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TEORIA LITERARIA Y DECONSTRUCCION Jacques Derrida, Philippe Lacoue-Labarthe, J. Hillis Miller, Paul de Man, Geoffrey Hartman, Rodolphe Gasché, César Nicolés, M. Ferraris, ESTUDIO INTRODUGTORIO, SELEOCION ¥ BIBLIOGRAFIA Manuel Asensi ARCO/ UBROSSA. 1990 ESTUDIO INTRODUCTORIO: CRITICA LIMITE/EL LIMITE DE LA CRITICA* (Teoria literaria y deconstruccién) MANUEL ASENSI 0. INTRODUCCION: LOS CUATRO VERT! Sabemos que J. Derrida no es ni un teérico literario ni un filésofo en el sentido estricto y que, al mismo tiempo, habla de y usa la literatura y la filosofia, En sus textos se * Nota explicativa: Aunque la sere de Lecturas en la que se inserta este libro tiene como objetivo prioritario la recapilacién de textos representa tivos de las principales direeciones de investigacién te6rico-literarias de las \ltimas décadas, dejando por ello de lado introducciones y prélogos, en esta ocasién nos hemos permitido colocar al frente de esta antologia —sin que ello presuponga ninguna alteracn en la lines habitual de dicha serie— un estudio en razén del complejo lugar que ocupa la deconstruc cidn en el Ambito de la toriay crticas literarias. Complejidad ésta debida tanto alos ascendientes de esta cortientey ala prictica de su habla, como a su manera de leery relacionarse con los textos. Hemos tratado, pues, con este ensayo de Hevar a cabo un ejercicio de delimitacién que, al menos esa es nuestra esperanza, contribuya al esclarecimiento de las relaciones entre la corriente deconstruccionista y la teoria literaria, fauna falta imperdonable por mi parte acabar esta escueta nota cexplicativa sin admitir las muchas deudas contrafdas en la preparacién de este volumen. Vaya, en primer lugar, mi reconocimiento a los autores de los textos seleccionados, en especial a Joseph Hillis Miller, Maurizio Ferra ris y César Nicolés, que con generosidad e interés han respondido a nuestra solicitud de uaduccién y reproduccién de sus trabajos, y al profesor Jost [Antonio Mayoral por su apoyo y estimulo constantes sin los que tal ver exe twabajo no se habria podido realizar. A don Lidio Nieto, ditector de esta coleccién, por haber favorecido con interés el proyecto de este libro. Mi agradecimiento también a Geraint Williams y Catme Pastor, traductores de tate libro. Y, por ilkimo, mi gratitud alos profesores Javier Gonzdler, Daniel [Arenas, Concepcién Hermosilla y Amparo Molina por haber colaborado rng slo en las taducciones sino tambien en labores de correc de textos de apoyo moral. A todos ellos, la expresién sincera de mi mayor agrade: 10 MANUEL ASENSL establece un didlogo particular con Platén, Husserl, Aristé- teles, Heidegger, Lévinas, etc., pero al describir su forma de escritura se la califica de gongorina'. Sabemos también que ese habla y ese uso no hacen perdurar el mismo estado de cosas primitivo y que el resultado dista mucho de ofrecer un. discurso enmarcado y definido. Es frecuente por ello oir voces que Haman la atencién sobre 1a poca claridad de las implicaciones entre la deconstruccién y los estudios litera- rios?. Y, sin embargo, se reconoce la existencia de una cri- tica literaria deconstructiva con sus manifiestos, sus polémi- cas y sus detractores y defensores. En la actualidad la biblio- grafia sobre los Yale Critics y, en general, sobre los criticos postestructurales es amplisima?, Ademas se plantean serias dudas en torno a la diferencia (a la ruptura epistemoligica, pongamos por caso) entre los deconstruccionistas y los estructuralistas, marxistas, etc. Mas atin: se ponen interro- gantes alrededor de las relaciones que median entre aquellos que forman parte del propio panorama postestructural’. Por otto lado, éste, y no es necesario insistir en ello, no se limita a la teoria literaria, sino que interviene en Ia filoso- fia, en la historia, en la psicologfa, en la antropologia, etc. T VINCENT B. L#icH, Deconstructive Criticism, Columbia University Press, 1988, Es el caso de RODOLPHE Gascit, La deconstruccién como critica, en este mismo volumen, ¥ The tain of the mirror. Derrida and the philosophy of reflection, Harvard University Press, 1986; 0 el de J. CULLER, Sobre la deconstruccién, Madrid, Cétedra, 1984 (ed. orig., Cornell University Press, 1982); Sitvano PetRosiNo, J. Derrida ¢ la legge del possibile, Guida Bai tori, 1988. Opinién parecida mantiene J. Makla PazusLo YvANCOs en Teoria del lenguaje lterario, Madrid, Citedra, 1988. 5 Vid. la bibliografia final de este volumen. Por otra parte, advertimos {que en esta introduecién se dejarin de lado, por motivos obvios, personal ddades bien conocidas en el dmbito de la deconstruceién como Joseph Riddel, Eugenio Donato o el grupo de Pars. “Josue V. HARARE trata esta cuestén en su introduccién al libro Tex- tual Strategies (Perspectives in Post Structuralist Criticism), Cornell Uni versity Pres, 1979, que leva como titulo «Critical Factions/Critical Fic- tions», pgs. 17-72 5 Vid. Paul. A. Bove, «Variations on Authority: Some Deconstructive ‘Transformations ofthe New Criticisms, en JONATHAN ARAC et ali editores, The Yale Critics: Deconstruction in America, University of Minnesota Press, 1988, pigs. 3.19. CORITICA LIMITE/EL LIMITE DE LA CRITICA n En definitiva, parece claro que la deconstruccién juega un papel importante en el pensamiento contemporaneo y, por ‘esa misma raz6n, en disciplinas como la teoria y critica lite- rarias, pero, a la vez, parece también claro que ese papel y sus consecuencias son lo més dificil de encuadrar. Situacién paraddjica, pues, entre el reconocimiento y la negacién, enue la indefinicién y el hecho. Nuestra tesis de partida es que las relaciones entre la deconstruccién y la teoria literaria sélo pueden plantearse en términos de conflicto, paradoja y limite (en el sentido etimolégico de estas palabras). La deconstruccién choca, lucha con, turba, inquieta a la teoria literaria que, de ese modo, se mueve paradéjicamente en un umbral. Dicho con- flicto plantea, ante todo, un problema de delimitacién que, lejos de constituir una situacién de precariedad, dibuja el modo de proceder deconstructivo. Ahora bien, el conflicto delimitativo al que nos referimos se sitiia en varios niveles que conviene poner de relieve: 1, Relacién entre el estructuralismo y el postestructu- ralismo, 2. Relacién entre la deconstruccién y el postestructura- lismo. 3. Relacién entre la teoria literaria y la deconstruccién. 4, Relacién entre la critica literaria deconstructiva y la deconstruccién. eCémo pensar el después del estructuralismo?: ges una superacién, un ir més allé del estructuralismo, una alterna- tiva?; 20 seré, en cambio, una extensién de este dltimo? Estas tres preguntas —y la denominacién por equivoca® y propuso susti- tuirla por esta otra: , «grama», «pa- rergon», etc. Sarah Kofman se pregunta como se puede arriesgar alguien a escribir un discurso con sentido a propé- sito de una escritura que se ofrece como un juego sin sen- tido, y establece la necesidad de escribir sobre Derrida, pero sin tratar de comprender ni lo que nos ha querido decir ni Jo que sus textos dan a entender®. Nos hallamos, pues, ante una situacién paradéjica que, como tendremos ocasién de ‘comprobar, es necesario explotar para obtener determinados resultados. Naturalmente el estudio de esos cuatro niveles, con sus correspondientes apartados y subniveles, ofrece un vasto campo de atencién que, aunque esperamos afrontarlo en un futuro préximo, excede los limites de esta introduccién. En. este trabajo pretendemos sélo avanzar determinadas hipéte- sis a propésito de los niveles 3 y 4, si bien, con ello, se arras- trarin cuestiones relacionadas con los puntos | y 2. Hemos dicho anteriormente que las relaciones entre la _/ deconstruccién y la teoria literaria slo pueden plantearse en términos de conflicto, paradoja y limite. La vinculacién entre estas tres palabras se hace evidente cuando se atiende a bid ® Como reconoce DeRips en Introduction & Vorigine de la géométrie, la palabra «indecibles silo posee un valor analdgico, pues es un sconcepto nnegativo que no tiene sentido sino por referencia irredyctile al ideal de la Aecibilidads, pigs. 8942 En «Un philosophe "Unheimlich", publicado en el volumen Lect tes de Derrida, Paris, Galiée, 1984, pig. 25. 16 MANUEL ASENSL sus micleos etimolégicos: el «confligo» representa la accién de chocar, de confrontar, de turbar ¢ inquietar; el «limes» hace referencia a una senda entre dos campos, a un umbral («limens), y, por tiltimo, la «para-doxa» denota que algo es contrario a la opinién comin, de donde su utilizacién en la retérica tanto en los genera causarur (enfrentamiento con él sentimiento juridico y con la conciencia general de los valores y la verdad) como en los genera demostrativum (dis- cursos elogiosos en alabanza de objetos indignos del elogio), como en las figuras (convivencia en la misma frase o dis- curso de conceptos contrarios) #. De estas tres. palabras resaltaremos que apuntan hacia una tensién no resuelta: el choque es el lugar en el que se diferencian-indiferencian las fuerzas que en él intervienen sin que pueda decidirse la balanza hacia uno u otro lado; el limite indica la senda que no €s ni un camino ni otro, que es un camino y el otro, y cuya tensién no permite tampoco decidirse hacia uno u otro lado; la paradoja hace que el choque entre contrarios se resuelva en una situacién no de sintesis, sino de indecibili- dad semejante a los anteriores casos sefialados. ePor qué la relacién entre la ceconstruccién y la teoria literaria s6lo puede plantearse en téminos de conflicto, paradoja y limite? No es dificil comprender que la teoria literaria contemporanea recibe sus bases de reflexién de una tradicién occidental que se remonta a Arist6teles y Platén (entendiendo estos dos nombres en el sentido de unos cor- ora forjados por toda una tradicién histérica). Al decir bases de reflexién> queremos significar que en el corpus aristotélico y_platénico estén puestos los caminos y las directrices —el marco general— que las poéticas y la critica y teoria literarias posteriores han seguido. En ningtin caso nos referimos (lo que seria una ingenuidad) a una supuesta inmovilidad de la teoria literaria éesde Arist6teles y Platon. Es ese marco general el que ahora debemos tener en cuenta: 4) Como es bien sabido, Aristételes clasifica las ciencias (émoriun) en tres géneros: teoréticas (actividad cognoscitiva % Hiemmucat Lavsaenc, Manual de rtérica litera 1976, pags. 118-114, 214-215 (vol. 1) y $12 (vol I. Madrid, Gredos, CRETICA LIMITE/EL LIMITE DE LA CRITICA a encaminada al conocer), pricticas (actividad cognoscitiva encaminada al obrar) y poéticas (actividad cognoscitiva encaminada al hacer). Dejando de lado, por el momento, el problema de la «categoria» filoséfica de cada uno de ellos, Jos tres poseen un mismo denominador comtin, el ser acti- vidades cognoscitivas, medios de conocimiento y saber. Como tales actividades hacen uso de un mismo instrumento formal: Ia logica. Uno de los elementos fundamentales de la légica (aparte del juicio y el razonamiento) es el concepto 0 partes en que se descompone el juicio (sujeto y predicado) y que se refiere a la ovota, a lo esencial, al ser presente. El concepto se manifiesta en la definicién cuya finalidad es identificar 1a esencia y separarla de todo aquello con lo que pudiera confundirse *. Fl ideal de esa definicién es lograr una unicidad y univocidad de sentido, lo que podriamos denominar una denotacién pura. Asi pues, cuando Aristé- teles escribe en el inicio de la Poética: Hablemos de la poética en si y de sus especies, de la potencia propia de cada una, y de emo es preciso consteuir las fabulas si se quiere que la composicién postica resulte bien, y asimismo del niimero y naturalera de sus partes, ¢ igualmemte de las demas cosas pertenecientes a la misma investigacin...»® esta aplicando ese mismo principio definitorio a la ciencia cencargada de estudiar una actividad cuyo lenguaje es a todas, luces diferente del que ella utiliza: el lenguaje propio de la poesia, de la tragedia, de la épica que, ademds de su cardcter basicamente imitativo, no discurre a través de palabras uni- vocas, sino a través de palabras con sentido alterado 0 des- plazado. Con ello, se establecen tres niveles diferentes. complementarios de delimitacién y diferenciacién: en pri- mer lugar, una delimitacién entre el sujeto de estudio (la pottica subordinada a los principios generales de la metati- & Vid, AnistOretts, Tratados de Ligice (brganon), introduccién,w ‘duceisn y notas de Miguel Candel San Martin, Madrid, Credos, 1982, 2 De la raduecién de V. Garcia Yebra, Madrid, Gredos, 1974, 14474 10. 