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LO Juan “> José Saer El concepto de ficcién B35 And EDA CIC siompre siguié al pedido y ala redaccién, como ala Te. candacién y a la gestacién sigue el nacimiento, una buena parte de estos textos fueron escritos por encar go. Los otros, salvo cuatro 0 cinco que conticnen refle: Sones generales, son simples notas de lectura, pretex tos para discutir eonmigo mismo ciertos aspectos de un oficio de lo més solitario. “Las escasas transgresiones al orden cronoldgico que pueden observarse deben ser consideradas como des- Plazamientos necesarios para hacer mds evidentes las » tenciones del eonjun‘o y consolidar su coherencia. Bs bvio que esa intencién general es posterior a todos ¥ & cada uno de los articulos y no presidi6 a la redacciin de nringuno. Muchos estaban ya alvidados y otros, eseritos hace mas de uA cuarto de siglo, nunca habjan sido pa gadoe a méquina. En dos o tres casos, ciertos parrafos, ilogibles 0 perdidos, debieron ser reconstituidos, y debo onfesar que en algunos momentos el trabajo resulté tan engorroso, que tinjcamente la obstinacién gratify ante aunque inexplicable de mis editores por publicar- Jos me incité a terminarlo. Salvo algunos retoques, algunas supresiones y casi ningtin afiadido, todos estos textos se publican hoy tet como estaban en su primera versién dactilografinda. E} haberlos dejado intactos no es consecuencia de un res peto religioso hacia mi mismo, sino de la curiosidad ar tesana por saber c6mo funcionarian, encerrados juntos tn.un libro, todos esos pequefios artefactos verbales. Pl resultado es claro: en treinta afios, hay apenas un pur fhadito de ideas y muchas repeticiones. Y, créase 0 n0, ‘esa insistente pobreza es lo que a mi modo de ver con més razén los justifica. (Paris, 6 de marzo de 1997) EL CONCEPTO DE FICCION Nunea sabremos emo fue James Joyce. De Gorman a Ellmann, sus bidgratos oficiales, el progreso principal tes inicamente estilfatico: lo que el primero nos trasmi- te gon vehemencia, el segundo lo hace asumiendo un tone objetivo y circunspecto, 1o que confiere a su relato toma ilusién maa grande de verded. Pero tanto las fue tes del primero como las del segundo —entrevistas ¥ arise son por lo menos inseguras, y recuerdan et tetimonio del “hombre que vio al hombre que vio al tno", con el agravante de que para la més fantasiosa de Jas dos biografias, Ia de Gorman, el informante princi: pal fue el os0 en persona, Aparte de las do este Witim. pe obvio que ni la escrupulosidad ni la honestidacl de fos informantes pueden ser puestas en duda, y due nuestro interés debe orientarse hacia cuestiones teéri- cas y metodolégicas, ‘En este orden de cosas, In objetivided ellmanian tan celebrada, va cediendo paso, a medida que avanz- nas en la lectura, a la impresién wn poco desagradable Xe que el bidgra(o, sin habérselo propuesto, va entran do en el aura del biografiado, asumiendo sus puntos de vista y confundiéndose paulatinamente con su subjeti- vidad. La impresién desagradable se transforma en un verdadero malestar en la seccién 1992-1935, que, en gran parte, se ocupa del episodio mas doloroso de la vi- da de Joyce, la enfermedad mental de Lucia, Echando por la borda su objetividad, Ellmann, con argumentos enfaticos y confusos, que mezclan de manera impruden- te los aspectos psiquistricos y literarios del problema, parece aceptar la pretensiGn demencial de Joyce de que inicamente 61 es capaz de curar a su hija. Cuando se trata de meros acontecimientos exteriores y anecdsti- ‘no pocas veces secundarios, la biografia puede lad, pero apenas pasa al campo in- terpretativo el rigor vacila, y lo problematico del objeto contamina 1a metodologia. La primera exigencia de la biografia, 1a veracidad, atributo pretendidamente cien- tifico, no es otra cosa que el supuesto retorico de un gé- ynvencional que las tres uni- 0 el desenmascaramiento nero