Tulio Halperin Donghi
La larga agonia
de la Argentina
peronista
Arid
esd 1972 aba ano Desataanta do
Histor ea Unwed de Seo.‘Tuto Hatrerin Dox
La larga agonia de
la Argentina peronista
LALARGA AGONIA
DE LA ARGENTINA PERONISTA
ArieAdvertencia
Las piginas que sigaen son ef restiltads de wna
generasa ocurrencia del Club de Cultura Socialista
José Aricé, que al aproximarse fos treinta aitos de la
publicacion de Argentina en el callején (ARCA,
Montevideo, 1964), me invité a ofrecer, eit una de
sus reuniones, una continuacion hasta el presente
de 1993 de la narrative cerrada entonces por ese otro
efimmero presente inaugurado con la inesperada vic-
Joria electoral del doctor Ilia.
Pronio se me hizo evidente que esa tavea, que 10
podta parecer mas obvia, era en rigor insposible, Lo
que ext 1964 asegurd un paradojico éxito (hecho de
silencios pitblicos y discretos pero inesperadanente
‘amplios consensos privados} para una obriva cuya
‘visi dle ke historia avgenina mds rectenie se rel
saba a idesntificarse cox ninguna de las irelerpretacior
‘tes qite, muidosanente, se combatian en esos tient.
pos de tinplacables divisiones ideolagiens y fieros
7a ae
seucores politicos, era gue ella ofrecia la historia ite
concluse de wna crisis que avanceba inexorablene-
te hacia un desentace de tormenta ett ef quie corrian:
riesgo gravisimo de naufragar fos destinos persona
les del autor y sus lectores. Era, sint dude, fa eoinci-
dencia ext ese presentimiento sombrio, tice expli-
citado en el iesio de aguél, e tnplicitanrente reeusado
por las consignas iriunfalisias que movilzaban a tan-
tos de éstos, fa que subtendia el elandestino acuerdo
enti ta9 y otros.
La distancia entre ese momento y et de hoy se mii-
de en algo mids que en arios: las separa precisament-
te la tormenta entonces tan temida, Al pasar del fit-
turo al pasado, ella ha cainbiado 110 slo el ditinto
cour que nos volvianos a fa historia eronces en hax
cerse, sino el ientple mismo de esa historia, en cuai-
fo ex esa tormenta se cortaron los iuidos que tenant
a la Argentina de 1964 prisionere de su callej6t
Ia narracién cronoiégica, que en 1964 ofrecta et
cauice expositive natural para dar cuenta de lo que
‘apareeta conto tn inexorable avance temporal hacia
un temable desentace, parece menos adecttada cuan-
do se trata de explovar retraspectivamente la criss re-
solitiva que se interpone entre nuestro presente y el
de 1964, y que se impowe como el tera central de es-
tas reflexiones.
Desde que la vemos retrospectivamente, somos
capaces de reconocer err ella uno de esos momentos
decisivos en que se ve cambiar stibitamente el rum
8
bo de ta historia. Es sabido gute en la exploraciin de
momentos coma éste es preciso a ta vex hacer justi=
cia @ fo que aportan de radical novedad, y¢ fos vit-
ceuilos quie tos unen cor la etapa a la que han vendo
a dar desonlace; es sabido también que es ésta wia
de las tareas mds dificiles para el historiedor; muy
pocos han fogrado reconstruir con igual eficacia las
dos faces a la ver complemeniarias y contradictorias
de esos momentos radicalmente inntovadores. En es-
tas ripidas paginas, como advertiné facilmente el lee-
tor, se ha buscado menos earacterizaref nuevo riun-
bo que ha venido a tomar newestra historia « partir
de esa reciente curva decisiva (una tarea que reqte-
ra de quien ta emprendiese ka posesién del don de
profecia) que rastrear en ef pasado ta lutella de los
inutltiples procesos pavaletas y entrelazados que iba
encontrar su muto y deserlace en ese instante re-
solutive,
Asi lintitada en sus objetivos, la exploracién agut
emprendida exige de todas maneras adoptar wt ert
foque més analitico que narrative, y in avance me.
nos sometidta a la pata cronoldgica, a la vez que re-
signado a adaptaria a tos ritmos divergentes le cada
unio de esos procesos, ctsvas iaices serd preciso ent
ands de uit caso rasirear ev un pasado mds remote
{gue et evoeado en Argentina en cl callején,
Ello impone remunciar a wie de las facitidades
que hacen atractivo at kistoriador el esqueme narra-
tivo-cronalagico: en éf ke imagen del proceso exanti-
°nado se apoya en juicios implicitos pero muy preci-
‘sos acerca de la jerarquuia de los actores y fuercas cu-
os acuertlos y discordias confirieron a ese proceso
‘su particular dinamiismo; pueste gute esos juicios
permanecen inplicitos, escapan a cualguier andlisis
critica directo, y reciben st validec de la fuerza per-
ssuasiva de la ranacion que en ellos se apoya; ctan-
do se renuncia a hacer de la narracién eronolégica
el eje unificador de fa reconstruccién historica, esos
juicios se tornan en eanbio explicios, y cor ello po-
nen en descubierto fo que mecesariamente tiene de
discuaible
Es éste un riesgo que, de todas maneras, es preci-
50 correr. El pasado que, visio desde ef montento est
el tiempo en que nacié Argentina en el callej6n, era
todavia a ia vee presente, hoy ha defado de serto, El
modo de aproximarse a él, en consectencia, to po-
dria ya ser el de entonces.
