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Tulio Halperin Donghi La larga agonia de la Argentina peronista Arid esd 1972 aba ano Desataanta do Histor ea Unwed de Seo. ‘Tuto Hatrerin Dox La larga agonia de la Argentina peronista LALARGA AGONIA DE LA ARGENTINA PERONISTA Arie Advertencia Las piginas que sigaen son ef restiltads de wna generasa ocurrencia del Club de Cultura Socialista José Aricé, que al aproximarse fos treinta aitos de la publicacion de Argentina en el callején (ARCA, Montevideo, 1964), me invité a ofrecer, eit una de sus reuniones, una continuacion hasta el presente de 1993 de la narrative cerrada entonces por ese otro efimmero presente inaugurado con la inesperada vic- Joria electoral del doctor Ilia. Pronio se me hizo evidente que esa tavea, que 10 podta parecer mas obvia, era en rigor insposible, Lo que ext 1964 asegurd un paradojico éxito (hecho de silencios pitblicos y discretos pero inesperadanente ‘amplios consensos privados} para una obriva cuya ‘visi dle ke historia avgenina mds rectenie se rel saba a idesntificarse cox ninguna de las irelerpretacior ‘tes qite, muidosanente, se combatian en esos tient. pos de tinplacables divisiones ideolagiens y fieros 7 a ae seucores politicos, era gue ella ofrecia la historia ite concluse de wna crisis que avanceba inexorablene- te hacia un desentace de tormenta ett ef quie corrian: riesgo gravisimo de naufragar fos destinos persona les del autor y sus lectores. Era, sint dude, fa eoinci- dencia ext ese presentimiento sombrio, tice expli- citado en el iesio de aguél, e tnplicitanrente reeusado por las consignas iriunfalisias que movilzaban a tan- tos de éstos, fa que subtendia el elandestino acuerdo enti ta9 y otros. La distancia entre ese momento y et de hoy se mii- de en algo mids que en arios: las separa precisament- te la tormenta entonces tan temida, Al pasar del fit- turo al pasado, ella ha cainbiado 110 slo el ditinto cour que nos volvianos a fa historia eronces en hax cerse, sino el ientple mismo de esa historia, en cuai- fo ex esa tormenta se cortaron los iuidos que tenant a la Argentina de 1964 prisionere de su callej6t Ia narracién cronoiégica, que en 1964 ofrecta et cauice expositive natural para dar cuenta de lo que ‘apareeta conto tn inexorable avance temporal hacia un temable desentace, parece menos adecttada cuan- do se trata de explovar retraspectivamente la criss re- solitiva que se interpone entre nuestro presente y el de 1964, y que se impowe como el tera central de es- tas reflexiones. Desde que la vemos retrospectivamente, somos capaces de reconocer err ella uno de esos momentos decisivos en que se ve cambiar stibitamente el rum 8 bo de ta historia. Es sabido gute en la exploraciin de momentos coma éste es preciso a ta vex hacer justi= cia @ fo que aportan de radical novedad, y¢ fos vit- ceuilos quie tos unen cor la etapa a la que han vendo a dar desonlace; es sabido también que es ésta wia de las tareas mds dificiles para el historiedor; muy pocos han fogrado reconstruir con igual eficacia las dos faces a la ver complemeniarias y contradictorias de esos momentos radicalmente inntovadores. En es- tas ripidas paginas, como advertiné facilmente el lee- tor, se ha buscado menos earacterizaref nuevo riun- bo que ha venido a tomar newestra historia « partir de esa reciente curva decisiva (una tarea que reqte- ra de quien ta emprendiese ka posesién del don de profecia) que rastrear en ef pasado ta lutella de los inutltiples procesos pavaletas y entrelazados que iba encontrar su muto y deserlace en ese instante re- solutive, Asi lintitada en sus objetivos, la exploracién agut emprendida exige de todas maneras adoptar wt ert foque més analitico que narrative, y in avance me. nos sometidta a la pata cronoldgica, a la vez que re- signado a adaptaria a tos ritmos divergentes le cada unio de esos procesos, ctsvas iaices serd preciso ent ands de uit caso rasirear ev un pasado mds remote {gue et evoeado en Argentina en cl callején, Ello impone remunciar a wie de las facitidades que hacen atractivo at kistoriador el esqueme narra- tivo-cronalagico: en éf ke imagen del proceso exanti- ° nado se apoya en juicios implicitos pero muy preci- ‘sos acerca de la jerarquuia de los actores y fuercas cu- os acuertlos y discordias confirieron a ese proceso ‘su particular dinamiismo; pueste gute esos juicios permanecen inplicitos, escapan a cualguier andlisis critica directo, y reciben st validec de la fuerza per- ssuasiva de la ranacion que en ellos se apoya; ctan- do se renuncia a hacer de la narracién eronolégica el eje unificador de fa reconstruccién historica, esos juicios se tornan en eanbio explicios, y cor ello po- nen en descubierto fo que mecesariamente tiene de discuaible Es éste un riesgo que, de todas maneras, es preci- 50 correr. El pasado que, visio desde ef montento est el tiempo en que nacié Argentina en el callej6n, era todavia a ia vee presente, hoy ha defado de serto, El modo de aproximarse a él, en consectencia, to po- dria ya ser el de entonces. Para resumir en unas pocas frases el argumen- to que aqui ha de descnvolverse, la crisis que se tra- ta de examinar no es tan sélo la inducida por el agravamiento ya inrefrenable del conflicto sociopo- lilico, que alcanzé su paroxismo en el terrorismo de Estado: entrelazada con ella —y dictandole en parte su ritmo— se deteeta la fiera agonia de la so- ciedad pecfilada bajo In égida del peronismo, una agonia que ha de arrastrarse atin hasta 1989, mien- tras gravita sobre ambas dimensiones de la crisis laduradera huells negativa de las modalidades que Luvo el ingreso de la democracia electoral en la Argentina, En lo que sigue, se buscara explorar su- cesivamente (y en orden inverso) esas