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Aquella mañana del 11 de Marzo de 2004, nos despertamos como cualquier día para

hacer lo de lo todos los días, pero los medios de comunicación informaban:

“Fueron una serie de ataques terroristas en cuatro trenes de la red de Cercanías


de Madrid”, “… se trata del mayor atentado cometido en Europa hasta la fecha, con 10
explosiones casi simultáneas en cuatro trenes a la hora punta de la mañana“.

La sorpresa, la desesperación, la impotencia y las preguntas asaltaron a los ciudadanos


de este país.

Fallecieron 191 personas, y 1858 resultaron heridas. Y todavía hoy, nos seguimos
preguntando ¿por qué?

Cuando nos detenemos debajo del monumento situado en la estación de Atocha, en


homenaje a las víctimas del 11-M, la cúpula de cristal que evoca la muerte de inocentes
nos dirige hacia la luz; nos conduce al silencio, al no discurso, porque seguimos sin
comprender y sin saber por qué.

Hoy recordamos a los ausentes, a los que viven el dolor en la intimidad, a los que
padecen las consecuencias de ese brutal atentado terrorista, y seguro, que al igual que
nosotros, a sus preguntas, no hay respuesta.

Escucharemos el “Réquiem de Mozart”, “El Canto de los Pájaros” de Pau Casals,


seguido de los aplausos de los ciudadanos que se congregarán y sumarán a
múltiples homenajes, y un año más estaremos de luto por lo que nunca debería haber
ocurrido. Y seguimos preguntándonos ¿por qué?

Pintada, no vacía:
Pintada está mi casa
Del color de las grandes
Pasiones y desgracias

Regresará del llanto


Adonde fue llevada
Con su desierta mesa
Con su ruidosa cama

Florecerán los besos


sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza

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