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[PIERRE LEVEQUE LAS PRIMERAS By Nas DE LOS DESPOTISMOS ORIENTALES A LA CIUDAD GRIEGA Maqueta: RAG Titulo original: Les premiéres civilisations Tomo I: Des despotismes orientaux d la cité grecque No estd permitida la reproduccién total o parcial de este libro, ni su tratamiento informatico, ni la transmisién de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrénico, mecanico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. © Presses Universitaires de France, 1987 Para todos los paises de habla hispana, © Ediciones Akal, S.A, 1991 Los Berrocales del Jarama Apdo. 400 - Torrején de Ardoz Tels.: 656 56 11 - 656 49 11 Fax: 656 49 95 Madrid - Espanta ISBN: 84-1600-675-6 Depésito Legal: M. 40.901-1991 Impreso en Grificas Rogar. S. A. Fuenlabrada En esta obra han colaborado: André CAQUOT Miembro del Instituto Jenny DANMANVILLE (+1971) Jean-Jacques GLASSNER Jean-Pierre GRELOIS André LEROI-GOURHAM. Miembro del Instituto Pierre LEVEQUE Bernard SERGENT Jean VERCOUTTER Miembro del Instituto INTRODUCCION LAS PRIMERAS EDADES DEL HOMBRE: LA PIEDRA Y EL BRONCE Piedra y bronce. Estos son los materiales utilizados por el hombre para fabricar sus herramicntas y armas que sirven tradicionalmente para clasificar las primeras edades del desarrollo de las sociedades humanas. En este marco, este volumen presenta, a grandes rasgos, tres grandes ti- pos de formaciones sociales: la horda y la aldea de la Edad de Piedra, el reino despotico del Bronce y la tribu indocuropea. El hombre como tal, en tanto que homo, aparecié en Africa. Sin em- bargo, es en Oriente Medio en donde a continuacién se van a producir grandes avances que modificaran radicalmente las condiciones de vida y Ja forma en que se estructuran las comunidades. Casi al mismo tiempo, en las estepas ponticas empezaron a diferenciarse las tribus indoeuropeas, cuya actividad se extendera por Eurasia a lo largo de varios milenios. Con esto queda ya esbozado el plan de este primer volumen. No po- dria ser de otra manera en una rdpida sintesis que pretende evocar varios millones de afios en la historia de la humanidad, tratando de forma mas especifica varios milenios. Pero no debemos dejarnos engafiar por su ca- racter tradicional, ya que reserva para el segundo volumen otras grandes civilizaciones de la Piedra y el Bronce, mas lejanas. Es nuestro deber ha- cer constar estas advertencias en el umbral de estos prolegomenos que sélo pretenden plantcar extensamente algunos interrogantes indispensa- es. 1. HORDAS Y PUEBLOS DE LOS HOMBRES DE LA EDAD DE PIEDRA Las lejanas épocas que se estudian en este volumen tienen una largui- sima duraciin. De hecho, habria que preguntarse cuando y dénde nacie- ron las «primeras civilizaciones», expresién ya consagrada cuyos térmi- nos, sin embargo, son equivocos. Con el desarrollo de las investigaciones, ya no hay casi ninguna zona en la que no podamos detectar la presencia del hombre desde la Edad de Piedra ni donde este periodo no sea sustituido directamente por el naci- —~5— Las primeras civilizaciones miento del Bronce. De ahi procede la necesidad de plantearnos primero los principales interrogantes sobre el hombre de la Edad de Piedra, e in- cluso sobre la propia genesis de la especie, ya que sapiens también es ha- bilis y erectus, 1. Del Aegyptopithecus al Homo sapiens Hace unos treinta millones de aiios, aparecié un pequefio primate que pesaba entre cinco y seis kilos, conocido como Aegyptopithecus, porque fue en el Fayum, en Egipto, donde se le desenterré por primera vez, y que constituye el primer y lejano anuncio del linaje comin que une a los monos superiores y al hombre, linaje que experimenta una larga evolu- cién, porque la diferenciacién entre el hombre y el mono no se produce hasta una fecha relativamente reciente, entre diez y cinco millones de afios antes de nuestros dias. El linaje de los hominidos aparece en Africa, pero podria ademas de- cirse que es un producto africano, si es cierto que su nacimiento esta ligado al proceso de fragmentacion del continente (teoria de Y. Coppens): el hundimiento central y la elevacién de los bordes determinan un impor- tante cambio climatico en el este, con lo que la sabana sustituye a la selva. La necesidad de adaptarse a un medio mas abierto habria puesto en mar- cha el proceso de humanizaci6n y diferenciado la rama de los Australanth- ropos —precursores del homo— de la que dara lugar a los monos superio- res africanos, gorilas y chimpancés. Asi, pues, desde el principio, la historia del hombre es la historia de sus facultades de adaptacion. 1, No vamos a detenernos ahora en las diferentes ctapas reconocidas en la ulterior evolucién de los hominidos. Constatamos tan sélo que, si bien los Australanthropos no gozan ain del titulo de homo, ya mantenian sin embargo la postura vertical que dejaba libres las manos, también uti- lizaban instrumentos rudimentarios y quiza disponian de lugares para abri- garse. El homo habilis el primero que puede ser llamado homo— es una de las ramas de estos Australanthropos, pero su cxacta ubicacion dentro de esta familia es alin muy discutida. Hace quiz dos millones de afios apa- rece el homo erectus, al que por muchas razones se le atribuye la inven- cién del fuego, adelanto técnico que proporciona al hombre una superio- tidad capital. Hace 100.000 aiios tenemos al homo sapiens bajo sus dos formas sucesivas: homo sapiens Neanderthalensis y homo sapiens sapiens, si bien las relaciones entre ambas no se conocen demasiado bien. Dentro de esta prodigiosa evolucién, que se acelera con el homo sa- piens, de aparicién tan reciente en el fondo, son especialmente largas las dos primeras etapas, la de los Australanthropos y la de los Arcantrépidos. Perg al mismo tiempo que el marco temporal, también debemos recordar el marco espacial. En Eurasia se desarrollaron por separado otras familias de monos superiores —las que dieron lugar al gibon y al orangutan— que se habrian separado de los ancestros comunes de gorilas, chimpancés y 6 - Las primeras edades del horabre: La piedra y el bronce hombres en el momento en que las placas a la deriva se acercaban para unir a los dos continentes separados hasta entonces por el océano de Te- tis. El hombre, por su parte, fue conquistando poco a poco, desde Africa, toda Eurasia: desde la etapa del homo erecius hay restos fosiles, no solo en Africa, sino también en China, Java, Europa... Es lo contrario de lo que sucede en un reciente poblamiento debido al homo sapiens, como el de Australia (hace 50.000 afios mas 0 menos) o el de las Américas (cuya fecha es muy discutida, hace quiz entre 20.000 y 12.000 afios). 