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DULCE

REALIDAD
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EDMUNDO MORALES

DULCE
REALIDAD

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Ediciones Independientes El Alba
Santiago

Título de la obra: Dulce Realidad

© 2007, Edmundo Morales


© Ediciones Independientes El Alba, 2007
Río Cruces 4953 Puente Alto
Santiago-Chile
edmundo_m@walla.com

Impreso en Santiago-Chile

Todos los derechos reservados. Queda estrictamente prohibida la


reproducción, transmisión o almacenamiento total o parcial, incluido

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el diseño de la cubierta, en cualquier tipo de medio, ya sea mecánico,
químico, óptico, de grabación y/o fotocopiado sin previa autorización
del editor.

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Trepa al árbol que da estos frutos amargos
que son delicia al final,
y que no baste tu paso indiferente
para llenar las maletas
del sinsabor de saber que te vas.

Trepa al árbol de mi vida


porque un beso te dará
en la mejilla izquierda
y para ti sería la promesa
y para mi el elixir anti-soledad.

Estos frutos cómplices


de la ausencia desoladora de tu voz
hoy te extrañan más,
hoy caen maduros infecundos,
hoy se pudren de ansiedad.

Trepa al árbol de los frutos amargos


de la “DulcE RealidaD”
Y en la historia de mi historia
olvidada
tu historia encontrarás.

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DULCE REALIDAD

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Tengo ganas de hacer daño
a la insaciable historia que nos miente
y sin embargo
cada día nos zambulle en la verdad.

(Edmundo Morales)

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Automatización

Como todas las mañanas, Mauricio se levanta


temprano, religiosamente a las seis de la
madrugada, sale a correr por treinta minutos
exactos, de regreso enciende la radio, que
siempre marca el mismo dial: Radio Univer-
sidad de Chile, y cumple con su rutina diaria
de cien abdominales, cien lagartijas, distribu-
yendo ambos ejercicios en cuatro sesiones de
veinticinco repeticiones sobre la alfombra de
su dormitorio. Luego se dirige a la cocina,
siendo ya las siete, para preparar su desayuno
basado en frutas y cereal y, mientras devora su
dieta baja en calorías, enciende el calefón,
enchufa la plancha, busca la camisa de día
lunes, la cual plancha minuciosamente, ha-
ciendo su mejor esfuerzo en la raya de las
mangas; luego repasa rápidamente algún
calzoncillo y una polera blanca, desconecta la
plancha, recoge una toalla del clóset y, siendo
las siete con quince minutos despierta a su
mascota: Galatea, una perra de tres años, de
los cuales los últimos dos los ha enfrentado
casi parapléjica, le da su ración de alimento,
pone un poco de agua en su recipiente, y
mientras esta come, Mauricio la acaricia con
bondad, conciente que es su única compañera,
la cual además solía ser su compinche durante
los primeros treinta minutos de su rutina
mañanera. A veces siente que la extraña,
especialmente en las frías mañanas de junio o

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julio. Entra a la casa nuevamente y se enca-
mina hacia el cuarto de baño de donde debe
salir a las siete treinta afeitado, peinado y ves-
tido, listo para un día de atención a público.

Galatea ladra desde las siete veinte hasta las


siete cuarenta aproximadamente, retornando
entonces a su letargo; permanece inmóvil has-
ta que le gana el sueño y, entonces duerme por
casi cuatro horas, conciente que Manuela, la
vecina, abrirá la puerta a las doce treinta, quizá
las trece horas para darle su almuerzo y
rellenar de agua el recipiente.

Mauricio llega a las ocho en punto, exhausto


de dar la bienvenida en la recepción del hotel.
Pone una ración más de alimento en el plato
de Galatea, pone un poco más de agua en el
recipiente, mientras acicala a su amiga, que
mueve el rabo y ladra en señal de gratitud.

Ni Manuela, ni Mauricio pueden precisar qué


pasa por la cabeza de Galatea, pero a veces
divagan tratando de defender cada uno sus
propias conjeturas.

Como todas las mañanas, Mauricio se levanta


temprano, pero hoy, justo hoy el reloj desper-
tador quedó sin batería, pero Mauricio, ya ha
acostumbrado a su subconsciente a despertar
religiosamente a las seis; las seis con cinco
minutos de la madrugada es el límite máximo
de hoy, sale a correr por treinta minutos exac-
tos, de regreso enciende la radio, la cual siem-

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pre marca el mismo dial, y cumple con su
rutina diaria de cien abdominales, cien lagar-
tijas. Luego se dirige a la cocina, siendo ya las
siete y cinco minutos, para preparar su
desayuno basado en frutas y cereal, y mientras
devora su dieta baja en calorías, enciende el
calefón, enchufa la plancha, busca la camisa
de día viernes. De pronto escucha algo irregu-
lar, un sonido fuera de lo normal. Casi asusta-
do, Mauricio permanece silente y con plancha
en mano queda de una pieza:

- ¿Acaso no te das cuenta de la hora que


es, Mauricio?
- No, realmente no –titubea y, responde
atónito Mauricio –
- Son las siete y dieciséis minutos; hace
exacta-mente sesenta segundos que
espero por mi amo.

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Decía mi Abuela Amanda

Quiero regresar, dar media vuelta, y sentir que


todo esto ha servido, algo así como usufruc-
tuar del tiempo y la distancia, y casi pretender
que lo ocurrido no dejó una huella imborrable.
Pero estoy jodida. A veces ni quisiera pagar el
precio de regresar, sólo regresar. Sin repro-
ches, sin venganzas planificadas, ni resquemo-
res camuflados. Pero estoy jodida.

- ¿Cuánto cuesta el kilo de tomates?


- Cuatrocientos pesos, dama
- Déme medio kilo; y cuatro panes
- Cuatrocientos cuarenta pesos señora
- ¡Perfecto! ¡que tenga un buen día!
- Igual Usted reina

Quisiera ser valiente y enfrentarme conmigo


misma, con mis temores, con mis antiguas
honestidades, con mi, en otrora, amargura.

- ¡Hola Vecina!
- ¡Buenas tardes señora Andrea!

¡La señora Andrea y don Ramiro se ven tan


bien juntos! Pero quizá tengan sus problemas
que no hacen jamás públicos, y quién sabe si
un día cualquiera salen con el pastel que se
quieren divorciar o que él o ella se va de la
casa, además ni hijos tienen en común, como
para crear ése vínculo que a veces es más

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fuerte que el amor mismo, es como un lazo,
decía mi abuela Amanda, del que ningún
caballo, ni el más chúcaro, osa soltarse.

- Ya Matilda, pon la tetera mientras


guardo la ropa
- Si, mami
-
Quiero regresar, tomar mis pilchas, a mi niña,
dar vuelta la página, pero no sin la convicción
que el capítulo que me depara esta novela es
favorable, sobretodo si estoy convertida en un
ser repugnantemente cobarde.

- ¡Hirvió la tetera mami!


- Ya, amor. La once está lista. A
sentarse
- Y ¿no vamos a esperar al tío?
- No, Matilda; tomaremos once y luego
vamos a dar un paseo
- Ya mamá; y dejamos la mesa puesta
para el tío Gonzalo
- Si, hijita, ya le reservé sus dos panes
- Ya hija, rápido, lávese los dientes

No quiero equivocarme más.

