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LA GRAN MATANZA DE GATOS Y OTROS EPISODIOS DE LA HISTORIA CULTURAL FRANCESA

Robert Darnton (México: FCE, 1987)

Creyendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significa
ción que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el a
nálisis de la cultura ha de ser por lo tanto, no una ciencia experimental en bus
ca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones
GEERTZ, C. La interpretación de las culturas

Es difícil resumir una obra que no se acoge al paradigma clásico de la narración


histórica (estudiado, entre otros, por Hayden White), si no que hace algo que,
según creo, es muchísimo más interesante; Darnton compone a través de una serie
de fragmentos y sonidos, un mosaico-melodía que sorprende al lector que, como yo
, está acostumbrado a cuadriculados manuales divulgativos.
Por otro lado, habiendo incurrido en otras fuentes, reseñas principalmente, para
servirme de apoyo o de guía en el cómo lo hicieron otros para abordar tamaña ob
ra, he tenido la mala suerte de hallar el capítulo que los profesores Justo Sern
a y Anaclet Pons dedican en su monografía sobre la historia cultural . A consecu
encia de ello, por irónico que parezca, este ensayo se ha visto algo coaccionado
por la autoridad que impone un modelo a seguir. Mi propósito no es en este caso
mejorar o imitar a quienes ya hicieron la tarea que he de llevar a cabo. Más bi
en me dispongo a complementar los ya citados trabajos centrándome en aquellos ca
pítulos que menos atención han recibido por parte de estos, no sin antes sinteti
zar el conjunto del libro de Robert Darnton.
¿Cómo podemos reunir los mundos simbólicos que desaparecieron hace muchos siglos
?
Esta es, a grandes rasgos, la pregunta que el profesor de Princeton arroja a sus
colegas. Robert Darnton se propone adentrarnos en el mundo intelectual (en cuan
to a que relacionado con lo que se piensa y en el cómo se piensa) de la Francia
del s.XVIII, y para ello, afirma, se dispone de abundante material.
¿De qué fuentes se puede servir un estudio de tal naturaleza antropológico-histó
rica? Darnton, que aprendió del antropólogo estadounidense Clifford Geertz, sabe
muy bien que el clásico trabajo de campo, así como las entrevistas, no están ex
entos de problemática. Del análisis de textos como el archivo de un policía, la
descripción de una ciudad o el relato de un grupo de artesanos que llevaron a ca
bo una matanza de gatos, el autor dice poder extraer conclusiones del mismo modo
que un antropólogo –es decir, con las mismas dificultades. La selección de text
os es de una peculiaridad tal que es fácil relacionar La matanza de gatos y otro
s episodios de la hª cultural francesa con las extravagancias del Menocchio de G
inzburg El aglutinante que mantiene unido a estos originales textos es el mundo
de la lectura, ámbito de la investigación en el que Darnton ha destacado a lo la
rgo de su carrera. Una ciudad, afirma, puede ser leída igual que un cuento popul
ar un texto filosófico. Su concepción sobre la cultura la toma prestada casi dir
ectamente de Geertz, por lo que su principal preocupación es el entramado simból
ico, el ‘imaginario’ de su antiguo colega de Princeton, sin importancia del sopo
rte o el contexto. Sin embargo, Darnton no se esfuerza en proponer una metodolog
ía compleja. El mismo confesaba a raíz de las críticas de Bourdieu y Chartier qu
e aunque no rechaza la reflexión teórica no se dedica a la filosofía, por lo que
dentro de este pragmatismo académico prefiere defender sus teorías a partir de
los propios episodios que reúne su volumen. Pasemos, pues a ellos.
En el primer capítulo, “Los campesinos cuentan cuentos: el significado de Mamá O
ca”, el autor analiza una serie de cuentos populares de la Europa del siglo XVII
I en los que extrae datos información trascendente sobre la sociedad en la que s
e gestaron dichos relatos. Un ejemplo de ello es el conocido “Hansel y Gretel” d
e los hermanos Grimm, en el cual se puede observar la normalidad con la que, deb
ido a la escasez económica, prácticas como el infanticidio eran aplicadas. Otra
de las propuestas del capítulo es comparar las diversas vertientes regionales de
