte, no hay que olvidar que los mismos adversarios estaban totalmente de acuerdo con él acerca de la persecucién de los herejes, con la dnica diferencia de que, para aquéllos, los herejes eran los catélicos, a quienes habia que extirpar por los medios que fuera si no aceptaban su predicacién. Es preciso aftadir que él mismo, en la practica, mantuvo siempre que antes, no sélo de condenar, sino simplemente de perseguit a los herejes, habia que tratar de discutir serenamente con ellos y esforzarse por convencerles de que renunciaran a imponer a otros sus ideas y menos por la fuerza Abundan los testimonios sobre el hecho de que él se mostré siempre fiel a lo que recomendaba. Cierta- mente su polémica podia ser viva cuando vefa que 86 una reforma que él consideraba falsa ponia en peligro la reforma auténticamente evangélica, de la que Erasmo y él eran los grandes promotores. Pero, en el plano de las relaciones personales, aun tratandose de aquellos a quienes estaba obligado a perseguir por razén de su cargo, en la situacién constitucional en que tenia que ejercerlo, aplicd siempre el método preconizado por él. Mas aun, el namero de ejecuciones durante su cancilleria no podria haber sido tan reducido con relacién al que seguiria, si él, én vez de frenar el celo de sus subordinados, les hubiera excitado siquiera minimamente. Por otra parte, no podia oponerse a las leyes vigentes, y menos todavia cambiarlas aunque hubiese querido, ya que su aplicacién venia impuesta por la jurisdiccién eclesidstica, nica competente en la materia. Y por lo que se refiere a eventuales juicios y condenas en esta materia, no podia, como juez seglar, mezclarse en ellos en modo alguno ni, por tanto, ser considerado como respon- sable de los mismos. Teniendo en cuenta todo esto, es evidente que nos hallamos ante una falsa disputa: ni se puede presentar como mirtires de la libertad de concien- cia a gentes que sé preocupaban de ella mucho menos que Moro, nia éste como responsable de una situacién politico-religiosa que sus adversarios so- fiaban dnicamente en cambiar a su favor, pero no en corregir como él. En cambio, sobre la cuestién de la conciencia individual y de su inalienable libertad, no podria hallarse en la historia de ninguna época postura més firme y clara que la suya. Hablar de conciencia 87 individual y de inalienable libertad, no significa de ningtin modo que esté permitido tomar caprichosa- mente cualquier decisién; sino mas bien, la aptitud y obligacién de buscar la verdad en cualquier asunto, segun los medios de que se disponga, con la reserva de callar y retirarse, cuando después de todo, uno cree no poder aprobar la actitud de la autoridad, que se insiste en considerar como legitima. Sabido es como Newman no se mostraba dis- puesto a contraponer como tinico soberano ni a la conciencia contra el papa, ni al papa contra la con- ciencia, sino a la conciencia primero y al papa después. Nada podria expresar mejor el fondo de la propia posicién de Moro. Y por eso fue al suplicio sin hacer concesiones, cuando le hubiera bastado aceptar un compromiso equivoco, que todo el mundo esperaba de él, para hallarse de nuevo en el otinm cum dignitate. Profundizando mas y colocando las cosas ea su verdadera perspectiva, Moro es ante todo el mode- lo, no de un humanismo cualquiera, mas 0 menos bien cristianizado, sino de un cristianismo que quiso ser y fue plena y totalmente humano. Esto significé para él, ante todo, que la aceptacién de la cruz que hay que llevar en pos de Cristo no le parecié nunca un deber exclusivo del monje o del «religioso», sino de todo bautizado, puesto que responde a la necesidad de todo hombre de ser librado del mal en su fuente. Sin embargo, su vision de la vida y toda su existencia tienden esencialmente a demostrar, de una manera progresiva y sobre todo por el final que tuvo su vida, que la cruz de Cristo no significa 88 disminucién de lo humano, sino la sola posibilidad concreta, en definitiva, de conseguir, después de pagar el precio necesario, la vida verdadera, es decir, la vida de hijo de Dios en Jesucristo, y esa vida en plenitud Desde esta perspectiva, son en él una misma cosa el jurista profesional, el hombre de Estado, el padre de familia, el amigo, el pensador, el contemplativo, el martir, en fin, asi como el hombre de cada dia, hombre de corazén si los hubo, con su perspicacia, su sensibilidad, su generosidad, sobre todo su humor que pone cada cosa en su sitio, apartando con dulzura y a la vez con firmeza toda falsa apariencia, Hay que subrayar, finalmente, que nos ofrece, en nuestra Iglesia posterior al Vaticano II asi como en su Iglesia anterior a Trento, el ejemplo perfecto del laico consciente de su lugar en la Iglesia y de los derechos inseparables de las obligaciones que dicho lugar implica. En cierta ocasién le preguntaron al cardenal Gasquet cual era la posicidn de los laicos en la Iglesia