Para resumir en unas pocas frases el argumen-
to que aqui ha de descnvolverse, la crisis que se tra-
ta de examinar no es tan sélo la inducida por el
agravamiento ya inrefrenable del conflicto sociopo-
lilico, que alcanzé su paroxismo en el terrorismo
de Estado: entrelazada con ella —y dictandole en
parte su ritmo— se deteeta la fiera agonia de la so-
ciedad pecfilada bajo In égida del peronismo, una
agonia que ha de arrastrarse atin hasta 1989, mien-
tras gravita sobre ambas dimensiones de la crisis
laduradera huells negativa de las modalidades que
Luvo el ingreso de la democracia electoral en la
Argentina, En lo que sigue, se buscara explorar su-
cesivamente (y en orden inverso) esas tres dimen-
siones de una crisis que iba aaleanzar su ctapa de-
cisiva en Jos veinte afios que sepavan al cordobazo
de la hiperinflacién,Si hay un rasgo que caracteriza a la vida polit
ca argentina hasta casi ayer, es la reciproca dene
gaci6n de legitimidad de Tas fuerzas que en ella se
enfrentan, agravada porque éstas no coinciden ni
aun en los criterios aplicables para reconocer esa
legitimidad, Si ese rasgo alarmante se hace paten-
te solo.a partir de 1930, lo que desele entonees aflo-
a ha sido ya preparado por la experiencia politica
inaugurada con la ley Sienz Pea. Es sabido que,
aunque Yrigoyen (erminé resignindose a la con
quista paulatina del poder que el nuevo régimen
electoral hacia posible, hubiese preferido a ella una
revolucion violenta o pa
ica que instaurase si-
multneamente en la Naci6n y las provineias auto-
tidades ejecustivas y legislativas surgidas todas ellas
del sufragio libre: y no es imposible que esa alt
nativa aparentemente mas disruptiva hubiese tet
‘minado por sero menos que ia triunfante.
En efecto, lo que sc da entre 1916 y 1930 es el
vance lento pero inexorable clel Leviatin yrigoye-
nista, que arrasa las frégiles fortalezas conservado-
ras, Las ‘obligaban al gran caudillo
a ignorar el consejo de Maquiavelo, que recomen-
daba arrebatar a los adversarios toda su poder, re-
cursos y privilegios en un solo golpe, para cn cam
bio someter a éstos a una inacabable y dolorosa
agonia, a lo largo de la cual iba a morir slo lenta-
mente en ellos la esperanza de escapar a ese som
brio destino. Esa “guerra cle posiciones” duraria lo
2
bastante para que taviesen tiempo de cristalizar
dos antagénicos criterios de |
ambos de motivos ideolégicos que —aunque pro-
fandamente heterogéneos— habfan hallado hasta
entonces modo de convivir sin abierta ruptura,
El radicalismo continta en efecto In tradicién
de las facciones que entre 1852 y 1880 se dispu-
tan retazos del poder, en nombre de un civismo ¥
una virtud republicana de los que cada una de
ellas se proclama la Gnica defensora sincera (y,
can s6lo buscarlos, cualquier lector de Mitre,
Juan Carlos Géme, José Hernandez.o los herma-
nos Varela encontrara —anticipacies en prosa no
siempre més llana— los motivos que Yrigoyen iba
luego a orguesiar en stt vision apocaliptica de la
lucha final entre e] Régimen y la Causa). Sus opo
sitores prefieren en cambio celebrat la etapa pa-
sada como la de consolidacién del Estado, que
transforms al que habfa sido garante s6lo nor
nal del orden y principal facior de desorden en
instrumento incomparablemente eficaz de trans-
formacién cconémica, social y cultural: si aqué-
los de quienes se prociaman herederos han podi-
do llevar adelante esa tarea gigantesea, es porque
sumaban a talentos y competencias, que en vane
sse buscarfan en quienes han venidlo a reemplazat~
los en el poder, un patriotismo menos Inuzco que
‘el que se expresa en el culto excesivamente plato-
nico de la virtud republicana
3Mientras en las filas de la oposici6n conserva-
dora esa recusacién de una concepcién de la vida
civica que Ia reconoce como un fin en sf misma se
colores de uns cada vez més implacable hostilidad
tanto contra los homies novi como contra el acti-
vismo de las clases subordinadas de los que acusan
al radicalismo de propiciar por igual (con lo gue
resuelve en sentido inequivocamente reaccionario
las ambigitedades del progresismo liberal del que
esa oposicion quiere ser heredera), entre los inte-
lectuales y profesionales surgidos de las nuevas cla-
ses medias predominan quienes, aun negndose a
esos deslizamientos, coinciden en denunciar la va-
cuiclad del civismo radical, Dejados de Iado por
tuna reforma electoral que —al hacer stibitamente
verdad el sufragio universal hasta entonces tergi-
versado on los hechos—aseguré que la Argentina
iba a pasar de largo por esa ctapa en la marcha ha-
cia la demecracia que es la de participacién limi-
tada. Su perplejidad ante las opciones planteadas
por un orden politico tan dlistinta del que se les ha-
bfa ensefiado a esperar los llevaria en 1930, en 1945,
en 1955, en 1973 a poner su peso, y el de un si
to que—auinque siempre minoritario— tenclia a cre
cer en momentos de crisis, en favor de salidas dis-
ruptivas design muy variado, que sban a tener sin
embargo en comin acudira instrumentos de cam-
bio clistintos del sutfragio universal. Este conserva-
ba, sin embargo, un papel esencial como insiru-
4
[LA LANGA AGONIA DE LA ARGENTINA PERONISTA
mento de legitimacién para la autoridad de nuevas,
lites, ya invocasen éstas en su favor la posesién de
las cualidades morales y téenicas requeridas para
manejar eficazmente la cosa piiblica, que los ven-
cedores radlicales del antiguo régimen no se habian
interesado en adquirit, y que los herederos politi
cos de éste parecfan haber perdido en el camino
(tal cl argumento preferido en 1930 y de nuevo en
1955), ya invocasen en cambio la de tn temple ef
vico acendrado en ef crisol de la resistencia contra
la opresién militar (tal ol esgrimido en cambio en
1945 y en 1973).
