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‘Say eae Aa Cartruto 10 Hambre, opulencia y moralidad* Cuando escribo esto, en noviembre de 1971, la gente se estd mu- riendo en el este de Bengala por falta de alimentos, de techo y de asis tencia médica. Pero el suftimiento y la muerte que alli se estin produ- ciendo no son inevitables, ni lo son en ningin sentido fatalista del tér, ‘mino. La pobreza endémica, un cieldn y una guerra civil han reducido al menos a nueve millones de personas a la categoria de refugiados in- digentes. Sin embargo, no excede a la capacidad de las naciones ricas elaportar una ayuda suficiente para zeducir a una proporcion minima el sufrimiento futuro. Nuestras decisiones y acciones pueden prevenir este tipo de suftimiento. Pero desgraciadamente, no se, han adoptado, as medidas necesarias, A nivel privado, la gente, con pocas excepcior nes, no ha respondido de manera efectiva a la situacidn. Hablando en té:minos generales, los ciudadanos no han aportado grandes sumas a los fondos de ayuda, no se han preocupado de escribir a sus represen tantes parlamentarios demandando el incremento de la asistencia. gu bernamental, no se han manifestado en las calles, ayunado simbdlica mente o realizado alguna otra accién encaminada a suministrar a los refugiados los medios para satisfacer sus necesidades vitals. A nivel gor bernamental, ningiin gobiemo ha proporcionado el tipo,de ayuda ma siva que habria permitido a los refugiados sobrevivir mis alli de unos * Publicado por primera vez en Philosophy and Public Affairs (1972), pigs. 229243, Tasos Hops Univesity Pes Reimpreso cone pei da joins Hopls 189 pocos dias. Gran Bretaiia, por ejemplo, ha aportado bastante mas que Ja mayoria de los otros paises. Hasta la fecha ha donado una suma de 14.750.000 libras. A efectos comparativos, la aportacisn britinica a los costes a fondo perdido del desarrollo del proyecto anglofrancés del ‘Concorde supera ya los 275.000.000 de libras, y fas estimaciones actua- Tes elevan esa cifia hasta los 440,000,000 de libras. Esto quiere decie que el gobierno britinico valora por encima de treinta veces més el transporte supersénico que la vida de nueve millones de refugiados. Australia es otro pais que, sobre la base de la renta per cépita, esta en Tos primezos lugares dela lista de la «ayuda a Bengala». Su aportacién, sin embargo, no llega a una doceava parte del coste del nuevo teatro de la Opera de Sydney. La cantidad total donada, contando todas las fuentes, est en tomo a los 65 millones de libras. El coste estimado ppara que los refugiados sobrevivan un afto es de 464 millones. En este momento, la mayoria de esas gentes llevan mas de seis meses alojadas ‘en campamentos. E! Banco Mundial ha declarado que India necesita ‘un minimo de 300 millones de libras en asistencia de otros paises an- tes de final de aiio, Parece evidente que no se va a producir un auxilio a.esa escala, India se va a ver forzada a clegir entre dejar que los ref- sgiados mucran de hambre o desviar fondos de st propio programa de desarrollo, lo cual significard que habré més gente entre su propia po- blacin que va a morir de hambre en el futuro!. Estos son los hechos esenciales acerca de 1a actual siuacion ent Bengala. En lo que a nosotros concierne, no hay nada singular en este estado de cosas excepto su magnitud. La situacién de emergencia en Bengala es justamente la tiltima y més aguda de la serie de grandes ca- tastrofes cn distintos lugares del mundo, provocadas tanto por causas naturales como por la mano del hombre. Hay también muchas otras partes del planeta en las que la gente muere de malnutricién y falta de alimentos, con independencia de que se presente cualquier emergencia excepcional. Tomo el ejemplo de Bengala s6lo porque es un problema de hoy y porque la dimensién de la tragedia ha garantizado que se le otorgue la publicidad adecuada. Ni los individuos ni los gobiemos pueden pretender que desconocen lo que esta sucediendo alli 4Cuales son las implicaciones morales de una situacién como ésta? En lo que sigue voy a sostener que el modo de reaccionar de los ciuda- \ Hiabria también una tecere posibilidad: que India entrara en la guerra para que los refuges volvcran as paises. Después de haber esenito este ensayo, esto fr fo que hizo La stuacin no es yaa descrita aqui, pero eso afeca ami argumento, como el pirrafo siguiente indica. 