catolica de su tiempo. Y respondié: «zlos laicos? ¢Su_posicién? De ordinario deben permanecer de rodillas; pero pueden ponerse en pie para el Evangelio. Sin embargo, es necesario que conserven su mano junto al portamonedas». Moro, por el contrario, es el prototipo del laico consciente tanto de sus responsabilidades como de los deberes que éstas implican. No recibe pasivamente su fe, como una Iglesia puramente «discente» (cual si nada tuviera que asimilar ni, por tanto, nada que discutir personalmente, asi en su fuero interno como con gente capaz), de una Iglesia que procede a 89 la manera de un ordculo que funciona automatica- mente. De nuevo hemos de recordar a Newman y a su distincién sin separacién, en la tradicién cris- tiana, de lo que él mismo Ilamaba la forma episcopal y la forma profética de esta tradicién. La verdad cristiana, nos dice, al ser verdad de vida, slo subsiste en cuanto es vivida, y vivida personal- mente, por todos los miembros de la Iglesia, incluidos el clero y los obispos. Por tanto, no esté reservada tinicamente a los obispos la comprensién y la formulacién eventual, o la aplicacién que de ahi se sigue, de todo lo que dimana de la revelacién cristiana tanto para el hombre individual como para la comunidad cristiana en general. Es esto una consecuencia para todos los fieles cristianos, lo mismo clérigos que laicos, de la fidelidad en vivir con todo su ser toda su fe. Lo que compete a la autoridad episcopal es inicamente dar un juicio final autorizado por una funcién que dimana de la funcién apost6lica, establecida por el mismo Cristo, acerca de la validez 0 invalidez del desarrollo de la doctrina en cuestién. Pero puede perfectamente suceder, en tal o cual circunstancia, que un simple laico, un simple fiel, por razén de esa fidelidad personal a la tradicidn total y una de la verdad en todo el cuerpo de fa Iglesia del que no se separa jamés, atestigue verdades que muchos obispos, en un determinado lugar, en un determinado tiempo se hayan mostrado incapaces de defender o incluso simplemente de expresar. Pronto o tarde, sin embargo, es en unidn con el cuerpo cristiano fiel, que permanece en comunién con el primero de los obispos, como la parte mas sana del episcopado, por 90 no hablar del clero en su conjunto, se vera obligada a fin de cuentas a reconocer y canonizar lo que un solo laico, quizds, abandonado de todos o de casi todos los pastores de su pais, haya confesado y a canonizar al confesor con su confesidn de fe. Lo que sucedié, por consiguiente, en el caso de Tomas Moro no es algo extrafio: es la verificacién del adagio de San Agustin: Veritas magna et praevalet, «la verdad es grande y sale vencedora». 91 APENDICE La biografia fundamental de Moro, la de su yerno William Roper, fue admirablemente traducida por Pierre Leyris, en su obra titulada Thomas More, Ecrits de Prison, Editions du Seuil, Paris, 1953 (reeditada en 1983). En nuestras citas de este texto fundamental hemos reproducido literalmente la mayorfa de las veces el trabajo de Leyris, a quien agradecemos, lo mismo que a sus editores, habernos concedido autorizacién para ello, mos también el pequefio, pero precioso volumen de Germain Marchadour, Thomas More ow la sage folie, Editions Seghers, Paris, 1971, en el que se hallan citados 0 resumidos muchos otros textos de Moro o references a él. Recordemos que la biografia moderna clisica de Moro ¢s la de R.W. Chambers, Saint Thomas More, Ed. Jonatham Cape, London and Toronto, 1935. (Tr. espafiola de F, Gonzalez Rios, ed. Juventud, 93 Buenos Aires, 1946). El violento ataque que dirigié contra esta obra Jasper Ridley, The Stateman and the Fanatic. Thomas Wolsey and Thomas More, London (Constable), 1982, fue criticado sobre todo por J. Duncan M. Derret, Saint Thomas More as a martyr en el mimero de la Downside Review correspondiente a julio de 1983, pp. 187 ss. Sobre los puntos de esta controversia que hemos discu- tido, remitimos para mas detalles a los comentarios de J.B. Trapp (pp. XXXI ss y 118 ss. de su edicién de The Apology, en el volumen 9 de la edicién de Yale de las obras de Moro, aparecida en 1979), asi como a las observaciones de G. Marc’hadour, segunda parte del volumen 6 de la misma edicién, pp. 472 ss (The Historical Context). Ya hemos hablado de la excepcional importancia del volumen de André Prévost, L'Utopie de Tho- mas More, présentation du texte original, apparat critique. exégese, traduction et notes, aparecido en 1978. Indice e Pixs Capitulo primero: Un cuadro perdido de Holbein 7 Capitulo segundo: Una formacién humanista entre Cartuja € Inns of Court... 21 Capitulo tercero: La Utopia: gprograma o parabola? ccc 35 Capitulo cuarto: Canciller cristiano de un megalémano «defen- sor de la fe» 47 Capitulo quinto: El martiio nnn 57 Conclusién: El legado de un humanista mértir... 83 APENDICE... 3 95

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