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LA ARQUEOLOGIA DEL SABER por MICHEL FOUCAULT > Siglo veintiuno editores Argentina s. a. igio veintiuno editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA DELEGADON COYOACAY, TE MEXED, OF 121 Foucalt, Michel FOU La arqueologia del saber~ 18 ed.~ Bucnos Aires Siglo XI Editores Argentina, 2002 '368 p.; 18x11 em (Teoria, historia de ls ies) Traduccién de: Aurelio Garzén del Camino ISBN 987-1105.07X 1. Titulo. = 1 Epistemologg ‘Titulo original: L-archologe du savoir © 1969, Gallimard © 1970, Siglo XXI Editores, S.A. de C. Portada original de Carlos Palleiro Adaptacién de portada: Daniel Chaskielberg. 1 edicidn argentina: 2.000 ejemplares (© 2002, Siglo XXI Editores Argentina S.A. ISBN 987-1105.07-X Impreso en Industria Grifica Argentina Gral, Fructuoso Rivera 1066, Capital Federal, fen el mes de septiembre de 2002 Hecho el depésito que marca la ley 11.723, Impreso en Argentina - Made in Argentina v EL APRIORI HISTORICO Y EL ARCHIVO La positividad de un discurso —como el de Ja historia natural, de la economia politica, 0 de la medicina clinica— caracteriza su unidad a tra- vyés del tiempo, y mucho mas all4 de las obras in- dividuales, de los libros y de los textos. Esta uni- dad no permite ciertamente decidir quién ha di- cho la verdad, quién ha razonado rigurosamente, quién se ha conformado mejor con sus propios postulados, entre Linneo o Buffon, Quesnay o ‘Turgot, Broussais 0 Bichat; no permite tampoco decir cual de esas obras estaba més proxima a un destino primero, o wltimo, cul formularfa mds radicalmente el proyecto general de una ciencia. Pero lo que permite poner en claro es la medida en que Buffon y Linneo (0 Turgot y Quesnay, Broussais y Bichat) hablaban de “‘la misma cosa”, colocindose al “mismo nivel” o a “la misma dis- tancia”, desplegando “el mismo campo concep- oponiéndose sobre “el mismo campo de ba- y pone de manifiesto, en cambio, por qué no se puede decir que Darwin hable de la misma cosa que Diderot, que Laennec sea el continua- dor de Van Swieten, 0 que Jevons responda a los fisiéeratas. Define un espacio limitado de comu- nicacién. Espacio relativamente restringido ya que EL APRIORI HISTORICO 215 estd lejos de tener la amplitud de una ciencia considerada en todo su devenir histérico, desde su mas remoto origen hasta su punto actual de realizacién; pero espacio mds extendido, sin em- bargo, que el juego de las influencias que ha po- dido ejercerse de un autor a otro, o que el domi- nio de las polémicas explicitas. Las obras dife- rentes, los libros dispersos, toda esa masa de textos que pertenecen a una misma formacién discur- siva —y tantos autores que se conocen y se igno- ran, se critican, se invalidan los unos a los otros, se despojan, coinciden, sin saberlo y entrecruzan- do obstinadamente sus discursos singulares en una trama de la que no son duefios, cuya totali- dad no perciben y cuya amplitud miden mal—, todas esas figuras y esas individualidades diversas no comunican tinicamente por el encadenamiento légico de las proposiciones que aventuran, ni por la recurrencia de los temas, ni por la terquedad de una significacién trasmitida, olvidada, redes- cubierta; comunican por la forma de positividad de su discurso. O mas exactamente, esta forma de positividad (y las condiciones de ejercicio de la funcién enunciativa) define un campo en el que pueden eventualmente desplegarse identidades formales, continuidades tematicas, traslaciones de conceptos, juegos polémicos. Asi, la positividad desempefia el papel de lo que podria Hamarse un apriori histérico. Yuxtapuestos esos dos términos hacen un efec- to un tanto detonante; entiendo designar con ello un apriori que seria no condicién de validez para unos juicios, sino condicién de realidad para unos 216 EL ENUNCIADO Y EL ARCHIVO. enunciados. No se trata de descubrir lo que po- dria legitimar una asercién, sino de liberar las condiciones de emergencia de los enunciados, 1a ley de su coexistencia con otros, la forma especifi- ca de su modo de ser, los principios segtin los cua les subsisten, se transforman y desaparecen. Un apriori, no de verdades que podrian no ser jamés dichas, ni realmente dadas a la