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Inicio de Ética I (General)

I - Lo moral como un hecho

1.- La existencia de lo moral no la niega nadie. Nadie niega que haya


algunos actos inmorales y otros virtuosos. Nadie negaría que dar una paliza
a un anciano para divertirse no sea inmoral, ni que la caridad heroica de
San Maximiliano Kolbe, que sustituye a un compañero de prisión para
morir de hambre, sea virtuosa y meritoria.

En el hecho moral se da un hecho interno que se manifiesta en el


hombre como fuerza que manda o que prohíbe y que se impone al espíritu
de modo inmediato y constante. Su intuición es la conciencia moral. "Eres
libre, pero estás obligado, puedes pero no puedes". Es un saber del valor o
no valor de los propios actos, de los preceptos y leyes. Leyes, que por ser al
mismo tiempo necesarias y violables, escapan a toda identificación con las
leyes fisicoquímicas o instintivas.
En este hecho real de nuestra experiencia hay un substrato real, vital,
un hecho que está en la realidad básica, objetiva, no puesta por el juicio y
acto intelectivo míos. Es una realidad que se me pone delante, no empírica,
sino esencial, que no dice relación al mundo físico, biológico o
psicogenético, sino al significado y dignidad de la conducta en cuanto tal, a
la coherencia de la persona con lo que él mismo es.

2.- Esta experiencia moral no es de una sola clase, sino variada:


a) Nos muestra, en primer lugar, una serie de imperativos y prohibiciones:
haz el bien, no hagas el mal, no debes mentir, no robes, no hagas daño al
prójimo, etc.
b) Y también nos muestra juicios de valor ético o morales. Estos juicios no
obligan ni prohiben, simplemente dicen que "algo", una acción humana, es
buena o mala moralmente. Pueden ser ejemplos de juicio moral los
siguientes: "Sacrificarse por los demás es un bien para mí y los demás",
"engañarlos es un mal para mí y los demás".

El juicio moral aparece como forma de experiencia explícita en la


que se desvela a la conciencia un cierto estado de las cosas, una realidad
objetiva, y la conciencia toma acta de ello y, dinámica y libremente, se
empeña en afirmarlo. Se trata de una toma de posición de la conciencia
frente a una realidad que el acto de juicio no crea, sino reconoce y ratifica.
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El juicio moral es además un acto existencial vivido, que brota de las


raíces de la condición humana, en el que el sujeto, en busca de un por qué y
del sentido de la vida, expresa precisamente el valor de aquellos actos que
se le muestran como constitutivos y enriquecedores en orden a tal
significado.

Estos juicios de valor:


a) Son de una experiencia: se dan en el orden de los hechos, es un juicio de
una realidad que sucede, no son un mero juicio formal, vacío de realidad.
b) Se trata de una experiencia real, "tangible", empírica, presente en la
conciencia psicológica, del significado y valor especial, moral, de una
acción.
c) De una acción libre y motivada. No se trata de un mero suceso, sino de
un acto guiado por motivos y realizado porque yo quiero. Está
desvinculada de condicionamientos fisio-socio-psicológicos. No surge sin
más de mi natural eufórico, agresivo... Está provocada por algo que no es
mío sino del objeto.
d) La cualificación ética dice relación a algo objetivo, que no depende de
mí. Yo no puedo cambiar su valor moral. Pero yo la puedo hacer mía
(haciéndome partícipe de esa cualificación, "bueno o malo"), a la acción y
su valor, obrando la acción. Pero en este caso yo no creo el valor (bueno o
malo) sino que me lo incorporo a mí: el acto que es malo, me hace malo a
mí.

3.- Pero además el "fenómeno moral", tal como aparece en la


conciencia humana, incluye muchos aspectos.

