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TEXTOS Serie Historia del Arte y de la Arquitectur jo npn Rod |< Ouvnace unui Aine Le CONCOURS DO MIMIsTERE FRANCAIS ‘uae DE LA oLTUR = Ceres NATIONAL DU ETRE ‘Ora ruaicana cow AvUDA DEL MbasrERO FRANC ENCARGADO BELA CULTURA ~ CENTRO NACIONAL DEL IERO ‘Reservados todos los derechos, No se permite rpproducit, slmacenar ‘rrovo omensat: Ls, Pog jor, pe © pions Rosser Larrowr, 5.4, Pais, 1998 aiseho. Estup10 Joaguis Gauizco produecién Quapazure Grspea YSN 84-96258-18-1 Aeposito legal w-24104-2004 Ee ee eee Jmpresién Estudios Grificos Europeos, 6.8 MICHEL BARIDON Los jardines PAISAJISTAS JARDINEROS POETAS traduccién JUAN CALATRAVA revisién de la terminologia botanica JOSE TITO ROJO x ABAD A EDITORES TEXTOS OE PAISAJE 198 Los JARDINES BIBLioGRAFiA Carnout-Spiiecke, M., , Jouralof Garden Hisery, vol. 12, n.© 2, abril-junio 1992 —, «Greek gardens and parks in hellenistic city-planning>, Ad ofthe 19" congres for losicalochoeolagy, Maguneia, 1990. DELoRME, J., Gymnasion. Etude sur les monuments consacrés & l'éducation en Grice, Paris, E. de Boceard, 1960. ELcOoD, P. G.., Le:PoloméesdEppte, traducién del inglés por R. Bouvier, Paris, Payot, 1943. FeRsi010, M. V., , Heperi 6, 1937. —y GRiswoLo, R. E., Garden lore of ancien thers, Princeton, 1963. Vanpenroo1, E., , Arehoialogte Ephemeris, 1953. Wroueniey, R. E., , Greece and Rome, 1X, 1962. NTIGDEDAD - ROMA 199 ROMA En su gran libro Les Jardins romains, Pierre Grimal nos recuerda Jo que Roma debe a Grecia, a Egipto y ala civilizacién del impe- rio persa. Nos recuerda también que esta deuda comenzé a cre- cer, y répidamente, en el siglo 1 .C.., provocando una verdadera mutacién en el gusto y en las costumbres. Si el antiguo hortus romano evocaba los tiempos heroicos y frugales de los comien- zos de la Repablica, los nuevos jardines plural revelador— se revelaron enseguida como lugares en los que se gustaba de vivir en la opulencia y hacer ostentacién de cultura, Grandes figuras de la vida publica -Pompeyo y Cicerén entre otros— ejemplifi- can esta evoluci6n. La conquista del imperio, las riquezas llega~ das de Oriente o la especulacién dentro de la propia Italia no pudieron dejar de causar profundas mutaciones en la sociedad romana, y las capas mas influyentes o cultivadas se construyeron residencias en las que la naturaleza servia de marco a las estatuas, templos, hipédromos y palestras que se habian convertido en indispensables a su modo de vida y de pensamiento. Los jardines romanos, pues, lo expresaron todo: Ia comu- nin directa, campesina, con la tierra nutricia, el refina~ miento del intelectual que se aisla en la calma, la ostentacién de algunas grandes figuras de la Republica y, tras la caida de esta ultima, los céleulos de los emperadores en materia de urbanismo y de prestigio del poder. Nunca dejaron de identi- ficarse con la poesia de la naturaleza que portaba en si el paga- nismo vivido de las ciudades y los campos. Y en ello se herma~ nan con los grandes poemas de la literatura latina que cantan a las divinidades de los bosques y a las fuentes. Pero lo mas sor- prendente de su historia es que, a diferencia de estos poemas, asumieron en poco tiempo un lugar considerable en la vida publica, lugar que conservaron después incluso en estado de vestigios. Su historia comienza, en efecto, com la creacién de Jos jardines de Luiculo en Roma, sesenta afios antes de Cristo, y termina, al menos en su fase creadora, con la construcci6n 200 Los saRDINES: de los fora imperiales y de la villa del emperador Adriano en ‘Tibur (la actual Tivoli) en el afio 124 de nuestra era. Apenas dos siglos: poca cosa si se compara con la considerable influencia que ejercieron y ejercen todavia. Su eclosién repentina se explica por un mecanismo cono- cido que opera cuando, sobre un sustrato indigena cuya fertili- dad no se sospechaba, germinan semillas venidas de fuera. Algo