literario, no menos co dades de la tragedia clasica, del asesino en las uiltimas paginas de la novela policial. El rechazo escrupuloso de tado elemento ficticio no es un criterio de verdad. Puesto que el concepto mismo de verdad es incierto y su definicién integra elementos dispares y aun contradictorios, es In verdad como obje- tivo univoco del texto y no solamente la presencia de elementos ficticios lo que merece, cuando se trata del _género biografico 0 autobiografico, una discusién minu= ‘a. Lo mismo podemos decir del género, tan de moda en a actualidad, llamado, con certidumbre excesiva, non-fiction: su especificidad se basa en la exclusion de todo rastro ficticio, pero esa exclusién no es de por si ga- rantfa de veracidad. Aun cuando la intencién de veraci- dad sea sincera y los hechos narrados rigurosamente fexactos —Io que no siempre es asi— sigue existiendo el obstéculo de 1a autenticidad de las fuentes, de los crite~ retativos y de las turbulencias de sentido rios interpr 10 propios a toda construccién verbal. Estas dificultades, familiares en logica y ampliamente debatidas en el campo de las ciencias humanas, no parecen preocupar a los practicantes felices de la non-fiction. Las ventajas innegables de una vida mundana como la de Truman Capote no deben hacernos olvidar que una proposicién, por no ser ficticia, no es autométicamente verdadera. Podemos por lo tanto afirmar que la verdad no es ne- cesariamente lo contrario de la ficcién, y que cuando op tamos por la préctica de la ficeién no lo hacemos con el propésito turbio de tergiversar la verdad. En cuanto a la dependencia jerdrquica entre verdad y ficeién, segiin Ia cual Ia primera poseeria una positividad mayor que la segunda, es desde luego, en el plano que nos interesa, una mera fantasia moral. Aun con la mejor buena volun- tad, aceptando esa jerarquia y atribuyendo a la verdad el campo de la realidad objetiva y a la ficci6n la dudosa expresién de lo subjetivo, persistira siempre el problema principal, es decir Ia indeterminacién de que sufren no la ficcién subjetiva, relegada al terreno de Io indtil y ca- prichoso, sino la supuesta verdad objetiva y los géneros que pretenden representarla. Puesto que autobiografia, biografia, y todo lo que puede entrar en la categoria de non-fiction, Ia multitud de géneros que vuelven Ia espal- daa la ficcién, han decidido representar la supuesta ver- dad objetiva, son ellos quienes deben suministrar las pruebas de su eficacia. Esta obligacién no es facil de cumplir: todo lo que es verificable en este tipo de relatos es en general anecdético y secundario, pero la credibili- dad del relato y su razén de ser peligran si el autor abandona el plano de lo verificable. La ficcién, desde sus origenes, ha sabido emancipar- se de esas cadenas, Pero que nadie se confunda: no se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irres- ponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la “verdad”, sino justamente para poner en evidencia el cardcter complejo de la situacién, carécter complejo del 1 aque l tratamiento limitado a To verifieable implies unt saduesién abusive y un empobrecimiento, Al dar un al ve hacia To inverifieable, la ficcién multiplies al intinito Jes posibilidades de tratamiento. No vuelve espalda a fins supuesta realidad abjetiva: muy por el contrario, © vamerge en su turbulencia, desdefiando le actitud inge mua que consiste en pretender saber de antemano Py sa realidad esta hecha. Noes una claudi see ética de Ia verdad, sino Ta busqueda de una un ‘poco menos rudimentaria. ‘La ficcién no es, por 10 tanto, una reivindioncion de to falco. Aun aquellas ficeiones que incorporan 10 falso de un modo deliberado —fuentes falsas, atribucion®® falas, confusién de datos histéricos con datos imap vaitros, eteétera—, lo hacen no para confundir al lee acién ante tal saino para senalar el cardeter doble de la fieciOn, que