190 ddanos de paises relativamente ricos ante una situacién como la de Ben- gala no tiene la menor justificacién; verdaderamente, nuestro modo de aproximacién a las cuestiones morales en st conjunto —nuestro es- quema conceptual moral— necesita ser modificado, y con éste el modo de vida que nuestra sociedad ha dado por sentado. Al defender esta conclusién, no pretendo, por supuesto, ser moral- mente neutro, Pero trata, sin embargo, de argumentar en favor de la posicisn moral que he adoptado, de manera que todo el que acepte unas determinadas suposiciones iniciales, tendré que aceptar, espero, mi conclusién, Empiezo por el supuesto de que suftiry morir por falta de alimen- tos, de cobijo y de asistencia médica son males intolerables. Creo que la mayoria de la gente estari de acuerdo en esto, aunque cualquiera puede alcanzar la misma verdad por caminos diferentes. No insistiré mas en este punto. Los hombres pueden mantener toda clase de pos turas excéntricas, y quiza para algunos la muerte por inanicién no sea mala en sé misma. Bs dificil, tal vez imposible, refutar semejantes con cepciones; por tanto, y por razones de brevedad, de aqui en adelante daré este supuesto por aceptado. Aquellos que no estén de acuerdo, no necesitan seguir leyendo. ‘Mi siguiente observaci6n es que si esta en nuestras manos evitar que algo malo ocurra sin tener que sacrifcar por ello nada cuya impor tancia moral sea comparable, estamos moralmente obligados a actuar. Con la frase «sin tener que sacrificar nada cuya importancia moral sea comparable» quiero decir sin provocar otra cosa cuya maldad sea com- parable, © hacer algo que sea errSneo en si mismo, o dejar de promo- ver algo moralmente bueno y comparable en magnitud a lo malo que podemos evitar. Este principio parece casi tan indiscutible como el an terior. Sélo nos exige prevenir lo que es malo, y no dejar de propiciar lo que es bueno, y sélo requiere de nosotros tal cosa cuando la pode- mos hacer sin sactificar nada que desde el punto de vista moral sea comparativamente importante. En lo que respecta a la aplicacién de mi razonamiento al caso de la emergencia bengali, podria incluso ma: tizar el argumento hasta que dijera: si podemos evitar que ocurra algo muy malo sin sacrificar por ello nada que tenga importancia moral, ¢ tamos moralmente obligados a hacerlo. Una aplicacién de este prince pio sera la siguiente: si al caminar junto a un estanque poco profundo observo que un nitio se esté ahogando, debo meterme en el estanque ¥y sacar al nifio; esta accién hari que mi ropa se lene de barro, pero e50 191 es insignificante, mientras que la muerte del nifio seria con seguridad algo espantoso. La apariencia incontrovertible de este principio es engafiosa. Si se Jo aceptara como via para la acci6n, incluso en su versin matizada, nuestras vidas, nuestra sociedad y nuestro mundo experimentarian tuna modificacién fundamental. Porque, en primer lugar, el principio no tiene en cuenta la proximidad o la distancia. No establece ningu: na distincion moral por el hecho de que la persona a la que ayudo sea el hijo del vecino que vive a 10 metros de mi casa o un nifio bengali cuyo nombre no sabré nunca y que se encuentra a 15.000 kilometros dde distancia. En segundo lugar, el principio no diferencia entre los ca- 50s en los que soy la tinica persona que podria hacer algo y los casos en los que soy justamente tino entre millones de personas en la mis- sma situacién. No ereo que sea necesario decir mucho mis en defensa de la idea de que no se han de tomar en consideracidn la proximidad y la distan- cia. El hecho de que una persona esté fisicamente cerca de nosotros, por lo cual tenemos contacio personal con ella, puede acer mis pro bable que la ayudemos, pero eso no muestra que debumos ayudarle mas ‘ella que a otra que sc encuentre mucho mis lejos. Si aceptamos los principios de imparcialidad, universalidad, igualdad 0 cualquier otro de este tipo, no podremos discriminar a alguien meramente porque ‘esté lejos de nosotros (0 nosotros lejos de él}. Ciertamente, es posible ‘que estemos en mejor situacién para juzgar lo que es necesario hacer para ayudar a tuna persona que esti préxima que a una que est aleja a, y quizd tambien para aportar fa asistencia que juzguemios necesaria, ‘Si éste fuera el caso, habria sido una raz6n para ayudar en primer lugar alo que se encontraban cerca de nosotros. Y ésa pudo haber sido an: tiguamente la justificacién de preocuparse mas por los pobres de nues tro propio entomo que por las victimas del hambre en la India, Pers desgraciadamente para aquellos que se sienten inclinados a reducie a ‘minimo sus responsabilidades morales, las comunicaciones instanté- reas y la rapidez de los transportes han cambiado totalmente la situa cién. Desde el punto de vista moral, la transformacién del mundo en tuna waldea global» ha generado una diferencia importante, aunque aiin no reconocida, en nuestro panorama moral. Los observadores y super visores expertos enviados por las organizaciones