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1 pe__Una asamblea extraordinaria = Si aguien hubiera pasado dia, por cierto que habria dich tan hermoso y apacible!”. Y, en realidad, asf era, Nada le faltaba a aquel sitio para tener la roméntica belleza de las tarjetas postales que se venden a montones en las ciudades y en los pueblos. Porque, va- mos viendo con calmai al lado izquierdo del Paisaje habia un lago;junto aél, un sauce llorén inclinaba sus ramas con el evidente deseo de mirarse en las aguas quietas: y los pajaros, muy a menudo, iban y venian de aqui para alld, en ese paisaje encantador. Al lado derecho habia unos Arboles, y detrés aparecian unos montes. Cierta manana pasé por ah{ un hombre melenudo, con un sombrero de anchas alas Apenas vio aquello, sacé un papel y un lapiz y comenz6 a escribir: (Oh logo junto al sauce melancélico! 10h sauce junto al ago transparente! Paisaje simbolica eres a vida quieta de mi mente, No se movié ni una sala rama cuando el hombre melenudo escribié aquello. No cabla duda: el paisaje deseaba ser la representaciGn exacta de la quictud. Pues bien: si continuamos creyendo que este paisaje es quicto, manso, apacible y se ductor, nos equivocamos de la manera mas lamentable Y como aseguramos algo que exige una in- ta explicacién, vamos a darlaen seguida No queremos que se nos tenga por exagerados ¥ grufiones. El paisaje no es apacible, a pesar de su aspecto. Y no lo es porque viven en él unos Seres peligrosos, que ahora acaban de decidir reunirse en una asamblea extraordinari Diran ustedes: “zY dénde estan esos peli- 7080s seres quena se ven por ninguna parte”. iAH! Esto es, justamente, lo que mas debe in- quietarnos. Los seres peligrosos se encuentran 8 dos 0 tres pasos del sauce, a arillas del lago, Y aunque parece que estén escondidos, la rea- lidad es muy distinta: no necesitan esconderse porque nadie las ve. eYentonces? ——“H cerca vestidos deblanco, ante grandes mesas Henas de placas, de vidrios, de tubos, de frascos con Hiquidos de diversos colores, comenzaron a examinar la sangre de Maria Angélica. aoe Dicen que en ella debe de haber algan microbio desconocide —aseguraron—. Lodes- cubriremos, si es posible. La pobre enfermita estd atacada de un mal que nunca s¢ ha visto: tiene una febre muy tenazeintenss, yr conti nuamente. Ahora han encontrado la manera calmarla; pero apenas despierta, la enfermedad recobra su fuerza y agota ala nifia. ‘Grandes, perfectos microscopios entraron 72__-Mac,et wicRomIn DescoNoCibo / Hesvan nL SOLAR MAC, FL AnCROMO ESCONOCINO / HERNAN DEL SOLAR 73 enfuncién. Nose vefa nada. Los ayudantes de Mac se habfan dado cuenta del peligro en que se encontraban, y recurrian a todos sus recursos para pasar inadvertidos. —Si nos descubren —decta uno, con voz trémula— no van a tener el menor reparo en exterminarnos. —Que no nos vean! {Que ne nos vean! —gemian dos o tres de ellos, sin moverse. El més atrevido de los nueve prisioneros dijo de pronto: —Si no somos demasiado torpes, tenemos una esperanza de salvarnos. Por qué no ata~ camos a los que nos examinan? —Mucho me temo que hayan tomado todas las precauciones del caso —murmuré el microbio de la voz trémula—. En fin, si la ocasin se presenta, no digo que ne debamos atacar. Atacaremos, indudablemente. —Yo estaré alerta y daré la voz de orden —dijo uno de ellos. ‘Los demés, al saber que uno velaria, cerra- ron los ojos. Sentian que su tiltima hora habia llegado, y se amargaban terriblemente. “;Qué mn estarfamos ahora junto al lago!”, pensaban, Y echaban de menos Ia presencia del microbio gris, que parecta haber heredado toda la sabi- duria del Patriarca, al manifestarse contrario a Ja aventura de atacar al Hombre sin mayores ‘preparativos, El microbio que prometié vigilar se man- tenfa alerta. Con los ojos muy abiertos y la cola encogida, miraba al hombre. Vefa su ajo inmenso, a través de microscopio, y pensaba que aquel ojo parecia tan ancho como el lago de su pafs natal. El ojo del hombre giraba y volvia a gitar, examinando. Era como un gi- gantesco reflector, buscando heridos por un campo de batalla. “|Qué mala cosa es el ojo de un hombre”, pensaba e! microbio que le vigi- laba atentamente. De pronto le parecié al microbio que un dedodel hombre