mezcla, de un modo inevitable, 10 empirico y 10 snaginario, Bsa mezcla, ostentada sélo en cierto UPD ve feviones hasta convertirse en un aspecto determ! sete de au organizacién, como podria ser el caso de Rigunos eventos de Borges o de algunas novelas de ‘Thomas Bernhard, esta sin embargo presente en yor o menor medida on toda ficcién, de Homero Bec- ett, La paradoja propia de la ficcidn reside en ave, etree lo falso, lo hace para aumentar su credibil dad. La masa fangosa de lo empirico y de lo imagin’ vio, que otros tienen In ilusién de fraccionar @ Pisck™ vn'cabenadaa de verdad y falsedad, no le deja, sl au tor de feciones, més que una posibilidad: sumerei™* tor fila, De abi tal vez 1a frase de Welfgang Kayser: ‘Ao basta eon sentirse atraido por ese acto; también hay que toner el coraje de llevarlo a eabo" ‘puro la feeiGn no soliita ser erefda en tanto que ver dad, sino en tanto que ficeién. Ese deseo no es un coPT ho de artista, sino la condicién primera de su exis'2h- fia, porque sélo siendo aceptada en tanto que tal, se comprenderé que la ficei6n no es la exposicion novelada 12 de tal o cual ideologia, sino un tratamiento especifico fel mundo, inseparable de To que trata. Bate ea el Pur- te esencial de toda el problema, y hay que tenerlo elem: pre presente, si se quiere evitar la confusion de géneros, La ficcidn se mantiene a distancia tanto de los profetas ae to verdadero como de los euéricas de To felso. Su $dentidad total con Io que trata podria tal vez resumit een a frase de Goethe que aparece en el articulo Ya 0° ve an de Kayser (ZQuién cuenta una novela?” “La Nev tado ie ana epopeya subjetiva en la que él autor pide permiso para tratar el universo @ su manera: el tinico problema consiste en saber si tiene ono una ant el rreto viene por afiadidura”. Esta descripcién, que 20 proviene de le pluma de un formalista militante ni de rer vanguardiata anacrénico, equidista eon idéntica yn: dependencia de lo verdadero y de lo faleo ‘Para aclarar estas cuestiones, podriamos tomar com ejemplo algunos eseritores contempordneos. No searnee sere tox: pongamos a Solienitsin como paradigma de 10 saetaders, La Verdad-Por-Fin-Proferida que trasunta vem relatos, si no cabe duda que requerta ser dicha, Jang aeesidad tiene de valerse de la ficeién? {Para qué nove” Tur algo de lo que ya se sabe todo antes de tomar 18 i+ tere Nacia obliga, si se conoce ya Ja verdad, ysise ha to- soap an partido, a pasar por Ia fisiGn. Empleadas de van manera, verdad y ficcién se reletivizan mutus: senate la ficeén se vuelve un esqueleto reseco, mil veces pelado y vuelto a recubrir eon la carnadira relativa de Jas diferentes verdades que van sustituyéndose unas & tras, Los mismos principios son el fandamento de obra mmo socialista, que la concepeién narra estética, el rea at de Solfenitsin contribuye a perpetuar, Solienitsin tiftere con la literatura oficial del estalinismo en eu con: sepeion de la verdad, pro coincide con elle en Is de 1p Fevién como sirvienta de Ia ideologia. Para su tares, sin vhada nevesaria, informes y documentos hubiesen basta- oo. Lo que debemos exigir de empresas como In suya, 68 13 ‘un afincamiento decidido y vigilante en el campo de lo verificable. Sus incursiones estéticas y su gusto por la superfluos. profecia se revelan a simple vista de lo m ¥ por otro lado, no basta con dejarse la barba para lo- grar una restauraci6n dostoyevskiana. ‘Con Umberto Eco, las amas de casa del mundo entes ro han comprendido que no corren ningin peligro: el hombre es medievalista, semidlogo, profesor, versado en Jégica, en informatica, en filologia. Este armamento pe: sado, al servicio de “lo verdadero’, las hubiese espanta: do, cosa que Eco, como un mercenario que eambia de campo en medio de la batalla, ha sabido evitar gracias a su instinto de conservacién, poniéndolo al servicio de “Io falso". Puesto que lo dice este profesor eminente, piensan