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Salvador Bayona

XVII.- LA NOCHE DE AUTOS

Antes incluso de haber cargado el camión en el palazzo Volpi


Michael, el orondo suboficial encargado, y Franz un cabo de bonachona
sonrisa habían liquidado sendas botellas de chianti y varios botellines de
cerveza.
Llevaban en Italia desde que el barón von Behr estuviera destinado
en la embajada de Roma, es decir, que Phillip los conocía en profundidad
por ser los militares más antiguos en este destino y los más incompetentes
de los militares adscritos al servicio diplomático y, aunque su carencia de
ambición y su poco disimulada afición por la bebida había contribuido aún
más a su poco deseable reputación, él sentía cierta simpatía por ellos,
precisamente por resultar fácilmente manejables, aunque mucha menos de la
que sentían ellos por el príncipe, que casi podía calificarse de devoción. En
cualquier caso, el príncipe no dejaba de reconocer que se trataba de dos seres
perfectamente prescindibles.
Precisamente los había escogido por su prescincibilidad y esta
mezcla de fidelidad que mostraban hacia su persona, como perros
domésticos, derivada de simples atenciones regulares siempre que visitaba
la embajada en Roma y alguna que otra gratificación de tan gran
importancia simbólica como poco cuantiosa. Aquel día, una opípara comida
con él y una cantidad casi ilimitada de bebida a su costa había constituido el
primer paso hacia el éxito del plan.
Casi lamentaba que fueran a morir.
Durante la tarde, tras haber enviado a Pontoni el mensaje con Laura
y haber recibido confirmación a través de ésta que Gaviota emboscaría al
camión aquella noche, mientras esperaba en la biblioteca la llamada de
Lohse, había intentado sin éxito encontrar un plan alternativo, tal vez a

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causa de la simpatía que despertaban en él los dos borrachines, pero desistió


de ello después de recibir a un enviado de Tagliabue, que portaba una
pesada maleta de piel marrón para él, en cuyo interior colocó, con extremo
cuidado, una botella de licor.
Después de hablar con Lohse por teléfono recogió al notario de
Como al volante de su propio coche y guió al zigzagueante camión hacia las
afueras de Cantú hasta la casa de Scarampa, a la que llegaron apenas media
hora antes que Lohse. El notario era un anciano afable con el que guardaba
una buena relación, casi amistosa, a fuerza de compartir reuniones sociales y
mesa en el casino de Pontoni y al que podía pedir que se tomara ciertas
licencias en su trabajo, ya de por sí ciertamente laxo a causa de su avanzada
edad y lo acomodaticio de su posición.
Por un momento temió que el estado de Michael y Franz les
impidiera conducir el camión de regreso a Milán, pero los años de práctica
les había conferido una resistencia al alcohol fuera de lo común, de manera
que después de sentir el fresco aire en el rostro durante el breve trayecto
ambos parecían plenamente recuperados y dispuestos a seguir bebiendo.
Por fortuna, el notario hizo gala de su jovialidad en casa de
Scarampa, con quien mantenía una buena relación desde su juventud,
evitando que aquella media hora de espera resultara especialmente
violenta. No obstante su presencia también significó que Phillip no pudiera
mantener con Scarampa, y fue él quien lo inició ante la rigidez pétrea de
éste, más que un breve intercambio de palabras que nadie más entendió para
confirmar que los detalles del plan se mantenían conforme a lo acordado.
- Este hombre es una esfinge para mí –se decía Phillip mientras el
notario contaba anécdotas relativas a la propiedad- y me sorprende
que mantenga la sangre fría en un momento como éste. Esta noche
yo me juego el ser o no ser en el programa de arte del tercer Reich,
pero él se arriesga a perder su pequeño dios familiar. Debería estar
nervioso. Debería contemplar la posibilidad de que yo le traicionara,
y eso debería ponerle nervioso... a no ser que cuente con una
alternativa, un seguro. Seguramente eso es lo que yo habría hecho y
sí, sin duda, eso es lo que le da a él esa serenidad que tanto me
exaspera. Desde luego, él podría intentar traicionar nuestro acuerdo
hablando con Lohse, pero entonces perdería también la oportunidad
de conservar la tabla. Sin embargo, el hecho de que yo no pueda ver
la forma en que pudiera traicionarme no significa que no pueda o no

