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Mujer difícil.

“Eres una mujer difícil”, sonó en mis oídos y quedó grabado en mi cerebro. Mientras caminaba mis
pensamientos se dirigían una y otra vez a esas palabras. La pregunta inevitable surgió: “¿Por qué
soy una mujer difícil?” Me consideraba alguien razonable, tranquila, hasta cierto punto
conciliadora. Siempre había tratado de ser tolerante, hasta con lo que nadie lo era. Había
aprendido, o por lo menos eso creí, que las respuestas de la gente siempre tienen un fundamento
que se desprende directamente de su historia y que, como tal, sólo por eso podían considerarse
válidas.

Y ahora yo era una mujer difícil. ¿En qué radicaba el ser difícil?

Varios días con sus noches rondó esa aseveración en mi cabeza. Cada vez me parecía más insólita
y asombrosa. ¡Toda una vida tratando de pensar en el otro! Y ahora, el otro decía que le parecía
difícil. Una reacción lógica había sido pensar que el difícil era él. Lo más sencillo, claro. “No soy yo,
eres tú”. Pero valía la pena meditarlo un poco. Quizá había sufrido una transformación
inconsciente, involuntaria, que se manifestaba ahora.

Me di a la tarea de observarme. Tenía que detectar cuándo, en qué situación salía esa “mujer
difícil”.

Pasaron varios días, meses, tal vez años. Aparentemente borró de mi mente el comentario. Sin
embargo, había echado raíces.

En la mañana de una no muy buena noche, sentí lo difícil que era yo. Abrí los ojos con expresión
de asombro. La frase me golpeó con brutalidad ¡zaz! Miré mi dificultad. Por fin se presentaba en
todo su esplendor.

Mis palabras resonaron en mi cerebro: “Quiero hacer esto”, “Mi proyecto de vida es…”, “Las cosas
se hacen así…”, “A mí me gusta más…”, “Sigo opinando que se debe hacer así”. Con mucha más
fuerza y un gesto de molestia: “Necesito tiempo…”, “Yo lo hago”, “No estoy de acuerdo…”, “Ya te
dije que así tiene que ser porque…”, “las cosas deben ir así…”, “si pones eso ahí se cae…”, “¿por
qué debo estar si no tengo nada qué hacer?”, “ No me parece práctico”, “Me molesta que no
hagas…”, “No soporto que no avises…”, “¿por qué tengo que hacerlo si me parece absurdo?” y
cosas por el estilo.

Todas esas oraciones resonaron en mi cerebro. “Eres una mujer difícil”, ¡Pues claro! Soy difícil
porque tengo una manera definida de hacer las cosas; porque no quiero hacer lo que no me gusta;
porque decido que así o asado no debe ser; porque tengo un criterio definido; porque sé cómo me
gustan las cosas y las sé hacer así; porque soy mujer con personalidad. Porque no me da lo mismo
una cosa que otra.

“Sí, soy una mujer difícil” afirmé para mis adentros, con cierto orgullo.

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