tres dimen- siones de una crisis que iba aaleanzar su ctapa de- cisiva en Jos veinte afios que sepavan al cordobazo de la hiperinflacién, Si hay un rasgo que caracteriza a la vida polit ca argentina hasta casi ayer, es la reciproca dene gaci6n de legitimidad de Tas fuerzas que en ella se enfrentan, agravada porque éstas no coinciden ni aun en los criterios aplicables para reconocer esa legitimidad, Si ese rasgo alarmante se hace paten- te solo.a partir de 1930, lo que desele entonees aflo- a ha sido ya preparado por la experiencia politica inaugurada con la ley Sienz Pea. Es sabido que, aunque Yrigoyen (erminé resignindose a la con quista paulatina del poder que el nuevo régimen electoral hacia posible, hubiese preferido a ella una revolucion violenta o pa ica que instaurase si- multneamente en la Naci6n y las provineias auto- tidades ejecustivas y legislativas surgidas todas ellas del sufragio libre: y no es imposible que esa alt nativa aparentemente mas disruptiva hubiese tet ‘minado por sero menos que ia triunfante. En efecto, lo que sc da entre 1916 y 1930 es el vance lento pero inexorable clel Leviatin yrigoye- nista, que arrasa las frégiles fortalezas conservado- ras, Las ‘obligaban al gran caudillo a ignorar el consejo de Maquiavelo, que recomen- daba arrebatar a los adversarios toda su poder, re- cursos y privilegios en un solo golpe, para cn cam bio someter a éstos a una inacabable y dolorosa agonia, a lo largo de la cual iba a morir slo lenta- mente en ellos la esperanza de escapar a ese som brio destino. Esa “guerra cle posiciones” duraria lo 2 bastante para que taviesen tiempo de cristalizar dos antagénicos criterios de | ambos de motivos ideolégicos que —aunque pro- fandamente heterogéneos— habfan hallado hasta entonces modo de convivir sin abierta ruptura, El radicalismo continta en efecto In tradicién de las facciones que entre 1852 y 1880 se dispu- tan retazos del poder, en nombre de un civismo ¥ una virtud republicana de los que cada una de ellas se proclama la Gnica defensora sincera (y, can s6lo buscarlos, cualquier lector de Mitre, Juan Carlos Géme, José Hernandez.o los herma- nos Varela encontrara —anticipacies en prosa no siempre més llana— los motivos que Yrigoyen iba luego a orguesiar en stt vision apocaliptica de la lucha final entre e] Régimen y la Causa). Sus opo sitores prefieren en cambio celebrat la etapa pa- sada como la de consolidacién del Estado, que transforms al que habfa sido garante s6lo nor nal del orden y principal facior de desorden en instrumento incomparablemente eficaz de trans- formacién cconémica, social y cultural: si aqué- los de quienes se prociaman herederos han podi- do llevar adelante esa tarea gigantesea, es porque sumaban a talentos y competencias, que en vane sse buscarfan en quienes han venidlo a reemplazat~ los en el poder, un patriotismo menos Inuzco que ‘el que se expresa en el culto excesivamente plato- nico de la virtud republicana 3 Mientras en las filas de la oposici6n conserva- dora esa recusacién de una concepcién de la vida civica que Ia reconoce como un fin en sf misma se colores de uns cada vez més implacable hostilidad tanto contra los homies novi como contra el acti- vismo de las clases subordinadas de los que acusan al radicalismo de propiciar por igual (con lo gue resuelve en sentido inequivocamente reaccionario las ambigitedades del progresismo liberal del que esa oposicion quiere ser heredera), entre los inte- lectuales y profesionales surgidos de las nuevas cla- ses medias predominan quienes, aun negndose a esos deslizamientos, coinciden en denunciar la va- cuiclad del civismo radical, Dejados de Iado por tuna reforma electoral que —al hacer stibitamente verdad el sufragio universal hasta entonces tergi- versado on los hechos—aseguré que la Argentina iba a pasar de largo por esa ctapa en la marcha ha- cia la demecracia que es la de participacién limi- tada. Su perplejidad ante las opciones planteadas por un orden politico tan dlistinta del que se les ha- bfa ensefiado a esperar los llevaria en 1930, en 1945, en 1955, en 1973 a poner su peso, y el de un si to que—auinque siempre minoritario— tenclia a cre cer en momentos de crisis, en favor de salidas dis- ruptivas design muy variado, que sban a tener sin embargo en comin acudira instrumentos de cam- bio clistintos del sutfragio universal. Este conserva- ba, sin embargo, un papel esencial como insiru- 4 [LA LANGA AGONIA DE LA ARGENTINA PERONISTA mento de legitimacién para la autoridad de nuevas, lites, ya invocasen éstas en su favor la posesién de las cualidades morales y téenicas requeridas para manejar eficazmente la cosa piiblica, que los ven- cedores radlicales del antiguo régimen no se habian interesado en adquirit, y que los herederos politi cos de éste parecfan haber perdido en el camino (tal cl argumento preferido en 1930 y de nuevo en 1955), ya invocasen en cambio la de tn temple ef vico acendrado en ef crisol de la resistencia contra la opresién militar (tal ol esgrimido en cambio en 1945 y en 1973). La falsificacién electoral, practicada cada vez mis sistemiticamente a partir ce 1930, dio de nuic+ vo relevancia a la Fe civica con que se identificaba elradiealismo: cada vez que la ciudadanta hallaba abjerto ese camino, expresaba con su voto la pro- testa ante una sittacién que la humillaba dando sa apoyo a las victimas principales de ésta, pero no sentia por ellas confianza ninguna: en 1936 —se la mentaba Lisandro de la Torre—en la Capital Fede- ral y on Santa Fe el voto par una vex libre favore- cid a figuras cuyas fallas eran bien conocidas por quienes les brindaban el triunfo, y no iban a sor- prenderse de que renunciasen a usarlo eficazm te contra sus victimarios (en efecto, el