que luchan contra el hambre, o los que estan permanentemente instalados en areas de ver- dadera hambruna, pueden canalizar nuestra ayuda a un refugiado en Bengala de forma casi tan eficaz como nosotros mismos podriamos hacerlo con alguien que viviese en nuestro propio edificio. No parece 192 a que pudiera haber entonces ninguna justificacién posible para diseri sminar por razones yeogrificas Tal vez sea muis necesario defender la segunda consecuencia de mi principio: que el hecho de que haya millones de personas en mi mis- ta posicién respecto a los refugiados de Bengals, no hace que la situa ‘cin sea significativamente diferente de otra en la que yo sea la unica persona que puede evitar que ocurra algo terrible. Nuevamente admi- to, por supuesto, que hay una diferencia psicoldgica entre los dos 05; uno se siente menos culpable por no hacer nada si puede senalar 2 otfos, igualmente situados, que tampoco lo hacen. Pero esto no in troduce ninguna diferencia’ real en nuestras obligaciones morales’ {Webs considerar que estoy menos obligado a sacar del estanque al nifio cuando al mirar a mi alrededor veo a otras personas, no ms ale jadas que yo, que también han advertido al niio pero que no hacen. nada? Basta con plantearse a uno mismo esta pregunta para ver el ab surdo de que los niimeros atentéen [a obligacién. Es una posicién que aporta la excusa ideal para la inaccién; desgraciadamente, la mayoria de los males importantes que asolan a la humanidad —pobreza, super poblacidn, polucién— son problemas en los que todo el mundo esta implicado casi por igual. Ta idea de que los ntimeros introducen una diferencia podria'con- verre en plausible si se formulara del siguiente modo: si todo el mundo en eircanstanciss como Lx mia diera cinco libras alFonda de Ayada dde Bengala, habria suficiente para provecr de alimentos, alojamiento yasistencia médica a los refugiados; no hay ninguna razén por la que yo deba dar mas que otros que estén en las mismas circunstancias que yo; por tanto, no tengo obligacién de dar mis de cinco fibras. Cada premisa de este argumento es verdadera, vel razonamiento pi rece consistente. Podria convencemos si no reparisemos en. que «std basado en una premisa hipotética y que la conclusidn no esta estable cida hipotéticamente. E] argumento seria consistente si la conclusi6n, fuera ésta: si todo el mundo en circunstancias como la mia diera cin: 2 En vista del especial sentido que los fl6sofos le dan con frecuencia al término, debo deci que uso sobligaciSn» simplemente como nombre absiracto derivado de eben, de suerte que la fase yo tengo obligacién dee significa sencilamente «yo deb. {ste uso esti de acuerdo con la definicin de wdebee- del diccionari: «vetbo que expe sa Geber w obligation. Creo que del mode en que utiliza ete témino no se desprence Ta idea de sustancia alguna; las oraciones en las que utliz el término posta ser reee cttasigualments como oraciones en las cuales la liusula vdebes reemaplcara al témic 10 sbiigaci, 193 co libras, yo no tendsfa obligacién de dar més de cinco. Sin embargo, si la conclusion se hubiera establecido asi, seria evidente que el argu mento no tendria aplicacion en una situacién en la que no todo el mundo diera cinco libras. Y ésta es, por cierto, la situaci6n real. Es mas (© menos seguro que no todo el mundo en circunstancias como la mia daria esa cantidad. Por tanto, no habria suficiente para aportar el alimento, el alojamiento y la asistencia médica que son necesarios. ‘Asi pues, si yo diera mas de cinco libras alivianfa mas suftimiento que dando s6lo cinco. ‘Cabrfa pensar que este argumento tiene una consecuencia absurda, Puesto que al parccer la situacién es tal que muy poca gente parece estat ispuesta a dar cantidades sustanciales, se sigue que yo, y cualquier otro ‘en similares circunstancias, debo aportar tanto como me sea posible, es decir, hasta aleanzar el punto a partir del cual entregar més empezatia 2 causarme serios suffimientos a mi mismo y a los que de mi dependen quiz’ incluso més alli de este punto y hasta llegar 2 nivel de la util dad marginal, momento en el cual seguir dando nos causaria a nosotros mismos y a los que de nosotros dependen tanto suffimiento como el ‘que quisiéramos aliviar en Bengala. Sin embargo, si todo el mundo se comportara asi habria més de lo que podia set usado para beneficiara los refusgiados, y part del sacrficio habia sido innecesario. As{ pues, sitodo el mundo hiciera fo que debia hacer, el resultado no seria tan bueno ‘como si todo ef mundo hiciera un poco ureuus Uc lo que debe, o si dni- ‘amente algunos hacen todo fo que estin obligados a hacer. sta paradoja sGlo surge cuando asumimos que Jas acciones ea