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El Currículo de La Universidad Cristiana Libre (La Ucli) es una colección de


estudios sobre temas de actualidad que son relevantes en los círculos
universitarios y académicos. La serie intenta, de una manera erudita y a la vez
comprensible, tocar los puntos de tensión entre la cosmovisión cristiano-
bíblica y la no cristiana. Los estudios se dirigen a (1) la persona no convencida
de la fe cristiana, (2) al lector y/o estudioso que pregunta acerca de la fe, pero
que necesita puntos de vista cristianos y respuestas académicamente viables,
y (3) a los jóvenes cristianos o no, pero con genuinos intereses intelectuales,
culturales y artísticos que desean construir un sistema de conocimientos
cristianos integral y consistente. Los ensayos y monografías son diseñados
para su uso como lectura complementaria en el aula y su propósito es ayudar
al cristiano a desarrollar una fe inteligente que le equipe para el diálogo con el
mundo académico de la gente crítica y pensante.

Libertad y enajenación
Por Armando H. Toledo
© 2007—2022

The Ucli Press existe para difundir lo mejor de la inteligencia cristiana


mundial en idioma español entre las juventudes estudiantiles y
profesionales de América Latina, para fomentar el desarrollo de una fe
cristiana inteligente.

Esta edición libre en español es propiedad del autor y siempre se distribuirá


gratuitamente a quien solicite un ejemplar en formato digital PDF a:

theuclipress@outlook.com
launiversidadcristianalibre@gmail.com
ANTECEDENTES

Dios ya era lo que es aún desde antes de que el cosmos (el todo
creado) llegase a existir por voluntad suya. Y Él era perfecto,
como lo sigue siendo hoy. De lo cual se deduce (aunque
también podemos saber) que todo lo que hizo era perfecto. De
hecho, “Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que
era muy bueno” (Génesis 1:31. NVI).1
Entonces, el problema filosófico-moral en la
cosmovisión cristiana queda planteado en los siguientes
términos: Si asumimos que toda criatura que Dios hizo es
perfecta, pero las criaturas perfectas no pueden hacer lo que
es imperfecto (o malo), entonces toda criatura hecha por Dios
no puede hacer el mal. Esto nos lleva a nuestra primera
pregunta:

1. ¿Cómo pudieron hacer el mal las dos


primeras personas humanas si eran
perfectas?

La solución al problema se halla, creo, en una correcta


comprensión del término “perfección”. Me explicaré. Es
verdadera la premisa de que todo lo que Dios hizo era perfecto
(o “muy bueno”). Pero también es verdad que una de las

1A menos que se indique otra cosa, las citas bíblicas serán tomadas básicamente de la
Sagrada Biblia Nueva Versión Internacional en español y de la New International
Version. Cuando se cite de la traducción al español, la llamaremos NVI; cuando se
haga de la traducción al inglés, NIV. La Sagrada Biblia Nueva Versión Internacional en
español, es la versión oficial de La Ucli.

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muchas cosas buenas que hizo Dios fueron los seres libres. Los
seres libres lo son porque no sólo pueden hacer el bien, sino
que también pueden hacer el mal. De ahí que el mal (o la
imperfección) puede hacerse presente en el mundo a través
de seres perfectos en virtud de su libertad. Así, la conclusión
del razonamiento que dice que “las criaturas perfectas no
pueden hacer lo que es imperfecto”, es incorrecta. De hecho,
sí lo pueden hacer, precisamente por eso: porque son
perfectas.
Cuando se dice que las personas son moralmente
perfectas (ya sea personas humanas o personas angélicas), se
quiere decir que lo son por el hecho de ser libres. Es decir, que
la perfección moral absoluta radica en la capacidad real de
optar sobre lo que se hace. Dios hizo así al ser humano. Lo creó
“a su imagen; lo creó a imagen de Dios” (Génesis 1:27). Y eso
fue “muy bueno”. Lo hizo así para que pudiéramos ser ‘como
Él’, para que pudiéramos amarlo, y pudiéramos hacerlo
libremente. Porque si Dios nos hubiera ‘programado’ para
amarlo, por ejemplo, entonces no lo hubiéramos podido amar
de verdad, porque el ‘amor forzado’ no es verdadero amor. De
hecho, el concepto complejo ‘amor forzado’ está compuesto
por dos términos contradictorios. Tú puedes amar a Dios si así
lo deseas, pero también puedes decidir no amarlo, y todo ello
en base a tu perfecta libertad. De ahí se desprende que está
mal (muy mal) que alguien te fuerce a amar a Dios, como
también lo es que te fuercen a no amarlo.