18 MANUEL ASENSL sica 0 filosolia primera) y su objeto (las actividades poéti- cas). Lo que se afirma en el texto aristotélico ¢s que el len- guaje de la poesia (metaférico, espeso, elocutivo, en fin) es distinto del lenguaje que se esté utilizando o se debe utilizar al hablar de la poesta (un lenguaje transparente, no metaf6- rico, etc.). Dicho en otros términos, la filosofia estudia, delimita y clasifica la poesfa, lo que es, sus diferencias con respecto a otras actividades artisticas, sus partes cualitativas y cuantitativas, su bondad o maldad, su lenguaje, etc. En segundo lugar, una delimitacién en el mismo sujeto de estudio, pues la Poética —centrada en la triada «poiesis- mimesis-catarsis»— no es la Retérica —objetivada en los medios aptos para la persuasién—, ni la Etica, ni, por supuesto, la filosofia primera, teologia natural o metafisica. Esta delimitacidn tiene la finalidad, segiin escribe el propio Aristételes, de proporcionar los medios adecuados para marcar una diferencia —explicita en esta obra ¢ implicita en €1 sentido de que gobierna la totalidad de su proyecto filoséfico— entre el «en siv de ta Poética (rept noting brig) y el de la Etica, Ia Fisica, la Matematica... Hay ahi un principio de diferenciacién que persiste a pesar del hecho de que el arte —y Ia estética— hasta el siglo Xvii no sea inde- pendiente ni de la ética ni de la metafisica: que la tragedia, por ejemplo, fuera juzgada bien desde el punto de vista de su bondad 0 maldad en cuanto a los efectos sobre el pubblico, © bien desde la éptica de su sujecién a la estructuracién cau- sal de la realidad, no borra el que necesitara de un discurso y de un tratado que fueran, de hecho, independientes del dedicado a la retérica, a la ética, oa la metafisica. De hecho, ello no constituye un impedimento para reconocer lo que afirmébamos anteriormente: que € la filosofia la que estu- | dia la poesia. En tercer lugar, se pone de relieve una dife- renciacién en el objeto de estudio: la poesia no es la histo- ria, ni Homero tiene nada que ver con Empédocles, la poesia no es Ia aulética ni la citaristica, la poesia no es la pintura ni la escultura. Es necesario prestar atencién a los /tmedios, a los objetos y a las formas de imitacién que dife- Tencian a la poesia de las demas artes. Los tres niveles de diferenciacién que acabamos de sefia- lar han sufrido cambios y transformaciones a lo largo de la GRETICA LIMITE/EL, LIMITE DE LA CRITICA 19 historia. Los lenguajes de la poética no han sido siempre idénticos: no es lo mismo la poética de Aristételes que la pottica de Horacio, no son lo mismo los didlogos del Fra- castoro o el Pinciano que las exposiciones de Gracién 0 Luzin, no es lo mismo la critica de Azorin que la de Damaso Alonso, etc. Tampoco se han considerado del mismo modo las relaciones entre la postica y la filosofia, ni las relaciones entre la literatura y las dems artes ®. Sin embargo, no seria dificil demostrar que una diferencia basi- {ca y fundamental ha perdurado a lo largo de la historia de la critica literaria: la que media entre el lenguaje que habla de la literatura (que puede usar diversos vehiculos de expre- sién, incluido el de la literatura) y Ia propia literatura. Habria que sefialar aqui lo que la teoria literaria del roman. ticismo aleman de Jena supuso en un doble sentido: en cuanto al intento de trastocar los papeles de esa diferencia histérica y en cuanto a la preparacién de lo que conocemos hoy como teoria literaria moderna *, Deberia consignarse, asimismo, el papel que jugé Mallarmé en la crisis de la relacin entre el lenguaje que habla de la literatura y la lite- ratura. Pero lo que ahora nos interesa subrayar 5 que la diferencia entre esos dos lenguajes se agudiz6 a partir de Kant (no hay método sino fisico-matematico, y s6lo con él se puede penetrar en el orbe de la cosa en si) y de J. S. Mill al considerar que las ciencias del espiritu tienden a com: prenderse desde los esquemas de las ciencias de Ia natura: leza. H.-G. Gadamer, que ha dedicado un estudio definitivo a este fendmeno, lo ve de este modo: «La autorreflexién légica de las ciencias del espiritu, que en el siglo XIX acom- pafia a su configuracién y desarrollo, esté dominada ente- ramente por el modelo de las ciencias naturales. Un indicio de ello es la misma historia de la palabra “‘ciencia del espi rita”, la cual sélo obtiene el significado habitual para nos- otros en su forma plural. Las ciencias del espiritu se com- ® Vid., por ejemplo, J. E. SPINCARN, A History of Literary Criticism, Londres, 1899. O'de RENE WeLLex, Historia de la critica modema, Madrid, Gredos, 1988 (ed. orig., Yale U. P., 196). Puede consultase el exedente estudio de Ph. LACDUE-LABARTHE y Jes-L,, NANCY, L’absolu Liltévive. Théorie de la litérature dus omentisme alleman, Paris, Seu, 1978 20 MANUEL ASESST prenden a si mismas tan evidentemente por analogia con las, naturales, que incluso la resonancia idealista que conllevan el concepto de espiritu y ciencia del espiritu retrocede a un segundo plano» *, No descubrimos nada al sefvalar que ésa ha sido la ténica general a lo largo del siglo Xx (por lo menos hasta los afios sesenta). Fl estudio del Ienguaje, con Ya lingifstica a la / cabeza, ha buscado por todos los medios el estatuto de cien- cia empirica. 2Gémo pensar sino los proyectos de Saussure, Hiemslev, Bloomfield, Jespersen, Chomsky, Trubetzkoy y un largo etcétera? ¢Cémo entender, por la misma razén, los proyectos tedrico-literarios del formalismo ruso, el estructu- ralismo checo, la glosematica, el estructuralismo francés, la semidtica, entre ottos? En todos ellos, y dentro de su propia especificidad histérica, se considera de primer orden la cons- truccién de un metalenguaje que sea capaz de dar cuenta del Jenguaje objeto. Las discusiones y diferentes posiciones en torno al estatuto de ese metalenguaje (l6gico 0 matemitico), a su lugar (exterior a la lengua natural 0 interior), no nos deben impedir reconocer la fosilizacién de una diferencia asentada en el modelo aristotélico. Diferencia que, ademas, yes facil comprender la raz6n, se refiere también al propio metalenguaje (la lingiifstica, la teoria literaria, la historia, Ta antropologia, tienen cada una de ellas su propia especiti- cidad como discursos cientificos. A ello contribuyé decidi- damente la autonomia de la estética en el siglo XVIII como disciplina independiente de la ética o de la metafisica) y al propio lenguaje objeto (necesidad de diferenciar entre lo especifico literario y otras especificidades artisticas 0 no artisticas). &) Volvamos al inicio de la Poética: aparte de las dife- rencias que en él se engendran, hallamos otro aspecto que Mama poderosamente la atencién. Aristételes habla de un proyecto destinado a averiguar las especies de la pottica, % Verdad y método, Salamanca, Sigueme, 1977, pig. $1. A las conse: ‘cuencias que de ello se pueden deducir hemos dedicado un trabajo anterior, Manis. ASENS, Theoria de la lectura (para una critica paradbjica), Ma Arid, Hiperién, 1987. GRETICA LIMITE/EL LIMITE DE LA CRITICA 21 cémo est compuesta la Fébula, cules son sus partes y cual su naturaleza. Dicho de oto modo, se trata de apresar el _ objeto de estudio con la finalidad, en este caso, de Hegar a realizar composiciones poéticas correctas. Quiere ello decir que en Io fundamental el objeto de la Postica no ¢s sustan- cialmente diferente del objeto de las otras ciencias. 2Y qué es Jo fundamental? Escribe Aristételes en la Metafisica que «=. el Ente se dice de varios modos; pero todo ente se dice en orden a un solo principio. Unos, en efecto, se dicen entes Porque son substancias; otros, porque son afecciones de la substancia; otros, porque son camino hacia la substancia, 0 corrupciones o privaciones o cualidades de la substancia...» (1003b 5). Lo fundamental es una forma peculiar de enten- der el ser del ente como simple-presencia que posibilita la captacién, estudio y clasificacién de la odsia del objeto. Es cierto que la filosofia es, para Aristételes, una actividad que no se ordena nial placer ni a la necesidad. Es cierto que ello, entre otras cosas, marca una considerable distancia entre la ciencia y la teoria griegas y la ciencia y la teoria modernas. Aquéllas no estan destinadas ni presididas por la técnica; éstas, en cambio, si. Y, sin embargo, tal y como ha puesto de relieve Heidegger, aquéllas posibilitan, a través de su concepcién del ser como simple-presencia, la existencia y desarrollo de estas tiltimas. Heidegger observa un nexo de conexién entre la metafisica elasica y la técnica moderna, No sélo eso: considera que la técnica es la culminaci6n de la metafisica , Tal nexo de conexién se puede deducix de estas palabras: «un rasgo iinico y determinado atraviesa todas esas significaciones [del ser]. Muestra la comprensién del verbo “ser” en un determinado horizonte, a partir del cual dicho comprender se lena de contenido. La limitacién del sentido del “ser” se mantiene dentro del ambito de la presencia y de lo que tiene el caricter de estar-ante de la consistencia y de la subsistencia...» ®. En Ia medida en que la teoria literaria (como antes la lingiiistica) se ha autocomprendido segiin los principios Vid. iQué es metaisica? y otvos ensayos, Buenos Aires, Siglo XX, 1986 © De Introduccién a la metafisca, Buenos Aires, Nova, 1968, pig. 128 22 MANUEL ASENSH propios de las ciencias empiricas, un rasgo primordial de étas ha sido arrastrado en el proceso de cientificidad: la técnica. La teoria literaria del siglo XX (al menos, la mayor parte de clla) ha lanzado sus redes técnicas, por utilizar la metéfora popperiana *, para apresar el objeto de estudio. Sus métodos, sus herramientas, sus conceptos, su utillaje en general (pensemos, por ejemplo, en los esquemas de comen- tario de textos) asi Io demuestran, Sin darle ningun conte- nido peyorativo a la expresién, hay que decir que la teoria y ctitica literarias del siglo xx son, en el sentido que venimos apumtando, formas técnicas de teoria y/o critica literaria. Formas técnicas que Ilevan consigo una contradiccién: mientras la técnica cientifica tiene un fin performativo, la teoria literaria no lo puede tener en el mismo sentido, si bien ello podria introducirnos ripidamente en el mbito de la discusién ideolégica con la siguieme pregunta: zes cierto / que la teoria y critica literarias téenicas no poseen una per- formatividad socioinstitucional? ¢) Un tercer nicleo en torno al que se ha desarrollado la Ateoria literaria occidental es el que se conoce como «metafora del organismox. En efecto, Aristételes al tratar la fabula escribe: «Hemos quedado en que la tragedia es imitacién de una accién completa y entera, de cierta magnitud; pues una cosa puede ser entera y no tener magnitud. Es entero lo que tiene principio, medio y fin (..). Es, pues, necesario que las fabulas bien construidas no comiencen por cualquier punto ni terminen en otro cualquiera (.... demas, puesto que lo bello, tanto un animal como cualquier cosa compuesta de partes. no sélo debe (ener orden en éstas, sino también una magnitud que no puede ser cualquiera» (1450b 25-40, 1451a 5-15). El discurso poético, la tragedia en este caso concrcto (pero no s6lo ella), se halla supeditada a la teoria clasica de la belleza; que enlaza con las nociones de ritmo, simetria y % Metifora que, a su vez, es una amplificatio respecto ala de Novalis («Las (eorlas son redes: slo quien lance cogerde): «Las teorias son redes due lanzamos para apresar aquello que llamamos “el mundo": para racio nalizarlo, explicarlo y dominarlo. ¥ tratamos de que la malla sca cada ver ids finax, Kant Porver, La légica de la investigacion cienifica, Madrid, Teenos, 1965, pig. 57 RITICA LIMITE/EL LIMITE DE LA CRITICA, 8 armonia de las partes, es decir, con la formula general de la unidad en la variedad *. O por decirlo con palabras de Pla- tén: «todo discurso debe, como un ser vivo, tener cuerpo que Ie sea propio, cabeza y pies y medio y extremos exactamente proporcionades entre si y en exacta relacién con el con- junto» *, La fortuna de la metéfora del organismo, v ada a través de Horacio para la modernidad *, se manifiesta indudable a cualquiera que se acerque minimamente a la historia de la teoria literaria moderna y, en su versién posi- tiva, negativa o desplazativa, a la teoria literaria contem- porinea d) El cuarto aspecto sobre el que queremos Hamar la atencién es policefélico por la variedad de implicaciones a que ha dado lugar. Aristételes y Platén piensan el lenguaje / desde una dptica semiética (relacién entre un simbolo y algo que s¢ halla fuera del simbolo), mediativa (entre un autor y tun receptor, entre el lenguaje y el mundo) y heterogénea (diferencia, por ejemplo, entre el habla viva y la escritura). Estas palabras pertenecientes al inicio del xepi Epunveias son suficientemente representativas: «Los sonidos emitidos por la voz son los simbolos de los estados del alma, y las palabras escritas, los simbolos de las palabras emitidas por la vom, De ellas se desprenden varias consecuencias: 1. El lenguaje es pensado en términos semidticos: opo- sicién entre una realidad fisica (el sonido, el signans, el semainon) y una realidad psiquica (el sentido, el signatum, 1 semainomenon), de modo que cada sonido debe poser una significacién (consignable por el emisor y recuperable por el receptor) y no es posible —por impensable— que haya palabras y frases sin significacién (Metafisica, 1906a 30) Cada sonido pose y debe poseer, segiin el médelo légico 3 BERNARD BosANQUET, Histor Visin, 1970, pigs. 1 y sigui * aFedro 0 del amor, en Didlogos, México, Porria, 1984, pig. 650, % Vid. A. Garcia BERRIO, Formacion de la teora litearia moderna, 2 vols, Madrid, Cupsa, 1977 ¥ Fedro 0 del amor, op cit, pig. €8. de la extética, Benes Aires, Nueva 24 MANUEL ASENSE aristotélico, un significado central, propio o usual. El hecho de que lo que se dice —con determinado sentido— esté unido a la relacién vor-estado del alma se debe a que lo dicho es dicho por alguien y no por nadie, a que alguien ha querido decir algo y no otra cosa (es lo que los latinos designan con la palabra voluntas), a que ha sido dicho por alguien y para alguien (la reflexién sobre los efectos de la poesia en el recep- tor, asi como sobre la «comprensién», es continua tanto en. Platén como en Aristételes). Es bien conocida la preocupa- cién platénica por la orfandad de la escritura: «El que piensa transmitir un arte, consignandolo en un libro, y el que cree a su vez tomarlo de éste, como si estos caracteres pudiesen darle alguna instruccién clara y sélida, me parece un gran necio; y seguramente ignora el ordculo de Ammon, si piensa que un escrito pueda ser mas que un medio de despertar reminiscen cias en aquél que conoce ya el objeto de que en él se trata» En el Protégoras, Platn nos hace ver habilmente que la unidad de sentido de un discurso poético —del discurso, en general, podria afiadirse— depende de la presencia de su creador, de su autor. 