La falsificacién electoral, practicada cada vez
mis sistemiticamente a partir ce 1930, dio de nuic+
vo relevancia a la Fe civica con que se identificaba
elradiealismo: cada vez que la ciudadanta hallaba
abjerto ese camino, expresaba con su voto la pro-
testa ante una sittacién que la humillaba dando sa
apoyo a las victimas principales de ésta, pero no
sentia por ellas confianza ninguna: en 1936 —se la
mentaba Lisandro de la Torre—en la Capital Fede-
ral y on Santa Fe el voto par una vex libre favore-
cid a figuras cuyas fallas eran bien conocidas por
quienes les brindaban el triunfo, y no iban a sor-
prenderse de que renunciasen a usarlo eficazm
te contra sus victimarios (en efecto, el radicalism,
gran partido cle maquina a la vez que religion efvi-
ca, no puede sobrevivir lejos del gobierno sino gra-
cias a menudos pero constantes entendimientos
15con éstc). Mientras el doctor Alvear asume el amar-
go deber de cubrir con su figura patricia las clau-
dicaciones includibles, para muchos militantes la
experiencia aparece mareada por esa sucia cobar-
fa del coraje sin destino que iba a evocar en ver-
0s inolvidlables Francisco Urondo,
Asegurada su permanente relevancia por el tris
terumbo que la vida publica argentina toma a par-
tirde 1930, la fe civica de que se nutre el radicalis-
mo pierde sin embargo, lenta pero seguramente,
influjo sobre una sociedad que se transforma. En
su prehistoria, durante las cécadas de organizacién
nacional, esa fe civiea habia floreeido en una eiue
dad que José Herndndez —en una de esas breves
frases cuya pertinencia aviva siibitamente nuestra
atencién adormecida bajo el hipnético alud de lu-
gares comunes le su prosa periodistica—descril
‘como mas cercana # Atenas que a Nueva York, v
habia sido entonces expresion de esa minoria den-
tro de la minoritaria poblacién nativa que hacia
de la politica a la vez su pasiéa y su profesién. En
1912, en un marco social que ya no era el de 1870,
esa fe civica habia debido ser complementada con
tomas de posicién frente a temas que obligaban a
reconocer en los argentinos no sdlo a ciudadanos,
sino a actores sociales y econémicos constituidos
como tales. partir de alinidades de experiencias ¢
Intereses; y unto de los secretos del éxito radical fue
su capacidad de instrumentar en su ventaja esa di-
16
mension de la experieneia colectiva que se negaba
‘a ineorporar a su tematica politica,
sas transformaciones seguirfan avanzando, y
su resultado seria acortar eada ver. mas la distane
cia entre cl terreno de la lucha civica y el de los
conflictos y acuerdos sociales. El radicalisme que
—como otros partidos hispanoamericanos, desde
el Liberal colombiano hasta los tradicionales del
vecino Uruguay—habia sentido la tentacién de dar-
se un perfil preciso tambign en ese nuevo terreno,
se vio ahora impedido de hacerlo de modo eficaz
debido a la vigencia recurrente cle situaciones si-
milares a aquéllas en oposicién a las cuales habia
acendrado su fe civica (hasta el punto que, cuando
se decidié a fijarse metas de ambiciosa reforma so-
cial, el dramatico repudic de su autodefinicién ori-
ginaria no cambis en nada esencial la situacién: no
fue, sin duda, el programa de Avellaneda cl que re-
tuvo el favor de sus votantes para el gran partido
opositor al régimen de Peréa).
Mientras el radicalismo permanece ast prisione-
ro de tna autodefinicién forjaca en una Argentina
que ya no existe, el peronisme va a ser desde su ori-
‘expresién politica de una sociedad ya transfor
mada. Pero no sélo de ella: es precisamente el mo-
Go original en que al nuevo movimiento avticula
fuerzas sociales con grupos que disponen de frag:
mentos decisivos del poder lel Estado el que ha de
contribuir decisivamente a perpetuar (con antago-
7SS
nistas en parte redefinidos) el conflicto de legitimi-
dades abierio durante el previo transite por el po-
der del radicalismo,
E] peronismo se presenta como la solucion pa-
ra un Ejereito al que la habilidad del general Justo
ha transformado en el gran responsable de una si-
tuacién politica que dejé rencorosa memoria entee
la mayoria de los argentinos, y al que sus propias
orientaciones amenazaban con el destino de los
vencidos en el conflict mundial que se cerns en
1945. A la vez, también como la oportunidad para
el desquite de las clases populares que se recu
dan marginadas por aquella situaeién, y para un
nto obrero que ve abrirscle el camino des-
dela mas remota periferia al centro mismo del sis-
tema de fuerzas sociopal
Aunque el ascenso del peronismo signifieé una
transformacién en el equilibrio politico-social ou-
ya envergadura era perlectamente advertida por
Cuantos la vivieron, no era includible que ella se re-
ficjara en la ruptura con todas las tradiciones poli-
{icas previas que iba a desencadenar un nuevo y
més aguizado conflicto de legitimidades, Las nove-
dades que esa transformacién introducia no exce-
dian, en efecto, la capacidad de asimilacion de una
tradicién ideolégica ya pasablemente ecléctica:
cuando en 1930 Alejandro Korn habia proclamado
la justicia social y una cultura auténticamente na-
cional como los dos objetivos para la etapa que se
18
abria, habia presentado a esos objetives —que an-
ticipaban los del movimiento triunfante en 1945—
como complementarios y no alternatives 2 los del
proyecto alberdiano realizacio por el liberal
sismo. Y en México una revolucién incomparable-
mente mas revulsiva que la peronista habia sabido
piesentarse como la continuadora de la independen-
ciay dela yeforma, pese a que en un punto esencial
el dels tierra— se consagraba a deshacer minucio~
samente la obra cle esta dltima.
iabja, sin duda, otras razones para que la Argen-
ia sufriese las consecuencias de esa ruptura que
‘México supo evitar: Contaba, en primer lugar el cli-
‘ma apocaliptico creado por la Segunda Guerra Mun-
ial, y su. cambiante eco local. Desde 1940, cuando
nada pareeia capaz de detener el ascenso de Ia Ale-
mania nacional-socialista, hasta cinco afios més
tarde, cuando su jefe acosado se suicidaba en un,
sétano de Berlin, la opinidn argentina habla osei-
lado y ondulado mas de To que en 1945 se gusiaba
ya recordar; mientras Borges buscaba explicacio-
nes menos triviales que el mero oportunisme para
clentusiasmo con que tantos de los celebrantes de
Ja caida de Pavis en 1940 celebraban su liberacién.