2. Los factores que han permitido esta diferenciacién del hombre res- pecto de los monos superiores africanos, sus auténticos primos hermanos, son multiples y todavia no demasiado bien conocidos. La posicién verti- cal da lugar a la practica autonomia de las manos, lo que permite un tra- bajo mas delicado y la creacion de herramientas que encaucen la fuerza y la habilidad del hombre, con lo que poco a poco puede irse convirtiendo en el duefio de la naturaleza. La proporcion entre el peso del cerebro y el peso del cuerpo aumenta (1/40 para el homo sapiens frente a 1/200 para el gorila; para el Australopithecus, de Africa, suponemos 1/80, y para el homo habilis, 1/50). Dentro de este desarrollo del cerebro es, sobre todo, el cértex el que adquiere yolumen y peso, respecto del «cerebro rep- tiliano» —comiin a todas las especies animales superiores a partir de los reptiles. Dentro de esta corteza, sede de la inteligencia, de las relaciones y de la comunicacién, se produce desde ahora una magnifica afloracién del «pensamiento salvaje» que, a partir de los primeros mutantes dotados de 46 cromosomas (frente a los 48 de los monos superiores), permitié al homo poblar los cinco continentes y «aumenté considerablemente las po- sibilidades de mutacién y por consiguiente el polimorfismo de nuestra es- pecie: esta extraordinaria riqueza genética, que estaria acompafiada por un desarrollo del psiquismo hasta un nivel nunca antes conocido, asegurd el éxito evolutivo de nuestros antepasados» (J. Ruffié). 2. El Paleolitico superior Ante la falta de suficientes documentos, la historia de la especie co- mienza muy tarde, practicamente en el Paleolitico superior, es decir, ayer con respecto a una evolucién que dura millones de afios. Lo que con an- terioridad a esta ultima etapa se ha ido adquiriendo poco a poco, como aprendizaje fundamental, es la vida en sociedad, reforzada por la inven- cién del fuego, auténtico instrumento prometeico y arma para la conquis- ta de las tierras frias y la defensa contra los grandes animales. 1. Este aprendizaje experimenta notables adelantos en el Paleolitico superior: conocemos, por ejemplo, los incomprables logros artisticos so- bre las paredes de las cavernas de Lascaux o de Altamira. Lo que aqui est en juego para el historiador es la existencia de grupos organizados que tienen santuarios comunes. Las hordas de homo sapiens, aunque re- corren todo el territorio de caza en busca de las piezas, son mucho menos errantes de lo que cabria imaginar; tienen campamentos fijos entre los -1 Las primeras civilizaciones que circulan, pero dentro de un perimetro lo suficientemente pequefio como para encontrarse, al menos una vez al aiio, en un santuario central, lo cual supone un grado de organizacién que no se ajusta a las ideas es- tablecidas sobre la barbarie de estos «primeros hombres» (tan proximos de hecho a los «iltimos hombres» que somos nosotros...) Las condiciones materiales de la vida en el Palcolitico superior son cada vez mejor conocidas a medida que se llevan a cabo meticulosas in- vestigaciones. Las actividades fundamentales —que proporcionan el ali- mento y el vestido— son la caza, la pesca y la recoleccion. Las realizan pequeiios grupos que se piensa serian bastante igualitarios, bajo la direc- cion de los mas ancianos. El caso de algunas tribus afticanas que todavia viven dentro de una situacién paleolitica en el interior de la selva (como los Mbuti} muestra que todos participan de alguna forma en la caza, ac- tividad fundamental para la reproduccién bioldgica, jévenes y viejos, hombres y mujeres. Pero el problema es saber qué se puede deducir de las observaciones actuales de los antropdlogos sobre unos grupos en vias de desaparicion para las sociedades del Paleolitico superior, en las que los testimonios parietales parecen mostrar considerables diferencias a favor de estas ultimas. 2. Las obras de arte del Paleolitico son de hecho obras religiosas. Pinturas y relieves (abundantes sobre todo en Europa occidental) y esta- tuillas de piedra o de hueso (descubiertas en toda Eurasia, desde el At- lantico al Pacifico) muestran un fantastico vigor que multiplica, en las paredes, las representaciones animales y en bulto redondo, las divinida- des femeninas cuyo sexo, pecho, nalgas son magnificados de forma expre- sionista con el fin de presentarlas como Madres de la fecundidad que ade- mas deben desempeiiar un papel mas complejo como sejioras de los ani- males, de la caza, de la luna, de los antepasados... Los muertos reciben en efecto sepultura con unos ritos que demuestran la preocupacién que tenian por honrarlos, por darles culto quiza: sepulturas seflaladas con pie- dras, osamentas cubiertas de ocre —simbolo de la sangre y de la vida, vida que debe, pues, continuar mas alla de la muerte para beneficio de los vi- vos cuyos familiares difuntos se convierten asi en antepasados. 3. Por muy delicada que parezca la interpretacion de estos testimo- nios, dos grandes direcciones me parecen abiertas a la investigacién. Por un lado tenemos todo un mundo imaginario poblado de animales y mu- jeres que aparecen en las representaciones figuradas: animales que no son los del bosque, los que se cazan habitualmente, sino una especie de hipds- tasis, unas fuerzas reguladoras de la caza y dispensadoras de las energias vitales del bosque; unas mujeres que también son seres sobrenaturales, dio- sas. Entre estos dos sectores existen interconexiones que restablecen la unidad del universo, como, por ejemplo, las hierogamias de las Madres de la fecundidad con grandes animales cornudos, primera aparicién de un tema que no cesar de fecundar la imaginacion religiosa a través del Neolitico y del Bronce hasta la Grecia de las ciudades. Es, pues, en otro mundo superior al de la realidad cotidiana, un mundo sobrenatural, en donde debe buscarse el sentido de la vida y encontrarse el apoyo tutelar ~8— Las primeras edades del hombre: La piedra y el bronce de fuerzas todopoderosas que permitan a los individuos y al grupo esca- par a los terrores de la selva y actuar: este creo que es el mensaje de las Tepresentaciones plasticas. Y no podria hacerse una constatacion mas significativa sobre las con- tinuidades del Palcolitico: de hecho, en todas las religiones de las socie- dades antiguas que estamos estudiando, el mundo sobrenatural imita al de la experiencia directa, lo explica y lo justifica. Se compone de poderes con los que es posible comunicarse, establecer relaciones de do ut des y que dan respuesta a los interrogantes, a las angustias de los grupos hu- manos, desarmados ante la Naturaleza por su debilidad en materia tec- noldgica. Este duplicado adoptara, mas adelante, formas mis elaboradas, filos6ficas, como el mundo de las ideas en el idealismo platénico, pero sus origenes estan en la imaginacién paleolitica. Por otra parte, si bien ignoramos la fecha de aparicién de las prime- ras manifestaciones religiosas en la historia de la especie humana (que al- gunos no dudan en hacer remontar hasta el Archanthropus), si parece que cl culto a los animales (al oso, segin ciertos autores) es anterior al de las diosas de la fecundidad. De hecho, este ultimo culto supone que sus crea- dores tenian ya una considerable capacidad de abstraccién, capacidad que ya era patente en la concepcién de los es-animales, duplicados en el plano sobrenatural de las bestias del bosque, pero que culmina en estas diosas que son la personificacién simbélica, puramente abstracta de las fuerzas vivas que animan el universo, de la fecundidad que hace que se reproduzcan los hombres y los animales que caza, y que aseguran la re- produccién bioldgica del grupo tanto a través de la alimentacion como de la sexualidad. De ello se deduce que el «pensamiento salvaje» de los hom- bres del Paleolitico es ya un pensamiento elaborado, rico en conexiones, enriquecido con las experiencias sucesivas de las hordas y en definitiva con gran porveni Progresos bioldgicos, primeras conquistas esenciales para el hombre presa de la Naturaleza (fuego, trabajo de la piedra, utiles...), creacién de un intenso mundo imaginario, y —a través de correlaciones ciertas, aun- que dificiles de demostrar— importante desarrollo del psiquismo: tales son los avances del homo en un periodo que abarca alrededor de los dos ulti- mos millones de afios, y que constituyc la tltima ctapa de la homii cidn. En efecto, es de justicia recordar de nuevo que, en un plazo de mi- llones de aiios, el Australanthropus precedié al homo en sus experiencias de supervivencia y vida en comin, y que el primer primate conocido —Pur- gatorius, que se cree tuvo 10 centimetros de alto y pesaba 150 gramos— vivia hace 70 millones de aiios... 