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El restaurador y la madonnina della creazione
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Salvador Bayona
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El restaurador y la madonnina della creazione
antes de asegurar la caja a los herrajes, Phillip insistió en que fuera Lohse
quien diera el conforme.
Sin embargo el joven no quiso interrumpir el protocolo de lectura y
firma y no inspeccionó la tabla y su embalaje hasta que hubo finalizado la
firma de los documentos. Aquello les dejaba prácticamente sin margen de
maniobra para recuperar la pieza, así que Phillip creyó su obligación hacer
una seña a Scarampa, pero éste ni tan siquiera estaba pendiente de él. Sabía
muy bien, sin embargo, lo que debía de hacer.
- Todo conforme. Ya podemos irnos –dijo Lohse cerrando el último
pasador de la caja-.
- De ninguna manera. El acuerdo no se hace firme hasta que ambas
partes comparten un buen trago de licor.
Lohse le preguntó con la mirada y el príncipe asintió con la cabeza,
aliviado por la intervención de Scarampa.
- Así se hacen las cosas en la provincia de Como. Pero, si quiere que le
diga la verdad, es una costumbre muy placentera, y más en casa de
Don Beppo Scarampa, quien fabrica uno de los orujos más
imponentes yo diría que de toda Italia. Vaya usted, y no se preocupe
que aquí quedamos Michael, Franz y yo mismo.
- En ese caso, bebamos y partamos cuanto antes.
Phillip sabía que a partir de aquel momento cada segundo resultaba
de vital importancia, de modo que cuando aún no habían cerrado la puerta
él ya sacaba de la caja de su vehículo una vieja maleta y la llevaba al camión.
Los dos soldados acababan de encender un cigarrillo y permanecían
apoyados en la parte trasera. Mientras arrastraba el pesado bulto hacia ellos
Phillip cayó en la cuenta que ni la calidad de la maleta ni su estado, más bien
ajado, se correspondían con un hombre de su categoría, y, por un instante,
estuvo a punto de rezar para que ni Franz ni Michael encontraran aquello
sospechoso. Éste se adelantó y tomó la maleta de sus manos.
- Déjeme, por favor, yo la subiré al camión –dijo, alzándola hasta el
suelo de la caja de carga- ¡Cielo santo!, ¿Qué ha puesto en la maleta?
¿Las piedras del coliseo?
- ¡Pero qué golfos sois!, ¡no se os escapa ni una! –intervino Phillip con
rapidez ante el asombro de sus dos interlocutores, que no habían
oído nunca al príncipe hablar con aquella familiaridad-. Si supieran
de vuestro olfato os trasladarían a aduanas inmediatamente.
Con movimientos suaves pero rápidos inclinó la maleta, ya en el
interior de la caja del camión, y la entreabrió de forma que su contenido
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quedara oculto a los dos militares, para extraer la botella que había colocado
previamente en su interior.
- Son solo algunos... recuerdos de Italia, pero esta botella...
seguramente tendría que compartirla en Berlín con alguno de esos
burócratas estirados, ya sabéis lo que quiero decir... pero ¡qué
demonios!, si ha de ser bebida, no encuentro a nadie mejor con
quien compartirla que con vosotros, quiero decir, si me concedéis el
placer de vuestra compañía bajo aquella morera.
- ¡Es White Label! –exclamaron los dos al unísono-, ¡Por supuesto que
le acompañamos!
Phillip caminó con ellos hasta la morera, distante apenas veinte
metros, intercambiando sonoras frases de aprobación y monopolizando su
atención como sólo él sabía hacerlo. Era consciente que la distracción de los
dos borrachines resultaba imprescindible para que los hombres de Scarampa
se hicieran de nuevo con la tabla, de manera que tuvo buen cuidado de
disponer a los dos hombres de espaldas al camión sin abandonar por un
instante su locuacidad y toda la socarronería de que era capaz. Un par de
minutos más tarde, cuando alcanzó a ver la sombra de tres hombres
cargando con la tabla deslizándose tras el vehículo se concentró en conseguir
que Franz y Michael liquidaran el dorado contenido de la botella, cosa que
no le costó demasiado trabajo.
Bien pasada ya la medianoche Lohse esperaba, subido al viejo
citröen, que Franz y Michael acabaran de poner en marcha el camión y éstos,
dentro de la cabina, esperaban a su vez que Phillip, asomado a su parte
trasera, recogiera un objeto personal que, según les había dicho, había
olvidado recoger del interior de la maleta.
- Espero que nos volvamos a ver pronto –dijo Lohse estrechando su
mano a través de la ventanilla cuando se acercó al citröen- ¿sabe una
cosa, príncipe? debo reconocer que yo también me equivoqué con
respecto a usted. Sé que sólo ha cumplido con su obligación y que
esto no es razón para el mérito, sin embargo sepa que informaré
favorablemente de su trabajo y actitud.
- Estamos empatados, entonces. Hasta pronto, y que tenga un buen
viaje.
Y mirando a los dos vehículos alejarse entre la polvareda del camino
Phillip no pudo reprimir un profundo suspiro, y algo, como una sombra de
tristeza, que oscureció su humor.
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Salvador Bayona
- ¿Otra vez remordimientos?, ¿y por ese joven? – pensó- debe ser que
me estoy haciendo mucho más viejo de lo que pensaba. Desde luego
no ha hecho menos méritos que los buenos de Franz y Michael para
morir esta noche, de manera que no entiendo porqué habría de
lamentarlo.
Un poco más tarde, cuando él mismo se disponía a llevar al notario
y la embriaguez que éste acarreaba de vuelta a Como, se vio sorprendido
por la presencia de numerosos hombres que, armados con escopetas de caza,
salían desde el viñedo al camino a su paso.
- ¡Este era el seguro de Scarampa! –se dijo-. De manera que la esfinge
no es tan confiada como parece. Si algo hubiera ido mal esta noche,
estoy seguro que ninguno de nosotros habría conseguido salir con
vida de esta propiedad. En cualquier caso, yo mismo no estoy
todavía fuera de peligro. Habrá que ver si los partisanos de Gaviota
me dan la cobertura que necesito, y en el momento preciso. Mi
trabajo esta noche no ha hecho más que empezar, pero ya no puedo
hacer nada más con este tema.
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