radicalism, gran partido cle maquina a la vez que religion efvi- ca, no puede sobrevivir lejos del gobierno sino gra- cias a menudos pero constantes entendimientos 15 con éstc). Mientras el doctor Alvear asume el amar- go deber de cubrir con su figura patricia las clau- dicaciones includibles, para muchos militantes la experiencia aparece mareada por esa sucia cobar- fa del coraje sin destino que iba a evocar en ver- 0s inolvidlables Francisco Urondo, Asegurada su permanente relevancia por el tris terumbo que la vida publica argentina toma a par- tirde 1930, la fe civica de que se nutre el radicalis- mo pierde sin embargo, lenta pero seguramente, influjo sobre una sociedad que se transforma. En su prehistoria, durante las cécadas de organizacién nacional, esa fe civiea habia floreeido en una eiue dad que José Herndndez —en una de esas breves frases cuya pertinencia aviva siibitamente nuestra atencién adormecida bajo el hipnético alud de lu- gares comunes le su prosa periodistica—descril ‘como mas cercana # Atenas que a Nueva York, v habia sido entonces expresion de esa minoria den- tro de la minoritaria poblacién nativa que hacia de la politica a la vez su pasiéa y su profesién. En 1912, en un marco social que ya no era el de 1870, esa fe civica habia debido ser complementada con tomas de posicién frente a temas que obligaban a reconocer en los argentinos no sdlo a ciudadanos, sino a actores sociales y econémicos constituidos como tales. partir de alinidades de experiencias ¢ Intereses; y unto de los secretos del éxito radical fue su capacidad de instrumentar en su ventaja esa di- 16 mension de la experieneia colectiva que se negaba ‘a ineorporar a su tematica politica, sas transformaciones seguirfan avanzando, y su resultado seria acortar eada ver. mas la distane cia entre cl terreno de la lucha civica y el de los conflictos y acuerdos sociales. El radicalisme que —como otros partidos hispanoamericanos, desde el Liberal colombiano hasta los tradicionales del vecino Uruguay—habia sentido la tentacién de dar- se un perfil preciso tambign en ese nuevo terreno, se vio ahora impedido de hacerlo de modo eficaz debido a la vigencia recurrente cle situaciones si- milares a aquéllas en oposicién a las cuales habia acendrado su fe civica (hasta el punto que, cuando se decidié a fijarse metas de ambiciosa reforma so- cial, el dramatico repudic de su autodefinicién ori- ginaria no cambis en nada esencial la situacién: no fue, sin duda, el programa de Avellaneda cl que re- tuvo el favor de sus votantes para el gran partido opositor al régimen de Peréa). Mientras el radicalismo permanece ast prisione- ro de tna autodefinicién forjaca en una Argentina que ya no existe, el peronisme va a ser desde su ori- ‘expresién politica de una sociedad ya transfor mada. Pero no sélo de ella: es precisamente el mo- Go original en que al nuevo movimiento avticula fuerzas sociales con grupos que disponen de frag: mentos decisivos del poder lel Estado el que ha de contribuir decisivamente a perpetuar (con antago- 7 SS nistas en parte redefinidos) el conflicto de legitimi- dades abierio durante el previo transite por el po- der del radicalismo, E] peronismo se presenta como la solucion pa- ra un Ejereito al que la habilidad del general Justo ha transformado en el gran responsable de una si- tuacién politica que dejé rencorosa memoria entee la mayoria de los argentinos, y al que sus propias orientaciones amenazaban con el destino de los vencidos en el conflict mundial que se cerns en 1945. A la vez, también como la oportunidad para el desquite de las clases populares que se recu dan marginadas por aquella situaeién, y para un nto obrero que ve abrirscle el camino des- dela mas remota periferia al centro mismo del sis- tema de fuerzas sociopal Aunque el ascenso del peronismo signifieé una transformacién en el equilibrio politico-social ou- ya envergadura era perlectamente advertida por Cuantos la vivieron, no era includible que ella se re- ficjara en la ruptura con todas las tradiciones poli- {icas previas que iba a desencadenar un nuevo y més aguizado conflicto de legitimidades, Las nove- dades que esa transformacién introducia no exce- dian, en efecto, la capacidad de asimilacion de una tradicién ideolégica ya pasablemente ecléctica: cuando en 1930 Alejandro Korn habia proclamado la justicia social y una cultura auténticamente na- cional como los dos objetivos para la etapa que se 18 abria, habia presentado a esos objetives —que an- ticipaban los del movimiento triunfante en 1945— como complementarios y no alternatives 2 los del proyecto alberdiano realizacio por el liberal sismo. Y en México una revolucién incomparable- mente mas revulsiva que la peronista habia sabido piesentarse como la continuadora de la independen- ciay dela yeforma, pese a que en un punto esencial el dels tierra— se consagraba a deshacer minucio~ samente la obra cle esta dltima. iabja, sin duda, otras razones para que la Argen- ia sufriese las consecuencias de esa ruptura que ‘México supo evitar: Contaba, en primer lugar el cli- ‘ma apocaliptico creado por la Segunda Guerra Mun- ial, y su. cambiante eco local. Desde 1940, cuando nada pareeia capaz de detener el ascenso de Ia Ale- mania nacional-socialista, hasta cinco afios més tarde, cuando su jefe acosado se suicidaba en un, sétano de Berlin, la opinidn argentina habla osei- lado y ondulado mas de To que en 1945 se gusiaba ya recordar; mientras Borges buscaba explicacio- nes menos triviales que el mero oportunisme para clentusiasmo con que tantos de los celebrantes de Ja caida de Pavis en 1940 celebraban su liberacién. en 1944, los responsables del gobierno militar, que ‘ecuiparon el centro de Ja escena durante una