3. La revolucién neolitica Un momento decisivo en la historia de la humanidad es aquel en el que el hombre «inventa» la agricultura cerealista y la domesticacion de animales: en adelante ya no estara sometido a los avatares y los peligros ~9e Las primeras civilizaciones de la caza que hasta entonces habia sido la fuente principal de su alimen- tacion. Sin embargo, hay que tener en cuenta que este «momento» dura siglos, que durante mucho tiempo las actividades antiguas y las nuevas co- existen. 1. Los historiadores solian ligar estos avances a la sedentarizacion y a la invencién de la cerémica. Hoy hay que ser muy prudente a Ia hora de hacer esta afirmacién. Pensemos que una cierta forma de agricultura aparece muy pronto en Egipto, jnada menos que en el Paleolitico! Pero, en la mayor parte de los casos, en el Préximo Oriente, la sedentarizacion precede —en varios siglos-- al cultivo de los cereales: en las aldeas proto- neoliticas de Siria-Palestina se han encontrado hoces para segar grami- neas salvajes que después se almacenaban; esta actividad no es ya la simple recolecci6n... No obstante, la sedentarizacién se acelera con la con- solidacién definitiva de la revolucién neolitica: la aldea permanente es el simbolo material de una comunidad que tiene alli el centro de todas sus actividades materiales, politicas ¢ intelectuales, donde acumula sus cose- chas para hacerlas durar de un afio a otro, rinde culto a sus dioses en los santuarios y entierra a sus muertos antepasados, a veces incluso bajo la propia vivienda. Por el contrario, la ceramica sucle ser posterior a la revolucién neoli- tica, dado que, casi en todas partes, puede detectarse un Neolitico prece- ramico. No es necesario insistir en la importancia de este descubrimien- to: con una materia prima abundantisima, la arcilla, el hombre se provee de recipientes que, segtin los casos, pueden utilizarse para el almacena- miento, para la alimentacion, para inhumar a sus muertos, para el culto a los dioses... En estas aldeas estables se desarrolla por ultimo un artesanado texti Las ropas de picles de los «primeros hombres» son sustituidas por trajes de tela: las mujeres hilan y tejen la lana de los animales recientemente do- mesticados y las fibras del lino, cuyo cultivo se va extendiendo. 2. Seguin la cronologia absoluta, la revolucién neolitica aparece en Oriente Medio, en una zona privilegiada en cuanto al clima y a los suelos a la que se suele dar el nombre —tan comodo como ambiguo— de Cre- ciente fértil: cubre todo Oriente desde Anatolia hasta Egipto pasando por Siria y Mesopotamia. Desde luego el area ofrece una gran diversidad, de modo que las condiciones agricolas son muy diferentes, por ejemplo, en los grandes valles con temibles inundaciones (se esta aun muy lejos de aprender a regular eficazmente los rios) o en las pequefias Ilanuras coste- Tas 0 interiores de Anatolia o Siria-Palestina, La incertidumbre sigue rodeando estos comienzos del Neolitico, so- bre todo en ciertas zonas donde los aluviones se han acumulado de tal modo que hacen casi inaccesibles a los investigadores los estratos mas an- tiguos. Sefialemos al menos que la concepcién misma de un Creciente fér- til unico en el que las innovaciones tecnoldgicas habrian sido contempo- rdneas en varias zonas o bien se habrian extendido con gran rapidez por contacto entre una zona y otra se halla seriamente cuestionada desde hace poco: para algunos investigadores, ademas de un Creciente fértil en el sen- — 10 Las primeras edades del hombre: La piedra y el bronce tido restringido del término (es decir, el de Asia), habria existido un Cre- ciente fértil africano que abarcaria el valle del Nilo sudanés y egipcio y una parte del Sahara oriental, donde la documentaci6n parietal de las gru- tas muestra claramente que entonces no era un desicrto cn su totalidad. En tal caso, habria habido en Oriente Medio dos centros de creacién y de difusion de las nuevas técnicas de produccion. 3. Sea como sea —y el problema atin no esta suficientemente estudia- do— el paso del Paleolitico al Neolitico implica toda una tarea previa de reflexion, de observacién de las realidades naturales, de utilizacion de los fracasos y de los éxitos parciales, que es ciertamente una etapa capital en la «desbarbarizacién» del pensamiento humano. Las innovaciones que marcan este paso refuerzan ciertamente las creencias en un mundo ima- ginario de divinidades bienhechoras, que favorecen la actividad del cam- pesino/pastor, pero en no menor medida implican también —y desarro- Ilan ademas— un sentido nuevo de la causalidad, un progreso de la racio- nalidad, y en este sentido hay que destacar el papel que desempefian la sedentarizacién, un cierto tiempo de ocio y las condiciones menos duras de la existencia cotidiana. {Fue el Neolitico una edad de abundancia? No es esta la ocasién para entrar en este tema. Parece, sin embargo, que el paso a la produccién pro- gramada de los alimentos pudo ser consecuencia de una ineludible nece- sidad: el crecimiento demografico hacia cada vez mis dificil a los grupos humanos conseguir comida sélo a través de la depredacién. La agricultu- ray la ganaderia permitieron asegurar un abastecimiento mas abundante, més regular, provocando a su vez un nuevo crecimiento demografico, cu- yos efectos fueron beneficiosos durante mucho tiempo, en la medida en que permitia un mayor aprovechamiento del suelo. 