2. Enel lenguaje hay una doble semidtica: Ia primera, yepresentada por el habla o la vor (sonido + sentido), y la segunda constituida por la escritura que es un simbolo de la realidad fisico-fonética. La primera es un signo; la segunda, un signo de signo (y aqui «primera» y «segunda» tienen un valor jerarquico: el del privilegio occidental del habla sobre la escritura}; la primera posee un valor de presencia de la vor viva, la segunda carece de ese valor y esta ralacionada con la muerte. Naturalmente, la jerarquia existente entre el habla y la escritura es vélida también para la literatura, pues ésta recibira, intimamente relacionada con ella, todos los atribu: tos de la escritura (logografia, retorica), bien para negativi- zarla (pensemosen Platén o en la Edad Media como ejemplo de ello}, bien para positivizarla (recordemos el pensamiento estructuralista para el que la literatura se caracteriza, frente al lenguaje natural o el cientifico, por la ausencia referencial), bid., pig. 650. ORETICA LIMITE EL LIMITE DE LA GRITICA 5 pero siempre 0 casi siempre dentro del ambito que reine literatura y no-verdad. _/ 3. Larrelacién entre la vor y los estados del alma es una relacién arbitraria, En el arte, en la poesia, ¢l lenguaje esta al servicio de una mimesis (concepto complejisimo en Platén) que instituye la precedencia absoluta de lo imitado con res- pecto a lo imitante y refleja el punto de encuentro exterior al discurso hablado 0 poéuco entre el autor y el receptor. La prioridad de los estados del alma con respecto a los sonidos es manifesta, su funcién es basicamente representativa y, en el caso del arte, la representacién es doble: Ia poesfa imita la realidad (en el sentido del deber ser) en la que el sonido es ya tuna representacién. De ese modo, la ligazén entre la escritura y la poesia se hace patente. Ademés, la dependencia de lo imitante en relacién con lo imitado es lo que fundamenta, tanto en Platén como en Aristételes, toda una teoria de los _géneros 0 de los modos discursivos. Mas atin: ello indica que la base historica de la teoria de los géneros esté regulada sobre el principio moral (bondad o maldad de la mimesis) y sobre et principio metafisico (su valor cognitive 0 no cognitivo)"® 4. Elienguaje natural y el lenguaje artistico de la poesia no son idénticos, pues mientras en aquél la voz tiene una funcién mediadora y el sentido una determinacién univoca, en éste (segiin, por ejemplo, el cap. 21 de la Poética) la vor adquiere un matiz elocutivo y el sentido puede estar despla- zado. Ello implica una determinada concepcién de la met- , fora como nombre desplazado alrededor del significado inico, propio o usual. Implica, ademas, que mientras el len- ‘guaje natural peede (a través de la filosofia primera en Aris- t6teles y a través de la dialéctica en Platén) conocer la reali- dad, el lenguaje de la poesia o bien se encuentra con barreras obien no accede a ello. En Aristételes, la poesia adquiere un cariz epistemolégico que, aunque superior al de la historia, ¢s inferior al de la filosoffa. En Platén, sin embargo, la poe- » Vid. Genano Generte, Introduction a Varchitexte, Paris, Seul, 197 y JM. SHAEFFER, Qu’estce qu'un gente liuéraire?, Paris, Seuil, 1989, 26 MANUEL ASENST sia, aunque sea éste un punto bastante ambiguo en su teoria, carece por completo de valor epistémico y aparece unida a la retérica, a Ja logografia, a las practicas huérianas y sofisticas que conducen a la mentira. Solo la dialéctica, la psicagogia, pose un verdadero valor cognitivo, Los cuatro puntos que brevemente (debido a las exigen- cias obvias de una introduccién) acabamos de indicar conti- guran el marco general de la teoria literaria occidental. Noes necesario insistir en el hecho de que esos cuatro vértices, con sus correspondientes marcos internos, han sufrido variacio- nes a lo largo de la historia. No es necesario reparar tampoco en que la historia de las poéticas y de la teoria literaria refleja intentos de eliminar o barrer algunos de esos puntos. Sies, en cambio, aconsejable advertir que la teoria literaria, lo que historicamente se arrastra con ese nombre y lo que desde la modernidad se quiere significar con él, ha pensado el resut- tado de la delimitacién de ese marco *. Dicho marco ha esta: blecido unas pautas, unos temas, unos referentes, unas preocupaciones, unas Iineas de investigacién: el resultado es Jo que conocemos, dejando de lado ahora determinadas dis- cusiones terminoldgicas, como teoria y/o critica literarias. El formalismo ruso, a partir de algunas de las premisas estable- Cidas por la teoria literaria del romanticismo aleman de Jena y de la fenomenologia husserliana, ofrece respuestas @ la especificidad del hecho literario (perceptibilidad de la forma, extrafiamiento),a la relacién entre la literatura y las estructu- ras sociales (Ia liberacién del significante en una primera época y la reincorporacién posterior de la seméntica), a la problematica de la especificidad de una ciencia literaria, a la cuesti6n de la funcionalidad de los elementos en el interior del sistema de la obra, etc. El lector sabe que es posible dar “© José Vidal Beneyto centraba en 1981 lo que decimos con las siguien- tes palabras: «A esta perspectiva [la de descrbir las propiedades de la litera tura] es a la que una linea de estudiosas del hecho literario que comienca en Aristételes y Hega hasta Jakobson ha llamado Poétca, linea que cain: cide sustancialmente con lo que Valéry, Roland Barthes y dlkimamente y entre nosotros Garrido Gallardo entienden coma ciencia de la literatura» Fn la introduccidn a Posibilidades y limites del andlisis estructural, Ma rid, Faitora Nacional, pig 36 GRETICA LIMITE/EL LIMITE DE La GRITICA 27 cuenta de todas las escuelas teérico-literarias del siglo Xx analizando la forma como han dado respuesta a los cuatro puntos del marco de la teoria literaria*! 1. LA DECONSTRUCCION Y EL MARCO DEL MARCO. La deconstruccién guarda una relaci6n de confficto (en la acepcién que antes dibamos a esta palabra) con la teoria literaria porque no se sittia en el interior del marco al abrigo del resultado de una delimitacién, sino que parte de una reflexién sobre la propia delimitaci6n y se inscribe en el marco mismo. Ahora bien, la deconstruccién no permanece, por esa razén, fuera del cuadro de la teor‘a literaria, bien en el sentido de una negacién pasiva (10 hacer teoria literaria), bien en el sentido de una negacién activa (destruir la teoria literaria). Ya Heidegger, en el parigrafo seis de Ser y tiempo, aclara que la destruccién de la historia de la ontologia no tiene un sentido negativo, sino positivo y delimitativo, de forma que «su funcién negativa resulta indirecta y tacita». El propio Derrida, por ejemplo, en How to avoid speaking (1986) y en la Lettre a un ami japonaisse (1987) —asi como en la mayor parte de su obra desde La voz y el fendmeno: ha insistido en que la deconstruccién no es ni una teologia negativa ni un nihilismo consistente en un terrorismo des- tructivo®. Tampoco se trata de que la deconstruccién per manezca simplemente dentro del marco de la teoria literaria (o de la metafisica general) en pacifica convivencia con el resto de posiciones y escuelas. Y no esté ni fuera ni dentro porque, siendo la oposicién interior/exterior uno de los principios fundantes de la metafisica, lo somete a decons- truccién. Es, pues, necesario comenzar reconociendo que el marco de la tcoria literaria, como todo marco (el de una pintura, por © J, Dosixcitnz GapaRnos asi Jo hace en su libro pedagégico fy vico en ideas ¥ desarvollos), Critica literaria, Madrid, UNED. * Vid. el suplemento m2 18 de la revista Anthropos, op. cit © Vid, por ejemplo, el reciente libro de Cristina ve Penern, Jacgues Derrida, texto y deconsiruccién, Barcelona, Anthropos, 1989, pis. 125 y siguientes, 28 MANUEL ASENSt ejemplo, 0 el de Ia obra de arte entre Ia que se incluirfa la poesia), crea un interior y un exterior, recoge un interior y excluye un exterior. La Poética de Arist6teles es, ya lo hemos visto, el gesto inaugural de esa demarcacién, gesto que se repetird en la teoria literaria contempornea. Cuando el for- malismo ruso (y sigue siendo un ejemplo paradigmatico), en su primera etapa, considera que el objeto de la ciencia litera- ria no ¢s el texto literario sino lo que hace literario a un texto, la literaturiedad en suma; cuando Klebnikov, Jakob- son, Sklovski, Jakubinski, etc. siguen el postulado de la palabra autosuiiciente y sitdan como objeto de su estudio el sonido y no el significado, cacaso no estin produciendo una delimitacién segiin la cual se puede distinguir rigurosamente entre un interior y un exterior del texto literario 0 del mismo discurso cientifico? Cuando el estructuralismo o la semiética crean unos modelos sistematicos pretendidamente capaces de explicar la mayor parte de decursos; cuando estratifican el texto literario, filmico 0 dramatico con el fin del analisis, ¢no se presupone ahi un interior y un exterior del modelo en su idealidad, un interior y un exterior de lo que participa en la estratificacién? El interior y el exterior de la obra literaria (de la obra de arte en general, de todo ser) viene determinado en primer lugar por la estructura predicativa «§ es Ps} es decir, por la pregunta explicita o implicita «qué ela literatura?» y sus diferentes respuestas mas concretas © mas generalizadoras. En los primeros compases de «Parergon» *, J. Derrida escribe que esa pregunta referida al arte (no olvidemos que «Parergon» es un texto escrito al hilo de la Critica det Jui- cio de Kant) «comienza por implicar que el arte —la pala- bra, el concepto, la cosa— posee una unidad y, mejor, un sentido originario, un etymon, una verdad una y desnu- da...» 8, El analisis que Derrida hace del «es» como lo que expone, manifiesta y hace presente se remite naturalmente a Heidegger y a Blanchot‘, y desvela que esa forma de proce- © Publicado en La verté en peinture, Paris, Flammarion, 1978. © hid. pags. 24-25. De Heidegger interesa fundamentalmente a este rexpecto el conjunto de ensayos De camino al habla, Barcelona, Serbal, 1987; y de M. BLAN. CRITICA LIMITE/EL LIMITE DE LA CRITICA 29 der «instala en una presuposicién fundamental (...), prede- termina masivamente el sistema de la combinacién de las respuestas» #7. Respuestas que van, légicamente, en la direc- cién de una demarcacién. EI marco ¢s, desde luego, la «armadura 0 adorno que refuerza los bordes de una cosa; por ejemplo, de un espejo 0 un cuadro» (Maria Moliner). Y ese es uno de los «referentes» kantianos que Derrida analiza. Pero un marco es también lo que encuadra un libro, un texto, y asi lo demuestra el pro- pio Derrida cuando estudia el «parergon» no de un cuadro pictérico, sino el de la propia Critica del Juicio que pro- viene de la analitica de los conceptos de la Critica de la razén pura especulativa y que esti constituido por titulos, subtitulos y notas a pie de pagina. Descubrimos ahi por lo ‘menos tres acepciones de la palabra «marco»: 1) como reali- dad fisica; 2) como aquello que G. Genette denominaba el Paratexto (titulo, subtitulo, intertitulos, prefacios, epilogos, prélogos, notas al margen, a pie de pagina, etc. Nétese Ia | Semejanza entre la palabra «parergon» y la palabra «para- texto» #; 3) como aquello que se «aiiade> a la obra literaria desde un supuesto exterior y que conocemos como meta- texto. En todos estos casos el «marco» tiene Ia funcién de delimitar un interior y un exterior: el metatexto delimita y encuadra en la medida en que se afiade a una falta existente en el interior del texto y que consiste en que ignoramos cémo €s, qué es, cémo esti constituido dicho texto. O si tomamos una acepcién de la critica literaria mas clisica diremos que delimita y encuadra en Ia medida en que posee una funcién mediadora entre el texto literario y el publico. La critica guia una lectura, la teoria presenta, expone los CHOT, FL espacio literario, Buenos Aires, Paidés, 1969. Vid. también DONALD G. MARSHALL, «History, Theory and Influence: Yale Critics as Readers of Maurice Blanchot, en JONATHAN ARAC et ali (ed), The Yale Critics. op. eit, pigs: 195-155; y ANTONIO Gaketa BERRIO, Teoria de la literatura, op. cit, ef concreto las pgs. 277-207. © Thi Vid. Palimpseses, Paris, Seu, 1962. Version espaftola: Palimpsestos, la literatura en segundo grado, Madrid, Taurus, 1989, pig. 11. En este sen tido a lecura que Dimaso Alonso hace de Géngora en Géngora y el Poli- {femo (Madrid, Gredos, 1960) es un ejemplo ilustrativa de leewura-mareo ! t ’ 30 MANUEL ASENST mecanismos de funcionamiento de la textualidad. Ast pues, del mismo modo que el marco como realidad fisica se sitia ene el interior de la obra pictérica y lo totalmente exterior (la pared, lo real fenoménico), el paratexto y €l metatexto hacen lo propio entre el interior del texto literario y lo radi- calmente exterior, suplementan en relacién con el texto, el lector y la realidad. Derrida se pregunta dénde comienza y dénde acaba un «parergon», dénde se encuentra su lugar. El marco, el parergon, acuden a una necesidad planteada por la obra «interior» tanto en el sentido de la necesidad de una delimi- tacién como en la de una «falta». Ello quiere decir que marco, paratexto y metatexto separan la obra de un exterior, pero también que se separan ellos mismos del exterior de la obra, de donde la pregunta gdnde se encuentra el parergon? No esta en el interior de la obra (es su exterior), pero tam- poco s¢ halla en el exterior (puesto que es el interior de lo totalmente exterior, ¢s lo que delimita y se delimita con res- pecto a una exterioridad, es lo que como suplemento hace falta al interior)". De ahi que esa forma paleonimica de utilizar el témino parergon produzca dos efectos comple- mentarios: por una parte, la palabra parergon ya uo signi- fica ni totalmente exterior ni totalmente interior, ni acci- dente ni esencia, significa interior y exterior, esencia y acci- dente sin sintesis. Del mismo modo, la palabra metatexto ya no significa un interior 0 un exterior del texto literario, sino un interior y un exterior. No es s6lo que el parergon no| pueda ser considerado como interior 0 exterior, €s que, ademds, contamina lo que queda en sus inmediaciones. «Este marco es problematico. No sé lo que es esencial y accesorio en una obra. Y, sobre todo, no sé lo que es esta cosa, ni esencial ni accesoria, ni propia ni impropia, que Kant denomina parergon, por ejemplo, el marco, 2Dénde tiene lugar el marco? ¢Tiene lugar? @Dénde comienza?