encuentros simples, furtivos, sin ninguna clase de mtodo o frmula recargada. Te habl lentamente de algunas adicciones cotidianas que ya no eran tan mas, eran frgiles como tus maanas. Te habl del caf matutino y de mis palabras claras. Te habl de la luz que se me muere y de los ojos que ya no extraan. Hablamos de los fines de semana, de esta vida que se acorta, del desierto, del huracn de miradas que engaan, y de esa mirada tuya, que nunca engaa. Te habl de algunas lecturas diarias, de que el cuerpo es memoria as como tu palabra grabada, despus no te ibas, te quedabas, tenaz y tibia, como una adiccin momentnea. Te habl del caf vespertino y de ese tabaco que ya no mata. Te habl de ese silencio que se cuela lento por la ventana. Hablamos de la locura, de ese grito en nuestro interior como mrmol que se estrella, y de nuestra libertad lejana. Te habl del caf nocturno y de la luna hermana. Te habl de mis inquietudes, del da, de la noche,
fuego del alma en la hoguera
y salvarnos juntos, con nuestras palabras. Hablamos y las horas temblaron nos vimos y el sudor nos previno, callamos lo suficiente para por fin aclarar el vaco. Te hable del caf en la madrugada, del camino entre pesadillas, esa voz como niebla y noche que en su silencio por fin me embriaga. Me hablaste de tus adicciones cotidianas. Nos robamos un soplo de vida para que los pequeos encuentros no se encarcelaran, para que esta necedad de mi boca no se vuelva adiccin (por ti) cotidiana. Agosto del 2011. BETO ROJAS