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(En este punto de mi meditacin, la mujer daba vueltas de carnero en una angosta alfombra
de terciopelo desvado.)
El guardin del orden pblico se acerc nuevamente a hostilizar al saltimbanqui. Segn l,
estbamos entorpeciendo la circulacin, el ritmo casi, de la vida normal. Una mujer
amaestrada? Vyanse todos ustedes al circo. El acusado respondi otra vez con
argumentos de papel sucio, que el polica ley de lejos con asco. (La mujer, entre tanto,
recoga monedas en su gorra le lentejuelas. Algunos hroes se dejaban besar; otros se
apartaban modestamente, entre dignos y avergonzados.)
El representante de las autoridades se fue para siempre, mediante la suscripcin popular de
un soborno. El saltimbanqui, fingiendo la mayor felicidad, orden al enano del tamboril que
tocara un ritmo tropical. La mujer, que estaba preparndose para un nmero matemtico,
sacuda como pandero el baco de colores. Empez a bailar con descompuestos ademanes
difcilmente procaces. Su director se senta defraudado a ms no poder, ya que en el fondo
de su corazn cifraba todas sus esperanzas en la crcel. Abatido y furioso, increpaba la
lentitud de la bailarina con adjetivos sangrientos. El pblico empez a contagiarse de su
falso entusiasmo, y quien ms, quien menos, todos batan palmas y meneaban el cuerpo.
Para completar el efecto, y queriendo sacar de la situacin el mejor partido posible, el
hombre se puso a golpear a la mujer con su ltigo de mentiras. Entonces me di cuenta del
error que yo estaba cometiendo. Puse mis ojos en ella, sencillamente, como todos los
dems. Dej de mirarlo a l, cualquiera que fuese su tragedia. (En ese momento, las
lgrimas surcaban su rostro enharinado.)
Resuelto a desmentir ante todos mis ideas de compasin y de crtica, buscando en vano con
los ojos la venia del saltimbanqui, y antes de que otro arrepentido me tomara la delantera,
salt por encima de la lnea de tiza al crculo de contorsiones y cabriolas.
Azuzado por su padre, el enano del tamboril dio rienda suelta a su instrumento, en un
crescendo de percusiones increbles. Alentada por tan espontnea compaa, la mujer se
super a s misma y obtuvo un xito estruendoso. Yo acompas mi ritmo con el suyo y no
perd pie ni pisada de aquel improvisado movimiento perpetuo, hasta que el nio dej de
tocar.
Como actitud final, nada me pareci ms adecuado que caer bruscamente de rodillas.
FIN