En un momento como éste, cumplidos los primeros treinta días de la partida de mi buena amiga Anita Botbol de Alfón Z.L. que Dios la tenga en su gloria, sé que debo compartir muchos de los recuerdos que de ella mantengo. Conocí a Anita hará unos veinte años. Ella asistía a clases de religión con mi mamá y una de las veces que llamó para saludarla o saber de su salud, cosa que hacía repetidamente con casi todos sus conocidos, tuve la suerte de tomarme unos minutos de más y dar comienzo a una conversación que terminó en una inmejorable amistad. Anita era propensa al buen versar, su vocabulario era rico, especialmente en calificativos positivos, en los que denotaba su buen sentido del humor y el afecto que le nacía por la gente. De inmediato surgió entre nosotros una relación que podría decir pasaba sin darse cuenta a un sentimiento de familia. Además de mi mamá teníamos gente común a la que apreciábamos y queríamos, me refiero a su hijo José, a su hermano Alberto, por quien a veces sentí hasta un poco de celos, pues sin importar el tema que estuviésemos tratando, a cierta hora, debía colgar pues su hermano estaba por llegar y ella se había acostumbrado a atenderlo como se suele hacer con reyes. En mis primeras etapas hablamos de algunos de mis artículos que había escrito en el periódico comunitario, luego, del de nuestro mutuo amigo Marcko Glijenschy y más tarde de su trabajo personal. Al llegar a ese punto, a su libro Colibrí, lo demás dejaba de tener la importancia que éste merecía, pues Doña Anita estaba dispuesta a dar toda su vida, su esfuerzo y hasta su alma de ser necesaria, para desenmarañar esa veta privilegiada que ella había descubierto. Recuerdo la pasión de sus palabras en cada uno de sus descubrimientos, la fonética indígena, las raíces de cada uno de los lugares que estaban sembrados a lo largo y ancho de la geografía venezolana. Pero no llegaba nada más allí, ella abarcó Norte y Sur América. Ciudades, pueblos, lugares, frutas, nombres de nuestros indios, países, en realidad, pienso que no dejó una sola piedra sin revisar, todo el camino ya fue andado por ella. Era notable su abnegación por el trabajo. Aún siendo una mujer con ciertas dolencias respiratorias, no hubo un solo día de descanso, si no estaba traduciendo, armando su rompecabezas, andaba llamando a las distintas personas que la podía ayudar en lo referente a mapas antiguos. A vocablos que permanecieran intactos. Sin olvidar que sus relaciones de amistad, siempre recibían de ella esa carismática y amable llamada, para levantar su ánimo. Sabía de los inconvenientes de una persona y estaba pendiente de ella, hasta sentir la mejoría como suele hacerlo un médico de cabecera. Doña Anita Botbol de Alfón ha dejado un trabajo maravilloso en el que se conforman 18 mil palabras indígenas que tienen su traducción en el hebreo, pero no sólo eso, ella demostró con lujo de detalles y no basada en casualidades que los nombres tenían una razón de ser. No era nada más el que tuviese un significado en hebreo simplemente, era el por qué del nombre. Así podemos tomar algunos ejemplos y descubrir desde el primero de ellos, Colibrí (voz hebrea) era el ave que representaba la presencia del pueblo hebreo en estas tierras y en el ave el trabajo de contar a las generaciones venideras de su acción. Canoa (como Noaj- como Noe) acá se puede ver la simil de indio que flotaba en los ríos del mismo modo lo hizo Noé en el Arca. Orinoco (la luz lo limpió) efecto que libera del color negro a ese río negro que cambia su nombre en la isla Culí (toda mía) porque la luz del sol genera una claridad exagerada y no muy bien explicada. Chacao (se sumerge) el indio que se sumergía para sacar perlas en Margarita. Comenzar a explicar su trabajo es dar rienda suelta a la imaginación, es poder constatar un pasado hecho realidad y llevado de la mano de una mujer experta, dominante de las situaciones más increíbles pero reales. Por ello pienso que mi aporte a su memoria sería haciendo justicia a su trabajo, para ello les recomiendo busquen y lean Colibrí. Sentirán el por qué los judíos nos vemos tan apegados a esta tierra, por qué los que estamos nos negamos a partir, por qué sentimos que esta es nuestra casa aún no habiendo nacido acá. Hay algo, hay una historia que compartimos, un legado de una sangre que nos hace ver, estamos en un sitio merecedor de todo afecto, un país honorable, con un gentilicio digno. Hablar de Anita Botbol de Alfón Z.L. sin detallar su entorno familiar, su hogar, una casita de muñecas, impecablemente limpia, su televisor encendido a toda hora en el canal 5 en la espera de poder captar alguna palabra indígena para de una buena vez ir en busca de su significado. Como no detenerme en su manera de ser, su don de gente, su amable trato, sus inigualables dulces, sus inmejorables hamburguesas, sus roscos, fishuelas, cariños, su mesa llena de trabajos unos hechos otros por hacer. Sus múltiples y diversas amistades en las que supo manejar a las de la infancia con las de familia y al final con todos aquellos que le hicieron algún aporte a su trabajo. Anita con quien compartí muchos años de buena amistad, me mostró su amor por la poesía, desde niña la practicaba y lo hacía con genio y amor. Mismo que sentía por su único hijo José, a quien admiro y reconozco en él el dolor que debe sentir con la pérdida de un ser humano de la calidad y la prestancia de ella. Desde este púlpito grito al mundo con el placer que me da la experiencia de haberla conocido que Doña Anita Botbol de Alfón Z.L. sigue estando con nosotros, que su trabajo es ahora cuando está dando sus primeros pasos y que pronto veremos como corre en la historia pues su descubrimiento es algo más que una simple sorpresa, éste debe estar concatenado con el descubrimiento de la ciudad más grande y antigua de la historia, me refiero a las pirámides de Caral en Perú, en donde de seguro, todos estos nombres, tienen un sentido con mayor lógica, en donde sin lugar a dudas, podremos notar que la civilización de América estaba más y mejor desarrollada que la europea y que ya hace 5757 años, la arquitectura poseía edificaciones monumentales que sobrepasan seis veces el tamaño de las pirámides de Egipto. Que Dios La tenga en su Gloria, que su trabajo, como su misma simple y amorosa manera de ser, viva entre nosotros y que sus hijos sientan a través de mis palabras el amor que ella nos sembró, para que la paciencia calme el dolor de su ausencia y sientan que fueron tocados por un ser muy especial que brilla y lo seguirá haciendo por el resto del tiempo como representante de honor de nuestra comunidad. Con mis respetos, Samuel Akinin Levy