tran- sicidn a la que se habjan sumado tardiamente y a regafadientes (todavia en 1944, por melancdlica coincidencia en el dia mismo de Ia liberaci6n de ry Roma, indiscretamente habfan marcado el primer aniversario de su toma del poder inaugurando una exposicisn que imitaba con laboriosidad las patro- cinadas por Mussolini en tiempos més felices) encontraban una acogida menos cordial entre los partidarios de los vencedores que los numerosos miembros de otros sectores del establishment que estaban dejando sobriamente atrés largos aos de devaneos con el fascismo, Siel influjo del conflicto mundial exasperaba la imtoleraneia frente a quicnes se afectaba ver como aspirantes a heredieros y aun vengadores de los ven- ciclos en In guerra, el recuerdo de la que ahora co- menzaba a llamarse “eécada infame” ineitaba a in- tolerancias simétricas, La imagen cerradamente negativa que esa deno- minacién sugerfa para una etapa en la cual Ia Ar- gentina superé con mayor felicidad que los paises del centro y casi todos los de la periferia la crisis econdmica mundial tiene dos raices. La mas obvia es Ia eseasa indulgencia colectiva frente a las fla- ‘quezas de quienes habian sido impuestos como bernantes a una Nacién que no dejé de repudiar- os eada vez que s¢ le clio oportunidad para ello, La menos obvia —y a largo plazo quizis mas impor- tante— cra la desazén producida por la sospecha de que los contratiempos introducidos por la crisis no eran reflejo de una tormenta pasajera, sino el primer signo del agotamiento de la férmula econd- 20 LA LARGA ACONIA DE EA ARGENTINA PERONISTA mica que habia hecho posible el formidable pro- greso del medio siglo anterior, y el descubrimiento, de que durante la pasada prosperidad nada se hi bja preparado para afrontar esa situacién inéd tay mortalmente peligrosa. Por otra parte, los go- bernantes posteriores a 1930 sélo habian sabido aliviar la situaci6n con paliativos més o menos efi sin atreverse a encarar tampoco ahora las soluciones de fondo que, segxin una opinién publi- ca cada ver. més impaciente, la nueva coyuniura re- queria. Ala luz. de esa nueva situaci6n, la clase dirigen- te conservadora, que se habia mostrado ineapazde preverla y todavia abora se negaba a reconocer st gravedad, aparecia marcada poruna fri able, inspiradora de la alegre corrupe da en el pasado en In avider. con que habia explo- tado en su beneficio uma prosperidad que habia creido eterna, y ahora en la descarada apropiacién de los frutos del intervencionismo estatal impues- to por la crisis, corria riesgo cle ser identificada co- mo Ja gran culpable de todas las desgracias nacio- alles, Fue, sobre todo, la insalvable impopularidad del gobierno de las minorias la que hizo que [a alarma ante lo que se adivinaba como el fin de la larga eta- pa ascendente, cuyo frnto era la Argentina moder- na, hallara expresi6n en una condena mas moral que politica de la totalidad de la clase dirigente he- n redlada cle esa ctapa, Esa condena tuvo expresion ‘en una sucesién de esedndalos, a partir del dle las carnes, en que Lisandro de la Torre consumé el deslizamiento de la censura de uma politica al ser vicio de una clase privilegiaca a la vequisitoria mo- ral contra un grupo gobernante al que presentaba como animado de una incontenible vocacién por €l enriqueeimiento ilieito. E] deslizamiento del rechazo politico a la revule sién moral eva aun mas decidido en el puiblico que seguia apasfonadamente kas denuncias del senador santafesino, e iba a preferir a los estudios retros- pectivos de Ratil Scalabrini Ortiz, en su Historia de dos ferrocarriles argentiros, Ia literatura de eseénda- lo de Benjamin Villafaie y, sobre todo, de José Luis Torres. Sin duda, esa preferencia iba a ser delibe- radamente insirumentada, sobre todo por este tik timo, para disminuir aun mas las posibilidades dle por si escasas le cualquier normalizacién politica mediante la restauracién de la verdad electoral (ast Jo muestra no silo su concentracién en el relativa- mente modesto escéndalo del Palomar, magnifica- do para frenar los esfuerzos del presiclente Ortiz en ese sentido, sino también su tendenciosa asigna- cion de responsabilidades en ese asunto entre ofi- ciales de las fucrzas armadas, donde se ensaia in- justificadamente con los pavtidarios de la politica presidencial), pero esa instrumentacion politica re- queria para ser efiear vehusarse a introducir cual- quicr perspectiva ideolégiea que se prestase a con- troversia; asi en Torres el motivo antisemita enton- cos de rigor en cualquier denuncia del capital fi naneiero hace una aparicién demasiado fuga para chocar al publico de la époea, y tanto él como Vi- lafarie reckaman y obtienen para sus eampatias la cauiciGn ala vex moral y politica de don Alfredo Pa- lacios. ‘Lo que hacia eficaz. a esa literatura no era en- tonces —como suele imaginarse retrospectivamen- te— su ruptura con el consenso dominante, sino su acuerdo con aspectos sustanciales de éste; asi Tas denuncias de Torres oftecen un eco contrapun- {istico de temas desarrollades en tono pontifical en editoriales de La Prestsa y ce las requisitorias ‘moduladas en un diapasén aun mas elevado por Eduardo Mallea en la Historia de una pasién ar- ‘gentina. Precisamente por ello, la condena retros- pectiva y cada vez més horrorizaca de la "década infame" pudo ser usada eficazmente por el nacien te peronismo contra los que, habiendo hecho tan- to por difundirla, mostraban ahora hostilidad im- placable contra quien por primera ver la hacia suya desde posiciones de poder, y para mejor lu- char contra él acogian con alborozo el interesado apoyo de los responsables de tado lo que habian condenado. La wtilizaci6n politica de esa condena no s6lo ofrece al peronismo