cuestion enviar dincto a los fondos de ayuda— son realizadas de ‘manera més o menos simultdnea, y son también inesperadas. Y es que si se espera que todo el mundo va a contribuir con algo, entonces es claro que uno se sentiria obligado a dar tanto como pensaba dar si los ‘otros no hubieran donado también. ¥ si no todo el mundo actia ala ‘vez, entonces aquellos que dan después sabrin qué cantidad se neces: ta, y no tendrin obligacién de dar mas de lo necesario para aleanzar esa cantidad, Decir esto no significa negar el principio de que la gente cen idénticas circunstancias tenga las mismas obligaciones, sino sefalar que el hecho de que otros han dado, o puede esperarse que den, es una ircunstancias relevante: los que dan después de haber sabido que mw ‘hos otros han dado y fos que dan antes de que se eonozca ese hecho, no estin en igualdad de condiciones. Ast pues, las consecuencias aps rentemente absurdas del principio que acabo de enunciar sélo pueden darse si las gentes estan cquivocadas respecto de las circunstancias pre sentes —es decir, i creen que estin donando cuando los otros no, 194 pero de hecho estin entregando su dinero cuando los demas también fo hacen. El resultado de que todo e! mundo haga fo que realmente de beria hacer no puede ser peor que el resultado de que cada cual haga menos de lo que debe, aunque si podria serlo el resultado de que cada cual hiciese lo que razonablemente creia que debia hacer. Si este argumento ha sido consistente, ni nuestra distancia de un imal evitable ni el nimero de personas que, con respecto a ese mal, es tan en la misma situacién que nosotros, atentan nuestra obligacién de mitigar o prevenir esa desgracia. Por tanto, voy a dar por establecido el principio que afirmé anteriormente. Como ya he dicho, slo es nece- sario afirmarlo en su forma cualificada: si esté en nuestro poder la ca pacidad de evitar que ocurra algo muy grave, sin sactficar por ello nada que sea mioralmente significativo, estamos moralmente obligados 2 intervenir La conclusion de este argumento es que nuestras categorias mora- les tradicionales estan obsoletas. La distincidn tradicional entre deber y caridad no es ya aplicable, o al menos no en el lugar en el que nor malmente la establecernos. Dar dinero al Fondo de Ayuda a Bengala es considerado como un acto de caridad en nuestra sociedad. Las institue ciones que recolectan dinero se conocen como «organizaciones de ca- ridad>. Estas instituciones se ven a sf mismas de este modo —si les en- vviamos un cheque, nos dan las gracias por nuestra «generosidad», Pues- to que dar dinero es considerado como un acto de caridad, no se piensa que haya nada malo en no darlo. Bl individuo caritativo puede ser alabado, pero el que no lo es no es condenado. La gente no se sien- te en modo alguno avergonzada © culpable cuando se gasta su dinero en ropa nueva o en un coche nuevo en vez de darlo para paliar el ham- bre. (En realidad, esta alternativa no se le ocusre siquiera), Este modo de contemplar la cuestién no tiene justificacién alguna. Cuando nos ‘compramos ropa nueva no para resguardamnos del fiio sino para apa- recer «bien vestidos», no estamos satisfaciendo ninguna necesidad im- portante. No estariamos sacrificando nada importante si continudra- mos llevando nuestra ropa vieja y digramos ese dinero para aliviar el hambre del mundo. Obrando asi, evitariamos que una persona murie- rade inanicién. De lo que acabo de decir se sigue que debemos donar dinero antes que gastarlo en ropa que no necesitamos para proteger nos del frio. Hacer esto no es algo caritativo o generoso. Ni tampoco es el tipo de acto que los fildsofos y tedlogos han llamado «supereroga- torio» —un acto que seria bueno hacer, pero que no es erréneo dejar de hacerlo, Por el contrario, debemos donar ese dinero, y es malo no hacerlo, 195 No estoy manteniendo que no haya actos que sean catitativos, 0 que no haya actos que seria bueno hacer pero que no es erréneo dejar de hacerlos, Tal vez seria conveniente trazar de nuevo la distincidn en: tre deber y caridad de alguna otra manera, Todo fo que estoy diciendo aqui es que ya no puede admititse que se presente como un acto de ca: fidad el hecho de que un individuo con el nivel de riqueza propio de una buena parte de los ciudadanos de los «paises desarrollados», done una cierta cantidad de dinero para salvar 2 alguien del hambre. Excede a los objetivos de mi argumento considerar si habria que elaborar una nueva distincién entre deber y caridad o abolila por completo. Fabria ‘muchos otros modos posibles de marcar la diferencia; por ejemplo, cx bria decidir que es bueno hacer a los demés tan felices como sea posi ble, pero que no es malo dejar de