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(A.Rimbaud)
Cuando descenda los Ros impasibles,
no me sent guiado por los sirgadores:
los Pieles Rojas chillones los haban tomado por blancos,
habindolos clavado desnudos en postes de colores.
Me eran indiferentes todas las tripulaciones,
carguero de trigos flamencos o algodones ingleses.
Cuando con mis sirgadores termin ese alboroto,
adonde yo quera ir me dejaron descender los Ros.
En los chapoteos furiosos de las mareas,
yo, el otro invierno, ms sordo que los cerebros de los nios,
corr! Y las Pennsulas desamarradas
no han sufrido caos ms triunfantes.
La tempestad ha bendecido mis despertares martimos.
Ms ligero que un corcho he bailado sobre las olas
a las que llaman rodadoras eternas de vctimas,
diez noches, sin aorar el ojo memo de los faros!
Ms dulce que para los nios la carne de manzanas cidas,
el agua verde penetr en mi cscara de abeto
y de manchas de vinos azules y vmitos me lav,
dispersando timn y rezn.
Y desde entonces, me he baado en el Poema
del Mar, infundido de astros, y casi lechoso,
devorando los azures verdes; flotacin lvida
y arrebatadora, un ahogado pensativo a veces desciende.
Donde, tintando de golpe las azulinas, delirios
y ritmos lentos bajo las rutilancias del da
ms fuerte que el alcohol, ms vastas que nuestras liras,
fermentan las rubicundeces amargas del amor!
Yo conozco los cielos rajndose en relmpagos, y las trombas
y las resacas y las corrientes: yo conozco la tarde,