4. Con el Neolitico, ¢ incluso ya en sus comienzos, aparecen las co- munidades aldeanas, algunas de las cuales, como Catal Hiiyiik, en Anato- lia o Jericé, en Palestina, son lo bastante importantes como para denomi- narlas ciudades. Ciertamente existen ya intercambios entre comunidades, pero la riqueza esencial la constituye el trabajo de la tierra. Lo organiza la comunidad misma, que posee y controla la totalidad de las tierras, fija la tarea de cada uno y reparte los bienes sociales producidos por el tra- bajo de todos. Por supuesto, las familias juegan un papel esencial en el seno de la comunidad, de la que son fundamento. Si, en el Paleolitico, las parejas se forman por acuerdo o por rapto y se separan facilmente, la aldea engen- dra la pareja estable bajo la autoridad del jefe de familia: los matrimonios se regulan por intercambio de hijas entre dos colectividades vecinas, de ahi la obligacion, bajo pena de durisimos castigos, de la virginidad de las jovenes que deben servir como productos validos dentro de este sistema de intercambios. Las mujeres, sobre quienes recaen las tareas domésticas, son, pues, degradadas, infravaloradas y menospreciadas: durante milenios recaera sobre ellas la dura dominacion del hombre. La estabilidad de la comunidad pasa por la estabilidad de la familia, cuyo objetivo es asegurar su reproduccién, proporcionar una descendencia a los muertos/antepasa- -u Las primeras civilizaciones dos, que con frecuencia no abandonan a los suyos ya que estan enterra- dos bajo la casa, en el patio o en el santuario... En cuanto a la estructura social, disponemos de poca informacién se- gura. La vida de la comunidad, esencialmente agropastoril, ha de ser re- gulada por una autoridad superior, la de los cabezas de familia, los ancia- nos. Durante mucho tiempo se pensé que se trataria de una sociedad sin clases, atin cuando hubiera una distribucién jerarquica del trabajo. De he- cho esto me parece tanto mas improbable a medida que descendemos en el tiempo. El mimero y la importancia de los santuarios de una ciudad como Catal Hiyiik suponen un importante clero que verosimilmente no estaria sometido a las necesidades del trabajo productivo, pero cuyo pa- pel es indudablemente capital en la medida en que es el anico interme- diario en las relaciones con los dioses, Esta claro, a mi juicio, que ahora surgen algunos jefes y ya veremos el eminente papel que desempefiaran en la transicién de las comunidades neoliticas a los reinos e imperios del Bronce. Si en la tumba del jefe de una aldea neolitica de Egipto descu- brimos un baston de mando que luego figurara en la panoplia hieratica del faraén, hemos de admitir que no se trata de un hecho carente de sig- nificacién... Se levantan auténticos edificios pitblicos, encarnacién del centro de decision de la comunidad de la aldea, como son el templo de Eridu en la época de Tell Halaf, los megara de Dimini u otras acrdpolis neoliticas he- lénicas, el sofisticado edificio de Banpo en la China del Norte, con su gran sala que da a otras tres mis pequefias... Aqui se retinen y, quizd re- siden quienes toman las decisiones y es muy importante observar que las moradas de los dioses 0 de los reyes de comienzos de la Edad de Bronce son una continuaci6n directa de estas construcciones. 5. Si bien las formas ideoldgicas evolucionan fuertemente en este pe- riodo de enormes cambios, también prolongan las del Paleolitico. La Ma- dre de la fecundidad extiende desde ahora su proteccién sobre los agri- cultores y se convierte también en Madre de la fertilidad, al tiempo que sus poderes sobre los muertos se hacen mas evidentes. En los santuarios y graneros de las aldeas. asi como en las necrépolis, proliferan sus esta- tuillas. De este modo se asienta un mundo sobrenatural estable organi- zado en torno a estas Grandes Diosas —a las que ya podemos llamar Madres-Tierra—, que proporcionan al tiempo fertilidad/fecundidad/vida eterna. Esta estructura va a informar el pensamiento religioso a lo largo de milenios en torno a la prepotencia de una Madre, acompafiada por sus hijos, y de un compaiiero masculino clarisimamente dominado por aqué- Ia, que en muchos casos presenta una forma animal (toro, carnero, ave...). Es una estructura sorprendentemente tranquilizadora que construye el du- plicado sobrenatural partiendo directamente de las realidades de la pro- duccién y de la reproduccién —ya que las divinidades hacen crecer la ve- getacién y dan hijos a los hombres y crias a los animales del rebafio—, y también directamente a partir de las angustias del hombre que teme la muerte y confia a las Madres el cuidado de asegurar su supervivencia en —12 Las primeras edades del hombre: La piedra y el bronce el seno de esta tierra a la que consagra su sudor durante toda su vida. Es- tructura optimista, bien adaptada, después de todas las adaptaciones que ha supuesto la transicion del Paleolitico al Neolitico, hasta llegar a una sociedad agro-ganadera para la que las fuerzas superiores son, sencilla- mente, las energias de la Naturaleza, fecundantes desde siempre y ahora también fertilizadoras. 6. Una iltima cuestion necesaria: la de la difusion de las técnicas (ma- teriales y culturales) del Neolitico, es decir, la neolitizacion. Algunos ca- sos son muy claros. Asi, por ejemplo, a partir de Anatolia se neolitiza una parte importante de la Europa egea y pontica: Chipre, Creta, Grecia, re- giones balcdnicas, sur de Ucrania, quizds incluso hasta Kiev... En esie sen- tido, llama la atencién que ciertas creencias bastante especificas del Neo- litico anatolio («la sagrada familia» formada por una Tierra-Madre con una diosa hija y un hijo divino; uniones hierogamicas entre esta Madre y un dios animal, generalmente de grandes cuernos; la renovaci6n anual del mundo por estas hierogamias; la evocacién de las vicisitudes del ciclo ve- getativo en los mitos, como el de la desaparicion de la joven diosa...) se encuentran abundantemente en esta zona. Por ultimo, es materia de dis- cusién —y la respuesta no tiene por qué ser la misma en cada una de las regiones de la zona— si fueron migraciones o bien otro tipo de contactos los que permitieron este vasto desarrollo del Neolitico partiendo de un sector bien determinado. Otra difusion bastante clara es la del Neolitico oriental a través de toda Europa central y occidental. El ejemplo francés es bastante signifi- cativo: si bicn la domesticacion se realiza aqui con especies locales, es evidente que las técnicas agricolas han venido, lentamente, desde muy le- jos, y por dos vias muy diferentes. En el Sur de Francia, los contactos in- termitentes, pero fructiferos, que se establecen por via maritima de un ex- tremo a otro del Mediterraneo son el origen de la cultura llamada cardial, en la que la agricultura progresa lentamente, mientras que la ganaderia est ya muy diversificada y la pesca sigue teniendo una importancia con- siderable, En cl Este y c] Centro cl vchiculo de las innovaciones ¢s la via danubiana: el Neolitico de esa zona, llamado danubiano o, mejor, de las bandas, se caracteriza por solidos habitats de comunidades campesinas en las que la ganaderia solo juega un papel secundario. La expansion del Neolitico hacia el este plantea problemas tan apa- sionantes como dificiles. Ciertamente, en el caso de la India se nota una clara continuidad entre Mesopotamia, la planicie irani y la India y hoy sabemos que las culturas belutchies sirvieron como intermediarias. Pero el Neolitico chino, jes original 0 depende en cierto modo del de Occiden- te? Parece que la respuesta tiene que ser matizada. Desde el 5000, las pri- meras culturas del Norte (Yangshao) tienen como base el mijo y, en el Sur, se practica el cultivo de arroz en campos inundados; tratandose de una fecha tan lejana, decir que se trata de una influencia india, tal como se ha pensado durante mucho tiempo, es hacer una afirmacién que debe- mos poner en cuestion. Aparentemente se trata, pues, de una génesis es- pecifica y original en la China del rio Amarillo y el rio Azul —relativamen- —13— Las primeras civilizaciones te tardia con respecto a la del Creciente fértil—, lo que no excluye una eventual circulacion de ideas y