naciente ventajas inmediiatas, B “TWLIG HALPERIN DONGHL sino lo incita a denegat legitimidlad a toclas las tra diciones politicas ¢ ideolégicas de la Argentina mo- clerna, con sélo hacer suya la nocisn que reprocha alos responsables de la “década infame”, no la trai- cién a los objetivos de progreso civico y mejora- miento sociopolitico que han guiado la construc cidn de esa Argentina, sino la exhibicién ciniea de los sérdidos méviles que sus predecesores habian sabido ocultar mejor bajo tan altos propésitos. Por mucho que esa efimera coyuntura ideologi- co-politica haya contribuido al contexto de exacer- bada discordia facciosa en que nacié el peronismo, ella no basia sin embargo para explicar que ese contexto desgarrado haya acompafiado kuego la en- tera trayectoria del movimiento. Aun més decisiva- mente influy6, sin duda, Ja voluntad de su funda- dor de darle una estructura sin precedentes en la vide politica argentina, que intentaba aplicar a és- ta las conclusiones por él deducidas de su propia experiencia como militas, tal como podia verla un. hombre de inteligencia rapida y aguda, pero poco inclinada a curiosidades te6ricas, y condenado por lo tanto, a falta de otros enfoques quizis mis per tinentes, a apoyarse en aquéllos con los cuales ha- adebido relacionarse por obligacién profesional Asi como Yrigoyen habia encontrado en la fe ci vica comin a todas las facefones argentinas, refor zada por el moralismo cuasi religioso del keausis ‘mo, la coartada ideoldgica que le hizo posible cre: on sinceramente que la construccién de una imbati- ble méquina electoral a la que consagré su vida era, en efecto, una empresa cle redenciGn nacional, Peron se apoyarfa en una ideologia que José Luis Romero caracteri2é, como de "Estado mayor” pa- ra perstuaditse de que su empresa de conquista go- losa y goce insaciable del poder personal era, en verdad, un esfuerzo heroico por dar organizacién firme a una sociedad espontdneamente incapa de alcanzarta. Pero, mientras la visién de Yrigoyen ofrecfa una imagen embellecida de lo que era en electo st pritc- tica politica, la de Perén estaba en clara disonan- cia con ésta. Su concepcién de la politica, que la re- ducia a una técnica para suscitar la obediencia, privaba —a sus ojos tanto como a los de sus adv sarios— de buena parte de su poder legitimante al veredicto del sufragio universal: este hombre que supo como nadie obtener del electorade las res- puestas que de él descaba habia perdido hasta tal punto Ja fe politica que le hubiera permitido reco- nocer como Yrigoyen en el veredicto de la ciuda- dania un signo seguro de su derecho @ gobernar, que nunca advirtié a cudnto renunciaba al ver en sits victorias electorales tan sélo una confirmacion entre otras de su innato genio de conductor, que era a su juicio el que le conferia ese derecho. ‘A més de socavar la tinica justificacign irrefuta~ ble para su condicién de gobernante legitimo, esa visidn dela politica estaba muy lejos de correspon- der a la pritctica de Perén como conductor: lejos de imponer a movimiento, Estado y sociedad la firme- 2a estructural y las elaras lfneas de autoridad pro- pias de una organizacion militar, éste se esforzé con éxito en mantenerlos en una permanente pro- visionalidad c indefinicin, que hacia que la tinica autoridad segura fuese Ia suya propia. Pero ese ins- Lintivo arte de gobierno, mas cercane de lo que Pe- On sospechaba al del general Roca, y que en éste encontraba su adecuado complemento en el ejer- cicio nada ostentoso cle un poder tan Iaboriosa- mente asegurado, en la prictiea peronista entraba «ite contradicei6n con la afirmacién ca- ims estridente de un tedopoder que escon- dia en los hechos serias fragilidades y limitaciones, Cada confrontacién electoral volvia par otra parte a poner al desnuclo Io que esa aspiracidn de- saforada tenfa de excesivo: aun las victorias mas abrumadoras, lejos de revalidar la legitimidad de los ganadores, revelaban que la Nacién, ala que in- ccesantes rituales mostraban unsénimemente enco- Jumnada detras de su conductor; oeultaba en los plicgues de sti electorado un irreductible tereio opositor. Ese barniz de unanimidad impuesto a un pais ‘que cada dos afios tenfa ocasién de redescubriese dividido le hizo mis dificil asimilar Ia revolucién social que fue el peronismo, Que el peronismo en 2% efecto lo Tue, sélo pudo parecer discutible a quie- nes crefan blasiemo dudar de que revolucién social —y aun revolucién—hay una sola: bajo la égida det regimen peronista, todas las relaciones entre los grupos sociales se vieron sbitamente redefinida y para adlvertirlo basiaba caminar las calles o st bbitse a un tranvis. Esa transformacisn era sentida aun mds honda- mente porque ella incidia sobre una sociedad que sélo ahora advertia que habia dejado de ser de frontera. Casi hasta la vispera Ia distancia entre los Integrantes de los distintos grupos sociales (excep- to la que separaba a la clase propietaria, com la te- rrateniente en su nticleo, de todas las dems) y la adscripcién a éstos habfa podido atin ser vista co- ‘mo un dato provisfonal: en el momento mismo en que la sociedad argentina se descubria dotada de un firme perfil de clases, un inesperado vendaval politico introdcia una torsién violenta en las rela clones entre las clases. No es sorprendente que el peronisme haya hallado difteil repetir la hazafia, del fascismo, bajo cuya égida ese barniz.de unani: midad militante ocultaba un consenso sin duda _miis resignado que entusiasta, pero suficientemen- te sélido; la razén es desde luego que el faseismo ven‘a a reforzar los instrumentos politicos de per petvacién de un sistema de relaciones entre las la ‘ses. los que sélo introducia retoques mucho me- a Esas