hacerlo. Pese a la naturaleza limitada de la revisidn que estoy proponien- do de nuestro esquema moral conceptual, esta revisién tendria impli caciones radicales dadas las dimensiones de la ciqueza y la pobreza enel mundo actual. Estas implicaciones podtian dar lugar a otras ob. jeciones distintas a las que ya he considerado. Voy a analizar dos de clas. ; Una objecién a la posicién que yo he adoptado podria consistiz simplemente en decir que lo que yo propongo es una revision dema: siado dristica de nuestro esquema moral. Las gentes no suelen juzgar de ordinario tal como yo sugiero que deberian hacerlo. La mayoria re: serva su condena moral para aquellos que violan alguna norma moral, como la que prohibe apropiarse de lo ajeno, por ejemplo. La gente no: ‘condena alos que se permiten lujos en lugar de ayudar aaliviar el ham bre. Pero puesto que mi intencién no es presentar una descripcién mo: ralmente neutra del modo en que la gente se forma sus juicios mora Jes, el modo en que la gente juzgue éticamente de hecho no afecta « la validez de mi conclusion. Esta conclusiéa se sigue del principio que antes fue establevido, y a menos que ese principio sea rechazado (0 se demucstre que los argumentos exhibidos son inconsistentes, ‘creo que la conclusién tiene que ser mantenida, por extrafia que pue+ da parecer. i En todo caso, pod ser interesante considerar por qué esta socie: dad nuestra, y a mayoria de las otras sociedades, juzgan de modo dis tinto al que yo he sugerido. En un atticulo muy conocido, J. O. Ur son sugiere que los imperativos de deber, que nos dicen lo que debe- ‘mos hacer, como algo distinto a lo-que seria bueno hacer pero no ‘emdneo dejar de hacer, operan como si prohibiesen comportamientos ‘que son intolerables cuando los hombres tienen que vivir en socie* 196 dad?, Este mecanismo podria explicar el origen y la persistencia conti- ruada de la actual divisin entre actos de deber y actos de caridad. Las actitudes morales estin configuradas por las necesidades de la socie- dad, y no hay duda de que la sociedad necesita gente que observe las reglas que hacen tolerable la existencia social. Desde el punto de vista de una sociedad particular, es esencial prevenir las violaciones de las nnormas contra del asesinato, el robo y cosas parecidas. Sin embargo, no es en modo alguno esencial ayudar a la gente que se encuentra fue- rade nuestra propia sociedad. ‘Aunque esto pueda ser una explicacién de nuestra comiin distin: ion entre deber y supererogacidn, no es, sin embargo, una justficar ion de ella, La actitud moral nos exige mirar mis allé de fos intereses de nuestra propia sociedad. Como ya dije antes, esta actitud pudo ser imposible en tiempos pasados, pero no lo es ahora. Desde el punto de vista moral, prevenir la muerte por inanicién de millones de personas ajenas a nuestra sociedad, debe ser considerada al menos tan necesaria ¥y urgente como la defensa de las leyes que protegen la propiedad den- tro de nuestra sociedad. Algunos autores, entre ellos Sidgwick y Urmson, han sostenido que es necesario disponer de un cédigo moral basico que no exceda demasiado a las capacidades del hombre comin, porque de otro modo se daria un incumplimiento generalizado del eédigo moral. Dir cho crudamente, este argumento indica que si ley decimus a las geutes due deben abstenerse de asesinar, y entregar en cambio todo lo que realmente no necesiten para aliviar el hambre, no hacén ni una cosa ni otra; mientras que si les decimos que deben abstenerse de matar y que es bueno que donen algo para ayudar a la lucha contra el hambre pero que no cs erréneo no hacerlo, al menos se abstendrin de matar. La pre- guna a plantear seria entonces: ‘Donde deberiamos trazar la linea en- tre la conducta obligatoria y la que es buena pero no obligatoria, para obtener de esa forma el mejor resultado posible? Esta parece ser una cuestién empirica, aunque muy dificil. Una objecién a la linea de ar sgumentacion de Sidgwick-Urmson es que no tiene suficientemente en ‘cuenta ol efecto que los patrones morales pueden tener sobre las deci siones que adoptamos. Dada una sociedad en la que un individuo rico ‘que entrega el 54 de sus ingresos ala lucha contra el hamlbre es consi 2 ).O, Urmion, sSaints and Heroes, en Essays in Moral Philosophy, ed. Abrabar 1. Mekden, Settle y Londres, 1958, pfg, 214. Para una concepeién relacionada pero sig nilicatvamente diferent, véase tamnién Henry Sidgwick, Tbe Wetbods of Ets, 74 ey Londres, 1907, plys. 220221, 492-493. 