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Alfajores cordobeses

Cultura - Perfil

Por Quintín | 31.07.2010 | 22:56


Pasan cosas raras en Córdoba. Lo primero que sorprende al visitante es que no toda la
población habla como Luis Juez, ni siquiera en la capital. Pero el hecho más insólito y
sorprendente es que en Córdoba sobrevive la vieja tradición del cineclubismo, es decir la
práctica de proyectar películas y debatirlas en simbólicas catacumbas. Hay catorce
cineclubes en la provincia y son los nodos de la fervorosa red cinéfila mediterránea. “No
es nada fácil ser amable en el cine dentro de un mundo que no lo es, aunque acaso aún
sea posible”, escribe en su blog Fernando Pujato, artesano en la vida civil y gran crítico
secreto. Pero la amabilidad es la ley en ese universo paralelo: los cineclubes colaboran
entre sí para crecer y multiplicarse.
Entre ellos, el más curioso es seguramente el Cinéfilo, que funciona en la trastienda de
un local dedicado a la venta de pollo asado. Pero la catedral de la cinefilia cordobesa es
sin duda el Cineclub Municipal Hugo del Carril, una creación del escritor, periodista y
prócer Daniel Salzano, que también dirige el Centro Cultural España de Córdoba. Ambas
instituciones determinan el eje mayor de la actividad cultural, mientras que la
Universidad y sus carreras de humanidades se orientan hacia el adoctrinamiento político
y la transmisión de técnicas escolares. Esta situación provoca un curioso divorcio ya que,
en su mayoría, los estudiantes de cine y comunicación se cuidan mucho de ver películas
para que las teorías audiovisuales se mantengan incontaminadas y para que no los
confundan con cinéfilos. Estos, en cambio, están en contacto con la autónoma y
creciente vida literaria cordobesa que se expresa en revistas como La Rana y Diccionario
o en Ciudad X, la flamante y mucho más mainstream publicación de La Voz del Interior y
el Centro España.
Programado por Guillermo Franco y Diego Pigini, el Hugo del Carril cumple diez años bajo
la órbita municipal pero se mantiene gracias a los aportes privados que canaliza su
eficiente Asociación de Amigos. Cómodo, bien organizado y atendido con hospitalaria
dedicación, el lugar cobija proyecciones, conciertos, obras de teatro, talleres y cursos.
Entre ellos figura la clásica maratón cinéfila de los viernes a cargo de Roger Koza, héroe
cordobés nacido en Buenos Aires que empezó hace una década recorriendo las sierras
con un cineclub itinerante (sospechamos que a lomo de burro) y hoy es un respetado
crítico, programador de festivales extranjeros y hasta conductor de un programa en la
televisión de aire junto con Alejandro Cozza (Koza & Cozza parece el nombre de una
agencia de detectives de historieta), otro cineclubista quien se ocupa además de uno de
los videoclubes más surtidos del país, cuyo excelente catálogo le permite prosperar
mientras agonizan los Blockbuster.
La prueba de que la cinefilia cordobesa es algo serio fue la reciente Semana
Internacional de la Crítica, que convocó a un público fervoroso para asistir no sólo a un
minifestival de preestrenos y películas seleccionadas por los críticos invitados (los
locales Koza, Diego Lerer y un servidor más el americano Jonathan Rosenbaum) sino a
una serie de seminarios, mesas redondas y encuentros que nos tuvieron deliciosamente
encerrados en el Hugo del Carril durante cuatro días. No debe haber muchos lugares en
el mundo donde la gente pague por escuchar hablar a los críticos sobre cuestiones
completamente ajenas a los intereses de quienes intentan hacer una carrera en la
industria, aprender a escribir guiones o a conseguir financiación para su primer
largometraje. Contrariamente a lo que ocurre en festivales y redacciones, la Semana
ofreció la posibilidad de hablar de cine desde esa vieja perspectiva amateur, con la
escritura como centro de una discusión en la que el cine es la mejor excusa para mostrar
que el placer tiene futuro.

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