similar pudo verse en Francia en el Renacimiento, cuando los pintores y los arquitectos italianos fueron acogidos en el valle del Loira; 0, por citar otro ejemplo, en el imperio abasi, cuando las formas del jardin islamico se extendieron a la cuenca mediterranea y a toda Asia Menor. En Roma, la transforma~ cién de los jardines fue el resultado de la ampliacién del impe- rio a todo el Mediterraneo oriental. Una vez duenias de Atenas las legiones romanas, una ver vencido Mitridates (precisamente por Luculo) y puesto bajo protectorado Egipto por Gésar, se daban ya las condiciones para que las influencias orientales se uniesen al helenismo, que habia ganado ya mucho terreno des- pués de la conquista de la Italia del sur. Para hacernos una idea de lo que fueron los jardines romanos (y todo el mundo sabe el papel que tienen, en filigrana, en las creaciones del Renaci- miento), habra, pues, que analizar sucesivamente el fondo antiguo y las aportaciones venidas de Oriente. Se ha hablado con frecuencia del de los romanos, es decir, de su gusto por las realidades de la vida en el ‘campo y por la frugalidad de los primeros tiempos, y es cierto que, desde este punto de vista, el modesto jardin campestre de periferia siguié siempre conservando a sus ojos todo su encanto. El einturén de huertos y vergeles que rodeaba la ciu- dad es prueba de ello, y Gatén describe su encanto y su utilidad (véase mas abajo, pp. 221-225). El hortus de los origenes es el humilde lugar en el que la naturaleza nutricia incita al hombre a huir de los artificios del lujo, y los romanos conservaron siempre su nostalgia, al menos de palabra. Las civilizaciones que alcanzan su cenit gustan de evocar sus origenes modestos, un poco como quienes, habiendo hecho fortuna, vuelven a visitar -ANTISDEDAD -ROMA 201 0 sitio. "En Roma, sin embargo, el destino imperial de la ciudad yorga una resonancia particular al tema del retorno a las fuen~ Eseritores y sabios no pueden impedir, cuando la celebran, emezclar la nostalgia de las virtudes olvidadas o la angustia te una decadencia que saben inevitable. Es el caso de Sueto- > (véase, mas abajo, pp. 294-295), de Columela (véase, mas Jas virtudes de la vida natural no son solamente politicas. nen también que ver con los fundamentos mismos de la anicos lugares en los que vemos consagrar figuras de sétiros ‘para apartar los maleficios del mal de ojo". El culto a los fe une al de Priapo para celebrar la fecundidad, también wresada por Flora, diosa de los jardines. paisaje salvaje Si encuentras un bosque en el que se aglomeran viejos Arboles de una altura extraordinaria y cuyas ramas, en pisos de verdor, impiden la vista del cielo, el vigor de este crecimiento silvestre, el misterio del lugar, el espesor continuo de esta sombra en medio del campo, imponen In idea de un poder divino. Una gruta que roe profunda mente la base de un monte y cuya asombrosa amplitud no se debe ala mano de los hombres sino a causas naturales, impregnaré tu espfritu de un sentimiento religioso™. . Grima, Lonmin, ars PUP, 1964 p42. 56. IesJodesronsn, pp. 436-117 202 1.08 JARDINES. La religion de los bosques sagrados se ha identificado siem- pre con la historia de Roma desde los tiempos de Numay de lo que Frazer lama . Habia en la campifia romana lugares misteriosos dejados a su soledad por el trabajo del campesino. Albergaban divinidades vagas a las que no habia que ofender porque velaban por la paz de los campos. Se las veneraba por el temor a los poderes sobrenatu- rales que habian hallado refugio en el silencio de los bosques. Estos bosques sagrados ejercieron tal poder sobre la imagina- cién que Virgilio los canté en la Ereida (véase p. 260) dndoles a consagracién poética suprema, la de la epopeya- Pero las conquistas de Roma favorecian a la vez esta nostalgia de los origenes y el deseo de deseubrir otras c lujo de Oriente y el prestigio intelectual de Grecia no podian dejar de