en 1944, los responsables del gobierno militar, que
‘ecuiparon el centro de Ja escena durante una tran-
sicidn a la que se habjan sumado tardiamente y a
regafadientes (todavia en 1944, por melancdlica
coincidencia en el dia mismo de Ia liberaci6n de
ryRoma, indiscretamente habfan marcado el primer
aniversario de su toma del poder inaugurando una
exposicisn que imitaba con laboriosidad las patro-
cinadas por Mussolini en tiempos més felices)
encontraban una acogida menos cordial entre los
partidarios de los vencedores que los numerosos
miembros de otros sectores del establishment que
estaban dejando sobriamente atrés largos aos de
devaneos con el fascismo,
Siel influjo del conflicto mundial exasperaba la
imtoleraneia frente a quicnes se afectaba ver como
aspirantes a heredieros y aun vengadores de los ven-
ciclos en In guerra, el recuerdo de la que ahora co-
menzaba a llamarse “eécada infame” ineitaba a in-
tolerancias simétricas,
La imagen cerradamente negativa que esa deno-
minacién sugerfa para una etapa en la cual Ia Ar-
gentina superé con mayor felicidad que los paises
del centro y casi todos los de la periferia la crisis
econdmica mundial tiene dos raices. La mas obvia
es Ia eseasa indulgencia colectiva frente a las fla-
‘quezas de quienes habian sido impuestos como
bernantes a una Nacién que no dejé de repudiar-
os eada vez que s¢ le clio oportunidad para ello, La
menos obvia —y a largo plazo quizis mas impor-
tante— cra la desazén producida por la sospecha
de que los contratiempos introducidos por la crisis
no eran reflejo de una tormenta pasajera, sino el
primer signo del agotamiento de la férmula econd-
20
LA LARGA ACONIA DE EA ARGENTINA PERONISTA
mica que habia hecho posible el formidable pro-
greso del medio siglo anterior, y el descubrimiento,
de que durante la pasada prosperidad nada se hi
bja preparado para afrontar esa situacién inéd
tay mortalmente peligrosa. Por otra parte, los go-
bernantes posteriores a 1930 sélo habian sabido
aliviar la situaci6n con paliativos més o menos efi
sin atreverse a encarar tampoco ahora las
soluciones de fondo que, segxin una opinién publi-
ca cada ver. més impaciente, la nueva coyuniura re-
queria.
Ala luz. de esa nueva situaci6n, la clase dirigen-
te conservadora, que se habia mostrado ineapazde
preverla y todavia abora se negaba a reconocer st
gravedad, aparecia marcada poruna fri
able, inspiradora de la alegre corrupe
da en el pasado en In avider. con que habia explo-
tado en su beneficio uma prosperidad que habia
creido eterna, y ahora en la descarada apropiacién
de los frutos del intervencionismo estatal impues-
to por la crisis, corria riesgo cle ser identificada co-
mo Ja gran culpable de todas las desgracias nacio-
alles,
Fue, sobre todo, la insalvable impopularidad del
gobierno de las minorias la que hizo que [a alarma
ante lo que se adivinaba como el fin de la larga eta-
pa ascendente, cuyo frnto era la Argentina moder-
na, hallara expresi6n en una condena mas moral
que politica de la totalidad de la clase dirigente he-
nredlada cle esa ctapa, Esa condena tuvo expresion
‘en una sucesién de esedndalos, a partir del dle las
carnes, en que Lisandro de la Torre consumé el
deslizamiento de la censura de uma politica al ser
vicio de una clase privilegiaca a la vequisitoria mo-
ral contra un grupo gobernante al que presentaba
como animado de una incontenible vocacién por
€l enriqueeimiento ilieito.
E] deslizamiento del rechazo politico a la revule
sién moral eva aun mas decidido en el puiblico que
seguia apasfonadamente kas denuncias del senador
santafesino, e iba a preferir a los estudios retros-
pectivos de Ratil Scalabrini Ortiz, en su Historia de
dos ferrocarriles argentiros, Ia literatura de eseénda-
lo de Benjamin Villafaie y, sobre todo, de José Luis
Torres. Sin duda, esa preferencia iba a ser delibe-
radamente insirumentada, sobre todo por este tik
timo, para disminuir aun mas las posibilidades dle
por si escasas le cualquier normalizacién politica
mediante la restauracién de la verdad electoral (ast
Jo muestra no silo su concentracién en el relativa-
mente modesto escéndalo del Palomar, magnifica-
do para frenar los esfuerzos del presiclente Ortiz en
ese sentido, sino también su tendenciosa asigna-
cion de responsabilidades en ese asunto entre ofi-
ciales de las fucrzas armadas, donde se ensaia in-
justificadamente con los pavtidarios de la politica
presidencial), pero esa instrumentacion politica re-
queria para ser efiear vehusarse a introducir cual-
quicr perspectiva ideolégiea que se prestase a con-
troversia; asi en Torres el motivo antisemita enton-
cos de rigor en cualquier denuncia del capital fi
naneiero hace una aparicién demasiado fuga para
chocar al publico de la époea, y tanto él como Vi-
lafarie reckaman y obtienen para sus eampatias la
cauiciGn ala vex moral y politica de don Alfredo Pa-
lacios.
‘Lo que hacia eficaz. a esa literatura no era en-
tonces —como suele imaginarse retrospectivamen-
te— su ruptura con el consenso dominante, sino
su acuerdo con aspectos sustanciales de éste; asi
Tas denuncias de Torres oftecen un eco contrapun-
{istico de temas desarrollades en tono pontifical
en editoriales de La Prestsa y ce las requisitorias
‘moduladas en un diapasén aun mas elevado por
Eduardo Mallea en la Historia de una pasién ar-
‘gentina. Precisamente por ello, la condena retros-
pectiva y cada vez més horrorizaca de la "década
infame" pudo ser usada eficazmente por el nacien
te peronismo contra los que, habiendo hecho tan-
to por difundirla, mostraban ahora hostilidad im-
placable contra quien por primera ver la hacia
suya desde posiciones de poder, y para mejor lu-
char contra él acogian con alborozo el interesado
apoyo de los responsables de tado lo que habian
condenado.