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2. ¿Sabía Dios, entonces, que el hombre
pecaría? Si así fue, ¿no hace eso a Dios
responsable por el pecado del hombre?

No lo creo. Dios, al hacer al hombre perfectamente libre, lo


hizo sabiendo que permitiría la posibilidad del mal. Porque,
como he dicho, para que una persona pueda ser libre
(verdaderamente libre, como Dios) se debe tener la capacidad
no solo de optar por el bien sino también por el mal. Y si
alguien dice que ‘Dios tomó el riesgo a sabiendas’, está
completamente en lo cierto. De modo que cuando sucedió lo
que sabemos que sucedió—la desobediencia de los primeros
hombres—, el Señor no fue sorprendido, pues siempre
conoció la posibilidad de que sucediera. Y no es que esté
diciendo que Dios sabía que eso iba a pasar. Lo que digo es que
Dios solo sabía que eso podía pasar. ¿Notan la diferencia? En
este sentido Dios es omnisciente: sabe todo lo que puede
pasar. Y por supuesto que eso no hace a Dios responsable por
el mal. Dios podría ser el responsable por el pecado del
hombre solo en caso de que el hombre no fuera libre. Pero es
el caso que todo ser libre es el propio responsable de lo que
libremente hace.

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3. Entonces, ¿qué cosa es el mal?

Esta me parece una buena pregunta, pero otra vez tenemos


problemas con la pregunta misma. Si alguien pregunta “qué
cosa es el mal”, en su pregunta está suponiendo que el mal es
una “cosa”, ¿no es cierto? Pero ahí está el error: es incorrecto
suponer que el mal es una cosa. Me explicaré…
Quien razona diciendo que “como Dios es el Creador de
todo lo que existe, y el mal existe en el mundo, entonces Dios es
el Creador del mal”, está cometiendo un sencillo error de lógica.
Y para tener un acercamiento a una respuesta sólida, debemos
primero definir correctamente el “mal”.
A diferencia de lo que muchos podrían pensar, el mal no
existe en un sentido estricto, es decir que no es una“cosa”, como
una lechuga; no es una “sustancia” concreta; no es “algo” que
tenga peso, color, temperatura, sabor o textura. El mal no es una
cosa o “presencia”, es más bien una “ausencia”; es la carencia o
“pérdida” de algo que debería estar ahí pero no lo está más. Por
ejemplo, si te sientes mal después de comer lechuga sin
desinfectar, seguramente es porque perdiste la salud, no
porque se te haya metido el mal. Y si dices, “pero es que se me
ha metido una bacteria en el sistema, y me está causando una
infección”, estás diciendo algo biológicamente verdadero, pero
las bacterias no son “malas” en un sentido moral, y su trabajo
tampoco es “malo”. Los únicos que pueden ser moralmente
malos son los ángeles y los hombres, porque son libres, pero no
las bacterias. Si me valen la metáfora, les diré que el mal es
como un “hueco” en algo que debiera ser “sólido”.
Dios solo creó la posibilidad de la libertad. Nosotros
hacemos la realidad de la libertad mediante nuestros actos.
Por eso decimos que Dios hizo posible el mal, pero los hombres
lo hacemos real. De modo que la imperfección vino de nuestra
perfecta capacidad de ser imperfectos.

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4. Esto pareciera estar relacionado con el libre
albedrío. ¿Qué debemos entender por ese
término? ¿Qué es lo contrario a la libertad?