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vaya a hacerlo. En realidad sólo puedo esperar a ver cómo


evolucionan los acontecimientos.
Scarampa se levantó al escuchar un silbido, poco antes de que el
ruido del motor de un coche se hiciera sentir en el despacho. Contrariamente
a lo que Phillip le había visto hacer en todas las ocasiones en las que había
estado en su casa, se encaminó hacia el exterior para recibir a Lohse, ante lo
cual Phillip se vio obligado a seguirle, no así el notario, quien permaneció
unos instantes más concentrado en la libación su copa de licor como si no
hubiera nada en el mundo más importante.
- Tenía la esperanza de que no viniera –dijo Scarampa tendiendo la
mano a Lohse, quien ya se había apeado del coche y daba
instrucciones a los operarios-.
- Lo comprendo, pero ya ve usted que nuestro interés es firme y que
el acuerdo sigue en pie. ¿Ha llegado ya el notario?
- Sí, el príncipe tuvo la bondad de traerlo en su propio coche.
Lohse le esbozó una ligera sonrisa de cortesía al mismo tiempo que
inclinaba su cabeza y él correspondió de igual forma.
- En ese caso, me gustaría que procediéramos ya a la lectura y firma
de los documentos. Lo cierto es que vamos un tanto apurados de
tiempo. Cuanto antes pueda darle su dinero y llevarme la tabla,
antes podremos descansar todos.
- Por supuesto. Sígame, por favor.
- ¡Pobre imbécil! –pensó Phillip al verlos dirigirse hacia el interior de
la casa-. Ni tan siquiera es capaz de ver que no le llega a la suela de
los zapatos a Scarampa. Está convencido de que negoció con
habilidad... ¡Un momento!, ¿es esto compasión por él?. Será mejor
que me concentre o yo mismo puedo echarlo todo a perder por
culpa de una tontería como ésa.
- ¿Nos acompañará usted, príncipe? –Lohse se volvió hacia él poco
antes de abrir la puerta- ¿quiere usted estar presente en la firma de
los documentos?.
Sus ojos se encontraron con los de Lohse que parecían dudar entre el
recelo que todavía debía sentir hacia él y una cierta necesidad de tener junto
a sí a alguien que le diera seguridad. Fuera lo que fuera lo que había tras la
mirada del joven, Phillip sabía muy bien lo que había de hacer en aquel
momento.
- No, por favor. Me agrada su propuesta, pero yo ya no soy
importante ahí dentro. Es más, dado que el tiempo apremia, y si no

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les importa, yo mismo puedo encargarme de que embalen la tabla