- gDénde acaba? Cul es su limite interno? Cudl el ex- terno?, © Para la nocién de ssuplementor, vid De la grammatologie, Paris Minuit, 1967, sobre todo et capitulo dedicado a Rousseau, 5 eParergons, pig. 73. GRITICA LIMITE: EL LIMITE DE LA RITICA 31 La parergonalidad entra en conflicto con una de las, bases del marco de la teorfa literaria. Recuérdese que el gesto inaugural de Aristételes (como el de cualquier teoria literaria) en su. Poetica consiste en delimitar el interior y el exterior tanto de la poesia como de la poética, asi como el interior y el exterior entre la obra poética y el lenguaje que habla, contempla y estudia dicha obra poética. La parergo- nalidad comienza, sin embargo, por cuestionar la estabili- dad simple y no problematica de esa divisoria y se pregunta por el estatuto de ese acto que consiste en separar el discurso mismo de la poética del discurso poético, del discurso filo- s6fico, del retérico, del politico. En definitiva, lo que de un modo peculiar se pone en tela de juicio es la no problemé- tica separacién entre el lenguaje y el metalenguaje, entre el texto y el metatexto. El metatexto no escapa de determina das caracteristicas del texto y viceversa. Cudles son esas caracteristicas, cuales son las de ese discurso deconstructivo, lo veremos a lo largo de esta inroduccién. Por el momento, enfaticemos los puntos siguientes. Por una parte, Io ya dicho: que el acto inicial, desde Aristételes, de toda tcoria literaria (Ja delimitacién de un interior y un exterior) es deconstruido, diseminado, puesto entre interrogantes. Por otra: que uno de los efectos de la deconstruccién al entrar en conflicto con Ia teoria literaria es el de indagar en el estatuto metafisico-filos6fico de la teoria literaria. Adviér- tase que la configuracién de una teoria literaria de cardcter iemtifico (al menos a partir del formalismo ruso) va de la mano del rechazo explicito de todo lo que suene a «metal sica». Y no se puede ignorar lo que supuso el formalismo y sus continuadores en cuanto a la liberacién de la teoria lite- raria respecto de dependencias tales como el psicologismo 0 el tematismo. En cambio, la deconstruccién, al menos en uno de sus pasos, se propone demostrar que ese rechazo de Jo «metatisico» (el «desvelamiento» de lo metafisico) es una actitud propiamente metaisica, por no decir el acto inaugu- ral de toda metafisica®', y que, por la misma raz6n, las opo- > Vid, «La mythologie blanche (la méaphore dans le discours philo Sophique)e, en Marges de la philosophie, Paris, Minuit, 1972. Vers. expa- ola, Margenes de la filosofa, Madrid, Cétedsa, 1989, 32 MANUEL, ASENSI siciones (0, incluso, el propio concepto de oposicién tan caro al estructuralismo) sobre las que se edifica estan regu- ladas por la metafisica. En 1967 escribia ya Derrida: «En el campo del pensamiento occidental, y especialmente en Francia, el discurso dominante —llamémosle “estructura lismo"— sigue aprehendido hoy, en toda una capa de su estratificacién, y a veces la mas fecunda, en la metafisica —el logocentrismo— que se pretende en el mismo mo: ‘mento, como se dice tan a la ligera, haber “sobrepasado"» No ¢s, pucs, arriesgado afirmar que aqui se encuentra uno de los primeros motivos de divergencia entre el estruc- turalismo y la deconstruccidn. En efecto, es suficientemente conocida la filiacién metédica (kantiana) del estructura: lismo tocante al carcter cientifico que reivindicé para sus actividades en los diferentes ambitos. Ese cardcter cientifico, en el caso concreto de la teoria literaria, comienza por pre- suponer la situacién de exterioridad metédica con respecto al objeto de estudio, la posibilidad particular de captar la obra literaria en su totalidad estructural ® y la viabilidad de un Ienguaje transparente (el metalenguaje) que construya modelos ideales de explicacién de los decursos, por ejemplo narrativos © poéticos. La deconstruccién, por su desplaza: miento de Ia cuestién del marco y por motivos que todavia no hemos explicitado aqui, debe entenderse como una in- dagaci6n (que no un rechazo simple y lano) sobre el esta- tuto metafisico del método con sus consiguientes implica ciones. En esto, la deconstruccién y la hermenéutica gada- meriana van parejas. Derrida escribe, por ejemplo: «No hay fuera-del-textor. Al no admitir la posicién exterior del De la gramatologie, op. cit, pig. 182. El trabajo de Ph. Lacoue- Labarthe ineluido aqui analiza una de las vertientes de este problema. 5 No se trata tanto de que el esructuralismo pretendiera agotar la obra literaria concreta (que, por otra part, le inteesaba menos que determina das propiedades sisteméticas y comunes a otras obras) como de una forma dde entender el enfrentamiento con dicha obra literaria. Esa forma podria ser calificada de «focalizacién totaly de ello seria un ejemplo ilustrativo el abajo de R. JaKowson y C1avDe Lev-Sraauss, «"Les Chats” de Charles Baudelaire» (i962), publicado en su versin en espatiol en Posibilidades y limites det endlisis estructural, op. cit, pigs. 148-201 5 bid, pig. 202. GRTNICA LIMITE: EL LIMITE DE LA CRETICA 33 metatexto se niega tanto la cientificidad plena no metafisica de la ciencia como la aprehensién de la obra en su conjunto total, asi como la existencia de un lenguaje que posea la caracteristica de transparencia. Es evidente la relacién que guarda lo que estamos diciendo con el problema de la sautorreflexividad» tal y como es desarrollado por Merleau- Ponty o por J.-F. Lyotard’. ¢Cémo, pues, ignorar la pre- sencia de lo que se denomina metalenguaje? :Cémo hacer caso omiso de una relacién (la del Ienguaje y el metalen- guaje) que no se presenta con los rasgos de una mera ext rioridad? Maurizio Ferraris resume muy bien el problema: «nada es més dificil de justificar, en el émbito de las cien- ias del espiritu, que una distincién entre metalenguaje y lenguaje objeto. Sobre todo porque alli donde no se posea una competencia absoluta (la Ginica para no resultar unila- teral), toda traduccién metédica, es decir, metalingiiistica, y toda objetivacién, resulta injustificada: Zeual seria el punto de vista externo, y extrafio al circulo del espiritu objetivo, en el que nos situariamos para objetivar la materia elegida para examen? Esa no ¢s razdn, sin embargo, para afirmar que la deconstruccién supone una negacién de la cientificidad y una caida cn una arbitrariedad vacia y logomaquica*”. Tal vez sea ése uno de los peligros que acechan a algunas de sus Pricticas, sobre todo las mas institucionalizadas (aunque esto mismo podria ser dicho también del estructuralismo, 0 del marxismo, etc.), pero lo que debe tenerse presente es que la deconstruccién, mas que una negacién de la ciencia, es un intento de diseminar «todo lo que liga el concepto y Tas normas de la Gientificidad a la ontoteologis, al logocen- tuismo, al fonologismo. Un trabajo inmenso ¢ interminable que debe evitar sin cesar que la transgresién del proyecto clisico de la ciencia recaiga en el empirismo pre-cien- 5 Vid. Rovowent Gasca, volumen ° En «Problemi del tstualismon, Universita di Urbino, 1985, pig. 20, © Asi lo hace, por ejemplo, Rent WeLL#x en «Destroying Literary Stu diese, The New Criterion, diciembre de 1983. Vid., ademas, la nota 5 del capitulo I del libro de J. DeReipa, Memorias para Paul de Man, Barcelona, Gedisa, 1989, La deconstruccién como cri 34 MANUEL ASENSL tifico»**, Para la deconstruccién, la ciencia es, ademés, un texto perteneciente a nuestra tradiccién occidental suscepti- / ble de ser analizado en los mismos términos de lo que ella analiza. Ademés, y junto a lo que se acaba de exponer, la deconstruccién vuelve la teoria literaria (y su atiada, Ta ret6- rica) hacia la filosofia para sefialarle su textualidad, su reardcter de escritura®, correlato Kgico de la idea de la no exterioridad y no invisibilidad del metalenguaje. Volvere- mos sobre este aspecto. Por tiltimo: que la deconstruccién derridiana se aplique al marco, al paratexto al metatexto, no significa en abso- Juto que piense y practique un discurso mas alld del marco, del paratexto o del metatexto. Si asi lo hiciera estaria per- maneciendo simplemente en el interior de una delimitacién, En este caso, «mas allé del marco» significa, tal y como quiere Jiirgen Habermas, la confusién babélica de todos los limites y discursos. El titulo-«parergon» del trabajo de Ha- bermas demuestra claramente su tesis a este respecto: «Ex- curso sobre la disolusién de la diferencia de géneros entre Filosofia y Literatura». Una lectura medianamente atenta de los textos derridianos deshace esa confusién haberma- siana (y mas general de lo que parece), pues no se trata de acabar con los géneros discursivos® ni con unas determina- ciones retérico-historicas entregadas por toda una tradicién. Se trata, como se ha insistido ya tantas veces, de leer ® y de hacer funcionar de un modo concreto €30s discursos (modo que no excluye la filosofia y la literatura en sentido estricto, aunque, qué es la literatura y la filosofia en sentido estric- to? El propio Habermas condena la confusién deconstruc- tiva en nombre de las sustancias especificas de los géneros, 3 Em el libro de entevists a J. Derrids Posiciones, Valencia, Pretextos, 1977, pig. 4. 4% Vid. «Quel, quel», en Marges de la philosophie, op. cit % Publicado en El discurso filosifico de la modemidad, Madrid, Tau- rus, 1989, pigs. 25-254 ‘8 Vid, , op. cit, pig. 85 © En «Critical Factions/Critical Fictions», introduccién a Textual Strategies... op. cit, pg. 30 En L'écriture et la difference (1967), versi6n expatiola de PATRKIO Prsauven, La esrture y la diferencia, Barcelona, Anthropos, 1989, rg © Vid. sLa deconstruccién como crticar, en este volumen, y también The tain of the mirror. Derrida and the philosophy of reflection, of. cit 36 MANUEL ASESST siguiente direccién: la indecibilidad del «parergon» trastoca vuelve extremadamente compleja la relaci6n entre el len- guaje de la teoria y el Ienguaje de la literatura. Ya nada se da en ella por supuesto, ya se recalca la urgencia de una evisin de todo lo que ella implica. No vamos a entrar en la discusién acerca del carécter derivado de las deconstruc- ciones norteamericanas en relaci6n a los textos de Derrida Nos interesan mas los puntos de convergencia y de diver- gencia entre una deconstruccién tildada en ocasiones de ‘filoséfica» (calificacion con la que no estamos de acuerdo) y otra deconstruccién denominada frecuentemente slitera- ia» (apelacién con la que tampoco estamos de acuerdo) ®. ‘Tocante a este asunto hay que reconocer que la complica- ccién del engarce «lenguaje de la teorfa-lenguaje de la litera- tura» es uno de los puntos de interseccién entre Paul de Man y Derrida, entre J. Hillis Miller y G. Hartman, entre J. H. Miller y P. de Man. Elijase el ejemplo de este iltimo: no se descubre nada al conceder que sus dos obras principales, Blindness and Insight (1971) y Allegories of Reading (1979), estén plenamente dedicadas al problema del enfrentamiento entre el Jenguaje de la critica y el de la literatura, es decir, al problema de la lectura. En «Caution! Reader at Workl», Wlad Godzich refiere que «habia una vez en que todos pensabamos que sabiamos ‘cémo leer, y entonces llegé De Man». Estas palabras inci- den en que para De Man es necesario, como paso previo, discutir la relacién entre el lenguaje primero (el objeto, la literatura) y el lenguaje segundo (el metalenguaje), funda- ‘mentalmente porque esa relacién asi dispuesta para teorizar sobre la literatura debe, antes que nada, leer el texto litera rio, y la posibilidad de la lectura no est4 nunca garanti zada”, Si, como estamos presuponiendo en nuestro estudio como reconoce el propio Godzich, la teorfa literaria moder- © El propio Derrida da su opiniGn sobre este problema en Memorias para Paul de Man, op. cit. ' La razon de este desacuerdo se iri viendo a lo largo de esta introduccion. ™ Introduc. a Blindness and Insight, Univ. of Minnesota Press 1988, 16 1 En eRetGrica de a cegueras, en este volumen. Esa no garantia Alcanza incluso al concepto de «lector implicito» tal y como lo entiende ‘Wotranc Isen en The Implied Reader, John Hopkins U. P.. 1974 GRUTICA LIMITE/EL LIMITE DE LA CRITICA a7 na (desde el Formalismo, el New Criticism y el Estructura- lismo, pasando por muchas formas de semiética) no escapa a esa oposicién entre el lenguaje primero y el lenguaje segundo, podemos considerar que el planteamiento de de Man pone en entredicho (deconstructivamente) es0s movi- mientos metalingiiisticos. A partir de las caracteristicas que de Man atribuye al lenguaje literario (y que tendremos oca- sién de ver unas paginas mds adelante), caracteristicas que alcanzan tanto al lenguaje primero como al lenguaje segun- do, se entiende el proceso de lectura como un acto de malin- terpretacién. Lo que interesa poner de relieve ahora es que su propuesta, base afecta de forma total a esa oposicién «interioridad/exterioridad» que configura uno de los ejes de la teoria literaria moderna, lo cual determina su practica deconstructiva consistente en analizar el proceso de lectura de posiciones «teéricas»: el New Criticism, Binswanger, J. Derrida, Lukacs, Poulet, Heidegger, Blanchot, el estructura- lismo, etc. asi como el proceso de lectura de textualidades habitualmente «leidas»: Rilke, Proust, Rousseau, Hélderlin, Niewsche, etc. Es decir, la epistemologia de la lectura en general. ;__ Ende Man el «parergon» se traduce por una articulacién | en Ia que el lenguaje pretendidamente exterior (el metalen- ‘guaje) comparte una serie de rasgos pertenecientes al len- guaje supuestamente interior (el lenguaje de la literatura), de donde se desprende que tanto uno como otro pertenecen al mismo campo de la textualidad, y que la escritura critica no ¢s la descripcidi, tepeticién, identificacién o representa- cién del texto literario (idea esta Gltima también desarro- Mada por Derrida tanto en De la Gramatologia como en La Doble Sesion)’, Si volvemos ahora los ojos hacia Geoffrey Hartman observaremos que tres de sus principales obras, Beyond Formalism (1970), The Fate of Reading (1975) y Criticism in the Wilderness (1980), estan dedicadas, en- tte otras cosas, al problema del marco. En la medida en 7 De ahi que Vincent B. Lich, por ejemplo, denomine, desde nuestro Punto de vista no muy acertadamente, emetaciticae a la prictica dema- hniana, y también a la de Hartman, Miller y R. Barthes. En Le Diseminecién, Madrid, Fundamentos, 1972, 38 MANUEL ASENSI que distingue entre dos tendencias extremas en la critica moderna, por una parte la que él denomina la del «scholar- critic» y, por otra, la del «philosopher-critic», una dedicada a definir Ia literatura en términos formales —es decir, en términos de la exterioridad metalingitistica— y a limitar su lenguaje a los hilos de la especializacién —es decir, al ideal de la transparencia denotativa prototipica del lenguaje cien- tifico—, la otra a subordinar Ia literatura al pensamiento 0 al conocimiento —es decir, a entender el texto literario, el texto interior, como mediacién o sintoma de un pretendido exterior—", deciamos que en la medida en que hace esa distincién y propone una mezcla no sintética de ambas des- tinada a cortar la referencialidad del lenguaje literario y el de la critica y a forjar un tipo de discurso critico estético”, ¢s facil apreciar que el objetivo de Hartman es, claramente, poner entre paréntesis el resultado de la delimitacién ope- rada por uno de los ejes de la teoria literaria. Que el resul- tado de la deconstruccién del «parergon» ofrezca unos resul- tados distintos, y a veces contrarios, entre Derrida, Miller, de Man y Hartman, no es més que una consecuencia de lo que en iiltima instancia nos propone la deconstruccién. 