Esta pregunta muchos nos la han hecho, y también la plantean


así: “¿Es el libre albedrío la capacidad de hacer todo lo uno
quiere?” Mi respuesta es: no. Por ejemplo, yo quiesiera volar
como las aves, pero no puedo hacerlo. El libre albedrío
simplemente es la capacidad real de decidir entre dos o más
opciones o alternativas dentro de los límites de lo posible. De
modo que lo opuesto a la libertad no es el tener menos opciones
sino ser forzado a “optar” por una cosa y no por otra. Me
exlpico…
Si cinco opciones me las redujeran a dos, ¿estoy siendo
“menos libre”? Claro que no. ¿Por qué? ¡Pues porque mientras
tenga opciones tengo libertad! No hay grados en la libertad: se
es libre o no, y sanseacabó. Pero si alguien me quiere engañar
diciéndome que solo tengo “una opción”, realmente no sabe lo
que dice, o se engaña a sí mismo, porque ‘una opción’ no es
absolutamente ‘opción’. ¡No existe una opción! No existen las
opciones únicas. Las opciones solo son “opciones” de verdad
cuando las tenemos sólo de dos para arriba. Entonces,
¿mientras más opciones tengo soy más libre? Claro que no.
“Más libre” otra vez implica grados de libertad, lo cual ya he
dicho que no existen. O somos libres o no lo somos. Punto. Más
bien, la verdadera libertad es aquella que puede optar sin trabas
entre todas las opciones, sean solo dos o doscientas.
Se dijo más arriba que “para que una persona pueda ser
libre (verdaderamente libre —como Dios) se debe tener la
capacidad no solo de optar por el bien sino también por el mal”.
¿Significa eso que...

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5. Dios puede optar por el mal? ¿Puede Dios
hacer cosas malas dado que es un ser
perfecto, y por tanto libre?

Definitivamente no. Dios no puede hacer cosas malas. Dios no


puede hacer el mal; y esto no significa que porque no puede
hacer el mal (es decir porque no tiene la opción de hacer el
mal) eso lo hace un ser imperfecto en cuento a su libertad.
¿Me permiten poner un ejemplo? Dios fue perfectamente
libre para optar entre crear o no crear el universo, pero
ninguna de esas opciones era “mala”. Si Dios creó el universo,
eso estuvo “bien en gran manera”; pero Dios también pudo no
haber creado. Pero de cualquier manera habría estado bien.
Todo lo que Dios haga siempre estará bien; por eso es Dios.
Permítanme explicarlo de otra manera.
¿Recuerdan que al mal lo he definido como la ausencia
del bien o de lo que es correcto dentro de la forma en la que
Dios diseñó el universo? Dios estableció leyes que gobiernan
el universo físico, de modo que ir en contra de ellas (como
arrojarnos desde un quinto piso sin paracaídas) no solo está
mal sino que nos provocará un gran mal. Pero otro tipo de
leyes que Dios le impuso al universo fueron las leyes morales,
las cuales son incluso más importantes que las primeras—
aunque, de igual manera, violarlas conlleva grandes males.
Las criaturas no anulamos las leyes de Dios, son ellas las que
nos anulan a nosotros.
Los primeros seres humanos cometieron el mal, y
sufrieron las consecuencias porque violaron una ley moral
impuesta desde fuera de ellos. La ley allí estaba, ellos no la
inventaron: les fue dada. Dios la impuso. ¿Me explico? Lo que

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quiero decir es que una conducta solo puede ser calificada de
“mala” cuando ha violado una ley impuesta a la persona
desde afuera de ella misma y por un ser superior a esa misma
persona. Por eso Dios, como persona, no puede hacer el mal,
porque fuera-y-por-encima-de-Dios no hay ninguna otra
persona que le pueda imponer leyes (o límites) a su conducta.
Si fuera-y-por-encima-de-Dios hubiese Otro, en primer lugar
dios no sería más “Dios”, sino quien le estuviera “por
encima”. En segundo lugar, de existir el “Dios de dios”, el
primero le tendría que imponer leyes y límites a la conducta
del segundo; entonces “dios” sí podría tener ahora la opción
del mal e, incluso, ya haberlo cometido. Pero es el caso que no
es así con el Infinito y único Dios-Creador, como sí lo es con
los finitos-creados-seres humanos.

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6. ¿Quién es un individuo enajenado?