técnicas. Lo que si es seguro, en todo caso, es que en las ultimas culturas neoliticas del Norte (Longshan) la introduc- cién de la cebada y el trigo proviene de Occidente Estos fenémenos de neolitizacién tienen para nosotros un interés pri- mordial: las técnicas se extienden debido a toda clase de contactos, mo- vimientos de poblacién, intercambios comerciales, incluso por simple con- tagio de invenciones que de algin modo estan latentes, ya que correspon- den a unas mismas necesidades que pueden manifestarse con desfases en el tiempo segun los distintos ritmos de evolucién. Sea cual sea la im- portancia histérica del Creciente fértil, en otras zonas se hace sentir la misma imperiosa necesidad de una alimentacién mas abundante y mas re- gular. La neolitizacién puede operar en estos casos en un terreno virgen, pero puede también reforzar y hacer mas operativos los intentos de do- mesticacion y las experiencias agricolas (sobre todo por el aporte de gra- nos de simiente mas productivos). Por ultimo, al menos en un caso, el de América, se desarrolla un Neolitico totalmente independiente alrededor del cultivo del maiz. Esta difusién del Neolitico va acompaiiada de mutaciones ideologicas importantes, cuyo sentido general es obvio: se afirma la prepotencia de Jas Madres-Tierra, Pero en una situaciOn tan lena de matices como ésta, el historiador debe ser especialmente cauteloso. Por una parte, aparecen en esta época ciertas peculiaridades destinadas a perdurar: asi, por ejem- plo, la adivinicién por los huesos, que constituye el centro de la vida cul- tual de China en la época de las monarquias del Bronce, esta atestiguada desde la cultura de Longshan. Pero, por otra parte, se detectan extraiias semejanzas —mas alla de la presencia universal de las Madres-Tierra—, de las que se ha encontrado una estatuilla incluso en plena Africa profunda, en la duna de Dakar: asi, el tema de las dos diosas, madre ¢ hija, también el tema de la célera de la Madre que devasta toda la vegetacion antes de consentir en calmarse, se encuentran no solo en el amplio sector de Ana- tolia —grandes islas del Egeo—, Grecia-Balcanes, sino también en Japon y entre los Amerindios. En suma, la revolucién neolitica constituye un vastisimo encadena- miento de procesos que, favorecidos por la mayor suavidad del clima y acelerados por las imperiosas necesidades de la reproduccion biologica, conmueve por completo Eurasia y Africa. Ha llegado, pues, el tiempo de los campesinos, el tiempo de las pequefias comunidades agro-pastora- les yuxtapuestas. Por doquier, el hombre empieza a crear el paisaje, se produce un considerable avance de las fucrzas productivas técnicas y humanas, un salto hacia adelante en las creaciones de la fantasia, de manera que los grandes mitos que ahora se crean y que seran sistemati- zados en los inicios del Bronce tienen todos los visos de remontarse a estas colectividades en las que el ocio de la vida campesina les induce a reflexionar mucho mis, a plantearse diversas problematicas, a esbozar soluciones... -14— Las primeras edades del hombre: La piedra y el bronce II, LOS IMPERIOS DESPOTICOS DEL BRONCE EI surgimiento de entidades politicas fuertemente estructuradas que extienden su dominio sobre un amplisimo territorio caracteriza el comien- zo de la Edad del Bronce en Egipto y Mesopotamia. Es el nacimiento del Estado y, para ser mas precisos, del Estado que, desde Marx, se acostum- bra a designar convencionalmente como Estado despético, terminologia que conservaré aqui por comodidad. 1. Problemas de génesis Este surgimiento mas o menos simultaneo en Egipto y en Mesopota- mia, es decir, en dos zonas que habian conocido en el Neolitico un desa- rrollo importante, plantea terribles problemas al historiador. Para empe- za, {por qué solo en estas dos zonas, cuando la vitalidad de las comuni- dades neoliticas no es menor, por ejemplo, en Siria o en Anatolia? 1. {Significa esto que debemos volver a la explicacion tradicional re- tomada por el determinismo hidraulico de K. Wittfogel (Oriental despo- tism, 1957), para el que las necesidades de organizar la utilizacién de la cosecha creando canales, diques, depésitos, presas, son las fuerzas motri- ces del surgimiento de un poder fuerte que se impone en los valles inun- dables de los grandes rios, mientras que tal estructura no es en absoluto necesaria cuando la fertilidad del suelo esta asegurada por la lluvia o por cursos fluviales sin tierras cenagosas? Podemos constatar varios hechos que contradicen una explicacion tan mecanicista. Por una parte, las grandes realizaciones en materia de em- balses y métodos de irrigacién son més bien la consecuencia que no la cau- sa del surgimiento de Estados fuertes. Por otra parte, se tiende demasia- do a considerar este aprovechamiento tan especifico —por la utilizacion maxima del agua y de los aluviones— como si se tratase de ciertas plani- ficaciones nodernas: de hecho, a menudo debié producirse en el seno de comunidades aldeanas o a lo sumo regionales donde se concibe y se lleva acabo el trabajo, aunque la unidad politica puede facilitarlo y, sobre todo, hacerlo mas operativo. En todo caso, debemos retener en la memoria que fue en este nivel de pequefias colectividades aldeanas donde se realiz6 el extraordinario esfuerzo de creatividad —al principio con muchos menos Exitos que fracasos— que, acumulando experiencias en el extraiio medio natural de los valles inundados por la crecida, desembocé en la invencién. de esta particularisima forma de aprovechamiento rural. 2. No es este tipo de apremios y presiones determinante en la cons- titucin de los despotismos, asi que, para empezar, hemos de volver la vista a otra parte. El mismo desarrollo de las colectividades neoliticas conllevaba acumulaciones de alimentos, de objetos ornamentales, de con- sagraciones a los dioses... La tentacién de atacar a tal o cual comunidad vecina menos fuerte era grande, sobre todo a partir del momento en que surgié un estrato social formado por jefes liberados de las presiones del —15— Las primeras civilizaciones trabajo productivo y capaces de concebir vastos proyectos de expansién de su poder. De este modo se avanza, en ctapas sucesivas —y aqui el caso de Egip- to es muy claro— hacia reagrupamientos cada vez mas importantes: del pueblo al nomo y del nomo al reino. En el Predinastico (V milenio) apa- recié el metal (periodo calcolitico) y, aunque su difusion fue lenta, es sin embargo significativa del paso a un nuevo nivel de desarrollo, en el que debemos suponer relaciones de intercambio (para buscar minerales) con el Sinai y sin duda también con Nubia. Por otra parte, el predinastico me- dio es también el momento en el que se unifican las culturas del Norte y del Sur, hasta entonces ligeramente diferenciadas. Pero el poder politico atin esti dividido en dos reinos y sélo la guerra pondra fin a esta situacién: sean cuales sean las relaciones entre el rey Es- corpién y el rey Narmer, 0 que la conquista se haya Ilevado a cabo en una o varias campatias (cfr. infra, pig. 78), el rey del Sur derroté al del Norte: la unificacion de Egipto se completa hacia el 3000, como lo demuestra, por ejemplo, la paleta de esquisto de Hieracompolis donde, en una de las caras, Narmer