2. LA DECONSTRUCCION:Y FI. MARCO: TECNICA, ORGANISMO Y SENTIDO | Seha dicho que la deconstruccién es una critica del sen- tido, un discurso él: mismo sin sentido reservado para sefia- lar el sinsentido de todo texto y para convertir Ia actividad critica en un ejercicio dé mera manipulacién arbitraria de _ Tas significaciones. Tal ver por esa raz6n se ha acusado a Derrida de «terrorista intelectual (como hace Booth)"* 0 se le ha tildado de «partisano» o «anarquista». Habermas, por % En Criticism in tha Wildemees, Yale University Press, pgs. 214-225, 2 Vid. MICHAEL SPRINKER, «Aesthetic Criticism: Geoffrey Hartmanne. en The Yale Critics, op. cit, pigs 48-65. También P. CARRAVETTA, «Malin conia bianca, Llintermedium di Yales, en P. CARREVETA y P. SPEDICATO (editores). Postmodemo ¢ leteratura, Milén, Bompiani, 1984, % Asi lo hace W. BOOTH en Critical Understanding, The powers and Limits of pluralism, Chicago U. P., 1979 CRETICA LIMITE/EL LIMITE DE LA CRITICA 39 ejemplo, nos dice (sin ahorrar los indicios de sus preferen- cias ideol6gicas) que «mientras (...) Heidegger engalana el fatalismo de su historia del Ser, al estilo de Schultze-Naum- burg, con las imagenes sentimentales y hogarefio-puebleri- nas de un contramundo preindustrial y campesino, Derrida se mueve ms bien en el mundo subversivo de la lucha de los partisanos», y mas adelante que «Derrida se halla mas cerca del deseo anarquista de hacer saltar el continuo de la historia, que del mandato autoritario de plegarse al des- tino», Sin querer entrar en polémicas gratuitas, pretende- mos hacer un repaso por algunos textos importantes de Derrida, De Man, Miller y Hartman para determinar lo mas rigurosamente posible esa complicada relacién de la decons- trucci6n con el sentido, asi como sus diversas implicaciones, todo ello siguiendo el hilo de nuestra hipétesis acerca del cardcter conflictivo, paradéjico y liminar de la unién decons- truccién-teoria literaria Husserl, en la primera de sus investigaciones Igicas, distingue «a propésitor del signo entre la «expresién» (Bedeutung 0 querer-decir) y el «indice» (signo privado de Bedeutung) con la finalidad expresa de delimitar el querer- decir de la-expresién en su pureza plena y presente. Ello supone eliminar todo aspecto de mediacién —material, significante—, que implique la no-presencia plena del que- rer-decir. Por supuesto, el primer:dlemento degradado de la opesicién «expresién»/aindice> es el segundo, por su car! ter absolutamente mediador y de ausencia marcada. Y es Preciso tomar nota de que inéluso la ”®. Y es en virtud de esa estructura de repeticién como todo tun sistema de oposiciones y diferencias ¢s deconstruido: significante/ significado, representante/representado, presen- Gia simple/su reproduccién, etc. Ademds, dicha estructura introduce de forma obligatoria la cuestién de la muerte, del pro-grama o del gramé-fono: si el signo es gracias a la repe- ticién («la escritura —nombre corriente de signos que fun- Gionan a pesar de la ausencia total del sujeto, por (més allé de) su muerte») * entonces su posibilidad es la de la relacién con la muerte de su alrededor empirico: el yo 0 el tit empiri- cos, el aqui o el allé empiricos. «Yo soy» quiere decir (..), originariamente, yo soy mortal. Yo soy inmortal ¢s una proposicién imposible. Se puede ir, pues, més lejos: en % En Blindness and Insight, op. cit, pig. 16 % La var y al fenbmeno, Valencia, Prevexios, 1985, pigs. 99-100, © bid,, pig. 155. GRETICA LIMITE/EL LIMITE DE LA CRITICA 41 tanto lenguaje, «Yo soy el que soy» es la confesién de un mortals". No ¢s extrafia la alusiOn a «El extrafio caso del doctor Valdemar» de Poe' 0 a las palabras de Bloom des- pués del entierio de Dignam en el capitulo 5 del Ulises: xAdemés, zc6mo podria uno recordar a todo el mundo? Ojos, andares, vor. Bueno, la vor, si; un graméfono. Tener tun graméfono en cada tumba 0 guardarlo en casa. Después de la comida, el domingo. Pon al pobrecillo bisabuelo. \Craahaarc! |Holaholahola mealegromuchisimo craarc mea- egromuchisimodeverosotraver holahola gromuchisi copzsz». Més atin: la estructura repetitiva de todo signo compromete Ja distinci6n entre un uso ficticio y un uso efectivo de éste, , lo que tiene consecuencias importantes en la lingiiistica y en la teoria de la literatura. Dejando de lado, por el momen- to, estas consecuencias, subrayemos que la posibilidad de la 7 repeticién (ast como la de cualquier oposicién) viene dada por el movimiento pasivo-activo de la différance. Como se sabe, en De la Gramatologia Derrida afronta la deconstruccién del binomio «Habla»/«Escritura» a través de tun tenso y estratégico didlogo con Saussure, Lévi-Strauss y ; Rousseau, El resultado es la modificacién del concepto de «escritura» que hasta ese momento habia sido un concepto que designaba un elemento suplementario, limitado y deri- vado con respecto al habla. Dicha modificacién se realiza de ‘un modo similar a como se trastrocaba la pareja «expresién»/ indicio», es decir, oponiendo su autor —una textualidad— a si mismo («es necesario oponer decididamente Saussure a si mismo»)*, Repitiendo el fragmento del Cours en el que Saussure advierte que en el sistema sélo hay diferencias, Derrida reinscribe este tiltimo como fuente (no) originaria, Productora de y anterior «a todo lo que se denomina signo (significado/significante, contenido/expresin)»"®. Que slo hay diferencias significa, en Derrida, «la imposibilidad, Thid., pags, 104-105. ‘En el mismo La vor y el Jenémeno, loc. ci ' En Utises graméfono, en este volumen. La waduccisin de J. M. Val- verde en Barcelona, Lumen, 1989, pig. 160. De la gramatologia, op. cit, pig. 68. Thid., pig. 82 2 MANUEL ASENS! ara un signo, para la unidad de un significado y un signi- ficante, de producirse en la plenitud de un presente y de una presencia absoluta». De ali que frente a y antes de una semiologia (fundada sobre el valor de presencia del signo) site una gramatologia (cuyo sujeto seria esa diferencia entendida como huella no-originaria, es decir, como archi- hhuella). El nuevo concepto de escritura (que evidenternente no €s un concepto y que ya no tiene nada que ver con el concepto corriente de escritura) és lo que éxcede, comprende y precede al lenguaje, su condicién de posibilidad, y ya no designa 4 velsiculo de un conjunto de unidades preexisten- tes en el habla, sino el modo de produccién que constituye todas esas unidades: la escritura como espaciamiento, aiti- culacién y diferenciacién. La (archijescritura, en sentido derridiano, conecta con (es otra forma de referirse a) la (archi)huella, la diferencia, la différance. {Pero por qué différance? 1. Ente edifférances y différence> no hay una diferen- cia f6nica, pues en francés una expresién suena exactamente ‘como la otra. De ese modo, la primera escapa a la vor, a la phoné, a aquello que de entrada pretende criticar. No se oye. Suena igual. Hay algo silencioso que, sin embargo, acaece: el grafema «a» de «différance» que se ve, que se con- templa, pero no s¢ oye. El lector advierte, ve una «dileren- cia, pero se trata de un «advertim», de un «ver» que no es meramente viswal porque no lo ve todo completamente «Ver la «a», pero no ve la diferencia que media entre «diff ance» y «différences ya que la diferencia es lo que transcu- re, como un abrir y cerrar de ojos, emse Ya una y la otra sin ‘detenerse jams en una de las dos. No s6lo eso: la diferencia (ahora ya «différance») es lo que posibilita la existencia de ambas y hasta el propio hecho de la lectura. La diferencia es activa y pasiva 2. «Différances realiza, ademas, un twabajo de asuncién semantica, pues captura el significado de «dilerenciarse» en GRITICA LIMITE/EL, LIMITE DE LA CRITICA 48 sentido activo, ser distinto, disimilar en cuanto a la natura- eea, la cualidad o la forma. En efecto, 1a «différance» implica un electo de diferenciacién sin el que, por razones, obvias, no podria haber «diferencias». 3. Conecta con el «differo» latino, que significa fun- damentalmente «esparcir, «diseminar», y que alude clara- mente a la diseminacién seméntica de todo signo, dado st caricter iterativo, 4. Conecta, asimismo, con el significado del verbo «dite rip», es decir, ®, 2Qué relacién guardan la différance —con los cuatro valores que se le atribuyen—, la archihuella, la archiescri- tura, con lo que podriamos denominar el uso del signo en Ja esfera comunicativa?, qué relaciOn guardan con los con- ceptos (empiricos, pero no s6lo empiricos) de emisor, recep- tor © contexto? Recuérdese que en un momento de La voz y el fendmeno se afirmaba que la estructura de repeticién que posibilita la existencia del signo en general compromete la distincién entre un uso ficticio y un uso efectivo de éste. Si se comparan las caracteristicas del concepto vulgat de escri- tura (representacién, expresién y comunicacién a distanci: signo de signo, ausencia del destinatario, ausencia del remi- tente, ausencia del contexto original) con las del que seria ‘su opuesto, el habla efectiva (marcada fundamentalmente Por Ia presencia); si se atiende a las consecuencias de aque- Has caracteristicas (J) la ruptura con el Horizonte de la comunicacién como comunicacién de las conciencias o de la presencia 0.como transporte lingiiistico 0 semantico del querer-decis; 2) la sustraccién (...) al horizonte semdntico 0 © Le vot y el fendmeno, op. city pig. 121 “4 MANUEL. ASEXS al horizonte hermenéutico que, en tanto al menos que hori- zonte de sentido, se deja estallar por la escritura; ‘Sia nece- sidad de separar, de alguna manera, del concepto de polise- mia Yo que he Hamado en otra parte diseminacién y que es también el concepto de la escritura; 4) la descalificacién 0 el limite del concepto de contexto, “real” 0 “lingibistico”, del que la escritura hace imposibles la determinacién tesrica 0 la saturacién empirica o insuficientes con todo rigor»)*, si se atiende a estas consecuencias en relacién también con el habla efectiva y presente, legamos a la conclusién de que tales caracteristicas y tales consecuencias son extrapolables y aplicables a todo signo en general. zAcaso un signo 0 marca no necesita, como su condicién de posibilidad, ser recono- ido a pesar de cualquier tipo de transformacién que sufra en el proceso comunicativo actual? (¥ no esta necesitado ese reconocimiento de una iteracién que preserve su idealidad? Giertamente y, ademés, esa iterabilidad supone la separa- ccidn de la forma significante del referente, asi como de toda intencién de significacidn actual, de todo emisor, receptor 0 contexto. «..Escritura, es decir (...), posibilidad de funcio- namiento separado, en un cierto punto, de su querer-decir “original” y de su pertenencia a un contexto saturable y obligatorio»™. Y, a continuacién, unas palabras a menudo soslayadas cuando se habla de la relacién entre la decons- truccién y el contexto: «Esto no supone que la marca valga fuera de contexto, sino al contrario, que no hay mas que contextos sin ningun centro de anclaje absoluto» ®. Asi las cosas, problematizada la oposicién entre uso efec- | tivo y uso ficticio del signo, se transita légicamente a una deconstruccién de la oposicién «acto de habla serio/acto de habla ficticio». Como han demostrado los andlisis de Austin y de Searle, una nocién fundamental para la pragmatica lingiiistica es la de contexto, o mejor, la posibilidad de obje- tivar y enmarcar el contexto que permite establecer las con- diciones necesarias para que pueda suceder un acto de habla En Signature événement contextes, Marges de la philasophie, op. cit, pigs. 897-858, 1 Thid,, pig, 361 © Tid, pig. 362 ERITICA LIMITE/EL. LIMITE DE LA CRITICA 45 sseriow®!, Necesidad que se extiende a la presencia cons- Ciente de la ititencién del sujeto hablante y de una determi- nada recepcién. La oposicién acto de habla serio/acto de habla ficticio remite a la diferencia entre uso y mencién de un signo o una marca. El término privilegiado por Austin es, naturalmente, el acto de habla serio, que est constante- mente amenazado por el acto de habla ficticio (aquel que tiene lugar durante una representacién teatral o en el ime- rior de un poema, como nos dice el propio Austin). La estructura de repeticién perteneciente a todo signo subvierte sa oposicién y Ja reinscribe: s6lo una «citacionalidad gene- rab» hace posible la existencia de un acto de habla serio y de un acto de habla ficticio, de modo que el primero no es mas que un derivado del segundo entendido como un doble citacional que viene «a escindir, disociar de si misma la sin- gularidad pura del acontecimiento»®. EI discurso derridiano es una arquitectura cuyas bases estan dispuestas de forma légica y ordenada para producir, sin embargo, movimientos sismicos que, sin derrumbar dicha arquitectura, la vuelven inasible. Los, por otra parte, bien conocidos pasos que acabamos de sefialar constituyen Jos puntos de arranque (asi como los resultados) de lo que podriamos denominar la «teoria del injerto» de Derrida y que resumimos de la siguiente forma: a) La différance, la repeticién, la citabilidad general \ del signo (que ya no es mas el signo de determinada semid- | tica), hacen que la escritura no envie hacia ningiin exterior de ella misma, a ningiin afuera al que ella representa. La escritura no es, pues, representacién de una supuesta reali- dad (o verdad) exterior que la dominaria en calidad de sig- nificado trascendental o de sintoma privilegiado sobre el indicio. La critica de Derrida a ta lectura lacaniana de la narracién de Poe «La carta robada» va precisamente en esa * Vid. JL. Austis, How to Do Things with Words, Oxlord, The Cla- tendon Press, 1962 (wad. espafiola en Buenos Aires, Paidés, 1971); de JR. Stants, Actos de habla, Madrid, Civedra, 1980. % bid, 367 Ibid 46 MANUEL ASENSI direccién®, Al contrario, la escritura «que no remite mas que a si snisma nos traslada a la ver, indefinida y sistemati- camente, a otra escritura. A la vez: es de lo que hay que darse cuenta. Una escritura que no remite mas que a si misma y una escritura que remite indefinidamente a otra escritura, eso puede parecer no-contradictorio (...). Es pre- iso que remitiendo cada ver a otro texto, a otro sistema determinado, cada organismo no remita mds que a si misma como estructura determinada: a la vez abierta y cerrada»*. La escritura no manda mas que a la escritura, es decir, a si misma y a lo otro; Ia escritura no engendra mas que escri- tura sin posibilidad de fin. Y aqui podemos recuperar otro aspecto del «parergon: recuérdese que éste no est ni dentro ni fuera, es el interior y el exterior. Pues bien, ahora nos encontramos ante otra raz6n para cuestionar Ia simple opo- sicién entre el lenguaje objeto y el metalenguaje: la escri- tura, como pro-gramacién, como gramé-fono, incluye den- tro de la interioridad de su campo tanto al lenguaje (que s¢ repite) como al metalenguaje (que, de igual modo, se re- pite), de forma que éste no podré nunca saturar a aquél, dado que la huella remite siempre a otra huella sin que ese proceso tenga nunca fin. La escritura asi entendida nos hace pensar el texto como una red sin principio ni final (crisis del libro y de los blancos marginales y gestaltianos), una red de impurezas, de injertos dentro de injertos sin origen ni final (sin arqueologia ni escatologia), una red constituida ‘por un conjunto de capas de unas historias desconocidas que se nos ofreecn como tales desconocidas sin posibilidad de salvar la distancia temporal que las separan de nosotros. Una red de injertos que afectan tanto al lenguaje como al metalenguaje, una red de injertos que, como veremos, no debe ser identificada con la intertextualidad tal y como ha sido teorizada desde Bajtin a Jenny pasando por Julia Kris- teva. Sobre todo, debe tenerse en cuenta que el injerto —del que no escapan ni la literatura, ni la teoria literaria, ni la filosofia, ni el lenguaje de la historiografia, etc— no puede Le facteur de la véritée, en La Carte postale, Paris, Flammarion, 1980, ® De eLa doble secuenciae, en La Diseminacién, pigs. 305-306. CRETICA LIMITE/EL LIMITE DE LA CRITICA 47 {ser descompuesto en unidades minimas al modo de un and- lisis distribucional o de un andlisis estructuralista, pues lo que denominariamos unidad minima del injerto serfa ya otto injerto. b) La citabilidad general del signo, que destiga a éste de todo centro de anclaje absoluto, recuerda que los valores de propiedad, en cualquier ambito en el que se presenten, son deconstruibles. Y gno se basa la metafora —y la tropo- ogia en general— en ese valor de propiedad o de usuali- dad?% Tanto en «El suplemento de cépulax como en «La mitologia blanca», Derrida se ha referido a la articulacién e implicacién indisociable entre el dominio filoséfico y el dominio lingiiistico: en este caso, en el de la estructura de la metéfora, se observa claramente su vinculacién al campo de a ontologia aristotélica, primero por pertenecer a una teo- xia del nombre como gov onuavtxt y al principio de analogia; segundo porque al asentarse sobre el principio de la analogia se une a toda la cadena de la mimesis y de la homoiosis, asi como al problema de la verdad ontoldgica. ‘Todo ello refuerza un valor de propiedad de la metafora que huye del movimiento potencialmente infinito de la epifora del nombre y que se une, en cambio, al modelo I6gico aris- totélico. Evidentemente, esta concepcién heliocéntrica de la ‘metafora choca con la concepcién de una escritura en la que & privilegia fundamentalmente los valores de pérdida de relacién con los elementos ajenos a la propia escritura. Por ese motivo, Derrida enfrenta por una parte ese heliocen- ‘mismo que sujeta la escritura y le atribuye determinadas dependencias, y, por otro, aquellos movimientos «desen- mascarantes» que pretenden desvelar, reducir, acabar con la ‘metifora arrojando luz en donde antes habia un velo ocul- % Para un andlisis de la discusién entre J. Dertida y Paul Riccrur propésito de la metafora, vid, «La mitologia blanca», Marges de la filoso- Fa, op. ct: La metifora vina, op. ct. de Pav Ricorur, y también de Dennis, ala retitada de la metdloran, en La deconttruccién en las fronte- 15 dela filosofa, Barcelona, Paidés, 989. Hemos propuesto un andlisis de ‘ste debate en MaNUFL ASENSI, «La mevifora en Paul Riccrur: un debate cntre hermenéutiea y deconstrucciéns, de proxima aparicién en el volumen de a revises mexicana Semiosis dedicado aa figura de Paul Ricceur. 8 MANUEL ASENSI tador, arrojar la luz de lo literal sobre lo figurado. Los limi- tes de ese proyecto serian los siguientes: «La metéfora sigue siendo por todos sus rasgos esenciales, un filosofema cla: sico, un concepto metafisico (..). Es resultado de una red de filosofemas que corresponden en si mismos a tropos 0 a figuras y que son contempordneos o sistemticamente soli- darios de ellos. Este estrato (...) no se deja dominar (...). Si se quisiera concebir y clasificar todas las posibilidades metaf5- ricas de la filosofia, una metifora, al menos, seguirfa siendo ~ excluida, fuera del sistema: aquella, al menos, sin la cual no seria construido el concepto de metfor»”. 21. La deconstruccién y las criticas ‘Hemos querido hacer un repaso por algunos de los pun- tos claves del pensamiento derridiano (sin duda, el més ela- dorado entre los «deconstruccionistas») para finalmente pre- guntar: ges aplicable ese discurso a la teoria Viteraria? La respuesta no puede ser simple. Por un lado, la aplicaci6n es posible —como vamos a tener ocasién de comprobar—, pero por otto debemos volver a nuestra tesis de que la apli- cacién se hace a costa de una tensién, una paradoja y un limite. Tal vez por esa razén no estemos de acuerdo con J. Culler cuando afirma que «las implicaciones de la decons- truccion en el estudio de !a literatura quedan lejos de estar laras> , frase con la que quiese indicar wna incertidumbre. Nosotros, por el contrario, pensamos que la frase de Culler €s una «certidumbre> en la medida en que si esas implica- ciones estuviesen claras tendriamos entonces que hablar de una teoria literaria deconstructiva sobre la base de los cuatro vértices generales a los que nos hemos referido, y no sucede asi. Culler, ademas, alude al ejemplo demaniano segin el cual toda lectura es incorrecta y afirma que «no parece tener consecuencias logicas que obligarian a los criticos a proce- der de manera diferente», como tampoco ve que pueda 1% Em Métges de la filosofi % Sobre la deconstrucc Ibid op. cit, pg. 258 2p. cit, pag. 158. GRITICA LIMITE/EL LIMITE DE LA GRITICA 49 obligar a cambios en la critica literaria «la deconstruccién de una oposicién jerarquicar'*. Culler utiliza ejemplos que, presentados de ese modo, no parecen ciertamente tener mucha aplicacién. Al igual que hicimos en el anterior apar- tado, trataremos de demostrar que no es asi ‘Comencemos constatando que existe una variante de- constructiva de critica literaria, y que tal variante ha sido criticada —en diferentes sentidos, claro esti— por autores como W. Godzich (1983), Paul A. Bové (1983), Silvano Petrosino (1983) y Rodolphe Gasché (1979 y 1986), entre otros. Nos interesa especialmente la tesis de este titimo, que encontramos resumida en las siguientes palabras: «La no- cién detridiana de escritura y de huella presupone una reduccién fenomenoligica de todos los campos ordinarios de la sensibilidad (pero también de lo ininteligible). Al ser anterior (todavia no como esencia) a las distinciones entre los diferentes campos de la sensibilidad y, en consecuencia, a cualquier experiencia de presencia, no podemos afirmar que la huella o escritura estén presentes en todos los discur- sos. Los campos de la sensibilidad de la presencia son «sélo» los campos donde la escritura como archi-escritura aparece como tal, se hace presente ocultandose a si misma. De este modo, la manitestacién en cuestién, puesto que con- funde ignora distinciones tan importames (..), supone un retroceso hacia una comprensién fenomenolégica de la es- critura como algo legible, visible y significative en un medio empfrico abierto a la experiencia»'™. Se comprende que Gasché no quiera admitir la identifi cacién entre la escritura como archiescritura, huella 0 diffé- vance, ¥ la escritura en su sentido vulgar y empirico. Cier- tamente, no podemos identificar la archiescritura ni con la Poesia o la literatura ni con cualquier otra manifestacion discursiva concreta. Como no se puede ignorar tampoco una cierta pertenencia de la deconstruccién al debate especi- ficamente filoséfico. Pero ello obvia dos aspectos fundamen- tales: en primer lugar, y no ¢s esta la ocasién ms adecuada Para desarrollar esta idea, que la deconstruccién no puede id, "™ sLa deconssruccién como crsica, en este volumen. 50 MANUEL, ASENSE comprenderse sin tener en cuenta una mercla, la debida a la inyeccién de determinadas pricticas (edrico-literarias (que se remontan al romanticismo aleman de Jena y pasan por Flaubert, Valéry, Mallarmé y Blanchot) en ia filosofia —cuyo efecto es, eso si, un (no)concepto que no habita en lo empi- rico de una manifestacién discursiva—, y la debida a la inyeccién del debate filos6fico (més concretamente, y como se sabe, el debate con Aristételes, Platén, Husserl, Heideg- ger, Lévinas, Nietzsche, etc.) en las ciencias del espiritu 0 del texto. En segundo lugar, y directamente relacionado con l primero, que si el efecto de la primera inyeccién es un (no)concepto que no permanece en lo empirico, el efecto de la segunda (en interaccién con la anterior) ¢s una determi- nada teoria del texto que podriamos denominar «del injer- to» 0 «parergénica» o y el objeto literario. Dicha conceptualidad supone un intento explicito de dominio técnico de la obra, incluso en aquellos «asos, como, por ejemplo, la estilistica idealista, en que se reconoce la imposibilidad «cientifica» de apresat la esencia inefable de la literatura. La conexién entre el «es» (el meta- Tenguaje) y la técnica fue sefialada ya por Heidegger: al _ comprender el ente —en este caso, el ente literario— como tun «es» presente se hace posible (se le deja disponible para) su dominio ténico'. Los formalistas forjan conceptos como «lengua poética», «literaturiedad>, «funcidn», «extra- fiamiento», «formar, «niveles de andlisis» («fdnico», «fono- légico», «métrico», «morfologico», etc.), «leyes de funci namiento del texto», «rasgos distintivos», «motivo», «cons- trucci6n en escalera», «construccién en circulo», «procedi- miento literario», «clementos de construccién», «fibula», sasunto», y un largo etcétera™®. La lingiiistica del texto (también del texto literario) inscribe conceptos como «cone- xidnm, «conectivos» («lengua natural», «cinjuncién», «dis 8 Hleidegger escribe: «Ulimamente, la invetigacion cientificay filo séfica de las lenguas tiende, cada ver mas resuelta, a a produccién de lo ue se lama “metalenguaje". La fiosofia cienifica que persigue la pro uceién de ese "superlenguaje” se entiende consecuemtemente a si misma como meialinguistica. Fsta expresién suena a metafisica, pero no slo suena como ella: es como ella; porque la metalingistica es la metafisica de 4a tecnificacién universal de todas las lenguas en un solo y nico instr mento operativo de informacidn interplanetaria. Metalenguaje ysatéites, imetalingilistica y tecnologia espacial son lo mismo», en «La esencia del De Camino al habla, Barcelona, Serbal, 1987, pig. 144 ‘Taveran Tovonov, Théonse litérave des formalistes russes, Paris, Seu, 1965, 52. MANUEL ASENS! yunciéne, «contrastivose), «coherencia», «tépico», «comen- to», «loco», «macroestructuras», y otro largo etcétera™', Los conceptos provienen, en ocasiones, de contextos anteriores y sufren transformaciones. En cambio, en otras, hay que for- jarlos de nuevo, incluso en una direccién algebraica 0 légica. Pero en cualquier caso, su funcién es la misma: construir un aparato tedrico, metodoldgico y terminolégico, +: transparente, no contradictorio y denotativo, apto para cons- tuir modelos explicativos de la obra literaria 0 del sistema que no del decurso— literario'™*. Las respuestas deconstructivas a este problema son dife- rentes segtin se trate de Derrida, de de Man, Miller 0 Hart- ‘man, pero en todas ellas encontramos un rasgo comin: el reconocimiento de que esa actividad «técnica» de la teoria literaria que descansa en el valor de presencia y transparen- cia del metalenguaje es una metafisica que no puede domi- nar (ni agotar, ni reproducir total o parcialmente) ni el J injerto del texto literario ni el del suyo propio, modelados ambos sobre un movimiento de presencia-ausencia'™, Esa es la raz6n por la que, sin excluir una determinada «anda- dura», las deconstrucciones no han producido ningiin méto- | do en sentido estricto ni ninguna conceptualidad. En todo ‘caso (como sucede con Derrida o Miller) se «desconceptua- liza», se disemina tanto el texto literario como la conceptua- lidad misma de los metalenguajes. De ahi que Miller nos diga que existen dos tipos de critica: la (sna en valores tales como la presencia, la diferencia Jenguaje/metalenguaje, la oposicién literal/figurado, la idea de una lectura «correcta» (monosémica 0 polisémica) y | , El tropo (la alegoria) se intercala siempre entre él texto y su lectura, en el texto como texto y en el texto como texto y como lectura. Ello da via libre para que de Man analice (y se autoanalice) incluso la lectura «decanstructivar que De- rida realiza sobre Rousseau en términos de esa misma dinamica entre «visién» y «ceguera '"!; Derrida abre y ocul- ta el texto de Rousseau como Heidegger abre y oculta el j texto de Hélderlin ™?, Derrida y Heidegger al ocultar sus espectivos textos comentados hacen decir a Rousseau y a Hélderlin no lo que éstos dicen, sino lo que ellos quieren decir de forma igualmente alegérica. Derrida y Heidegger, al abrir sus respectivos textos comentados, hacen de su lec tura errénea algo realmente productivo. Pero ello no signi- fica que no sea posible deconstruir a Derrida