197 derado maximamente generoso, no seria sorprendente que la propues- ta de una normativa que nos obligase a donar la mitad de nuestros in- sgresos futera calificada de absurdamente irreal. En una sociedad en la {que se estableciera que nadie pudiera tener mis de lo necesario mien- tras hubiera otros que tuviesen menos de lo que necesitan, tal propues- ta podria parecer mezquina. Creo que lo que 2 un hombre le es posi- ble hacer y lo que probablemente hace son conductas que estin muy influidas por lo que hace la gente que rodea a este hombre y por lo que ésta espera de él. En cualquier caso, la posibilidad de que por difundir fa idea de que debemos hacer mucho més de lo que hacemos para ali: viar el hambre del mundo vayamos a provocar una quiebra global del comportamiento moral, parece bastante remota. Si fo que esta en jue go es acabar con la hambruna generalizada, merece la pena correr ese riesgo. Finalmente, convendria insistir en que todas estas consideracio nies son televantes s6lo para la cuestion de lo que podemos exigir alos demis, y no para lo que nosotros mismos debemos haces. La segunda objecidn a mi ataque contra la presente distincién en: tre deber y caridad es una que de tiempo en tiempo se le plantea al uti litarismo. De algunas formas de la teorla utlitarsta se sigue que todos tenemos la obligacidn moral de dedicar todo nuestro tiempo a elevar la proporcién de felicidad por encima de la de la miseria. La posicién {que yo he adoptado aqui no Hlevaria a esa conclusién en todas las cir ‘cunstancias, pucs si no ocurrieran desgracias que pudieramos evitar sin sacrficar algo de importancia moral comparzble, mi argumento no ten dria aplicacion. Sin embargo, dadas las condiciones actuales en muchas pattes del mundo, de mi razonamiento s se infiere que tenemos la obli- gacin moral de trabajar a tiempo completo para aliviar el tipo de sufti- ‘mientos que causan el hambre y otros desastes, Pueden aducise, por st puesto, circunstancias que mitiguen esta obligacién —por ejemplo, que Sinos agotamos a causa de un trabajo excesivo, nuestra eficacia sera me nor de lo que seria en caso contratio, Sin embargo, cuando han sido te nidas en cuenta todas estas consideraciones, la conclusion sigue siendo vilida: debemos evitar tanto suffimiento como sea posible sin sacificar algo que sea de importancia moral equiparable. Esta es una conclusién. capaz. de provocar un rechazo por nuestra parte. Pero, sin embargo, no aleanzo a ver por qué debe ser considerada como una critica a la posi- ‘cidn que yo estoy defendiendo, y no en cambio como una censura a nuestros patrones ordinarios de comportamiento. Puesto que la mayoria de la gente es egoista en algin grado, probablemente seremos muy po- cos los que hagamos todo lo que debemos hacer. Sin embargo, no seria honesto aducir esto camo evidencia de que no debemos hacerlo. 198 | 4 Con todo, aiin cabria pensar que mis conclusiones son tan escan- dalosamente ajenas a fo que todo el mundo piensa y ha pensado siem- pre, que debe haber un error en algiin tramo del razonamiento. Para mostrar que mis conclusiones, aunque ciertamente contratias a los contemporaneos patrones morales de Occictente, no habrian parecido tan extraiias en otros tiempos y lugares, me gustaria citar un pasaje de un escritor, Tomas de Aquino, que no es normalmente tenido por un radical estrambético. ‘Ahora bien: segin el orden natural instituido por la divina provideneia, los bienes materiales estin ordenados a la satisfac idn de las necesidades de los hombres. Por consiguiente, la divi sion y la apropiacidn de los bienes, que procede del derecho bu ‘mano, no han de impedir que esas mismas cosas atiendan a la sa: tisfaceidn de la necesidad que tiene el hombre de tales bienes. Por esta raz6n, los bienes superfluos que algunas personas poseen, son debides por derecho natural al sostenimiento de los pobres, pot lo ccual Ambrosio yen el Decreto se consigné también, dice: de los hambrientos es el pan que ti tenes; dé los desnudos, as ropas que tii almacenas; yes redencion y libertad de los desgraiados el dinero ‘que ti escondes en la terran’ En lo que queda de este ensayo, voy a considerar algunos. argu mentos, mds pricticos que filoséficos, que son relevantes pars la apli. cacién de la conclusién moral que hemos alcanzado. Estos argumen- tos no cuestionan la tesis de que debemos hacer todo lo posible para evitar el hambre, sino la idea de que entregar grandes sumas de dinero es el mejor medio para tal fin. [En ocasiones se dice que la ayuda intemacional debe ser asunto de los gobiernos, y que, por tanto, no se deben aportar donaciones a las organizaciones privadas con fines benéficos. La donacién privada, se afirma, facilita que el gobierno y los miembros no contribuyentes de la sociedad evadan sus responsabilidades, En este razonamiento parece asuminse que cuanto mayor sea el nd ‘mero de individuos que donen