Hleva la corona del Sur, y en la otra, la del Norte, prefigu- racion en suma del pschent que cifien los faraones y que es la superposi- cién de las dos coronas, la roja y la blanca. La interpretacion generalmen- te admitida de una maza piriforme hallada en Hieracémpolis ve en ella a un rey del Sur, el Escorpién, dirigiendo un rito fundacional, rodeado de horcas coronadas por los estandartes de los nomos: esta conmemoracién asocia, pues, a su victoria las provincias de su reino, representadas por esos simbolos parlantes que son sus estandartes, dotados, por tanto, con toda su carga ideoldgica al servicio del monarca. Asi, pues, en Egipto, la documentacién misma da cuenta perfectamen- te de la constitucion de un poder con un extenso dominio territorial (des- de la primera catarata hasta el Mediterraneo) a través de agrupamientos sucesivos: nomos, reinos del Norte y del Sur, Egipto unificado. Si bien no se excluye totalmente que algunas de estas agrupaciones se hayan lle- vado a cabo pacificamente, se sabe que la unificacién de la que nace el Egipto dindstico es la consecuencia de la guerra entre Norte y Sur y de la victoria del Sur que exaltan las paletas y mazas de esquisto, primeros ejemplos de una serie de documentos que se escalonan a lo largo de mi- lenios y que fundan en la victoria de las armas el poder del rey carismatico. 3. Nos parece muy significative —porque nos impide pensar en la posibilidad de un modelo tinico— que cl caso de Mesopotamia sea tan diferente. En la civilizacién de Tell Halaf, en el v milenio, aparecen los metales (sobre todo el cobre) cuyo uso se perfecciona notablemente en la segunda mitad del milenio, en la época de El Obeid. Asi, pues, también aqui es en el contexto del desarrollo de la metalurgia donde van a orga- nizarse estados muchos mas estructurados que las comunidades neoliti- cas, pero ya desde finales del 1V milenio (y, por tanto, con un paréntesis entre medio muy importante en nuestros conocimientos) se pone de re- e un fenomeno totalmente especifico: la revolucién urbana, con la apa- ion de tantas ciudades-Estado como aldeas. Merece la pena plantearse ri ~ 16 - Las primeras edades del hombre: La piedra y el bronce si esta nueva situacién geopolitica puede estar relacionada con la implan- tacién de los sumerios, llegados ({de donde?) para instalarse en el pais. En todo caso, es claro que entre estas ciudades hay una guerra endé- mica, ya confiemos o no en la Lista real sumeria, documento de finales del Tir milenio que representa la historia de Sumer a partir del diluvio como una sucesién de dinastias que reinan en ciudades diferentes y van extendiendo, por turno, su dominio sobre todo el pais. La teoria segun la cual una anfictionia reunié a estas ciudades en torno a Nippur —morada del dios Enlil, jefe del panteén sumerio— sigue pareciendo oscura a ojos de los especialistas. Al margen de esta cuestidn, lo cierto es que el pais de Sumer es sede de tensiones constantes entre las ciudades-Estados, cu- yas relaciones se basan en la fuerza; la violencia es, por lo demas, muy antigua en Mesopotamia, ya en las excavaciones del pueblo de Arpatchi- ya (€poca de El Obeid) se observan signos inequivocos de destrucciones y pillajes. De este estado permanente de turbulencias entre las ciudades sume- rias no se saldra hasta que el rey de Umma, Lugalzagesi, se apodere de Lagash, de Ur y de Uruk, y retina a todo Sumer bajo su centro. Pero no es capaz de conservar este poder centralizado que acaba de conquistar: es derrotado por Sargén, que funda Akkad y extiende su dominio sobre toda Mesopotamia (2340), preludiando asi a los grandes imperios que se sucederan en el pais de los dos rios hasta la caida de Babilonia en cl 539. 4. La aparicion de los imperios despdticos de Egipto y de Mesopota- mia es el resultado final de un proceso que se sitita en la larga duracién: son la herencia de reinos contemporancos del Eneolitico o del primer Bronce, que a su vez surgieron de las mutaciones sufridas por las comu- nidades aldeanas de finales del Neolitico. Pero —a despecho de ciertas se- mejanzas muy claras— cada uno de los dos casos tiene su propia especi- ficidad y ademas considerable. Por su parte, un caso totalmente diferente que nos ofrece importantes puntos de reflexién es el de la constitucién del imperio hitita: mucho mas tardio (Bronce medio y sobre todo Bronce final), proviene de la instala- cién en el corazon de Anatolia de un pueblo que recupera el nombre de las poblaciones anteriores, los hati, y que, a partir de este niiclco inicial, consiguen extender su dominio sobre toda la peninsula y una buena parte de Siria. Se trata de un proceso guerrero del mismo tipo que el que se consta- tara en el reino de Mitanni y, mas tarde, en el de Urartu, en los que tam- bién se partid de tres o cuatro Estados que mantenian entre ellos relacio- nes diplomaticas de casi igualdad y terminaron por repartirse las tierras «civilizadas» del Medio Oriente. El Creciente fértil (en el sentido mas amplio del término) esta en efec- to rodeado de pueblos con un nivel de desarrollo inferior, a menudo nd- madas, que representan para los grandes despotismos un peligro perma- nente: es el caso de los Gasga, esos mor iescs semi-némadas contra los que los hititas tuvieron que combatir continuamente; es el caso de los Nu- bios del valle medio del Nilo, que los faraones, en sus épocas de mayor —17— Las primeras civilizaciones poderio, consiguieron controlar estrechamente; en Mesopotamia, y a lo largo de los siglos, es el caso de los guteos, los hurritas y los casitas, lle- gados también desde el Este, que reinaron durante siglos en Babilonia... 2. La estructura del despotismo La principal caracteristica de los grandes imperios de Oriente es la fuerza que tiene Ja institucién monarquica. Seria un intento fallido querer definir al «déspota oriental», tanto mas cuanto que acabamos de insistir en las diferencias que hay entre las condiciones y procesos de aparicion de estas monarquias, aparte de que también tenemos que tener en cuenta los cambios que se producen en cada zona: jhay una gran distancia, por ejemplo, desde los reyes de Uruk de la Dinastia arcaica II, que son sumos sacerdotes que viven en un templo-palacio, 0 desde los reyes de Ur de la &poca Dindstica arcaica [TI acompaiiados a su muerte por hombres y mu- jeres con ellos inmolados (conocido medio de estabilizacion del poder en las sociedades de clases en via de formacién definitiva) hasta los princi- pes asirios o casitas del 1! milenio! Si podemos, sin embargo, hacer una reflexion general que tenga en cuenta la naturaleza del poder, el modo de producci6n tributaria, los re- levos de la autoridad despotica, las formas concretas de funcionamiento y las debilidades del sistema. 