El individuo enajenado es aquel que es “forzado a elegir”


(¡Vaya par de conceptos contradictorios!) una cosa y no otra.
Está ‘enajenado’ por que debiendo ser capaz de ejercer su
propia voluntad, no obstante está dominado por otra
voluntad que no es la suya. Se dice que “esta fuera de sí”, que
“no es dueño de su voluntad”. La voluntad que lo guía es
‘ajena’. Está ‘poseido’ por otra voluntad, una ‘voluntad
externa’. Por eso se dice que los esclavos, los endemoniados,
los siervos, ciertas personas adultas (al menos las que
debieran hacerse responsables por sus decisiones libres, pero
“no les dan permiso”) y cualquier otra persona de quien no
procedan sus propias elecciones existenciales, está
enajenada. Y estar enajenado está mal. Es malo. Porque donde
debiera haber libertad de elección se carece de ella. Entonces,
ser libre es bueno ―aunque libremente se pueda hacer lo
malo.

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7. Soy menor de edad y mis padres dicen
que debo estar sujeto a su voluntad porque
eso honra a Dios. ¿Significa eso que me
encuentro enajenado?

Buena pregunta, pero no. No estás enajenado en el modo en


que sí lo está un endemoniado o un esclavo. Solo se te está
enseñando a manejar el estupendo don divino de la libertad.
Entiendo que el único caso en el que no está mal que “una
voluntad ajena” determine la voluntad de otro (y digo que “no
está mal” porque Dios mismo así lo estableció), es cuando los
padres de familia están obligados a ordenar y controlar la
conducta de sus hijos cuando estos aun no han alcanzado la
edad adulta. (Y es que mientras los hijos son menores de edad,
los únicos responsables de la conducta social de ellos, son los
padres). Una vez alcanzada la edad adulta, el obedecer a los
padres ya no es obligatorio, aunque siempre lo será el
honrrarlos.
El problema con la enajenación injusta de la libertad de
los hijos cuando ya son mayores de edad, radica, en primer
lugar, en una pésima definición del concepto de mayoría de
edad; en segundo lugar, en una confusión terminológica: la
mayoría de los padres identifican la honrra paterna con la
obediencia incuestionable y permanente. Por lo demás, un
hijo adulto que pueda estar permitiendo la alienación de su
propia libertad, quizá lo haga porque tal situación le esté
representando ciertas comodidades...

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8. Los cristianos que se califican a sí
mismos como “esclavos de Cristo” y que
dicen dejarse “guiar por la voluntad de
Dios”, ¿están enajenados, entonces?

Mi respuesta es “No”. El individuo que es guiado por la


voluntad de Dios no está enajenado en un sentido estricto, y
esto es así por que la voluntad neotestamentaria de Dios sólo
‘guía’, pero no manipula ni obliga. Es más, sólo “los que son
guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios” (Romanos
8:14). Pero solo hijos, no esclavos.
Jesucristo no vino a esclavizar a nadie. El vino a liberar a
quienes fueron enajenados (esclavizados) contra su voluntad.
Por eso, el cristiano que se esclaviza a Cristo, ‘se enajena
voluntariamete’, lo cual no es una enajenación absoluta: en
cualquier momento puede retomar, por ejemplo, su libertad
para hacer el mal (pecar). El hombre no cristiano es enajenado
aunque no quiera. Pero el hombre cristiano ‘se enajena por
que quiere’. El verdadero esclavo lo es sólo en contra de su
voluntad, pero el que se ‘esclaviza a Cristo por su propia
voluntad’ no es esclavo en términos absolutos, por la
presencia de la propia voluntad. En la verdadera esclavitud
no hay ‘propia voluntad’. Sólo hay voluntad ajena.
Enajenación.

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9. ¿Por qué y para qué castigar a los
malvados?