contradicciones nunea resuecltas, que iban dejar como consecueneia perdurable una aun ‘més exacerbada denegaciOn reeiproca de legitimi- dad entre las fuerzas antagénicas, en lo inmediato embarazaban la marcha del nuevo régimen poltti- co y lo tornaban menos soporiable a sus adversa ios, pero ciertamente no aleanzaban a amenazar su viabilidad. Como tocios sabemos, lo que hizo de la vietoria del peronisma el punto de partida para una crisis permanente, que tras provocar su caida iba a derrotar por més dle tes décadas todas las tentativas de darle solueién, fue que, mientras la vyolucién peronista supo crear una fuerza politi- ca cuya supervivencia estaba asegurada por sus po- slerosas rafees en la sociedad que habia plasmado, sélo tres aitos después de la irrupeién del peronis- mo comenzaba yaa hacerse evidente la fragilidad de las rafces econdmicas de esa nueva sociedad in provisada durante el fugaz momento de trénsito ‘entre una guerra que habia dado acasion de acu- mular reservas en volumen sin precedente, y una osguerra que se esperaba mis favorable a los in- tereses argentinos que la que siguié a 1918, Si se recterda aquf ese hecho indiscutible no es para reabrir el viejo debate sobre la supuesta oc sién pertlida en esa segunda posguerra, y la respon sabilidad del peronismo en haberla dejado escapar (baste sefalar en cuanto a esto, que esa ocasién era menos brillante de lo que entonces muchos crefan 23 y hoy muchos reeuerdan, y que —par graves que Tucsea Jos erores cometidas en un par de afios fe- briles—es poco cresble que ofreciesen por si solos cexplicacién sufieiente para el curso decepeionante ‘que la economia iba a mantener durante largas d& cadas), ‘Se lo recuerda, en cambio, porque es precisa- mente la solidez de lo logrado por cl peronismo, como revolucién social la razén principal para la Jatga etapa de desgarramientos que su gestion iba ‘ dejar en hereneia: habia logrado en efecto crear tung sociedad nueva, que habia adquirido una vi- da propia y, aunque no tenia modo de perdurar, sencillamente se rhusaba a morir. Que no tenfa modo de perdurar lo descubrié bien pronto, y qui- 2s sin demasiada sorpresa, quien hizo mas que nadie para traerla a la vies; si ya durante la breve prosperidad de 1946-48 Peron sélo se habfa suma- do con muy escaso entusiasmo y sobreponiéndo- sea reticencias no siempre secretas a la oleada re- formadoza y nacionalizadora, al abrirse la década siguiente comenz6 a encarar seriamente la bas- queda de una alternativa ccondmica que inevita- blemente hubiese requeride un reajuste social de gran envergadura. ‘Aun entonces advertia demasiado bien los ries- ‘gos de desviarse de Ja poderosa corriente que has- tacse momento lo habla constantemente impulsa- do hacia nuevas alluras, para aventurarse con paso. 2» decididdo en ese nucvo rumbo. Ms notable es.quie lampoco quienes lo derrocaran so decidiesen a, avanzar por él hasia alearar las metas légicas. Asi ‘ecurrid.en 1955, pero de nueva en 1962, en 1966 y todavia en 1976 fes particularmente revelador que aun los administradores del terrorisme de Estado. ‘que tomaron el poder en esa tltima Fecha juzgasen demasiado peligrosa una suba masiva de la deso- ‘cupacién para autorizar el uso-en la Argentina de un instrumento de estabilizaciéin empleado abun. dantemente por regimencs afines més alld de los, ‘Andes y del Plata). Pero, mientras has sucesivas-con- trarrevoluciones parecfan haber remunciado de an- temano a completar su obra, ni signtiera en las bre- ves etapas en que se dieron condiciones paliticas favorables para ello se iba 2 ensayar el retorno al perdido paratso de los aiios fundacionales del pe- ‘Si ese retorno ya no ibaa intentarse era en par- te porque ia misma sociedad que rechazaba ofen- siva (ras ofensiva de quienes se proponian trans- formarla ne cesaba a la ver de (ransformarse. Y pera dar cuenta de Il larga agontade esa sociedad forjads cn Ia inmediata posgucrra es preciso alcan- zat una idea més detalada, tanto de esas transfor maciones como de las que previamente habia tral- do consige Ia irrupeisn del peronismo. Estas Gktimas suclen eentrarse, y muy justifica- dameate, en las que modificaron el lugar de las cla- 2” ses Lrabajadaras y gendricamente popollares urba- nas. Los efectos de la politica sindical peronista. -sumaddos a los de la industrializacién de guerra ¥ ‘sus nuevos avances en la primera posguerra, crow ron en elespacio urbane una presencia expectfica- mente obrera mas visible que nunca en ol pasado: ‘un perfil de sociedad comparable al de los patses industriales maduros se superponfa asf al de una, ‘economfa que s¢ hallnba sélo on las primeras cta~ ‘pas de un proceso industrializador destinado a-en- callar bien pronto. Perolas transformaciones sociales aportadas por ‘el peronisme fueron ms all. Come todas sabe- mos, su politica favorect6 sistemditicamente a los. sectores urbanos sobre los rurales, y enire estos tl- times castigé-con particular intensidad a la gran agricultura pampeana. Las razones para ello eran, ‘obvias: manteniendacl valor del peso y reservindo- se todavia lucros importantes en su papel de inter- mediario farzoso en las exportaciones cerealeras, ‘com lo que aseguraba a la vez. las insumos baratos quo wna industria constitutivamente frégil neces taba para sobrevivir,y los consumes baratos que de bbfan atenuar las presiones salariales de les ahora poderasos sindicatos, ef pevonismo-sacaba la con. sccuencia del hecho obvio de que en un pais tan fucrtemente urbanizade era en las ciudlades donde habia reclutado ef grucso deas clientelas politicas yy electorales de cuyo favor seguia dependicndlo. 