los ejecutivos que leen sus novelas entre dos oropuertos, no es necesario creer on ollas ya que per tenecen, por su naturaleza misma, al campo de lo falsc: su lectura es tin pasatiempo fugitivo que no dejard nin- una huella, un cosquilleo superficial en el que el saber del autor se ha puesto al servicio de un objeto ft, construido con ingeniosidad gracias a un ars combino- toria. En este sentido, y sélo en éste, Eco es el opuesta simétrico de Solienitsin: a la gran revelacién que prope: ne Solienitsin, Eco responde que no hay nada nuevo ba- jo el sol. Lo antiguo y lo moderno se confunden, la nove: Ja policial se traslada a la edad media, que a su vex 08 ‘metafora del presente, y la historia cobra sentido gra- izado. (Ante Eco, me viene e3- rrés: “Rien cias a un complot organi ponténeamente al espfritu una frase de Ba ne déforme plus Vhistoire que d’y chercher un plan con- certé”,) Su interpretacién de Ia ‘historia esta puesta da manera ostentosa para no ‘ser crefda. El artificio, que, supine eLarte, es erubido continuamente de moda tal que no subsista ninguna ambigtedad. La falsedad esencial del género novelesco autori a Eco no solamente le apologia de lo falsc a lo cual, puesto que vivimos en un sistems democrético, tiene 4 todo el derecho, sino también a la falsificacién. Por ejemplo, poner a Borges como bibliotecario en El nom- bre de la rosa (titulo por otra parte marcadamente borgiano), es no solamente un homenaje o un recurso intertextual, sino también una tentativa de filiacién. Pero Borges —numerosos textos suyos lo prueban—, a diferencia de Eco y de Solienitsin, no reivindica ni lo falgo ni Io verdadero como opuestos que se excluyen, sino como conceptos problematicos que encarnan la principal razén de ser de la ficcién. Si llama Ficciones ‘a uno de sus libros fundamentales, no lo hace con el fin de exaltar lo falso a expensas de lo verdadero, sino con el de sugerir que la ficcién es el medio més apro- piado para tratar sus relaciones complejas. Otra falsificacién notoria de Eco es atribuir a Proust un interés desmedido por los folletines. En esto hay al- go que salta a la vista: subrayar el gusto de Proust por Jos folletines es un recurso teatral de Eco para justificar sus propias novelas, como esos candidates dudosos que, para ganar una eleccién local, simulan tener el apoyo dol presidente de la repablica, Be wna observacién sin ningtin valor te6rica o literario, tan intrascendente des- de ese punto de vista como el hecho, universalmente co- nocido, de que a Proust le gustaban las madeleines. Es signifieativo en cambio que Eco no haya escrito que ‘Agatha Christie o a Somerset Maugham les gustaban los folletines, y con razén, porque si pone de testigo'a Proust para exaltar los folletines es justamente porque eseribié A la recherche du temps perdu. Hs detrés de la Recherche que Bco pretende ampararee, no del supues- to gusto de Proust por los folletines. Basta con leer una novela de Eco o de Somerset Maugham para saber que a sus autores les gustan los folletines. ¥ para conven- cerse de que a Proust no le gustaban tanta, la lectura de la Recherche es més que suficiente. Mi objetivo no es juzgar moralmente y mucho menos condenar, pero aun en la més salvaje economia de mer- 15 ado, eleliente tiene derecho a saber lo que compt In Gluse la ley, tan distrafda en otras ocasion®®, © intrata, fheven to que se refiere a Ia composicién del producto. Por so, no podemos ignorar que en 1A, grandes ficcio- vor de nuestro tiempo, y quizés de todos los tiemPos, td presente ese entrecruzamiento critco entre verdad y fatgednd, esa tensin intima y decisiva, no exen’s 1 de comicidad ni de gravedad, como el orden central de to- Gas ellas, a veces en tanto que tema tomo fundamento implicito de su estructura El fin de In fesién no es expedirse en ese conflicto sin hacer de toa materia, modeléndola ‘a su manera". Ua afirma- Gian 9 la