- Mamá; ¿es un paseo largo?


- Si Matilda, largo
- Caminemos hasta la parada del
autobús. Déjame contarte un cuento.
Decía mi abuela Amanda que en el
campo…

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La Venganza del Colmillo

La muchacha se mordió la mejilla por dentro


sin siquiera notar si era accidentalmente o de
nervios y trató inevitablemente de recordar el
mismo acontecimiento ocurrido por primera
vez hacía exactamente quince años, cuando
era a penas una pequeña de kinder, disfrutando
la merienda entre-clases. Ni siquiera dijo
“auch”, no tenía tiempo para distraerse de su
preocupación impostergable, y sin embargo lo
hacía, no por nada se había mordido la mejilla.

Procuraba mantener la mente en blanco, casi


lo conseguía si no fuera por la imagen de la tía
Rebeca acallando su llanto tras el dolor inso-
portable del mordisco carnívoro. Todo parecía
como un huracán de recuerdos incomprensi-
bles donde los crayones eran los mejores cóm-
plices y confidentes, dejando en manos de la
incomprensión los garabatos sobre las mesas
enanas. -No llore Carlita, las mujeres no llo-
ran y, usted es una mujercita, ¿verdad?- Un
enojo despavorido brotaba en Carlita, una ira
indomable le salía por los ojitos azules almen-
drados. –Sí, tía, soy una mujercita- Respon-
día a pesar de todo, tratando de canalizar la ira
hacia el desdichado colmillo que la atacaba de
vez en cuando.

Siempre era la misma muela que le hacía


brotar una lágrima incontenible, siempre el

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mismo colmillo superior que cortaba inapela-
blemente la mejilla de Carlita.

Un día se percató que le dolía un diente, que


cada vez que con él mordía se le iba a salir el
alma. Pronto descubriría qué significaba un
diente de leche, aunque no a cabalidad porque
la tía Rebeca no se dio el tiempo para
explicarle cómo la leche podría volverse así de
dura. Entonces le nació un consuelo, una ale-
gría vengativa por la muela y el colmillo,
esperando ansiosamente que llegara el día en
que se le saliera el alma para deshacerse de sus
enemigos internos. El colmillo fue el primero
en dar señales de vida, y se mordía aún más
seguido, ahora la lengua, tratando de soltarlo
con esta señora que siempre está mojada.
Cuando por fin llegó el día del deceso colmi-
lluno ni si quiera se preocupó porque el ratón
le trajera algún premio, lo tiró en plena calle
cuando la cruzaba por sobre el paso peatonal.
Sólo quedaba la muela y esperaría ansiosa
hasta que llegara su turno.

Acostumbró a meter la lengua por entre el


espacio del colmillo, como burlándose del
difunto que probablemente fuera acribillado
por el asfalto contra los enormes neumáticos
de las micros amarillas. Cada día a las ocho y
a las cinco de la tarde observaba por entre la
rejilla del pasillo peatonal, colocando la len-
güita en el espacio colmilluno, como sacándo-
le la lengua a su difunto enemigo de antaño.

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Pronto se daría cuenta que sus peores disgus-
tos recién comenzaban tras la ausencia de su
enemigo voraz. Por más empeño que puso, le
ganaban por descuido las muelas posteriores a
sus antiguos victimarios. Y aunque esperara
lo que esperara, la tía Rebeca le enseñó un día
que esas muelas no eran de leche, y que se
quedarían ahí hasta que o ella, Carlita, o la
muela se marchara de esta vida. ¿Acaso el
mordisco carnívoro de ahora era sólo el
comienzo?

La indecisión era ya extraordinaria,


alcanzando los niveles más notables de su
vida, el sabor salino se apoderaba de su
instinto que huracanadamente le desenfocaba
los ojos arrebatándole una gota cristalina que
no deseaba otorgar. –Debe estar emocionada-
Decía la madre del novio. –Está tan enamo-
rado mi retoño- Complementaba su mamá,
ignorando la contrariedad que provocaba el
sabor salado emanando tras la estocada de sus
contrincantes.

Todo estaba nublado. El dolor aumentaba en


la mejilla izquierda, mientras la señora lengua
degustaba contra la derecha la venganza del
colmillo sepultado en el asfalto. Algo salado
le recorría la lengua sin poder identificar si eso
era una nueva expresión del frenesí radiante
previo al “sí”, o si era quizá la indolencia
inextinguible de un inevitable “no”, la sangre.

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Dulce Realidad

El pobre Claudio despertó de su dulce sueño:


abrumado de tanta zalamería romántica por
parte de Rosario, su esposa desde hace 23
años. Se puso el pijama y se dirigió al baño,
pues debía lavar sus dientes porque ni él
soportaba su aliento, pero se percató que no
quedaba ni una pizca de crema dental,
entonces optó por orinar, lo cual no requería
mayor esfuerzo, ni más implemento o herra-
mienta que la taza de baño, que estaba justo
frente a él, sólo debía orinar. Ni siquiera lavó
sus manos, además ni lo pensó, ya que no se
puso las pantuflas y sus pies estaban
congelados. Corrió hacia la cama, que como
siempre, estaba vacía, y así desde hace siete
meses y trece días. Mientras corría a su lecho
de soledad miró el reloj del pasillo: las tres
cuarenta de la madrugada. Sonrío porque aún
restaban casi cuatro horas para levantarse.

El pobre Claudio despertó de su ahora no muy


dulce sueño: Rosario lo increpaba por trabajar
hasta tan tarde y acostarse a su lado con los
pies tan fríos, y como siempre le pedía, o
mejor dicho, le ordenaba se pusiese calcetines
o que se fuese a acostar al sillón. Las cosas no
iban muy bien al parecer. No eran celos ni
desconfianza, sólo, según la Charo, falta de
dedicación. Se calzó de sus casi nuevas pantu-
flas de león que Rosario le obsequió para su
cumpleaños número cuarenta y cinco, las

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miró, sonrió al recordar que sólo era un sueño
su discusión con su difunta esposa; y se
encaminó al baño a beber algo de agua, luego
orinó y se lavó las manos, pero no había una
toalla ahí, y Claudio no bajaría por una, de
todos modos, el cobertor no le reprocharía
secarse las manos sobre él, y por cierto que no
lo haría Rosario.
- ¡Qué bien sólo son las cuatro veinte!-

El pobre Claudio despertó con retorcijones,


seguramente ocasionados por sus problemas
estomacales; corrió sin ni siquiera mirar el
reloj del pasillo, el cual marcaba las cinco en
punto, justo la hora en que Rosario se levanta-
ba para ir a su trabajo, encendió la luz del
baño.
- ¡Pero cómo no hay papel!-
Bajó por la escalera desaforado, saltando de
tres peldaños a la vez, buscó en el closet del
cuarto de lavado, y sólo había toallas y ropa
para el planchado.
- ¡Ahí está! Me salvé jabonado. ¡se
salvó la cortina!
Subió bastante relajado y sin dejar de imaginar
que hubiese hecho sin papel higiénico: la
cortina, una toalla vieja, un calzoncillo quizá.
- ¡Un calzoncillo! ¡La Cortina!-

El pobre Claudio despertó con la alarma de su


reloj: las siete quince. Cansado y confundido
por una noche atiborrada de sueños increíbles,
se dirigió al baño, se dio una ducha corta, se
afeitó los cuatro o cinco pelos de la cara, se

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vistió en el dormitorio, luego regresó al baño,
tomó la pasta dental, y mientras lavaba sus
dientes recordó que hoy cumplía quince años y
Rosario, su polola desde hace dos meses sería
quien celebrase su cumpleaños. Se enjuagó la
boca.
- ¡La tengo loca!-
- ¡Me tiene loco! (pero eso no se lo
puedo decir)-

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Asalariado

Hoy pediré un aumento de sueldo. No que me


lo merezca, es que lo requiero de manera
repugnante. Esta sensación es una carrera
tediosa, repleta de vértigo para llegar hasta el
día treinta, y no obstante estamos en Febrero,
ocurre que se nos ha castigado con un año
bisiesto más, empujándonos hacia el precipicio
de prostituirse por un par de horas extra al
mes. Y así hundido en el letargo me entrego
desaliñadamente en los brazos del dios Baco,
escribiendo en cada botella una historia
diferente de miseria y angustia baratas.