producir sus efectos tanto en la imitacion de los parai- sos persas como en la de las academias atenienses o en el des- arrollo de los cultos érficos. Las transformaciones econémicas, al favorecer el desarrollo de grandes dominios, impulsaban un cosmopolitismo que se acomodaba a las nuevas formas de cul- tura, aquellas que el viejo fondo romano acogia mientras se transformaba. En 146 a.C. se construyé en Roma el primer templo de mar- mol, disefado por un arquitecto griego para Quinto Cecilio Metelo, el conquistador de Macedonia”. El sueito oriental comenzaba a ganarse a los espiritus, tanto mas répidamente cuanto que los romanos, mientras que asimilaban la cultura griega, se volvian hacia el Oriente helénico por el que Alejandro Ia habia difundido ampliamente. En el curso de los afios en que Laculo ereé los jardines a los que permanece ligado su nombre, Auletes se convirtié en rey de Egipto con el apoyo de César, Graso invadié Mesopotamia y las legiones de Pompeyo hicieron su aparicién en el Caucaso, en Siria y en Judea. Roma estaba presente en todos los territorios en que, como hemos visto, grandes civilizaciones habfan creado ya sus jardines. Los genera~ 6 Bi, pa -ANTISDEDAD - ROMA 203 les, que volvian cargados con el botin de Oriente, tenian pues, en su cabeza, visiones de paraisos y en su bolsillo lo necesario para darles forma (véase pp. 199-201) Los primeros grandes jardines aparecieron no solamente en ‘Roma sino también en el Lacio, en Campania y en Lombardia, y tanto en las villas como en las ciudades. Ciertamente eran muy variados en tamafio y estilo, pero testimoniaban un mismo deseo de dar a la casa de campo, ¢ incluso a la vida cotidiana, un verda- dero marco campestre. Cuando un arte nuevo se desarrolla a tal scala, no queda més que hacerle un sitio en el lenguaje introdu- ciendo neologismos. En el siglo XVII los ingleses tomaron del francés el término partere, y en el siglo siguiente fueron ellos los que ofrecieron a los franceses, a modo de intercambio, romantic. Lo mismo ocurrié en Roma. Varrén habla de la mania de , como perisslon por , omithon por o peripteros por ™. Pero el suefio. ‘griego era multiple y el cuerpo romano no cesé de transformarse. 62 P. Grimal, Lejardinsromaing, it, ps 440. 204 10 JaRDINes: JARDINES Y PODER POLITICO Cuando, hacia mediados del siglo 1 a.C., hicieron su apari- cidn no solamente los jardines de Luculo y de Salustio en el Pincio, sino también los de Pompeyo y Escipién en el Campo de Marte y los de Livio Druso, C. Casio y César en la orilla derecha del Tiber, hicieron nacer a la vez la envidia, la curiosi- dad, la reprobacién y esa especie de fascinacién que ejerce algo todavia extraiio pero rico en creaciones potenciales. Como todas las realizaciones piloto, no dejaron de ejercer su influen- cia sobre todo lo que se construia a una escala mas modesta y los moralistas partidarios del ". Siempre a imita~ cién griega, estatuas de estilo helenistico evocaban, junto con otros trofeos, las vietorias de Pompeyo en Oriente. El con- junto estaba regido por proporciones estrictas y su monu- mentalidad teatral conjugaba armoniosamente los jardines y la arquitectura. El éxito estuvo a la medida de esta ambiciosa realizaci6n y pronto la poblacién romana hizo de ella su pri- mer jardin publico. Propercio, poeta de la época de Augusto, recuerda los paseos de su amante Cintia en [el] portico de Pompeyo con las columnas sombreadas, y de los nobles tapices de Atalo y la densa fila de plitanos que nacen iguales, y los raudales de agua que saltan de Marén dormido“', César comprendié enseguida el papel que tales jardines juga~ ban en el imaginario politico de sus compatriotas: puesto que el espacio, el frescor y el verdor se asociaban ya a la vision de Oriente yal prestigio de los generales vencedores, es que los hombres no se movian ya sino por el pan y el circo. Dio a conocer, en conse- cuencia, su intencién de legar