HUGO BALL
LA HUIDA DEL TIEMPO
PROLOGO DE PAUL AUSTER
PRESENTACION DE HERMANN HESSE
TRADUCCION DE ROBERTO BRAVO DE LA VARGA
BARCELONA 2005 | ACANTILADOROMANTICISMOS: LA PALABRA Y LA IMAGEN
que no pueden exigirnos que nos traguemos con gusto la
nauseabunda empanada de carne humana que nos ofre-
cen. No pueden exigirnos que las temblorosas ventanas
de nuestra nariz absorban con entusiasmo el tufo a cada-
ver. No pueden esperar que confundamos con heroismo
el embotamiento y la frialdad de corazén que cada dia se
revelan mas funestos. Alguna vez tendran que admitir
que reaccionamos de forma muy cortés, incluso conmo-
vedora. Los panfletos mas estridentes no han alcanzado
a empapar como es debido, con lejia y burlas, la hipo-
cresia que domina en la generalidad.
18.v1. Ahora hemos Ilevado la plasticidad de la palabra
hasta un punto que dificilmente podra ser superado. Al-
canzamos este resultado a costa de la frase construida de
forma légica, conforme al sentido y, por tanto, renun-
ciando también a una obra documental (como la que s6-
lo es posible agrupando frases en una sintaxis ordenada
de modo légico, lo cual exige mucho tiempo). Lo que
nos vino como a propésito para nuestros esfuerzos fue-
ron, en primer lugar, las circunstancias especiales de es-
ta €poca, que no permite que un talento noble repose ni
madure y, por ello, se obliga a poner a prueba los medios.
Pero, justo después, lo que mas nos ayudé fue el empuje
y el énfasis de nuestro circulo, cuyos miembros intenta-
ban siempre superarse entre si aumentando las exigen-
cias y los acentos. Que se ria quien quiera: la lengua nos
agradeceré alguna vez nuestro tes6n, aunque no le haya
Sido dado tener ninguna consecuencia directamente vi-
sible. Hemos cargado la palabra con fuerzas y energias que
Nos permitieron volver a descubrir el concepto evangéli-
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PRIMERA PARTE
co de la «palabra» (logos) como una compleja figura m4.
gica.
Con la renuncia a la frase por amor a la palabra, e]
circulo en torno a Marinetti comenz6 resueltamente con
las Parole in liberta. Sacaron la palabra del marco oracio-
nal (la imagen del mundo), que se le habia adjudicado
automiatica e irreflexivamente, nutrieron el consumido
vocablo de la gran ciudad con luz y aire, le devolvieron
su calor, su movimiento y su despreocupada libertad ori-
ginal. Nosotros, por nuestra parte, fuimos todavia un pa-
so mas alla. Intentamos otorgarle al vocablo aislado la
plenitud de un conjuro, el ardor de un astro. Y resulta
extraiio: el vocablo llevado a plenitud magicamente con-
juré y alumbré una zveva frase, que no estaba ligada ni
condicionada por ningtin tipo de sentido convencional.
Acariciando cientos de pensamientos a la vez, sin indicar
su nombre, esta frase hizo resonar el ser irracional, ori-
ginal y ladico, pero abismado, del oyente; desperté y for-
talecié las capas mas profundas de la memoria. Nuestros
ensayos tocaron ambitos de la filosofia y de la vida, con
los que nuestro entorno, desgraciadamente tan racional
y precoz en su prudencia, apenas podia permitirse sofar.
20.VI. En nuestra astronomia no puede faltar el nombre
de Arthur Rimbaud. Nosotros somos rimbaudistas sin
quererlo ni saberlo. El es el patrén de nuestras multiples
poses y pretextos sentimentales; la estrella de la moder-
na desolacion estética. Rimbaud se descompone en dos
partes. Es un poeta y un refractario, y esto tltimo preva-
lece. Sacrifica el poeta al fugitivo. Como poeta ha pro-
ducido grandes cosas, pero no lo definitivo. Le falta la
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:
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a
ROMANTICISMOS: LA PALABRA Y LA IMAGEN
paciencia, el don de saber esperar. Un caracter natural
salvaje 0 indémito se opone hasta la aniquilacién a las
fuerzas basicas sacerdotales, delicadas y comedidas de
un hombre sintético. Armonia y equilibrio le parecen, no
solo ocasionalmente, sino casi permanentemente, debili-
dades sentimentales, como encantamientos lujuriosos;
como una prenda envenenada del mundo européo nos-
talgico de la muerte. Teme sucumbir a la relajacion y al
sopor general; teme ser la victima de una decadencia in-
digna si sigue sus impulsos apocados y mas reposados.
No puede decidirse a sacrificar a esta Europa los fata
morgana de esplendorosas aventuras.