Hoy pediré un aumento de sueldo. No que me


lo haya ganado tras cuarenta y cuatro horas
semanales por seis años con la tendinitis que
acribilla indolente, o por los cortes insufribles,
en las manos, de documentos, papeles o fichas
médicas de pacientes abatidos por la costum-
bre de no quedarse en casa.

- Buen día señora


- Buenos días doctor

Por alguna razón que desconozco me molesta


que me llamen doctor si soy nada más que un
ilustre funcionario administrativo encadenado
tras el mesón.

- ¿Cuál es su número de ficha?


- No me lo se pero le digo mi nombre

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- Está bien Señora, -¿por qué será que a
veces respondemos cosas que no
guardan relación con lo preguntado?-
dígame su nombre y sus apellidos
- Caridad Huaiquilaf Quilobrán
- ¿Caridad cuánto Señora? –pregunto
cuidadosamente por no herir suscepti-
bilidades.
- Aquí está mi carné joven –ya me quitó
el doctorado. Seguramente está moles-
ta por mi ignorancia respecto de sus
apellidos. Quizá puse cara de gringo al
preguntar-
- Su número de Ficha es el 002, Señora
Caridad. Usted es la fundadora del
Consultorio –inevitablemente espero
alguna sonrisa o un gesto amable, pero
por el contrario un rostro parco y una
mirada fría penetran la mudez del
espacio que nos separa-

Guardo silencio procurando mantener la


compostura. Es la primera im-paciente del día
y será mejor conservar la calma si deseo
solicitar un momento al final del día para
explayarme sobre mis funciones, pues la vieja
Eugenia, la jefa, trabaja justo frente al módulo
de dación de cupos médicos, es decir me tiene
a tiro de cañón cuando quiera.

- Sólo tengo cupos disponibles con la


Doctora Gonzaga
- Yo quiero con el Doctor Muñoz.
Estoy cansada de médicos extranjeros,

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no les entiendo nada, ni me hablan
siquiera

Difícilmente podrá entenderlos si no le dicen


nada, señora -pienso molesto, pero prefiero
sonreír ante una disyuntiva más de la Señora.

- Bueno Señora Caridad. Veremos qué


se puede hacer –y suácate, le agendo
un sobrecupo al Doctor Muñoz. No
quiero desgastarme con esta ‘iñora’-
Listo a las 17:30hrs
- Pero no me preguntó a qué hora la
quiero
- Es verdad, no le pregunté –y no tengo
por qué hacerlo vieja de mugre, pienso
para mí- perdóneme. ¿A qué hora es
bueno para Usted?
- A las 11:30. ¿Se puede? -Pregunta
casi con humildad, pero en un tono
absolutamente distinto al que usó al
decir las 11:30- Doctorcito –y otra vez
me doctoró con una mueca facial y un
amoroso diminutivo-
- Perfecto –exclamo con una sonrisa de
oreja a oreja, esperando que no saque
una petición más de su bolsa brujeril.

Uno de los pacientes del Doctor Muñoz no


llegó a la cita y arreglé todo con la paramédico
que trabaja con él para pasar a la vieja.

- Gracias mijito –imagino que será un


nuevo ascenso en la escala de estratos

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de la veterana, pero dudo que le diga
mijito a algún médico, menos al
Doctor Muñoz que la tiene media
enamorada-

Hoy pediré un aumento de sueldo. No que


esté en la miseria misma, pero definitivamente
me alcanza a penas para sobrevivir si y sólo si
me entrego cual esperpento a la extensión
horaria después de las seis, cuando ni saliva
tengo para articular otra palabra, ni sonrisas
para fingir alguna empatía inexistente.

Las 17:30, justo cuando la vieja Eugenia se


prepara para dejar el templo de la producción,
como ella lo llama. Honestamente no alcanzo
a precisar su producción de la que tanto se
jacta; excepto por el disgusto que me produce
verla con su cara de jurel sonriendo tan cínica
como yo a las clientas del Doctor Muñoz. Ahí
estás Eugenia como esperando por algún hom-
brecillo a quien desbaratar con uno o dos argu-
mentos presupuestarios. Pero hoy es mi día.

Preparo mi mejor sonrisa tras el mesón que


tanto me conoce. Tomo aire como si fuera la
última bocanada que ha de llenar mis pulmo-
nes. Quisiera orinar. Pero si la dejo escapar
quizá mañana nuevamente tenga miedo.
Siempre tengo miedo excepto hoy. Hoy pare-
ce un buen día para atreverme, para saltar al
abismo.

- Señora Eugenia ¡renuncio!

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HILARIO

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Recordar es un arte que te mancha las manos

(Fabián V. Zugac)

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¡Qué culpable Nombre!

¡Qué culpable nombre Hilario que te han


puesto!
¡Qué gritón qué gritón qué gritón el cuerpo
desordenado que te han dado!
Hilario suena como a todo como a Universo de
algo de algo de algo y a Hilario le tocó algo lo
propio que confundido buscaba
¡Pobre desdichado el que recibe una pala y si
no dirige el cauce del río muere a palazos!
mas a Hilario le cambiaron por cuchara de té
la herramienta ¿o será que la oxidó por
echársela al bolsillo al bolsillo al caudaloso
bolsillo de su ingenio oxigenado húmedo
oxigenado?

El pobre es analfabeta de esos que leen de


todo que hablan de todo comen de todo lo
mismo una nuez que una acelga pero no leen
los labios nunca los ojos que gritan que callan
a grito pelao a grito pelao

¡Qué triste es saberse inacabado inacabable!


¡Qué culpable nombre Hilario que te han
puesto!
Pronunciarte es proclamar la vida que se
suicida muriendo a palos de vida errante a
palos de vida ¡a palos!

Chascón tienes el pecho inanimado


impalpitante despeinadas las neuronas
razonantes de cordura razonante mas tu

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nombre es el meollo del dilema tu nombre que
pisa fuerte torciéndose los tobillos torciéndose
el camino torciéndose el camino a pala y
picota y más pala y más picota y cayendo
desplomándose letra a letra
H I L A R I O
el casi extinto el casi inmortal por la “gracia”
que le han dado

Ojalá no hubiera otro cual el hombre sin


infancia sin nombre cuya infancia es sin
nombre mas apodos varios un poeta disonante
ametafórico disidente arromántico y vulgar.