sus jardines al pueblo de Roma. Después de la caida de la Republica, los emperadores prosi- guieron con esta politica de prestigio haciéndose ceder jardines ‘que engrandecian para integrarlos en el ornato de la capital. Ins- pirdndose en ejemplos helenisticos y egipcios, colocaban en ellos obras de arte que evocaban los fastos de Oriente. El exotismo y la monumentalidad del decorado, combinados con la idea del 64, Hina te rdusisn de. Crile, Pat, Le Bll Leis, 1985 64 Propereioy Elgas, libro 1, elegant, Atl 1, rey de Pérgumo, habia dejo snus Bienes alos romanos. Hl «Marén dormido® es una estatus de eite personaie, segin In leyenda maestro de Baco. anTioUEDAD - ROMA 207 poder irresistible de Roma, favorecieron un imaginario de la des~ mesura que Nerén Ilevé a su paroxismo alcanzando los limites del suefio. Pero un suefio que se realiza deja de ser tal, y la embria~ guez que produce la desmesura, cuando se concreta no engendra més que enormidades. Ya se habia visto esto cuando Caligula habia hecho construir un circo en los jardines de su madre Agri- pina; o cuando su sucesor, Claudio, fue instigado por Mesalina a apropiarse de los antiguos jardines de Lriculo, posesién entonces de Valerio Asiatico, a quien se oblig6 al suicidio. Menos de diez afios mas tarde fue cuando Nerén organizé sus grandes pucstas en escena: incendio de Roma y persecucién de los cristianos, arrojados a las fieras en el circo construido por Caligula, ereacion, de inmensos jardines de 50 hectareas para unir el Esquilino con. el Palatino y construccién de la Domus Aurea, con la estatua colosal del emperador representado como dios solar. Lo que sabemos de los jardines de Nerén, gracias sobre todo ala descripeién que de ellos nos ha dado Suetonio (ver, mis abajo, pp. 202-203), nos indica que habia hecho crear un . Asi, esta innovacién emprendia ya su camino cuando Roma tenia sus ojos vueltos al Mediterraneo oriental, de donde Pompeyo habia traido, como hemos visto, las estatuas de Pérgamo y las pinturas griegas con las que decoré su célebre portico. Pero los ojos de Roma se volvian también a Egipto, misteriosa puerta de Africa que ejercia un poder atin mas grande sobre la imagi- nacién. Ahora, tal poder tenia los medios para concretarse. 216 0s sanoines. Sabemos que en el 46 a.C. Cleopatra se encontraba en Roma con César y més de un romano se pregunta en qué se convertiria Egipto sise le romanizaba como en otro tiempo los Tolomeos lo habjan helenizado. Cicerén habia viajado a Alejandria en el 75 a.C. y habia buseado alli la tumba de Arquimedes™, sabio al que hace alusién en su correspondencia. Sabia, y con él los intelec- tuales romanos, que la herencia griega habia sido cultivada en esa ciudad por los sucesores de Alejandro, la dinastia de los Tolo- meos, que habfan hecho de Alejandria una urbe cuya fama se extendia a todo el mundo antiguo. Alli se conservaba el recuerdo de los persas, legados en €l momento de la gran expansion de los imperios babilonicos, y, sobre todo, alli se encontraba la vieja, muy vieja, civilizacién del Egipto faraénico, que ejercia sobre los romanos una fascinacién bien comprensible. Gaston Maspéro evocaria este atractivo turistico: Desde la alta antigiiedad las tumbas egipcias eran visibles para los viajeros y los curiosos. [...] Las inscripciones griegas nos informan de que en la época imperial se iba, como en nuestros dias, a Bab-el-Moluk™. Los romanos, que habian hecho de Egipto una especie de protectorado, descubrian, por tanto, en Alejandria una metrépolis en la que las aportaciones griegas y orientales se fundian en la civilizacién del més antiguo imperio conocido. En tiempos de Pompeyo, la ciudad era considerada por Dio- doro Siculo como la primera del mundo gracias a las cons- trucciones de los Tolomeos. En sus proximidades se encontra- ban dos de las Siete Maravillas del mundo antiguo: la piramide de Keops y el célebre Faro cuyos vestigios retinen