1. El rey ejerce una autoridad absoluta sobre la comunidad que se en: carna en él. Pero su poder autocratico no es, propiamente dicho, coacti- vo; se deriva de las relaciones tinicas, privilegiadas, que mantiene con los dioses, sea cual sea la forma exacta que estas relaciones adquieran (por ejemplo, en Egipto el faradn es él mismo dios ¢ hijo de dios, mientras que, generalmente, en Mesopotamia el soberano no es mas que el vicario del dios): é1 es el inico capaz de hacerse entender por las potencias so- brenaturales y, por tanto, de conseguir la fertilidad y la fecundidad sin las cuales las comunidades no podrian reproducirse ni, sobre todo, po- drian producirse las vivificantes crecidas. Hay que pensar que este poder es eminentemente teocratico, que esta sostenido por una ideologia basada en las fuerzas de fecundidad/fertili- dad que dan vida al universo y aseguran su reproduccién —fe comin y muy intensa en todas las comunidades neoliticas, naturalmente recupera- da por la teologia de los imperios en vias de aparicion. El rey es el rgano de arrumaje de lo sobrenatural sobre lo natural, aparte de que el sistema no s¢ mantendria sino por cl hecho de que nada se concibe como natural: el déspota mismo es un ser sobrenatural (como se observa en Egipto en las gigantescas creaciones de las piramides 0 de las tumbas del Valle de los reyes, donde contintia su vida en la eternidad) que hace sobrenatural la labor de los trabajadores haciéndola eficaz. 2. El concepto mismo de despotismo oriental evoca todas las discu- siones sobre el modo de produccién que, segin autores, se denomina oriental, asiatico, despético-rural 0 tributario. Recordemos la definicién ~ 18 - Las primeras edades del hombre: La piedra y el bronce de J. Chesneaux (Sur le «mode de production asiatique», Paris, 1974) que insiste, con mucha raz6n, en Ja necesaria articulaci6n entre el nivel local de los productores y la autoridad central del Estado: «El modo de pro- duccidn asiitico parece caracterizarse ante todo por la combinaci6n de la actividad productora colectiva de las comunidades aldcanas y la interven- cién econdmica de una autoridad estatal que explota a estas comunidades al tiempo que las dirige.» El trabajo se lleva a cabo al nivel de las colec- tividades aldeanas de base, cuyos miembros son campesinos-dependien- tes (ni esclavos, por supuesto, ni verdaderamente libres, puesto que de- penden totalmente del rey), pero esta decretado, dirigido, asegurado, con- trolado por la autoridad que, por una parte, tiene el derecho de exigir un sobretrabajo necesario para las tareas de ingenieria hidrdulica (canales, di- ques, presas, albercas...) y, por otra parte, a apropiarse del sobreproducto del trabajo de los campesinos no dejandoles mas que el minimum mini- morum para su reproducci6n bioldgica y la de su familia. Evidentemente, esta autoridad es la propia del déspota. Pero se im- pone una consideracion: lo que, en nuestro lenguaje, nosotros nos senti- mos tentados de Hamar explotacién es en realidad concebido y vivido como un sistema de equilibrio, de intercambio, donde los individuos (0 colectividades) devuelven al soberano la contrapartida de los dones so- brenaturales de los que suponen que él les colma: «Lo que nosotros con- sideramos la apropiacion autoritaria por parte del rey del trabajo de las comunidades rurales es presentado como un reparto y un cambio entre socios iguales y solidarios: tal es, en efecto, la realidad que se expresa a través de los términos dasmos (griego), bazis (persa antiguo) y ziti sarri {acadio), asi como en el término bliaga (sanscrito)» (P. Briant, Rois, tri- buts et paysans, Paris, 1982). Como consecuencia de lo dicho, desobedecer las 6rdenes del rey es, obviamente, cuestionar el orden del mundo y todo crimen de lesa majes- tad es, de hecho, un crimen de lesa divinidad. Asi funcionan, dentro de las mejores relaciones posibles, las rigurosisimas condiciones de explota- cidn de las masas campesinas, que son una de las constantes de la historia de las sociedades del Medio Oriente. Este dominio ideolégico da al siste- ma una fuerza y una coherencia temibles, lo que no impide que no siem- pre consiga mantener ocultas sus contradicciones cuando éstas se revelan demasiado grandes: asi, los casos de fugas de campesinos egipcios, ago- biados por las prestaciones, los impuestos, las contribuciones (que son tan frecuentes cn cl Egipto helenistico bajo cl nombre de anachoresis) son bien conocidos en el Imperio Nuevo y, por cierto, duramente reprimidos por la fuerza publica, lo que deberia inspirar cierta cautela a los autores que tienden a ligar demasiado la eficiencia del sistema a la ideologia de estas sociedades que, de hecho, estan fundadas sobre las realidades de la mas dura y metédica explotacion que permiten las propias técnicas del po- der, y no dudan en recurrir a la violencia para dominar cualquier rebelion de las capas oprimidas. Sin embargo, existen importantes peculiaridades que debemos tener en cuenta para matizar este andlisis. Las relaciones de dependencia de los —19— Las primeras eiviliz ones campesinos al poder real, la opresion de la que son victimas, se acrecien- tan poco a poco, a medida que se pone en marcha una administracion or- ganizada. Se trata de un proceso progresivo: asi, por ejemplo, observa- mos esta tendencia en Egipto durante la III, IV y V dinastias, con las que la centralizacion progresa considerablemente, 0 en Mesopotamia en la época del imperio de Ur, durante el cual se pone en marcha una todo- poderosa maquina burocratica que nunca ya sera mas fuerte en esta zona. Concluyamos que, en estas sociedades despoticas, al superar la fase de las comunidades neoliticas, el Estado se afirma como un poder temi- blemente fuerte, en el que el déspota posee no solo todos los poderes que derivan de la hegemonia politica y religiosa, sino ademas del «alto mando econdmico» (Ch. E. Welskopf), en cl scno de una estructura en la que, por otra parte, lo politico, lo religioso y lo econdmico son realidades ho- mogéneas. 3, Tratandose de Estados de considerable importancia y en los que la autoridad soberana es practicamente total, el problema capital es el de las relaciones entre el déspota y sus stibditos. Estas se establecen a través de dos grupos paralelos: el clero, que justifica el caracter sobrenatural del déspota, y la administracién que ejerce, tanto a nivel central como a nivel regional 0 local, las pesadas responsabilidades de la toma de decisiones, la gestion, la recaudacion y el control. El déspota es la cabeza de estos dos cuerpos paralelos: es ei sacerdote por excelencia, aquel en cuyo nom- bre ofician todos los demas sacerdotes; es el jefe supremo, cuya voluntad se comunica desde la cancilleria central, que esta bajo la autoridad de un visir, hasta el menor de los supervisores 0 recaudadores de aldea. Esta conexién ineluctable entre las necesidades de un vasto imperio y estas estructuras que constituyen algo asi como sus obras vivas, se revela generadora de rpidos progresos intelectuales en las técnicas de gestion de las comunidades. Pronto veremos cémo, por una parte, se construyen grandes sistemas teologicos —extensos juegos de construccién cuyas pie- zas proceden de sus antecedentes neoliticos—, y, por otra parte, se desa- rrollan formas de escritura que, antes que nada, son instrumentos de tra- bajo para la administracion. Sacerdotes y funcionarios son, por definicién, no-productores, pero su utilidad social es considerable, dado que son los encargados de hacer producir a los productores. Excluyendo los niveles mis bajos de esta do- ble jerarquia (cl sacerdote de una gapilla rural no ticne nada que ver con los profetas de Amén, ni el recaudador de un pueblo con los escribas de alto rango), debe considerarse a esta elite de privilegiados como una clase dominante que se definié normalmente no por la propiedad de los me- dios de produccién, sino por su funcionalidad (a menudo hereditaria) en el seno de la estructura estatal. Los grandes imperios de Oriente son, pues, socicdades de clases cuya contradiccion fundamental es la de los campesinos-dependientes y los agentes —clero y escribas— que justifican y administran el Estado al servicio del déspota y de sus intereses comu- nes. De ahi los peligros que representan para el sistema los periodos de — 20 Las primeras edades del hombre: La piedra y el bronce debilitamiento del poder despético en los que la autoridad que ejercitan estos agentes se duplica con el acaparamiento de tierras. 