A las personas que hacen el mal, sean niños o criminales


maduros, hay que infligirles dolor y disciplinarlos, pero no
privarlos de su libertad. Y se les debe causar dolor para que
lleguen a ser conscientes del carácter dañino de su conducta
tanto para ellos como para el resto de la sociedad, de modo que
tengan la oportunidad de renunciar a ella. Causar dolor al
rebelde o al malvado no es criminal, como sí lo es enajenarlo, es
decir, privarlo de su libertad.
La autoridad pública ⎯la cual está instituida por Dios
(Romanos 13:2) como representación simbólica del principio de
la autoridad divina universal, a la cual todos debiéramos
someternos porque ‘fue establecida’ para infundir terror a los
que hacen lo malo (verso 3), y que ‘no en vano lleva la espada
para impartir justicia y castigar al malhechor’ (verso 4)⎯
comete un serio error cuando en lugar de usar ‘la espada’ para
hacer justicia cortando la vida del malhechor indeseable, cae en
la injusticia enajenando las voluntades de los delincuentes. Un
delincuente o criminal o sociópata indeseable, al nivel de un
asesino o secuestrador, no debiera jamás ser encarcelado para
que viva privado de su libertad. Eso debe ser, con seguridad,
totalmente injusto a los ojos de Dios, tanto para la sociedad en
su conjunto como para el criminal mismo.
Creo que cuando el Estado recurre a la enajenación
sistemática de voluntades mediante los sistemas de cárceles
que privan de la libertad, sólo están mostrando su falta de
carácter para ejercer su autoridad mediante la espada que
lastima (que no enajena) o porque proyectan su propia
culpabilidad por estar cometiendo delitos o crímenes iguales,
parecidos o peores que aquellos que debieran castigar. Por eso,

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si la privación de la libertad por el sistema de cárceles (lo que
llamaré en adelante enajenación por el Estado) fuera la
solución a la criminalidad, entonces una o muy pocas cárceles
pondrían orden en el caos social de la ingobernabilidad y
cambiarían el clima de inseguridad y violencia que estamos
respirando actualmente en nuestro país. Pero sabemos de
pequeñas sociedades en donde una sola cabeza injusta, caída
bajo el filo de la espada justa, ha sido suficiente para ‘infundir
terror’ a los malhechores, y para disuadirlos de más maldad y
para traer paz social.2
Por el contrario. Pareciera ser cierta la tesis de que la
sistemática privación de la libertad por el Estado (la cual
considero siempre injusta) lo único que ha creado es una
subcultura de reos indeseables que, dentro de los límites del
espacio de su reclusión, continúan con las mismas actitudes y
conductas que ya los habían hecho ciudadanos indeseables.
Todo lo anterior implica que la Escritura pone sobre los
hombres del Estado la responsabilidad social de ‘cortar del
pueblo’ al malhechor necio e indeseable que piensa que todas
las opciones que tiene enfrente son socialmente buenas. El
Estado, el cual “está al servicio de Dios” (Romanos 13:4), lo está
para mostrar al hombre libre que no todas las opciones que
tiene enfrente son socialmente buenas. Debe mostrarle al
hombre libre que algunas de las opciones sólo responden a
inclinaciones egoístas e individualistas, y que no debiera optar
por ellas. Por supuesto, recuerden que el individuo, aunque no
deba, sin embargo, siempre debiera poder optar por ellas en
virtud de su perfecta libertad de elegir el mal. Pero el mal no
debe ser aplaudido sino severamente castigado, pero no con la
pérdida de su sagrada libertad sino de su cabeza…

2Casi me parece estar escuchando la cínica voz de los delincuentes y criminales que
ante esta patente impunidad dirían: “Asociémonos para aterrorizar al mundo. Nadie los
está defendiendo ¿Qué es lo peor que nos puede pasar? ¡Solo que nos metan a la
cárcel! Ahí viviremos varios años, ¡y sin necesidad de trabajar!”

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10. ¿Tiene esto que ver con el asunto de la
pena de muerte? ¿Dicen algo las Sagradas
Escrituras sobre la pena capital?

Pues sí, lo dice; además habla de la correcta actitud que los


cristianos bíblicos debemos tener con respecto a tan delicado
tema. Para saberlo, es necesario remontarnos a los
antiquísimos tiempos del patriarca Noé, recién concluido el
Diluvio, y mucho antes de que se “firmara” con Israel el
Testamento propiamente dicho. Recién entonces, el Señor
Dios afirmaba el gran valor de la vida humana, y después
declaró: “Si alguien derrama la sangre de un ser humano,
otro ser humano derramará la suya, porque el ser humano ha
sido creado a imagen de Dios mismo” (Génesis 9:6). Esta
declaración, hecha previamente a cualquiera de los dos
Testamentos, por supuesto que no está validando
indiscriminadamente la venganza. Como veremos más tarde,
no puede significar otra cosa, sino que las autoridades civiles
legítimamente constituidas en cualquier nación del mundo,
tendrían desde aquel momento la autoridad divinamente
delegada de ejecutar a los homicidas.