privadamente a los fondos para erradit car el hambre, menos probable es que el gobierno asuma la responsa bilidad completa de esa ayuda, Este supuesto no esti fundamentado y no me parece plausible en modo alguno. La postura opuesta—que si nadie aporta nada voluntariamente, ef gobierno asumira que a sus ciu- * Tomis de Aquino, Suma Tega IT, Cucstion 66, Arcculo 7, Madsid B.A.C. 199 dadanos no les interesa paliar el hambre y no quieren ser forzados a ayudar parecen mis fiundamentada. En cualquier caso, a menos que hhubiera una probabilidad definida de que el hecho de que el individuo se negase a donar propiciaria una ayuda gubernamental masiva, la gen- te que no aporta voluntariamente esti negindose a evitar una cierta cantidad de suftimiento, sin que por ello sea capaz de indicar ninguna ‘consecuencia benéfica tangible de su negativa. Por tanto, la carga de la prueba de que su rechazo provocaria una accién gubemamental co- iresponde a los que se niegan a contribuir, 'No pretendo, desde luego, entrar aqui en la discusién de sila apor tacién de los yodiernos de las naciones ricas para uma ayuda genuina y sin contrapartidas debiera ser mucho mayor que la que actualmente oftecen. Tambien estoy de acuerdo en que dar privadamente no ¢3 st- ficiente y que debemos militar activamente en favor de nuevos mode los de contribucin tanto piblica como privada en la lucha contra el hhambre. Estaria sin duda del lado de quien pensase que esa campatia es més importante que ¢l propio hecho de que uno done, aunque dudo que fuera efectivo predicar lo que uno no practica. Desgraciada- ‘mente, para mucha gente la idea de que dar «es la responsabilidad del gobierno» constituye una razén para abstenerse de hacerlo que no par rece entrafiar tampoco ninglin riesgo politico. ‘Otra razén mis seria para no contribuir a la ucha contra el ham bre es que hasta tanto no haya un control demogrifico efectivo, paliar simplemente el hamibre enclémica no hace sino posponer la misma plaga. Si ahora salvamos a los refugiados bengalies, otos, quizé los hi- jos de estos refugiados, volverin a enffentarse con al hambre en un pla- zo corto de tiempo. En apoyo de esta tesis podrian citarse los hechos ahora bien conocidos de la explosion demogrifica y del alcance relat vamente limitado que tiene el aumento de la produccién. Este argumento, al igual que cl anterior, ha sido exgrimido contra el alivio del suftimiento del momento presente basindose en una ‘creencia sobte Jo que podria ocurriren el futuro; la diferencia de este razonamiento con el anterior esta en que ahora se puede aducir una evidencia realmente concluyente para apoyar tal creencia sobre el fiutu- 10. No voy a detenerme mis en ellos. Acepto que la Tierra no puede soportar indefinidamente una poblacion que crece al ritmo actual Esto plantea sin duda un serio problema a todo el que piense que es importante evitar el hambre. Sin embargo, se podria aceptar nucva- mente el argumento sin extraer la conclusion que absuelve a uno de la bligacién de hacer algo para prevenir el hambre. La conclusion a ex traer podria ser que el mejor medio para prevenir el hambre a largo pla 200 SB kena Z 20 ¢s el control demogrifico. De la posicién anteriormente alcanza da, se seguirla que se debe hacer todo lo posible para promover el control de la poblacién (a menos que se pensara que todas las formas de control demogrifico son malas en si, o que tienen consecuencias significativamente dafiinas). Puesto que hay organizaciones que trax bajan especificamente en favor del control demogritico, seria bueno apoyarlas a ellas mejor que a los métodos mis ortodoxos de prevenir el hambre. Un tercer argumento sugerido por la conclusién anterior se refiere ala cuestidn de la cantidad que debemos aportar. Una posibilidad que ya ha sido mencionada es que estamos obligados a donar hasta alcan- zar el nivel de la utlidad marginal es decir, el nivel a panir del cual dando més me causaria, a mi y a los que dependen de mf, mds suf ‘miento del que evitaria mediante mi donativo. Esta exigencia implica- ria sin duda que debesiamos llevar muestras condiciones materiales de existencia a niveles muy préximos a los afrontados por el refugiado bengali. Deberd recordarse que anteriormente propuse tanto una ver sidn fuerte como una moderada del principio que nos exige evita las catistrofes. La primera version, que requiere de nosotros que evitemos que ocurran dafios a no ser que al hacerlo sacrificiramos algo de im- portancia moral comparable, parece exigir que actuemos hasta el pun toen el que aleanzamos la utiidad marginal. Debo decir también que «esta version es la que me parece correcta. He propuesto también la mis modlerada —que afirma que