El descubrimiento de Rimbaud es el del europeo como el
«falso negro». Haber sufrido la barbarie cafre e hipécri-
ta de Europa, la pérdida de espiritu general de la que ella
misma es culpable, la Capua humanitaria de los espiritus
hasta el sacrificio de su talento, ésta es su especificidad.
Cuando, mas tarde, fue a Harare y a Kaffa, tuvo que re-
conocer que ni siquiera los negros auténticos correspon-
dian a su ideal. Buscaba un mundo fabuloso: lluvia de
rubies, arboles de amatista, reyes de los monos, dioses
con figura humana y religiones fantasticas, en las que la
fe se convierte en servicio fetichista a la idea y al ser hu-
mano. Al final lleg6 a pensar que los negros tampoco va-
lian la pena. Renuncid a ser amable curandero e idolo en
medio de un paisanaje limitado y mezquino. Podria ha-
ber obtenido lo mismo, algo mas lentamente, en la Bre-
tafia o en la Baja Baviera. Ahora los negros eran negros,
antes eran blancos. Estos criaban avestruces, aquéllos
criaban gansos. Esa era toda la diferencia. Todavia no
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PRIMERA PARTE
habia descubierto el prodigio de la banalidad y el mila.
gro de lo cotidiano. Se puede aprender de él lo que no
hay que hacer. Recorrié un camino equivocado hasta el
final.
Tenia un ideal religioso, de culto, del que él mismo sélo
sabia a ciencia cierta una cosa, que era mas grande e im-
portante que un talento poético extraordinario. Este pre-
sentimiento le dio fuerza para apartarse voluntariamente,
anulando lo que habia creado, aunque fueran auténticas
obras maestras de lo que en su época se entendié como
poesia europea.
22.V1. Sapienti Sade. Al sabio le basta una mirada a los
libros del depravado Marqués para reconocer que inclu-
so los trabajos mas crudos surgen con la pretensién de
defender la causa de la verdad y la rectitud.
Sade opina que el vicio constituye la «auténtica» natura-
leza del ser humano. Sin embargo, sélo confiesa los peca-
dos del Ancien Régime. Por ello estuvo encarcelado vein-
tisiete anos en la Bastilla. Existe una categoria de libros
que slo se pueden aceptar sin indignacién si se conside-
ran... como confesiones.
jE] Marqués particip6 en una campana! Las frases mo-
ralizantes de su época llegan a ponerlo furioso. Quiere
restablecer el texto original. Es completamente desen-
frenado e infantil. Comete los peores delitos sin perci-
birlo asi en modo alguno. Lo meten en un manicomio;
pero alli se convierte en rey de los locos y pone patas
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ROMANTICISMOS: LA PALABRA Y LA IMAGEN
arriba todo el establecimiento con sus obscenas come-
dias escritas ad hoc. El médico del manicomio implora al
rey que aleje a este hombre terrible de la clinica. Pero
gadénde van a llevarselo? Procede de una familia a la
que pertenecen altos funcionarios, poetas y cardenales.
23.V1. El resultado es infinitamente m4s importante que
el experimento. Para ver las objeciones sdlo se requiere
una vista aguda. Para penetrar en ellas y disolverlas se
precisa ademAs una fuerza creativa. Lo realmente dificil
y especial de una cuestidn sdlo surge en el momento en
que se exige lo definitivo. Al dandy todo lo definitivo le
resulta odioso. Procura evitar las decisiones. Antes de
reconocer su debilidad, se inclinara a desacreditar la
fuerza como una muestra de brutalidad.
He inventado un nuevo género de versos, «Versos sin pa-
labras» o poemas fonéticos, en los que el equilibrio de las
yocales sdlo se pondera y distribuye segin el valor de la
secuencia de la que se parte. Esta noche he leido los pri-
meros versos de este tipo. Para ello me habia construido
un vestuario especial. Mis piernas estaban metidas en
una columna redonda de cartén azul brillante, que me
llegaba esbelta hasta la cadera, de modo que hasta alli te-
nia el aspecto de un obelisco. Por encima llevaba una
enorme capa hasta el cuello, recortada en cartén, forra-
da de escarlata por dentro y de oro por fuera; estaba su-
jeta al cuello de tal manera que, subiendo y bajando los
codos, podia moverla como si se tratara de unas alas. A es-
to habia que afiadir un sombrero de chaman con forma
: de chistera, alto, a rayas azules y blancas.