negacién Te con igualmente extrafias, YX es- pocie tione més afinidades con ol objeto anit el dis: parso. Ni el Quijote, ni Tristar Shandy, ni Madame Bo: vary, ni El Castillo pontifican sobre una supuesta reeli- see terior a su concrecién textual, pero tamper te rosignan a la funcién de entretenimiento 0 de artificie: fpungue se afirmen como ficciones, quieren sin embargo sunaMadas al pie de Ia letra. La pretensién puede Pi 2 or ilegftima, incluso escandalosa, tanto 4 los profetas vTela-verdad como a los nihilistas de lo fals0, identifien- ‘los, dicho sea de paso, y aunque result paradéjico, por el miamo pragmatiamo, ya que es Por no Poseey el con- imeimniento de los primeros que los segundos, privados vetnda verdad afirmativa, se abandonan, cuore, lo faleo, Desde ese punto de vista la exigencia de 'a fiecién puede ser jurgada exorbitante, y sin ‘embargo todos 88- omos que es justamente por haberse puesto al margen ao verifiable que Cervantes, Sterne, Flaubert 0 Kaf- ku nos parecen enteramente dignos de crédito, mossusa de eate aspecto principalisimo del relate fice de su reso- oxplicito y a veces tieio, y a causa también de sus intenciones, Jucign préctica, de Ia posicién singular de su Ave ° race Fmperatives de un saber objetivo y as turhulih: Gas de la subjetividad, podemos definir de wm modo glo- pal la ficeién como una antropologia speculative Qui- 16 ‘24s —no me atrevo a afirmarlo— esta manera’ C08 birla podria neutralizar tantos reduecioniemos ques © partirdel siglo pasado, se obstinan en asediarla Enten- vita axi, ln ficeién seria capaz n0 de ignorarlos, sino de ssimilarlos, ineorpordndolos a su propis esencia y des pojéndolos de aus pretensiones de absolute, Pero el te- fna es arduo, y conviene dejarlo para otra ver. (7989) Treinta afios después. Mirar hacia atris, a escritos de hace treinta afios 0 mis, noes un ejercicio saludable, Mi energia como escrito- rame impulsa a mirar hacia delante, a sentir, atin, que es- toy empezando, ciertamente empezando ahora, lo que hace dificil refrenar mi impaciencia ante aquella escritora incipiente que una vez fui en el sentido literal. Contra la interpretacién, mi segundo libro, se pu- blicé en 1966, pero algunos textos datan de 1961, cua do atin estaba escribiendo E/ benefactor, Habia llegado a Nueva York al principio de los afios sesenta... no para inventarme a mi misma sino para poner en funciona miento a la escritora que me habia prometido, desde la adolescencia, llegar a ser. Mi idea de un escritor: alguien que se interesa por todo, Estar interesada por todo siem pre me habfa resultado algo natural, como era natural pa- ra mi concebir asf la vocacién de un escritor. Y natural suponer que tal ardor encontraria una esfera de accién ‘mayor en una gran metrOpoli que en cualquier variante de vida de provincias, incluyendo las excelentes univer sidades en las que habfa cursado estudios. La tinica sor- presa fue que no habia mas gente como yo. Soy consciente de que Contra Ja interpresaciin se ve como un texto que es la quintaesencia de aquella era, ya mitica, conocida como los afios sesenta. Evoco la eti- ‘queta con renuencia, puesto que no me entusiasma la “omnipresente convencién de empaquetar la vida de uno, la vida de la época de uno, en décadas. Y no fueron los afios sesenta, entonces. Para mi fue basicamente el tiem- po en que, al fin, escribf una novela que me gust6 lo bas- tante como para publicarla, y empecé a descargar parte Para Paul Thek Estilo espirieual en las peliculas de Rober Bresson 235 258 __Laimaginacién del desastre 274 Flaming Creatures, de Jack Smith 296 Muriel, de Resnais 303 Una nota sobre novelas culas 315 edad sin contenido 3, Psicoandlisis y Eros y Tanatos de Norman O, Brown 331 Los happenings: un arte ' Je yuxtaposicién radical 340 q Notas sobre lo camp 355, ‘Una cultura y la nueva sensibilidad

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