El estímulo de la conciencia.
Todos tenemos la experiencia de que la conciencia aprueba o
desaprueba nuestras acciones según sean justas o injustas. Además de ese
juicio de la conciencia, sentimos también que ésta nos incita al bien y trata
de retraernos del mal. A este fenómeno solemos llamar vulgarmente "la voz
de la conciencia".
En la conciencia luchan a veces como dos YOS. El antagonismo
entre los dos "yo" es un hecho ínsito en la naturaleza humana. La
conciencia moral constituye un impulso hacia el "mejor yo" contra el
impulso o tendencia natural hacia el "otro yo". Se llama "mejor yo" al que
es conforme con la perfección y plenitud mostrada a la persona humana por
la luz de su razón. El "otro, el peor yo" es el mismo hombre
condescendiendo con las inclinaciones que contradicen a la razón y
perfección de la persona humana. Esta oposición es lo que suscita el
estímulo de la conciencia: no debes hacer esto, haz lo otro.
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En el estímulo de la conciencia se muestra, por una parte, la intuición


racional de la exigencia absoluta del deber y, a la vez, el querer racional
como incitación a una conducta conforme a la naturaleza racional, a pesar
de la resistencia que pueden oponer a ello las inclinaciones de la naturaleza
humana .
El estímulo de la conciencia puede ir acompañado de una carga
sentimental o emocional. Sin embargo no es en modo alguno, en su
esencia, un sentimiento o un movimiento del ánimo.
Los sentimientos pueden apoyar fuertemente el estímulo de la
conciencia , pero quien los experimenta cae en la cuenta de que se trata de
algo distinto del estímulo moral y que han de estar sometidos a la decisión
moral determinada por el juicio y el estímulo de la conciencia.
En la decisión colaboran la razón y la voluntad. Esta como
ordenación intrínseca al bien y la razón como capacidad de discernimiento
ético según verdad ante la futura decisión.

4.- El remordimiento de la conciencia.


El remordimiento es la exteriorización de la conciencia que condena
mi actitud ante determinada acción. La condena ha surgido por haberme
determinado a una acción en contradicción con la dignidad de la persona
humana. Es un sentimiento padecido, no querido, un hecho que sufro, no
un acto que pone mi libertad.
El remordimiento se refiere siempre a un hecho determinado y en
esto se distingue del sentido de culpabilidad, que hace al hombre verse
envuelto en culpa en todo lo que obra. El remordimiento supone la propia
responsabilidad. El mero disgusto o displacer no implica responsabilidad,
ni es remordimiento .
Consumada la acción, la conciencia condena o absuelve y según ello
el hombre dice tener mala o buena conciencia. La mala se sensibiliza en la
inquietud y la buena en la tranquilidad.
El remordimiento es la expresión de la conciencia que el individuo
normal experimenta más espontáneamente. Es un sentimiento de condena
que sigue al acto cognoscitivo con que se juzga determinada acción bajo el
punto de vista de su verdad ética. Efectivamente el hombre puede pasar por
encima de la conciencia bajo el influjo de pasiones que preceden o
acompañan a la acción, pero, una vez consumada, cuando la pasión cese y
esté dispuesto para la reflexión, comenzará a aclararse a sí mismo por qué
fue malo su comportamiento y en qué grado.

5.- El arrepentimiento. Va más allá que el mero remordimiento. No


se refiere sólo al pasado, sino que modifica el presente. Anula realmente el
mal. Toca al yo en lo íntimo de la personalidad, al yo del que surgieron las
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raíces del acto malo, que viene repudiado y eliminado de la totalidad de la


persona. Incluye la percepción del contravalor y del valor superior de
nuestra existencial. Es una prueba de la libertad y admite la propia
responsabilidad: me verifico capaz de reprenderme y de cambiar; me
reconozco responsable y quiero cambiar.

6.- La obligación.
Es considerada por muchos, no sin razón, como el hecho decisivo de la
conciencia moral.
El núcleo de la moralidad lo constituyen los preceptos y prohibiciones a
que el hombre está ligado por la obligación.
Obligación se llama a la necesidad de adoptar una forma de conducta bajo
el mandato de la conciencia. Hay ciertamente actos moralmente buenos,
pero no obligatorios. No se presentan inexorablemente ligados a la
dignidad y sentido de la vida del hombre. Pero otros sí: v.g. evitar el mal.
El juicio teórico sobre el valor moral es más tranquilo, no "toca" a la
persona en su fondo. Es estático, teórico y contemplativo. El juicio sobre la
obligación difícilmente es meramente teórico. Lleva siempre una carga que
afecta a la voluntad, una urgencia autoritativa.
Los hombres de todas las culturas son guiados, en la vida práctica, por
ciertas normas o reglas que se les imponen desde dentro, a veces con gran
fuerza: "mi conciencia me lo dicta".
La ley de la conciencia expresa de modo perentorio el deber, cuyo
cumplimiento se exige de modo absoluto, siempre y en todas partes.
La explicación del deber incondicional para la libre decisión del hombre es
tema fundamental de la ética. Esta ha de tratar, pues, de la obligatoriedad
del deber o, en otras palabras, de la necesidad que comporta la obligación
en general.
Puesto que el hombre, como ser espiritual y libre, no está sometido a
ninguna coacción interna ni ha de ser coaccionado desde fuera, sólo resulta
posible guiarlo haciendo que, mediante el "tú debes" de la conciencia
moral, se ponga delante de su decisión el espejo de su propio ser. La fuente,
pues, de la obligación moral es el orden del ser.
La obligación se nos presenta como absoluta y condicionada. Absoluta,
puesto que es independiente de nuestros deseos e intereses; y condicionada,
pues no se fuerza como una ley física, sino que está condicionada a nuestra
libertad.

