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Jaime Ávila Bombas Galería Al cuadrado

“ Las divisiones espaciales de los tres mundos (el Primer


Mundo, el Segundo y el Tercero) se han mezclado en un
revoltijo tal que continuamente hallamos el primer Mundo
en el Tercero, el Tercero en el Primero y ya casi no
encontramos el segundo en ninguna parte”.1

Jaime Ávila ingresó en el arte colombiano para desordenar la sociedad de consumo y


ponerla a sus ordenes. Ahora parece desordenar la geografía y proponer otras
descripciones del mapa que conocíamos desde el colegio. Las parcelas políticas de
diferentes colores, las de la clásica geografía , empiezan a cambiar y a ser sustituidas por
territorios con otros límites que cruzan las fronteras nacionales. Toni Negri define esta
nueva configuración del mundo como el Imperio. Y no se trata de una metáfora, como él
mismo lo explica: el concepto de Imperio se caracteriza porque desdibuja las fronteras,
dibuja otras a partir del poder del dinero y la tecnología, impone el consumo y domina la
vida social en su totalidad. La descripción de este nuevo mundo está más lejos del dibujo de
los pequeños y grandes países y más cerca de coleccionar estrellas y suspenderlas “por toda
la eternidad”, casi de manera irreversible, sobre una única bandera; coleccionar estrellas
como países sobre un pedazo de tela azul.

No es casual entonces que esta obra esté construida a la sombra del archivo de una entidad
financiera; el dinero es un flujo soberano por encima de cualquier frontera. Bajo esa
sombra, Jaime Ávila dispone situaciones y experiencias de ese nuevo orden global. La
principal experiencia es en realidad un mecanismo que en física se construye para regular la

1
Michael Hart y Antonio Negri. Imperio. Paidos. Buenos Aires, 2002

1
concentración peligrosa de fluidos cuando comienzan a ejercer presión. En este caso ese
fluido soberano, el dinero, es una bomba de tiempo.

En la exposición nos acosa un conteo regresivo y hay un paisaje de ciudades rojas. Llegar a
esta imagen tan sintética es posible porque Jaime Ávila conoce la ciudad muy bien. En sus
obras anteriores hemos entendido la segregación en la calle a través de la mirada que es la
descalificación por excelencia. La mirada es una herramienta para establecer una distancia
moral y expresar rechazo. Jaime Ávila ha explorado las paradojas del espacio publico, un
lugar definido hasta el cansancio, por lo transitorio: definido por transeúntes acosados por
el reloj, o por paseantes que disponen de las tardes para hacer sus recorrido a la deriva. Al
contrario de estas definiciones, Jaime Ávila nos mostró una calle habitada de manera
permanente por sujetos que se cubren de harapos exuberantes para marcar su diferencia.
En la vida en una pasarela, los habitantes de la calle con su atuendo, ejercen el derecho a
ocupar un lugar en ese territorio transitorio y tratan de construirse una precaria intimidad
en un rincón con sus ropas; tratan de construirse un lugar donde se pueda vivir siendo cada
vez más sucio que el día anterior o donde se puede comer lo que se recoge y vivir en la
noche. Los personajes de las fotos de Ávila son jóvenes de 19 años, y en su actitud se nota
que no siempre han vivido en la calle; tal vez pertenecen a aquellos que no caben dentro
de un sistema de una sóla vía y que llamamos fracasados.

Y es que la mirada de Jaime Ávila desde siempre ha considerado el poder, cualquiera que
este sea, como una ficción. Por ejemplo Bogotá, la ciudad de los planes de desarrollo, tiene
su anverso: Ciudad Bolívar, esa ciudad amontonada que va tomando forma con vida propia.
También el poder de la cámara de fotografía para capturar lo exótico, él lo convierte en un
método para entrar en contacto con las experiencias de los otros, por ejemplo un grupo de
jóvenes que el llamó los radiactivos:

” Los radioactivos son “pelados” tirados por ahí en la ciudad, al azar. Radiactivo es un
término que me gusta porque es algo nuclear o pos nuclear que nombra algo sobrevive
aun que nadie le interese” (Entrevista con el artista 2001).

2
Todavía recuerdo su participación en un Salón Regional donde vi su trabajo por primera
vez y me pareció insólito. Se trataba de un simulacro de hombre con pantalones y tenis
mirando a través de una “ especie” de cámara de fotografía de cajón, cubierto por una tela
negra, y atrapado por un efecto hipnótico: en realidad, detrás de la cortina había una especie
de caleidoscopio, una televisión precaria construida con restos de tecnología inservibles.
Vinieron tantas obras donde aparecía para mí como un artista adolescente, desordenador de
la cultura de masas, porque la verdad, la cultura de masas también hipnotiza y nosotros al
consumirla la dejamos intacta. Pero Jaime Ávila es de esos artistas que nos enseñó a ver,
nos convenció de su modo de hacer y se ha ido refinando en “vertical”. Es decir , sigue con
el mismo espíritu desordenador y adolescente en el sentido literal, el de quien entiende el
mundo desde el desajuste – no todas las piezas encajan–, desde la carencia de afecto y
desde la incomodidad con los límites.

Este espíritu vuelve a aparecer en esta obra pero con todo su poder reflexivo. Toda crítica a
ese imperio del capital, lejos de destruirlo, lo consolida. Lo que lo destruye es la deriva del
deseo. Lo destruye la resistencia de la gente que no se deja definir como fuerza de trabajo,
que protesta con símbolos frente a las embajadas y que además como forma de protesta, así
sea inconsciente, proponen la ley del que desea. Manifiestan lo que hay de político en las
pasiones y pulsiones. Proponen que por debajo del orden, late lo que el orden mismo
reprime. No es casual entonces que esta obra esté construida a la sombra del archivo de una
entidad financiera, y que a su sombra, Jaime Ávila disponga situaciones y experiencias de
individuos que con el ejercicio de su propia individualidad ponen en jaque el sistema de
poder. Bomba, un mecanismo que en física se construye para regular la concentración
peligrosa de fluidos cuando comienzan a ejercer presión. Bombas, mecanismos ojalá de un
cambio de tiempo, diseminadas por ahí en los deseos de la multitud.

Natalia Gutiérrez

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