actualmente nuestros investigadores. No lejos de éste se extendia el subur- bio de Cénopo, cuyo origen mitico se remontaba a la guerra de Troyay asociado en la imaginacién ~Adriano es una prueba 659. ©. Ronan, Hitoire mona ds sencs, trad. del ingles por Clade Bonaffon, Pars Seuil, 1988, p. 145, 70 G. Mapere, «Les peintures des totsbeaux égyptiens ela motnique de Palestrina®, Maas pis par la etion htorqe et plop de Beale de Hosts Eudes, 1878, p. 49. ‘anTiovEDAD- ROMA any de ello~ a las ideas de opulencia y vida fécil. Este vasto con- junto portuario tenia con qué sedueir y deslumbrar. A princi- pios de nuestra era Estrabén describié y . Pero a los intelectuales romanos les atraia otra cosa distinta de Ia arquitectura y los jardines: André Bernand nos dice que los Tolomeos habian querido hacer de Alejandria ”. ‘Tolomeo Soter habia hecho venir a Alejandria a Apeles, el més célebre de los pintores de su época, asf como a Euclides, ilustre tanto en geometria como en éptica. Ambas ciencias se encontra- ban ya a sus anchas en Egipto, donde Tales habia demostrado como calcular la altura de las pirémides midiendo la longitud de su sombra. Continuando la accién de su predecesor, Tolomeo Filadelfo habia fundado la Biblioteca de Alejandria, que contenia més de quinientos mil volimenes, a los cuales César afiadié, como regalo a Cleopatra, los doscientos mil volimenes tomados en Pérgamo. Esta biblioteca formaba parte del Mustin creado por un discipulo de Teofrasto (véase pp. 194-197) y su ambicién era igualar a la Academia y a los gimnasios de Atenas. Trabajaban alli eruditos y sabios que se dedicaban no solamente a la erudicion “la llamada traducci6n de los Setenta de Ia Biblia al griego data de esta época, asi como el establecimiento del orden de las dinastias egipcias llevado a cabo por Manetén— sino también a las ciencias que hoy llamariamos exactas. Fl nombre de la escuela de Alejan- dria esta asociado a numerosos sabios: los fisicos Ctesibio y Estra~ ton, los astronomos Eratéstenes —que dirigié la biblioteca y al que hace alusién Varrén (véase p. 226), Arato, Aristarco y Antilles y Jos mecanicos Filén y Herén, cuyos autématas se animaban bajo el efecto del calor del sol o de la circulaci6n del agua. Este tltimo género de invenciones tuvo un gran éxito en los jardines (véase, en el préximo volumen de esta obra, los apartados dedicados al Islam y al Renacimiento). Pero lo que es quizés adn més impor- tante es el desarrollo continuo que conocié la éptica en el peri- 71 A Bernand, Alondri(a Gronde, Paris, Hachette, 1966, p19, 218 Los saRoines odo que va desde Euclides, 300 afios antes de Cristo, hasta Tolo- meo, en el siglo 11 de nuestra era. Es con este uiltimo aspecto con el que el jardin romano con- trajo una deuda que parece ir més allé del simple préstamo de temas de un sétrapa. Pero hay algo més. Conociendo la considerable influencia que la cultura griega ejer- cia en Roma, no es posible que los romanos ignorasen el esplen- dor que habia alcanzado en suelo egipcio. El hipopétamo en su paisaje nildtico les interesaba, ciertamente, pero también la manera en que estaba pintado. Si admitimos que la 6ptica y la pintura estén ligadas al menos tan estrechamente como los jardi- nes y el paisaje, podemos formular la hipétesis de que la optica de Alejandria jugé un papel en la historia de los jardines romanos Los trabajos de Albert Lejeune” y, mas recientemente, de Gérard Simon” arrojan luz sobre esta cuestion al demostrar que, aun manteniendo ciertas hipétesis sobre la naturaleza de la vision, la Optica conocié transformaciones profundas entre la época de Euclides y la de Tolomeo. Gérard Simon ha demostrado brillan temente que los dos sabios son fieles a la teoria segiin la cual es el ojo el que emite rayos visuales hacia los objetos, que son aleanza- dos por aquellos. Pero la gran diferencia entre ambos est en que Euclides teoriza, a través de la geometria, el