En la plaza

Carmen Noelia RODRGUEZ

Gabriela y Ana salieron de la fbrica, luego de un duro da de

faena, en la calle se encontraron con un paro de transporte pblico, por
lo que de momento no era posible regresar a sus casas. Mientras se
resolva la situacin decidieron al igual que mucha gente sentarse en
una pequea plaza cercana.
A diferencia de Gabriela, a Ana no le importaba mucho su
trabajo, por eso no entenda o tomaba muy en serio las constantes
quejas de su amiga, que no dejaba de preguntarse Por qu? Haba
tenido que aceptar aquel empleo que no quera, que no se pareca a ella,
que tanto le ahogaba la dignidad o la felicidad, si es que realmente esta
palabra formaba parte de la realidad y no era ms que algn invento
esperanzador e imposible. La vida era una gran paradoja para Gabriela;
hacer lo que no queramos por necesidad, por llevar dinero a casa. La
vida para ella, se reduca tristemente a canjear dinero por su
tranquilidad, sus energas, su alma, a depositar sus verdaderos deseos
en el cajn de lo inalcanzable, porque no haba recursos, ni buenos
contactos con gente bien colocada, ni oportunidades, ni nada diferente
a su necesidad siempre urgente de dinero.
Ana no entenda a Gabriela, por eso, sin siquiera proponrselo,
cada vez que su amiga comenzaba a expresar sus ideas o su malestar,
ella desviaba su atencin hacia otra cosa, por eso, en la plaza, tan
concurrida por el paro de transporte, prefiri ver a su alrededor, rer en
silencio de la gente que se vesta extrao o admirar a algn sujeto con
buen porte. Miraba a los hombres que hurgaban la basura en busca de
latas que echaban en un gran saco, a las seoras con bolsas de vveres,
a los borrachitos, a las prostitutas... en estas ltimas repar un buen
rato:
- Mira esas mujeres le dijo a Gabriela sealando discretamente
con un mohn de labios se les nota que son de la mala vida, tu sabes,

que venden su cuerpo, seguro andan buscando quien les contrate sus
servicios. Seguro encontrarn a alguien pronto ahora que nadie tiene
como irse a su casa
- De qu te horrorizas? Al menos yo, creo que soy igual, tengo
aos vendiendo hasta mi alma...
Ana no comprendi a su amiga, luego de pensar por pocos
instantes cmo era eso de que su Gabriela haba practicado la
prostitucin, se fij en el sensual guio de ojo que le haca un caballero
que pasaba, sonri y le contest, an disfrutando la emocin del
silencioso piropo que acaba de recibir: Tu si que dices cosas raras.

Carmen Noelia Rodrguez

Caracas, Venezuela