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Hilario viene a Poto Pelao

Hilario viene a poto pelao se meó otra vez


mientras dormía el niño este niño en el lecho
do pretendía habitar eternamente… disculpóse
sin embargo por el hecho de asumagar la
estancia asegurando sería la definitiva y
definitivamente dudo de dicha aseveración
porque bebe en demasía como el enamorado
que se emborracha de besos de su amada
irremplazable

Hilario viene a poto pelao y alborotando y


alborotado por la inminente reprensión de los
dueños de casa que no dudarán de abusar de la
ironía la herramienta cortopunzante letal pa’
que el niño aprenda de su equívoco
involuntario inesperado.

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Acabo de Acabar

Acabo de volver del antiguo regreso que hace


tiempo abordé del inmortal dinosaurio que
devora silente los años e Hilario andaba por
allá corriendo corriendo con espada en mano
aliado de dragones grotescos indecibles
combatiendo príncipes azules dragones
blancos todo lo “bueno” y si no es diestro con
el doble filo de su boca lo es con la desnudez y
fiereza de su hoja templada inquebrantable

Viene y va de proteger insolentes princesas


silenciosas que con sólo oír su nombre saben
cuán valeroso ha de ser su galán salvador mas
ignoran que Hilario a veces cansado de
masacres de muertes permite a infantiles
caballeros presumir de una victoria inexistente
y se enamoran como si amar coagulara la
sangre de los vencidos como si amando se
segara vida desde el campo de batalla
homicida

Acabo de acabar un libro de silencios que no


callan “de sobre como” aman desinteresados
los elementos desinteresados y hoy princesas y
dragones e Hilario son el espectáculo el
espectáculo sonoro del infierno estrepitoso de
matar pero Hilario no tiene escudo ni
armadura ni yelmo ni deseos le quedan de
matarse lentamente por princesas por

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princesas que se comen las uñas ¡afeadas de
ansiedad!

Huestes de dragones obedecen al inefable


individuo en cuestión alimentándose de la
lujuria innecesaria de sus presas y de allá salvé
ileso mi pellejo quijotesco de las fauces del
inmortal dinosaurio que devora los años y de
Hilario que procura devorarme convencerme y
devorarme y convencerme para un duelo
decidor de valentía

Y este tipo no se enamora de “niuna” vanidosa


solterona sólo ocupa su tiempo entre espadas y
flechazos y férreas construcciones de castillos
inmortales destructibles y ya se le ve cansado
de fuego cemento y noche y espadas y flechas
y me quiere suyo miembro activo de su
ejército voraz vengador de su inminente
muerte ocasionada por si mismo por su pasado
pero yo nací cobarde o bien me hice corredor
escurridizo ¡y no quiero que me maten y no
mato ni por amor ni por nadie ni por mí!

Acabo de aceptar sin embargo la paupérrima


propuesta y regreso a mi regreso que bien
procuraba olvidar… Hilario … yace casi inerte
herido de dolores de cansancio y para entonces
el pacto hecho está el contrato firmado está
firmado el amor extinto mutado ha mi rol

De presa a depredador son no muchos los


metros divisorios profesaba Hilario desde el
humilde lecho del dolor inevitable

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inextinguible y yo le odio por la certeza de su
profética noción

Y acabo de matar de matar de matar de matar


acabo de matar a un individuo falto de pericia
le arrebaté el yelmo con devoción notable
labrado… quizá sí quizá me siguió me ha
seguido quien un día fuere Amada mía y en
agonía mirábame sorprendida cuando
sorprendido yo mirábale escuchando la
profesión de su aparición inesperada y es la
hora de odiar otra vez a Hilario odiarlo y
matar de dolor o morir por el.

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Ya casi no Existo

Ya casi no existo es que Hilario pisa fuerte a


pesar de su cojera irreparable y de tanto
escribir de besos besas de amor amas de dolor
sufres de vida palpitas casi casi eternamente y
de Hilario cojeas y a diario caes de fauces al
suelo al amable suelo que te sostendrá que te
matará por compasión a tu agonía a mi agonía
casi casi eterna casi casi muerta

Y a veces me veo en batallas campales de


versos irreales pronunciando al susodicho
como a regañadientes y a veces me llamo
Hilario con apellidos y todo lo que este tipo
acarrea y a veces agonizo pero nunca
desfallezco nunca muero y nunca vivo y me
pierdo y me pierdo en medio de su nombre o
en medio de la nada que viene a ser lo mismo
a veces.

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Hoy… pisé en Caca Fresca

A pesar de las más célebres y notables


advertencias de Hilario hoy pisé en caca fresca
y si alguien comprendiera tal acontecimiento
nauseabundo se apiadaría de mí me auxiliaría
en esta batalla contra la caca la caca la caca las
deposiciones como la llaman los un poco más
letrados como Hilario como los dragones
corpulentos del Palacio siempre imponente
como la llaman los dis-que temerarios
príncipes que para mi cobardes que dis-que
amando procuran matar que dis-que amando
procuran no morir y mueren
que dis-que amando me persiguen como a
Hilario el Legendario Ruin el Ruin siempre
fétido de sí mismo de su pasado aunque
malvado heroico

Hoy pisé en la caca fresca que quizá yo mismo


voy dejando en el camino que prometo no
transitar más que la vez que la abandono o me
abandona o quizá sea la de Hilario la que de
niño acostumbró a propagar por todo el reino y
hoy lloré por ignorar quién se ríe
de la inconstancia de mi vigilia
y hoy lloré por el declive de la fuerza
de saber lo que ha ocurrido
y hoy lloré porque las lágrimas se me
atraviesan siempre siempre siempre antes y
después del homicidio y hoy pisé en caca
fresca y hoy maté maté maté maté antes y
después antes y después maté con el nudo en

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la garganta que provoca la fetidez
involuntariamente adquirida y a veces
terminantemente solicitada.

43
Últimas palabras de Hilario

Dime quién eres

Dime quién eres cuando el aire que respiras te


recuerda cuán culpable eres de ser lo que yo
fui lo que soy hasta la agonía… lo que he de
ser hasta la agonía

Dime quién eres cuando sabes que te observa


el que no tuvo la culpa sino sólo fue el
causante de los múltiples caminos ¡Dilo!
¡Dilo! ¡Dilo aunque siempre lo he sabido!
Dilo… yo te di oportunidades y más que
dártelas las ofrecí a tu curiosa inconciencia…
oportunidades que aun siendo malas existen
pero existen y dormidas se encontraban
cuando la curiosidad morbosa de tu privilegio
interno un alarido lanzó

Y yo Hilario tengo la culpa sólo de lo que soy


a nadie le debo el implacable hambre ni el pan
que nunca ha de saciarnos

Dime infame infante ¿tú quién eres cuando


repica en tu oído la pena del desacato?
¿Cuando rebosa tu copa de embriagueses a
escondidas? ¿Cuando soy yo el testigo a la
declaración que amasas? ¿Cuando es el juez tu
mano y el abogado algún Lucifer
embalsamado y tu espada tus cuchillos tu
hacha y tu gran escudo el jurado y los testigos
que sabes te inculparán?

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Dime quién eres entonces para abandonarme
al polvo sin ya más culpas que las que
acarrean mi mano y mi labio dictador.