y Heidegger a través de Rousseau y Hélderlin. La lectura, para de Man, es ese efrar continuo que ni una critica técnica ni una decons- tructiva pueden detener. Por ello, 1a deconstruccién dema- niana ¢s, entre otras cosas, una deconstruccién de lecturas y su concepto de literatura un lenguaje que prefigura su pro- pia malinterpretacién. ‘Algo similar a esa deconstruccién (que no negacién) de Ja aiitica como técnica hallamos en Geoffrey Hartman, quien considera que el cardctes restrictivo del lenguaje de tendencias tedricas como, por ejemplo, la semiética, ta tin- Bilistica 0 (como él lo denomina significativamente) el estructuralismo «técnico», conducen a un empobrecimiento de la lectura: «La tinica certera que tenemos es que el Ne sRetérica de Ia ceguerae, en ese volumen, 1 Vid, «Hleidegger's Exegeses of HOlderlin», en Blindness and tnsight, op. cit, pigs. 246-26. GRITICA LIMITE/EL LIMITE DE LA CRITICA 55 entendimiento literario ¢s bipartito, y que requiere un dis- ‘curso literario (textos) y un discurso literario-critico (comen- tario 0 textos asociados), y que si se privilegia demasiado los, textos de ficcién sobre los de no-ficcién (de la literavura “primaria” sobre la “'secundaria”) se reifica todavia més la literatura y se trastorna nuestra capacidad de leer» "5, Para Hartman, lo que esta amenazado por ese tipo de critica lite- saria «técnica» (cuya posibilidad de practica tampoco eli- mina) es la lectura, sobre todo porque la teorfa y la critica literarias sufren una especie de complejo de inferioridad respecto a la literatura. Por ese motivo, la deconstruccién hartmaniana propone una potenciacién de la lectura a par- tir de un lenguaje critico que desarrolle en si mismo toda la creatividad propia de la literatura. No se trata de volver a Pater (como no se trata de volver a Azorin), pero ello no significa que el lenguaje de la critica deba adoptar la rigider propia de la denominada «ciencia», mas bien deberia «refie- xionar, en un vis-a-vis, tanto sobre si misma como sobre su ,objeto inmediato, la obra de arte. Deberia reflexionar sobre ' sus deudas hist6ricas (quiz no sea tan distinta de la herme- néatica religiosa como a lo mejor pretendia set) y sobre la | posibilidad de que, después de todo, sea una forma de | arte... 1M. { Il. En segundo lugar, el conflicto de la deconstruccién con Ia teoria y critica literatia se extiende a todas las facetas que ésta ha adoptado partiendo siempre del marco aristoté- lico-platonico. Si, aunque sea de forma aproximativa y con el fin de sistematizar mejor nuestro estudio, dividimos la critica literaria en las siguientes variantes (que, como ¢s facil advertir, constituyen desarrollos de 10s ejes aristotélicos planteados en el primer apartado): 1) cantenidista (critica Preocupada, sobre todo, por el estudio tematico —en oca- siones en relacién con el psicoandlisis— de la obra. Los estudios de J. Pierre Richard, G. Bachelard, ¢ incluso Ch, Mauron serian un buen ejemplo de ello); 2) sintomitic (basada fundamentalmente en la herrnenéutica de Schleier- 38 De «El destino de la lecturae, en este volumen, 0 Bhi 56 MANUEL ASENSE ‘macher, su maxima manifestacién serfa Ia estilistica, sobre todo en su variante idealista, para la cual los rasgos del estilo estén en conexién con los rasgos afectivos del alma —como afirma Amado Alonso, «a toda particularidad idio- mitica en el estilo corresponde una particularidad psiqui- ca»—" y para la que lo fundamental es el estudio del estilo significante para llegar hasta la particularidad significativa de la obra y de su autor); 8) formalista (al menos en su ver- sién més radical, pretendié acabar con los tematismos, psi- cologismos y contenidismos en general, y centrarse en la obra literaria como simbolo —en el sentido que le dieron a este témino los romdnticos alemanes de Jena—"*, como materia exclusivamente formal); 4) estructuralista (esencial- mente preocupada por analizar, via inmanencia, €l modo de funcionamiento sistematico de la obra con el fin de Hegar a la construccién de una gramatica universal); 5) sintomdtica- semidtica (podria incluirse dentro de este apartado tanto la semidtica de orientacién greimasiana como la semidtica peirciana orientada hacia una visién global de la obra lite- raria, es decir, hacia un estudio pragmatico —pensemos en la pragmética literaria, asi como en tendencias marxistas como la de Edward Said—, seméntico y sintéctico —pense- mos también en la lingiiistica textual— de la obra literaria. Tendrian cabida en este apartado formas de criticas surgidas al socaire de la semiética como el semanilisis y la teorfa de la intertextualidad); 6) hermenéutica (nuclearizada en torno a la idea de la interpretacion como hecho fundamental del ser, privilegia o bien la idea de que todo decir, incluido el literario, es un decir sobre el mundo y sobre el ser —caso de Paul Ricceur—, bien la idea de la recepcién como paso bisico e insoslayable de la critica —caso de Jauss, por ¢jemplo—,o bien la idea de la interpretacién como destruc- cidn de la tradicién —caso de Spanos—). Si, como deciamos, hacemos esta divisién (que, como toda divisoria es susceptible de ser reordenada ¢ incluso 5 Vid. AMADO ALONSO, Materia forma en poesia, Madrid, Gredos, 1969. ‘Ne Vid, Teveran Tovorov, Teorias del simbolo, Buenos Aires, Monte: Avila, 1979. (CRUTICA LIMITE/EL. LIMITE DE LA GRITICA 57 parodiada) a propésito de la teorfa y critica literarias, enten: deremos la segunda raz6n del conflicto entre la deconstruc- idn y la teoria literaria. Una prictica deconstructiva no puede pretender apropiarse del «contenido» o del «tema» de Ia obra literaria, ante todo porque dichas nociones impli- ‘can: a) La posibilidad de que el andlisis Hegue hasta unas unidades y se detenga en ellas. Y el Injerto evita, précisa- mente, ef cese de una circulacién textual y, por tanto, el tema 0 el contenido no serfan mas que otra forma de nom- brar la «presencia» plena del texto («no hay niicleo temé- tico, tinicamente efectos de temas que se hacen pasar por la cosa misma o por el sentido mismo», escribe Derrida)"; bj La viabilidad de una duplicacién del_texto_literario ediante la recuperacién de la monosemia o de la poli mia. El injerto impide esa duplicacién discurriendo por tre una diseminacién que nunca debe ser confundida con una polisemia y que vuelve indecidible el tema y/o el con- tenido. Miller insiste en que ello supondria la reduccién del libre juego del texto y evitaria la estrategia consistente en. perseguir el laberinto etimolégico, conceptual y figurativo de dicho texto"', c) El cardcter no conflictivo de la lectura de Man ello Hevaria a pensar €] texto Titerario como una dimensién con elementos no retdricos o con una ret6rica limitada a la literalidad de una oposicién entre lo literal y lo figurado. El tema o el conte- nido s6lo pueden ser nombrados a través de una tropologia que los escinde y que vuelve «erréneos» lo literal (que, desde ahora, se divide en lo literal y lo figurado) y lo figurado (que, desde ahora, se divide en lo figurado y en lo literal), y propio hecho de Ja éscritura, La eae ones que tanto el aspecto significante como el significado son, en si mismos, huellas que no remiten mas que a si mismas, a otra cosa distinta de si (Ia huella, la huella otra) y a si (la La doble secuenciam, pig. 375. 1 En aStevens’ Rock and Criticism as Cure, op. cil pig. 80. 58 MANUEL ASENS! huella como repeticién). Por esa raz6n, atiende més bien a ‘cémo se produce en el texto una especie de exceso de sinta- xis que vuelve imposible el transito hacia un més alld de contenido 0 de tema. Todas las razones que se acaban de dar para que la deconstruccién se desmarque de cierta forma de critica tema- sica sirven igualmente para explicar el conflicto entre la deconstruccién y criticas sintomaticas como la estilistica, Habria que afiadir dos aspectos insoslayables de esta tiltima con los que rozaria la deconstruccién. Se trata, por un lado, de la conocida base hermenéutica de la estilistica fundamen- tada, segin la tradicién de Scheleiermacher, en la idea de tuna recuperacién de la presencia individual de la figura del autor o de sus ideas 0 afectos. Es conocida la idea segiin la cual el critico debe, mediante un acto intuitivo, colocarse en la situacién del autor, es decir, hacer el camino inverso que j éste hizo en el momento de la creacién. El cardcter repetitivo © iterativo de todo signo hace que para la deconstruccién el texto no funcione sino rodando de mano en mano (por uti- lizar la metéfora platénica) separado de su querer-decir ori | ginal y sin posibilidad de recuperarlo. La deconstruccién derridiana de los planteamientos husserlianos podria, sin duda, ser traducida a este ambito: el querer-decir, la presen- cia de la conciencia del emisor, estan mediatizados por una dimensién material que no s6lo nos los aleja, sino que, ademas, los convierte en efectos. A la vez, gcomo hablar de particularidad psiquica, de individualidad, cuando el signo se caracteriza —incluso la conciencia como signo-huella—"!? por su repeticién ¢ iterabilidad?, zcémo hablar de una vo- luntad, de un querer-decir mas alld de esa repeticién, es- paciamiento, diferenciacién 0 diseminacién? Como se ve, las objeciones de la deconstruccién a la estilistica no son distintas de las que en su dia Hevé a cabo el estructuralismo en el sentido de la critica de la nocién de sujeto ( y éste seria uno de los aspectos que separarian a Harold Bloom del estructuralismo y la deconstruccién)'®, Tanto la decons- 19 Vid. Freud y la escena de la escituram, La escrituray la diferencia, op. cit "28 Como se sabe, la tcoria de Bloom se basa en la idea de que la pro CRITICA LIMITE/EL LIMITE DE LA CRETICA 59 truccién como el estructuralismo han bebido en fuentes ~ niewscheanas. El segundo aspecto se refiere a la concepcién de la obra literaria como una totalidad orgénica. Por ser éste ‘un aspecto nuclear de una buena parte de las tendencias cri- ticas lo trataremos mas tarde al hablar de la relacién entre la deconstruccién, el estructuralismo y la semidtica. ‘Aunque entre en conflicto con la nocién de tema o de contenido hay que apuntar que la deconstruccién no es un formalismo. Acepta la nocién de tema o de co truccién necesita presuponer un tematismo determinado y delimitado para, a continuacién, hallar la fisura (que puede ser una disposicién sintéctica o fénica, como en el caso de Mallarmé", 0 puede ser un término, como en el caso de Shelley !%) por donde ese tematismo se fuga, se vuelve con- / tadictorio ¢ indecidible y, sobre todo, no unitario viéndose en la obligacién de remitir a otra huella-tema que es un no-tema. Pensemos, por ejemplo, en las deconstrucciones de Derrida, de Miller o de de Man. Derrida parte de una dispo- sicién tematica entregada por una tradicién, por ejemplo Saussure o Mallarmé, y reconoce, en ese inicio, un sentido determinado de las nociones de escritura y habla, o de la nocién de suplemento, o del término «blanco». A continua cién hace vacilar los contenidos de esos conceptos-temas- guia a partir de la deteccién de grietas (mangenes, detalles) internas: en el corpus saussureano se detecta el rasgo «dife- Tencia» que trastoca la oposicién habla/escritura y que con- duce hasta otro término que no se puede identificar, en sistematica de todo texto, del «juego libre» de la escritura y de la interpretacién se transita répidamente a una forma hueca y vacia de usar los textos literarios y filoséficos. Pero, tal ver, no sea esa forma més que uno de los materiales sobre los que recae con mayor crudeza la deconstruccién. Es preciso, pues, aclarar algunos términos, 2En qué sentido niega la deconstruccién el contexto? Derrida escribe que la escritura supone la «posibilidad de funcionamiento separado (...) de su querer-decir “original” y_ de su pertenencia a un contexto saturable y obligato- rio» "8, En otros lugares, se refiere a la escritura como aque- ilo que no remite mas que a si misma y, por tanto, parece como si los aspectos socio-contextuales no contaran para nada en su anilisis que, ciertamente, no los integra. Pero, por otra parte, suele citarse también el hecho de que los escritos de Derrida estén marcados progresivamente por la intervenci6n institucional “*, comenzando por su resistencia al plan Haby. Ello puede parecer contradictorio y, sin embargo, no lo es. :Por qué? En primer lugar, porque como afirma Samuel Weber en un trabajo muy licido a propésito del tema que estamos tratando: «La cuestion de la institu- cién esta inscrita en el proyecto deconstructivo desde sus 1" ROBERT SCHOLES, «Deconstruction and Communications, Critical Inquiry, 14, 2, pigs. 278-295, 1988, "9 Loe eit "6 Asi To plantea MaURINO FERRARIS en Derrida, 1975-1981. Svilupps eoretici ¢ fortuna filosofica, Unicopli, 1984 GRITICA LIMITE/EL LIMITE DE LA GRITICA n mas tempranas articulaciones» ™", Lo que sucede es que esa ‘cuestién de la instituci6n y del contexto esta tratada de una manera especifica en la que conviene detenerse. En princi- pio, tanto desde una pragmatica (0 estética de la recepcién) como destle una perspectiva marxista, el contexto ¢s lo recuperable, aquello de lo que se puede dar cuenta mediante un dejarlo disponible para el andlisis. La viabilidad de una focalizacién que tiende hacia lo global (la pragmatica estu- dia el conjunto total de condiciones contextuales que hacen posible un acto de habla feliz; el marxismo se ofrece como la , disciplina capar de atender tanto al punto de vista de una superestructura y de los «vencedores» como al de una infraestructura y de los «vencidos»)'™ es lo que caracteriza- ria esos proyectos, de forma que, por ejemplo, seria posible hablar y recuperar tanto los aspectos estético-formales de un texto como el Lazarillo de Tormes, como las circunstancias politico-ideolégicas y econémicas en que fue producido. Dicho de otro modo, serfa posible analizar sus aspectos internos en relacién —generalmente de dependencia— con sus aspectos externos. Ahora bien, seria dificil negar que en ese tipo de planteamientos se producen dos efectos sustan- ciales: 1) una demarcacién enue lo externo y lo interno, y 2)una determinabilidad, una fijeia de los elementos contex- tuales y del mismo contexto, Tanto uno como otro tienen la finalidad de distribuir y delinear competencias: la referida