estaba cerca. {Habria llegado el momento de atacar? Esperé unos segundos. Observé mejor. Sf; aquello parecia el dedo del hombre. Atacarian, pues. —jAl ataque! —grité. Los demas microbios abrieron los ojos y movieron la cola, decididos. Habia que salvar- se, y la tinica posibilidad de salvacién estaba en el ataque sorpresivo, violento, inmediato. Pero apenas resolvieron luchar, tuvieron que moverse. Y el ojodel hombre, siempre listo, vio de pronté al enemigo. —jAquil.;Aqui estén! —grit6 el hombre. Corrieron sus compafteros de sala a ver qué era lo que allfestaba. Y todos vieron a los microbios de la fiebre reidora, los nueve ayu- dantes de Mac, prisioneros en la sangre extraida de Marfa Angélica. —Haremos un cultivo —decidieron. Y poco después los médicos sabfan que, en efecto, habfan encontrado unos microbios de muy extrafio aspecto, completamente distintos a todos los hasta entonces estudiados. Uno de los médicos acudié de prisa a pre- sencia de los padres de Maria Angélica, y les dijo con voz animadora: —jVamos bien! ;Vamos espléndidamente! Hemos encontradoel microbio. No tardaremos en conocerlo y exterminarlo. La madre de la nifia sinti6 que una lgrima le corria por las mejillas; el padre apreté las mandfbulas para ahogar un sollozo de espe- ranza. ;Se salvaria, pues, la nifia!_;Oh Dios, que se salvara!... {Que pronto pudiera jugar con Luli En el laboratorio habia una verdadera fe- licidad. Encontrar un microbio desconocido es cosa que entusiasma a los hombres de ciencia, y con muchisima raz6n. Eso de ser el primero que le mira la cola a un microbie hasta entonces ignorado es una aventura codiciada, Yen este laboratorio estaba ahora todo el mundo repleto 76 Mac, ex sncnouna Desconocipo 4 FINAN DL. SOLAR Mac, EL saceouio pesconocino / Hwan ver So.an 77 de dicha, menos —claro esté— los ayudan- tes de Mac, que se sentfan irremediablemente perdidos, al verse trasladados a unos tubos especiales, tapadios con algodén, donde se les cultivaria en buena forma. Quisieran © no, dentro de poco ya no serfan nueve microbias, sino tal vez veinte mil. Los sabios conocen la manera de hacer esto, y la ponen en préctica cada vez que es necesario Quedaron los tubos de cultivo algunas ho- ras quietos, sometidos ala accién de conocidos sistemas para multiplicarlos. Mientras, Maria Angélica habfa despertado y decia, riendo: —Un enanitose columpia en la luna y salta de repente a unaestrella. |Qué divertido es ver los gestos que hace! ;Ahora me saca la lengua y me hace retr'... jJa, ja, ja! Volvieron los doctores a hacer dormir a la nifia. Laalimentaron con sueros especiales. Una enfermera nose movia de su lado, y estaba atenta asus menores muecas, que siempre eran las mismas: las dela risa, ya suave, ya violenta, agitada, estremecida, convulsa, Més o menos a las veinticuatro horas de hallarse metidos en un tubo con gelatina, los nueve ayudantes de Mac se sorprendieron de una manera indescriptible, Ya no eran nueve, sino diecinueve mil cuatrocientos cinco. — Qué ha ocurrido? —pregunts uno de los ayudantes—. Hemos vivido enmedio de un calor de los infiernos, y ahora no somos nueve, ‘sino varios miles. —No cabe duda de que hemos prosperado —contesté otro de los ayudantes, dispuesto a no tomar muy en serio la cosa. Pero estas palabras cayeron muy mal entre los demas. —No estamos para bromas —le dijeron. Y después de consultarse los nueve pri« sioneros, decidieron hablar con sus compaite- ros innumerables, para averiguar qué habfa sucedido. —;Pueden decimos ustedes de déndehan salido, y por qué se parecen tanto a nosotros? —les preguntaron. Pero los diecinueve mil y tantos microbios. no respondieron. —Son descorteses —murmuraron Jos ayu- dantes—. Tendremos que obligarles a hablar. ‘No podemos quedarnos ast. Pero fueron inuitiles todos los esfuerzos, ‘porque silos diecinueve mily tantos microbios se parecian de piesa cabeza a los ayudantes de Mac, el caso es que hablaban distinto idioma. No es lo mismo nacerjuntoa un lago que nacer enun tubo decultivo. Esto hace cambiar funda- 78 Mac, et sacRopio DeScoNCIpO / HERNAN DEL SOLAR mentalmente la lengua, como sucede también entre los hombres, pues el que nace en China no habla lo mismo que aquel que vio por primera ver la luz enun valle de