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PRIMERA PARTE
En los tres lados de la tarima frente al publico habia
dispuesto atriles y puesto sobre ellos mi manuscrito re-
dactado con lapiz de color rojo; iba oficiando la celebra-
cién ora en uno ora en otro. Como Tzara sabia de mis
preparativos, hubo un pequefio estreno, pero en toda re-
gla. Todos sentian curiosidad. Asi que, como no podia
caminar vestido de columna, hice que me llevaran a la ta-
rima en la obscuridad y comencé a decir lenta y solemne-
mente:
gadji beri bimba
glandridi lauli lonni cadori
gadjama bim beri glassala
glandridi glassala tuffm i zimbrabim
blassa galassasa tuffm i zimbrabim...
Los acentos se volvieron mas duros, la diccién se elevé
al agudizarse las consonantes. Muy pronto me di cuenta
de que, si queria seguir serio (y lo queria a cualquier
precio), mis medios de expresién no estarian a la altura
de la pompa de mi puesta en escena. Entre el publico vi
a Brupbacher,** Jelmoli,*? Laban,” la sefiora Wigman.”*
Tuve miedo de hacer el ridiculo y pegarme un plancha-
zo, y me contuve. Hab{a acabado entonces con el «Can-
to de Labada a las nubes» en el atril de la derecha y la
«Caravana de elefantes» en el de la izquierda, y me vol-
** Probablemente Fritz Brupbacher. Cf. nota 5.
» Hans Jelmoli (1877-1936), compositor y critico musical suizo.
*4 Rudolf von Laban. Cf. nota 17.
*’ Marie Wiegmann (1886-1973), bailarina y coredgrafa.
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,
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vi de nuevo al caballete central, agitando las alas diligen-
temente. Las pesadas series vocalicas y el ritmo arrastra-
do de los elefantes me habian permitido incluso una
altima subida. Pero ¢cémo iba a rematarlo ahora? En-
tonces adverti que mi voz, a la que no le quedaba otra
via, adquiria la arcaica cadencia de la lamentacién sa-
cerdotal, aquel estilo del canto de la misa, tal y como
suena, con afliccién, por las iglesias catélicas de Oriente a
Occidente.
No sé qué fue lo que me sugirié esta musica. Pero co-
mencé a cantar mis series vocélicas de forma recitativa al
estilo eclesiastico e intenté, no sdlo seguir serio, sino
ademas forzarme a la seriedad. Por un momento me pa-
recié como si en mi m4scara cubista apareciera el rostro
de un jovencito pélido, azorado, aquel rostro mitad asus-
tado, mitad curioso de un muchacho de diez afios que,
en las misas de difuntos y en los oficios solemnes de la
parroquia de su pueblo, esta pendiente, tembloroso y
avido, de la boca del sacerdote. Entonces se apag6, como
yo habia dispuesto, la luz eléctrica, y fui bajado de la ta-
tima al escotillén, cubierto de sudor como un obispo
magico.
24.Vv1. Antes de los versos habia leido algunas palabras
programaticas. Con este tipo de poemas sonoros se re-
nunciaba en bloque a la lengua, que el periodismo habia
vuelto corrupta e imposible. Suponia una retirada a la al-
quimia mas intima de la palabra, se abandonaba incluso
la palabra para preservar asi un ultimo recinto santisimo
para la poesia. Se renunciaba a hacer poesia de segunda
mano: es decir, a asumir palabras (por no hablar ya de
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PRIMERA PARTE
frases) que no se hubieran acabado de inventar para uso
propio, enteramente nuevas y flamantes. Ya no se desea-
ba alcanzar el efecto poético por medios que, a la postre,
no son nada mas que el reflejo de intuiciones 0 de arre-
glos ofrecidos furtivamente y ricos en lo intelectual, pe-
ro no en lo plastico.
2.
VIRA-MAGADINO, I.VILI. Pisamos tierra aqui, viniendo
de Locarno, como Robinson en su isla de papagayos. To-
do ese paisaje completamente intacto..., guanto é bello!
Montafias de azul acero sobre jardines de rosas. Peque-
fias islas que brillan a la luz del amanecer. Nuestras ma-
letas estaban sobre la gravilla al sol. Muy poco a poco
fueron acudiendo algunos nifos curiosos y pescadores,
que nos condujeron arriba, hasta el pueblo.
4.Vull. Tzara ha inaugurado una coleccién Dada con La
premiére aventure céleste de Monsieur Antipyrine. Sin
embargo, para mi, la aventura celeste ahora es la apatia y
aquella nostalgia de la convalecencia que hace brillar to-
das las cosas con una luz nueva, que lo inunda todo dul-
cemente. Tres veces al dia sumerjo los miembros blan-
cos, desnudos, en el agua azul plata. Los verdes vifiedos
colgantes, el repicar de las campanas, los ojos pardos de
los pescadores corren por mi sangre. ; Ya ni siquiera ne-
cesito poemas! Todas las colinas quedan reposando so-
bre la orilla, guardadas por una serpentina que vela sobre
ellas con una corona de oro.
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