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Los clsicos de la filosofa poltica parecen tener poca relevancia para la accin
del candidato moderno. Habla eso bien de nuestra poltica?
Guillermo Aveledo
@GTAveledo
Si Platn fuese, ya no testigo, sino
candidato a un cargo de eleccin
popular
en
nuestras
modernas
sociedades, acaso repetira muchas de
sus
quejas
sobre
el
rgimen
democrtico ateniense: la inconstancia
de sus lderes, la precariedad de las
opiniones, la deshonestidad de la
discusin pblica, la falsedad de los
argumentos y la apelacin a los
sentimientos ms bsicos. Para el
filsofo, que inicia una milenaria
tradicin, el compromiso poltico sera
intil rodeado de la incapacidad de las
autoridades y la mendacidad de los
habitantes.
Las modernas campaas reforzaran
esas impresiones: lo que atrae al
pblico sobre los consultores polticos,
mercadlogos y encuestadores, son consejos sobre cmo ganar una eleccin
de maneras poco edificantes. Algunos atrevidos declaran que todo es
secundario a la victoria. Las campaas son el momento propicio para la
bsqueda de alianzas expeditas, el despliegue de propaganda y la profusin de
escndalos. Incluso, las normas de tica electoral suelen restringirse a una
homologacin de medios, independientes de los fines que se persigan.
Cuntos polticos no han visto sus carreras fenecer al revelarse aspectos
turbios de la campaa?
Curiosamente, el desdn platnico y el consecuencialismo superficial de
algunos tcnicos, comparten un criterio esencial: las masas son veleidosas, no
se les puede confiar informacin compleja, y pueden ser fcilmente engaadas.
En el fondo, no han superado la prevencin histrica hacia la muchedumbre.
Por fortuna, la poltica democrtica, que informa las mejores campaas,
combina medios y fines: asume la confianza en los individuos y en las