experiencia, sino de una historia que est dada, ya que es la de las cosas efectivamente dichas. La razén de util zar este término un poco barbaro, es que este apriori debe dar cuenta de los enunciados en su dispersion, en todas las grietas abiertas por su no coherencia, en su encaballamiento y su rempla- zamiento reciproco, en su simultaneidad que no €s unificable y en su sucesién que no es deducti- ble; en suma, ha de dar citenta del hecho de que el discurso no tiene tinicamente un sentido o una verdad, sino una historia, y una historia es- pecifica que no lo leva a depender de las leyes de un devenir ajeno. Debe mostrar, por ejemplo, que Ja historia de la gramatica no es la proyeccién en el campo del lenguaje y de sus problemas de una historia que fuese, en general, la de la razén o de una mentalidad, de una historia, en todo caso, que compartiria con la medicina, la mecdnica 0 Ja teologia; pero que comporta un tipo de histo- ria —una forma de dispersién en el tiempo, un modo de sucesidn, de estabilidad y de reactiva- cidn, una velocidad de desarrollo 0 de rotacién— que le es propia, aun si no carece de relacién con otros tipos de historia, Ademis, este apriori no escapa a la historicidad: no constituye, por encima EL APRIORI HISTORICO 217 de los acontecimientos, y en un cielo que estuvie se inmévil, una estructura intemporal; se define como el conjunto de las reglas que caracterizan una prdctica discursiva: ahora bien, estas reglas no se imponen desde el exterior a los elemen:os que relacionan; estén comprometidas en aquell: mismo que ligan; y si no se modifican con el me- nor de ellos, los modifican, y se transforman con ellos en ciertos umbrales decisivos. El apriori de las positividades no es solamente el sistema de una dispersién temporal; él mismo es un conjunto transformable. Frente a unos apriori formales cuya jurisdic- cidn se extiende sin contingencia, es una figura puramente empitica; pero, por otra parte, ya que permite captar los discursos en la ley de su deve- nir efectivo, debe poder dar cuenta del hecho de que tal discurso, en un momento dado, pueda aco- ger y utilizar, 0 por el contrario excluir, olvidar © desconocer, tal o cual estructura formal. No puede dar cuenta (por algo asi como una génesis, psicolégica o cultural) de unos apriori formales; pero permite comprender cémo los apriori for- males pueden tener en Ia historia puntos de en- ganche, lugares de insercién, de irrupcién 0 de cemergencia, dominios u ocasiones de empleo, y comprender cémo esta historia puede ser no con- tingencia absolutamente extrinseca, no necesidad de la forma que despliega su dialéctica propia, sino regularidad especifica. Nada, pues, seria més grato, pero mds inexacto, que concebir este aprio- i histérico como un apriori formal que estuviese, ademés, dotado de una historia: gran figura in- 218 EL ENUNCIADO Y EL ARCHIVO mévil y vacia que surgiese un dia en la super- ficie del tiempo, que hiciese valer sobre el pensa- miento de los hombres una tiranfa a la que nadie podria escapar, y que luego desapareciese de gol- pe en un eclipse al que ningiin acontecimiento hubiese precedido: trascendental sincopado, juego de formas parpadeantes. El apriori formal y al apriori histérico no son ni del mismo nivel ni de la misma naturaleza: si se ctuzan, es porque ocupan dos dimensiones diferentes. El dominio de los enunciados articulados asi segtin apriori histéricos, caracterizado asi por di- ferentes tipos de positividad, y escandido por for- maciones discursivas, no tiene ya ese aspecto de Hanura mondtona ¢ indefinidamente prolongada que yo le atribufa al principio cuando hablaba de “la superficie de los discursos”; igualmente deja de aparecer como el elemento inerte, liso y neu- tro adonde vienen a aflorar, cada uno segiin su propio impulso, o empujados por alguna dinami- ca oscura, temas, ideas, conceptos, conocimientos. Se trata ahora de un volumen complejo, en el que se diferencian regiones heterogéneas, y en el que se despliegan, segtin unas reglas especificas, unas pricticas que no pueden superponerse. En lugar de ver alinearse, sobre el gran libro mitico de la historia, palabras que traducen en caracte- res visibles pensamientos