4. De hecho, para comprender las condiciones concretas de funcio- namiento del sistema, hay que tomar en consideraci6n, en primer lugar, el régimen de la tierra, pero también advertir que ¢l modo de produccién tributaria afecta al conjunto de las actividades econémicas de la forma- cin social. Los estados despéticos de Oriente surgen, en la larga duracién, de las colectividades rurales del Neolitico, en las que la tierra, que se ha con- vertido en el medio esencial de reproduccién, es poseida en comin por todos. En esencia, la situacién sigue siendo la misma, lo que sucede es que la comunidad se ha Ilegado a extender hasta formar reinos desmesu- rados y, por tanto, sdlo el déspota puede ya expresar la unidad real y/o imaginaria. El es, pues, quien tiene la posesién y el control de la tierra (evitemos el término, utilizado a menudo, de propiedad eminente, que evoca un contexto muy distinto), por lo que se ocupa de decidir y contro- lar la explotaci6n, de percibir y repartir sus frutos. Concretamente, la tierra es normalmente dividida entre ¢l déspota y los dioses, es decir, por una parte, la tierra real (cuyos beneficios sirven para el mantenimiento de la corte, del ejército, para las grandes construc- ciones de prestigio...) y, por otra, Ja tierra sagrada (que sirve para man- tener a los sacerdotes y el ejercicio del culto). Pero ademas esta el caso de los altos dignatarios u oficiales a los que, para recompensarles por sus servicios se les conceden las rentas de determinados dominios —lo que es inevitable en una economia que, evidentemente, ignora la moneda. Y es bien sabido que, al menos a cierto nivel de evolucion, el sistema no es in- compatible con la propiedad privada de tierras de modesta superficie so- bre las que, de todos modos, no desaparece totalmente el derecho de con- trol por parte del rey. Tampoco debemos olvidar, por otro lado, las formas de riqueza al mar- gen de la tierra, en particular el artesanado formado por artesanos u obre- ros-dependicntes (en Egipto estan en las almazaras o en las fabricas de tejidos donde se hace el byssos, la muselina con que se viste a dioses y magnates) cuya condicién es similar a la de los campesinos-dependientes, salvo en que su relacion con el poder que explota su trabajo no es a través de Ia tierra Por iiltimo, las actividades de intercambio juegan un papel importan- te que a menudo no se tiene en cuenta, papel que cs indispensable en dos sentidos: en principio, porque son indispensables los metales con cuya aleacién se obtiene el bronce que sirve de base para la civilizacién mate- rial, pero no en menor medida porque los objetos exdticos de puro pres- tigio son imprescindibles para la autoridad del déspota y de los suyos. Cier- tamente, en muchos casos, son las expediciones militares las que proveen estas necesidades a través de las razzias o de los tributes regulares que generan. Pero también existen verdaderas relaciones comerciales de di- reccién doble, de las que es un ejemplo muy conocido el de las colonias asirias de Capadocia a principios del II milenio: estas factorias de Anato- — 21 Las primeras civilizaciones lia, reagrupadas en torno a la de Kanish, ponen en marcha toda una or- ganizacién centralizada con sede en Assur, en la que el rey y los magis- trados epdnimos suministran los fondos, vigilan las vias comerciales y re- liran considerables beneficios, sin perjuicio de las tasas con que engrosan el tesoro de Assur. 5. Esta estructura sobrevivid en Oriente durante mas de tres mile- nios, si bien con considerables particularidades y mutaciones: gracias a ella consiguicron formarse con éxito grandes Estados fuertemente orga- nizados. Pero sus fallas son evidentes, en un doble sentido. Por una par- te, estos Estados que parecen tan fuertes, en realidad son fragiles ¢ ines- tables listos para ser anexionados, divididos, destruidos. Es, principalmen- te, consecuencia de su heterogeneidad, sobre todo en Asia donde los re- yes de Asiria, a su llegada al trono, tenian de algin modo que reconquis- tar el imperio de su predecesor. Es también consecuencia de una dinami- ca de poblaciones atin muy fluida, con grandes movimientos como los de los hicsos en Egipto, los hititas, hurritas y casitas en Asia anterior, o los Pueblos del mar en el conjunto de la zona proximo-oriental. Por otra parte, estos Estados son victimas de todas las dificultades in- teriores inherentes al poder monarquico que tienden a desintegrar a la fa- milia del déspota, es decir, a cuestionar la dinastia y, por tanto, la legiti- midad. Al mismo tiempo, pueden intervenir otros factores de descompo- sicidn interna: la estructura misma del Estado despotico se ve sacudida por las revueltas de altos funcionarios, por las usurpaciones que limitan el poder de! monarca «legitimo», por las ambiciones personales de los re- presentantes regionales del poder —que tienden a hacerse autonomos del poder central cuando consiguen hacer hereditario su cargo y acumular tan tas tierras que se convierten en auténticos duefios de la regién que tienen cl encargo de administrar—, por cl poder cxcesivo de los sacerdotes que acumulan también las donaciones de tierra acrecentando atin mas sus do- minios y su influencia. Asi, pues, a las intrigas y querellas dulicas que se producen en el seno de la familia del déspota se anade la convulsion del propio sistema des- potico que, por su naturaleza, requiere la estricta obediencia de todos los agentes, administradores o sacerdotes al poder encarnado por el monar- ca. La historia de los Periodos intermedios muestra in actu la desintegra- cién del poder faradnico: los sucesivos golpes de Estado no son sino la consecuencia de una situacién de fuerza que conlleva la ruptura del con- trato social, con la transformaci6n de una clase dirigente funcional en una aristocracia territorial regional ¢ incluso con disturbios populares. Pero podriamos pensar también en la rapida evolucién de la situacién tras el brillante reinado de un Hammurabi: ademas de las intervenciones de los casitas, las tierras ya no se cullivan, el hambre hace estragos, las masas trabajadoras se empobrecen hasta el punto de que los soberanos se ven obligados a multiplicar las cancelaciones de deudas y las exenciones de im- puestos. Estos son los fallos del sistema despético y del modo de produccién tributario al que esta indisolublemente unido. Tales fallos ponen de — 22

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