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11. ¿Quiere esto decir que los cristianos
debemos estar a favor y defender la pena de
muerte?

Por supuesto que no. ¿Me preguntan que si puede el cristiano


participar en el debate sobre la pena capital? Está claro que
no. En última estancia, las controversias sobre pena capital
son de naturaleza netamente política. Nuestras certezas
como cristianos en torno a temas como el de la pena de
muerte, no son de naturaleza política sino de naturaleza
bíblica.
Lo planteo de la siguiente manera: ¿Habría participado el
señor Jesús en la controversia acerca del uso que dan a la
“espada” los gobernantes del mundo? Naturalmente que no.
Recordemos que cuando los judíos intentaron que Jesús
participara en la política “se retiró de nuevo a la montaña él
solo” (Juan 6:15). Es muchísimo más probable que Jesús
hubiera dejado este asunto en las manos de quienes Dios
había dispuesto: los gobiernos civiles de este siglo.
Al cristiano verdadero lo único que debe importarle es no
ser hallado culpable de delito alguno y mucho menos culpable
de derramar sangre. También, y por las mismas razones,
debemos abstenernos de disputar sobre el tema de la pena de
muerte. Los cristianos debemos reconocer que los
gobernantes tienen el derecho de actuar conforme a su
propio criterio, sobre todo cuando sabemos que se trata de
gobiernos seculares. Y, dado que un hijo de Dios no es parte
del mundo, pues ni está a favor ni en contra de la pena de
muerte. En cualquier caso ―y en el contexto de un sistema
político basado en la democracia―, si un cristiano se declara

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a favor de la pena capital para un determinado criminal, se
hace responsable de la sangre del ejecutado (se le mató
“democráticamente”, con “el poder del pueblo” o con el poder
de la fuerza pública); pero si se declara en contra de la pena
de muerte, se hace responsable ante Dios por la sangre
derramada por los asesinos a los que los gobernantes tienen
el derecho y la obligación de ejecutar si así lo decidieran. Los
cristianos bíblicos no estamos ni a favor ni en contra de la
pena de muerte; ese es asunto de los gobernantes, y de los que
creen y defienden la democracia... Aun así, sabemos con
certeza que Dios exige al Estado la pena de muerte para los
malhechores. Sin embargo ese es un asunto exclusivo entre
Dios y el Estado, no entre la Iglesia y el Estado.
Efectivamente, el Gobierno humano es y debe ser una
entidad autónoma (independiente) de la Iglesia; cada una
tiene su función delegada por Dios. Y ha sido a los “reyes”,
“príncipes” o “políticos” que gobiernan el mundo, a quienes
Dios les ha concedido hacer su propia voluntad, obedeciendo
o desobedeciendo los principios universales de Dios. Y
aunque ningún cristiano tiene la autoridad de exigirles a los
gobernantes que rindan cuentas de sus actos (pues la Iglesia,
por definición, no es demócrata), Dios no solo sí la tiene sino
que va a hacerlo. Las Sagradas Escrituras nos invitan a
anhelar el día en que Dios hará justicia definitivamente por
todos y cada uno de los abusos y los crímenes cometidos por
aquellos que tienen la autoridad delegada de “blandir la
espada” para ejecutar a los malhechores del mundo.

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12. ¿No sigue siendo verdad que “la espada”
ha sido utilizada también para atropellar
los derechos de los inocentes?

Es verdad que, en la antigüedad, por ejemplo, el gobierno


romano fue culpable de valerse de “la espada” para ejecutar a
creyentes inocentes, como Juan el bautista, Santiago e
incluso Jesucristo, nuestro salvador. Del Señor, hasta el
mismo Pilato dijo: “No encuentro que él sea culpable de nada
que merezca la pena de muerte” (Lucas 23:22). Con todo, el
Señor fue ejecutado.
El sistema judicial romano no era perfecto. Tampoco lo
son los tribunales de hoy en día. En nuestra época se han
perpetrado abusos en más de un país. ¿No han sido ejecutados
“legalmente” algunos cristianos de indudable inocencia, en el
paredón, la guillotina, la horca o las cámaras de gas, por
gobiernos que pretendían eliminar el cristianismo? Sin
embargo, sabemos, gracias a la Biblia, que las autoridades que
abusan libremente de su poder tendrán que dar cuanta a Dios
de esa libertad, y que son culpables en sumo grado de
derramar sangre inocente a sabiendas de que es inocente
(Apocalipsis 6:9,10).