3 Pero esa politica no dejaba de tener también Com secuencias para la sociedad de las cuencas cerea- leras en que se congregaba la mayor parte de la poblacién rural pampeana, y loque ella estaba pro- meviendo era elsurgimiento de una solidaridad de interescs.que atenusba la intensidad desus confiic- {os internas. ‘Los doscientes mil arendatarigs de 1945 eran, sin duda un grupo pasabblemente heteragéneo: y los ‘que menes tenfan que quejarse del statu giro eran desde luego los mas présperos-y por lo tanto mas. influyentes entre ellos (en ciertos distritos Ia Fede- racién Agraria qu en (coria los ropresentaba a todos estaba de hecho controlada por grandes arrenda: ‘aris que subarrendaban sus tierras.en condiciones articularmente duras). Aun asi, eran inequivoca- ‘mente un grupo descontento, y en la campafia elec toral de 1946 Perén coseché apoyas decisivos al incluir entre sus anunciados proyectos de gobierno vuna reforma agraria gracias a la oval la tierra deja via de-ser um bien derenta para constituizse en bien dle trabajo. Es significative sin embargo que ne fue el in- ‘cumplimicnto —cn este caso total—de la promesa ‘el que proword la reaccién militante de los arren- datarios: en 1947 éstos se movilizaron en cambio Junto. con el resto de les produciorescerealeros pa- Fa cxigirun aumento drdstice de los precios Rjados para la cosecha; he aguf un testimonio de que ya 2 para entonces nuevas lineas de alianza y ruptuara ‘camenzaban a dibujarse en ese sector do Ia secie- dad argentina. Sin duda, atm enausencia de un programade re- forma agraria, cl peronismo iba a instrumentar de hecho una —para dectriocon Borges— “clandestina y finugal’ a travis de la congelacigin de arrendamicn- tos decretada primero por el gabierno de Castillo, (que tras ser prorrogada carla afo por los sucesores iba a ser confirmada por cinco altos extensibles a ocho en una ley de 1948, y que —a mas de hacer Pricticamente imposible el desalojo— reducta pro- sgresivamenteel canon gracias a los avanees dea in- flacidn. Esa sokucién noera necesariamente menos prometedora de dividondos clectorales que una for~ ‘malizada reforma agraria; quicn. como Perén, gus- taba de asegurar que confiar cn el préjimo es her~ move pera desconliar es siempre mas sezuro, podia. Juzear que la gratitod por a propicdad recibida po- ‘dia ser un estimulo menos confiable para votar all peronismo queel temorde perder una pasesién pre- ‘caria a. manos de otro gobienno-mis devote al inte- ‘és terrateniente. No iba 2 ser asi, sin embargo; las campatias ce resloras fueron guiads la daca franja donde el pe ronismo sufrié luego de 1946 retrocesos electors. les (casi siempre compensados, aun a nivel de distrito, por sus nuevas avances én los eontros tir bbanos menores). Fue en parte la reacckin dl sec: 2 tor terratenienie la que frustrd ese calculo, sies.que To hubo: acostumbrado a defender sus intereses. con tenacidarl y encrgia, ese sector asistié con de- susada serenidad a la gradual desposesion de que era victima. Sin duda,a medida que la situacién se protongaba, bajo un régimen que no parecia desti- nado a desaparecer pronto, cada vez mds terrate- nnientes buscaron soluciones individuales. ya sea, vendiende a los arrendatarias (a precios desde lue- .g0 mucho mas bajos que los de la tierra desocupa- dda), ya pagando su acuerdo para rescindir el con trate. Esta segunda solucidn era ademds facilitada, porque el impacto de otras aspectas de la politica. peronista, entre ellos la campafia por primera vez sfectiva contre el trabajo familiar, que al obligar a recurrir al asalariado menguaba aun més los exi- guos prevechos de esa empresa agricola enana, ha- fan cada voz més diffcil la situacién de la mayorta, de los arrendatarios. [Mas notable es que tampoco luego del derroca. miicnte del peronismo se deseneadenase una pode- rosa afensiva terratenicnte. El gobierno de Aram. buru tuvo también wn programa de reforma (0, ‘com piidicamente iba a llanuirselo, de transfor- ‘mact6n) agraria. Inspirdindose en fa solucigin intro- ducida por el penanisme para destrabar el merca~ do inmobiliario urbano, cstablecis la venta obligatoria —a un precio de nuevo muy inferior all dela therra desocupada—a los arrendataries que Pr quisicsen adquirirla, quienes podian gestionar crs dito de un fondo establecido para ello en el Banco, de la Nacién, De hecho ol fondo-resulté exiguo, paces fueron los arrendatarios que pudieron usar Jo para adquirirla ticrra en propiedad; pero basia- ba comenzar In gestién para ganar de nuevo una estabilidad naminalmente precaria, que luego de haber sobrevivicoa la caida del peronismo parecia sin embargo sélidamente consolidada, ya que los peridlices reajustes de los arrendamientos conge- lados los mantonian atin-a niveles muy inferiores.a los del mereado. Desde que se hizo evidente que mo habria des- congelamiento-en un future: previsible, Ia erasién del arcendamicnte se accntud aun mis: diez afios més tarde, cuando In Revolucién Argentina final- mente eliming el régimen deexcepeién instaurade con 1942, mediante un procedimiento que obligaba, ‘aun a los terratenientes que aspizaban a renegociar las-condiciones del arriendo, a intimar desalojo por telegrama colacionado, pucs su silencio equivalia a tuna tcita confirmacién de Ins condiciones pre- Viamonte fijadas por ley, sélo so cursaron wna wein- tena de miles de esas telegramas: el perfil de la so- ceieelad plasmad a lo largo de easi un sigle en Tas ‘cuencas cerealeras pampeanas estaba terminande de desdibujarse, ‘Ala vez comenzaban a esborarse algunos ras- gos de lo que-iba a reemplavarla, Pueste que para Tos terratententes la explotacton agricola directa ‘con (rabajadores asalariadas soguia siendo impor siblemente costasa., ol persistente congelamiento de los arviendes habia tenidio por-consecuencia que Ja tierra oneresamente