Nicaragua Puesbien: mientras los microbios trataban, de entenderse, sin conseguirlo, vinieron los hombres del laboratorio, examinaron el tubo y dieron un grito de alegria. —Ahora hay un a colonia microbiana abundante —dijo uno de ellos, con una voz. de bajo profundo. —Tienen listo el conejo? —pregunté otro. —Listo esté desde ayer —contesté un ter- cer hombre, —En tal caso, vamos a inyectarle en segui- da una buena cantidad de estos microbios. Poco después, de una jaula que habfa en otra sala, se tomé a un conejito blanco y se le puso una inyeccién en una pata, El conejito brines nerviosamente y se alegré mucho cuan- do volvieron a dejarlo solo. —Vendremos a verle dentro de una hora —Aijo uno de los médicos. 9 Las visiones del conejito blanco E. conejo habfa sido hasta entonces el més pacifico de su especie. Movfa sus largas orejas y comia el dfa entero, Ya estaba acos- tumbrado a su jaula, Era perfectamente sano. Hacia poco que habia legado al laboratorio de la clinica, y éste era el primer servicio que prestaba a la ciencia Le digusté bastante que lo pincharan con, una larga aguja, y lemetieran en el cuerpo algo que no le pertenecfa. Pero, con suma discre- Gién, no dijo nada. Saba que los hombres no entienden el idioma de los conejos. Entonces, para qué hablar? Sequedé en un rincdn de su jaula, pensan- do en su destino, sin moverse. Recordaba sus fas antiguos, cuando andaba por los campos y corria veloz entre las hierbas, En aquel tiempo 80 Mac, £1 ssicromio pIScoNoeIBO / HERNAN DEL SOLAR respiraba buenos olores. El campo es agrada- ble. En cambio, en esta jaula habia poquisimo espacio, y los olores que hasta aqui llegaban no eran gratos. Tal vez los hombres los encuentren asu gusto. Un conejo no, Pero poco a poco se fueron desvaneciendo estas serias meditaciones. Sintié un calor en todo su cuerpo. Un calor mas grande que el que sintiera en otra época, cuando salia de su agujero a tomar un poco de sol. Este calor era interno; le abrasaba, le metia en todos los mtis- culos un deseo muy grande de accién. —Es extrafo, muy extrano todo esto —murmuré el conejo, parando las orejas, Yel calor seguia adelante. Y ya no era solo calor. Ahora sentia una pesadez muy rara en los ojos. Se le cerraban. Habria llegado la hora de dormir? —Dormiremos —murmuré el conejito, bostezando como era su costumbre. Certs los ojos redondos y se asusté al pri cipio. Estaba viendo cosas muy sorprendentes. (Qué significaba esa montafa con cara de asno que rebuznaba de repente? ;Y esa hierba que $¢ poniaa bailar? Ja, ja, ja! Era divertido ver aquello, Sumamente divertido. Ja, ja, ja! Y, sin darse cuenta, el conejo refa con su risa més aguda, estremeciéndose Mac, #2 mcromo nesconoeine / HERNAN DEL SOLAR 81 Fue en ese instante cuando vinieron a verle los médicos. —Ya ha sido atacado por la fiebre reidora —dijo uno—. Vamos a tomarle la temperatura. El conejo tenia una fiebre digna de un ele- fante. En un cuerpo tan chico, una fiebre asi resultaba inconcebible. —Lo mismo que la nifia —dijo un mé co—. Las mismas agitaciones. Las muecas que ‘hace este conejo cerresponden a una risa huma- na. No cabe la menor duda: son los microbios que hemos descubierto los que producen la fibre reidora. Después de un descubrimiento semejan- te, los médicos m4s eminentes se reunieron y hablaron durante horas, con las mas sabias palabras, —Buscaremos un nombre para estos mi- crobios —dijo uno de ellos—. ;Quién los des- cubrié? —El doctor Smith, del laboratorio. —jAh! No sirve. Un microbio que se Ila- me Smith no quiere decir nada. Es necesario encontrar algo mejor. —Lo que esnecesario encontrar en seguida —insistié otro médico— es la manera de com- batir al microbio, llémese como se lame. —Esa es Ja realidad —aprobaron varios 82 Mac, ex cross pesconocipo ¢ HmNAN DEL, SOLAR médicos—. No podemos negarlo: ésa es, es- trictamente, la realidad en estos momentos. El nombre vendra después, Buscaremos un nombre latino o un nombre griego. —Y cémo lo podremos combatir? —pre- gunté otro médico, que hasta entonces habia guardado absoluto silencio. —Por medio de un antfdoto, que creare- mos valiéndonos de los mismos microbios. ;No 011 ustedes del mismo parecer? —jExacto! jExacto! —prorrumpieron va- rias voces, En ese momento se