constituidos antes y en otra parte, se tiene, en el espesor de las pricticas discursivas, sistemas que instauran los enunciados como acontecimientos (con sus condiciones y su dominio de aparicién) y cosas (comportando su posibilidad y su campo de utilizacién). Son to- EL APRIORE HISTORICO 219 dos esos sistemas de enunciados (acontecimientos por una parte, y cosas por otra) Jos que propongo Hamar archivo. Por este término, no entiendo la suma de todos los textos que una cultura ha guardado en su poder como documentos de su propio pasado, o como testimonio de su identidad mantenida; no entiendo tampoco por él las instituciones que, en una sociedad determinada, permiten registrar y conservar Jos discursos cuya memoria se quiere guardar y cuya libre disposicién se quiere mante- ner. Mis bien, es por el contrario lo que hace que tantas cosas dichas, por tantos hombres desde ha- ce tantos milenios, no hayan surgido solamente segiin las leyes del pensamiento, o por el solo jue- go de las circunstancias, por lo que no son sim- plemente el sefialamiento, al nivel de las actua- ciones verbales, de lo que ha podido desarrollar- se en el orden del espiritu 0 en el orden de las cosas; pero que han aparecido gracias a todo un. juego de relaciones que caracterizan propiamente el nivel discursive: que en lugar de ser figuras adventicias y como injertadas un tanto al azar sobre procesos mudos, nacen segiin regularidades especificas: en suma, que si hay cosas dichas —y éstas solamente—, no se debe preguntar su raz6n inmediata a las cosas que se encuentran dichas 0 a los hombres que las han dicho, sino al sistema de la discursividad, a las posibilidades y a las imposibilidades enunciativas que éste dispone. El archivo es en primer lugar la ley de lo que puede ser dicho, el sistema que rige la aparicién de los enunciados como acontecimientos singulares. Pe- 220 EL ENUNCIADO Y EL ARCHIVO ro el archivo es también lo que hace que todas sas cosas dichas no se amontonen indefinidamen- te en una multitud amorfa, ni se inscriban tam- poco en una linealidad sin ruptura, y no desapa- rezcan al azar sélo de accidentes externos; sino que se agrupen en figuras distintas, se compongan Jas unas con las otras segiin relaciones miiltiples, se mantengan se esfumen segiin regularidades especificas; lo cual hace que no retrocedan al mismo paso que el tiempo, sino que unas que brillan con gran intensidad como estrellas cerca- nas, nos vienen de hecho de muy lejos, en tanto que otras, contempordneas, son ya de una extre- mada palidez. El archivo no es lo que salvaguar- da, a pesar de su huida inmediata, el aconteci- miento del enunciado y conserva, para las memo- rias futuras, su estado civil de evadido; es lo que en la raiz misma del enunciado-acontecimiento, y en el cuerpo en que se da, define desde el co- mienzo el sistema de su enunciabilidad. El archi- Vo no es tampoco lo que recoge el polvo de los enunciados que han vnelto a ser inertes y per- mite el milagro eventual de su resurreccién; es lo que define el modo de actualidad del enuncia- do-cosa; es el sistema de su funcionamiento. Le: jos de ser lo que unifica todo cuanto ha sido di- cho en ese gran murmullo confuso de un discur- 50, lejos de ser solamente lo que nos asegura exis tir en medio del discurso mantenido, es lo que diferencia los discursos en su existencia miltiple y los especifica en su duracién propia. Entre la lengua que define el sistema de cons- truccién de las frases posibles, y el corpus que EL APRIORI HISTORICO 221 recoge pasivamente las palabras pronunciadas, el archivo define un nivel particular: el de una practica que hace surgir una multiplicidad de enunciados como otros tantos acontecimientos re- gulares, como otras tantas cosas ofrecidas al tra. tamiento o la manipulacién. No tiene el peso de la tradicién, ni constituye la biblioteca sin tiem- po ni lugar de todas las bibliotecas; pero tampoco es el olvido acogedor que abre a toda palabra nueva el campo de ejercicio de su libertad; entre la tradicién y el olvido, hace aparecer las reglas de una practica que permite a la vez a los enun- ciados subsistir y modificarse regularmente. Es el sistema general de la formacién y de la trans- formacién