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Llegó otra vez borracho Hilario

Llegó otra vez borracho Hilario inconciente de


recuerdos de recuerdos de recuerdos de
recuerdos carajo de recuerdos

Nadie podrá decir nunca que Hilario


practicaba la abstinencia ni la alcohólica ni la
sexual ni la delictiva

Rodando cada noche se enfrentaba con sus


miedos o sus deseos más viles

Y cagado hasta las patas, y cagado, y cagando


continuaba brindando cada noche cada noche
cada brindis cada coito cada fechoría

El aroma de sus venas viene trinando cual


gorrión de escuela y no se le aplaca la sed con
nada del mundo menos en el martillar de la
caña mala

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EL PASILLO

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49
Lloraría, pero robaron mis lágrimas, gritaría,
pero me quitaron la voz, por eso escribo
(María José Muñoz)

50
51
Última carta a la Amada (de ayer)

Te escribo porque estoy solo, y porque las pa-


labras emergen casi sin cesar… y porque un
día creí amarte, amarte como a la luz la som-
bra, como al camino el paso. Y porque te be-
sé amándote cada vez que mi corazón exhala-
ba un te amo, un te amo, un te amo impronun-
ciable, como una palabra no contenida en dic-
cionario alguno, y a pesar de rebuscar en mí
mismo jamás hallé la expresión exacta de mi
sentir, no obstante ansiaba comprendieras mi
pasión ignorante.

A veces me disgusto con tu recuerdo por la


entrega pedidora de tu afecto, y aunque pudie-
ra parecer mentira, jamás ansié nada más que
amarte, sin una retribución. O quizá una, sólo
una, sólo una, y confieso que la recibí a cam-
bio: “aceptación”. Siempre percibí la grata
aceptación a mis brazos, mis labios, los versos
míos tuyos, los versos tuyos míos. Y entonces
llego a la contradicción humana más penetran-
te que haya visto, y es que a pesar de tu acep-
tar todo lo que con tanto esmero construyó mi
ignorante pasión, no resultó satisfactorio a tu
entrega pedidora.

Si sólo pudieras, como mágicamente, ingresar


a mi mente y contemplar cuánto y cómo te
amé, si pudieses contar cada latido pronun-
ciado en tu honor, si tan sólo leyeras y no
rompieras cada misiva, de las cuales no he de

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guardar copia, porque cual un beso, las cartas
se escriben sólo una vez; y escribí tantos be-
sos sobre tus labios dormidos, y quizá ya no
los leerás, quizá no leerás ésta declaración de
amor antiguo.

Pero no quiero resultar triste para ti, lectora


mía, pues siempre sonreí, sonreí, sonreí, sonreí
para ti, sonreí para la sonrisa que te gustaba
ofrecer, sonreí para ti, para que me supieras
tuyo, tuyo todo, sonreí. Y sonrío en este ins-
tante tras el nítido recuerdo de lo que fuimos,
y sonrío, no porque no te ame, sino porque te
amé “de la a a la z”, sino porque me amaste.
Mas parece que sólo yo percibía tu pasión
eterna, y tu no la mía, la mía que fue eterna
también. Y sonrío por lo que fue, por el ama-
ble recuerdo de lo nuestro, y me encantaría
que conserves también una grata reminiscen-
cia de nuestra historia.

Una vez amada, me despido deseándote éxito


y felicidad en todo; ya ha pasado otro año y tu
recuerdo regresa a veces para visitar mi nos-
talgia, pero ya te arranqué de mi pasión, o
talvez saliste como automáticamente de ahí
luego de encontrar a mi nueva amada, y si por
un minuto siquiera percibiste cuánto te amé,
sabrás que nada podrá arrebatar mi amor por
ella excepto ella misma.

Adiós mujer, linda mujer. Sólo ansío no mal-


interpretes esta humilde carta, pues la escribo

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con la única intención que sepas que siempre
habrá recuerdos gratos que me hablan de ti…

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Carta Primera para la Amada (de un día
que ya pasó)

¿Cómo empezar?
Si eso siempre lo hiciste tú, tú con tu sonrisa,
tú con un beso, tú con tus diminutas manos de
niña mujer.

Te preguntarás la razón de esta carta, le


buscarás quizá una explicación lógica o razo-
nable, y de seguro la tiene: “la distancia” La
distancia que hace mella en el pecho, y aunque
jamás lo destroce, lo maltrata, lo mutila
deliberadamente. Y es que hace un año casi
no recibo algo que provenga de ti, y aunque
casi a diario escucho noticias de ti, no se siente
igual; es como mirarte a los ojos en una
fotografía, en donde sólo yo te observo, y tu te
quedas quieta e inmutable sin odiarme ni
proclamar amor por mi. Sí, un año ya en
noviembre.

No había escrito antes porque prometiste que


tú lo harías primero, pero como mi paciencia
es angosta y de longitud inapreciable… opté
por dejarte saber cuánto duele tenerte lejos, y
es inexplicable, y aunque he tratado de
encontrarle un sinónimo, el diccionario me
resulta muy egoísta en la búsqueda.

Pensarás, probablemente, que aún pretendo


que lo nuestro no acabó, pero y aunque no lo
he asimilado todavía, lo acepto, lo acepto a

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regañadientes, lo acepto como acepto la mal-
oliente primavera.

Ex amada, tengo algunas interrogantes que


nadie más que tú puede responder, y a modo
de auxilio te ruego me asistas en este momento
con corta diferencia a desesperación. Las pre-
guntas son:

- Cómo te has sentido en el nuevo


empleo, cómo te recibieron
- Qué piensas acerca del nuevo alcalde
del pueblo
- De qué manera ha cambiado tu vida
desde que lo nuestro acabó

Como ya te habrás percatado, las primeras


preguntas son sólo excusa y guía de la última.
Y es que me preocupa saber si hay algo que
yo pudiere hacer si es que la tristeza y lejanía
ha dañado tu sonrisa. Y si es que consideras
que mi amistad resultaría ahora nociva, no
pienses que abollarás (aún más) la porcelana
que un día estacionaste en mi existencia; pero
si hay algo, sólo algo, algo aunque sea
mínimo, dímelo, que necesito de ti en mi vida,
algo que aunque no pudiese ser amor podría
ser el bálsamo para este enredado desenlace
de lo nuestro.

Y con esto acabo: Niña, niña hermosa, y sólo


aspiro a que seas feliz en donde quiera que la
distancia te estacione, esa distancia que, al
menos en mí, se ha divorciado del olvido,

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pues no te olvido amor mío, y aún la lejanía
pronuncia tu nombre con alegría, con nuestra
alegría interminable de antaño, de siempre, de
siempre, de siempre…

57
Segunda Carta (ya que la anterior no
fue respondida)

Ya que la anterior misiva no fue respondida…


he optado por hacerte saber que aun existo.
Que el joven aspirante a tu pasión ha encon-
trado trabajo por fin, un trabajo bien remune-
rado y muy extenuante, lo cual me resulta
balsámico tras todo lo que me trae “tu
nombre”, tu nombre querida, tu nombre que
como lluvia de septiembre, siempre llega
inesperado. Y tal como durante la primera
semana de conocerte, te lo pregunté un
centenar de veces, un centenar de veces me lo
pregunto hoy, y no porque lo olvide, sino por
envidia a que atiendas a la llamada de otros
labios cuando lo pronuncien. Es que fuiste
tan mía, que aun tu nombre me perteneció,
como si otros labios no se atrevieran a
pronunciarte en respeto de lo nuestro.