La wtilizaci6n politica de esa condena no s6lo
ofrece al peronismo naciente ventajas inmediiatas,
B“TWLIG HALPERIN DONGHL
sino lo incita a denegat legitimidlad a toclas las tra
diciones politicas ¢ ideolégicas de la Argentina mo-
clerna, con sélo hacer suya la nocisn que reprocha
alos responsables de la “década infame”, no la trai-
cién a los objetivos de progreso civico y mejora-
miento sociopolitico que han guiado la construc
cidn de esa Argentina, sino la exhibicién ciniea de
los sérdidos méviles que sus predecesores habian
sabido ocultar mejor bajo tan altos propésitos.
Por mucho que esa efimera coyuntura ideologi-
co-politica haya contribuido al contexto de exacer-
bada discordia facciosa en que nacié el peronismo,
ella no basia sin embargo para explicar que ese
contexto desgarrado haya acompafiado kuego la en-
tera trayectoria del movimiento. Aun més decisiva-
mente influy6, sin duda, Ja voluntad de su funda-
dor de darle una estructura sin precedentes en la
vide politica argentina, que intentaba aplicar a és-
ta las conclusiones por él deducidas de su propia
experiencia como militas, tal como podia verla un.
hombre de inteligencia rapida y aguda, pero poco
inclinada a curiosidades te6ricas, y condenado por
lo tanto, a falta de otros enfoques quizis mis per
tinentes, a apoyarse en aquéllos con los cuales ha-
adebido relacionarse por obligacién profesional
Asi como Yrigoyen habia encontrado en la fe ci
vica comin a todas las facefones argentinas, refor
zada por el moralismo cuasi religioso del keausis
‘mo, la coartada ideoldgica que le hizo posible cre:
on
sinceramente que la construccién de una imbati-
ble méquina electoral a la que consagré su vida
era, en efecto, una empresa cle redenciGn nacional,
Peron se apoyarfa en una ideologia que José Luis
Romero caracteri2é, como de "Estado mayor” pa-
ra perstuaditse de que su empresa de conquista go-
losa y goce insaciable del poder personal era, en
verdad, un esfuerzo heroico por dar organizacién
firme a una sociedad espontdneamente incapa de
alcanzarta.
Pero, mientras la visién de Yrigoyen ofrecfa una
imagen embellecida de lo que era en electo st pritc-
tica politica, la de Perén estaba en clara disonan-
cia con ésta. Su concepcién de la politica, que la re-
ducia a una técnica para suscitar la obediencia,
privaba —a sus ojos tanto como a los de sus adv
sarios— de buena parte de su poder legitimante al
veredicto del sufragio universal: este hombre que
supo como nadie obtener del electorade las res-
puestas que de él descaba habia perdido hasta tal
punto Ja fe politica que le hubiera permitido reco-
nocer como Yrigoyen en el veredicto de la ciuda-
dania un signo seguro de su derecho @ gobernar,
que nunca advirtié a cudnto renunciaba al ver en
sits victorias electorales tan sélo una confirmacion
entre otras de su innato genio de conductor, que
era a su juicio el que le conferia ese derecho.
‘A més de socavar la tinica justificacign irrefuta~
ble para su condicién de gobernante legitimo, esavisidn dela politica estaba muy lejos de correspon-
der a la pritctica de Perén como conductor: lejos de
imponer a movimiento, Estado y sociedad la firme-
2a estructural y las elaras lfneas de autoridad pro-
pias de una organizacion militar, éste se esforzé
con éxito en mantenerlos en una permanente pro-
visionalidad c indefinicin, que hacia que la tinica
autoridad segura fuese Ia suya propia. Pero ese ins-
Lintivo arte de gobierno, mas cercane de lo que Pe-
On sospechaba al del general Roca, y que en éste
encontraba su adecuado complemento en el ejer-
cicio nada ostentoso cle un poder tan Iaboriosa-
mente asegurado, en la prictiea peronista entraba
«ite contradicei6n con la afirmacién ca-
ims estridente de un tedopoder que escon-
dia en los hechos serias fragilidades y limitaciones,
Cada confrontacién electoral volvia par otra
parte a poner al desnuclo Io que esa aspiracidn de-
saforada tenfa de excesivo: aun las victorias mas
abrumadoras, lejos de revalidar la legitimidad de
los ganadores, revelaban que la Nacién, ala que in-
ccesantes rituales mostraban unsénimemente enco-
Jumnada detras de su conductor; oeultaba en los
plicgues de sti electorado un irreductible tereio
opositor.
Ese barniz de unanimidad impuesto a un pais
‘que cada dos afios tenfa ocasién de redescubriese
dividido le hizo mis dificil asimilar Ia revolucién
social que fue el peronismo, Que el peronismo en
2%
efecto lo Tue, sélo pudo parecer discutible a quie-
nes crefan blasiemo dudar de que revolucién social
—y aun revolucién—hay una sola: bajo la égida det
regimen peronista, todas las relaciones entre los
grupos sociales se vieron sbitamente redefinida
y para adlvertirlo basiaba caminar las calles o st
bbitse a un tranvis.