abri6 la puerta de la sala en que estaban reuniclos los médicos. En- trun doctor de delantal blanco y anuncié con voz grave: —E] conejo atacado de la ficbre reidora ha muerto en estos instantes. Las palabras del médico del delantal blan- co produjeron un efecto poderoso. —Es una enfermedad mortal —dijeron todos—. Debemos atacarla sin piedad. Si viene una epidemia, gquién puede calcular las con- secuencias? Y resolvieron atacarla. Haba que salvar ala nifia, ala ciudad, al mundo entero, de una enfermedad tan peligrosa y violenta. —2Y la enfermita sigue peor? —pregunto Mac, FL Micnomo pescrnocino /HEKNAN uEL SoLaR — 83) uno de los médicos, al salir todos de la sala, —Duerme en estos momentos. Esté muy deébil. La risa empieza a set superior a las dro- gas. No hay cémo calmarla. Sus padres estan desesperados. 10 pe__ Muerte y transfiguraci6n ox E. <1 laboratorio, los especialistas traba- jaron febrilmente. Entraron en accién innume- rables tubos, mezclas, corrientes eléetricas, para convertir alos microbios de la fiebre reidora en. servidores del Hombre. —{Que es esta agitacién? —se pregunta- ban los mictobios, cayendo de una gelatina en otra, y sametidos a pracesos que les parecian inmensas torturas. —No hemos nacido para esto —grita- ban—. ;Muera el Hombre! Muera! Pero los que morfan eran ellos. El Hombre Jos mataba, para transformarlos, para darles una vida diferente, util, digna de alabanza. ‘Y fue ast como de los microbios de la fiebre ‘nacid un ser nueva: Loc. 86 Mac, v4 socmomo nescoocipo { HERNAN bet SobAR Mac, 41. ancromn pexcunocipo /Hexnaw ort Sovak 87 {Quién es Loc? ;Ah! Ya lo han ofdo: es un ser nuevo, Se parece mucho a Mac, pero tiene un espiritu distinto, Mac odia al Hombre, Loc se inclina a amarlo, puesto que estd decidido a defenderlo. Loc tiene unos grandes ojos, un rostro mas bien bondadoso y una cola que tiene el filo de unaespada —Ya poseemos el remedio —dijeron los médicos. —jLo ensayaremos antes en un conejo? —pregunt6 un doctor, retorciéndose el bigote gris. —No es oportune —Ie contestaron—. La enfermita de fiebre reidora se muere, Hay que proceder en seguida. Sino logramos salvarla, al menos habremos hecho lo posible. Por ahora, lo linico que se debe hacer es inyectar el antidoto a la enferma Los médicos regresaron a la sala de Marfa Angélica. Nuevamente estaba la nifia atacada de una risa violenta. —Luldi se ha montado en la jirafa —gri- taba—. |Y cémo se aferra para no caerse! jNo tengas miedo, Luli! jNo me hagas reir con tus gestos! No te vas a caer. Ja, ja, jalan —;Pobrecita! —dijo un médico—, Aqui te traemos un remedio que te salvara. Y le inyectaron el antidoto a Maria Angé- lica. Es decir, le metieron dentro del cuerpo a Log, el de la cola filuda. —Quién anda por ahi? —le pregunté Mac a su tinico ayudante, cuando sintié los pasos de Loc. —Iné a ver —dijo el ayudante, que estaba cansado de trabajar tanto. Y fue con paso menudo, arrastrandose, deseoso de descansar. —jAlto! —le grité Loe, al divisarlo. El ayudante se qued6 quieto y miré ha- cia todos Yados, en busca del enemigo. Y se sorprendié enormemente al ver a un microbio que se parecfa muchisimo a Mac. Tenfa sus mismos ojas, su mismo cuerpo, y una cola tal vez un poco més puntiaguda, pero del mismo largo. ‘ — ;Quién eres? —pregunté Loc, caminan- do lentamente, pero decidido. —Un ayudante de Mac. —2Y quien es Mac? —Mi jefe. —7¥ qué hacen aqui ustedes dos? —pre- gunté Loc, lleno de energfa. —Hemos decidido matar a esta nifia, So- mos microbios de la fiebre reidora. Eramos mas numerosos, pero varios cayeron prisioneros, y (Hews Ro quedamos sino Mac y yo. Estamos cansa- dos de trabajar tanto. Si hubiéramos sido unos pocos mas, ya habrfamos vencido. Tui vienes a ayudarnos? Indignado, Loc movié la cola amenaza- doramente. —Vengo a castigarlos —dijo. Elayudante quiso correr hacia Mac, angus- tiado, nervioso, Pero Loc salté sobre él con la agilidad de un espadachin, y le clav6lacolaen elpecho. Elayudante se estremecié espantosa- mente. Quiso gritar pidiendo aunilio, pero no pudo. Loe, despiadado, le clavé nuevamente lacola, y aguardé. El ayudante puso los ojos en blanco y estiréla cola por ultima vez. Lanzé un suspiro muy hondo y muri, ~

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