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Los Dioses Ciegos

Alzar la mirada al cielo, era sentir su marmóreo peso en los párpados, tornando en gris
los últimos remedos de una reliquia llamada vida. Un craso favor para algo que
semejaba una vieja
baratija, de la cual se
iban desprendiendo sus
frágiles escamas de
oropel. Para todos lo
que vivíamos bajo la
larga sombra de las alas
del ángel, no existía
mayor realidad que su
noche y sus trémulos
destellos; las escamas
titilando en su caída.

Un firmamento viejo y
cansado, ahogándose en
su último exhalo cual cadáver descomponiéndose lentamente bajo la prepotencia de la
luz del sol; una parodia de la vida en el leve movimiento de los gusanos bajo su piel
marchita.

Muchos se preguntaron porqué seguíamos adorando a ese ángel de vestiduras rotas, y


unas alas tan pesadas como los harapos de la miseria humana; yo os lo puedo decir,
pues soy el único que presenció su rostro y todavía tengo la desgracia de seguir en el
reino de los vivos.

Pero no os engañéis; decíroslo sería sentenciar vuestra condena.

Dios me robó los ojos por renegar de lo más sagrado; ¡oh iluso de mí!, que pretendía
descubrir los misterios de la vida…

Y no os equivoquéis, pues mi deseo fue concedido.

Ya el Diablo era amo de mi corazón, pues quien lo relega al valor de una simple
baratija, está ofendiendo a la propia mortalidad. Lo de los ojos fue más sencillo; una
recompensa a mis actos. Quien no necesita de su corazón no merece tener ojos.

Sigo elevando mi rostro, en un sincero ruego a lo más lúgubre del firmamento; pero no
me concede ver mas allá de mis cuencas vacías. A veces soy premiado con la gris
neblina del recuerdo; nunca lo fui con la del olvido.

El cielo es una larga sombra… tan larga, como la soberbia que habita sobre nuestras
cabezas.

Solo hay que alzar la mirada.

Autor: aroint

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