Esa transformacisn era sentida aun mds honda-
mente porque ella incidia sobre una sociedad que
sélo ahora advertia que habia dejado de ser de
frontera. Casi hasta la vispera Ia distancia entre los
Integrantes de los distintos grupos sociales (excep-
to la que separaba a la clase propietaria, com la te-
rrateniente en su nticleo, de todas las dems) y la
adscripcién a éstos habfa podido atin ser vista co-
‘mo un dato provisfonal: en el momento mismo en
que la sociedad argentina se descubria dotada de
un firme perfil de clases, un inesperado vendaval
politico introdcia una torsién violenta en las rela
clones entre las clases. No es sorprendente que el
peronisme haya hallado difteil repetir la hazafia,
del fascismo, bajo cuya égida ese barniz.de unani:
midad militante ocultaba un consenso sin duda
_miis resignado que entusiasta, pero suficientemen-
te sélido; la razén es desde luego que el faseismo
ven‘a a reforzar los instrumentos politicos de per
petvacién de un sistema de relaciones entre las la
‘ses. los que sélo introducia retoques mucho me-
aEsas contradicciones nunea resuecltas, que iban
dejar como consecueneia perdurable una aun
‘més exacerbada denegaciOn reeiproca de legitimi-
dad entre las fuerzas antagénicas, en lo inmediato
embarazaban la marcha del nuevo régimen poltti-
co y lo tornaban menos soporiable a sus adversa
ios, pero ciertamente no aleanzaban a amenazar
su viabilidad. Como tocios sabemos, lo que hizo de
la vietoria del peronisma el punto de partida para
una crisis permanente, que tras provocar su caida
iba a derrotar por més dle tes décadas todas las
tentativas de darle solueién, fue que, mientras la
vyolucién peronista supo crear una fuerza politi-
ca cuya supervivencia estaba asegurada por sus po-
slerosas rafees en la sociedad que habia plasmado,
sélo tres aitos después de la irrupeién del peronis-
mo comenzaba yaa hacerse evidente la fragilidad
de las rafces econdmicas de esa nueva sociedad in
provisada durante el fugaz momento de trénsito
‘entre una guerra que habia dado acasion de acu-
mular reservas en volumen sin precedente, y una
osguerra que se esperaba mis favorable a los in-
tereses argentinos que la que siguié a 1918,
Si se recterda aquf ese hecho indiscutible no es
para reabrir el viejo debate sobre la supuesta oc
sién pertlida en esa segunda posguerra, y la respon
sabilidad del peronismo en haberla dejado escapar
(baste sefalar en cuanto a esto, que esa ocasién era
menos brillante de lo que entonces muchos crefan
23
y hoy muchos reeuerdan, y que —par graves que
Tucsea Jos erores cometidas en un par de afios fe-
briles—es poco cresble que ofreciesen por si solos
cexplicacién sufieiente para el curso decepeionante
‘que la economia iba a mantener durante largas d&
cadas),
‘Se lo recuerda, en cambio, porque es precisa-
mente la solidez de lo logrado por cl peronismo,
como revolucién social la razén principal para la
Jatga etapa de desgarramientos que su gestion iba
‘ dejar en hereneia: habia logrado en efecto crear
tung sociedad nueva, que habia adquirido una vi-
da propia y, aunque no tenia modo de perdurar,
sencillamente se rhusaba a morir. Que no tenfa
modo de perdurar lo descubrié bien pronto, y qui-
2s sin demasiada sorpresa, quien hizo mas que
nadie para traerla a la vies; si ya durante la breve
prosperidad de 1946-48 Peron sélo se habfa suma-
do con muy escaso entusiasmo y sobreponiéndo-
sea reticencias no siempre secretas a la oleada re-
formadoza y nacionalizadora, al abrirse la década
siguiente comenz6 a encarar seriamente la bas-
queda de una alternativa ccondmica que inevita-
blemente hubiese requeride un reajuste social de
gran envergadura.
‘Aun entonces advertia demasiado bien los ries-
‘gos de desviarse de Ja poderosa corriente que has-
tacse momento lo habla constantemente impulsa-
do hacia nuevas alluras, para aventurarse con paso.
2»decididdo en ese nucvo rumbo. Ms notable es.quie
lampoco quienes lo derrocaran so decidiesen a,
avanzar por él hasia alearar las metas légicas. Asi
‘ecurrid.en 1955, pero de nueva en 1962, en 1966 y
todavia en 1976 fes particularmente revelador que
aun los administradores del terrorisme de Estado.
‘que tomaron el poder en esa tltima Fecha juzgasen
demasiado peligrosa una suba masiva de la deso-
‘cupacién para autorizar el uso-en la Argentina de
un instrumento de estabilizaciéin empleado abun.
dantemente por regimencs afines més alld de los,
‘Andes y del Plata). Pero, mientras has sucesivas-con-
trarrevoluciones parecfan haber remunciado de an-
temano a completar su obra, ni signtiera en las bre-
ves etapas en que se dieron condiciones paliticas
favorables para ello se iba 2 ensayar el retorno al
perdido paratso de los aiios fundacionales del pe-
‘Si ese retorno ya no ibaa intentarse era en par-
te porque ia misma sociedad que rechazaba ofen-
siva (ras ofensiva de quienes se proponian trans-
formarla ne cesaba a la ver de (ransformarse. Y
pera dar cuenta de Il larga agontade esa sociedad
forjads cn Ia inmediata posgucrra es preciso alcan-
zat una idea més detalada, tanto de esas transfor
maciones como de las que previamente habia tral-
do consige Ia irrupeisn del peronismo.
Estas Gktimas suclen eentrarse, y muy justifica-
dameate, en las que modificaron el lugar de las cla-
2”
ses Lrabajadaras y gendricamente popollares urba-
nas. Los efectos de la politica sindical peronista.
-sumaddos a los de la industrializacién de guerra ¥
‘sus nuevos avances en la primera posguerra, crow
ron en elespacio urbane una presencia expectfica-
mente obrera mas visible que nunca en ol pasado:
‘un perfil de sociedad comparable al de los patses
industriales maduros se superponfa asf al de una,
‘economfa que s¢ hallnba sélo on las primeras cta~
‘pas de un proceso industrializador destinado a-en-
callar bien pronto.
Perolas transformaciones sociales aportadas por
‘el peronisme fueron ms all. Come todas sabe-
mos, su politica favorect6 sistemditicamente a los.
sectores urbanos sobre los rurales, y enire estos tl-
times castigé-con particular intensidad a la gran
agricultura pampeana. Las razones para ello eran,
‘obvias: manteniendacl valor del peso y reservindo-
se todavia lucros importantes en su papel de inter-
mediario farzoso en las exportaciones cerealeras,
‘com lo que aseguraba a la vez. las insumos baratos
quo wna industria constitutivamente frégil neces
taba para sobrevivir,y los consumes baratos que de
bbfan atenuar las presiones salariales de les ahora
poderasos sindicatos, ef pevonismo-sacaba la con.
sccuencia del hecho obvio de que en un pais tan
fucrtemente urbanizade era en las ciudlades donde
habia reclutado ef grucso deas clientelas politicas
yy electorales de cuyo favor seguia dependicndlo.
