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Hernn Casciari
dentro del local. "Si el que ha llamado antes llama ahora, quiere una
alfombra con urgencia", pensaba el comerciante, y otra vez le bombeaba el
corazn, y otra vez levantaba la persiana, otra vez corra hasta el fondo, y
otra vez deca alfombras Pontoni, buenas tardes, con un hilo de voz.
Colgbamos. Colgbamos siempre.
Un da repetimos el truco tantas veces, pero tantas, que al ensimo llamado
falso el pelado no tuvo ms remedio que decir alfombras Pontoni, buenas
noches.
Hubiramos seguido as hasta el final de los tiempos, pero un ao despus
nos dimos las narices contra el futuro. Al primer llamado, el pelado Pontoni
sac del bolsillo un mamotreto con antena y dijo "hola". Se haba comprado
un inalmbrico.
La llegada de la tecnologa, antes que amilanarnos, propici nuevos mtodos
de trabajo. Cuando en casa tuvimos el segundo telfono (uno con cable, otro
no) con el Chiri inventamos la telefonocomedia, que era una forma de
cachada a dos voces con receptor pasivo. Consista en llamar a cualquier
nmero y hacer creer a la vctima que estaba interrumpiendo una charla
privada.
VICTIMA: Hola?
CHIRI (voz de mujer): ...claro, pero eso es lo que te gusta.
VICTIMA: Diga?
HERNAN (voz masculina): Lo que me gusta es chuparte el culo.
CHIRI: Mmmm, no me digas as que me se ponen las tetas duras.
VICTIMA: Quin es?
HERNAN: Yo lo que tengo dura es la poronga, (etctera).
El objetivo de este reto dramtico era lograr que el interlocutor dejara de
decir "hola" y se concentrara en nuestra charla obscena, como si se sintiera
escondido debajo de una cama de hotel. Cuanto mejores eran nuestras
tramas, ms tardaba la vctima en aburrirse y colgar. Fue, supongo, un gran
ejercicio literario que nos servira en el futuro para mantener a los
lectores atrapados en la ficcin de un relato. Una tarde, despus de diez
Claro, Dani.
Siempre extrao tus canelones.
Apurate, yo ahora te hago.
Un beso.
Chau, nene. Estoy toda temblando, apurte.
Y la mujer colg.
Lo mir a Chiri, que tena la vista en el suelo. No me miraba, supongo que no
poda verme a la cara. Ni siquiera se acord de parar el cronmetro, as que
tampoco supimos quin gan. Estuvimos un rato largo en los sillones, sin
decirnos nada. Media hora ms tarde entendimos que en alguna parte de
Mercedes haba una casa, que en esa casa haba una mesa, y que en esa
mesa ya humeaba un plato caliente.
Nuestra adolescencia, supimos entonces, durara hasta que se enfriaran los
canelones de Daniel.