recorrido de unos rayos incoloros, mientras que Tolomeo, disefpulo de Aristételes, no concibe a los rayos visuales de otro modo que coloreados por €l contacto con los objetos. Ademés, hace del ojo un érgano sen- sible a la longitud de los rayos que emite. ”*, La percepcién del relieve, que en Euclides no tenia papel alguno, se convierte para Tolomeo en una operacién mediante la cual el ojo palpa una superficie reconociendo, como loos dedos de un ciego, los huecos y las protuberancias; pero a esta sensacin de orden tactil afiade la percepcién de los cambios de colores propios de esta superficie o inducidos por sus irregulari- dades. La construccién del espacio se hace, pues, por la percep- cién de los colores que Tolomeo describe como las del ojo”. Lo que esta teorizando es la perspectiva cromitica tal y ‘como es utilizada en las pinturas del Fayum, que le deben su modelado colorido y su poder expresivo. Aunque esta relacin sea dificil de documentar, aunque se pueda objetar que las obras de ‘Tolomeo son posteriores a la aparicion de este estilo de pintura, se puede admitir que en Alejandria reinaba un clima intelectual que preparé los descubrimientos de Tolomeo y estimulé los intercambios de opiniones entre sabios y artistas. Tales intercam- bios son explicitamente mencionados en la Optica: La distancia puede ser mal apreciada cuando un color claro avanza con respecto a uno hundido. Los pintores utilizan este efecto para sus perspectivas”, Esta claro, pues, que Tolomeo no veia ningiin hiato entre la prictica de los pintores yla percepcién del espacio segtin su con- cepcién de la 6ptica. Ello implicaba que los pintores diversifica- ban su paleta, algo que Plinio el Viejo sefialé lamentindolo”, 74 Bid, p. 88, 75 *Lo que es natural y habitual en Ia mirada es que lo rayosvisuales eaigan purot sobre las coun ..], pero después de una coloracion dejan de ser puros> (Optique, fd. de R. Lejeune, Lovaine, Bibliotheque de TUniversté, 29$6. 11 109) ‘colores inicamente de los blanco, el de Melos; dels ores el sticos de los rojos, el de Sinope y Ponto: de los negror, el eramentin-pintaron aquellas obras inmortales Apelas, Fein, Melantioy Niesmaco, pintoresclebérrimos, eada une de ‘xyos cuadros se wendia por el preci de los teoros decades enters, Pero ahora que Jnvaden las paredes Ins pirpursy qe a India nos reel imo demu ioe In sangre de sus dragonesyclefantes, no hay nada noble que mencionar en el erreno pletico> (Plinio el Viel, Nota Hana, libro XXV, edicisn eatllana de Esperance Tarvege, Phinio, Tatesdellaonedeldrs, Madsid. Vor, 2988, 220 Los saRDINES: pero ello conferia también a la representacién de la naturaleza una importancia muy particular. Mediante el modelado de los, colores, podian hacer aparecer una imagen tenida por real en cuanto que percibida por el haz de rayos oculares. Sus colores abrian los ojos de los romanos a la percepcion del paisaje y es, sin duda, la moda de los pintores griegos lo que explica el gusto de Plinio el Joven por la descripcién de vastos panoramas. Si Teemos la descripcién que sigue, queda claro que los paisajes de los autores del siglo de Augusto o del periodo republicano no hacian gala de una sensibilidad semejante hacia el color: En cuanto al lago mismo, en su orilla derecha aparece cor tado por barrancos y es sinuoso y boscoso; en la izquierda, en cambio, descubierto, herboso y continuo. Al sudoeste el agua es verde a lo largo de la orilla, porque el follaje se extiende sobre las ondas y su sombra recubre las aguas como el agua cubre la arena. Un borde boscoso semejante hace reinar en el este un tinte continuo del mismo género, Las nuevas posibilidades de la pintura —que, recordémoslo, ocupa la mitad del libro xxxv de la Historia Natural de Plinio el Viejo—le permitian , Its, m.° 9, Centre de Recherches Image-Teste- Langage, Universite de Bourgogne. pp. 19-30.

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