3Pero esa politica no dejaba de tener también Com
secuencias para la sociedad de las cuencas cerea-
leras en que se congregaba la mayor parte de la
poblacién rural pampeana, y loque ella estaba pro-
meviendo era elsurgimiento de una solidaridad de
interescs.que atenusba la intensidad desus confiic-
{os internas.
‘Los doscientes mil arendatarigs de 1945 eran,
sin duda un grupo pasabblemente heteragéneo: y los
‘que menes tenfan que quejarse del statu giro eran
desde luego los mas présperos-y por lo tanto mas.
influyentes entre ellos (en ciertos distritos Ia Fede-
racién Agraria qu en (coria los ropresentaba a todos
estaba de hecho controlada por grandes arrenda:
‘aris que subarrendaban sus tierras.en condiciones
articularmente duras). Aun asi, eran inequivoca-
‘mente un grupo descontento, y en la campafia elec
toral de 1946 Perén coseché apoyas decisivos al
incluir entre sus anunciados proyectos de gobierno
vuna reforma agraria gracias a la oval la tierra deja
via de-ser um bien derenta para constituizse en bien
dle trabajo.
Es significative sin embargo que ne fue el in-
‘cumplimicnto —cn este caso total—de la promesa
‘el que proword la reaccién militante de los arren-
datarios: en 1947 éstos se movilizaron en cambio
Junto. con el resto de les produciorescerealeros pa-
Fa cxigirun aumento drdstice de los precios Rjados
para la cosecha; he aguf un testimonio de que ya
2
para entonces nuevas lineas de alianza y ruptuara
‘camenzaban a dibujarse en ese sector do Ia secie-
dad argentina.
Sin duda, atm enausencia de un programade re-
forma agraria, cl peronismo iba a instrumentar de
hecho una —para dectriocon Borges— “clandestina
y finugal’ a travis de la congelacigin de arrendamicn-
tos decretada primero por el gabierno de Castillo,
(que tras ser prorrogada carla afo por los sucesores
iba a ser confirmada por cinco altos extensibles a
ocho en una ley de 1948, y que —a mas de hacer
Pricticamente imposible el desalojo— reducta pro-
sgresivamenteel canon gracias a los avanees dea in-
flacidn. Esa sokucién noera necesariamente menos
prometedora de dividondos clectorales que una for~
‘malizada reforma agraria; quicn. como Perén, gus-
taba de asegurar que confiar cn el préjimo es her~
move pera desconliar es siempre mas sezuro, podia.
Juzear que la gratitod por a propicdad recibida po-
‘dia ser un estimulo menos confiable para votar all
peronismo queel temorde perder una pasesién pre-
‘caria a. manos de otro gobienno-mis devote al inte-
‘és terrateniente.
No iba 2 ser asi, sin embargo; las campatias ce
resloras fueron guiads la daca franja donde el pe
ronismo sufrié luego de 1946 retrocesos electors.
les (casi siempre compensados, aun a nivel de
distrito, por sus nuevas avances én los eontros tir
bbanos menores). Fue en parte la reacckin dl sec:
2tor terratenienie la que frustrd ese calculo, sies.que
To hubo: acostumbrado a defender sus intereses.
con tenacidarl y encrgia, ese sector asistié con de-
susada serenidad a la gradual desposesion de que
era victima. Sin duda,a medida que la situacién se
protongaba, bajo un régimen que no parecia desti-
nado a desaparecer pronto, cada vez mds terrate-
nnientes buscaron soluciones individuales. ya sea,
vendiende a los arrendatarias (a precios desde lue-
.g0 mucho mas bajos que los de la tierra desocupa-
dda), ya pagando su acuerdo para rescindir el con
trate. Esta segunda solucidn era ademds facilitada,
porque el impacto de otras aspectas de la politica.
peronista, entre ellos la campafia por primera vez
sfectiva contre el trabajo familiar, que al obligar a
recurrir al asalariado menguaba aun més los exi-
guos prevechos de esa empresa agricola enana, ha-
fan cada voz més diffcil la situacién de la mayorta,
de los arrendatarios.
[Mas notable es que tampoco luego del derroca.
miicnte del peronismo se deseneadenase una pode-
rosa afensiva terratenicnte. El gobierno de Aram.
buru tuvo también wn programa de reforma (0,
‘com piidicamente iba a llanuirselo, de transfor-
‘mact6n) agraria. Inspirdindose en fa solucigin intro-
ducida por el penanisme para destrabar el merca~
do inmobiliario urbano, cstablecis la venta
obligatoria —a un precio de nuevo muy inferior all
dela therra desocupada—a los arrendataries que
Pr
quisicsen adquirirla, quienes podian gestionar crs
dito de un fondo establecido para ello en el Banco,
de la Nacién, De hecho ol fondo-resulté exiguo,
paces fueron los arrendatarios que pudieron usar
Jo para adquirirla ticrra en propiedad; pero basia-
ba comenzar In gestién para ganar de nuevo una
estabilidad naminalmente precaria, que luego de
haber sobrevivicoa la caida del peronismo parecia
sin embargo sélidamente consolidada, ya que los
peridlices reajustes de los arrendamientos conge-
lados los mantonian atin-a niveles muy inferiores.a
los del mereado.
Desde que se hizo evidente que mo habria des-
congelamiento-en un future: previsible, Ia erasién
del arcendamicnte se accntud aun mis: diez afios
més tarde, cuando In Revolucién Argentina final-
mente eliming el régimen deexcepeién instaurade
con 1942, mediante un procedimiento que obligaba,
‘aun a los terratenientes que aspizaban a renegociar
las-condiciones del arriendo, a intimar desalojo por
telegrama colacionado, pucs su silencio equivalia
a tuna tcita confirmacién de Ins condiciones pre-
Viamonte fijadas por ley, sélo so cursaron wna wein-
tena de miles de esas telegramas: el perfil de la so-
ceieelad plasmad a lo largo de easi un sigle en Tas
‘cuencas cerealeras pampeanas estaba terminande
de desdibujarse,
‘Ala vez comenzaban a esborarse algunos ras-
gos de lo que-iba a reemplavarla, Pueste que paraTos terratententes la explotacton agricola directa
‘con (rabajadores asalariadas soguia siendo impor
siblemente costasa., ol persistente congelamiento
de los arviendes habia tenidio por-consecuencia que
Ja tierra oneresamente rescatada de manos de los
arreadatarios se transfiriese preferentemente a
‘usos de pastoreo (una teneleneia favorecida por
‘otra parte por la relacidn de precios agricolas y ga
naderos durante la Segunda Guerra y demucvodu-
rante la décacla de precios eloprimides para el ce-
real que siguié all breve auge provocado por la de
Corea).