debemos evitar los dafios a no ser que al hacerlo tengamos que sacrificar algo moralmente significativo— sola- ‘mente para mostrar que incluso para actuar bajo este principio, cier- tamente incontrovertible, serfa necesario un enorme cambio en nues tro modo de vida. Puede que de la mixima més moderada no se siga que debamos actuar hasta alcanzar el nivel de la utiidad marginal, pues seria posible sostener que alcanzar ese nivel, para uno mismo y para la propia familia, supondria hacer que algo significativamente alo ocurriera. No voy a discutir si éste es el ea80, puesto que, como ya he dicho, no veo una buena razén para abrazat la versién madera ia del principio y no la fuerce. Sin embargo, incluso aceptando el prin- cipio sdlo en su forma moderada, es claro que tendrlamos que entre- gar bastante para asi lograr que la sociedad de consumo, dependiente ‘como es de que la gente gaste en trivialidades en lugar de ayudar a pa- liar el hambre, fuera retrocediendo ¢ incluso llegara a desaparecer por completo. Hay varias razones por las que esta situacién seria de por si deseable. El valoryy la necesidad del crecimiento econémico estin aho- 1m bajo sospecha no slo por los conservacionistas, sino también por 201 Jos economistas*, No hay duda tampoco de que la sociedad de consu- mo ha tenido un efecto distorsionador sobre los fines y propésitos de sus miembros. Pero contemplando la cuestién purameate desde el punto de vista de la ayuda internacional, tiene que haber un limite del nivel al que estamos obligados a rebajar deliberadamente nuestra eco- nomia, pues podria ocurrir que si entregiramos, por ejemplo, el 40% de nuestro Producto Nacional Bruto debilitariamos tanto la economia, que en términos absolutos estariamos aportando menos que si diéra- mos el 259% de un Producto Nacional Bruto mucho mayor, que es el que tendriamos si limitdramos nuestra contribucién a este porcentaje menor. Hago aqui alusién a este hecho s6lo a titulo de indicacién del tipo de factor que habria que tener en cuenta al elaborar un ideal, En la me dida en que las sociedades occidentales generalmente consideran que 1 1% del PNB es un nivel aceptable de ayuda internacional, la cues tién es enteramente académica. Tarmpoco afecta a la pregunta acerca de cuanto debe dar un individuo en una sociedad en la que muy po cos donan cantidades sustanciales. En ocasiones se afirma, aunque ahora con menor frecuencia que cen el pasado, que los flésofos no desempefian un papel especial en les asuntos piblicos puesto que muchas de esas cuestiones dependen principalmente de la evaluacién de hechos. También se dice que sobre las cuestiones de hecho, fos filosofos como tales no tienen ningun co- nocimiento especial, y que, por tanto, es posible comprometerse con a filosofia sin estar obligado a adoptar ninguna postura sobre los asun- tos piiblicos importantes. Hay, sin duda, algunos asuntos de politica social y de politica internacional que requieren una evaluacién exper ta de los hechos antes de poder tomar partido o de actuas, pexo la cues tién del hambre no es seguramente uno de ellos, Los hechos acerca de la existencia del sufrimiento son incontrovertibles. Tampoco creo que sea discutible que podamos hacer algo al respecto, bien recurtiendo a los métodos ortodoxos para aliviar el hambre, bien mediante el con trol demogrifico, o bien por una combinacién de los dos. Este es, por tanto, un tema en el que los fildsofos son competentes para adoptar una postura. La cuestibn atafie a todo aquel que tenga mis dinero del {que necesita para si mismo y para los que de él dependen, o a quien se encuentra en situacién de poder desencadenar algiin tipo de acciéa * Véase, por ejemplo, John Kenneth Galbraith, Bf mevo cdo dra tral. M. Sa istin, Barcelona, Anel, 1984; y EJ. Mishan, The Cas of Economic Growth, Londees, 1967. 202 politica, Estas categorias deben ineluir pricticamente a todos los profe- sores y estudiantes de filosofia en las universidades del mundo occi- dentai. Si 1a filosofia ha de ocuparse de problemas que son relevantes tanto para los profesores como para los alumnos, es una cuestién que los fildsofos dleberian discutir. Sin embargo, la mera discusién no seria suficiente. {Qué objeto tendria vincular la filosofia con los asuntos puiblicos (y personales) si ‘no nos tomiéramos en serio nuestras conclusiones? Tomérselas en serio significa en este contexto actuar de acuerdo con elas, Al fildsofo no le resulta ms ficil que a los demas cambiar sus actitudes y modo de vida siguicndo las exigencias de las conclusiones que haya alcanzado. Pero, como minimo, debe intentarlo. El filbsofo que lo haga tendri que sa-

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