Mi vida continúa tal como en la anterior


misiva. Tiempos buenos, malos, la lluvia que
cae a veces…

Ayer, mientras revisaba un plano, noté que


una de las calles de éste llevaba el mismo
nombre del parque donde nos sentábamos a
contar chistes, a tomar helado, a jugar a la
escondida, a reconciliarnos… Y vino a mi
uno de los chistes que repetiste un par de
veces:

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- ¿Cómo sacar un moco con cinco
dedos?
- Poniendo la mano alrededor de la nariz
y decir: ¡Sal de ahí con las manos en
alto, te tenemos rodeado!
Y yo sonreía, y tú reías como si reír fuese mi
recompensa por dar oídos a tu chiste; y de
alguna manera, lo era, y lo sería si te escucha-
ra ahora mismo, si tus sonidos fueran míos
otra vez. Pero ya nada de lo tuyo me perte-
nece, y si somos objetivos, quizá nada lo fue,
nada de lo tuyo me perteneció, nada, nada,
nada excepto tu nombre, tu nombre que deam-
bula por el mío. Y aunque sólo nos distancia
una letra y un acento en nuestros nombres, el
tuyo suena cándido y sereno, y el mío rudo,
quizá tosco.

¿Será acaso que nuestros nombres son el


espejo de la vida que adoptamos? No lo se, e
ignoro si tal vez un psicólogo u otro profesio-
nal pueda acogerme en éste inconveniente.
¡Ay niña, ay mujer! Lo más probable es que
ignores cuán puntiagudo es el nombre que te
han dado; y a pesar de la hermosura que le
adorna, se asemeja a la palabra metralla, de la
cual desconozco sinónimo y descripción, pero
suena temeraria e irreflexiva, casi imprudente
ya que jamás se excusa ni se deja avizorar
como para amortiguar su golpe intransigente.

Y con esto me despido, sólo ansiando que la


segunda sea la vencida para saber algo de ti.
Ya que con sólo ver tú nombre en algún

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sobre, me pertenecerás, aunque sólo en aquel
generoso pasado.

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Discrepancias

No sabía si escribirte con lápiz o hacerlo de


forma impresa, pero al final me decidí por éste
medio, con la intensión que conserves esta
carta y la guardes siempre entre estos discos
que te obsequio también; los cuales son quizá
algunos de nuestros predilectos.

Como podrás ver: ambos artistas distan sobre-


manera en estilo, en voz, y prácticamente en
todo, pero hay algo que tienen en común: la
música, la pasión por hacer melodía. Y es ahí
donde convergen y se unen al servicio de la
música, y sus diferencias son nada si hacen
todo lo que está a su alcance por ser buenos en
su propio espacio musical. Así, disfrutan quie-
nes le siguen, quienes le acompañan en su
carrera, sus familias, pero por sobretodo ellos,
quienes jamás se atreverían a rebajar los
méritos del otro pues reconocen su talento, sus
virtudes; y las utilizan como cimiento para
seguir edificando sobre ellas. Esto no quiere
decir que pasen por alto sus diferencias, sino
más bien que ellos no estarían dispuestos a
edificar sobre sus incompatibilidades y discre-
pancias, sino más bien sobre los puntos en los
cuales coinciden que son los que realmente les
hacen fuertes como artista y como persona.

No es difícil imaginar la razón por la que digo


todo esto, pues tu y yo hemos sido víctimas de
las discrepancias más absurdas a veces, y

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quizá pasamos por alto tantas coincidencias y
los sueños en común, todos los cuales nos
hicieron imaginar y volar tan alto, tanto que
por momentos nos olvidamos de nuestras dife-
rencias y nos dimos la tarea de edificar
solamente sobre los reales deseos de ser feli-
ces, sobre la amistad, la bondad, el respeto, el
afecto mutuo, la esperanza, la paciencia, la
entrega desinteresada, la comprensión, el
amor, la comunicación, el perdón y la humil-
dad, nunca mirándonos en menos sino admi-
rándonos mutuamente, y abrazando siempre al
que caía por tristeza o por debilidad.

Hoy, a más de un año de nuestra decisión de


intentar ser felices juntos, de caminar con la
frente en alto y con la esperanza de olvidar los
momentos amargos de nuestras vidas, parecie-
ra que nada queda, pareciese que pudieron más
nuestras diferencias, o que fuimos débiles en
luchar por lo que a veces casi se nos escapaba
de la manos, pero que a veces casi nos hacía
tocar el cielo.

El precio parece demasiado alto y los recursos


que tenemos quizá no sean los suficientes.
Pero tomaste una decisión, mujer, y aunque
me destroce todo esto, tendré que acatarla.
Tendré que meterme el amor al bolsillo, y tú
tendrás que colocar los recuerdos en alguna
cartera que no ocupes nunca. Quizá así logre-
mos olvidarnos, probablemente así nos mira-
remos un día a la cara y no sentiremos que
dejamos al amor de nuestras vidas al lado del

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camino, de donde quizá nadie lo recoja, o lo
recoja quien no deba y sangremos otra vez por
la misma herida.

Me despido amándote, pero con la misma


esperanza que un día tuve que miraras hacia
donde yo estaba. Gracias por mirar y por
darme los mejores momentos que esta vida me
ha obsequiado. No hay nada que reprochar,
sólo que agradecer. Perdón por mis culpas
que deben ser muchas; perdón por no conquis-
tarte cada día.

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Querida Mía

Esta es la cuarta vez que la valentía se


sobrepone a pesar de mi pavura, para hacerte
saber de mí.

¡Cuánto tiempo ya que no se nada de ti! Y a


pesar que alguna vez pensé lo contrario, esto
me ayuda como terapia para arrancarte disi-
muladamente del recuerdo.

Sigo en el mismo sitio de siempre, con una


vida anormal a la que ya me he acostumbrado,
y dentro de la anormalidad de mi rutina, ayer
recibí la noticia que la empresa cierra por
cambio de giro y de dueños, mas alegremente
creo que conseguiré pronto un nuevo empleo
en el cual al menos espero ganar lo suficiente
para los gastos de casa, más “un lápiz y
papel” (ahora corresponde una sonrisa tuya)

¿Sabes? Extraño las conversaciones nuestras,


tu sonrisa, tu risa, tus manos de muñeca, tus
cartas repletas de amor profundo, tu sombra al
lado de la mía. Pero no por eso vallas a pen-
sar que no te olvido, porque éste (olvido) ya
empieza a surtir efecto casi positivo en la
mayoría de los poemas que te tengo pensados;
y es que no me venden más lápices para
escribirlos, pero los conservo intactos y los
recito en voz alta por no olvidarlos, para que
si algún día sientes curiosidad por conocerlos,
como la madre que da un hijo en adopción

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ansía ver a su dulce retoño después de un par
de años, yo los escriba en tu pequeño oído de
muñeca.

Mujer, aunque no quiero parecer débil, me


resulta casi imposible no pedirte que respon-
das a mis cartas. Además el papel es tan fácil
de conseguir, y con el trabajo de tu padre, es
aun más fácil conseguir un lápiz. Te ruego
esto con la desesperación de quien empieza a
olvidar a quien tanto amó, con la urgencia que
el niño tiene de saber.