de los enunciados. Es evidente que no puede describirse exhaus- tivamente el archivo de una sociedad, de una cul- tura o de una civilizacién; ni aun sin duda el ar- chivo de toda una época. Por otra parte, no nos ¢s posible describir nuestro propio archivo, ya que es en el interior de sus reglas donde habla- mos, ya que es él quien da a lo que podemos decir —y asi mismo, objeto de nuestro discurso— sus modos de aparicién, sus formas de existencia y de coexistencia, su sistema de acumulacién de histo- ricidad y de desaparicién. En su totalidad, el ar- chivo no es descriptible, y es incontorneable en. su actualidad. Se da por fragmentos, regiones y niveles, tanto mejor sin duda y con tanta mayor claridad cuanto que el tiempo nos separa de él: en ¢l limite, de no ser por la rareza de los docu- mertos, seria necesario para analizarlo el mayor alejamiento cronolégico. Y sin embargo, scémo 222 EL ENUNCIADO Y EL ARCHIVO podria esta descripcién del archivo justificarse, elucidar lo que la hace posible, localizar el lugar desde el que habla, controlar sus deberes y sus derechos, poner a prueba y elaborar sus conceptos —al menos en esa fase de la investigacién en que no puede definir sus posibilidades mds que en el momento de su ejercicio—, si se obstinara en no describir nunca sino los horizontes més lejanos? ENo le es preciso acercarse lo mas posible a esa positividad a la cual obedece ella misma y a ese sistema de archive que permite hablar hoy del archivo en general? ,No le es preciso iluminar, aunque no sea ms que oblicuamente, ese campo enunciativo del cual forma parte ella misma? EL andlisis del archivo comporta, pues, una regin privilegiada: a la vez préxima a nosotros, pero diferente de nuestra actualidad, es la orla del tiempo que rodea nuestro presente, que se cierne sobre él y que lo indica en su alteridad; es lo que, fuera de nosotros, nos delimita. La descripcién del archivo despliega sus posibilidades (y el do- minio de sus posibilidades) a partir de los dis- cursos que acaban de cesar precisamente de ser Jos nuestros; su umbral de existencia se halla ins- taurado por el corte que nos separa de lo que no podemos ya decir, y de lo que cae fuera de nuestra practica discursiva; comienza con el exterior de nuestro priopo lenguaje; su lugar es el margen de nuestras propias précticas discursivas. En tal sentido vale para nuestro diagndstico. No porque nos permita hacer el cuadro de nuestros. rasgos distintivos y esbozar de antemano la figura que tendremos en el futuro, Pero nos desune de nues- EL APRIORI HISTORICO 2238, tras continuidades: disipa esa identidad temporal en que nos gusta contemplarnos a nosotros. mis mos para conjurar las rupturas de la historia; rompe el hilo de las teleologias trascendentales, y alli donde el pensamiento antropoldgico inte- rrogaba el ser del hombre o su subjetividad, hace que se manifieste el otro, y el exterior. El diag- néstico asi entendido no establece la comprobacién de nuestra identidad por el juego de las distincio- nes. Establece que somos diferencia, que nuestra razdn es la diferencia de los discursos, nuestra his- toria la diferencia de los tiempos, nuestro yo la diferencia de las mascaras. Que la diferencia, lejos de ser origen olvidado y recubierto, es esa disper- sién que somos y que hacemos. La actualizacién jamds acabada, jamas integra- mente adquirida del archivo, forma el horizonte general al cual pertenecen la descripcién de las formaciones discursivas, el andlisis de las positi- vidades, la fijacién del campo enunciativo, El derecho de las palabras —que no coincide con el de los filélogos— autoriza, pues, a-dar a todas ¢s- tas investigaciones el titulo de argueologia. Este término no incita a la busqueda de ningun co- mienzo; no emparenta el andlisis con ninguna excavacién 0 sondeo geolégico. Designa el tema general de una descripcién que interroga lo ya dicho al nivel de su existencia: de la funcién enun- ciativa que se ejerce en él, de la formacién dis- cursiva a que pertenece, del sistema general de archivo de que depende. La arqueologia describe los discursos como pricticas especificadas en el elemento del archivo,

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