a Jo literario, la referida a la hist6rico, la referida a lo econd- mico, asi como sus posibles o imposibles articulaciones. Nuestra distribucién departamental da buena cuenta de esas competencias y demarcaciones. Para la deconstruccién esa forma de comprender el con- \© «Demarcations: Deconstruction, Insttutionalisation, Ambivalences, ( Working Papers and pre-publications, Univerista di Urbino, mian. 148, junio, 1985, pag. 5 ' G, Vattimo escribe a propsisita de la Tesis de filosofa de la histria de W. Benjamin: «En consecuencia, ésta [la revolucién) pretende Hevar a tEimino una especie de redencién que haga justcia ..) todo aquello que ‘ha sido excluido y olvidado en la historia lineal de los vencedores. Desde a bumo de vista, la revolucién habria de recuperar todo el pasador («Dia Kei: eiferencia y pensamiento débils, en GIANNI VATTIMO y PIER ALDO SM (eds). EF pensamiento débil, Madrid, Citedra, 1988, pigs. 18-42) R MANUEL ASESSI texto y las condiciones socio-histéricas es metafisica en la medida en que trabaja sobre la articulacién interior/exterior estando el primer elemento de la pareja determinado por el segundo, lo que supone establecer una relacién de depen- dencia entre el escrito, el texto 0 el documento (lo interior) y sus condiciones externas que, desde ese momento, funcio- ‘como el significado trascendental (sea del tipo que sea) que organiza la totalidad. Ese proceso institucionaliza a tra- vés de una demarcacién general (determinacién del sentido, determinacién de las dependencias, texto ideolégico domi- nante, etc.) favorecida por esa supuesta verdad trascendental cuyos efectos alcanzan incluso la estructuracién departa- mental. En realidad, la acusacién de metafisica lanzada por la deconstruccién contra la determinabilidad del contexto nno va acompafiada de la negacién de éste, sino del recono- cimiento de la imposibilidad de recuperarlo, objetivarlo y dejarlo dispuesto para el anilisis. Y no se puede recuperar el contexto precisamente por un estar constantemente en-con- texto (para la deconstruccién estudiar el contexto es, pues, recontextualizar), tesis similar a la que mantiene Gadamer para quien se hace historia desde la historia y no desde fuera de la historia, Ahora bien, al contrario que Gadamer, quien plantea Ia posibilidad de una continuidad entre el pasado y el presente, Derrida entiende que entre el contexto pasado (el contexto objeto) y el contexto «de estudio» presente (el contexto sujeto) existe una ruptra y una discontinuidad que provoca una recontextualizacion infinita, Fs mas: esa no posibilidad de recuperar (de saturar) el contexto ¢s la otra cara de una practica consistente en desestabilizar los contextos iniciales para sustraerse a la plena autoridad del significado trascendental. El que la practica deconstructiva no atienda a los factores contextuales debe entenderse como una actividad que, no queriendo presuponer las determina- ciones provenientes de un supuesto exterior, (no) evita los efectos institucionales a partir de una constante perturba Gidn de los contextos. La ligazén entre los textos sagrados de tuna época (no sélo los religiosos) y la hermenéutica creada 1 Vid. MAURO FERRARIS, «Gadamer ¢ Derrida: 'alternativa wa dia logo ¢ serisurae, en Eutopias, vol. IT, 1988. GAITICA LIMETE/EL LIMITE DE LA CRITICA B por las instituciones con el fin de «fijar» una interpretacién, puede ofrecernos una idea de la funcién politica del descen- tramiento textual. Volviendo a uno de los textos que hemos utilizado en este trabajo, el «Parergon», encontrames las siguientes pala- bras de Derrida referidas a la relacién entre la institucién y Ia diferencia exterior/interior: «Seguin las consecuencias de su Idgica, ella (la deconstruccién) acomete no sélo Ia edifi- cacién interna, semantica y formal a la vez, de los filosofe- mas, sino lo gue se le asignarfa como su emplazamicnto externo, sus condiciones de ejercicio extrinsecas: las formas historicas de su pedagogfa, las estructuras sociales, econd- micas 0 politicas de esta institucién pedagégica. Es porque alcanza las estructuras solidas, las instituciones “materia- les", y no solamente los discursos 0 las representaciones significantes, que la deconstruccién se distingue siempre de un andlisis 0 de una “critica”. Y para ser pertinente, tra- baja, lo mds estrictamente posible, en ese lugar en el que la disposicién denominada “interna” ée lo filoséfico se articu- la de forma necesaria (interna y externa) con las condiciones y formas institucionales de la ensefianza. Y ello hasta el punto de que el concepto mismo de institucién sera asu- mido bajo un tratamiento deconstructivo»™, En perspec- tiva deconstructiva, ese trabajo de perturbacién al que nos venimos refiriendo, no puede realizarse desde un exterior Puro (que niega en virtud de que su mantenimiento pres pone de nuevo una demarcacién y una objetividad metali sica), sino desde una pluralidad de escrituras situadas en un interior/exterior del edificio que se pretende deconstruir (Weber afirma que la deconstruccién «prescribe y proscribe la cuestion de la institucién») 1, Por esa raz6n, no se puede aceptar la interpretacién de Said, segiin la cual la deconstruccién entiende el texto como algo que habita en un universo hermético. Eso s6lo tendria sentido si la deconstruccién fuera un formalismo. Y la deconstruecién es, en realidad, quidsmica, es decir, se mueve entre la negacién-afirmacién del simbolo (se afirma la auto- © Op. eit, pig. 24 Loe. il, pag, 5 a MANUEL ASENSE nomfa de la escritura con respecto a los significados tras- cendentales y se niega que la escritura sdlo remita a si recuérdese la «ilimitada transitividad de la escritura hacia la (otra) escritura) y la negacién-afirmacién de la alegoria (la escritura se separa del querer-decir de un emisor o del querer-decir de un receptor, asi como de las referencias espe- cificas contextuales, es decir, la escritura no es el medium de todos esos factores; pero la escritura afirma la necesidad de remitir incesantemente a otra escritura y de provocar per- turbaciones en el edificio institucional). Entender ese quias. mo es entender verdaderamente el concepto de “escritura’ tal y como lo concibe y lo practica Ia deconstrucci6n: ni la pura escritura ni la pura transitividad de la escritura, “Libre juego de la escritura” significa, en realidad, la sustraccién a todo horizonte de significado trascendental. Estamos de acuerdo con Weber cuando mantiene la tesis de que hay buenas razones para pensar que la deconstruccién nos pro- porciona «nuevas vias para problematizar nuestra concep- cidn de lo que son las instituciones, de la forma en que ellas trabajan y, por lo tanto, de la forma en que nosostros traba- jamos en ellas para levar a cabo cierto ntimero de transfor- maciones» St. Si bien reconoce que, paradéjicamente, «la deconstruccién en sentido riguroso no puede hacerse cargo de esa cuestién (la de la institucién) sin ir “mas alld” de si misma (‘‘mas alla” designa aqui un movimiento de despla- zamiento que no es ni dialéctico ni totalizante, sino mas bien una ambivalente dislocacién...}» 3. LA PARADOJA, EL LIMITE. El conflicto entre la deconstruccién y la teoria literaria surge, como hemos tenido ocasién de comprobar, por la desestabilizacién que aquélla provoca en el marco general de ésta. Esa desestabilizacién ha conducido a una wiilizacién afirmativa y negativa de las diversas variantes de teoria y critica literarias. En todos los casos, asistimos a un despla- ‘exTICA LIMITE:EL LIMITE DE LA CRITIC 6 zamiento operado en los principales conceptos que las sus- Yentan (tema, forma, metalenguaje, texto, contexto, cohe- encia, etc.) ¥ a una reinscripcién de esos mismos términos para lievar a cabo un tipo de préctica textual que conoce- Fhos como deconstruccién. Hay que advertir, sin embargo, {que ello no significa en modo alguno desvalorizar el trabajo ya realizado por esa teoria y critica literarias. Seria absurdo, por ejemplo, rechazar la excelente investigacién de Damaso ‘Alonso en tomo al Polifemo y la obra general de Géngora ‘el hecho de que la deconstruccién desplace los presu- pucstos de la estilistica, Como seria absurdo rechazar la harratologia de orientacién estructural, Tan absurdo como negar de Ieno el marco general de la teoria literaria tal y como esta establecido en el corpus aristotélico. Dos notas de La doble secuencia» aclaran esa postura de la deconstruc- cidn. En la 18, Derrida advierte, a propésito de Mallarmé, sobre los petigros que conlleva la negaci6n pura y simple de aquello que se pretende deconstruir: «Seria imprudente anular las parejas de oposiciones metafisicas, desmarcar de ellas simplemente todo texto (suponiendo que fuese posi- ble). El andlisis estratégico debe ser constantemente reajus- tado. Por ejemplo, ia deconstruccién de las parejas de opo- sicién metafisicas podria descebar, neutralizar el texto de Mallarmé y servir a los intereses invertidos en su interpreta- ién tradicional y dominante, es decir, hasta aqui, masiva- mente idealista» '. En la nota $3, Derrida apunta hacia la necesidad de ese trabajo de una critica literaria rigurosa: «Se trata de sefialar la necesidad rigurosisima de la operacién “critica” y de no entablar ninguna polémica, y menos atin de buscar desacreditar, por poco que sea, admirables traba- jose, Y, sin embargo, la deconstruccién no es ni un analisis ni luna critica, ni una variante del marco de la teoria literaria ni una modalidad negativa de critica, No hay, en rigor, una critica literaria deconstructiva ni una critica literaria decons- tructiva, y ello no porque la deconstruccién pertenezca al dominio filoséfico y su traduccién a otros ambitos resulte Op. city pigs. 18814 Tia ig $6 76 MANUEL, ASENST errénea. Como sefiala Maurizio Ferraris, esas traducciones y contaminaciones se deben a la estructura descentrada misma de la deconstruccién 6. Ahora bien, traduccién no quiere decir identificacién: la deconstruccién no puede identifi- carse con una teoria de la literatura, porque desplaza los fundamentos mismos de ésta, como no puede identificarse, por la misma raz6n, ni con el psicoandlisis, ni con el mar- xismo, ni con una filosofia general. Tocante a lo que nos preocupa en esta introduccién, hay que reconocer que el conflicto entre la teorfa literaria y la prictica deconstructiva significa que ésta funciona como lo otro de aquélla, una otfedad que no es antitética, pero que desplaza constante- mente sus fundamentos. Miller reconoce que la deconstruccién no es ninguna nueva (exterior, alternativa) via de liberacién: «EI nihilismo se ha hecho a si mismo en el interior de la casa de la met sica occidental. El nihilismo es el fantasma latente encrip- tado en el interior de cualquier expresién del sistema logo- céntrico (...). Ambos, logocentrismo y nihilismo, mantienen una relacién entre si que no ¢s ni una antitesis y que no. puede ser sincetizada en una Aufhebung dialéctica(...). Cada uno es el enemigo mortal del otro, invisible para el otro, como su fantasma inconsciente» 7. Dejando de lado ahora la discusién entre Derrida y Miller a propésito del término -anihilismo» y del aspecto . La paradoja hace que el discurso decons- tructivo Ileve a cabo una lectura radical de la ley del género, ¢s decir, de la ley segiin la cual un texto participa de uno 0 de mas géneros sin que exista la posibilidad de moverse en un fueradel-género, pero sin que esa participacién sea nunca una pertenencia. Marcando el género, el texto se des ‘marca en virtud de lo que produce Ja marca o huelta: impu- reza, corrupcién, descomposicién, perversién, deformacién, cancerizacién , Por ello, el texto deconstructivo ¢s plural, heterogéneo, policefilico: el discurso derridiano radicaliza esa ley genérica y Meva hasta un tipo de escritura que podriamos calificar «de la mezcka». En el texto «Lllysse gramophone» (si bien el mas representativo y el que mas ‘obsesiones ha provocado es Glas)'®! encontramos registros propios del lenguaje literario (utilizacién constante de polip- ‘0t0s, paronomasias, derivaciones, isocolons, ficciones, pre- guntas retéricas), del Ienguaje filos6fico (tratamiento del ‘sir en el Ulises como condicién trascendental del propio lenguaje y de la marca), del lenguaje metalingiiistico (habla sobre el Ulises), del lenguaje que mezcla todas las anteriores categorias (por ejemplo, tratar las propias experiencias de Derrida como programofanadas en el Ulises) y cuestiona el marco y el borde textual. EI discurso de Hartman se preo- En Theoria de la lectura, op. cit " Fosiciones, op. cit, pig. 9. De La loi du genren, en Glyph, op, cit 78 MANUEL ANENSE cupa por el lenguaje literario en la medida en que la critica puede reflejarlo y no converurse en la invisible de esa rela: cién (de ahi su «esteticismo») sin que ello suponga Hegar hasta el «derridadaismo» ", El de De Man se centra, fun- damentalmente, en el lenguaje literario (que no coincide con la «literatura» y al entenderlo como autodeconstructor deconstruye incluso la deconstruccién derridiana. El de Miller se plantea como un uso imprevisible de la retérica para desmontar la unidad de sentido y la presencia del texto. Son este tipo de discursos los que Hamamos discursos limites, no porque ocupen una posicién vanguardista, sino porque se mueven en la indecibilidad del marco que no ¢s ni el adentro ni el afuera, ni el veneno ni el medicamento, ni Ia filosofia ni la literatura. Ignorando la practica hueca y vacia de la deconstruccién sociolégica (e institucionalizada), pensamos que la teorfa Titeraria debe tener presente la deconstruccién, pero no como una variedad mas de critica ni tampoco como algo «sin aplicacién» en su ambito. Una teoria literaria que no ignore la deconstruccién es una theoria que, desplazando stu marco, acude a un tipo de prictica discursiva que, desde un trabajo riguroso, mueve la literatura lejos de todo aquello ‘que pretende hipotecarla, controlarla o hacerla depender de supuestas «verdades externas». Y ahora podemos preguntar: ese puede Hamar arbitrariedad a la necesidad de recorrer Ia bibliotecha de Babel? "s! Hartman se distancia de Derrida en Saving the Text: Literature/De rmia/Philosophy, John Hopkins Univ. Press, 1981 I FRONTERAS DE LA LITERATURA. PROCESOS

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