En las tierras agricolas de la pampa,
ca no se habla sin embargo dejado tentar por ese
fexterminia de Ia dirigencia opesitera frecuente-
‘mente evacado en su oratoria de las horas de cri~
sis. haya terminade por acoger con benepkicito en.
sus Bilas a quienes, sacrificando un par de victims,
bien escogidas, habian contribu decisivamente
a desbrozar el camino de su retarno, se entiende
menos que aun cl poder militaren menguante ha-
ya reconocido-una suerte de kegitimidad provisio-
hal a una violencia subversiva asi practicada.
Ese reconacimiento cra sin embargo necesario
al general Lanusse para persuadira sus carmaradias
de Ia imprescindibilidad de una restauracidn det
sistema clectoral: cra dificil en efecto no deducit
de su argumento segén el cual era la clausura de
todoslos otras canales de expresidn de la voluntad
popular la que estaba provacando esa respuesta
violenta, que mientras-esa situscién anémala no se
corrigiese la violencia no estaba totalmente injus-
tificada, Sin cluda, el general Lanusse preleria no
avanzar en esa linea de razonamiento, y subrayar
fen cambio que In restaurseién del sistema electo-
ral devolveria al Estado Ia legitimidad —y por lo
‘tanto Ia fuerza— nocesaria para aniquilar a las mo-
‘vimientos elandestinos. Pero en Ia medida en que:
”pastulaba la marginacién del future orden recons-
\itucionalizade, no sélo de esos movimientes ysus
posibles herederos politicos, sino del todavia des-
terrade jefe del peronismo, en lo inmediato hacia
‘mas intino el entendimiento entre esas dos vieti-
mas designadas de un proyecto nermalicador que
come casi todos advertian—excodia las pos
‘dades de ln acorralada Revolucién Argentina, ycon
‘ello refarzaba Ia expectativa de ver a los pioncros
de la violencia integrades en ese orden futuro con,
cellbeneplicito de quien —como yarmuchos también
sospechaban— estaba a punto de superar las inri=
sorias barreras erigidas por Ia agonizante Revol
‘ciéa Argentina, para conquistar un dominio ne dis-
putado de la.escena politica argentina.
Esa probabilidad parcefa tanto mis segura par-
que Ia acogidla —mas favorable de lo que slo po-
cosafios antes hubiese parecido posible— ofrecida
a eses pioneros de la violencia desde la capula de
las fucrzas rivales encontraba eco amplificado en
vaslosscetores de opinién publica, que no'se rehu-
ssarian a corear las desafiantes consignas con las
‘que los partidarios dol frente peronisia, durante la
campatia que procedid a las eleeciones de marzo
do 1973. cyocaban las sangricatas hazafias de sus
asi llamadas “formaciones especiales"
‘Sin duda, esa recepcidn inesperadamente cor
dial era fasilitada porque los movimientos.de am-
bicién insurreccional contaban con el aval de
«
quien, (ras haber empujado magistralmente el pro-
‘ces0 de descstabilizacitin progresiva del que fuecon,
‘vietimas sus vencedores de 1955, sc presentaba
ahora como el Ginico eapaz dle revert: sabreco-
gida de admiracién por la lucidex que habia permi-
ide a Peron manipular par dieciocho anos un pro-
ceso del que habia sido brutalmente marginadlo,
sa opinidn pablica confiaba en que sabria abora
inegrar a esas movimientos cn la Angemtina con-
corde que su retatina prometia acer de nuevo po
sible.
Esa nostalgia de la concerdia eneerraba la pro-
mesa del fin del largo conflicto de legitimidades
‘creado por la fallida democratizaciém inatigurada
en 1916, Elterreno-on que ella se daba na era ni ol
dela legitimicad democritica tan frigilmente ins-
taurada-entonces, ni el del autoritarismo plebisci-
tarioquc-en el peronismo habia buscado enel aval
del electorada una logitimaciGn séle formal de un,
derecho previo e independiente de ella; més bien
marcaba vn inesporatdo y paraddjico reterne a la
‘etapaanterior a la irrupeién dela democracia clec-
toral.
En efecto, si por una parte la Argentina estaba
por primera vez undnimemente dispuesta a ver a
‘Peréin camo él siempre se habia visto a sf mismo,
yreconocer en ol apoyo del electorado tan sdto un,
‘elemento mas del inmenso capital politico que su,
‘genio le habfa permitige acumular, Peron por su,parte estaba dispuesta a hacer més aceptable a sus,
ntiguos adversaries esa finalmente consumads
mediatizacion del régimen electoral estilizando
luna praictica politica que seguia haciendo wso in-
moderade de Ia posicién absolutamente predomi
ante por él reconquistada en la vida paiblica ar-
gentina, sobre el modelo de Ia que ya antesde 1912
habia envuclto em los rituales,y expresado.en el len-
_guiaje del pluralismo de base democritica a una
realidad muy distinta
Esa fue la innevacisn del segunda peronisme:
‘no—contra lo que se dice a menudo—In-ceeacisn
down vate peronista de clase media (Iiesta compa-
rar cifras para advertir que ese voto habia sido.
xis amplio antes de 1955), sina en el reconoci
mricnto de la legitimidad del gobierno surgido de
In victoria electoral por parte de los derrotados,
‘que paradéjicamente no marcaba un retomo a la
antigua Fe civica, sino mas bien a Jos ambiguoseri-
teries de lezitimidad anteriores a 1912, en que la
cficacia.cn ct ejereicio del gobicrno habia contado
‘mds que la legitimidad de fa investidura ganada en
los comicios,
En esa empresa, el gran exilado-contaba can Ia
cooperaciGn —se dia que con la complicidad— de
su mayor rival politica: si el radicalismo se resig-
aba. no disputar seriamente al poronisme su