en la caja mientras ustedes ultiman todo el papeleo.
Esta vez fue la mirada de Scarampa la que se llenó de significado y,
por un segundo, Phillip supo que había dudado de él. Sin embargo, se
volvió rápidamente hacia Lohse.
- Por mi parte no tengo nada que objetar. Si usted lo cree conveniente,
avisaré a Salvatore para que les acompañe durante los trabajos.
Como cabía esperar de él, Lohse no encontró razón alguna para que
no se hiciera así, y, al poco tiempo, uno de los Scarampa, un joven fornido
llamado Salvatore, abría la puerta de la capilla y sorprendía a las cuatro
mujeres que rezaban en su interior, entre ellas Marcia, la mujer de Beppo
Scarampa, a la que Phillip saludó amablemente; sus lágrimas, pero sobre
todo el gesto agrio y la rapidez con la que retiró su mano, sin embargo,
dieron a entender que él ya no le resultaba agradable, sin duda porque lo
vinculaba a la marcha de la tabla.
- Eso indica que no está al corriente de lo que va a suceder esta noche
–pensó Phillip-. Cuanta menos gente conozca lo que hemos urdido,
mejor, aunque espero que este tal Salvatore sí sepa lo que está
haciendo. Un trabajo demasiado concienzudo podría retrasar la
recuperación de la tabla del camión.
En efecto, Salvatore parecía supervisar el trabajo de Michael y Franz
como un auténtico profesional que tuviera en mente lo que habría de hacerse
después, y Phillip le dejaba hacer al tiempo que asentía cada vez que los dos
soldados, todavía confundidos por el alcohol y la capacidad de mando del
italiano, le solicitaban confirmación con la mirada.
Dada la premura de tiempo no había podido construirse una caja
con las medidas de la tabla, pero esto, antes de constituir un inconveniente,
les proporcionaba una ventaja considerable, puesto que Franz había
encontrado una caja de dimensiones aproximadas y con pasadores
metálicos, lo cual favorecería su rápida apertura, puesto que la tapa no se
cerraría con clavos, como era habitual. Por lo que respecta a la protección
interna, improvisaron un embalaje rodeando la tabla con mantas militares,
que la protegerían de los movimientos propios del viaje y del contacto con
las cuñas que la falcarían una vez dentro de su sarcófago. Salvatore, con
buen criterio, obligó a Michael y Franz a clavar las cuñas al interior de los
laterales y a disponer la tabla de forma que la abertura de la manta quedara
del lado de la cubierta, de modo que en apenas unos segundos podría
sacarse de su embalaje y volverse a cerrar la caja. Una vez en el camión, y
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antes de asegurar la caja a los herrajes, Phillip insistió en que fuera Lohse
quien diera el conforme.
Sin embargo el joven no quiso interrumpir el protocolo de lectura y
firma y no inspeccionó la tabla y su embalaje hasta que hubo finalizado la
firma de los documentos. Aquello les dejaba prácticamente sin margen de
maniobra para recuperar la pieza, así que Phillip creyó su obligación hacer
una seña a Scarampa, pero éste ni tan siquiera estaba pendiente de él. Sabía
muy bien, sin embargo, lo que debía de hacer.
- Todo conforme. Ya podemos irnos –dijo Lohse cerrando el último
pasador de la caja-.
- De ninguna manera. El acuerdo no se hace firme hasta que ambas
partes comparten un buen trago de licor.
Lohse le preguntó con la mirada y el príncipe asintió con la cabeza,
aliviado por la intervención de Scarampa.
- Así se hacen las cosas en la provincia de Como. Pero, si quiere que le
diga la verdad, es una costumbre muy placentera, y más en casa de
Don Beppo Scarampa, quien fabrica uno de los orujos más
imponentes yo diría que de toda Italia. Vaya usted, y no se preocupe
que aquí quedamos Michael, Franz y yo mismo.
- En ese caso, bebamos y partamos cuanto antes.
Phillip sabía que a partir de aquel momento cada segundo resultaba
de vital importancia, de modo que cuando aún no habían cerrado la puerta
él ya sacaba de la caja de su vehículo una vieja maleta y la llevaba al camión.
Los dos soldados acababan de encender un cigarrillo y permanecían
apoyados en la parte trasera. Mientras arrastraba el pesado bulto hacia ellos
Phillip cayó en la cuenta que ni la calidad de la maleta ni su estado, más bien
ajado, se correspondían con un hombre de su categoría, y, por un instante,
estuvo a punto de rezar para que ni Franz ni Michael encontraran aquello
sospechoso. Éste se adelantó y tomó la maleta de sus manos.
- Déjeme, por favor, yo la subiré al camión –dijo, alzándola hasta el
suelo de la caja de carga- ¡Cielo santo!, ¿Qué ha puesto en la maleta?
¿Las piedras del coliseo?
- ¡Pero qué golfos sois!, ¡no se os escapa ni una! –intervino Phillip con
rapidez ante el asombro de sus dos interlocutores, que no habían
oído nunca al príncipe hablar con aquella familiaridad-. Si supieran
de vuestro olfato os trasladarían a aduanas inmediatamente.
Con movimientos suaves pero rápidos inclinó la maleta, ya en el
interior de la caja del camión, y la entreabrió de forma que su contenido