Sólo espero esta tenga la acogida que tanto


deseo; y esperaré ansioso una respuesta antes
de llegar agosto, el frío agosto. Y será como
el leño cándido ofrecido ante el insoportable
invierno que desaforado dispara dardos y
graba en frío la ley de hielo a la que me has
relegado.

Ya tengo que apagar la luz, pues alguien viene


por el pasillo y pudiera molestarse, alguien
viene, alguien se acerca, alguien, algún desco-
nocido quizá, talvez sea mi sombra que me
trae noticias de ti, quizá la tuya que trae noti-
cias de mi…

65
El Pasillo

Algo puntiagudo se ha apoderado de mis


pensamientos, más bien un dolor punzante y
no me dan ya aspirinas o un bendito paraceta-
mol para así aplacar el malestar, las imágenes,
las voces, las palabras. Sólo unas grageas azu-
linas recubiertas de un sabor embustero e inve-
rosímil.

Hace un rato te vi por el pasillo, discutí con tu


recuerdo, endosándole la huida cobarde y el
ingrato desahucio que le diste a mi pasión y,
me pregunto si efectivamente alcanzas o al-
canzaste a percibir lo mucho que te quiero.
Lamentablemente me da la impresión que no
es así. No te culpo de ello en lo absoluto, pues
quizá sea yo quien deba enviar el mensaje de
tal manera que en tu cabecita no quepa duda
de cuánto te adoro.

Lo que siento por ti va más allá de un simple


pero hermoso te quiero, y he procurado sientas
que no manipularé nada en absoluto para
apresurar lo nuestro. Quizá me he equivocado
con eso, pero no quiero tomar una decisión
que no depende sólo de mí. No quiero expo-
nerte en nada, sólo disfrutar de la magia que a
veces posee lo nuestro, mas no se si tu lo
quieres así.

No se si eras tu contra quien me abalancé con


una tonelada de dudas, de preguntas sin res-

66
puesta y un sinnúmero de respuestas para
preguntas que nunca harás. Me encantaría me
digas qué esperaste de lo nuestro. Yo espera-
ba mucho de esto, que recién empieza a termi-
narse y ansío que ambos podamos ayudarnos a
querernos en el espacio infinito del impre-
decible olvido que va apoderándose de nuestra
historia, que se sin duda modificará de tal
manera para que un día ante el otro parez-
camos un ser abominable tras la costra de los
años mentirosos.

Creo que lo malo de esto es que empezamos


con un temor incontrolable, inclusive temor de
querernos, sin darnos cuenta que ya nos
queríamos, y gastábamos tanto tiempo
buscando alguna estrategia para no enamorar-
nos, mientras que sólo disfrutar el uno del otro
sin temor a querernos nos hubiese bastado,
pero nos cubrimos de un miedo irreversible a
no perdernos el uno al otro en lugar de ganar-
nos abrigados con la impagable expectativa de
creer que se puede.

Y el pasillo estaba lleno de tu ausencia. No


quiero experimentar que te pierdo cada vez
que tengamos alguna diferencia o un mal
entendido, pues me duele muchísimo, tanto
que sólo se me viene a la cabeza abrazarte y
sostenerte en mis brazos hasta que recuerdes
que si me he lanzado al precipicio no es por un
simple impulso momentáneo y visceral, sino
porque tengo la plena certeza que podemos

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hacernos felices, y disfrutarnos mutuamente.
Y no temer más. No temer más.

Niña, ¿me quieres? ¿Quieres estar a mi lado y


arriesgarte a mí? ¿Crees que puedo quien
entrará para quedarse en tu corazón? ¿Crees
que puedes ser tu quien entrará para quedarse
en el mío? Si me lo preguntas, déjame decirte
que creo firmemente que puedes quedarte en
mi corazón, sé que podrías ser tú quien (me)
ayude a sentir amado y quien me ayude a
amar. Pero considero que esa es una decisión
que debemos tomar ambos y, sin importar
cuántas sean mis ansias de ser yo lo que tu
andas buscando, quiero que tomes tu decisión
en cuanto a lo nuestro. Yo ya la he tomado.
Y, me muero por saberme de tu expectante
futuro.

Y el pasillo estaba lleno de la peste que es un


recuerdo doloso y un olvido macilento. No
sabiendo si te olvido, si te fuiste o regresaste a
la realidad que me suministran en las cápsulas
bicolor.

Niña... ¿me quieres? ¿Quieres estar a mi lado


y arriesgarte a mí? ¿Crees que puedo ser yo el
que entrará para quedarse en tu corazonci-
to? ¿Crees que puedes ser tu quien entrará para
quedarse en el mío?

Y el pasillo estaba lleno de tu nombre. Niña


¿me quieres? Y las grageas azules y las cáp-
sulas bicolor.

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Penúltima Carta

Las celdas son extremadamente frías, y ésta, a


la que me trajeron el 19 de agosto, parece la
peor que me haya siquiera imaginado. La
primera noche casi me morí de frío, pero tuve
la ansiosa esperanza de que la costumbre me
ayudara por piedad, pero ya han pasado un par
de meses quizá y “el frío” no pasa en absoluto.

Ayer alguien, creo fue un guardia, dijo que


llevo seis años aquí. Me dio una risa como la
que me provocaba la emboscada de cosquillas
que me propinaste tantas veces y me entregó
unos papeles que según él son cosas que
escribí para alguien. Ese alguien eres tú.
Lamentablemente el correo no te encontró
quizá, quizá te mudaste, quizá al ver el remi-
tente optaste por rehusar el fruto de los años
germinando olvido.

Mientras recorría con la mirada las patas de


gallo que te ofrecía abnegadamente, tiritaba,
no sé si de nervios y ansiedad o bien por el
recio frío que penetra hasta los huesos más
curtidos como los míos. Transitaba de línea a
línea digiriendo la devoción que provocabas
por tanto tiempo; y me pareció espeluznante
saberme tan vulnerable en trazos tan pequeños
y, casi me sentí feliz de que no hayas conocido
mi desesperación de amor.

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No se bien qué ha ocurrido, pero ya no
recuerdo lo que sentía por ti, sólo recuerdo que
existes en un capítulo olvidado, sólo memoro
que fuiste el ágape de mi historia que ya no te
tendrá más; y sólo sé que no sé si siquiera
evaluaré la posibilidad de encontrarte para
entregarte esta penúltima carta, pero al menos
he de escribirla como testigo del congelamien-
to, del adiós.

Debe ser, probablemente, que los cruentos


nevazones me han dejado irresoluto, tiritando
entre el olvido y el odio, como si se hubiese
averiado mi capacidad de perdonar; y resulta
casi cómico tratar de hacer un balance o
paralelo entre las primeras misivas y esta. No
obstante sé que escribiré una carta más; no sé
si con la antipatía que siento ahora, o tal vez
con la esmerada devoción de antaño; sin
embargo hoy te recuerdo con angustia enaje-
nada y una aversión insoportablemente repul-
siva. Es que el recuerdo doloso es repulsivo si
no se aprende a vivir con él o mejor aún si no
se supera nunca. Mas sé que regresarás un día
al recuerdo cancerígeno que me has legado y,
probablemente navegaré zigzagueante por este
mar de recuerdos tuyos o este mar de odios
míos en rumbo desconocido. Sólo ansío no
encontrarme inesperadamente con la punta del
iceberg que fue tu sonrisa, que fueron tus
manos, que fuiste tú toda, toda tú.