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13. ¿Qué relación hay entre el
derramamiento de sangre inocente y la
justificación de la pena capital?

Hay que recordar que cuando Noé y su familia salieron del


Arca, una de las primeras cosas que Dios les permitió fue
cambiar su régimen alimenticio, el cual, en tiempos
prediluvianos, había sido exclusivamente vegetariano-
herbívoro tanto para seres humanos como para animales
(Cfr. Génesis 1: 29-30). Ahora podrían comer también carne
animal. Podrían matarlos, desangrarlos y comérselos. En ese
momento, el Señor Dios hizo una importante declaración: “Yo
les doy todo esto. Pero no deberán comer carne con su vida, es
decir con su sangre. Por cierto, de la sangre de ustedes yo
habré de pedirles cuentas. A todos los animales y a todos los
seres humanos les pediré cuentas de la vida de sus
semejantes. Si alguien derrama la sangre de un ser humano
otro ser humano derramará la suya, porque el ser humano ha
sido creado a imagen de Dios mismo” (Génesis 9:3-6).3

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A propósito de los animales homicidas, nos han preguntado que si alguno ha sido traído a
juicio para responder por el derramamiento de sangre humana. Sí, muchos. Pero debo
advertir, antes de poner los ejemplos correspondientes, que, a cientos de años de haber
ocurrido, estos juicios pueden parecer a las mentalidades modernas casos rayanos en la
estupidez. Sin embargo, sucedieron y nos muestran la manera en que los hombres de otras
épocas enfocaron el asunto del carácter sagrado de la vida humana. Al menos el primer juicio
contra animales del que se sabe tuvo lugar en una dieta de Worms (Alemania). El juicio se
celebró en el 864 d.C. El veredicto: el exterminio de un enjambre de abejas cuyas picaduras
mataron a un hombre. Siglos más tarde, en 1639, se condenó a un caballo a la pena de muerte
en Dijon (Francia). Causa: haber derribado a su amo, causándole la muerte. En Normandía, un
puerco fue colgado el año 1394 por haberse comido vivo a un bebé. Por su parte, una cerda y
sus crías comparecieron ante los jueces por un crimen semejante en 1547. La cerda fue
ejecutada, pero sus huérfanos fueron absueltos. Los juicios de animales perduraron, sobre todo
en Europa, hasta el siglo XX. El último del que se sabe tuvo lugar en Suiza en el año de 1906.
En él se juzgó a dos hermanos y a su perro por asesinato. Los dos hermanos fueron
condenados a cadena perpetua. El perro fue condenado a muerte.

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El punto es inevitablemente claro: Dios estaba
autorizando la pena de muerte por causas de asesinato. Es
decir, que el derramamiento justo de la sangre de un asesino
(pena de muerte) se justifica solo por el hecho de que se ha
derramado sangre humana de manera injustificada
(asesinato). Nada (y esto significa absolutamente nada)
justifica al individuo común derramar la sangre de una
persona inocente por su propia iniciativa. Solo el o los
gobernantes —los que tienen el poder de tomar decisiones
políticas y de juzgar los actos humanos, los cuales, por lo
mismo, no son individuos comunes— están autorizados para
“cobrar con sangre”, la sangre injustificadamente
derramada.

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14. ¿Cuál fue, entonces, la actitud de los
primeros cristianos sobre la pena de
muerte, recién formada la Iglesia?