7.- La responsabilidad. Es una consecuencia necesaria de la libertad


y de la imputabilidad fundada en ella. Libertad de la voluntad es la
capacidad del ser espiritual para decidir por sí mismo una dirección frente a
valores limitados conocidos, elegir o no elegir un bien limitado o para
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elegir este o aquel bien. Imputabilidad es el elemento moral por el que se


atribuye a una persona la pertenencia (autoría) de una acción y de las
consecuencias que de ella se derivan.
Responsabilidad es la conciencia del hombre de que la acción puesta por él,
libre y deliberadamente, es suya y ha de responder de ella ante su
conciencia-juez y ante Dios y aceptar las consecuencias de su acción. El
arrepentimiento es prueba de que reconocemos que el acto puesto por
nosotros ha dependido de nuestra libre elección.
El sujeto de la responsabilidad es la persona capaz de una acción moral. El
objeto de la misma es la acción plenamente humana que procede de la parte
esencial espiritual del hombre a través de su voluntad libre.
Por eso la persona sólo es responsable cuando se da el conocimiento moral
suficiente y el querer libre no está afectado por el impulso demasiado
vehemente o la sorpresa.
Los fenómenos espontáneos correspondientes a la impulsividad sensitiva:
ira, concupiscencia, egoísmo... no son libres, en cuanto tales, pero la
voluntad libre puede, refrenándolos, influir en ellos. De aquí surge la
cuestión: hasta qué punto lo bueno o malo de una acción puede decirse
suyo. Una cosa es sentirse responsable de determinada acción y otra
sentirse responsable de los movimientos pasionales y del carácter en cuanto
influyen en el acto. Puede así hablarse de dos responsabilidades: una de la
acción particular y otra del ser moral de uno mismo: hábitos, sentimientos,
deseos, pensamientos...
La conciencia de responsabilidad, por lo tanto, no se refiere solamente a las
acciones en sentido estricto, sino también a los hábitos, sentimientos,
deseos, pensamientos, etc.

8.- La culpa.
Culpa es el reato de la decisión libre y, por lo mismo, imputable, contrario
a la ley moral y al valor ético. La violación de la ley mediante determinado
acto y la responsabilidad de ello es el primero de los rasgos que se
distinguen en la culpa. Ello presupone un juicio de conciencia sobre una
determinada acción u omisión.
Puesto que la obligación moral tiene su fundamento definitivo en la
voluntad legisladora de Dios, la acción culpable es "pecado", es decir, una
ofensa a la voluntad de Dios y a la "ley" establecida por El; más aún, una
ofensa a su majestad y bondad.
El hombre espiritualmente sano sólo siente la conciencia de culpa cuando
la violación de la ley ha sido consciente. De no serlo, la conciencia lo
absuelve.
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La conciencia culpable, de que hablamos, no es en modo alguno un


sentimiento inconsciente y vago de culpabilidad, sino que se apoya en un
juicio racional sobre una conducta determinada.
El sentimiento de culpa no es ningún deshonor, sino expresión de la
dignidad de la persona humana y de una conciencia fina y elevada.
El segundo rasgo característico de la conciencia de culpa está en que es
independiente de que la mala acción haya sido o pueda ser descubierta. Por
más que el hombre trate de olvidar su mala acción, no logrará escapar a su
conciencia.
Ni siquiera el perdón obtenido del ofendido librará al ofensor de la
conciencia de culpa.

9.- Este hecho es totalmente general. Aunque haya diferencia en


cuanto a juzgar algunas cosas moralmente buenas y otras malas, no existe
persona ni sociedad que no experimente la realidad del hecho moral.

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