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Una y otra vez quiero deciros algo: vosotros, que permanecéis en la patria, no olvidéis cuán
horrible es la guerra. No dejéis, de rezar. Actuad con seriedad. Abandonad toda superficialidad. Arrojad
de teatros y conciertos a los que ríen y bromean mientras sus defensores sufren y se desangran y mueren.
De nuevo he vivido durante tres días (del 1 al 4 de enero) la más sangrienta y horrible batalla de la
historia, a doscientos metros del enemigo, en una trinchera provisional excavada a toda prisa. Durante tres
días y tres noches han caído granadas y más granadas: estallidos, silbidos, sonidos guturales, gritos y
gemidos ¡Malditos aquellos que nos condujeron a esta guerra!
Carta de un estudiante alemán desde el frente. Enero de 1915
En lo que se refiere al texto, éste nos sirve para comprender uno de los
aspectos que caracterizó a la Gran Guerra: la llamada guerra de trincheras,
especialmente cruenta en el frente occidental. Este tipo de guerra no era el que
esperaban los mandos militares que confiaban en un desenlace rápido.
Así, Alemania, bien comunicada con sus aliados austriacos, pero con la
dificultad de tener que hacer frente a enemigos dispersos a este (Rusia) y a oeste
(Francia y sus aliados británicos), planeó un ataque relámpago sobre Francia (Plan
Schlieffen) con el objetivo de derrotarla en pocas semanas y poder ocuparse
exclusivamente de la derrota de Rusia. Los alemanes aprovecharon el factor
sorpresa al penetrar en Francia por la frontera belga, por donde no se les esperaba,
y avanzaron hasta que fueron frenados por un reorganizado ejército francés a unos
40 km de París en la Batalla del Marne.
De esta manera, el frente quedó inmovilizado desde el mar del Norte hasta la
frontera suiza y, pese al escaso espacio que separaba a los soldados de ambos
bandos (la conocida como «tierra de nadie») y de las ambiciosas ofensivas de unos
y otros con batallas como la de Verdún o la del Somme, las posiciones defensivas,
simples trincheras cavadas en la tierra donde las condiciones higiénicas y sanitarias
eran precarias y donde los soldados, que morían por millones, víctimas de un nuevo
tipo de armamento mucho más mortífero y destructivo (ametralladoras, granadas,
cañones de largo alcance, armas químicas...), eran sustituidos por nuevos
reemplazos.