rescatada de manos de los arreadatarios se transfiriese preferentemente a ‘usos de pastoreo (una teneleneia favorecida por ‘otra parte por la relacidn de precios agricolas y ga naderos durante la Segunda Guerra y demucvodu- rante la décacla de precios eloprimides para el ce- real que siguié all breve auge provocado por la de Corea). En las tierras agricolas de la pampa, ca no se habla sin embargo dejado tentar por ese fexterminia de Ia dirigencia opesitera frecuente- ‘mente evacado en su oratoria de las horas de cri~ sis. haya terminade por acoger con benepkicito en. sus Bilas a quienes, sacrificando un par de victims, bien escogidas, habian contribu decisivamente a desbrozar el camino de su retarno, se entiende menos que aun cl poder militaren menguante ha- ya reconocido-una suerte de kegitimidad provisio- hal a una violencia subversiva asi practicada. Ese reconacimiento cra sin embargo necesario al general Lanusse para persuadira sus carmaradias de Ia imprescindibilidad de una restauracidn det sistema clectoral: cra dificil en efecto no deducit de su argumento segén el cual era la clausura de todoslos otras canales de expresidn de la voluntad popular la que estaba provacando esa respuesta violenta, que mientras-esa situscién anémala no se corrigiese la violencia no estaba totalmente injus- tificada, Sin cluda, el general Lanusse preleria no avanzar en esa linea de razonamiento, y subrayar fen cambio que In restaurseién del sistema electo- ral devolveria al Estado Ia legitimidad —y por lo ‘tanto Ia fuerza— nocesaria para aniquilar a las mo- ‘vimientos elandestinos. Pero en Ia medida en que: ” pastulaba la marginacién del future orden recons- \itucionalizade, no sélo de esos movimientes ysus posibles herederos politicos, sino del todavia des- terrade jefe del peronismo, en lo inmediato hacia ‘mas intino el entendimiento entre esas dos vieti- mas designadas de un proyecto nermalicador que come casi todos advertian—excodia las pos ‘dades de ln acorralada Revolucién Argentina, ycon ‘ello refarzaba Ia expectativa de ver a los pioncros de la violencia integrades en ese orden futuro con, cellbeneplicito de quien —como yarmuchos también sospechaban— estaba a punto de superar las inri= sorias barreras erigidas por Ia agonizante Revol ‘ciéa Argentina, para conquistar un dominio ne dis- putado de la.escena politica argentina. Esa probabilidad parcefa tanto mis segura par- que Ia acogidla —mas favorable de lo que slo po- cosafios antes hubiese parecido posible— ofrecida a eses pioneros de la violencia desde la capula de las fucrzas rivales encontraba eco amplificado en vaslosscetores de opinién publica, que no'se rehu- ssarian a corear las desafiantes consignas con las ‘que los partidarios dol frente peronisia, durante la campatia que procedid a las eleeciones de marzo do 1973. cyocaban las sangricatas hazafias de sus asi llamadas “formaciones especiales" ‘Sin duda, esa recepcidn inesperadamente cor dial era fasilitada porque los movimientos.de am- bicién insurreccional contaban con el aval de « quien, (ras haber empujado magistralmente el pro- ‘ces0 de descstabilizacitin progresiva del que fuecon, ‘vietimas sus vencedores de 1955, sc presentaba ahora como el Ginico eapaz dle revert: sabreco- gida de admiracién por la lucidex que habia permi- ide a Peron manipular par dieciocho anos un pro- ceso del que habia sido brutalmente marginadlo, sa opinidn pablica confiaba en que sabria abora inegrar a esas movimientos cn la Angemtina con- corde que su retatina prometia acer de nuevo po sible. Esa nostalgia de la concerdia eneerraba la pro- mesa del fin del largo conflicto de legitimidades ‘creado por la fallida democratizaciém inatigurada en 1916, Elterreno-on que ella se daba na era ni ol dela legitimicad democritica tan frigilmente ins- taurada-entonces, ni el del autoritarismo plebisci- tarioquc-en el peronismo habia buscado enel aval del electorada una logitimaciGn séle formal de un, derecho previo e independiente de ella; més bien marcaba vn inesporatdo y paraddjico reterne a la ‘etapaanterior a la irrupeién dela democracia clec- toral. En efecto, si por una parte la Argentina estaba por primera vez undnimemente dispuesta a ver a ‘Peréin camo él siempre se habia visto a sf mismo, yreconocer en ol apoyo del electorado tan sdto un, ‘elemento mas del inmenso capital politico que su, ‘genio le habfa permitige acumular, Peron por su, parte estaba dispuesta a hacer més aceptable a sus, ntiguos adversaries esa finalmente consumads mediatizacion del régimen electoral estilizando luna praictica politica que seguia haciendo wso in- moderade de Ia posicién absolutamente predomi ante por él reconquistada en la vida paiblica ar- gentina, sobre el modelo de Ia que ya antesde 1912 habia envuclto em los rituales,y expresado.en el len- _guiaje del pluralismo de base democritica a una realidad muy distinta Esa fue la innevacisn del segunda peronisme: ‘no—contra lo que se dice a menudo—In-ceeacisn down vate peronista de clase media (Iiesta compa- rar cifras para advertir que ese voto habia sido. xis amplio antes de 1955), sina en el reconoci mricnto de la legitimidad del gobierno surgido de In victoria electoral por parte de los derrotados, ‘que paradéjicamente no marcaba un retomo a la antigua Fe civica, sino mas bien a Jos ambiguoseri- teries de lezitimidad anteriores a 1912, en que la cficacia.cn ct ejereicio del gobicrno habia contado ‘mds que la legitimidad de fa investidura ganada en los comicios, En esa empresa, el gran exilado-contaba can Ia cooperaciGn —se dia que con la complicidad— de su mayor rival politica: si el radicalismo se resig- aba. no disputar seriamente al poronisme su

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