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quedara oculto a los dos militares, para extraer la botella que había colocado
previamente en su interior.
- Son solo algunos... recuerdos de Italia, pero esta botella...
seguramente tendría que compartirla en Berlín con alguno de esos
burócratas estirados, ya sabéis lo que quiero decir... pero ¡qué
demonios!, si ha de ser bebida, no encuentro a nadie mejor con
quien compartirla que con vosotros, quiero decir, si me concedéis el
placer de vuestra compañía bajo aquella morera.
- ¡Es White Label! –exclamaron los dos al unísono-, ¡Por supuesto que
le acompañamos!
Phillip caminó con ellos hasta la morera, distante apenas veinte
metros, intercambiando sonoras frases de aprobación y monopolizando su
atención como sólo él sabía hacerlo. Era consciente que la distracción de los
dos borrachines resultaba imprescindible para que los hombres de Scarampa
se hicieran de nuevo con la tabla, de manera que tuvo buen cuidado de
disponer a los dos hombres de espaldas al camión sin abandonar por un
instante su locuacidad y toda la socarronería de que era capaz. Un par de
minutos más tarde, cuando alcanzó a ver la sombra de tres hombres
cargando con la tabla deslizándose tras el vehículo se concentró en conseguir
que Franz y Michael liquidaran el dorado contenido de la botella, cosa que
no le costó demasiado trabajo.
Bien pasada ya la medianoche Lohse esperaba, subido al viejo
citröen, que Franz y Michael acabaran de poner en marcha el camión y éstos,
dentro de la cabina, esperaban a su vez que Phillip, asomado a su parte
trasera, recogiera un objeto personal que, según les había dicho, había
olvidado recoger del interior de la maleta.
- Espero que nos volvamos a ver pronto –dijo Lohse estrechando su
mano a través de la ventanilla cuando se acercó al citröen- ¿sabe una
cosa, príncipe? debo reconocer que yo también me equivoqué con
respecto a usted. Sé que sólo ha cumplido con su obligación y que
esto no es razón para el mérito, sin embargo sepa que informaré
favorablemente de su trabajo y actitud.
- Estamos empatados, entonces. Hasta pronto, y que tenga un buen
viaje.
Y mirando a los dos vehículos alejarse entre la polvareda del camino
Phillip no pudo reprimir un profundo suspiro, y algo, como una sombra de
tristeza, que oscureció su humor.

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- ¿Otra vez remordimientos?, ¿y por ese joven? – pensó- debe ser que
me estoy haciendo mucho más viejo de lo que pensaba. Desde luego
no ha hecho menos méritos que los buenos de Franz y Michael para
morir esta noche, de manera que no entiendo porqué habría de
lamentarlo.
Un poco más tarde, cuando él mismo se disponía a llevar al notario
y la embriaguez que éste acarreaba de vuelta a Como, se vio sorprendido
por la presencia de numerosos hombres que, armados con escopetas de caza,
salían desde el viñedo al camino a su paso.
- ¡Este era el seguro de Scarampa! –se dijo-. De manera que la esfinge
no es tan confiada como parece. Si algo hubiera ido mal esta noche,
estoy seguro que ninguno de nosotros habría conseguido salir con
vida de esta propiedad. En cualquier caso, yo mismo no estoy
todavía fuera de peligro. Habrá que ver si los partisanos de Gaviota
me dan la cobertura que necesito, y en el momento preciso. Mi
trabajo esta noche no ha hecho más que empezar, pero ya no puedo
hacer nada más con este tema.

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