Hoy en día cualquier cristiano educado reconoce que Dios


instituyó el gobierno humano como representante de la
autoridad pública superior. El apóstol Pablo solía recordar a
los cristianos que debían obedecer a tales autoridades
superiores porque “no hay autoridad que Dios no haya
dispuesto, [por supuesto, está hablando de las autoridades
públicas] así que las que existen fueron establecidas por él”.
También advertía a los cristianos diciendo: “Si haces lo malo,
entonces debes tener miedo. No en vano lleva la espada, pues
está al servicio de Dios para impartir justicia y castigar al
malhechor” (Romanos 13:1-4). La “espada” a la que se refirió
el apóstol no puede ser más que el símbolo del derecho del
gobierno a castigar a los criminales, incluso con la ejecución.
Debo ahora preguntar a mi lector, ¿está reconociendo,
que el derecho de ejecutar es exclusivamente
gubernamental? Pedro, el apóstol, lo deja aún más claro
cuando nos exhorta a que “ninguno tenga que sufrir por
asesino, ladrón o delincuente, ni siquiera por entrometido”
(1ª Pedro 4:15). ¿Notaron el “sufrir por asesino”? ¿Cómo
sufren (o debieran sufrir) los asesinos?
La idea de que los gobernantes humanos tienen derecho
de hacer que un asesino “sufra” con toda justicia la pena de
muerte por su delito, también se desprende con claridad de lo
sucedido al apóstol Pablo (Hechos 25. Énfasis mío.). Acusado
por los judíos de quebrantar la ley de ellos, Pablo fue hecho
preso por un comandante militar y enviado al gobernador

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romano. Lo acompañaba el siguiente informe: “...Descubrí
que lo acusaban de algunas cuestiones de su ley, pero no
había contra él cargo alguno que mereciera la muerte o la
cárcel” (23:29. Énfasis mío.). Dos años más tarde, lo hallamos
compareciendo ahora ante el gobernador Festo. Pablo dijo en
su defensa: “No he cometido ninguna falta, ni contra la ley de
los judíos ni contra el Templo ni contra el emperador” (25:8).
Observemos ahora sus referencias en torno al castigo,
incluida la pena de muerte: “Ya estoy ante al tribunal del
emperador, que es donde se me debe juzgar. No les he hecho
ningún agravio a los judíos, como usted sabe muy bien. Si soy
culpable de haber hecho algo que merezca la muerte, no me
niego a morir. Pero si no [...] ¡Apelo al emperador!” (25:10-11.
Énfasis mío.). Claramente Pablo está reconociendo que las
autoridades gubernamentales legalmente instituidas tenían
derecho a penalizar, incluso con la muerte, a los delincuentes.
Ni siquiera objetaría a su propia condena a muerte en el caso
de que fuese comprobada su culpabilidad.

15. ¿Por qué no se practica la pena de


muerte como Dios la ordenó a través de
moisés?

Sencillo: porque, aunque los gobiernos todavía actúan de


diversas maneras como “ministros” o agentes de Dios (pues
mantienen un cierto orden y estabilidad, y prestan servicios
públicos), sin embargo, hoy en día no hay ni un solo gobierno
en la tierra que, como el antiguo estado israelita, se encuentre
legítimamente obligado a representar la justicia divina.

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16. ¿Cuáles eran las instrucciones para los
judíos en la ley mosaica con respecto a la
pena de muerte?

En la antigua nación de Israel, la Ley de Dios transmitida por


medio de Moisés, establecía la pena de muerte para ciertas
ofensas graves. En Números 15:30, al típico judío se le
advertía que “el que peque deliberadamente, sea nativo o
extranjero, ofende al Señor. Tal persona será eliminada de la
comunidad...” (Énfasis mío). El libro de Levítico (18:29),
después de enumerar una serie de relaciones físicas ilícitas,
ordenaba enfáticamente que “cualquiera que practique
alguna de estas abominaciones será eliminado de su pueblo”
(Énfasis mío).
No obstante, la ley también disponía que hubiera un
juicio imparcial con testigos presenciales, así como otras
medidas que ponían límites a la corrupción y el abuso de
poder (Ver Levítico 19:15; Deuteronomio 16:18-20;
Deuteronomio 19:15). Los jueces debían ser hombres devotos
que rendirían cuentas al propio Dios (Deuteronomio 1:16,17;
2ª Crónicas 19:6-10). Había, pues, medidas para evitar los
abusos al aplicar la pena capital.

“Por una fe inteligente…”

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