los relatos, limando mucho cualquier conclusión para evitar esbozar cualquier s
igno de “francesitud” o “germanidad”.
El episodio sobre la matanza de gatos de los obreros de Saint-Séverin es, de lej
os, el más rocambolesco de los seis que incluye el libro. El mismo Darnton previ
ene al lector de pensar que este relato, elaborado por uno de los obreros 20 año
s después de lo ocurrido, es un retrato fiel de lo sucedido (si acaso tal cosa p
udiese existir). Con todo, el autor sitúa esta escabechina al mismo nivel de com
plejidad simbólica que una protesta cualquiera. Los felinos, afirma, que eran mu
y queridos por los burgueses, molestaban a los obreros de la zona y, sobre todo,
a los aprendices, cuya categoría social era prácticamente más baja que la de es
tos animales. En medio de unas condiciones de vida muy difíciles, cuando se desa
ta la matanza esta toma el cariz de una “agresión simbólica” corporativa. Darnto
n interpreta las formas de matar de los obreros como un insulto retorcido hacia
los patrones, una práctica regida por todo un conjunto de reglas, de significado
s propias del oficio de los protagonistas del relato.
El tercer capítulo aborda un texto curioso: la descripción de Montpellier por pa
rte de uno de sus muchos comerciantes. Un lector no iniciado en la materia quizá
s pueda sentir cierta empatía inicial con el protagonista de este texto datado e
n 1768, al menos en comparación con el extremismo de los obreros del anterior. E
ste orgulloso burgués del Antiguo Régimen refleja bastante bien el microcosmos d
e una ciudad que carecía de una ciudad progresista muy conocida por su Universid
ad y su orientación algo progresista, así como por carecer de nobleza antigua y
no tener una religiosidad extrema (él la describe Montpellier como “poco beata”)
. En el desfile urbano que describe este comerciante se establece la jerarquía d
e la localidad; en primer lugar las órdenes religiosas seguidas del clero regula
r, los cónsules -altos cargos municipales que también representaban al tercer e
stado- junto al santísimo, los otros funcionarios municipales y, por último, los
jueces y los funcionarios menores. Cada colectivo iba vestido acorde a su condi
ción particular. El narrador parece anteponer una virtud: la dignité, por lo que
la posición social y el poder no tenían por qué estar directamente vinculadas.
Según él, un monje estaría por debajo de un profesor.
Posteriormente, este valioso confidente describe lo que para Darnton es una reor
denación de las categorías sociales, dejando de lado al clero y elevando la nobl
eza al rango de Primer Estado, colocando la burguesía en una posición intermedia
aunque, dice “esta clase es siempre la más útil, la más importante y la más ric
a en todos los países. Sostiene al primer [estado] y manipula al último a su vol
untad”. El último sería una suerte de artesanado dividido en otros subgrupos. E
ste último estado sería, en cierto sentido, más útil que la nobleza ociosa. Sin
embargo, debido a su brutalidad, había que tenerlos bien controlados. La mentali
dad del narrador revela aquí su férrea convicción sobre la necesidad de una dife
renciación social: es necesario mantener estos reductos potencialmente conflicti
vos apartados entre ellos, acudiendo a la segregación en el atuendo si es necesa
rio, especialmente en el caso de los estudiantes (según él la educación es tan p
erjudicial como el dinero. Es necesario mantener estos reductos potencialmente c
onflictivos apartados entre). En su apología por la “bonhomía” afirma conseguirs
e esta distinción a través de cualidades como la honradez, la racionalizada, el
pensamiento sereno y el trato justo. Es por ello que Darnton apunta a que su con
fidente podría tener simpatías con la Ilustración. Su modelo de pensamiento se i
nscribe con facilidad en lo que podríamos denominar, haciendo uso de generalizac
iones, la tipología burguesa. El narrador se muestra tendencioso, contradictorio
y apologético, critica a tanto al clero como a la clase popular, pero sus prote
stas no trascienden el orden establecido. Su lectura de la ciudad era la marca d
e una perspectiva que en no demasiados años se impondría como hegemónica.

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