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Te Quise Mucho (Respuesta primera)

La cuestión es que a veces estiro los minutos


para no alcanzarte tras la distancia del espacio
que nos separa y es una lástima que no sepas o
más bien no adviertas cuán amargamente
pienso en la partida o la huída como siempre
la llamas.

Timorato es el recuerdo que me has de entre-


gar en algún habitáculo de tu memoria, medio
sordo y mudo, probablemente patógeno tras la
animadversión que has edificado con el ce-
mento de los años repletos de pasado doloso.

A veces alzo la voz para acallar el dolor de no


poder amarte como quisiera llegar a amar a
alguien, aunque fueras tú que tanto dolor me
has causado con este amor enfermizo. Y no
encuentro manera de aplacar este incendio de
miedos horripilantes que incesantemente
acribillan a las humildes ansias de entregarse
incondicionalmente en las alas del te quiero.

La incertidumbre es inmensa pues no conozco


el lenguaje palpitante del que tanto presume la
gente, sin embargo a veces creo a pie firme
que el zigzagueante palpitar que detecto en mí
es la eternidad misma que me ha visitado para
quedarse, pero es justo entonces cuando el
fulgor se desvanece y, las ansias duelen a
tiempo doble, y el recuerdo hiede tras lo
hermoso que fuimos, dejándolo escapar día a

71
día y no en aquel mentado día del que tanto
haces mención.

Querido mío de ojos negros penetrantes


abrasadores ¿dónde estás? No apareces más
que en el recuerdo, en las historias donde
fuiste el manjar de de los sabores en mis
labios. Hoy no se realmente quién eres, quién
me ha escrito esta carta tan llena de alguien
que no eres tú. Quién es el hombre que me
ama intransigente por lo que fui, pero que en
temporadas parece odiarme por lo que no pude
llegar a ser.

Necesito urgentemente te decidas por odiarme


amargamente con el férreo atrevimiento que
has adoptado, o ignorarme como al libro de
pueriles poemas infantiles que no leímos
jamás. No que quiera supeditar tu libre
elección, más bien sería lo coherente tras el
enredado desenlace de lo nuestro como tan
bien lo llamas. Pero esta fluctuación, esta
insufrible sensación de suspiro inalcanzable
me desarma con la guillotina de la desazón.

Los días han pasado, la juventud parece ida


por completo excepto por el amable recuerdo
que nos la trae por compasión de no perder la
esperanza que todo vale la pena; y no me daré
por vencida sino hasta ver subyugado el
pensamiento de no saber bien cómo enamorar-
me, cómo amar a ese ente que por momentos
parece antagonista, como el tuyo que en un
beso un día me hizo dueña de un te quiero

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insoportable que más que tuyo fue mío,
estremeciéndome el pecho, el estómago, los
ojos, las palabras y el amor.

Querido Mario; ésta es mi verdad, y así se ha


dado la lucha que a diario emprendo contra mi
indecisión y el dolor que me ha causado tu
amor enfermizo.

Te quise mucho, adiós.

73
Quiero Salir

En la sordera de mi oídos,
te escucho;
en la ceguera de mis ojos
te veo
y en mi mente enloquecida,
te envuelvo en ternuras,
estrellas y cielo

(Paulina Herrera)

Me ilusiona tanto creer que un buen día ya no


estaré aquí. Comprender si en realidad todo lo
que creí ocurrió. Saber cuánto tiempo ha
transcurrido. Cuál y cómo era mi vida antes
del huracán medicamentoso que ya no soporto
más. Mirarme frente a un espejo y sopesar la
locura facial que sin duda he adquirido
lidiando con tanto loco suelto en este encierro
insoportable en donde probablemente hay
personas que opinen lo mismo de mí.

A veces me desespero creyendo que ya no hay


alternativa y respondo las preguntas con
desazón quizá, probablemente con demasiada
incertidumbre. Aquí es cada día más peligroso
dudar o equivocarse en las respuestas o pre-
guntar demasiado, o quedarse irresoluto sin
articular aunque sea un monosílabo. Y se me
nublan hasta las palabras; sin salida desespero
con tu voz, sin ella. Despierto luego de un
siglo de tu ausencia con poemas hasta en el

74
espacio del espejo, con jeroglíficos que sin
duda ha dibujado en mi letargo el inhumano
espectro de tu amor de ayer.

Aparentemente “ellos” opinan que he progre-


sado sobremanera desde el día en que caí.
Pero debo ser honesto y decir que pienso
chifladuras que, en la poca cordura que me
permiten tener, no las escribo, pero deambulo
por lo más fértiles terrenos del desquicia-
miento. Antes era sólo un chiquillo peligroso,
hoy me siento malévolo, virulento, absoluta-
mente eximido del examen pre-paradisíaco y
además viejo. Gran favor que me han hecho al
confinarme tras los barrotes del angustioso
intento de cordura atea, atea porque nadie
evoca a ese ser del otro lado del olvido.

De cualquier modo, quiero salir, quiero ser lo


suficientemente cuerdo ante la inspección del
ojo experimentado de estos señores de blanco,
no obstante lo perturbado que me siento.
Pareciera que mientras más chalado me siento,
más progreso denotan ellos. Será que mientras
más concientes estamos de nuestras acciones y
de nuestras inclinaciones maniáticas, somos
mejor avaluados en la bolsa valórica de la
cordura.

Quiero salir. Me ilusiona tanto saber que he


de encontrarte un día o creerlo simplemente,
que los poemas que tengo pensados y repasa-
dos diariamente en los pasillos serán de tu
oído un día. Quiero salir y encontrarte,

75
demostrarle a la cordura, que he ganado según
ellos, que si no exististe nunca te cree y eres
real. Quiero salir. Escapar de tanto color
blanquecino opacado y lúgubre. Se me antoja
ser libre detrás de mis pensamientos desequi-
librados, delante de ellos, al lado, arriba o por
debajo pero salir, y respirar mi locura en su
máxima expresión, no en la jaula equilibrada o
en las fauces de un recuerdo imaginario. Y
buscarte con las ansias locas de entregarte mi
poesía. Y esconderme en tus amores, tras tus
labios de frambuesa. Quiero salir y encontrar-
te, demostrarle a la cordura, que he ganado
según ellos, que si no exististe nunca te cree y
eres real. Quiero salir, María, quiero salir.

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Índice

DULCE REALIDAD

Automatización 13
Decía Mi Abuela Amanda 17
La Venganza Del Colmillo 19
Dulce Realidad 23
Asalariado 27

HILARIO

¡Qué culpable nombre! 35


Hilario viene a poto pelao 37
Acabo de acabar 38
Ya casi no existo 41
Hoy… pisé en caca fresca 42
Últimas palabras de Hilario 44
Llegó otra vez borracho Hilario 46

EL PASILLO

Última carta a la amada (de ayer) 52


Carta primera para la amada 55
(de un día que ya pasó)
Segunda carta 58
(ya que la anterior no fue respondida)
Discrepancias 61
Querida mía 64

77
El Pasillo 66
Penúltima carta 69
Te quise mucho 71
(Respuesta primera)
Quiero salir 74

78

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